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TEXTO – LA EXPERIENCIA DE A FE

4. La experiencia de la fe: entrega del Corazón a la verdad


4.1- La fe es confianza y entrega
Hemos visto que las ciencias materiales y culturales no logran responder a las
cuestiones sobre el sentido de la vida (verdades grandes), y en nuestro corazón habita el
deseo por plenitud y felicidad (Segundo día), entonces, ¿qué alternativas tenemos? El
hombre no es solo voluntad de poder (Nietzsche), o voluntad de placer (Freud), es mucho
más, es voluntad de sentido (Frankl). Necesitamos de sentido, y éste sentido no lo
inventamos, lo descubrimos; el sentido nos viene como un regalo, un don que nos llama a
confiar en él.
La vida, como nos dice el teólogo sacerdote Felicísmo Martinez Díez, en su libro
Fe para personas inquietas (2015), solo tiene sentido si se cree en algo o alguien: “La fe es
muy importante para vivir. Algún tipo de fe, no necesariamente la fe religiosa.
Simplemente la fe, creer en algo o en alguien, confiar en que hay algo por lo cual vale la
pena vivir. Creer en algo o en alguien: cuando hay fe la vida adquiere sentido, tiene sabor,
vale la pena ser vivida. (…) la pena vivir, luchar, trabajar, amar, sufrir...” (p. 2).
La palabra fe proviene del latín fides, y comparte la misma raíz con otras que
usamos cotidianamente: confianza, fidelidad, confidencia, fiarse, fiable… La fe es
necesaria para vivir y también convivir, por eso es la confianza una de sus características
más importantes, porque “la vida es para la acción. Si insistimos en la necesidad de pruebas
para todo, nunca llegaremos a la acción. Para obrar uno ha de suponer, y esta suposición es
la fe” (Newman, 1874: 74). Por eso la fe es algo de todos, sin ella no vivimos y
convivimos, porque no tenemos condiciones de conocer el intrincado de la realidad humana
a punto de definir lo que está exactamente en juego. Si supiéramos, definitivamente, la vida
no tendría ninguna sorpresa y, en última instancia, no seriamos libres delante de la realidad.
La vida es una gran apuesta, por decirlo así.
La fe, en su sentido pleno cristiano, posee varios nivele. Lo primera y básico,
porque primordial, ya hemos visto, es la confianza y podemos denominarla como al fe
humana, pero también existe una fe religiosa (sentimiento sobre el misterio de la vida), una
fe teologal (referencia a un Dios personal), una fe cristiana (Jesús y el Reino de Dios) y una
fe eclesial (pertenencia a una comunidad y evangelización) (Libanio, 2010). La división es
solamente didáctica, pero es de fácil aplicación en nuestra vida. ¿Con cuál me identifico y
con cual no? Y ¿por qué?

4.2- El dilema de la condición humana posibilita el salto de la fe


A veces se piensa que el contario de la fe, es la duda. Pero, como vimos antes, el
contrario de la fe es el miedo, la actitud de desconfianza y recelo en actuar en la vida. Tener
fe es confrontarse con las grandes preguntas que, a su vez, tocan en el centro de la realidad
humana: ¿Quién soy? ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Cómo elegir bien? ¿Qué esperar?...
Entramos en el terreno que no que es visible y mensurable, pero que sigue siendo real,
pues, como nos dice el Papa emérito Benedicto XVI, filósofo y teólogo:
Es ley fundamental del destino humano no poder encontrar lo definitivo de su existencia más que en
esta inabarcable rivalidad entre duda y fe, entre tentación y certeza. Quizá precisamente por eso
pueda la duda - que preserva tanto a uno como a otro de encerrarse en lo propio - convertirse en lugar
de comunicación. La duda impide a ambos ser del todo autosuficientes: al creyente lo abre al
increyente, y al increyente al creyente. Para uno, la duda es su modo de participar en el destino del
increyente; para el otro, la forma en la que la fe, a pesar de todo, sigue representado un desafío para
él. (Ratzinger, 2012: 32).

