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En la esencia de la experiencia del hombre con Dios el ser humano está llamado a
vivir en el amor, gratuito, generoso y descentrado. “Y que en este vivir en el amor está su
estabilidad, su paz y su felicidad. Vivir en el amor es la única tarea del cristiano. Es una
tarea que traduce y manifiesta su ser: cristiano es el que ama —el que ama a Dios (l Jn 4,7)
y el que ama a su hermano (l Jn 2,10)-, porque él es un ser hecho por amor y para el amor”
(Ballester, 2005: 4).
En eso consiste el ser cristiano: tener amor. Esa experiencia es liberadora, pero algo
muy abrumador. Amar no es algo que consigamos por nuestras propias fuerzas; amar al
prójimo, sin egoísmo, sin miedo y totalmente, nos cuesta porque tenemos un déficit de
amor. La expresión Dios nos salva significa el auxilio de Dios en nuestra debilidad:
En este punto interviene la fe. Porque en el fondo esta no significa sino que este déficit de nuestro
amor, que todos padecemos, es colmado por la sobreabundancia vicaria del amor de Jesucristo. La fe
nos dice sencillamente que Dios mismo ha derramado en abundancia su amor sobre nosotros y de
este modo ha cubierto de antemano todo nuestro déficit. En definitiva, creer no significa otra cosa
que admitir que tenemos ese déficit, significa abrir la mano y dejarnos agasajar. En su forma más
sencilla
e íntima, la fe no es otra cosa que aquel punto del amor donde reconocemos que también nosotros
necesitamos que nos obsequien. La fe es, por tanto, aquel punto del amor que solo demuestra que es
realmente amor; consiste en el hecho de que superamos la autocomplacencia y la autosatisfacción de
quien se basta a sí mismo y dice: «Lo he hecho todo yo solo, no necesito ayuda de nadie».
Únicamente en una «fe» así se pone fin al egoísmo, que es el auténtico polo contrario al amor. La fe
está presente en el verdadero amor; es sencillamente aquel momento del amor que lleva a este a su
verdadero ser: la apertura de quien no se basa en sus propias capacidades, sino que sabe que está
necesitado, que su propia persona es fruto del don. (Ratzinger, 2012: 21-22).
Si el amor no tiene que ver con la verdad, está sujeto al vaivén de los sentimientos y no supera la
prueba del tiempo. El amor verdadero, en cambio, unifica todos los elementos de la persona y se
convierte en una luz nueva hacia una vida grande y plena. Sin verdad, el amor no puede ofrecer un
vínculo sólido, no consigue llevar al « yo » más allá de su aislamiento, ni librarlo de la fugacidad del
instante para edificar la vida y dar fruto. (Lumen Fidei, 27).
Es aquí donde ocurre la “apuesta de la fe”, que se trasforma en tarea, en camino del
hombre hacia Dios. De cierta manera, la fe antecede a la experiencia que podamos tener de
Dios; es ella la que invita al ser humano, por eso es vista como un Don y evita que la
experiencia subjetiva (experimento a Dios) se transforme en experiencia subjetivista
(invento ‘mi Dios’) (Morales, 2007: 118).
Más abajo vamos a ver algunos caminos para la experiencia de Dios, pero lo más
correcto es afirmar que el horizonte de la fe sensibiliza a la persona para acceder a un nivel
de conocimiento de la realidad que, propiamente, no es un conocimiento tal como plantea
las ciencias basado en evidencias racionales. Se cree con la inteligencia, pues es algo que
puedo comprender, pero soy movido por la voluntad (quiero creer) con la ayuda
sobrenatural de la gracia (Santo Tomás).
4. 5 - Camino “personal” a Dios
La experiencia de fe es siempre un encuentro personal con Dios, que, luego se
expande a la comunidad de los creyentes. Si es personal, no hay nadie que pueda hacerla
por mí. La tarea es preparase para la experiencia de Dios con algunos presupuestos para
adentrar en los caminos de la fe. Felicísimo Martínez Díez nos presenta cinco “caminos”
para redescubrir la experiencia de la fe (Porta fidei 2). Veamos cuales son:
1. Cultivar la cultura de la confianza. Paradójicamente los hombres y las mujeres de hoy son mucho
más crédulos de lo que piensan. Una comunidad en que no hay confianza es inhumana. Las personas
realizan gran parte de su aprendizaje creyendo en otras personas. Lo decía Santo Tomás en la Edad
Media: “la fe es necesaria en el todo que se aprende, para así llegar a la perfección de la ciencia”.
Esa fe no se refiere solamente al conocimiento. La fe tiene otra dimensión: personal, interpersonal y
comunitaria. Aquí decir “yo creo en tí” significa decir “yo confío en ti. Creer en el otro también
significa confiar en su palabra, en lo que dice; en lo que me transmite, sin miedo a ser inducido al
error. Y así, la fe no es negación del conocimiento; es posibilidad de un conocimiento en otra clave.
Dejarse informar, enseñar, iluminar, revelar...es una ejercitación en la fe y en la confianza en el otro.
La fe no es ciega, sino que hace ver.
