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SEMANA 12

MÓDULO 12
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Filosofía del derecho


Derecho humanos

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LOS DERECHOS HUMANOS

INTRODUCCIÓN

Escuchamos hablar con mucha frecuencia de derechos humanos en distintos ámbitos y sin embargo la
definición de ellos y su “valor”, no está debidamente explicitada. Intentaremos ahondar en ellos y en su
devenir histórico para entender un poco más las dificultades que afrontan en tanto derechos y la
problemática que generan los deberes jurídicos de los sujetos pasivos, que deberían satisfacer su
demanda.

12.1. EL DERECHO Y LOS DERECHOS HUMANOS. VALOR DEL DERECHO

Después de la última posguerra y más aún en la década del 70’ el modo de ver lo jurídico desde las
normas y las obligaciones fue cambiando, visualizándose los problemas en términos de facultades o
prerrogativas de los sujetos. Se apartó el debate filosófico sobre los derechos y se transformó en una
categoría habitual del pensamiento práctico jurídico. Esto llevará a confundir la determinación concreta
de lo jurídico. Todo se centra en el sujeto individual y sus intereses personales.

Fue la problemática de los derechos humanos, entre otras, que provocó la crisis de la razón positivista e
impulsó el intento de devolver al campo de la razón las cuestiones referidas a la convivencia humana y
al uso de la libertad. Motivó la vuelta a la filosofía práctica cuyo objeto es el obrar de la conducta
humana donde los fines y los valores de dicho accionar son controlados racionalmente. Ella se confronta
con una racionalidad puramente instrumental que olvida los fines y la justificación ética.

Los derechos del hombre son derechos fundados en la condición humana. La dignidad es su raíz y
fundamento. Son los derechos del ser existencialmente autónomo en sí mismo. El hombre está dotado
de una capacidad de conocimiento que le hace posible elegir. Esto quiere decir que la libre elección hace
a la persona titular de derechos y del ejercicio de ellos como capacidad inherente a su existencia.

Los derechos humanos en el lenguaje habitual se presentan como exigencias anteriores y superiores a
los ordenamientos jurídicos positivos.

El sujeto activo es titular de esos derechos. No sólo el individuo puede ser quien reclame dichos
derechos sino ciertos grupos sociales pueden adjudicarse la legitimidad para representar a un número
considerable de personas vinculadas por un reclamo específico.

Idéntica consideración corresponde respecto de los deudores o sujetos pasivos a quienes se demandan
estos derechos humanos.

Las palabras denotan realidades y con el término derecho se alude a conducta, a facultad y a norma, con
un nexo significativo, es un concepto análogo.

El término jurídico, posee una extensión más amplia, la razón de que algo sea denominado dentro de
ésta categoría implica una cierta relación de causalidad con el bien común político.

Se vincula con las conductas cuyo cumplimiento resulta necesario, para el bien común político. El
término derecho, en su significación más propia y central se refiere a conducta jurídica, a la conducta
humana referida a otro sujeto jurídico, objetivamente debida y en principio coercible. Las realidades que
denominamos derecho guardan relación con la praxis jurídica. La practicidad más plena se da en las
acciones singulares y concretas. La realización del bien humano se da en las acciones singulares.

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Para terminar con el concepto de derecho puntualizo que es una conducta de un sujeto consciente, con
discernimiento y voluntad, exteriorizada y con la nota de alteridad (referencia al otro, de la vida en
sociedad). Además la conducta debe ser debida u obligatoria, que exista un órgano que ejerza coerción
para su cumplimiento

Volvemos al derecho natural, entre las reglas del derecho hay algunas que son deducidas del derecho
inherente a la naturaleza del hombre, no son creadas por el hombre. El derecho como facultad de exigir
ha pasado por varias etapas, la radicalización de la individualidad del sujeto humano se ha impuesto por
ideologías netamente liberales, sin embargo, los conflictos internacionales y la globalización de los
efectos de los enfrentamientos armados han contribuido al nacimiento y desarrollo de un derecho
supranacional e internacional.

