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APRENDIZAJE”
TEMA 2
La autoría intelectual del presente documento corresponde a Shinè Psicología y
Coaching, S.L. Cualquier utilización, total o parcial, de la misma sin la autorización
explícita por escrito de los autores podrá llevar a la toma de las acciones legales
pertinentes.
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ÍNDICE
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1. Aprendizaje de la lectura
Uta Frith (1985, 1989) propuso uno de los primeros intentos de modelo sobre el
aprendizaje en la lectura. Su propuesta es una de las más conocidas y aceptadas por
los investigadores para explicar cómo nos convertimos en lectores y escritores
expertos. En concreto, esta autora plantea una teoría cognitiva de tres fases
cualitativamente diferentes para convertirse en un lector/escritor hábil, cada una de
las cuales caracterizadas por una estrategia particular. Estas fases son:
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capacidad se desarrolla como resultado de la experiencia del niño con la lectura
de palabras, formando una representación ortográfica de las palabras, lo que es
indicativo del desarrollo de la ruta directa. Será a partir de los 7 u 8 años
cuando las habilidades ortográficas aumenten espectacularmente.
Philip Seymour (1997, 1999) propone un modelo de desarrollo de lectura muy similar
al de Frith, pero explica cómo se procesa la información en cada una de las fases del
desarrollo del aprendizaje de la lectura. Describe el cambio evolutivo desde el
momento en que el sujeto no sabe leer hasta el momento en que ya puede hacerlo.
Seymour propone cuatro fases interrelacionadas:
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fonema y a la adquisición del principio alfabético. Tres son los indicadores a
partir de los cuales se puede determinar este nivel, el conocimiento de la
relación letra-sonido, la identificación de palabras muy familiares y la habilidad
para leer y escribir pseudopalabras de estructura simple.
• Fase ortográfica. En este periodo se produce el establecimiento y consolidación
de las representaciones ortográficas que son propias del sistema escrito en el
que aprende el sujeto.
• Fase morfológica. En esta fase se sigue afianzando el conocimiento ortográfico
y se le añade la información sobre las formas multisilábicas y morfológicas
complejas.
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decir, una mayor flexibilidad en la aparición de las estrategias de reconocimiento y
escritura de palabras, que deben llevarse a cabo de forma automática para poder
destinar los recursos cognitivos a los procesos superiores de comprensión y
composición de textos.
Mientras que las conexiones en la fase 1 están unidas al significado de las palabras, las
conexiones en las fases siguientes están fundadas en la pronunciación. Las habilidades
de descodificación emergen en la fase 3 y aumentan la calidad de la memoria para el
reconocimiento de palabras.
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exigencias escolares aumentan. Es decir, una intervención especializada precoz,
dirigida a estimular el logro de aptitudes determinantes para el aprendizaje de la
lectura, resulta necesaria para eludir problemas futuros más severos.
Pero no basta con saber estas reglas, además hay que aprenderlas hasta el punto de
que estén automatizadas, para dedicar el mínimo de recursos a este proceso para no
desbordar a la memoria. Con el tiempo, tras la repetición de las palabras más
frecuentes, el niño las leerá con mayor rapidez al reconocerlas en su totalidad, y no
tener que estar yendo letra a letra para reconocerla.
Como señalan Kirby, Desrochers, Roth y Lai (2008), los constructos cognitivos que a lo
largo de las últimas décadas han logrado un gran respaldo empírico como predictores
causales del éxito en la adquisición de la lectura son los siguientes: conciencia
fonológica, conocimiento de las reglas de conversión grafema-fonema, velocidad de
nombramiento, vocabulario y habilidad narrativa.
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Diferentes estudios tanto correlacionales como de entrenamiento han mostrado que
la conciencia fonológica es crítica para la adquisición del proceso de descodificación
inicial (Brady, Fowler, Stone y Windbury, 1994). Sin embargo, aunque es
incuestionable que las habilidades metafonológicas son necesarias para el desarrollo
de la mecánica lectora, no resultan suficientes para el reconocimiento de palabras
(Stanovich, 2000), más bien deben ser consideradas como un medio para un fin. A
corto plazo son un factor que acelera el aprendizaje, pero a largo plazo parecen
alcanzar un efecto techo (Delfior, 2008), de ahí que la investigación haya puesto en
evidencia la influencia de otras variables en el rendimiento lector, como la velocidad
de nombramiento. Así, existen numerosos trabajos que relacionan la rapidez de
denominación de estímulos de distinto tipo (números, letras y colores) con el posterior
reconocimiento de palabras. En cuanto a la conciencia del lenguaje impreso, este
concepto remite al conocimiento del niño acerca de la naturaleza del lenguaje escrito,
a sus formas y a sus funciones (Justice y Ezell, 2004). Antes de ir a la escuela, los niños
ya tienen numerosos conocimientos sobre la escritura que solo se adquieren en
contacto con los textos que se utilizan en su contexto sociocultural: han manipulado
libros, han oído lecturas de textos, han intentado escribir… aunque no pueden leer y
escribir por sí mismos estos textos, sí pueden conocer las características del lenguaje
escrito a través de la lectura y escritura que haga el adulto, y pueden componer textos
mediante el dictado al adulto. Pues bien, las nociones sobre lo impreso también
parecen influir en su logro lector posterior. Aspectos como identificar o nombrar las
letras del alfabeto, reconocer las palabras como símbolos distintos de otro tipo de
representaciones impresas o comprender que la escritura es un mecanismo de
comunicación son aspectos que predisponen positivamente al aprendizaje de la
lectura.