El concepto de racional se ensancha aquí y pasa a incluir la necesidad irrevocable


del sentido (verdad). Como se puede deducir, la cuestión fundamental deja de ser “tener o
tener fe”, ya que es inevitable por ser nuestro dilema humano actuar sin una base de
seguridad total: “hay una parcela de realidad que no permite otra respuesta que la de uno u
otro tipo de fe, y nadie puede sortear del todo esa parcela. Toda persona tiene que «creer»
de un modo u otro” (Idem, p. 49). La verdadera pregunta, por esa razón, pasa a ser en qué
o quién pongo mi confianza, y porqué. A Chesterton (1874-1936), poeta, filósofo y escritor
inglés se le atribuye la frase, quizás algo interesante, de que “lo malo de que los hombres
hayan dejado de creer en dios no es que ya no crean en nada, sino que están dispuestos a
creer en todo”.

4.3- Creer como cristiano: experiencia de un Tú


La opción existencial del cristiano, en su fórmula principal del Credo, tiene un
aspecto personal; no reza “Creo en algo”, sino “Creo en ti”. A menudo se confunde la
experiencia de la fe con los contenidos de la fe. Estos últimos son importantes porque son
La fe cristiana es encuentro personal con Jesús, un Tú que nos sostiene. Por eso se dice que
la fe es un don, presencia de lo eterno en este mundo, un regalo de amor a la humanidad:

Así, la fe es encontrar un tú que me sostiene y que, a pesar de la imperfección e incluso


imposibilidad última del encuentro humano, me promete un amor indestructible que no solo anhela la
eternidad, sino que también la concede. La fe cristiana vive que no existe el sentido meramente
objetivo; antes bien, este Sentido me conoce y me ama, a él me puedo encomendar con el gesto del
niño que sabe acogidas todas sus preguntas en el tú de la madre. Así, fe, confianza y amor son, en el
fondo, uno y lo mismo, y todos los contenidos alrededor de los cuales gira la fe no constituyen más
que concreciones del cambio que todo lo sostiene, del «creo en ti»: el descubrimiento de Dios en el
rostro del hombre Jesús de Nazaret” (Ratzinger, 2011: 54).

En la esencia de la experiencia del hombre con Dios el ser humano está llamado a
vivir en el amor, gratuito, generoso y descentrado. “Y que en este vivir en el amor está su
estabilidad, su paz y su felicidad. Vivir en el amor es la única tarea del cristiano. Es una
tarea que traduce y manifiesta su ser: cristiano es el que ama —el que ama a Dios (l Jn 4,7)
y el que ama a su hermano (l Jn 2,10)-, porque él es un ser hecho por amor y para el amor”
(Ballester, 2005: 4).
En eso consiste el ser cristiano: tener amor. Esa experiencia es liberadora, pero algo
muy abrumador. Amar no es algo que consigamos por nuestras propias fuerzas; amar al
prójimo, sin egoísmo, sin miedo y totalmente, nos cuesta porque tenemos un déficit de
amor. La expresión Dios nos salva significa el auxilio de Dios en nuestra debilidad:
En este punto interviene la fe. Porque en el fondo esta no significa sino que este déficit de nuestro
amor, que todos padecemos, es colmado por la sobreabundancia vicaria del amor de Jesucristo. La fe
nos dice sencillamente que Dios mismo ha derramado en abundancia su amor sobre nosotros y de
este modo ha cubierto de antemano todo nuestro déficit. En definitiva, creer no significa otra cosa
que admitir que tenemos ese déficit, significa abrir la mano y dejarnos agasajar. En su forma más
sencilla
e íntima, la fe no es otra cosa que aquel punto del amor donde reconocemos que también nosotros
necesitamos que nos obsequien. La fe es, por tanto, aquel punto del amor que solo demuestra que es
realmente amor; consiste en el hecho de que superamos la autocomplacencia y la autosatisfacción de
quien se basta a sí mismo y dice: «Lo he hecho todo yo solo, no necesito ayuda de nadie».
Únicamente en una «fe» así se pone fin al egoísmo, que es el auténtico polo contrario al amor. La fe
está presente en el verdadero amor; es sencillamente aquel momento del amor que lleva a este a su
verdadero ser: la apertura de quien no se basa en sus propias capacidades, sino que sabe que está
necesitado, que su propia persona es fruto del don. (Ratzinger, 2012: 21-22).