En la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano se jerarquiza el fin de la comunidad
política como la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre.

Derechos, aparece como sustantivo al que le corresponden los adjetivos naturales e imprescriptibles. Y
el deber del otro de satisfacer la exigencia planteada por los derechos está específicamente prevista en
la Convención Americana sobre los Derechos Humanos (capítulo 1), en el Protocolo Adicional a la
Convención Europea y con mayor acento aún en la Declaración Americana, establece como preámbulo
que “derechos y deberes se integran correlativamente en toda actividad social y política del hombre”.
Individuos y colectividades son titulares de derechos. El objeto de esos derechos es siempre la conducta
humana.

Existen principios normativos que fundan los derechos, el principio material o sustrato determinable de
las cosas, el formal que especifica la realidad, el eficiente, que explica la génesis del ente del que se trata
(la norma generaltítulo jurídico particular) y el principio final, que da razón a los derechos, es el bien
común político.

En síntesis, no hay derecho a nada sin que otro u otros sujetos jurídicos estén obligados a satisfacer la
prestación de acción, dación u omisión.

Los derechos humanos, como señalamos precedentemente, están enraizados o fundamentados en el


carácter humano de los titulares de dichos derechos y denotan una mayor jerarquía que los que no se
consideran humanos. Son preexistentes a las leyes positivas y por ello se declaran o reconocen, no se
otorgan o conceden por leyes de un sistema jurídico.

Las tesis iuspositivistas sostienen que toda norma o principio jurídico tiene fuente meramente positiva y
por ello, resulta ilógico que hablen de derechos humanos sin riesgo de contradicción.

No casualmente las doctrinas acerca de los derechos humanos nacieron en el ámbito del iusnaturalismo
moderno que afirma la existencia de principios supra positivos y se relacionan en forma directa con el
fundamento de éstos derechos.

La concepción actual de “persona” como naturaleza, en lugar de la antigua, como sinónimo de estatus o
rol social implica sin duda un avance, pero los derechos del hombre perderán en contenido y
concreción, abriendo camino al positivismo en el siglo XIX.

El fundamento de los derechos humanos radica en la especial dignidad personal, que compete a todo
hombre que lo hace acreedor, sólo por esa dignidad, a un cierto respeto y colaboración por los demás
sujetos.

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La preeminencia que lo dignifica ante las demás personas se transfiere a los bienes que componen la
perfección humana; la dignidad del hombre-persona-humano-, no se circunscribe sólo al plano
ontológico sino que se extiende también al práctico.

El hombre no sólo es digno en sí mismo sino que también lo es su actividad libremente ordenada al
logro de su perfección. Esta actividad perfectiva involucra el respeto de cada integrante de la sociedad e
involucra a cada hombre en innumerables relaciones entre ellos.

Cada uno podría considerar que la falta de cumplimiento de sus infinitas aspiraciones será expresión de
injusticia de la sociedad. El resultado será la rebelión o la conformidad. Sin embargo, debo destacar que
no cabe concebir derechos, por muy naturales que se digan, fuera de la sociedad y que imposibiliten la
convivencia ya que el derecho sólo puede desarrollarse en el ámbito social. La clave quizá, se encuentre
en profundizar en el carácter complejo y práctico del derecho que deberá ser acompañado por una
política social acorde a los requerimientos de los más elementales derechos de un ser humano.

La conciencia sobre los derechos humanos es uno de los signos de nuestra época. Un factor de presión
social y a la vez de insatisfacción.