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La conciencia fonológica: es de vital importancia para que el niño realice una buena
lectura. La conciencia fonológica es la capacidad de segmentar, dividir el lenguaje oral
en sus diferentes sonidos sin el apoyo de las letras del alfabeto. Es muy importante
que se trabaje esta habilidad a edades tempranas. Un ejemplo de la actuación de la
conciencia fonológica podría ser el siguiente:
“¿Qué palabra es más larga? ¿Tren o murciélago?” Un niño sin la conciencia fonológica
adecuada diría “tren”.
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consonantes iniciales, y la rima, la parte de la sílaba constituida por el núcleo vocálico
o cima y la coda; y la conciencia fonémica es la habilidad metalingüística que implica la
comprensión de que las palabras habladas están construidas por unidades sonoras
discretas, que son los fonemas (Gutiérrez, Palma y Santiago, 2003; Palacios, 2008;
Treiman, 1983).
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Conocimiento alfabético: aquí nos referimos a que el niño sepa qué sonido
corresponde a cada letra del alfabeto, es decir, que al ver una palabra escrita sepa
dividir esas letras por sus sonidos y sepa asignar el sonido correspondiente a cada letra
o conjunto de letras. La diferencia con la conciencia fonológica es que aquí el niño ve
las letras y a partir de ellas dice qué letras son y qué sonidos las forman. En la
conciencia fonológica el niño escucha una palabra y la divide en sus sonidos, sin tener
ningún apoyo visual.
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• Deficiencias en el procesamiento de las palabras. Las personas que fallan aquí,
al dedicar todos sus recursos a tratar de reconocer lo que leen producen una
sobrecarga que impiden que les queden los recursos necesarios que exige la
comprensión, es decir, dedican todos sus esfuerzos es reconocer las palabras
que leen.
• Pobreza de vocabulario.
• Escasos conocimientos previos sobre lo que se lee.
• Problemas de almacenamiento en la memoria. El niño se va olvidando con
demasiada rapidez de lo que ha leído anteriormente y no recuerda las partes
anteriores del texto que lee.
• Falta de dominio de estrategias que facilitan la comprensión. Es
recomendable enseñar a los niños estrategias de comprensión de una forma
directa. Las estrategias de comprensión deberían tener tres orientaciones:
estrategias previas a la lectura, estrategias durante la lectura y estrategias
posteriores a la lectura.
• Falta de interés y de atención en lo que se lee.
Se debe hacerles ver a los niños de forma clara que el objetivo de la lectura no es solo
realizar la misma de una forma correcta y fluida, sino que es primordial comprender
también eso que se está leyendo.
2. Aprendizaje de la escritura
Según Teberosky (1996), durante la primera etapa que abarca de los 3 a los 4 años, los
niños entienden que escritura es sinónimo de la acción de escribir o, lo que es lo
mismo, “escritura espontánea”. Asimismo, combinan escritura y dibujo, aunque los
diferencian perfectamente en función de su semejanza icónica con lo representado, y
aunque en un primer momento aparezcan grafías multidireccionales, en poco tiempo
los niños muestran gusto por la linealidad de la escritura, a la vez que las grafías
comienzan a ser convencionales mezclando letras y números. No obstante, y siguiendo
a Henderson y Ehri, el niño desconoce que la escritura representa al habla y realiza
garabatos más que escritura propiamente dicha (escritura prealfabética). La escritura
se convierte así en una representación fonética incompleta de las palabras (Gentry,
1982). Además, es en este preciso momento cuando aparece la primera función de la
escritura, la designación, y los niños conciben el significado de la palabra como un
todo. A todo ello añade Uta Frith que los niños en este momento tienen capacidad
para interpretar la información visual procedente del entorno y descubren la función
simbólica de la escritura. Por tanto, las dificultades que los niños manifiestan en este
estadio muestran la falta de relación entre la fonología y la ortografía, es decir, la
palabra no se parece ni en longitud ni en pronunciación a la que pretendía escribir (por
ejemplo, “lar” por “leche”). A todo ello lo denomina estadio logográfico.
