Está en la página 1de 8

HIST 3245 (Historia de Puerto Rico)

Departamento de Humanidades
Universidad de Puerto Rico en Cayey

Clase del 22 de agosto de 2022

Descubrimiento europeo de América y Puerto Rico

Desde una perspectiva tradicional, podría decirse que la historia de Puerto


Rico comienza propiamente en 1493, con la llegada de los españoles y con
la redacción de las primeras crónicas. Ahora bien, ¿cómo fue que esos
europeos llegaron al Burenquen taíno? ¿Cómo llegaron a América? Se trata
de uno de los acontecimientos más importantes en la historia mundial. La
llegada de los europeos en el siglo XV no sólo es el gran parteaguas del
devenir histórico americano, sino que transformó radicalmente el desarrollo
de Europa en todos los aspectos imaginables.

Pero el viaje de Colón no fue un accidente ni un evento fortuito. Fue la


consecuencia del desarrollo comercial europeo, de los contactos mercantiles
con el Lejano Oriente y de las guerras entre cristianos y musulmanes. Se
trata de un largo y complejo proceso, que arranca propiamente en los siglos
X y XI, cuando Europa comienza a experimentar las consecuencias de una
transición socioeconómica, que le lleva del modelo agrícola de subsistencia
a otro mucho más dinámico, basado en la agroexportación, en el feudalismo
y en el comercio a gran escala. En medio de la expansión comercial se
producen las cruzadas (la primera arrancaría en el año de 1095), cuyo
principal objetivo era conquistar las prósperas tierras del Medio Oriente e
integrarlas dentro del modelo feudal-comercial diseñado en Europa (todo
esto, obviamente, revestido de un enorme celo religioso y misionero). Con
las cruzadas, la expansión comercial europea entra en una nueva fase que
rompe todos los esquemas previos. Se establecen contactos directos con los
mercaderes de Bizancio y del Medio Oriente, y a través de ellos se abren
nuevas rutas que terminarán enlazando los puertos europeos con un lugar
fabuloso, de riquezas inagotables, que los occidentales conocerán como “las
Indias”.

1
Dentro del imaginario europeo, las Indias estaban formadas por un
sinnúmero de reinos e islas, entre las que destacaban las míticas islas de las
Especias (Molucas), la Corte del Gran Khan (es decir, el imperio chino, que
entonces incluía los territorios de Corea y parte del Sudeste asiático) y la
India. Es decir, que las Indias equivalían a lo que hoy llamaríamos Asia
oriental y meridional, junto a los archipiélagos de Indonesia y Filipinas.

La puerta de entrada hacia el maravilloso mundo de las Indias era el imperio


bizantino, cuya capital, Constantinopla, servía de punto de enlace para las
grandes rutas que conectaban Europa y Asia oriental (incluyendo la famosa
ruta de la seda). Esas rutas mercantiles, en lo que respecta a Europa,
estaban monopolizadas por los comerciantes venecianos y genoveses, que
llevaban los productos orientales a sus bases en Italia, y desde ahí los
redistribuían por el continente. Venecia y Génova eran entonces dos
poderosas repúblicas marítimas, dentro de una Italia políticamente
fragmentada. Ambas ciudades se expandieron territorialmente, establecieron
factorías comerciales por todo el Mediterráneo, y terminaron rivalizando por
el dominio mercantil, que dependía de su control sobre el comercio con las
Indias.

2
Ahora bien, los genoveses y los venecianos necesitaban mucho dinero para
mantener contentos a sus socios comerciales (griegos, armenios, turcos,
persas, centroasiáticos, indios) y para pagar por los impuestos exigidos en
cada puesto fronterizo. Por eso tenían que gravar los productos con tarifas
que los demás europeos consideraban elevadas. Como consecuencia,
algunos reinos europeos comenzaron a financiar expediciones marítimas
para explorar las aguas del Atlántico en busca de una nueva ruta hacia las
Indias. De este modo, quebrarían el monopolio italiano y forzarían una
reducción en el precio de los artículos.

