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Filosofía del derecho


LA JUSTICIA Y LA VIRTUD
DE LA PRUDENCIA

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LA JUSTICIA Y LA VIRTUD DE LA PRUDENCIA

INTRODUCCIÓN

La Prudencia es una virtud vital y trascendente, tanto para las decisiones judiciales que emite el Juez
creando una norma particular para el caso, la Justicia en su máxima expresión concreta, como en la
labor del mediador o del abogado, aunque con distintos matices. El razonamiento judicial ocupa un
tema central del módulo y el decálogo de Eduardo J. Couture lo dedico especialmente a quienes serán
futuros abogados.

La visión jurisprudencial está citada en algunos de los tantos fallos que basan su decisión en la equidad,
como medida de lo justo. Les propongo que lo lean para ejercitar la lectura de la jurisprudencia.

10.1. NATURALEZA DE LA VIRTUD DE LA PRUDENCIA

La prudencia, es una de las virtudes cardinales, además de la Justicia, la Templanza y la Fortaleza. Es la


virtud de la razón práctica que nos ayuda a discernir el bien y a la elección del medio justo para
conseguirlo.

Santo Tomás de Aquino ha efectuado un análisis pormenorizado que nos hace reflexionar sobre ésta
virtud como hábito práctico y que a continuación expongo:

El hábito conceptual práctico

Los actos de la razón práctica son según Tomás de Aquino, cuatro: la simple aprehensión práctica, el
consejo, “consilium”, el juicio práctico “iudicium practicum” y el último, que recibe un par de
denominaciones, el precepto “praeceptum” o imperio “imperium”, aunque también se le puede
denominar mandato: “la razón tiene cuatro actos en lo agible. El primero, la simple inteligencia, que
aprehende algún fin como bien... El segundo acto es el consejo acerca de aquellas cosas a hacer por el
fin... El tercer acto es el juicio de las cosas agibles... El cuarto acto es el precepto de la razón acerca de lo
que se va a hacer”.

Tomás de Aquino llama también al primer acto de la razón práctica, el concepto o simple aprehensión
práctica, simple inteligencia. “La concepción del alma es de doble modo. De uno, como la
representación de la cosa solamente. De otro, la concepción del alma no es representativa de la cosa,
sino más bien como el ejemplar factivo”. Hay una doble modalidad de aprehensión: la teórica y la
práctica. La primera concibe lo real como verdad; la segunda concibe lo real y lo posible como bien. Pero
una cosa es concebir lo práctico, lo realizable, bajo la forma de bien y otra es conocer que se conciben
posibles bienes a realizar. Lo primero es un acto; lo segundo, un hábito: el hábito del concepto. El hábito
del concepto práctico nos permite conocer nuestros actos de concebir prácticos. Además, sobre el
hábito conceptual puede actuar la voluntad según Tomás de Aquino, ya que “puede retener en el
interior el concepto del entendimiento u ordenarlo hacia lo externo”.

“Eubulia” o saber deliberar

En cuanto al consejo o deliberación, cuando la razón se perfecciona adquiriendo el saber aconsejar de


modo recto, permanente o estable, se dice que tiene un hábito propio, denominado eubulia desde
Aristóteles. A este hábito Tomás de Aquino le dedica un capítulo, el octavo, del libro VI de la Ética a
Nicómaco. Aconsejar es deliberar, sopesar los pros y contras de una acción, si una posible solución a

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un problema es mejor que otra, si un bien a realizar es mayor que otro, etc. Como tal acto cognoscitivo
es una operación inmanente. Por ello, este acto no consiste en pedir consejo a unos y otros, asunto que
también se puede y se debe hacer, sino que, en rigor, el acto del consejo o deliberación práctica lo
ejerce cada uno, no los demás por uno. Pues bien, si uno delibera, sopesa, se aconseja, rectamente,
adquiere una perfección en su razón, un hábito, al cual se le llama eubulia