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Además, a mayor tamaño del objeto, mayor tamaño de las grafías. Según Gentry
(1982) y Henderson (1985) es en este preciso momento cuando el niño empieza a
comprender que las letras se usan para designar sonidos. Se resumen este período con
la existencia de un conocimiento sobre el sistema alfabético, aunque éste sea
rudimentario e incompleto (Ehry, 1986, 1997).
Posteriormente, el valor sonoro de las grafías será tenido en cuenta al mismo tiempo
que la cantidad de grafías (Jiménez y Muñetón, 2002), si bien primero se adquiere el
valor sonoro de las vocales y más tarde, de las consonantes. En esta misma línea
avanza la teoría de Uta Frith, quien sostiene que el flujo del habla se puede segmentar
arbitrariamente en unidades discretas. En un primer momento aprende a segmentar
las palabras en sílabas, para, posteriormente, dividir las sílabas en fonemas, de modo
que es precisamente ahora cuando el niño es capaz de aislar los fonemas del habla.
Por tanto, en este nivel las dificultades se manifiestan en la confusión de algunos
grafemas (Henderson, 1985). Por regla general, los investigadores han demostrado que
existen mayores dificultades en aquellos fonemas que pueden ser representados
mediante grafemas diversos, como son los casos de “qu” o “cu”. También se produce
en este nivel el aprendizaje de las reglas de conversión fonema – grafema (Frith, 1985;
Ferreiro y Teberosky, 1979).
Superado este momento, Ferreiro y Teberosky (1979) constatan cómo los niños
comienzan a realizar producciones silábico-alfabéticas, es decir, utilizan una letra para
cada sílaba, pero también para alguno de los componentes intrasilábicos, lo que puede
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hacer que dejen sin notar algunos elementos sonoros de la sílaba, que para ellos
suponen una escritura completa a pesar de la falta de algunos aspectos (Jiménez y
Muñetón, 2002; Henderson, 1985), denotando de esta manera mayor conocimiento
acerca de la escritura convencional.
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faltas de ortografía y colocar bien los signos de puntuación, el ser capaz de realizar con
precisión los movimientos musculares que nos llevarán a la realización de las letras
que queremos, con sus tamaños y formas. Creemos que está bastante claro que para
saber escribir correctamente hay que tener muchas cosas en cuenta.
La escritura no es más que llevar los sonidos del habla humana al papel, cada letra de
nuestro alfabeto se corresponde con un sonido (un fonema). Los procesos mentales
que intervienen en la escritura son los siguientes:
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Procesos motores: son los que hacen que plasmemos las letras y palabras que
queremos en el papel. Implican la elección del tipo de letra que queremos usar
(mayúsculas, minúsculas, torcida…Las distintas formas en las que se puede representar
una misma letra se llaman alógrafos) y los movimientos que vamos a hacer para
escribir. Los niños con problemas en estos procesos motores suelen confundir las
letras entre sí, usar las mayúsculas donde no deben, espacios excesivos o letras
amontonadas, tamaño de letras desproporcionados entre sí…
Revisión: consiste en que, una vez se haya realizado el escrito, se haga una evaluación
del mismo con el fin de mejorarlo para llegar a su versión definitiva. Implica realizar
una corrección de las repeticiones, errores de ortografía, cosas que no se entiendan,
verificar que las ideas tienen coherencias entre ellas y que se ha conseguido cumplir
con los objetivos planteados durante el proceso de planificación.
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Como vemos, la mayoría de autores coinciden en establecer una serie de nociones
básicas en el proceso de aprendizaje de las matemáticas que van evolucionando a lo
largo de la escolaridad. A continuación, veremos de manera más detallada las
principales.
Lógica
Esta habilidad debe adquirirse en la primera infancia como prerrequisito básico para
comprender y ejecutar correctamente cualquier tarea matemática. Esta etapa exige la
construcción de tres operaciones lógicas que constituyen la base de este desarrollo: la
clasificación, la seriación y la correspondencia. Las tres se construyen
simultáneamente y no en forma sucesiva.
Junto a estos aprendizajes, y de manera previa a la numeración, los niños tienen que
adquirir otra serie de conceptos, como son mucho, poco, más, menos, etc., adquisición
que se suele producir mediante enseñanzas informales.
Numeración y conteo
En este momento es importante que el niño sea capaz de ordenar una serie numérica
en órdenes ascendente o descendente, así como determinar la regularidad de la
misma. Esto implica que el niño, por un lado, logre reunir objetos en función de sus
atributos cuantitativos y cualitativos (color, textura, etc.) y los represente. Por otro
lado, supone organizar colecciones ordenándolas en forma creciente o decreciente,
estructurándolas tomando en cuenta su numerosidad. Finalmente, implica poner en
juego las habilidades de conteo, estableciendo comparaciones entre colecciones (hay
más que, menos que o igual que).