Diferente de lo que se pensaba, la verdad de la fe nos revela que el amor es fundante


de lo humano. No es “pienso, luego existo” la experiencia más humana creadora
(Descartes), sino el “soy pensado, luego existo”, que nos viene de Jesús que nos llega de la
desmesura de la lógica humana, elevándonos hacia nuestro verdadero destino de comunión
con Dios: “no es el sujeto el que abraza la verdad en la idea, sino que más bien es el yo el
que se deja acoger por la verdad en la escucha; (…) existo porque Otro me acoge (…). La
verdad es el todo que nos acoge, no aquello que nosotros presumimos de haber aferrado”
(Forte, 2015: 72). Verdad y amor, por lo tanto, están íntimamente vinculadas. Nos va decir
también el Papa Francisco que solamente el verdadero amor unifica:

Si el amor no tiene que ver con la verdad, está sujeto al vaivén de los sentimientos y no supera la
prueba del tiempo. El amor verdadero, en cambio, unifica todos los elementos de la persona y se
convierte en una luz nueva hacia una vida grande y plena. Sin verdad, el amor no puede ofrecer un
vínculo sólido, no consigue llevar al « yo » más allá de su aislamiento, ni librarlo de la fugacidad del
instante para edificar la vida y dar fruto. (Lumen Fidei, 27).

4.4 Caminos para la experiencia del amor de Dios


“La fe solo crece y se fortalece, creyendo” (Porta fidei, 3). Por eso es tan difícil
creer en nuestros tiempos en valores religiosos, ya que pocos profesan su fe. Por otra parte,
fe es un don, porque gratuito, que tiene mucho de misterio. Pero, ¿qué pasaría si me
permito (quiero) acceder al nivel más profundo de las grandes verdades de la vida?

CUADRO- La experiencia de la desproporción


La desproporción es una forma de decir al hombre, una metáfora de su ser más profundo. Si tuviera que
responder a la pregunta sobre qué es el hombre, respondería: un ser desproporcionado. La desproporción es el
medio permanente dentro del cual se desarrolla la existencia humana. Siempre expectantes de un horizonte
que se presenta más grande que nosotros, con el que pretendemos medirnos. Son cinco las experiencias de
desproporción:
1) el deseo (desproporción entre lo anhelado y lo conseguido; película Pretty Woman), 2) la historia (la
desproporción entre el daño causado y la justicia imputada; película Match Point), 3) el sentido (la
desproporción entre lo efímero dela existencia; película, La Vida es bella), 4) el rostro (la desproporción entre
lo absoluto y su aparición en el singular; película, La vida de los otros) y 5) el exceso (la desproporción entre
la deuda y el regalo; película, los miserable). Del libro Cinco razones para creer, experiencias de la
desproporción (2013) de José Serafín Bejár.