La eubulia “es la rectitud del consejo hacia el fin bueno simpliciter por vías oportunas y en tiempo
conveniente”. Es cierta rectitud del acto del consejo, esto es, rectifica los actos de aconsejar. Ahora bien,
¿cómo los podría corregir si no los conociera? Precisamente porque los conoce les dota de rectitud.
Como el consejo se dice principalmente del bien y secundariamente del mal, la eubulia buscará los actos
referentes al bien y rechazará aquellos que se refieren a males. Ahora bien, como el mal no es sino
ausencia de bien debido, aquello rectificable por la eubulia serán los actos del consejo que se refieren a
bienes menores de los que el sujeto es susceptible de alcanzar. De ese modo, al medir los actos del
consejo, la eubulia logra la captación de la relación entre los medios, es decir, la concordancia entre
ellos.

Como el consejo no busca el bien último, sino el camino bueno hacia el fin, la eubulia conocerá los actos
que versan sobre bienes mediales, no aquellos que versan sobre el fin. Y como el consejo busca el
camino adecuado hacia el bien teniendo en cuenta el tiempo y el modo determinados, sólo si el acto de
aconsejar no prescinde de estas circunstancias de lugar, tiempo, modo, etc., será considerado tal acto
como recto por la eubulia. Ahora bien, tener en consideración todo ese bagaje, no es aconsejar en
orden a algún fin en particular, sino en orden al fin común de toda la vida humana.

La eubulia se distingue, por una parte del hábito de ciencia, que es propio de la razón teórica. Por otra,
de la opinión, que es propia de la razón práctica pero no según rectitud. Y en tercer lugar, se distingue
de otro modo de razonar práctico al que Tomás de Aquino llama eustochia, que consiste en conjeturar
bien. De la primera, de la ciencia, se diferencia en que cuando se posee la ciencia ya no se inquiere más,
pero cuando se tiene la eubulia, la inquisición permanece siempre. De la segunda, de la opinión, en que
el que opina no está seguro, aunque se haya determinado a una cosa, lo cual no acontece al que
aconseja. De la eustochia o buena conjetura, en que ésta es inquisición precedente y es veloz. Además,
ésta puede versar sobre el fin o sobre los medios (en este segundo caso se llama sollertia), mientras que
la eubulia se refiere siempre a medios.

La rectitud de la eubulia difiere, según difiere, según Tomás de Aquino, de la rectitud de la ciencia en
que esta última es siempre recta, puesto que sus actos versan sobre la verdad, mientras que los de la
eubulia se refieren a lo verosímil. Difiere a su vez de la rectitud de la opinión en que esta, pese a no
darse siempre, puesto que cabe en ella tanto lo verdadero como lo falso, cuando se da la rectitud se
dice que hay verdad, pero no se dice que haya bondad, como se predica de la eubulia. Además, el que
opina se ha determinado en cuanto a opinar no en cuanto a la verdad de lo opinado. En cambio, el que
aconseja inquiere sin determinarse. Por esto último, a saber, por la ausencia de determinación que
acompaña a la deliberación del consejo, este acto está llamado a ser seguido por otros. Pues en caso
contrario, la voluntad sería indecisa y la acción humana quedaría inédita. Pero para que se de tal
continuidad cognoscitiva sobre este acto se precisa del hábito de eubulia, que nos permite conocer los
actos del consejo. En efecto, sin darse cuenta de qué sea deliberar, sopesar o aconsejarse, no se puede
saltar a un nivel cognoscitivo superior, porque sólo conociendo el límite que supone tal acto de conocer
podemos abandonarlo, podemos declarar que con él no hemos conocido todo lo que se puede conocer.
Pero ese darse cuenta es el hábito de eubulia y el salto a un conocer superior corre a cargo del acto del
juicio práctico.

“Synesis” o sensatez y “gnome” o saber sentenciar ad casum

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El hábito que perfecciona la razón práctica en orden al juicio práctico, se llama desde el estagirita
synesis. A este acto le dedica Tomás de Aquino el capítulo siguiente, el noveno, del libro indicado del
comentario a la Ética a Nicómaco. La palabra significa sentenciar bien, de ahí el término castellano de
sensatez.