Resulta impracticable dar cabida a todas las aspiraciones de los individuos, allí será tarea de la justicia
distributiva balancear para equilibrar las grandes diferencias arraigadas en los distintos sectores de una
sociedad. Ya en el año 1945 el preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas aludió a la atención por el
respeto y promoción de los derechos humanos como uno de los fines esenciales de esa entidad. Para
determinar esos derechos se constituyó una comisión que, además de redactar el proyecto de la
Declaración, debía resolver tres cuestiones fundamentales: compatibilizar los derechos del individuo con
los del Estado, coordinar las libertades personales y los derechos económicos-sociales y determinar un
asunto doctrinario ¿quién confiere los derechos humanos?, ¿el Estado, la Organización de las Naciones
Unidas, o son inherentes a la persona? No parecía fácil poner de acuerdo sobre ésta cuestión a
representantes del pensamiento cristiano, el marxista, las concepciones orientales o el iluminismo. De
hecho el texto final procuró no definirse al respecto, lo cual queda claro cuando comparamos este
documento con la Declaración de Derechos de Virginia fruto de una época (año 1776) en que
predominaba el espíritu iusnaturalista y liberal del constitucionalismo anglosajón. Así, mientras en el
documento norteamericano se dice que “los hombres son por naturaleza igualmente libres e
independientes” en la Declaración Universal se limita a afirmar que “todos los seres humanos nacen
libres e iguales en dignidad y derechos”.

Los textos de derechos humanos vienen a recordar que no cualquier acción es digna del hombre por
más eficaz que se presente para el logro de un proyecto ideológico. Al establecer límites y orientaciones
a la actividad política y jurídica están resguardando a los hombres de ser objeto de manipulación por
parte de minorías o mayorías iluminadas. Los derechos humanos son derecho aplicable en forma directa
y en otros casos son fuente directa de las que se nutre el juez en un decisorio para arribar a lo justo
concreto. No son un elemento competitivo de la ley ni la utopía inalcanzable. Existen derechos que son
tan fundamentales que su mutación sustancial conllevaría a una alteración del ser mismo del hombre.
La verdad de estas exigencias no es afectada por la evolución histórica porque su titular, el hombre,
sigue siéndolo aún en los contextos culturales más diversos.

Debe existir una concientización del carácter absoluto del fundamento de los derechos esenciales. El
hombre es un ser con sentido, tiene un fin. En toda sociedad existe un orden entre los hombres que la
integran, este orden puede ser calificado como “mejor o peor” según las relaciones que lo constituyen
se ajusten más o menos al fin del hombre y la sociedad. El orden social y los fines de las personas no
pueden ser reducidos a simples intereses económicos o políticos. El bien social incluye aspectos tan
múltiples y concretos como la laboriosidad de un pueblo, la limpieza de su aire, el valor de la palabra, la

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protección de los más desvalidos, el sustento de los bienes necesarios para la vida y otras materias que
han sido descriptas en los acuerdos internacionales sobre derechos humanos.

Un bien social abstracto que no traduzca en el desarrollo personal de los individuos será meramente
declarativo y carente de todo sentido. Los derechos humanos no coinciden exactamente con el bien
social pero son medios que permiten gozar de él. Tienden a proteger a los individuos contra las
intervenciones inadecuadas de la autoridad pero también contra las agresiones y pretensiones injustas
de terceros. Los derechos son función de ese orden para el fin que ilumina sobre su contenido y alcance.
La vida social es el único ámbito en que pueden desarrollar sus posibilidades los hombres.

El famoso principio de “la libertad de uno termina donde comienza la del otro” es un término vacío en
cierto sentido; requiere de un tercer término, el fin, que permita mediar entre los derechos en disputa y
determinar, en función de él, cuál es el límite y la extensión de cada uno. En la Declaración Universal de
1948 se completó el principio de los derechos y libertades de los demás como límite de los propios con
la referencia a las justas exigencias de la moral, del orden público y del bienestar general y para evitar
malos entendidos agregó la expresión “en una sociedad democrática”.

Lo realmente importante es avanzar en el campo de las garantías más que en las proclamaciones,
desechando los excesos teóricos. Joaquín García Huidobro refiere que debe perderse el temor a vincular
los derechos humanos con antigua idea del derecho o ley natural despojada, eso sí, de todo
racionalismo altisonante.