2. Cultivar los hábitos del corazón o las experiencias cordiales. La fe es básicamente una experiencia
de confianza en el Dios de Jesús que toca el centro de la persona, su núcleo, lo que la Biblia llama de
corazón. La fe es, en definitiva, un hábito del corazón. Con el tiempo la teología fue llevando la fe a
los niveles de la razón y de la inteligencia. El acto de creer no debe ser irracional, sino razonable. Por
un tiempo se dio excesiva importancia a los contenidos de la fe, olvidándose así de la dimensión
cordial de la fe. Hoy somos más conscientes de que no se debe divorciar estas dos dimensiones de la
fe: la experiencia existencial de la confianza y cierto formulación del mensaje en el que se cree (¿De
qué Dios hablamos?). Es necesario reconocer la importancia de una buena formación del creyente
para una fe madura, algo que debe ser hecho sin caer en un racionalismo frio y un fideísmo radical.
3. Vivir en profundidad y cultivar la dimensión contemplativa. Porque unas personas crecen y otras no
es un verdadero misterio. Sin embargo, una vida en profundidad propicia mucho más el
planteamiento del problema de la fe y, eventualmente, la opción de fe. Es posible que no se de esa
apertura por falta de atención. Es necesario estar atento a las cosas, a los acontecimientos, a la
historia humana. Nadie debe estar tranquilo con lo que ya sabe y conoce. Una sana inquietud es parte
fundamental de buscadores y creyentes. San Agustín expresa su encuentro con Dios en una atenta
mirada hacia su interior Pero tú eras más íntimo que mi propia intimidad y más alto que lo más alto
de mí ser (Confesiones). El primer paso, entonces, no es una decisión, sino el reconocimiento de una
presencia. Es la actitud contemplativa que permite pasar a considerar las cosas como simples objetos
uso y placer a considerarlas como signos, símbolos y sacramentos llenos de sentido.
4. Abrirse a experiencias de transcendencia. La conciencia de ser creatura: ese es un primer paso para
que la persona se abra a experiencias de Trascendencia. Transcender significa, así, salir de sí mismo,
superarse. Consiste en abrir las puertas para que la persona se expanda más allá de sus propios
límites. En verdad, el ser humano no conoce sus propios. Trascenderse es llegar a fondo de sus
propias posibilidades, a su límite, y descubrir, para más allá de él, un horizonte ilimitado para su
realización. La transcendencia da en dos niveles: versión mística (persona hacia Dios, el absoluto), y
versión ética (abre a la persona hacia el otro). En este sentido, la experiencia religiosa, la experiencia
de lo Sagrado supone un salto cualitativo en la vida y conduce a una nueva modalidad de existencia a
un nuevo nacimiento (conversión, mística). Por otra parte, en su carácter ético, la transcendencia
conduce a la superación del individualismo y ensimismamiento. En definitiva, esta es la pregunta
que nos confronta con la experiencia de Transcendencia: ¿Te has transcendido? ¿Has salido al
encuentro del otro? ¿Te has abierto a la fe y la confianza?
5. Cultivar experiencias y prácticas comunitarias. La experiencia ética de la transcendencia solo puedo
acontecer desde prácticas comunitarias. En nuestra cultura individualista es difícil la apertura a los
demás. Sin embargo, no solo somos prójimos de lo demás, responsables por ellos, sino que somos
sujetos necesitados de los demás. Ningún ser humano es autosuficiente, es una isla. La mayor parte
de nuestros conocimientos nos fueron transmitidos por otros, como la mayor parte de nuestras
realizaciones. De ahí la necesidad absoluta de encontrar ambientes comunitarios propicios para
crecer en sabiduría y en auto-realización. Lo mismo sucede en el ámbito de la fe. Solo a través de
una larga tradición comunitaria eclesial ha llegado hasta nosotros la posibilidad de la fe. De haberse
interrumpido esa tradición cristiana, la fe cristiana habría desaparecido. En este sentido, necesitamos
algún tipo de pertenencia eclesial, alguna practica comunitaria, que nos permita acceder a ese
testimonio cristiano. Ciertamente, la fe no termina en el testimonio, sino en el testimoniado. Sin
embargo, el testimonio eclesial es imprescindible para creer en lo testimoniado. Por eso es
importante encontrar ambientes comunitarios para facilitar la iniciación en una cultura de la
confianza y pavimentar el camino de la fe. (Felicísimo Díez, 2015: 7-23).
Las actitudes hasta aquí no son en absoluto garantías de acceso a la fe cristiana.
Cuando nos movemos en un terreno misterioso, que desborda los cálculos y las medidas
racionales, son importantes el diálogo, el respeto y la tolerancia, porque “nos hemos hechos
extraños a nuestras tradiciones: el hombre moderno, aislado en su subjetividad, se ha queda
solo en su mundo de representaciones (Echevarría y Yepes, 2003: 257).
PARA RESPONDER
1. Es importante por que necesariamente debemos tener algún tipo de fe
2. Me identifico con una fe humana, porque confió en los demás
No me identifico con la fe religiosa, porque yo solo vivo la vida, no me interesa
saber el misterio
3. Se pensaba que la duda era lo contrario de la fe, pero lo contrario de la fe es el
miedo.
4. Ninguna persona puede no creer porque, en algún ámbito, cree.
5. El cristianismo declara no caracterizarse por la fe, sino por el objetivo de la fe.
6. La desproporción es el medio permanente dentro del cual se desarrolla la existencia
humana. Siempre expectantes de un horizonte que se presenta más grande que
nosotros, con el que pretendemos medirnos
7. 1. Nosotros debemos inculcar el creer
2. La fe, es un habito que nuestro corazón realiza.
3. Debemos vivir profundamente y no quedarnos con lo que ya sabemos.
4. Debemos trascender, porque debemos ir hacia adelante, no quedarnos estancados.
5. Hacer prácticas con los prójimos y no ser egoístas.