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Fases:
1. Inicio de la expansión lusitana: conquista de Ceuta (1415). Aseguraba la presencia portuguesa en el Magreb, que incrementaba tierras para uso agrícola y
permitía el acceso a los mercados de oro del norte de Africa atravensando el desierto del Sahara desde Sudán. Desde aquí, las expediciones lusitanas,
investidas con el espíritu de la Cruzada, continuaron no sólo bordeando la costa africana hasta el Cabo Bojador (1434), sino estableciéndose en las islas
atlánticas de la Madera (1420) y de las Azores (1437).
2. Descubrimiento de “la Volta ” El progreso por la costa africana exigía abandonar el litoral, adentrarse en el Océano, para girar de nuevo hacia el Este,
efectuando lo que los navegantes llaman “la volta”, que le permitía llegar a los confines del Golfo de Guinea y Cabo Verde (1444), donde terminaría la
segunda etapa de la expansión lusitana (factoría
de Arguín, enclave estratégico que permitiría a los portugueses entrar en contacto con los circuitos caravaneros que los relacionarían con Tombuctú,
importante núcleo mercantil islámico).
3. La tercera etapa llevaría la expansión africana desde Cabo Verde (1444) hasta el Cabo de Santa Catalina (1475) (actual Gabón), llegaron a la Costa de Oro
(Ghana) donde levantaron la fortaleza de La Mina, emporio mercantil del oro que afluía de todo su entorno. Se descubrieron varias islas (Santo Tomé, Anno
Bom y San Antonio hasta Fernando Poo ya de vuelta a Portugal
Castilla
La competencia luso-castellana en el Magreb, el Sáhara y las riquezas extraídas por los portugueses de La Mina guineana determinarían por parte de la
corona de Castilla, el cambio de rumbo de sus aspiraciones hacia el atlántico y al dominio del archipiélago canario, también deseado por los portugueses, y
que a causa de un irregular proceso de conquista, acabó con la sumisión de Tenerife a favor del reino castellano.
Cristóbal Colón
Se estableció en Portugal hacia 1476, en la colonia genovesa, y navegó inicialmente en barcos lusitanos en viajes comerciales. En uno de estos viajes de
negocios a Génova regresó con un proyecto ya madurado de hallar una ruta por Occidente que llevara hasta Oriente. Las fuentes con las que contaba Colón
provenían de la geografía clásica; el error estaría en la distancia que separaba las costas europeas de las de Asia, calculadas en torno a 2.400 millas por Colón
cuando en realidad son 10.600 millas. El proyecto colombino fue presentado a Juan II de Portugal entre 1482 y 1484, pero fue rechazado probablemente por
desconfianza sobre las estimaciones de distancias, por la prioridad de la ruta africana, y por el riesgo que para la corona portuguesa podría suponer
transgredir el acuerdo de las Alcaçovas. En consecuencia, Colón marchó a Castilla y fue recibido por los Reyes Católicos en 1486; fue acogido en la corte, lo
que le permitió perfeccionar el proyecto, pero su impaciencia le hizo regresar a Portugal, donde se encontró con las noticias del hallazgo del paso a Oriente
por África; su sueño de que el rey portugués financiara su proyecto se derrumbaba, no quedándole más remedio que regresar a Castilla.
Entre 1489 y 1491 Colón adoptaría una doble táctica: su hermano Bartolomé iniciaba contactos (infructuosos) con otras monarquías europeas, mientras él
buscaba apoyos en la nobleza castellana (duques de Medinaceli y Medina Sidonia). Finalmente, una nueva Junta volvía a discutir el proyecto, alcanzándose
las Capitulaciones de Santa Fe, el 17 de abril de 1492. En ellas se concedían a Cristóbal Colón los títulos de almirante con carácter perpetuo, virrey y
gobernador de los mares y tierras que descubriese, la percepción del diezmo de los beneficios y rentas a obtener, derecho a participar con una octava parte
en toda expedición comercial con destino a las tierras descubiertas y derecho jurisdiccional sobre los pleitos económicos que pudieran suscitarse.
Se eligió Palos dela Frontera como puerto de salida dada la abundancia de marinos con experiencia de navegación por aguas atlánticas. La financiación fue
posible por las prestaciones de la Hermandad de Galicia, aportaciones del propio Colón y otras menores de vecinos de Palos y amigos de Colón.
El descubrimiento de América
Tercer viaje
Viendo fracasado el proyecto de establecer un servicio periódico de aprovisionamiento a la establecimientos de la Indias, una tercera expedición
colombina salió de Sanlúcar de Barrameda el 30 de mayo de 1498. La flota de seis naves siguiendo una ruta establecida por el Tratado de Tordesillas, se
dividió en dos grupos: tres naves irían a la Española y otras tres, al mando de Colón, descenderían al archipiélago de Cabo Verde para atravesar el océano en
dirección SO, con presumible destino hacia el Asia que se había mostrado esquiva en los viajes anteriores,alcanza la isla de Trinidad el 31 de julio. De regreso
a la Española encontró una revuelta civil a la que tuvo que dedicar su atención prioritaria, llegando a pedir un jurisperito a los reyes; el enviado, Francisco de
Bobadilla, acabaría instruyendo un proceso contra Colón, que volvió encadenado a España.
Cuarto viaje
En el último viaje a las Indias que había descubierto hacía ya 10 años, Colón quería recuperar su espíritu descubridor que en los últimos años había sido
ejercido por otros navegantes Pensaba que el acceso a su ansiada Asia estaba en el Caribe occidental (Isla Juana) por lo que el 13 de abril de 1502 zarpa del
puerto de Sevilla con cuatro naves , decidió esquivar la Española, y exploró las costas de las actuales Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá, así como el
golfo de Urabá en la actual Colombia hasta el itsmo de Panamá que identificó como la Cochinchina. Desde ahí intentó retornar a La Española, pero una
tormenta lo hizo desembarcar en Jamaica, donde permaneció durante una año en penosísimas condiciones , y regresó en 1504 a Sanlúcar de Barrameda.
NOTAS
Tratado de Alcaçobas
Fue un acuerdo firmado en la villa portuguesa del mismo nombre, el 4 de septiembre de 1479, entre los representantes de los reyes Isabel y Fernando de
Castilla y Aragón, por un lado, y del rey Alfonso V de Portugal y su hijo Juan por el otro y que fue ratificado por el rey de Portugal el 8 de septiembre de 1479
y por los reyes de Castilla y Aragón, en Toledo, el 6 de marzo de 1480.El tratado resolvió cinco cuestiones principales:
– Declaró la paz entre el reino de Portugal y los reinos de Castilla y Aragón y puso fin a las hostilidades tras la Guerra de Sucesión Castellana (1475-
1479). Alfonso V renunció al trono de Castilla e Isabel y Fernando renunciaron a cambio al trono de Portugal.
– Repartió los territorios del océano Atlántico entre los dos países. Portugal mantuvo el control sobre sus posesiones de Guinea,la Mina de Oro,
Madeira, las Azores, Flores y Cabo Verde. A Castilla se le reconoció la soberanía sobre las islas de Canaria.
– Reconoció que el impuesto denominado el quinto real fuese percibido por Portugal en los puertos castellanos, incluyendo a los barcos que
hubiesen zarpado hacia la Mina de Oro antes de la firma del mismo.
– En paralelo se negociaron las Tercerías de Moura, que resolvieron la cuestión dinástica castellana a través de dos convenios: Juana la Beltraneja o
Juana de Castilla, rival de Isabel por el trono de Castilla, debió renunciar a todos sus títulos castellanos y optar entre el casamiento con el príncipe heredero
de los reyes Fernando e Isabel, Juan de Aragón y Castilla, si éste así lo decidía al cumplir los catorce años o recluirse en un convento, opción por la que optó.