De ella también se distingue la ciencia y la opinión. La ciencia no es synesis porque acerca de la primera
no cabe dudar ni aconsejarse, pero sí acerca de la segunda. Tampoco lo es la opinión, porque ésta puede
tener sentencias verdaderas o falsas, mientras que la synesis sentencia bien. También difiere de la
prudencia, pues aunque ambas versen sobre lo que se aconseja, la synesis capacita para juzgar bien
sobre las cosas agibles, mientras que a la prudencia pertenece el fin y el complemento, a saber, mandar
lo que procede para actuar: “la prudencia es preceptiva, en cuanto que su fin es determinar lo que
conviene realizar o no pero la synesis es sólo judicativa”.

Como se puede juzgar acerca de todo lo operable y como dentro de este campo también cabe una
virtud de la voluntad que es la justicia, Aristóteles distingue la synesis de la gnome, pues “la synesis
importa el recto juicio acerca de aquellas cosas que acontecen de modo plural, pero la gnome importa
el recto juicio acerca de la dirección de lo justo legal”. Esta última virtud no es otra cosa que el recto
juicio, que es objeto de la epiqueia. La synesis y la gnome versan sobre lo singular, como también la
prudencia y por eso se relacionan con esta última como sus predecesoras. La epiqueia, en cambio, se
relaciona con la justicia.

El juicio práctico es un acto cognoscitivo de la razón, no la premisa menor de un silogismo práctico, pues
ésta será en todo caso la expresión lógica de aquél. Además, del destacar una acción a realizar sobre las
demás no se sigue que esa acción se realice. En efecto, muchos propósitos quedan incumplidos. Si se
pensaba en ellos y se afirmaba que se llevarían a la práctica sin intención de realizarlos, tales promesas
fueron simples astucias. Los pactos acordados no cumplidos, en rigor, son mentiras prácticas, que son
las más graves. Por eso se requiere que al acto del juicio práctico que permite destacar un bien por
encima de los demás, le siga otro acto de la razón más comprometido con la ejecución de la acción u
obra. Ahora bien, para que se dé ese paso ulterior, se precisa conocer correctamente los distintos actos
de juzgar prácticamente y saber valorarlos y ese cometido es el propio del hábito de la synesis.

Prudencia

Por último, el hábito que perfecciona la razón práctica en orden al precepto, imperio o mandato se
denomina propiamente prudencia.

Lo propio del hombre prudente es mandar, gobernar: “la prudencia es la virtud del gobernante: auriga
virtutum, la virtud moral que guía a las otras por afincarse en la razón. En la acción de gobierno, la
menos temporal, la más vinculada a la intemporalidad cognoscitiva, es imprescindible el control de la
prudencia, la virtud dianoética. El gobierno tiene que ver con el mandar y el obedecer. Unificadas en la
prudencia, la obediencia y el mandato son virtudes entre las más importantes, siempre que, como dice
Aristóteles, ambas sean alternativas, no unilaterales.

Así, del mismo modo que los actos del consejo y juicio práctico se ordenan al precepto, los hábitos de la
eubulia y la synesis se ordenan a la prudencia. De este modo se explica por qué se consideran al consejo
y al juicio como actos de la prudencia y por qué se toman la eubulia y la synesis como partes potenciales
de la prudencia. Si los dos primeros actos prácticos están en función del imperio o precepto, es porque
éste es más acto. Del mismo modo si la eubulia y la synesis son hábitos de la razón práctica que están en
función de la prudencia, hay que concluir “que la prudencia es más eminente que la synesis, como la
synesis lo es más que la eubulia, pues la inquisición se ordena al juicio como al fin y el juicio al
precepto”.