A su vez, el niño debe ser capaz de decir los números que sepa en orden ascendente
para, más adelante, ser capaz de decirlos en orden descendente. Una vez que el niño
ha realizado el conteo correspondiente, es necesario que ahora identifique el lugar
que ocupa un objeto dentro de una serie ordenada (primero, tercero, etc.).
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Existe gran consenso al establecer una serie de principios que guían el aprendizaje de
la numeración y que se ponen de manifiesto en las experiencias de conteo, a saber:
Operaciones aritméticas
Si bien es cierto que durante la Educación Infantil los niños ya son capaces de realizar
sumas y restas, normalmente contando con los dedos, también lo es que en la etapa
de Educación Primaria se deben producir nuevos aprendizajes. En este momento de la
escolaridad es cuando realmente se produce la comprensión de las operaciones
aritméticas y la mecánica de las mismas. Al tiempo, los niños progresivamente
aprenden a leer y a escribir símbolos numéricos (+, -, /, x, =, etc.), adquiriendo primero
el reconocimiento y la capacidad de nombrar estos símbolos y números y,
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posteriormente, como fruto de un lento proceso, la habilidad para leerlos y escribirlos,
lo que implica a su vez el aprendizaje del valor posicional de los números.
Resolución de problemas
A los 18 meses los niños son capaces de resolver sumas y restas de objetos que sean 1
+ 1 ó 2 - 1. Tres es el número máximo de elementos que los bebés son capaces de
discriminar.
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A los dos años
A los 2 años, los niños no saben contar, pero si son capaces de utilizar los números
uno, dos y tres para, por ejemplo, indicar con sus dedos qué edad tienen.
A los 3 años los niños tienen mucha experiencia sobre el concepto de número. Por
ejemplo, saben cuántos años tienen, cuentan las golosinas que se le dan, saben que
sus tenis tienen un “número”, que el teléfono de casa tiene otro número…
A los 4 años los niños aprenden que el número que viene después en la secuencia
significa mayor cantidad que un número anterior.
A los 4 años son capaces ya de dibujar un cuadrado con sus líneas rectas y sus ángulos
iguales.
A los 4 años se dan cuenta de que a la hora de contar una serie de objetos no es
importante por donde se empiece, ya que el número final al contar siempre será el
mismo si los cuentan todos.
Hacia los 4 ó 5 años empiezan a sentir la necesidad de medir las cosas, utilizando en los
primeros momentos su propio cuerpo como referencia de medida.
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A los 5 años son capaces de comparar con precisión las magnitudes de dos números
seguidos (cuando cuento, el “7” viene después del “6”, por lo que el “7” es más
grande).
Sobre los 5 años adquieren el principio de que el último número que se aplica al contar
una serie de objetos es el número que indica la cantidad de objetos presentes en ese
conjunto.
Entre los 4 y 6 años los niños como norma general ya son capaces de contar hasta 29.
No debe prohibírseles el uso de los dedos para contar, ya irán dejando de usarlos
cuando tengan que realizar operaciones con números mayores.
Sobre los 6 años comprende los conceptos de derecha – izquierda y delante – atrás.
La representación mental que tienen los niños de los números es semejante a una
línea numérica. Son capaces de saber que los números posteriores son mayores que
los anteriores. Por ejemplo, los niños saben que 4 es el posterior a 3 y el anterior al 5.
Entre los 7 y 8 años el niño sabe por qué una cantidad sigue siendo igual a pesar de los
cambios y transformaciones que sufra. Comprende que el número de juguetes que
tiene es el mismo, estén apelotonados en un montón o están ordenados por grupos en
una estantería.
Entre los 9 ó 10 años adquieren la noción de conservación del peso. La misma cantidad
de agua pesa igual esté líquida o esté sólida.
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La perspectiva, la capacidad de concebir, entender o pintar los objetos desde
diferentes puntos de vista no se alcanza hasta pasados los 9 años.
Para que haya un correcto aprendizaje de las matemáticas en los menores es de vital
importancia el usar materiales manipulativos, ya que les permite a los niños estar más
motivados, ver con mayor claridad las representaciones numéricas que tienen que
hacer y la relación que pueden tener las operaciones matemáticas y los problemas con
la vida real. Si nos quedamos en los libros de textos y en los ejercicios de papel y lápiz
pueden originarse dificultades en el correcto aprendizaje.
Siempre será más motivante y atractivo para el niño trabajar junto con las fichas en
papel actividades manipulativas. Si queremos que se produzca un aprendizaje en
profundidad, lo mejor es asociar (siempre que se pueda) lo que se ve a nivel de papel y
lápiz con la relación que puede tener en el día a día cotidiano, mediante trabajos
manipulativos.
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