– También acordaron la boda de la infanta Isabel de Aragón y Castilla, hija primogénita de los reyes Isabel y Fernando, con Alfonso de Portugal y
Viseu, el hijo único del Juan II de Portugal, príncipe heredero de Portugal. La enorme dote pagada por los padres de la novia representó la indemnización de
guerra obtenida por Portugal.
Tratado de Tordesillas
Se conoce como Tratado de Tordesillas al compromiso suscrito en Tordesillas (Valladolid) el 7 de junio de 1494 entre Isabel y Fernando, reyes de Castilla y
Aragón y Juan II rey de Portugal, en virtud del cual se establecía un reparto de las zonas de conquista y anexión del Nuevo Mundo mediante una línea
divisora del Océano Atlántico y de los territorios adyacentes. El tratado se firmó para evitar conflictos entre las coronas de España y Portugal interesadas en
el control de los mares y tierras exploradas por sus marineros. Quince años después del Tratado de Alcaçovas.
Encomienda
La encomienda fue una institución característica de la colonización española de América y Filipinas, establecida como un derecho otorgado por el Rey
(desde 1523) en favor de un súbdito español (encomendero) con el objeto de que éste percibiera los tributos que los indígenas debían pagar a la corona (en
trabajo o en especie y, posteriormente, en dinero), en consideración a su calidad de súbditos de ésta. A cambio, el encomendero debía cuidar del bienestar
de los indígenas en lo espiritual y en lo terrenal, asegurando su mantenimiento y su protección, así como su adoctrinamiento cristiano (evangelización). Sin
embargo, se produjeron abusos por parte de los encomenderos y el sistema derivó en muchas ocasiones en formas de trabajo forzoso o no libre, al
reemplazarse, en muchos casos, el pago en especie del tributo por trabajo en favor del encomendero. La encomienda de indios procedía de una vieja
institución medieval implantada por la necesidad de protección de los pobladores de la frontera peninsular en tiempos de la Reconquista. En América, esta
institución debió adaptarse a una situación muy diferente y planteó problemas y controversias que no tuvo antes en España.
El grupo privilegiado era la NOBLEZA que servía de modelo para los otros grupos de la sociedad. Era una clase terrateniente hereditaria de origen militar,
que representaba entre el 1 y el 2% de la población europea. Justifican su condición privilegiada haciéndolos descender de los conquistadores germánicos.
Este origen étnico implicaría que la condición nobiliaria fuese igual para todos los miembros del estamento, pero la realidad era que había diferencias de
nivel económico y de rango social, por lo que se suele hablar de alta y baja nobleza. La diferencia entre ambos grupos podía venir definida por la posesión de
señorías jurisdiccionales o por la posesión del título de conde, duque, marqués o similar. Por supuesto existían simples caballeros que no poseían señoríos
jurisdiccionales, sino que eran propietarios rurales o urbanos. La condición nobiliaria no era inmutable,los reyes otorgaban ascensos dentro del rango de la
nobleza titulada, o daban títulos a simples caballeros. El fenómeno del ennoblecimiento era posible porque existía una zona mixta de personas que, sin ser
jurídicamente nobles, vivían como tales, tanto en la forma de sus ingresos como en la manera ostentosa de gastarlos. Se trataba de una oligarquía urbana
que se suele denominar “patriciado”.
La condición nobiliaria se transmitía por herencia a todos los hijos, no así el título, que lo heredaba el primogénito, los demás hijos serían simples caballeros.
En cuanto a la herencia de los bienes, en el s. XVI no se había extendido demasiado el sistema de primogenitura, estando aun vigente el sistema de reparto
de bienes entre los hijos varones por igual (origen de la fragmentación de Alemania, por ejemplo). La base de la riqueza nobiliaria era la propiedad
privilegiada de la tierra por medio del régimen señorial. El noble no era sólo el propietario del dominio, sino que ostentaba la autoridad pública e incluso
judicial. La explotación de la tierra era cedida a los campesinos a cambio de rentas fijas o de parte de la cosecha, quedando una “reserva señorial”. Además
los señores tenían el monopolio de medios técnicos (molinos), cobraban impuestos sobre las vías de comunicación, tenían derecho preferente de venta de
sus productos, derechos exclusivos de caza y pesca. Aunque sus ingresos eran elevados, también lo eran sus gastos, debían mantener un elevado número
de criados, llevar una vida suntuosa, otorgar generosas dotes a sus hijas, construir y mantener palacios, son las denominadas liberalidades. A finales del s.
XVI muchas casas nobiliarias tenían dificultades económicas y se hallaban endeudadas. Uno de los privilegios de los nobles, sin embargo, era que no podían
ser encarcelados por deudas, los monarcas concedían toda clase de ventajas (concesiones de impuestos, asignación de cargos lucrativos…) para que los
nobles no tuvieran que pagar a sus acreedores. En todo caso, la ruina de algunas familias suponía el ascenso de otras.
La población urbana
La ciudad formaba, dentro de la sociedad del Antiguo Régimen, un elemento minoritario, pero cualitativamente muy importante por su dinamismo. La
ciudad representaba la economía de base dineraria, capitalista, en oposición a la estructura rural tradicional, heredada del feudalismo.
En las ciudades encontramos tres grandes grupos sociales: una minoría de burgueses, una mayoría de artesanos y un gran número de criados y
trabajadores no cualificados, a parte de los marginados sociales.
La BURGUESIA, era una clase seminobiliaria y hereditaria que vivía de las rentas de la propiedad o del capital. Solían dirigir de manera exclusiva o
preeminente los gobiernos municipales. De manera general se suele asimilar la burguesía con los comerciantes, pero también eran importantes los
graduados universitarios que vivían del ejercicio de su profesión (médicos y abogados). La burocracia también ofrecía colocación a personas que no
tuvieran un título nobiliario (oficios de pluma). En general se consideraba que las profesiones liberales no eran incompatibles con el ennoblecimiento,
mientras que sí lo era el comercio. Los comerciantes se enorgullecían de su experiencia práctica, e incluso mandaban a sus hijos a pasar un periodo de
formación en otras ciudades. En esta época no existían banqueros especializados, sino que los financieros eran grandes comerciantes al por mayor que,
entre otros muchos productos, comerciaban con dinero por medio de la especulación y las letras de cambio. El sistema tendría un claro precedente en las
ciudades italianas del s. XV y especialmente en Florencia (Banca Medici). Las inversiones industriales de la burguesía del s. XVI eran limitadas.
Los Artesanos la mayor parte de la producción industrial estaba en manos de artesanos especializados, organizados en gremios. Los gremios o
corporaciones de artesanos reglamentaban la formación profesional y organizaban las condiciones de trabajo, fabricación y venta de los productos, asi
como las estipulación de los precios. A lo largo del s. XVI aumentó el número de gremios y de artesanos en general, por medio de una especialización a
veces excesiva. En lasciudades medias, donde el número de artesanos era más reducido, las especialidades se encontraban reunidas en “cofradías de
diversos oficios”, por lo general bajo la advocación de un santo patrón común. El acceso a la condición de maestro agremiado se realizaba a través de un
examen de maestría que en teoría debía demostrar la cualificación del aspirante, pero que en la práctica se convertía en un mecanismo de selección
económica y social, puesto que los gastos que se debían satisfacer eran elevados; los familiares de maestros solían ser eximidos de este pago, por lo que el
grado terminó convirtiéndose en hereditario. Además, había discriminaciones de distinto tipo que reglamentaban el ingreso en los gremios, siendo más
abundantes en los gremios más ricos. Los gremios estaban muy relacionados con los gobiernos municipales, que incluso llegaban a ser parte de ellos,
generalmente detrás de ciudadanos y comerciantes. Aunque los gremios habían ganado posiciones en muchas ciudades alemanas durante los siglos XIV y
XV, en el siglo XVI se produjo una disminución del papel de los artesanos y una aristocratización del consejo. Muchos jóvenes, que nunca llegaban a aprobar
el examen de maestría, quedaban siempre en una posición intermedia. Solían agruparse en “cofradías de mancebos”; son especialmente conocidas las
organizaciones semiclandestinas de oficiales o compagnons francesas.