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La acción moral y laboral, ambas requieren ser practicadas, no predicarlas. Más aún, sólo habla
correctamente de ellas quien las vive, quien las practica. Por eso no es prudente quien da muchas
vueltas a un asunto bueno sin ponerlo por obra. Si después de haber visto con suficiente claridad un
deber a realizar no se lleva a cabo, será por cobardía, pero no por prudencia. La cobardía es falta de
fortaleza, de valentía, una virtud moral imbricada con las demás, pero como los actos de la prudencia
versan sobre las virtudes morales, que son por así decir, su objeto propio, en ausencia de éstas ¿qué van
a dirigir tales actos? Más, cómo no caben objetos sin actos, se puede sospechar que a falta de estos,
carencia de actos. Pero ¿habrá virtud de la prudencia si faltan los actos de imperar? Obviamente no. Por
eso, el mayor error práctico es el que se comete por omisión. La omisión es siempre imprudencia y
deviene fácilmente en injusticia. En suma, mientras que conviene demorarse en el consejo o
deliberación, tras destacar (juicio práctico) e imperar (imperio) una acción, la puesta en práctica de esa
acción conviene que se lleve a cabo con celeridad.

En el estudio de la prudencia, al menos en las 10 cuestiones de la Suma Teológica en que trata de este
hábito (II-II, qq. 47-56) que, por lo demás, constituye su estudio más elaborado de esta virtud (con 56
artículos en total), se distinguen los tres tipos de partes que siguen:

• integrales (en las que destaca 8 partes),


• esenciales o subjetivas (de las que anota 5) y
• potenciales (en las que apunta 3).

Esta distinción la debe Tomás de Aquino a su maestro San Alberto Magno y la aplicará a las cuatro
virtudes cardinales. De modo que estamos ante 16 aspectos distintos que se deben discernir
suficientemente para glosar la virtud de la prudencia. No obstante, tres de ellos, los correspondientes a
las denominadas “partes potenciales” de la prudencia, la eubulia, la synesis y la gnome, ya han sido
investigados. Las ocho partes integrales están tomadas según declara, “ad similitudinem”, por
semejanza, mientras que las esenciales están tomadas “strictu sensu”, en sentido estricto. Por eso llama
a las primeras “cuasi” integrales. ¿Por qué? Porque si bien la prudencia está acompañada de otras
perfecciones esenciales que concurren para que ella pueda darse, pues sin memoria, inteligencia, razón,
etc., uno no podría ser prudente, la prudencia considerada como virtud es una perfección simple, sin
compuestos que la integren, es decir, sin partes integrantes. Por lo que se refiere a las cinco partes
esenciales o subjetivas, la personal, la familiar, etc., conviene aclarar que se denomina así a la prudencia
según sea el sujeto o sujetos sobre los que ella recaiga.

Así mismo, las tres partes llamadas potenciales de la prudencia: la eubulia o buen consejo, la synesis o
sensatez y la gnome o resolución, no son, en rigor, partes de la virtud de la prudencia, puesto que ésta
es, como se ha dicho, una perfección simple, sino que son unas virtudes, también simples, que la
preceden y posibilitan además que la prudencia se dé. De esas virtudes escribe Tomás de Aquino que
son “virtudes adjuntas” de la prudencia. Pero esta ya han sido suficientemente estudiadas al investigar
los actos previos al precepto o imperio, a saber, el consejo o deliberación y el juicio práctico y los
hábitos correspondientes a cada uno de esos actos, que también son previos a la prudencia y que no son
otra cosa que las llamadas “partes potenciales” de la ella. Sin embargo, a mi modo de ver, la dilucidación
de los distintos hábitos predichos y de la prudencia como hábito distinto y superior a ellos, constituye lo
más importante del estudio de la razón práctica.