Los dos reinos que más decididamente apoyaron estas empresas


antimonopolísticas fueron Portugal y Castilla, es decir, los países más
volcados hacia el Atlántico y África (en términos geográficos e históricos), y
los que más se habían beneficiado de los conocimientos náuticos de los
árabes. Desde por lo menos el siglo XIV, portugueses y castellanos se
dedicaron a explorar el Atlántico y las costas de África. Para el siglo XV
habían descubierto y colonizado varios archipiélagos atlánticos, como las
Canarias, Azores, Madeira y Cabo Verde, que se convertirían en espacios
dedicados al cultivo de la caña de azúcar. Además, naves ibéricas,
impulsadas por personalidades como el príncipe portugués Enrique el
Navegante, estaban avanzando bastante a lo largo del litoral africano,
rebasando el cabo Bojador, la costa de Sierra Leona y el golfo de Guinea,
acercándose para la década de 1480 al cabo de la Buena Esperanza (punta
sur de África). Dicho cabo representaba el final del Atlántico y el paso hacia
las aguas del mar de las Indias (océano Índico). Una vez alcanzado este
punto, se esperaba que las Indias se encontrasen a la vuelta de la esquina.

Las exploraciones ibéricas se vieron favorecidas por los avances de los


pueblos turcos y mongoles en Mesopotamia, Persia, Anatolia, las regiones
del mar Negro y los Balcanes. Tan temprano como en el siglo XIV, las rutas
que pasaban por el Cáucaso y Persia en dirección a la India fueron cerradas
por el caudillo turco-mongol Tamerlán, quien destruyó algunas de las
ciudades que servían como eslabones mercantiles. Luego de la muerte de
Tamerlán, los turcos otomanos lograron avanzar hasta los Balcanes,
situando su capital en la ciudad de Adrianópolis (rebautizada como Edirne).

3
En 1453, el sultán Mehmet el Conquistador se apoderó de Constantinopla, lo
que significó el fin del imperio bizantino. Los grandes perdedores ante estos
cambios geopolíticos fueron los genoveses, que en ese momento
controlaban comercialmente Constantinopla. Por su parte, los venecianos
fueron los grandes beneficiarios, pues, mediante acuerdos con los sultanes
otomanos, terminaron monopolizando las rutas euroasiáticas.

Génova buscó superar esta derrota mediante un cambio de orientación: se


olvidó del Mediterráneo y comenzó a prestarle más atención al Atlántico. De
este modo, desde el siglo XIV las firmas genovesas comenzaron a hacerse
sentir en Lisboa, en Sevilla y en otros puntos estratégicos de Iberia, y en el
XV ayudaron a financiar las empresas portuguesas y castellanas, logrando
posicionarse en una situación privilegiada de cara a los viajes del
descubrimiento (tanto el del Nuevo Mundo como el de Vasco de Gama). De
hecho, el propio Cristóbal Colón era supuestamente genovés, y genoveses
serían algunos de los principales banqueros de Fernando el Católico, de
Juan II de Portugal y de Carlos de Habsburgo. Por esta razón, el triunfo de
Venecia en la competencia por las rutas orientales significó, irónicamente, su
anquilosamiento histórico. El siglo XVI sería un siglo atlántico (no
mediterráneo), y Génova se beneficiaría, en mucha mayor medida, de este
monumental cambio de orientación.

Pero no siempre había tiempo para las exploraciones. Para la década de


1480, Castilla tiene que atender un asunto interno: la guerra con el reino de
Granada, último bastión del Islam en territorio hispánico. La guerra durará
diez años (1482-92) y detendrá temporeramente las expediciones
castellanas, permitiendo que los portugueses tomasen la delantera en la
carrera de las Indias. Para 1485 los portugueses se aproximaban al cabo de
Buena Esperanza, que sería finalmente alcanzado por Bartolomé Díaz.