Masa de trabajadores no cualificados, que trabajaban generalmente por un sueldo diario en trabajos eventuales; se les denominaba despectivamente
Pobres y delincuentes
La pobreza era una situación sustancial con la sociedad del Antiguo Régimen, un 10% de la población vivía bajo la sombra de la pobreza y podía ser
incrementado por población artesana y campesina carentes de reservas de alimentos y de dinero a causa de los vaivenes de la economía, por lo que en
sentido amplio cerca de la mitad de la población europea vivía en situación de pobreza y al borde de ella y las viudas, ancianos y enfermos como el colectivo
de pobreza extrema.
El siglo XVI no hizo más que aumentar el número de pobres y deteriorar el nivel de vida, situación agravada en el siglo XVII por la crisis.
Tan general como el fenómeno de la pobreza era la existencia de un gran sentido de la caridad social, sobre todo en las ciudades pero que nunca logro
solventar el problema. En el campo no disponían de tantas instituciones caritativas como en las ciudades y los pobres que no estaban controlados por las
parroquias eran considerados vagabundos. Además existía gran variedad de falsos mendigos y delincuentes, que a veces formaban bandas organizadas, de
ahí las persecuciones a los gitanos. La legislación que se aplicaba contra delincuentes y vagabundos era dura, arbitraria y socialmente selectiva.
Otra novedad eran BOLSAS, donde se negociaban productos y capitales, la más conocida fue la de Amberes.
Las rutas comerciales sufrieron importantes modificaciones, sobre todo los de larga distancia y con ello también los centros del comercio europeo, de este
modo las rutas mediterráneas con dificultades debido a la invasión turca perdieron protagonismo a favor de las rutas atlánticas, a través de las cuales
llegaban las especias y las sedas de Extremo Oriente, con menos costes de transporte que la vias terrestres, convirtiéndose Lisboa en el centro de
distribución de especias y otros productos exóticos. La Casa de Contratación de Sevilla realizó una labor similar en el comercio con América, aunque ambos
monopolios sufrieron las consecuencias de la creciente actividad de los comerciantes y navegantes de otras potencias europeas: franceses, holandeses e
ingleses, donde a medio y largo plazo triunfarían sobre las economías portuguesa y española incapaces de de responder al reto colonial, Londres, Brujas,
Amberes y Amsterdam fueron alternando ese protagonismo.
El Renacimiento nos evoca una pletórica recreación de la Antigüedad clásica en literatura, pensamiento, arte, actitudes y comportamientos en lugares y
tiempos concretos, particularmente de Italia. Y es este proyecto de revivir la Antigüedad, el convertirla en molde de un mundo nuevo, el que presta su
fisonomía más definida al llamado Renacimiento.
Los problemas se presentan al expandir su significado a la totalidad histórica de una época e intentar transferirlo desde las minorías cultas al conjunto social.
Si queremos aplicar el término con este matiz de cultura de época debemos situarlo, a efectos meramente pedagógicos y en un primer intento, entre el s.
XIV y mediados del s. XVI, con perspectivas variables según los países. Por otro lado, sus creaciones deberán vincularse a minorías urbanas en contrapunto
con mayorías asentadas en la tradición medieval. Además, convendrá distinguir entre los conceptos de Renacimiento y Humanismo. El primero es más amplio
y tiende a abarcar la diversidad de perspectivas y actitudes vitales, mientras que el de Humanismo se refiere más directamente al resurgir de las letras
clásicas antiguas y de los valores culturales a que dieron origen. El interés por el Renacimiento como cultura de época se inicia a mediados del s. XIX, tras
una etapa de admiración medieval propia del romanticismo. Corrientes:
– Siglo XIX : el autor más significativo será Jakob Burckhardt, cuya Cultura del Renacimiento en Italia (1860) se centraba en reivindicar para la época la
individualidad y el espíritu laico. Para este autor, la quiebra entre Edad Media y Renacimiento resultaba evidente y se producía a mediados del s. XV.
Burckhardt contrapone la afirmación individual renacentista a los valores colectivos medievales, con sus lazos de sangre, familia y territorio.
– Primer cuarto del s. XX , los medievalistas tienden a rechazar las fáciles contraposiciones entre Edad Media y Renacimiento. Frente a Burckhardt,
que había centrado el verdadero Renacimiento en Italia, fue configurándose la conciencia de un Renacimiento nórdico , no paganizante sino cristiano , una de
cuyas figuras más significativas sería Erasmo. De este modo se tendían puentes entre el Renacimiento y las reformas religiosas.
Con todo, la consolidación evidente del Renacimiento italiano contaba a su favor con el sustrato cultural e incluso material de la vieja Romanidad, mientras
que tradiciones culturales distintas en otros países europeos podía ofrecer ciertas resistencias.
– Finales del s. XX , Peter Burke ha subrayado la necesidad de considerar el Renacimiento no como un período concreto, sino como una dinámica
expansiva en amplio contexto. Lo ocurrido a partir del s. XIV (inicialmente en Florencia) debe situarse en una trayectoria de cambios a largo plazo, entre el
año 1000 y el 1800. En este marco general, el Renacimiento clásico correspondería a la secuencia temporal intermedia (siglos XIV – XVI), para estos hombres,
las letras clásicas y los modelos antiguos representaron la posibilidad de nuevas actitudes ante el mundo. Posteriormente, los siglos XVII y XVIII aportarían
otros matices a parecidos problemas.
En este proceso de difusión cultural, no tuvieron demasiada importancia las universidades de raíces medievales, por lo menos al principio.
El recuperado latín clásico se enfrentó con el latín escolástico de las universidades, y éstas tras algunas reticencias incorporaron a sus facultades algunas
cátedras de lenguas clásicas, con todo se produjo una expansión de las instituciones universitarias a lo largo del siglo XVI en Europa por dos causas
principales, por un lado los conflictos religiosos entre católicos y protestantes multiplicaron las universidades y las convirtieron en baluartes ideológicos y
por otro , la necesidad de los nuevos Estados de estructurarse a través de una burocracia y administrativa eficiente formada en el derecho romano impartido
en la universidades tradicionales.
En Europa el Renacimiento logró una progresiva revitalización de las lenguas y literaturas vernáculas, aunque los libros en latín continuaron manteniendo
su dignidad. Los nuevos géneros literarios que se difunden son poesía épica y lírica, el cuento y las novelas caballerescas o sentimentales.
Pensamiento filosófico
En la base se mantiene el aristotelismo medieval de Santo Tomás de Aquino, conciliando revelación y razón. Se afirmaba la posibilidad de elaborar, a partir
de las experiencias del mundo sensible, un conocimiento conceptual del mundo ( realismo ) .
Guillermo de Ockam en el siglo XIV había negado esta posibilidad de un conocimiento racional de las verdades de la revelación.
Las observaciones sensibles permitían acceder a una ciencia experimental, que no tenía por qué corresponderse con las realidades divinas, los conceptos
serían meros nombres (nominalismo). La vertiente del aristotelismo averroísta separaba también la filosofía de la fe y postulaba la doctrina de una doble
vertiente, científica y religiosa.
La segunda corriente filosófica destacada en el Renacimiento será el platonismo. Durante la Edad Media el conocimiento de los escritos de Platón fue muy
reducido, pero ahora se redescubren los textos originales, a los que se le unirán los textos neoplatónicos o “escritos herméticos” de Hermes Trimegisto.
Marsilio Ficino fue el difusor de las doctrinas neoplatónicas, intentando conciliar en línea espiritualista a Platón y a Aristóteles. Ficino reivindica la identidad
de lo bello y de lo bueno, y la unidad de todo amor como deseo del bien. Discípulo de Ficino fue Pico della Mirandola, que incrementa la incidencia de teorías
cabalísticas y mágicas en el neoplatonismo de su maestro en su búsqueda de una síntesis filosófica, religiosa y moral. Puede considerársele uno de los
prototipos de hombre universal del Renacimiento, por su variedad de intereses en lenguas, filosofía, religión y astrología. En definitiva, el Renacimiento en
Filosofía no fue tanto un sistema cerrado sino una aspiración y un talante.