Afirma San Agustín, en el libro De mor. Eccl. cathol., que la prudencia es amor que escoge con sagacidad
entre las cosas que le favorecen y las que se le oponen. Pero el amor no radica en el entendimiento, sino
en la voluntad. Por consiguiente, la prudencia radica en la voluntad. Como se deduce de la definición
anterior, corresponde a la prudencia elegir con sagacidad. Ahora bien, la elección es acto de la voluntad.
Por tanto, la prudencia radica en la voluntad. Prudente significa como ver a lo lejos; es ciertamente

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perspicaz y prevé a través de la incertidumbre de los sucesos. Ahora bien, la visión pertenece no a la
facultad apetitiva, sino a la cognoscitiva.

Es, pues, evidente que la prudencia pertenece directamente a la facultad cognoscitiva. No pertenece a la
facultad sensitiva, ya que con ésta se conoce solamente lo que está presente y aparece a los sentidos,
mientras que conocer el futuro a través del presente o del pasado, que es lo propio de la prudencia
concierne propiamente al entendimiento, puesto que se hace por deducción.

Por consiguiente, la prudencia radica propiamente en el entendimiento. Resulta, pues, evidente que lo
que considera la prudencia está ordenado a otra cosa como a un fin. Ahora bien, considerar lo
relacionado con el fin incumbe al consejo por parte de la razón y a la elección por parte de la voluntad. Y
de estos dos actos, el consejo atañe más propiamente a la prudencia, conforme al testimonio de San
Agustín en VI Ethic. de que el prudente, sabe aconsejar bien.

El mérito de la prudencia no consiste solamente en la consideración, sino también en la aplicación a la


obra, fin del entendimiento práctico. Por eso, si en esto hay defecto, es sobre todo contrario a la
prudencia porque si el fin es lo más importante en todo orden de cosas, el defecto en lo que le atañe es
pésimo. De ahí que la prudencia no está simplemente en el entendimiento, como el arte; conlleva, como
hemos dicho, la aplicación a la obra y esto incumbe a la voluntad.

San Agustín define la virtud como hábito electivo que consiste en un justo medio que exige una
determinación de la razón.

Ahora bien, la recta razón es propia de la prudencia, La virtud moral rectifica la intención del fin; la
prudencia, en cambio, la de los medios. En consecuencia, no incumbe a la prudencia señalar el fin a las
virtudes morales, sino únicamente disponer de los medios. Tulio asigna a la prudencia tres partes:
memoria, inteligencia, providencia. Macrobio, en cambio, siguiendo el parecer de Plotino, le atribuye
seis: razón, inteligencia, circunspección, providencia, docilidad, precaución. Aristóteles, por su parte, en
VI Ethic., sostiene que a la prudencia le corresponden eubulia, synesis y gnome (el buen consejo, la
perspicacia y la sentencia), aunque menciona también, al hablar de la prudencia, la vigilancia, la
sagacidad, el sentido e inteligencia.

La prudencia es el saber de los medios. No se deben confundir el fin con los medios y mucho menos,
perjudicar el fin con un manejo imprudente de los medios. Es interesante observar cómo San Ignacio de
Loyola, en el libro de los Ejercicios Espirituales cuando propone a sus lectores una forma de orar los
pone a considerar tres preámbulos: conocer la historia, contemplar el lugar, tener claro el fin que se
busca. Pasado, presente y futuro. Debemos adquirir un método de análisis de las condiciones en que
opera la persona siempre ordenada a un fin. La frase “fin para” es un eje transversal en el pensamiento
de San Ignacio, ya que el fin es la razón de ser y actuar del hombre. Controlar el estado de ánimo, los
impulsos, con el ejercicio de la prudencia.

No hay mayor señorío que adquirir dominio de uno mismo, de las pasiones, pues de ahí sale el triunfo
de la voluntad propia.

10.2. EL RAZONAMIENTO JUDICIAL. EL ABOGADO. MISIÓN DEL JUEZ Y


DEL MEDIADOR

La prudencia es virtud que compromete a la persona del juez en todos sus actos de manera que a fuerza
de vivir adquiere experiencia, tanto de las consecuencias como de la trascendencia de las decisiones de
sus fallos.