En eso aparece la figura de Cristóbal Colón, y la historia experimentó un


súbito vuelco.

Colón es una de las personalidades más conocidas y a la vez desconocidas


de la historia. Se dice que nació en Génova en 1451, y que durante la
década de 1470 se estableció en Lisboa, donde se desempeñaba como

4
representante de una poderosa familia banquera genovesa. Desde su base
en Lisboa, Colón realizó algunos viajes marítimos por el Mediterráneo y por
el Atlántico, y en algún momento llegó a convencerse de que la forma más
rápida y directa de llegar a las Indias no era bordeando África, sino
atravesando el Atlántico en dirección occidental. En realidad, no se sabe a
ciencia cierta cómo llegó a esa conclusión. Existen innumerables
especulaciones, que incluyen figuras misteriosas que supuestamente
hicieron el viaje y que le confiaron sus secretos. También existían
numerosas herramientas cartográficas, como los portolanos (cartas marinas)
y los trabajos del médico florentino Toscanelli.

Lo importante es que para el año de 1485 Colón le propuso la alternativa


atlántica al rey de Portugal. Éste rechazó el proyecto, pues la Corona
portuguesa había invertido casi un siglo en explorar el litoral africano y no
podía abandonar esa ruta, especialmente ahora que se sentía tan cerca de
su objetivo. Ante este fracaso, Colón pasó a Castilla y propuso su idea ante
los reyes Fernando e Isabel (1486), pero éstos también la rechazaron, por
estar concentrados en su guerra con Granada, y por consejo de un comité
de expertos, que determinó que los cálculos de Colón eran incorrectos (y de
hecho, lo eran). Comienza entonces una época incierta, durante la que
Colón se mueve entre Castilla y Portugal, e incluso juega con la idea de
ofrecer sus servicios a otros reinos.

El 2 de enero de 1492, los castellanos logran finalmente conquistar


Granada. Colón se presenta nuevamente ante la Corte castellana, y en esta

5
ocasión se aprovecha del triunfalismo que imperaba en el reino. Por otra
parte, los portugueses ya habían alcanzado el Cabo de Buena Esperanza, y
navegaban por aguas del océano Índico, bordeando la costa oriental
africana. Portugal contaba con casi diez años de ventaja sobre Castilla en
términos de exploraciones y descubrimientos. Apoyar a Colón en su
empresa atlántica podía ser la única esperanza de Castilla para
adelantársele a los portugueses y ganar la carrera de las Indias. Además, la
Corona castellana tenía poco que perder y mucho que ganar. Sólo tenía que
financiar la empresa con un par de barcos y algo de dinero. Si la empresa
fracasaba, no se perdería demasiado; pero si Colón estaba en lo cierto, los
Reyes ganarían un imperio y el control de la nueva ruta hacia las Indias. Por
si fuera poco, tendrían el privilegio de extender la fe católica entre los
habitantes de las Indias, haciendo honor a su recién adquirido título de
Reyes Católicos.

Por estas razones, Isabel y Fernando aceptaron financiar la empresa, no sin


antes acordar con Colón unas capitulaciones (contrato), que se negociaron
en la localidad de Santa Fe, cerca de Granada (abril de 1492). Mediante
estos acuerdos, Colón y sus descendientes serían considerados como
virreyes (representantes directos del Rey) de las tierras que fuesen
descubiertas, además de recibir el título de almirantes de la mar Océana (el
Atlántico). También se les concedería el 10% de las riquezas obtenidas en
los territorios en cuestión (a la Corona le correspondería el 20%, y el resto se
le concedería a la iniciativa privada). Pocas semanas después, Colón
disponía de tres carabelas: dos concedidas por la Corona, llamadas La Pinta
y La Niña, y una tercera, la Santa María, que adquirió en alquiler. Además,
había logrado reunir una tripulación de 90 hombres. En agosto de 1492
zarpó del puerto de Palos con destino a las islas Canarias, y a principios de
septiembre se lanzó a atravesar el Atlántico. Unos cuarenta días después
desembarcaron en una isla de las Bahamas, que los locales llamaban
Guanahaní. Colón la reclamó para la Corona de Castilla y León, y la bautizó
con el nombre de San Salvador. Era el 12 de octubre de 1492.