Innovaciones artísticas
Los intentos de imitar a los antiguos alcanzaron a las artes plásticas.
– Arquitectura , la recuperación de las formas clásicas se estimulaba por la existencia de ruinas y edificios en muchas ciudades italianas,
especialmente en Roma. Se reeditaron los Diez libros sobre arquitectura de Vitruvio. El conocimiento de las matemáticas y de la geometría se aplica a la
arquitectura y a la perspectiva. Se busca la unidad espacial y la simetría. Entre los arquitectos destacan Brunelleschi y Donato Bramante.
– Escultura , el coleccionismo de obras originales se extiende entre los magnates. Donatello será el escultor más importante.A comienzos del siglo
XVI el lenguaje clásico en las artes visuales alcanza su apogeo. Se afirma la potencia escultórica de Miguel Ángel, cuyas obras tienden a la glorificación
heroica de lo humano.
– Pintura , debido a que los restos antiguos eran escasos y mal conservados, para la imitación tuvieron que recurrir a las descripciones literarias o a
la transposición de poses escultóricas. Se estimuló el retrato como género independiente. En el Quatroccento descubrieron las leyes de la perspectiva lineal.
La pintura avanzó desde los elementos góticos tradicionales hacia la representación naturalista de cuerpos y espacios. Un fuerte interés por la perspectiva
pictórica se encuentra en Paolo Ucello, Andrea Mantegna y Piero Della Francesca. Con Leonardo da Vinci se introduce la perspectiva aérea en las gradaciones
de luz y sombra del sfumato. Las atmósferas coloristas, la sensualidad y la luz alcanzarán su culminación con Tiziano, retratista oficial de la monarquía
española.
De este modo, durante los siglos XIV al XVI se produjeron importantes innovaciones artísticas en Italia. Se trabajaba en pequeños grupos o talleres, pero se
destacaron claramente numerosas individualidades
Francia
En la monarquía francesa el Humanismo tuvo un desarrollo tardío. El Renacimiento francés presenta un colorido cortesano, entorno de Francisco I y de su
hermana Margarita de Navarra. No hay que olvidar a los teólogos y filósofos escolásticos de la Universidad de la Sorbona, que se mantuvieron recelosos
frente a las novedades intelectuales de Italia. Pese a ello, el Humanismo galo cristalizó en dos figuras principales: Lefèvre d’Étaples y Budè.
Inglaterra
En Inglaterra la propia Corte sirvió de acogida a los humanistas italianos, los nuevos saberes encontrarán también acogida en las universidades, jurídicas y
escolásticas, de Oxford y Cambridge, lo que no se hará sin enfrentamientos con los teólogos más conservadores. Entre los humanistas ingleses destacan
Colet y Moro. Colet es un humanismo cristiano, que aborda estudios filológicos e históricos de los escritos de San Pablo.
Tomás Moro es un erudito aficionado, neoplatónico, de vasta cultura, que evoca una sociedad ideal organizada sobre principios de razón natural,
comunitaria y sin propiedad privada. Su enfrentamiento con el rey Enrique VIII le sitúa como ejemplo de humanista ético, defensor de la dignidad de la
conciencia individual frente al despotismo del poder.
Imperio Alemán
En el ámbito alemán el proyecto de restauración de la Antigüedad romana no se introdujo sin rozamientos. Para muchos resultaba una cultura extraña a lo
germánico, que suscitó reacciones y favoreció la toma de conciencia de una cultura propia en la lengua, la historia e incluso el derecho. No obstante,
también en Alemania se produjeron los intercambios de eruditos italianos y viajeros curiosos, que fueron difundiendo las actitudes humanistas.
Encontramos sociedades y academias en Colonia, Estrasburgo, Nüremberg o Viena, al tiempo que una potente imprenta se desarrolla en Basilea. Las reformas
religiosas que se originan en esta época en Alemania constituyeron un obstáculo para la difusión de los modelos clásicos del Humanismo italiano. Conviene
matizar que Lutero, a pesar de sus enfrentamientos con Erasmo, no puede ser considerado como un estricto enemigo de los humanistas. Más próximo al
humanismo estaba Zwinglio; la ambivalencia la encontramos en Calvino, con sus recelos puritanos frente a las vanas curiosidades.
Países Bajos
En los Países Bajos el Renacimiento adquiere matices peculiares. Por una parte, se desarrolla en ellos una nueva sensibilidad religiosa, la “devotio moderna”,
intimista y emocional. Los llamados Hermanos de la Vida Común, pertenecientes a esta corriente, fomentan una labor pedagógica y de transcripción de
manuscritos. El Humanismo propiamente dicho puede apreciarse en la segunda mitad del s. XV, con figuras como Rodolfo Hussmann Agrícola. Hay que tener
en cuenta que algunas innovaciones propias del Renacimiento no partieron de Italia, sino que se recrearon en los Países Bajos. Fueron los maestros
flamencos como Van Eyck o Van der Weyden los que configuraron las nuevas técnicas de la pintura al óleo, dentro de una escuela de tradición gótica
caracterizada por un realismo minucioso y la observación empírica.
Frente al relativo desarrollo de la actividad científica, se generalizaron en el Renacimiento las aplicaciones e invenciones técnicas que venían
desarrollándose desde la Baja Edad Media. Aparece la figura del ingeniero-artista, cuyo máximo exponente será Leonardo da Vinci. Las innovaciones técnicas
tuvieron lugar en diversos ámbitos: en el arte de la guerra (todo lo relacionado con la náutica y la navegación), en la arquitectura, en el aprovechamiento
energético del agua y el viento (molinos de papel, de harina, ferrerías y batanes), la agricultura y los regadíos, la minería y la metalurgia, a la medida del
tiempo y a otros usos cotidianos. Las artes de la guerra, la ingeniería y la arquitectura militar tuvieron una notable expansión.
Hacia 1450 habían aparecido las armas de fuego individuales, y el perfeccionamiento de los cañones durante los siglos XV y XVI condujo a significativas
transformaciones en las técnicas metalúrgicas de la fundición.
Junto a los Artes de Navegar de Pedro Medina, se fue consolidando una nueva cartografía, estimulada por los descubrimientos geográficos. Destacan los
trabajos de Gerhard Kresser “Mercator”, que aplicó la proyección cilíndrica que lleva su nombre a un mapamundi general para uso de navegantes. Las
técnicas tuvieron una importante aplicación en las explotaciones mineras, donde destaca el alemán Georg Bauer “Agrícola”. Finalmente, los inventos
alcanzaron a los objetos de uso cotidiano: las lentes para subsanar los defectos de la vista, generalizadas desde el s. XIV; o la reducción de los aparatos
cronométricos a tamaños manejables, que posibilitaría la difusión de los relojes. Con todo, el balance parece bastante pobre. El gran siglo de la ciencia será
el s. XVII. Es cierto, sin embargo, que el Renacimiento enriqueció el corpus científico legado por la Antigüedad y estimuló la observación y la experiencia,
abriendo así el camino a Galileo y Descartes.
del rey que se reveló con la apropiación de una serie de símbolos y atributos hasta entonces privativos del emperador (título de majestad, la representación
pictórica del rey con vestidos y ornamentos imperiales o la sacralización del rey como Vicarius Christi).
La doctrina del origen divino del poder real se desarrolló en todas las cortes europeas pero particularmente en Francia.