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La misión del Juez, sin duda, es encontrar lo justo en su máxima expresión de lo concreto: el caso que se
somete a su decisión. Y el razonamiento del magistrado, debe ser ante todo prudente. Por el contrario,
el razonamiento para definir una solución justa está repleto de balances, valoraciones, ponderaciones y
análisis para llegar a la solución justa.

Nadie nace prudente, es necesario que el juez dedique tiempo a conocerse para lograr por la vía del
estudio y la percepción serena los cambios en los hábitos, en las disposiciones y aptitudes para
conseguir ser una persona íntegra, competente en la ciencia del derecho y principalmente prudente en
la toma de decisiones plasmada en cada sentencia que dicta impactando significativamente al justiciable
(parte en el caso particular) y a la sociedad.

La delicada labor que realizan los juzgadores conociendo de los casos concretos comprometidos,
aplicando las normas jurídicas generales y abstractas al caso concreto para restablecer el orden en la
aplicación de la justicia suponen cultivar la virtud de la prudencia. Para ser un juez prudente no es
suficiente con el estudio de las actualizaciones legislativas, igual o más importante que ese
conocimiento técnico, es la formación de la virtud de la prudencia de manera que el buen juez debe ser
prudente y no solo o preferentemente hábil en el manejo de los repertorios legislativos.

Así entendida la prudencia como virtud integral ya podemos advertir que supone dos aspectos a saber:
el conocimiento de la normativa aplicable al caso concreto y la disposición de la voluntad para ordenar
las acciones en cada caso y concretar lo justo debido.

Si analizamos con profundidad los dos supuestos anteriores fácilmente inferimos que toda injusticia es
una imprudencia, un desorden que supone violencia y corrupción, en consecuencia, es necesario que el
juzgador desarrolle en su persona el hábito moral en contra de lo injusto, de manera que plasme la
justicia en sus decisiones, especialmente en la decisión pausada y serena de sus resoluciones que
siempre son trascendentes no solo por el impacto en la vida de personas concretas sino porque con
frecuencia inciden en la sociedad toda. El juez y el justiciable provienen de una misma sociedad.

Desde antiguo el protagonista del mundo del derecho es el juez. El magistrado no puede excusarse de
pronunciar sentencia argumentando lagunas de la ley, aunque falte ley y aunque existieran dos o más
leyes de contrario sentido aplicable al dubio del caso, sea por defecto o sea por exceso, el juicio
prudente del juez debe decidir el sentido de que es lo debido que en la justicia se concrete, así las cosas,
la sede de lo jurídico yace en el juicio que pronuncie el juez en el acto de decidir que es lo justo de la
causa.

La ley es un criterio decisión pero no resuelve ni decide la litis. El responsable de decidir o fallar la causa
es el juez y quien acepta ser juez del ciudadano necesariamente será juzgado por la sociedad. En esto
reside el valor y la trascendencia de la enorme responsabilidad de ser juez .

El razonamiento jurídico prudencial implica el paso de la generalidad de la norma a la particularidad de


su aplicación, aquí y ahora, esta decisión supone cierta dosis de incertidumbre o duda.

La duda del juez en tanto persona conocedora del derecho ha de ser razonable y esta condición se
alcanza a fuerza de ser discreto; así, la discreción le viene de su experiencia en el trato sereno y
conociendo los conflictos entre partes, con posiciones antagónicas que han de resolverse mediante la
decisión de un tercero imparcial y necesariamente prudente, capaz de distinguir entre diversas posturas
razonables.

La incertidumbre del juzgador ante la causa que debe dirimir admite al menos tres posibilidades, a
saber:

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• La equidad o epiqueya, este mejor ajustamiento de la norma al caso, que tiene como fin la
justicia, respecto de una situación en particular en que es dudosa la presunta generalidad de la
letra de la ley.
• El estado de necesidad, la más antigua sabiduría jurídica reconoce que el estado de necesidad
no tiene ley y sin embargo esa situación no exenta al juez del deber de decidir qué es lo justo.
• La colisión entre principios jurídicos o los valores jurídicos contenidos en ellos, que cobran
necesaria aplicación pero que en el caso concreto parecen apuntar en direcciones opuestas: el
actor, que impone como causa de pedir uno de esos principios mientras que el demandado se
acoge a otros. No se trata de excluir algún principio sino de ponderarlos. Y eso sólo es posible
ante la circunstancia particular iluminada por la prudencia del juez.