Es aquí donde ocurre la “apuesta de la fe”, que se trasforma en tarea, en camino del
hombre hacia Dios. De cierta manera, la fe antecede a la experiencia que podamos tener de
Dios; es ella la que invita al ser humano, por eso es vista como un Don y evita que la
experiencia subjetiva (experimento a Dios) se transforme en experiencia subjetivista
(invento ‘mi Dios’) (Morales, 2007: 118).
Más abajo vamos a ver algunos caminos para la experiencia de Dios, pero lo más
correcto es afirmar que el horizonte de la fe sensibiliza a la persona para acceder a un nivel
de conocimiento de la realidad que, propiamente, no es un conocimiento tal como plantea
las ciencias basado en evidencias racionales. Se cree con la inteligencia, pues es algo que
puedo comprender, pero soy movido por la voluntad (quiero creer) con la ayuda
sobrenatural de la gracia (Santo Tomás).
4. 5 - Camino “personal” a Dios
La experiencia de fe es siempre un encuentro personal con Dios, que, luego se
expande a la comunidad de los creyentes. Si es personal, no hay nadie que pueda hacerla
por mí. La tarea es preparase para la experiencia de Dios con algunos presupuestos para
adentrar en los caminos de la fe. Felicísimo Martínez Díez nos presenta cinco “caminos”
para redescubrir la experiencia de la fe (Porta fidei 2). Veamos cuales son:
1. Cultivar la cultura de la confianza. Paradójicamente los hombres y las mujeres de hoy son mucho
más crédulos de lo que piensan. Una comunidad en que no hay confianza es inhumana. Las personas
realizan gran parte de su aprendizaje creyendo en otras personas. Lo decía Santo Tomás en la Edad
Media: “la fe es necesaria en el todo que se aprende, para así llegar a la perfección de la ciencia”.
Esa fe no se refiere solamente al conocimiento. La fe tiene otra dimensión: personal, interpersonal y
comunitaria. Aquí decir “yo creo en tí” significa decir “yo confío en ti. Creer en el otro también
significa confiar en su palabra, en lo que dice; en lo que me transmite, sin miedo a ser inducido al
error. Y así, la fe no es negación del conocimiento; es posibilidad de un conocimiento en otra clave.
Dejarse informar, enseñar, iluminar, revelar...es una ejercitación en la fe y en la confianza en el otro.
La fe no es ciega, sino que hace ver.
2. Cultivar los hábitos del corazón o las experiencias cordiales. La fe es básicamente una experiencia
de confianza en el Dios de Jesús que toca el centro de la persona, su núcleo, lo que la Biblia llama de
corazón. La fe es, en definitiva, un hábito del corazón. Con el tiempo la teología fue llevando la fe a
los niveles de la razón y de la inteligencia. El acto de creer no debe ser irracional, sino razonable. Por
un tiempo se dio excesiva importancia a los contenidos de la fe, olvidándose así de la dimensión
cordial de la fe. Hoy somos más conscientes de que no se debe divorciar estas dos dimensiones de la
fe: la experiencia existencial de la confianza y cierto formulación del mensaje en el que se cree (¿De
qué Dios hablamos?). Es necesario reconocer la importancia de una buena formación del creyente
para una fe madura, algo que debe ser hecho sin caer en un racionalismo frio y un fideísmo radical.
3. Vivir en profundidad y cultivar la dimensión contemplativa. Porque unas personas crecen y otras no
es un verdadero misterio. Sin embargo, una vida en profundidad propicia mucho más el
planteamiento del problema de la fe y, eventualmente, la opción de fe. Es posible que no se de esa
apertura por falta de atención. Es necesario estar atento a las cosas, a los acontecimientos, a la
historia humana. Nadie debe estar tranquilo con lo que ya sabe y conoce. Una sana inquietud es parte
fundamental de buscadores y creyentes. San Agustín expresa su encuentro con Dios en una atenta
mirada hacia su interior Pero tú eras más íntimo que mi propia intimidad y más alto que lo más alto
de mí ser (Confesiones). El primer paso, entonces, no es una decisión, sino el reconocimiento de una
presencia. Es la actitud contemplativa que permite pasar a considerar las cosas como simples objetos