La sociedad reclamaba una religiosidad más auténtica, y Lutero se adelantó a Roma a la hora de dar una respuesta. La piedad popular bajomedieval
exageraba hasta el extremo los sentimientos de culpabilidad ante el pecado, de indefensión ante el demonio y el mal, y de temor ante la inflexible justicia de
Dios. El miedo, conjurado con ritos cristianos pero vividos desde una religiosidad natural, daba lugar a comportamientos más paganos que evangélicos, como
todos los reformadores denunciaban desde antiguo. Aprovechando esta demanda popular de seguridad espiritual, se establecieron negocios ilícitos, por
ejemplo, en torno a las indulgencias, y actitudes supersticiosas. Todas estas desviaciones de la religiosidad popular fueron denunciadas por los humanistas,
pero sin ofrecer a cambio una alternativa accesible.
En ciertos ambientes urbanos, entre la burguesía culta y acomodada, había arraigado una piedad personal muy diferente: la “devotio moderna”, que debía
mucho a ciertos autores de los siglos XIV y XV. Las escuelas promovidas por los “Hermanos de la vida común” y ciertas instituciones religiosas contribuyeron a
difundir una piedad más íntima que exterior, más personal que comunitaria, más directa y espontánea que subordinada a mediaciones eclesiales y moldes
litúrgicos, se centraba en la figura de Cristo, era optimista en cuanto a las posibilidades del hombre en el mundo, y se apoyaba en la lectura de la Biblia y de
libros de piedad. El desarrollo de la imprenta facilitó la difusión de la Biblia, tanto en ediciones latinas como en lengua vernácula. El desarrollo de la crítica
filológica un mejor conocimiento de las lenguas bíblicas permitieron a los humanistas releer con ojos nuevos, en especial las cartas de San Pablo.
Eran muchos los que, como Lutero, pensaban que era preciso derribar fórmulas y volver a una religión más auténtica. Las propuestas de Lutero se realizaron
porque cuajaron en un medio social y político que se interesó por sus aplicaciones prácticas. El desarrollo alcanzado en esta época por las nuevas fuerzas
económicas (capitalismo) y sociales (burguesía) determinarían cambios en el orden ideológico (religión), el luteranismo se alimentó de un vivo nacionalismo
antirromano. El “germanismo” de sus humanistas, reviviendo la resistencia frente al Imperio romano agresor, reforzaba el sentimiento de indignación por el
despotismo que ejercía el papado en el terreno fiscal y de los beneficios. Lutero, que encarnó ese espíritu y pretendió una Reforma fundamentalmente
alemana, acabó por convertirse en un auténtico padre de la patria.
La implantación de la Reforma en una ciudad o en un territorio conllevaba cambios de poder y riqueza, y hubo muchos que supieron apreciar la oportunidad.
La supresión de las órdenes religiosas (conventos y monasterios) y de las cofradías, que acompañaba a la Reforma supuso el trasvase de muchos bienes
raíces y rentas, que pasaron a propiedad o gestión de otras manos, y que se utilizaron con diferentes fines. No es de extrañar que príncipes y nobles
pretendieran enriquecerse y, de paso, aumentar su poder controlando la nueva iglesia. El patriciado urbano adquirió el control de las antiguas instituciones
asistenciales y educativas de iniciativa privada. La Reforma triunfó con el apoyo de la autoridad secular, aunque también fracasó por su oposición: los
monarcas ingleses o daneses la iniciaron y promovieron, frente al caso español, donde Felipe II no tuvo ningún problema para aplastar los primeros pasos de
la Reforma en España con ayuda de la Inquisición. En cualquier caso, creció el poder de las autoridades seculares sobre las respectivas iglesias, aunque bajo
normas distintas en el ámbito católico y en el protestante
LA REFORMA PROTESTANTE
El término “reforma” era de uso corriente a finales del medievo y significaba la purificación interior que cada cristiano había de operar en sí mismo y, sobre
todo, las transformaciones que se esperaban de la Iglesia. Pero, a partir de Lutero, la palabra “reforma” designó la renovación de la Iglesia iniciada en 1517
fuera de Roma y en contra de la misma. La Reforma protestante tiene una importancia central en la historia de la Iglesia y de la cristiandad occidental, al
romper la unidad cristiana de Europa. Lutero fue quien le infundió alma y carácter, pero él solo no habría podido arrastrar a pueblos y naciones, separándolos
de la religión tradicional, de no haber encontrado unas condiciones favorables que le preparasen el terreno, y unas causas o fuerzas más hondas que le
ayudasen en su tarea gigantesca. El proceso se vio acelerado tras la disolución del orden medieval y de los supuestos fundamentales que lo sostenían, así
como el no haberlos sustituido oportunamente por las formas nuevas que los tiempos pedían.
Como causa inmediata de la reforma protestante hay que mencionar los abusos en el clero y pueblo, y la imprecisión dogmática. Cuando se habla de
desórdenes en la Iglesia en vísperas de la reforma, se piensa en primer término en los “malos papas” (Alejandro VI o León X), cuanto menor era el espíritu
religioso en la curia papal y en el resto del clero, tanto más escandalizaba el fiscalismo de la Iglesia y el afán de lucro; con un refinado sistema de tarifas,
impuestos, donaciones, más o menos voluntarias, y con el dinero de las indulgencias, se procuraban llenar las arcas de la curia.
LUTERO (1483-1546)
En la fuerte personalidad de Lutero, se mezclan la vitalidad de sus orígenes con su profunda conciencia religiosa influenciada más por la fuerza del corazón
que de la razón. Inspirándose en San Pablo y San Agustín, y en oposición con los humanistas, conforma una visión pesimista del hombre, subrayando el
carácter irremisiblemente pecaminoso de la naturaleza humana y la necesidad de la gracia divina, única capaz del salvarle. Lutero niega el “libero arbitrio” del
hombre y todo lo remite a la misericordia divina, es decir, a la justificación por la fe, que se convierte en la piedra angular del protestantismo oficial.
Entonces fraguó el núcleo de su doctrina: la salvación por la Sola gratia (gracia sola, Jesús es el único que puede salvarnos); la Sola fide (Fe sola, la fe es lo
único que nos justifica por la gracia de Dios y lo único que nos salva); Sola Scriptura (la Escritura sola, las Sagradas Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento
son la única fuente de revelación y norma de vida, nulo valor de salvación de las obras humanas); Solus Christus (solo Cristo, el único fundamento de la fe es
Jesús). Soli Deo Gloria (potenciado por Calvino, sólo a Dios se le puede dar gloria y adoración).
Para los luteranos Cristo instituyó dos sacramentos: el Santo Bautismo (De infantes) y la Eucaristía o Santa Cena. La imágenes se permiten como medio de
enseñanza. Su liturgia proveniente de la misa pre-tridentina y en casi todos los casos es más conservadora que la católica romana. Los pastores o ministros
pueden contraer matrimonio, también pueden ejercer actividades económicas lucrativas en favor propio o de la iglesia.
El hombre es, a la vez, justo, porque se le aplican por su fe personal, directamente, los méritos de la sangre de Cristo; y también pecador, porque sus pecados
no se borran y siguen condicionando su obrar. La mediación de la Iglesia, que administra los sacramentos y las indulgencias, resulta entonces ineficaz. Sus 95
“tesis” sobre las indulgencias (1517), que simbolizan el inicio de la Reforma, fueron un trabajo académico teológicamente poco novedoso pero que dio pie a la
ruptura con Roma.
Lutero ponía en entredicho la autoridad del papa respecto a la administración de la gracia y fue invitado a retractarse (1518), pero se reafirmó apoyado en el
ambiente antirromano del momento. Las ideas de un fraile alemán sobre un tema tan difícil de comprender no preocuparon en Roma, aunque el papa León X
condenó como heréticas 41 de sus proposiciones por la bula Exurge Domine (1520). La Dieta imperial de Worms (1521), que se encontraba por primera vez con
el nuevo emperador Carlos V y afrontaba cuestiones muy complejas, condenó a Lutero al exilio y a la quema de sus obras. Pero nada de esto sirvió: la bula fue
destruida públicamente en Wittenberg y Lutero pudo burlar la condena gracias a la protección de su príncipe, el elector Federico el Sabio de Sajonia. Lutero
contó con la ayuda de un gran humanista, Felipe Melanchton, quien preparó los primeros compendios sistemáticos del luteranismo. Por entonces
comenzaron a ser denominados protestantes. Del principio radical, de que cada hombre se salva por su “sola fe” y de que las obras humanas no tienen ningún
valor, se derivan las principales características de la religión luterana:
– Una visión pesimista del hombre . El lastre del pecado reduce su libertad de elegir entre el bien y el mal, entre la gracia que Dios ofrece y las
tentaciones que presenta el diablo. Niega el libero arbitrio del hombre, todo se remite a la misericordia divina, a la justificación por la fe. Aspecto éste que,
orientado hacia la idea de la predestinación, desarrollará posteriormente Calvino.
