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La expansión europea y la formación del orden colonial en América

La frontera atlántica

Es cierto que América tuvo antes de 1492 su Historia, con protagonismo


exclusivo indígena y que, tras esa fecha simbólica, ningún acontecimiento de la historia
del Nuevo Mundo puede ser comprendido cabalmente si se prescinde del aporte
indígena. Pero también es cierto que desde el siglo XVI la Historia de América no
puede ser estudiada sin considerar sus relaciones con el curso histórico del resto del
mundo, especialmente con Europa.

Efectivamente, a fines del siglo XIII la Europa mediterránea inicia un proceso


de larga duración histórica que llega hasta el siglo XVIII, cuyo resultado final es la
apertura de las comunicaciones a través de los océanos. Dentro de este amplísimo
marco temporal se puede acotar un período más breve, que abarca aproximadamente de
1480 a 1540, en el que se dan las circunstancias favorables para que Europa rompa sus
estrechos límites continentales y se abra a otros mundos, dando lugar con ello a un
espectacular movimiento de expansión colonial.

El mundo europeo de finales del medioevo, con una población en aumento y


con una economía en crecimiento, tenía los incentivos y las condiciones necesarias para
iniciar la expansión oceánica. El crecimiento de las actividades mercantiles requería
contar con los medios necesarios que permitiesen los intercambios, y éstos eran
fundamentalmente los metales preciosos. En Europa existían yacimientos de plata pero
no de oro, por lo que su necesidad serviría para acelerar el proceso expansivo. Se suma
además el interés por encontrar una nueva ruta para el comercio de las especias o de la
seda con Oriente, con el fin de abaratar los costos. También debe tenerse en cuenta las
motivaciones político-religiosas, enmarcadas en la secular lucha del occidente cristiano
con el mundo musulmán.

Pero Europa tenía además los instrumentos indispensables, tanto desde el punto
de vista científico-técnico como económico, que le posibilitarían intentar la empresa
(uso de la brújula, el astrolabio, la ballestilla, el timón de codaste, las carabelas,
desarrollo de la banca, de los seguros marítimos de importantes compañías comerciales,
etc.)

Circunscribiéndonos a la exploración del Atlántico, los investigadores


distinguen ciclos o etapas en este largo proceso (Ver esquema anexo: PÉREZ EMBID,
F.: Los descubrimientos en el Atlántico hasta el Tratado de Tordesillas). En los tanteos
iniciales de la ruta oceánica, realizados fundamentalmente por marinos genoveses, se
cosecharon pocos éxitos, salvo el redescubrimiento de las Canarias (1312). Habría que
esperar el siglo XV para que los pueblos de la península ibérica comiencen su
exploración sistemática, como natural prolongación de la guerra de Reconquista.
Portugal se adelantó a Castilla, por una serie de motivos, entre ellos el final más
temprano de la lucha contra los árabes; la existencia de una importante burguesía
comercial, compuesta no sólo por mercaderes lusitanos sino también de otras
nacionalidades y el rol jugado por la dinastía Avís, especialmente el príncipe Don
Enrique “el Navegante”, que apoyó, estimuló y planeó una eficiente política de
expansión de las fronteras y apertura de nuevas rutas comerciales.
Se considera la toma de Ceuta, en el norte de África, ocurrida en el año 1415
como fecha de inicio de la expansión portuguesa. A partir de allí, ésta continuó en tres
direcciones: 1) hacia el interior del continente africano, por vía terrestre, ruta que se
abandonó, por las dificultades encontradas, hacia 1436, al llegar a Tánger; 2) por mar
hacia el Oeste, con la ocupación de los archipiélagos de las Madeiras (1418-1419) y las
Azores (1427-1431), que se deja de lado por creerse improductiva, aunque estas islas
les servirán a los lusitanos como base de aprovisionamiento para el tercer camino que
emprenden; 3) hacia el Sur, bordeando la costa africana, ruta que deja abierta Gil
Eannes en 1434 al arribar al Cabo Bojador y que culmina con el viaje de Bartolomé
Díaz en 1488, quien llega al punto extremo de África (Cabo de Buena Esperanza),
dejando abierto así el camino a las Indias orientales, las que serán alcanzadas por Vasco
de Gama en 1497.