uso y placer a considerarlas como signos, símbolos y sacramentos llenos de sentido.
4. Abrirse a experiencias de transcendencia. La conciencia de ser creatura: ese es un primer paso para
que la persona se abra a experiencias de Trascendencia. Transcender significa, así, salir de sí mismo,
superarse. Consiste en abrir las puertas para que la persona se expanda más allá de sus propios
límites. En verdad, el ser humano no conoce sus propios. Trascenderse es llegar a fondo de sus
propias posibilidades, a su límite, y descubrir, para más allá de él, un horizonte ilimitado para su
realización. La transcendencia da en dos niveles: versión mística (persona hacia Dios, el absoluto), y
versión ética (abre a la persona hacia el otro). En este sentido, la experiencia religiosa, la experiencia
de lo Sagrado supone un salto cualitativo en la vida y conduce a una nueva modalidad de existencia a
un nuevo nacimiento (conversión, mística). Por otra parte, en su carácter ético, la transcendencia
conduce a la superación del individualismo y ensimismamiento. En definitiva, esta es la pregunta
que nos confronta con la experiencia de Transcendencia: ¿Te has transcendido? ¿Has salido al
encuentro del otro? ¿Te has abierto a la fe y la confianza?
5. Cultivar experiencias y prácticas comunitarias. La experiencia ética de la transcendencia solo puedo
acontecer desde prácticas comunitarias. En nuestra cultura individualista es difícil la apertura a los
demás. Sin embargo, no solo somos prójimos de lo demás, responsables por ellos, sino que somos
sujetos necesitados de los demás. Ningún ser humano es autosuficiente, es una isla. La mayor parte
de nuestros conocimientos nos fueron transmitidos por otros, como la mayor parte de nuestras
realizaciones. De ahí la necesidad absoluta de encontrar ambientes comunitarios propicios para
crecer en sabiduría y en auto-realización. Lo mismo sucede en el ámbito de la fe. Solo a través de
una larga tradición comunitaria eclesial ha llegado hasta nosotros la posibilidad de la fe. De haberse
interrumpido esa tradición cristiana, la fe cristiana habría desaparecido. En este sentido, necesitamos
algún tipo de pertenencia eclesial, alguna practica comunitaria, que nos permita acceder a ese
testimonio cristiano. Ciertamente, la fe no termina en el testimonio, sino en el testimoniado. Sin
embargo, el testimonio eclesial es imprescindible para creer en lo testimoniado. Por eso es
importante encontrar ambientes comunitarios para facilitar la iniciación en una cultura de la
confianza y pavimentar el camino de la fe. (Felicísimo Díez, 2015: 7-23).
Las actitudes hasta aquí no son en absoluto garantías de acceso a la fe cristiana.
Cuando nos movemos en un terreno misterioso, que desborda los cálculos y las medidas
racionales, son importantes el diálogo, el respeto y la tolerancia, porque “nos hemos hechos
extraños a nuestras tradiciones: el hombre moderno, aislado en su subjetividad, se ha queda
solo en su mundo de representaciones (Echevarría y Yepes, 2003: 257).

PARA RESPONDER
1. Es importante por que necesariamente debemos tener algún tipo de fe
2. Me identifico con una fe humana, porque confió en los demás
No me identifico con la fe religiosa, porque yo solo vivo la vida, no me interesa
saber el misterio
3. Se pensaba que la duda era lo contrario de la fe, pero lo contrario de la fe es el
miedo.
4. Ninguna persona puede no creer porque, en algún ámbito, cree.
5. El cristianismo declara no caracterizarse por la fe, sino por el objetivo de la fe.
6. La desproporción es el medio permanente dentro del cual se desarrolla la existencia
humana. Siempre expectantes de un horizonte que se presenta más grande que
nosotros, con el que pretendemos medirnos
7. 1. Nosotros debemos inculcar el creer
2. La fe, es un habito que nuestro corazón realiza.
3. Debemos vivir profundamente y no quedarnos con lo que ya sabemos.
4. Debemos trascender, porque debemos ir hacia adelante, no quedarnos estancados.
5. Hacer prácticas con los prójimos y no ser egoístas.

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