Para Norberto Bobbio el problema de nuestro tiempo no es el de fundamentar los derechos humanos
sino el de protegerlos. Expresa además, que el problema no es filosófico sino jurídico y en un sentido
más amplio es político. No se trata de saber cuáles y cuántos son éstos derechos, cuál es su naturaleza y
fundamentos, si son naturales o históricos, absolutos o relativos sino cuál es el modo más seguro para
garantizarlos, para impedir que a pesar de las declaraciones solemnes, sean continuamente violados.
Pero sin duda, no es posible que los hombres respeten esos derechos sino le damos un porqué.

Bobbio sostiene que el problema estaría resuelto desde el momento en que se aprobó la Declaración
Universal, el 10 de diciembre de 1948, la que ha recibido la aprobación de la mayoría de los países. Ya
que es de suma dificultad deducir estos valores de un dato objetivo como puede ser la naturaleza
humana, aparece este “consensus ómnium gentium” que aprueba por primera vez en la historia un
sistema de principios fundamentales de la conducta humana. Pero este consenso se refiere sólo al
catálogo sin explicar el porqué de los derechos humanos. Es un acuerdo no fundamentado, como se dijo
entonces, ya que se evitó hacer prevalecer alguna doctrina. Bobbio afirma que los valores no se
fundamentan, se asumen.

Este planteamiento transforma la teoría de los derechos humanos en una especie de religión.

Es necesario, a mi entender, utilizar argumentos racionales y jurídicos recurriendo a herramientas


filosóficas más adecuadas que permitan observar al derecho con una perspectiva jurídica y lograr una
fuerza persuasiva no ideologizada. La estrategia reivindicativa de los derechos humanos se presenta hoy
con rasgos inequívocamente novedosos al polarizarse en torno a temas tales como el derecho a la paz,
los derechos de los consumidores, el derecho a la calidad de vida o la libertad informática. En base a ello
se abre paso con creciente intensidad la convicción de que nos hallamos ante una «tercera generación»
de derechos humanos complementadora de las fases anteriores referidas a las libertades individuales y
los derechos sociales. De este modo, estos derechos y libertades de la «tercera generación» se
presentan como una respuesta al fenómeno de la «contaminación de las libertades» (liberties’
pollution),término con el que algunos sectores de la teoría social anglosajona aluden a la erosión y
degradación que aqueja a los derechos fundamentales ante determinados usos de las nuevas
tecnologías.

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La revolución tecnológica ha redimensionado las relaciones del hombre con los demás hombres, las
relaciones entre el hombre y la naturaleza así como las relaciones del ser humano con su contexto o
marco de convivencia. En el plano de las relaciones humanas la potencialidad de las modernas
tecnologías de la información ha permitido, por vez primera, establecer unas comunicaciones a escala
planetaria. Ello ha determinado que se adquiera consciencia universal de los peligros más acuciantes
que amenazan la supervivencia de la especie humana.

El desarrollo de la industria bélica sitúa a la humanidad ante la ominosa perspectiva de una hecatombe
de proporciones universales capaz de convertir nuestro planeta en un inmenso cementerio. De ahí, que
la temática de la paz haya adquirido un protagonismo indiscutible en el sistema de las necesidades
insatisfechas de los hombres y de los pueblos del último período de nuestro siglo y que tal temática
tenga una inmediata proyección subjetiva. Prueba elocuente de ello lo constituye la monografía de
Wolfgang Däubler “Stationierung und Grundgesetz” (1983), que más allá de su título constituye un
replanteamiento del entero catálogo de los derechos fundamentales de la Grundgesetz asumidos desde
la perspectiva de la paz y el desarme (Cfr. también el tomo sobre Derecho, Paz, Violencia del «Anuario
de Filosofía de Derecho», 1985).