Para ello habían tenido que superar numerosos avatares, por ejemplo el
problema de la orientación en el hemisferio sur y, especialmente, la ruta de regreso ya
que éste sólo era posible si las embarcaciones se separaban de la costa, hasta alcanzar la
zona de la corriente ecuatorial y de los vientos alisios, que empujándolas hacia el oeste
les permitía alcanzar la latitud de las islas Azores.

En estos años, los portugueses establecieron prósperas colonias en los


archipiélagos atlánticos. En la costa africana, en cambio, los asentamientos – puestos
comerciales que seguían la vieja tradición fenicia - fueron pocos y tardíos. Para obtener
la exclusiva de la navegación y el dominio de los territorios descubiertos y por
descubrir, los monarcas lusitanos recurrieron al Sumo Pontífice, a quien desde la Edad
Media se le reconocía como atributo el poder otorgar tierras a príncipes católicos como
“dominus orbis”. La Corona portuguesa logró su objetivo, con la emisión de distintas
bulas (entre ellas la Romanus Pontifex de 1454 y la Inter Caetera de 1456), que le
dieron el dominio de la costa de Africa y los archipiélagos atlánticos, a excepción de
Canarias, donde Castilla se le había adelantado. Dos franceses, en nombre del rey
castellano Enrique III, habían tomado posesión de algunas islas del archipiélago en
1402.

Efectivamente, a excepción de un modesto tráfico comercial que se establece


con las Canarias, Castilla – con graves problemas internos y empeñada en expulsar a los
árabes de su territorio – no se había interesado por los negocios atlánticos hasta la
llegada al trono en 1474 de Isabel, casada con el heredero de la Corona de Aragón.
Inclusive la guerra desatada con Portugal en 1475 lleva a Fernando e Isabel a
reinvidicar derechos sobre las costas africanas. La firma del Tratado de Alcazobas-
Toledo en 1479 pone fin a estas pretensiones, ya que si bien se reconocía a Isabel como
reina de Castilla, en el Atlántico Portugal se aseguraba el dominio de la costa de Africa
de Canarias “para abajo contra Guinea”. A Castilla sólo le reconocía el dominio de las
Canarias “ganadas y por ganar”. Tratado este que fue ratificado por la bula papal
“Aeterni Regis”, emitida por Sixto IV en 1481 (Ver documento en BISTUÉ, Noemí
(Coord.) América Hispana Colonial III. Selección de Fuentes Documentales y
Cartografía Histórica).

Es decir que, en cuanto a la navegación oceánica, aparentemente Portugal había


ganado la partida. En este contexto es cuando aparece en escena la figura de Cristóbal
Colón, un genovés que, de manera fortuita, había llegado a Portugal en 1476 (Buscar y
leer biografía de Colón). En sus nueve años de estancia en este reino, alternados con
distintos viajes, es cuando Colón concibe su proyecto descubridor. Basándose en sus
conocimientos empíricos y algunas lecturas (se sabe con certeza que leyó una carta
escrita por un sabio florentino, Toscanelli, a un canónigo portugués; las aventuras de
Marco Polo, y dos obras; la Historia Rerum Ubique Gestarum y la Imago Mundis,
especie de enciclopedias de carácter histórico geográfico), fue gestando su plan,
llegando a la conclusión – a partir de la idea de esfericidad de la tierra – de que el mar
que separaba la extremidad oriental habitada de la extremidad occidental opuesta era
relativamente pequeño y, por ende, fácil de atravesar.

Respecto a la formación del futuro Almirante los investigadores insisten en que


fue mucho más importante su experiencia como marino que su formación intelectual, la
cual era escasa y de carácter autodidacta. Incluso para algunos autores como Paolo
Taviani (Cristóbal Colón: génesis del gran descubrimiento) los libros no le abren
nuevos horizontes a Colón, sino que le sirven para confirmar lo que ya tenía bien
arraigado en su mente. Incluso la terquedad y seguridad con que defiende su proyecto
ha llevado al Dr. Juan Manzano (Colón y su secreto) a exponer la teoría que el genovés
habría recibido informes de un “piloto desconocido”, con quien habría estado en las
Madeiras y que antes de morir le confió su secreto sobre distancias de navegación,
latitudes de Haití y la costa venezolana y la ruta de regreso de las nuevas tierras.