Colón había llegado a América, aunque él pensaba que se encontraba en el


extremo oriental del continente asiático, es decir, en las fabulosas Indias (por

6
esa razón, a los habitantes del territorio se les llamó “indios”). Los habitantes
de las Bahamas (supuestamente aruacos, y en estrecho contacto con los
taínos de las Antillas Mayores) le hablaron de varias islas míticas, como
Baneque y Guanín (donde hasta las playas estaban hechas de oro),
Matininó (donde sólo vivían mujeres), Caniba o Canima (poblada por los
feroces antropófagos) y otras donde la gente nacía con cola o con los pies al
revés. Todas eran parte de la cosmogonía taína. Como pensaban que Colón
era un “hijo del cielo”, se las refirieron en términos solemnes. Sin embargo,
Colón las creyó verdaderas, y las mezcló con su propio ideario maravilloso,
formado por viejos mitos europeos (como los que hablaban de la isla Antilla,
fragmento de la Atlántida) y por crónicas semi fantasiosas, como las de
Marco Polo. Algunas casualidades toponímicas alimentaron las esperanzas
de Colón: por ejemplo, cuando los bahameses le hablaron de una región
llamada el Cibao (en el Haití taíno), Colón pensó que se trataba de Cipango
(Japón).

Nada de esto se materializó, pero sí se descubrieron nuevas islas, como la


de Cuba (a la que Colón bautizó como Juana, en honor a la hija de los
Reyes Católicos) y la de Haití (bautizada como La Española). En esta isla,
los europeos encontraron una sociedad más avanzada que la existente en
las Bahamas y en Cuba, por lo que pensaron que podía ser rica en metales
preciosos. Pero la Santa María sufrió un percance en la costa norte haitiana,
por lo que Colón decidió dejar en ella a 39 de sus compañeros de viaje y
regresar a España con la noticia de que había descubierto la tan ansiada
nueva ruta hacia el Oriente. Como evidencia, llevó consigo un pequeño
grupo de “indios”, que impresionaron a los miembros de la Corte castellana.
Evidentemente, Colón se propuso regresar, para encontrar, de una vez y por
todas, sus soñadas islas.

El segundo viaje de Colón, organizado en 1493, fue mucho más ambicioso


que el primero. Se trataba de un viaje que tenía como objetivo iniciar la
colonización de las Indias. Constaba de 17 barcos y más de mil hombres,
incluyendo los primeros misioneros religiosos. También se encontraban
algunos de los indígenas que habían acompañado a Colón en su viaje de
regreso, y que ahora tenían la encomienda de dirigir al almirante hacia las

7
islas más abundantes en oro. En esta ocasión, por consejo de sus guías
taínos, Colón enfiló más hacia el sur, llegando al arco formado por las
Antillas Menores. Comenzó a navegarlas una a una en dirección noroeste
(hacia La Española). De este modo, les fue poniendo nombres: Dominica,
Guadalupe, Montserrat, San Martín, las islas Vírgenes.

En el camino descubrió una isla un poco más grande, que Colón bautizó con
el nombre de San Juan Bautista (19 de noviembre de 1493). Se trataba del
Burenquen o Boriquén taíno, es decir, el actual Puerto Rico. Desde ahí,
Colón procedió hacia La Española, donde esperaba reencontrarse con sus
antiguos tripulantes. No encontró ninguno. Mal augurio, que no detendría el
proceso de colonización. La Española se convertiría en la base y epicentro
de la colonización castellana en las Indias, y en ella se fundarían los
primeros asentamientos europeos.

También podría gustarte