– Una relación más personal, espiritual y directa con Dios . La Palabra de Dios ocupa el centro,es la Biblia que habla a cada fiel en conciencia, sin
necesitar la guía interpretativa de la tradición (los Santos Padres de la Iglesia primitiva) y del magisterio (papa, obispos, concilios). Frente a la Palabra,los
sacramentos pierden importancia y cambian de naturaleza, son meros signos de salvación, que no confieren la gracia por sí mismos sino sólo en función de la
fe del receptor. Lo santos y la Virgen ya no son mediadores que procuren protección, sino modelos a imitar, por lo que peregrinaciones, indulgencias o
imágenes pierden sentido.
– Una iglesia más igualitaria. Inicialmente, Lutero la concibe como la comunidad espiritual de quienes comparten la misma fe y en la que todos son
esencialmente iguales por el bautismo, de ahí que los sacerdotes no pertenezcan a un “orden” distinto y puedan casarse.
Entre 1520 y 1540, la Reforma luterana se extendió rápidamente en el Imperio, antes en las ciudades que en los señoríos territoriales. Las autoridades
dictaron “ordenanzas eclesiásticas” para regular el culto, y utilizaron el sistema de “visitas” para controlar su aplicación. El modelo fue ampliamente imitado
los príncipes en el Imperio. Con el cambio, mejoró la posición social de los pastores , que eran menos numerosos, más cultos y más ricos que antes, pero a
costa de depender estrechamente de la autoridad.
Salvo en los primeros momentos, fueron los magistrados de las ciudades y los príncipes territoriales quienes designaron a los pastores y los pagaron con
antiguas rentas eclesiásticas que ahora administraba el poder civil. Los grandes príncipes fueron conscientes de que la Reforma implicaba un importante
trasvase de riqueza y de poder, y de que el nuevo modelo de iglesia les fortalecía frente al Emperador, pero también se mantuvo viva la esperanza de llegar a
un arreglo religioso que evitara la ruptura de la Iglesia y la quiebra de la paz en Alemania, aunque los acuerdos eran difíciles, incluso entre los reformados.
En estas décadas de indefinición dogmática, todos apelaban a un concilio universal que restableciera la unidad, pero que se retrasaba precisamente por la
desconfianza de todos los implicados: la Iglesia porque temía perder poder frente al Emperador y los príncipes luteranos porque creían que, al final, podían
desvanecerse todos los logros conseguidos; mientras, Carlos V estaba dispuesto a grandes concesiones para mantener la paz imperial y poder dedicar sus
esfuerzos a otros asuntos internacionales.
La afirmación de las iglesias protestantes en el Imperio estuvo determinada por complejos avatares militares y políticos. En realidad, el enfrentamiento
confesional de estos años no fue sino un aspecto de la rivalidad de los grandes señores con el emperador y entre sí.
La paz religiosa de Augsburgo (1555) entre luteranos y católicos, excluyó a todas las demás confesiones (zwinglianos, anabaptistas, calvinistas). Se cimentó
sobre un principio nuevo de “territorialismo religioso”: los príncipes y las ciudades independientes podrían elegir la forma de religión e imponerla a sus
súbditos; a la vez, se intentó fijar unos mecanismos de “reserva eclesiástica” que impidieran el paso a la Reforma de tierras nuevas, aunque esto último no se
aplicara sin violencia.
El luteranismo se extendió, simultáneamente, en las dos grandes monarquías bálticas: Suecia, donde la Reforma fue el resultado de su independencia de
Dinamarca-Noruega bajo Gustavo Vasa; y Dinamarca – Noruega. Actualmente se pueden denominar las tendencias reformistas (con sus diferencias
interpretativas) como: luteranos, anglicanos, presbiterianos, congregacionales, reformados, metodistas, bautistas, pentecostales, etc.
Trento apenas trató de las Órdenes religiosas , salvo para recortar sus exenciones y aumentar el control episcopal sobre su actuación en las diócesis. No se
ocupó apenas de los laicos: el matrimonio siguió considerándose un estado inferior a la consagración religiosa o al simple celibato. Y tampoco trató de la
reforma de los príncipes, pese a que los obispos se quejaban amargamente de las intromisiones de las autoridades seculares. La Iglesia católica promovió las
formas de piedad popular tradicionales que habían rechazado los protestantes, aunque purificándolas de excesos. Impulsó a las cofradías populares
devocionales, conversión de las procesiones en reafirmaciones colectivas y públicas de la fe en aquellos puntos más atacados por el protestantismo,
reconocimiento de ciertos milagros y canonización de nuevos santos, instrucción del pueblo en las oraciones y verdades fundamentales a través de la
catequesis, etc. En la cristiandad católica se acentuó el clericalismo (influencia del clero en los asuntos políticos o sociales del Estado), la uniformidad y la
riqueza formal de los ritos, frente al mayor protagonismo de los laicos y la diversidad y mayor sobriedad litúrgica de las iglesias protestantes. Los templos
católicos se llenaron de crucifijos, vírgenes y santos, expresión y objeto de la devoción popular. Las vestiduras y los vasos e instrumentos litúrgicos se
renovaron, enriquecidos con oro, plata, sedas y pedrería, signos de la magnificencia de los sacramentos. También se cuidó la excelencia de la música sacra, la
polifonía coral y el órgano, pero como espectáculo sin participación popular. Desde Roma se acabó por imponer un Misal, un Breviario para el rezo y un texto
de la Biblia, sacrificando una rica variedad de tradiciones litúrgicas.
Por reacción antiprotestante, la Biblia permaneció inaccesible al pueblo fiel: se proclamaba en latín la liturgia, y sólo la mediación del clero en los sermones la
acercaba; la catequesis de los niños no era principalmente bíblica sino dogmática. La recepción del Concilio y su aplicación en la Europa católica atendió a
circunstancias nacionales, como la aceptación de los decretos tridentinos por Felipe II siempre que no perjudicaran los derechos reales; o la no aceptación
formal en Francia, sino como un acuerdo de la Junta del Clero. Pero fueron los grandes pontífices del postconcilio quienes hicieron de Roma, de un modo más
perfecto que nunca antes, la cabeza de la catolicidad y no sólo la sede del papado: enseñaron los mejores teólogos y se crearon seminarios específicos. Los
nuncios, además de representantes diplomáticos, impulsaron las reformas y la administración eclesiástica en los distintos países. Los obispos fueron
obligados a informar a Roma sobre la vida eclesiástica de sus diócesis en periódicas visitas ad limina, que Felipe II prohibió a los españoles que
cumplimentaran personalmente.
A fines del s. XV y durante la primera mitad del s. XVI, las relaciones internacionales en Europa se explican por tres denominadores comunes:
– el antagonismo hispano – francés,
– la defensa de la Europa central frente a la expansión turca en el ámbito danubiano y de sus aliados norteafricanos en el Mediterráneo, y
– las pugnas entre católicos y protestantes en Alemania, una vez iniciada la Reforma luterana.
El Emperador, que era al mismo tiempo el soberano de la Monarquía española, Carlos I de España y V de Alemania, lideró el bando católico e intentó con
todas las fuerzas a su alcance defender la frontera de cristiandad frente a los turcos y berberiscos, y la frontera de catolicidad frente a los protestantes a los
que intentó doblegar sin éxito.