Rechazado su plan por el monarca portugués Juan II, decide Colón trasladarse a
Castilla en 1485. Gracias a las gestiones de algunos frailes del convento de la Rábida
(Huelva) logra ser recibido por Isabel y Fernando. Después de numerosos avatares y
largas y pacientes negociaciones y, tras siete años de seguir a la Corte castellana, Colón
logra que su propuesta sea aceptada. Finalizada exitosamente la guerra de Granada, el
17 de abril de 1492 se firman las Capitulaciones de Santa Fe, por las cuales el genovés
recibía los títulos de Almirante, Virrey y Gobernador de unas ignotas tierras a descubrir
en el mar océano y la décima parte de todas las riquezas o mercancías obtenidas (Ver
documento en BISTUÉ, Noemí (Coord.) América Hispana Colonial III. Selección de
Fuentes Documentales y Cartografía Histórica). Respecto al objetivo del viaje, no
aparece consignado en el documento, se infiere que era llegar a Oriente viajando hacia
el oeste con una finalidad primordialmente exploratoria y mercantil (prueba de ello es
que no embarcarán hombres de armas ni tampoco religiosos).

A partir de ese momento comenzaron los preparativos: se consiguieron los


fondos (aportados por los Reyes Católicos de la tesorería de la santa Hermandad, por el
propio Colón y los vecinos de Palos que debieron entregar dos carabelas) y se eligió el
puerto de Palos para realizar los aprestos de la expedición. De allí zarpó el 3 de agosto
de 1492. Después de una escala en Canarias, la navegación se hizo casi en línea recta
siguiendo el paralelo de 28º de latitud norte. Las tres embarcaciones arribaron a una
pequeña isla del archipiélago de las Lucayas o Bahamas, recorriendo luego la costa NE
de Cuba y el norte de la actual Haití, donde se construyó un precario fuerte con los
restos de la Santa María que había encallado. América había irrumpido en el mundo
europeo, aunque Colón estaba lejos de sospechar que había llegado a un nuevo
continente.

Cristóbal Colón realizó entre 1493 y 1504 tres nuevos viajes, aunque los Reyes
comienzan a restringirle muchos de los privilegios que se le habían concedido en las
Capitulaciones de Santa Fe (Ver mapa en BISTUÉ, Noemí (Coord.) América Hispana
Colonial III. Selección de Fuentes Documentales y Cartografía Histórica). A partir de
1499-1500 se lo excluye del gobierno de la colonia y pierde el monopolio de los viajes
de descubrimiento ya que la Corona, con el fin de acelerar la exploración, permite
nuevas expediciones conocidas como “viajes andaluces, menores, o de reconocimiento
y rescate”. Estos viajes recorrieron buena parte de la costa centroamericana y
sudamericana hasta la altura del actual Brasil.

El reparto del mundo entre Castilla y Portugal

Tras el regreso de Colón de su primer viaje, el monarca lusitano – haciendo una


interpretación amplia de las concesiones papales conseguidas por Portugal y del
tratado de Alcazobas-Toledo – adujo que las tierras recién descubiertas le pertenecían.
Los Reyes Católicos, al tiempo que preparaban con toda rapidez un nuevo viaje que
consolidara la presencia castellana en los nuevos territorios, tratando de cortar de raíz
las pretensiones de Juan II recurrieron al Pontífice para legitimar sus derechos. El Papa
aragonés Alejandro VI emitió prestamente cinco documentos, de los cuales interesa
particularmente las dos bulas “Inter Caetera”, fechadas oficialmente el 3 y 4 de mayo
de 1493. Por la primera, se donaba a Isabel y Fernando y sus herederos en la Corona de
Castilla todas las tierras descubiertas y por descubrir que se encontrasen navegando
hacia occidente y que no perteneciesen a ningún príncipe cristiano. La segunda,
conocida como bula de “demarcación” establecía que la donación comprendía las tierras
que se encontrasen al occidente de una línea de polo a polo que se trazaría a 100
leguas al oeste de las islas Azores y de Cabo Verde (Ver documentos y mapa en
BISTUÉ, Noemí (Coord.) América Hispana Colonial III. Selección de Fuentes
Documentales y Cartografía Histórica).

La importancia de estos documentos pontificios, cualquiera que hayan sido los


móviles por los que se pidieron y otorgaron, reside en el hecho que colocaron a Castilla
en igualdad de derecho frente a los portugueses, obligando a Juan II a tener que discutir
desde posiciones semejantes. Efectivamente, la Corte lusitana no quedó conforme con
la delimitación papal, iniciándose una compleja negociación diplomática que culminó
con la firma del Tratado de Tordesillas (7 de junio de 1494).