En el curso de estos últimos años pocas cuestiones han suscitado tan amplia y heterogénea inquietud
como la que se refiere a las relaciones del hombre con su medio ambiental en el que se halla inmerso
que condiciona su existencia y por el que, incluso, puede llegar a ser destruido. La tensión entre
naturaleza y sociedad corre hoy el riesgo de resolverse en términos de abierta contradicción cuando las
nuevas tecnologías conciben el dominio y la explotación sin límites de la naturaleza como la empresa
más significativa del desarrollo. Los resultados de tal planteamiento constituyen ahora motivo de
preocupación cotidiana. El expolio acelerado de las fuentes de energía así como la degradación y
contaminación del medio ambiente han tenido su puntual repercusión en el hábitat humano y en el
propio equilibrio psicosomático de los individuos.

12.2. STATUS ONTOLÓGICO DE LOS DERECHOS HUMANOS

Me permito en este punto exponer un extracto del Profesor Dr. Eugenio Bulygin publicado en los
Cuadernos de Filosofía del Derecho de Doxa sobre el status ontológico de los derechos humanos:

“En el caso especial de los derechos humanos se trata de reglas o principios de un sistema moral. Por lo
tanto los derechos humanos son, al menos en su sentido originario, derechos morales. Llegamos, pues, a
la conclusión de quelos derechos humanos otorgados por un orden jurídico son derechos morales, que
el orden jurídico en cuestión reconoce, pero cuya existencia es independiente de ese reconocimiento.

El jusnaturalismo puede ser definido (y es definido también por Nino) mediante las siguientes dos tesis:

a) La primera tesis afirma la existencia de un derecho natural, es decir, de un sistema de normas


universalmente válidas y cognoscibles que suministran criterios para la justicia de instituciones sociales;

b) La segunda tesis afirma que un sistema normativo que no se ajusta al derecho natural (esto es, se
halla en conflicto con él) no es un orden jurídico.

La primera es una tesis ontológica; en cambio, la segunda tesis puede ser considerada como una tesis
semántica, pues ella limita la extensión del concepto de derecho y sirve, por lo tanto, para la
determinación del significado de la palabra «derecho».

Naturalmente, no tiene sentido discutir sobre el significado de las palabras y por lo tanto es en principio
indiferente si el positivismo jurídico es definido como una tesis puramente semántica o como una tesis
sustantiva. La pregunta interesante en este contexto es: ¿qué son los derechos humanos, es decir, cuál

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es su status ontológico para un positivista (en mi sentido del término) o para un escéptico ético en el
sentido de Nino?

Es claro que si no hay normas morales absolutas, objetivamente válidas, tampoco puede haber derechos
morales absolutos y, en particular, derechos humanos universalmente válidos. ¿Significa esto que no
hay en absoluto derechos morales y que los derechos humanos sólo pueden estar fundados en el
derecho positivo? Esta pregunta no es muy clara y no cabe dar una respuesta unívoca.

Por un lado, nada impide hablar de derechos morales y de derechos humanos, pero tales derechos no
pueden pretender a una validez absoluta. Ellos sólo pueden ser interpretados como exigencias que se
formulan al orden jurídico positivo desde el punto de vista de un determinado sistema moral.

Si un orden jurídico positivo cumple o no efectivamente con esas exigencias es una cuestión distinta,
que sólo puede ser contestada en relación a un determinado orden jurídico y un determinado sistema
moral. Por lo tanto, los derechos humanos no son algo dado, sino una exigencia o pretensión. Recién
con su «positivización» por la legislación o la constitución los derechos humanos se convierten en algo
tangible, en una especie de realidad, aun cuando esa «realidad» sea jurídica. Pero cuando un orden
jurídico positivo, sea éste nacional o internacional, incorpora los derechos humanos, cabe hablar de
derechos humanos jurídicos y no ya meramente morales.

Se me podría reprochar que esta concepción de los derechos humanos lo priva de cimientos sólidos y los
deja al capricho del legislador positivo. Por lo tanto, la concepción positivista de los derechos humanos
sería políticamente peligrosa.