En este punto subrayo la Valoración, la ponderación de los valores en juego, para decidir, conforme a las
máximas de experiencia del juzgador, el impacto de su decisión en las partes del caso tanto así como en
la sociedad toda. Porque existen conflictos jurídicos en los cuales aquello que es necesario saber para
dirimirlos, justamente se encuentran en un área donde la norma no apunta en una única dirección, la
realidad se presenta y una o más normas inciden en la decisión del caso, sin embargo el juez debe
decidir lo justo y solo es posible cultivando la virtud de la prudencia que es amiga de la experiencia, la
discreción y la paciencia. Desde antiguo el saber que informe los juicios jurídicos se conoce como
prudencia jurídica.

Para los romanos saber derecho consistía precisamente en el arte de desentrañar en cada caso lo justo y
lo injusto. En consecuencia, la sabiduría jurídica de los romanos se ocupó de la relación específica entre
personas y cosas que el juez tutela mediante su resolución. Los razonamientos que llevaron a los
romanos a elaborar su derecho dentro de este estilo casuístico descansan en el cultivo de la prudencia
mediante una comprensión profunda de los principios implícitos en la ley. Esta capacidad de ver
espontáneamente la solución precisa, se basa en el conocimiento jurídico profundo y la experiencia
adquirida a través de largos años de labor discreta y paciente

Con el juez prudente ocurre como con el escultor que cuando esculpe una figura en piedra no hace que
la figura entre en el bloque sino que va sacando en una ardua y delicada labor a través de los golpes los
pedazos de piedra que sobran, si lo pensamos bien, el artista no le aporta nada al bloque de piedra
original, más bien quita lo que le estorba y entonces resplandece la escultura escondida en ese bloque,
de la misma manera el arte del juez prudente, no consiste en imponer su justicia sobre los justiciables,
sino en descubrir mediante una ardua labor de reflexión lo que objetivamente es justo en la litis actual o
potencial. Esto supone comprender mediante el ejercicio de la razón la esencia de las cosas para
desentrañar en sentido profundo qué es lo debido. Decir el derecho, qué es lo debido, es acto singular
de una persona a quien llamamos juez. De manera que por el decir prudente del juez se produce el
tránsito de la ley general al caso particular. La sensibilidad del juez prudente no es conjetura ni
presentimiento en mera apreciación superficial, es actitud propia del juez prudente, atento a tutelar la
igualdad de quienes comparecen ante él tanto en lo procesal, como en el sustantivo, juzgando de
manera tal que haga realidad la justicia.

El discernimiento del juez discreto no es ejercicio de arbitrariedad sino manifestación de virtud que
informa la razón y mueve la voluntad al equilibrio de reparto según mérito o demérito. En consecuencia
el juez prudente no puede ni debe disculparse ante la sociedad, argumentando deficiencias de la ley. La
decisión equivocada de un caso o la falta de sentencia oportuna, siempre le son imputables, en tanto le
suponen falta de prudencia.

En la formulación de la sentencia, el juez debe justificar su decisión en cada una de sus líneas,
precisamente porque en estas decisiones está de por medio la libertad, la honra o los bienes de los
justiciables que acuden ante él. Por ello, vimos en módulos anteriores, la Interpretación jurídica que

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debe conjugar el arte de la argumentación para persuadir al justiciable mostrará porqué ha tomado
determinada decisión. Decidir lo justo concreto en un caso particular, es la misión del Juez. Por ello, es
vital la prudencia para la persona que es designada como Magistrado.