La primer cláusula establecía que el mundo quedaba dividido en dos


hemisferios delimitados por un meridiano que se establecería a 370 leguas al Oeste de
las islas de Cabo Verde. La mitad occidental quedaba reservada para Castilla y la
oriental para Portugal (Ver documento y mapa en BISTUÉ, Noemí (Coord.) América
Hispana Colonial III. Selección de Fuentes Documentales y Cartografía Histórica).
Este último país se benefició con su firma ya que no sólo se reservó la ruta a la
India por Africa sino que puso pie en el continente americano, al posesionarse de parte
del actual Brasil. Pero además, como bien señala Pablo Pérez Mallaína, tras Tordesillas,
los océanos comienzan a tener límites. Aparece el “mare clausum”, el mar cerrado,
frente al cual las potencias excluidas del reparto reivindicarán la libertad de comercio y
navegación: el “mare liberum” (Historia de Iberoamérica- Tomo II. Madrid, Cátedra,
1992).

La frontera caribeña

El segundo viaje de Colón se realiza con un objetivo preciso: el asentamiento en


las tierras recién descubiertas. Para ello se funda, en enero de 1494, al norte de la actual
República Dominicana la población de La Isabela. El optimismo de los casi mil
quinientos castellanos embarcados con el Almirante, en su mayoría asalariados de la
Corona, muy pronto se tornó en desazón ya que comienzan a manifestarse en la isla una
serie de problemas. Sumado a la falta de alimentos (las plantas españolas no se
adaptaban al clima tropical), a las enfermedades tropicales y a las sublevaciones
indígenas que comienzan a producirse, se hacen también evidentes los roces entre
Colón (y sus hermanos Diego, que había acompañado a Cristóbal y Bartolomé, que
arriba a mediados de 1494) y los colonos peninsulares. Según Juan Pérez de Tudela
desde un primer momento se planteó un conflicto entre dos concepciones colonizadoras
de arraigo medieval: “la de los pueblos mediterráneos –italianos en primer término- de
carácter típicamente mercantilista” y la castellana “de estirpe conquistadora, pobladora,
asimiladora, según los moldes poderosamente fraguados a lo largo de la Reconquista”
(Prólogo a las Obras Escogidas de Fray Bartolomé de las Casas….)

Frente a Colón y sus hermanos que aspiraban establecer un régimen similar al de


los portugueses en la costa africana (factoría comercial, comercio que incluía también
esclavos), los castellanos, basados en la tradición pobladora de la Reconquista,
aspiraban a asentarse en las nuevas tierras y disfrutar de los servicios del indio. La
Corona, después de algunos titubeos iniciales, se inclinó por el segundo. Desechó la
esclavitud indígena (destino sólo reservado a los “indios de guerra”) y con la llegada de
su enviado Francisco de Bobadilla a La Española (1500) y posteriormente Nicolás de
Ovando (1502) comenzó a restringir los amplios poderes otorgados a Colón. Termina
así la etapa que Demetrio Ramos Pérez denomina de “régimen dual” en que el gobierno
indiano se ejercía en asociación entre el Almirante y los Reyes Católicos y se inicia la
llamada etapa de “señorío realengo”. La autoridad real se ejerce ahora a través de
gobernadores de nombramiento regio.

En cuanto a los indios, se los consideró vasallos libres de la Corona y la idea


primitiva fue pagarles un salario regular por un trabajo realizado en forma voluntaria.
Pero ante el rechazo por parte de los naturales de servir a los españoles y la necesidad
de éstos de tener mano de obra para la explotación minera (se acababan de descubrir
yacimientos auríferos en el interior de la isla) y para atender las demás necesidades de
la población blanca, los Reyes aceptan la sugerencia de Ovando de “servirse” del
trabajo de los indios. Queda así oficializado en diciembre de 1503 el régimen de la
encomienda, aunque en la práctica ya se habían hecho repartos de indios desde la época
de los Colón. Si bien la Corona reconoce el principio de libertad del indio (“lo cual
hagan y cumplan como personas libres, como lo son…”), acepta el principio del trabajo
compulsivo pues se repartía un número determinado de indios a un español quien podía
exigir a éstos trabajasen para él (“mandé que compeléis y apremiéis a los dichos indios
que traten y conversen con los cristianos y trabajen en sus edificios y coger y sacar oro
y otros metales…”). El encomendero estaba obligado a defender la tierra a su costa y
contribuir a pagar los gastos de la instrucción, especialmente religiosa, de los indios
encomendados.