Sin embargo, no veo ventajas en cerrar los ojos a la realidad y postular un terreno firme donde no lo
hay. Y para defenderme del ataque podría retrucar que es políticamente peligroso crear la ilusión de
seguridad, cuando la realidad es muy otra.

Si no existe un derecho natural o una moral absoluta, entonces los derechos humanos son
efectivamente muy frágiles, pero la actitud correcta no es crear sustitutos ficticios para tranquilidad de
los débiles, sino afrontar la situación con decisión y coraje: si se quiere que los derechos humanos
tengan vigencia efectiva hay que lograr que el legislador positivo los asegure a través de las
disposiciones constitucionales correspondientes y que los hombres respeten efectivamente la
constitución.

Por eso, la fundamentación de los derechos humanos en el derecho natural o en una moral absoluta no
sólo es teóricamente poco convincente, sino políticamente sospechosa, pues una fundamentación de
este tipo tiende a crear una falsa sensación de seguridad: si los derechos humanos tienen una base tan
firme, no hace falta preocuparse mayormente por su suerte, ya que ellos no pueden ser aniquilados por
el hombre. Para la concepción positivista, en cambio, los derechos humanos son una muy frágil, pero no
por ello menos valiosa conquista del hombre, a la que hay que cuidar con especial esmero, si no se
quiere que esa conquista se pierda, como tantas otras.

La discusión en torno a la fundamentación de los derechos humanos presenta una marcada analogía con
la que se suscitó al comienzo de la edad moderna y muy especialmente en la Ilustración respecto de la
existencia de Dios. También en aquella época se esgrimió el argumento de que sin Dios el hombre se
encontraría solo en medio de un universo hostil y la vida no tendría sentido. Pero si Dios no existe, de
nada vale postular su existencia y fomentar la fe. Hay que probar la existencia de Dios de una manera
independiente de las tristes consecuencias que acarrearía su ausencia. Y si tal prueba no se produce, la
actitud racional consiste en afrontar la realidad, exactamente como en el caso de los derechos
humanos”.

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12.3. DERECHOS HUMANOS Y DEBERES JURÍDICOS FUNDAMENTALES

Tal como está explicitado en párrafos anteriores existe una multiplicación de derechos fundamentales
que parece imposible de detener.

El caso de los deberes fundamentales es diferente. No hay demasiadas declaraciones ni un profuso


registro constitucional de ellos, ni tampoco la doctrina los ha abordado de manera especial. Más bien
parecieran ser los grandes ausentes de la organización jurídico-política occidental. En general, esta
ausencia es explicada sosteniendo que los deberes son en realidad la formulación inversa de los
derechos y que a cada uno de estos corresponde uno de aquellos, como si viéramos la película negativa
de una fotografía. Y también en cuestiones de técnica legislativa porque en la comunidad política existe
la obligación genérica de obedecer la ley y a las autoridades constituidas y en esta se subsumen los
demás deberes.

Estas ideas más o menos extendidas son también el caldo de cultivo de otra concepción que sostiene
que en realidad derechos fundamentales y deberes fundamentales son antinómicos. El profesor
Francisco Puy ha abordado el tema en un artículo titulado “Sobre La Antinomia Derechos Humanos -
Deberes Humanos”. En este interesante artículo comenzamos por encontrar una definición de deberes
humanos como “la conducta activa u omisiva mandada por una norma legal o consuetudinaria,
sentencia jurisdiccional o arbitral o doctrina personal o institucional de cualquier procedencia, que carga
y responsabiliza a cada uno con las consecuencias futuras favorables o dañinas que le acarreará el
respeto o la violación actuales del derecho reconocido en las leyes, sentencias y doctrinas establecidas
por el grupo”.