El mediador es una figura que tal como lo indica la palabra trata de acercar las partes, persuadiéndolas
con fundados argumentos, sobre la conveniencia de que ellas mismas, llegan a un acuerdo, que las
conforme recíprocamente.

En nuestro país la mediación civil, está instituida como obligatoria para muchas cuestiones civiles como
previas a la instancia judicial y en otros casos civiles, como facultativa. El mediador, concilia posiciones,
le muestra a cada parte qué tiene para ganar o perder en las posiciones encontradas y antagónicas que
frecuentemente les son encomendadas. Es un medio, no un “decisor”, como el Juez. Empero, debe
ejercitar la prudencia y proponer la solución más justa posible a la contienda

El abogado como operador jurídico y aunque defienda el interés de una sola parte, no debe ser ajeno a
la prudencia, así debe aconsejar a su cliente, moderar las pasiones que nublan el entendimiento de
quien no cuenta con la objetividad, ya que es el justiciable, que reclama en nombre propio. Por ello el
abogado debe ejercitar estos diez "mandamientos" que tan certeramente ha señalado Eduardo J.
Couture en el ejercicio de su profesión y que muy especialmente les pido a los alumnos que presten
atención, para que sean excelentes personas y disfruten de la abogacía como vocación:

1. Estudia: El derecho se transforma constantemente. . Si no sigues sus pasos, serás cada día un
poco menos abogado.
2. Piensa: El derecho se aprende estudiando, pero se ejerce pensando
3. Trabaja: La abogacía es una ardua fatiga puesta al servicio de las causas justas.
4. Procura la justicia: Tu deber es luchar por el derecho; pero el día en que encuentres en
conflicto el derecho con la justicia, lucha por la justicia.
5. Se leal: Leal con tu cliente, al que no debes abandonar hasta que comprendas que es indigno de
ti. Leal para con el adversario, aun cuando él sea desleal contigo. Leal para con el juez, que
ignora los hechos y debe confiar en lo que tú dices y que, en cuanto al derecho, alguna que otra
vez debe confiar en el que tú le invocas.
6. Tolera: Tolera la verdad ajena en la misma medida en que quieres que sea tolerada la tuya.
7. Ten paciencia: En el derecho, el tiempo se venga de las cosas que se hacen sin su colaboración.
8. Ten fe: Ten fe en el derecho, como el mejor instrumento para la convivencia humana; en la
justicia, como destino normal del derecho; en la paz, como sustitutivo bondadoso de la justicia.
Y sobre todo, ten fe en la libertad, sin la cual no hay derecho ni justicia ni paz.
9. Olvida: La abogacía es una lucha de pasiones. Si en cada batalla fueras cargando tu alma de
rencor, llegará un día en que la vida será imposible para ti. Concluido el combate, olvida tan
pronto tu victoria como tu derrota.
10. Ama tu profesión: Trata de considerar la abogacía de tal manera que el día en que tu hijo te
pida consejo sobre su destino, consideres un honor para ti proponerle que se haga abogado.

10.3. JUSTICIA, PRUDENCIA Y EQUIDAD, LA VISIÓN JURISPRUDENCIAL

A lo largo de la lectura del módulo hemos visto estos tres valores, justicia, como lo justo concreto que
utiliza la equidad como medida o ajuste al caso concreto y la prudencia que implica la superación de las
explicaciones meramente racionales, destacando la importancia fundamental de la “experiencia que
prevé resultados eficaces”, es un todo inseparable en las decisiones judiciales, o por lo menos, a lo que
debe aspirarse.

La jurisprudencia, o sea, los fallos judiciales, hacen mención expresa de estas confrontaciones de valores
y la aplicación de razonamientos equitativos, para llegar a lo justo concreto. La justicia constituye la

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expresión más acabada del bien social precisamente porque solo gracias a ella es posible la paz, si lo
pensamos bien, todas las formas de imprudencia, suponen violencia, corrupción en insatisfacción
humana. Que se manifiesta como formas de injusticia.

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