El sistema comenzó a aplicarse y a pesar de que las reglamentaciones reales


insistían en el buen trato del indígena y su adoctrinamiento, dio lugar a numerosísimos
abusos que provocaron – junto a las enfermedades que trajeron los españoles – una
dramática disminución de la población autóctona.
Debates sobre la inserción de los nativos en el nuevo orden: del Sermón de
Montesinos a las Controversias de Valladolid (primera mitad del siglo XVI)

A partir de 1503, con la implementación legal de la encomienda comenzó en la


isla La Española un sistema de explotación de los indígenas. Especialmente el período
comprendido entre 1509 y 1515 fue el de la terrible disminución de la población nativa
–los taínos- debido a los abusos por parte de los encomenderos, a los que se suman las
enfermedades nuevas, los trabajos forzados en las minas de oro, la propia guerra, etc.
Esta durísima realidad hizo que algunas voces se levantaran en favor de los naturales.
Entre ellas la más importante, por su repercusión, fue la de los frailes dominicos que
habían llegado en 1510 a la isla con la misión de evangelizar. Uno de los frailes,
Antonio de Montesinos, predicó su famoso Sermón en noviembre de 1511 (Ver
documento en BISTUÉ, Noemí (Coord.) América Hispana Colonial III. Selección de
Fuentes Documentales y Cartografía Histórica).

La idea central del sermón era que todos los castellanos vivían y morían en
pecado mortal por la esclavitud y trabajos que imponían a los indios, por las injustas
guerras que les hacían y por su incumplimiento en el deber de evangelizarlos. Los
frailes dominicos eran portadores de las doctrinas de santo Tomás de Aquino, que le
habían dado una nueva visión del hombre, más humanista y de avanzada para la época.
Por lo pronto, el sermón no plantea si los indios eran hombres o no; más bien al decir
¿“estos no son hombres”? ratifica su condición humana y, como tal, sujetos de una serie
de derechos por su misma condición.

Este sermón - primera denuncia pública sobre los excesos de la ocupación-


abrió dos vías de discusión acerca del contacto indio-español: por un lado, al cuestionar
la crueldad de la encomienda provocó el comienzo de una legislación social y laboral
que suavizó el trato con el indio; y, por otro, al sembrar la primera duda sobre la
legitimidad de la conquista española, (“con qué derecho, con qué justicia”) originó una
serie de debates teológicos y políticos que llenaron buena parte del siglo XVI.

Después del Sermón de Montesinos, el rey Fernando ordenó la reunión de una


Junta de teólogos y juristas. Esta Junta celebrada en Burgos en 1512 elaboró un informe
en el que se reiteraba, entre otras cosas, que los indios eran libres, que debían ser
evangelizados y que debían trabajar para los españoles, aunque no debían permitirse
excesos de los encomenderos. Sobre estas bases se redactaron las Leyes de Burgos de
1512, el primer Código de legislación laboral indiana.
Estas 32 leyes reconocían la libertad de los indios; sin embargo resolvían continuar con
el sistema de encomiendas como medio de asegurar el sustento de los colonos y como
herramienta de europeización.

La contrapartida residía en las obligaciones a los encomenderos: construir casas


para los indios, suministrarles alimentos y vestido, instar a los indios a mudar sus
estancias para vivir junto a la de los españoles, preocuparse por su instrucción religiosa,
por la construcción y la decoración de las iglesias, velar por la administración de los
sacramentos (bautismo, confesión, extremaunción y funerales), etc. La reglamentación
impedía, además, los malos tratos y el trabajo excesivo y prohibía las labores a las
mujeres embarazadas. Asimismo se prohibían los bailes y las borracheras entre los
naturales (Ver documento en BISTUÉ, Noemí (Coord.) América Hispana Colonial III.
Selección de Fuentes Documentales y Cartografía Histórica).
Es verdad que estas leyes no suprimieron la encomienda pero se pretendió su
control, insistiendo en la consideración del indio como ser racional y libre e
impulsando su buen trato. Y todo esto en momentos en que personajes como Bartolomé
de Las Casas todavía no habían levantado su voz en defensa de los indios.