Otros dos factores de importancia que ayudan a explicar el desarrollo de los acontecimientos en esta época son:
– el despliegue de una nueva diplomacia renacentista y
– el uso de nuevas armas, principalmente las armas de fuego y la artillería.
Fruto de la negociación diplomática, veremos aparecer un conjunto de ligas internacionales, que se hacen y deshacen con cierta facilidad, pero que tienen
un denominador común, suelen agrupar a diversas potencias que se coaligan para hacer frente a otra más fuerte y establecer una especie de equilibrio,
siempre frágil, en una zona determinada, que a finales del s. XV y el primer cuarto del s. XVI, habitúa a ser la dividida península italiana (Italia no logrará su
unidad política hasta la segunda mitad del s. XIX) y en aquella época estaba fragmentada en una serie de Estados independientes, que con frecuencia
reclamaron intervenciones extranjeras. Italia fue un auténtico tablero de ajedrez en el que movieron sus piezas las dos potencias, en aquellos momentos,
más fuertes de la cristiandad: España y Francia.
Hasta 1526 las ligas se forjaron fundamentalmente para frenar la expansión francesa, a partir de esta fecha se aglutinaron en torno a Francia para intentar
disminuir el poder español. La monarquía francesa, aunque su titular recibiera la denominación de Rey Cristianísimo, no tuvo dificultades en aliarse con los
turcos o con los protestantes, es decir, con los enemigos de su enemigo, la Casa de Austria, con tal de menoscabar el poder de su adversario. La monarquía
española durante la primera mitad del s. XVI tuvo que hacer frente a una trilogía de antagonistas que fueron: franceses, protestantes y turcos.
DUCADO DE MILÁN
El ducado de Milán fue la pieza más disputada en las guerras de Italia. En 1535 fue ocupado por Carlos V que más tarde se lo cedió a su hijo Felipe II. Pero, ya
para entonces, el gran estado construido por los Visconti había perdido jirones importantes de su territorio a manos de los suizos y del propio Papado, hasta
el extremo de quedar reducido al espacio comprendido entre el Essio y el Adda. Sin embargo, estos cambios apenas alteraron sus instituciones, fijadas
sólidamente desde los tiempos de los Sforza. Durante el período de dominación francesa, Luis XII creó un Senado de 15 miembros con funciones judiciales
semejantes al Parlamento de París. En 1541, Carlos V otorgó una nueva constitución, en la que cabe destacar como figuras más importantes: un gobernador,
que representaba al soberano, y el archicanciller, que presidía el Consejo Secreto. En 1543, las protestas de las ciudades por un nuevo tributo dieron origen a
la Congregationi di Stato, asamblea que limitó en cierto sentido los poderes del gobernador.
FLORENCIA
En Florencia, los Médici acabaron con la endémica inestabilidad social. Sus reformas la fuerza y la continuidad suficientes para hacer de Florencia una
república poderosa. Con este fin modificaron algunos puntos de la constitución. La elección por sorteo fue sustituida por una junta previamente
seleccionada, que permitía que la Signoria –la magistratura suprema— estuviera siempre dominada por los amigos de los Médici.
En 1480 fue instituido el Consejo de los Setenta, de donde se elegía una junta encargada de la hacienda y de los asuntos exteriores. Durante su gobierno,
aceptado sin reparos por
la mayoría de los ciudadanos, Florencia conoció una época de prosperidad económica, pero también artística, debido al mecenazgo que desempeñó la
familia. Incluso el potencial económico de estos banqueros y su sapiencia política dieron a Florencia una incuestionable presencia en los asuntos de Italia.
DUCADO DE SABOYA
El ducado de Saboya, que se extendía al oeste de los Alpes y entre Francia e Italia, difícilmente puede considerarse un estado italiano. En la propia Saboya,
los marquesados de los Saluzzos y de Monferrato eran independientes.
Durante el mandato del duque Carlos III, sufrió una dura crisis. La expansión de la Reforma provocó un período de inestabilidad y pérdida de algunos
territorios, que fueron ocupados por Berna, quien a su vez favorecía la independencia de Ginebra. La situación fue utilizada por Francisco I para hacerse con
los territorios situados al oeste de los Alpes, excepto Niza, y con la parte norte del Piamonte. La ocupación francesa se prolongó hasta la firma del tratado
de Cateau – Cambrésis, verdadero punto de partida del ducado de Saboya que jugará un papel importante en el futuro. El duque Manuel Filiberto recuperó
la mayor parte del territorio que había caído en manos de los franceses y suizos, y gobernó como soberano absoluto.
REINO DE NÁPOLES
El reino de Nápoles era español desde 1504, pero su conquista no modificó sus instituciones, simplemente, el soberano se hizo representar por un alter
ego, un virrey, que contaba con el asesoramiento de un Consejo. La administración provincial estaba en manos de los gobernadores y de tribunales,
denominados, como en España, Audiencias. Nápoles presentaba diferencias con el resto de estados italianos. La nobleza tenía un fuerte peso dentro de la
sociedad napolitana, donde encontramos un feudalismo semejante al que podemos hallar en otros territorios europeos.
– En una primera fase, las divisiones de Italia son un factor esencial. Algunos Estados italianos recurren al extranjero para solucionar querellas.
Carlos VIII de Francia, favorecido por una rebelión antiaragonesa, conquista Nápoles, pero pronto se encontró con dificultades ante un ejército que
amenazaba con cortarle la retirada por el norte, junto a España se alinearon Venecia, Génova, Milán, el Papa, Inglaterra y el Imperio; aislado, el monarca
francés emprendió la retirada, teniendo que recurrir a las armas en Fornovo. Las fuerzas venecianas e hispánicas atacaron las guarniciones francesas en
Nápoles, donde cayó la última plaza bajo dominio francés, Tarento en 1497. Había comenzado un periodo de guerras hispano-francesas. La alianza
antifrancesa fue reforzada diplomáticamente por medio de enlaces matrimoniales. Más tarde, en 1504 quedaba asegurado el dominio hispánico en el sur de
Italia, mientras el Milanesado, en el norte, permanecía en manos francesas. Luís XII, por el tratado de Lyon, reconocía a Fernando el Católico como rey de
Nápoles.
– En una segunda fase que destruye buena parte de los resultados obtenidos al finalizar la primera. Cuando acaban sus querellas, los italianos
encuentran molesta la presencia de extranjeros, “bárbaros”, y tratan de liquidarlos enfrentándolos unos con otros, es decir, arrojando a los franceses
contra los españoles o los imperiales con la eventual ayuda de los suizos. Las batallas más duras se produjeron siempre en esta segunda fase, porque
oponían ejércitos que sabían combatir.
El año 1516 marca el final de las guerras de Italia, en el estricto sentido de la expresión, gracias a toda una serie de acuerdos: el concordato de Bolonia
firmado entre Francia y León X; el tratado de Noyon establecido entre los reyes de Francia y de España; la “paz perpetua” entre Francia y Suiza. Italia paga
los gastos de la paz, pues, ésta consagra la división de las influencias entre Francia (Milanesado, Piamonte, Génova) y España (Nápoles y Sicilia); solamente
Venecia y el papado conservan una independencia real. El tratado hispano-francés de Noyon ratificaba diplomáticamente la conquista de francesa de Milán,
en una nueva fase de aproximación entre ambas monarquías protagonizada por los consejeros flamencos de Carlos V, muerto ya Fernando el Católico. El
tratado de Noyon marcó un momentáneo modelo de concordia del que España, debido a las acciones hostiles de Francisco I de Francia, tuvo que
desmarcarse muy pronto.
El equilibrio italiano, mediante la hegemonía francesa en el norte y española en el sur, no se prolongó más de una década, hasta la batalla de Pavía 1525,
que dio la supremacía definitiva en Italia a la monarquía española durante casi dos siglos. Tras esta batalla, Francisco firma en 1526 el Tratado de Madrid
donde renunciará definitivamente al Milanesado, Nápoles, Flandes, Artois y Borgoña.