Esta definición muestra desde el punto de vista del lenguaje lo que es aceptado universalmente en el
plano vulgar, que derechos y deberes son antinómicos. Puy plantea en cambio que ambos conceptos
son antonímicos, esto es, que no están sujetos a una exclusión recíproca. En otras palabras, derecho y
deber se excluyen (“o derecho o deber”) o podemos situarnos respecto de ellos en una relación de
simultaneidad (“derecho y además deber”). Así, mientras la antinomia constituye la conjunción de dos
reglas prácticas que son contradictorias, la antonimia en cambio, es conformada por la conjunción
coyuntural de dos ideas que son relativamente contrarias y por ello mismo ensamblables.

Un caso en que la antonimia se ve claramente configurada se produce cuando hablamos de sujetos


distintos, mi derecho constituye un deber para el otro, mi derecho termina donde comienza el del otro.
También en este supuesto los derechos aparecen como antonímicos entre sí debido a que ellos se
ejercen de forma excluyente en una porción individualizada del espacio y el tiempo, mientras que los
deberes son centrífugos y se ejercen de una forma abierta y acumulable. Llevado esto al plano de los
derechos y deberes humanos se aplica la misma inteligencia, esto es, también son antonímicos cuando
se refieren al mismo sujeto. Pero puede suceder por una especie de anomalía que derechos y deberes
se vuelvan antinómicos. Esa situación se configura por los derechos-deber, es decir, cuando una
conducta es a la vez un derecho y un deber como por ejemplo sucede con el derecho al voto en algunos
países.

Francisco Puy advierte que esta situación es bastante reiterada en el campo de los derechos humanos.
Así, en el caso del derecho a la educación y el deber de educar de acuerdo a contenidos preestablecidos
por el Estado o el derecho a alimentos y el deber de alimentar a algún familiar que nos ha traicionado o
abandonado o el derecho a la vida y el deber de practicar un aborto en alguna situación extrema, el
derecho a la libertad de prensa y el deber de respetar la intimidad ajena, etc.

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La cuestión tiene vinculación con el problema del fundamento de los derechos humanos. En efecto, Puy
afirma que no es posible fundamentar razonablemente los derechos humanos sin fundamentar
simultáneamente los deberes humanos. Unos y otros son aspectos complementarios de una sola
determinación del ser humano. Ciertamente, recuerda Puy derechos y deberes no son antinómicos en el
plano constitutivo y son perfectamente avenibles en el campo de la teoría. ¿Por qué en la práctica se
viven antinómicamente? A esta perplejidad inicial agrega Puy un nuevo problema que se concreta en la
constatación de que mientras los derechos y su reconocimiento recibe el aplauso y el beneplácito social,
las declaraciones de deberes llevan un signo social negativo. A esta cuestión el profesor de Santiago de
Compostela expresa ¿puede una sociedad organizarse sobre la ficción de que todos gozan de derechos y
ninguno de deberes?

Considero que la respuesta a este interrogante es el eje alrededor del cual gira todo el problema de los
derechos fundamentales y de los deberes fundamentales. Es muy curiosa la formulación actual de la
sociedad occidental a este respecto. Si se piensa en la sociedad pre moderna de cualquier tiempo y lugar
se observará la común inteligencia de que el hombre es un ser incompleto y debitorio. Sus deberes
patrióticos, religiosos y familiares configuran la vida social medieval, romana, judía o griega. El Antiguo
Testamento, el Código de Hammurabi y la profusa bibliografía sobre el tema así lo atestiguan. La
sociedad moderna y posmoderna se constituye sobre derechos, el hombre nace acreedor de una serie
de prerrogativas, gran parte de las cuales quedan insatisfechas, son de imposible cumplimiento y no se
conoce quien es el sujeto obligado a satisfacerlas.

La imagen siguiente, tantas veces difundida en estos tiempos, lejos está de ser un reflejo de la
actualidad de nuestro mundo, país, provincia o localidad. Podríamos debatir juntos si coinciden o no,
con dicho pensamiento.

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