Los dominicos consideraron que estas leyes no eran suficientes para asegurar
derechos de los indios, por lo que en 1513, otra Junta reunida en Valladolid decidió
modificar algunas disposiciones, y así se resolvió sobre el trabajo de las mujeres
casadas, los niños menores de 14 años, los huérfanos y la cantidad de meses de trabajo
de los indios.

Como afirmamos más arriba, el sermón de Montesinos también había puesto en


tela de juicio el título de donación papal. Las discusiones de Burgos se hicieron eco de
esto. Teólogos y juristas tenían diversos pareceres: mientras que los dominicos alegaban
que las tierras descubiertas pertenecían a los naturales, algunos pensadores sostenían
que, por ser idólatras, los indios podían sufrir el arrebato de las mismas. Esto originó un
largo debate sobre cuáles eran los títulos que justificaban la conquista, en el que jugó un
papel fundamental, años más tarde, el teólogo dominico Francisco de Vitoria.

Hacia 1513 los castellanos se aprestaban para instalarse definitivamente en el


continente. Se preparaba la expedición conquistadora de Pedrarias Dávila al Darién
(Panamá), motivo suficiente para continuar la polémica acerca de la guerra, los justos
títulos, el trato al indígena, etc. Algunos teólogos y letrados de la Junta de Burgos
sostuvieron la tesis de que sólo se podía esclavizar a los infieles hechos prisioneros en
una guerra justa y que los habitantes del Nuevo Mundo debían ser súbditos libres de los
reyes españoles. Pero, ¿cuándo la guerra debía considerarse justa? En 1513, se emitió un
dictamen sobre las guerras contra los indios y la esclavización de los mismos. Basado
en él, el letrado real Juan López de Palacios Rubios redactó el Requerimiento, con el fin
de garantizar la justicia de las guerras de conquista que se hicieran.

Este escrito, que se debía leer a los indios por medio de un intérprete al
comienzo de una empresa de conquista, contenía algunas explicaciones sobre la
creación del mundo y del hombre y se les hacía saber a los indios que se venía en
nombre de un rey poderoso que había recibido esos dominios en virtud de la donación
papal. Vale decir que entroncaba perfectamente con las doctrinas teocráticas de la época
que, desde la Edad Media, sostenían que el Papa -como Vicario de Cristo- era señor
temporal y espiritual de todo el mundo. Finalizaba con una exhortación formal a los
naturales para que se sometieran a su nuevo señor y adoptasen el cristianismo. Pero si
no prestaban oídos a este requerimiento se les haría la guerra, en este caso con toda
justicia, y se los esclavizaría junto con sus mujeres y niños. Este documento, bastante
extraño, de muy difícil aplicación y, por ello criticado por muchos personajes como Las
Casas, se entiende sólo en función del deseo de la Corona española de legitimar la
guerra de conquista. Con el tiempo, cayó en desuso.

Es alrededor de estos años cuando el clérigo Bartolomé de las Casas, por ese
entonces en Cuba y titular de una encomienda experimentaba una profunda conversión,
renunciaba a sus indios y comenzaba a luchar por lo que sería su objetivo: dedicar su
vida a la defensa de los naturales, la conquista pacífica y la abolición total de la
encomienda (Buscar y leer biografía de Bartolomé de las Casas).
A partir de 1515 comienzan sus viajes a España, sus propuestas a la Corona de
colonización agraria y pacífica (un primer experimento en Venezuela fracasaría apenas
iniciado y su segundo intento en Guatemala tuvo relativo éxito) y su posterior ingreso
en la orden dominica. Sus graves denuncias dieron origen a lo que se conoce como
“leyenda negra” de la acción de España en América. Sin embargo, su voz fue escuchada
por la Corona, quien a lo largo de los años, reglamentó las expediciones de conquista y
procuró con la legislación proteger la vida de los indígenas (Ver BISTUÉ, Noemí
(Coord.) América Hispana Colonial III. Selección de Fuentes Documentales y
Cartografía Histórica).

En la lucha iniciada por los dominicos en 1511 en contra de los abusos que los
españoles cometían hacia los indios, el año 1536 representó un triunfo de los
encomenderos, puesto que el Consejo de Indias sancionó la ley de Sucesión por dos
vidas, por la que a la muerte del encomendero titular, los indios encomendados pasaban
a su primogénito. O sea que luego del fallecimiento del titular y su sucesor, la Corona
podía disponer nuevamente de los naturales, aunque hubo algunas excepciones.

Sin embargo, el año 1542 marcó, desde el punto de vista legislativo, un punto de
inflexión. El Emperador Carlos V sancionó en noviembre de ese año las llamadas Leyes
Nuevas que, además de reglamentar la institución de la encomienda para evitar abusos,
disponían que, a medida que las mismas fuesen quedando vacantes, los indios pasarían a
la Corona. Esto significaba que, paulatinamente, esta institución iría desapareciendo.
Lamentablemente muchas de sus disposiciones fueron revocadas ante las quejas de los
encomenderos, de tal forma que el problema de la encomienda y sus abusos subsistió
(Ver documento en BISTUÉ, Noemí (Coord.) América Hispana Colonial III. Selección
de Fuentes Documentales y Cartografía Histórica).

Es alrededor de estos años cuando Francisco de Vitoria, desde la Universidad de


Salamanca, dictó sus Relecciones “De Indis” y “De Iure Belli”, en las que abordó el
problema de los derechos de los indios y de las guerras de conquista a la luz de las
doctrinas tomistas. Su aporte fundamental fue invalidar los títulos que hasta ese
momento España había esgrimido para justificar su presencia en las Indias –en especial
el título de la donación papal-y elaborar una serie de posibles títulos que justificarían la
intervención y la ocupación española en estas tierras, en especial el derecho que tenían
los españoles de transitar libremente por las tierras que no fueran de los indios, de
anunciar el Evangelio o de defender a los indios convertidos de la tiranía de sus
gobernantes (Ver Títulos ilegítimos y legítimos en BISTUÉ, Noemí (Coord.) América
Hispana Colonial III. Selección de Fuentes Documentales y Cartografía Histórica).

Al mismo tiempo que avanzaban las conquistas, seguían las discusiones sobre el
trato a los indios, la encomienda y la licitud de las guerras. La Corona no era ajena a
esta corriente de ideas. Después del fracaso en la aplicación de las Leyes Nuevas, una
nueva arremetida de las Casas en la península para apuntalar su política
antiencomienda, logró que Carlos I convocara a una nueva Junta de teólogos en
Valladolid en 1550 para examinar nuevamente la cuestión. Allí se produjo el gran
Debate o Controversia entre el humanista Juan Ginés de Sepúlveda, partidario del
empleo de la fuerza y del sometimiento como medio de penetración española, y
Bartolomé de Las Casas, opuesto a la utilización de la violencia para atraer a los indios
a la fe y a la soberanía española. En lo superficial, un debate sobre la licitud de la
guerra; en lo profundo, dos visiones opuestas sobre la naturaleza y derechos de los
indígenas.

La opinión de los historiadores sobre estos debates llevados a cabo en la


Península, difieren notablemente. Es cierto que los abusos, si bien se morigeraron,
nunca pudieron evitarse. Sin embargo, es incuestionable, que – a diferencia de otras
naciones conquistadoras- los propios españoles, a partir de 1511, debatieron y pusieron
sobre el tapete cuestiones trascendentes como la libertad del indio y la licitud de la
conquista. Esto dio lugar a numerosas leyes, tratados y documentos que llenaron buena
parte del siglo XVI y que pusieron en evidencia el interés de la Corona por hallar
normas lo más justas posible –en el contexto de la época- que regularan las relaciones
entre los conquistadores y conquistados.
Sistematización de los descubrimientos en el Atlántico
(según Florentino Pérez Embid)

Navegaciones aisladas (hasta 1339-40)


1° CICLO- Preliminar
(1291-1415) Tanteos organizados (hasta 1415)

De rivalidad política entre


Castilla y Portugal (hasta 1494)
2° CICLO- Fundamental
(1415-1550) De expansión en los espacios
respectivos (hasta 1550)

España y Portugal pierden el papel


hegemónico.
3° CICLO
(1550-1750) Potencias navales: Inglaterra y
Holanda.

Formación de los grandes imperios


coloniales.

Expediciones comerciales y científicas.


4° CICLO
(1750-1800) Internacionalización de la navegación.

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