Conquista de Canarias
La soberanía del archipiélago canario le fue reconocida a Castilla por el Tratado de Alcáçovas (1479), que definía los territorios españoles y portugueses. En
1492 se conquistaba la isla de La Palma y el proceso de incorporación de las Islas Canarias se completaría con la finalización de la conquista de Tenerife en
1496, en la llamada Paz de Los Realejos.
Conquista de Navarra
En 1512 Fernando el Católico pidió permiso a Navarra (aliada natural de Francia, frente a la continua rivalidad entre Aragón y Francia) para que las tropas
españolas pasaran por Navarra para atacar a Francia. La respuesta negativa por parte del rey navarro fue motivo suficiente para que Fernando el Católico
ordenara al duque de Alba la ocupación de Navarra, y en menos de un año, la parte española del Reino de Navarra (la Alta Navarra) se incorporó a la
Monarquía Católica. En 1492 se expulsó a los judíos (de gran poder económico) de España, produciéndose una crisis económica, salieron de España unos
dos tercios, convirtiéndose los demás. También se obligó a los musulmanes a convertirse al cristianismo (moriscos) o a abandonar España. El resultado de
esta acción de limpieza religiosa fue la creación de un país de religión cristiana y el comienzo de la identificación de patria y religión.
Se instituye la Embajada permanente de España ante la Santa Sede, que es la primera embajada permanente del mundo y la primera vez que se emplea el
nombre de España para un establecimiento oficial. La política matrimonial de sus hijos se orientó hacia la búsqueda de la alianza con Portugal y en la
creación de una coalición opuesta a Francia que siempre había alegado pretensiones sobre ciertos territorios de la corona de Aragón, al declararse
heredera del Imperio de Carlomagno, aunque no había sido enemiga de Castilla. Unieron sus fuerzas para enfrentarse a empresas militares y para
relacionarse con otros países, pero no las unieron para tener la misma moneda, las mismas instituciones o leyes.
Los vecinos portugueses estaban empezando a encontrar un camino propio, por mar, rodeando África.
Un reino rico, como el de Castilla, se veía obligado a tener una ruta propia para obtenerlas, evitando depender de Génova o de Portugal, lo que sería muy
rentable para su comercio. Poco más de un año después de la vuelta de Colón, se firmó entre España y Portugal el Tratado de Tordesillas en 1494, mediante
el cual se redistribuyó la influencia territorial de cada país fijada en el Tratado de Alcáçovas.
En las Indias, anexionadas al reino de Castilla, se instauraron los sistemas administrativos tradicionales del reino castellano. Se instituyó en Sevilla en 1503
la Casa de Contratación, para controlar el comercio con América, impidiendo que cualquier otro puerto de España pudiese hacerlo. Se creó la Audiencia en
Santo Domingo en 1510 y, para la administración de los nuevos territorios, se creó un antecedente del Consejo de Indias que más tarde instituiría
formalmente Carlos I organizándolo a semejanza del Consejo de Castilla. Los reyes consiguieron el Patronato de Indias (concedido por el Papa) que les dejó
controlar la Iglesia americana. Se instauraron además las encomiendas para evangelizar a los indígenas.
Los Reyes establecieron una política exterior común marcada por el carácter diplomático de Fernando el Católico, que supondría la hegemonía hispánica
en Europa durante los siglos XVI y XVII. El descubrimiento de América en 1492 supuso un hito en la historia mundial. Esta circunstancia abrió enormes
posibilidades a la economía, a la ciencia y acentuó la expansión atlántica que continuaría en los siguientes siglos.
3. La tercera (1535–1538) se produjo por la invasión francesa del ducado de Saboya, aliado de España, con la intención de continuar hacia Milán.
Acabó con la firma de la tregua de Niza debido al agotamiento de ambos contendientes.
4. La cuarta (1542–1544) concluyó debido a la reanudación del conflicto con los protestantes en Alemania. Agotados, los dos monarcas firmaron la
Paz de Crépy, mediante la cual España perdió territorios del norte de Francia (como Verdún) y próximos a Flandes; una vez más Francia renunciaba a Italia y
Países Bajos, entrando Milán en la política matrimonial mediante un previsible enlace hispano-francés.
De la dieta de Augsburgo de 1548, resultó un secreto imperial conocido como el ínterim de Augsburgo, para gobernar la Iglesia en espera de las resoluciones
del Concilio. En el ínterim se respetaba la doctrina católica, pero se permitía la comunión por las dos especies y el matrimonio del clero. Tras la victoria
imperial muchos príncipes protestantes estaban descontentos con los términos religiosos del Interim de Augsburgo, impuesto tras la derrota. Liderados por
Mauricio de Sajonia, muchos príncipes formaron una alianza con Enrique II de Francia (1552). A cambio de apoyo financiero francés y asistencia, le
prometieron a Enrique la posesión de los Tres Obispados (Metz, Verdún y Tolón) como vicario del Imperio. En la consecuente guerra de príncipes, Carlos
tuvo que huir a Carintia ante el avance de Mauricio de Sajonia, mientras que Enrique capturó las fortalezas de Metz, Verdun y Tolón. Ante la guerra con
Francia, su hermano Fernando I, como rey de Romanos, negoció la paz con los protestantes en el tratado de Passau (1552), en el que el emperador
garantizaba la libertad de culto a los protestantes.
A pesar de su victoria no logró el anhelado deseo de unificar política y socialmente el luteranismo con el catolicismo, por lo que tan sólo ocho años después,
en 1555, se vio obligado a suscribir la «Paz de Augsburgo» por medio del cual se reconocía el inalienable derecho de los alemanes de adherirse a la confesión
católica o al luteranismo. Dando fin, aunque sea de manera temporal (50 años), al largo conflicto surgido por la Reforma.
Varios nobles, tanto católicos como protestantes, reunidos en torno a Luis de Nassau, formaron una Liga, para solicitar a Felipe II el cese de las actividades
de la Inquisición y una moderación en su política religiosa. Para complicar más las cosas, la situación económica por la que pasaba el país lanzó al pueblo a la
revuelta y facilitó la labor de los predicadores calvinistas. En agosto de 1566, con una subida del precio del pan, se desató la furia por todo el país. Felipe II
adoptó una política rigurosa, enviando al Duque de Alba para reprimir los excesos , y una de sus primeras medidas fue el arresto de los consejeros católicos,
los condes de Egmont y de Horn, acusados de conspirar junto con el Príncipe de Orange (que logró huir a Alemania), y la creación del Tribunal de Tumultos
para combatir tanto la herejía como la oposición política. La dimisión de Margarita de Parma fue seguida por el nombramiento del Duque de Alba como
gobernador general. El ajusticiamiento de los condes de Egmont y de Horn hizo regresar al Príncipe de Orange, dispuesto a enfrentarse a las tropas
españolas, iniciándose la Guerra de los Ochenta Años (1568-1648), que presenta durante el reinado de Felipe II dos fases. A la primera, muy confusa y en la
que se mezclaban diferentes reivindicaciones, sucedió una segunda a partir de 1579, con la creación de la Unión de Arrás.
A comienzos de la primera fase, los nuevos impuestos introducidos aumentaron el descontento. La toma de Breille por los “mendigos del mar” y la
conquista de la ciudad de Flesinga supusieron el paso de la mayor parte de Holanda y de Zelanda a la causa de los sublevados.
La destitución del duque de Alba y el nombramiento de Luis de Requesens como su sucesor en los Países Bajos supuso el triunfo de la línea conciliatoria.
Pero fracasó en sus negociaciones para alcanzar la paz con el Príncipe de Orange, jefe de los sublevados.
La muerte de Requesens fue seguida por el vandálico saqueo de Amberes por las tropas de Felipe II. El Príncipe de Orange sacó provecho de la indignación
que provocó este suceso y por la Pacificación de Gante ponía en pie de guerra a todas las provincias. Entre sus reivindicaciones estaban: la salida de las
tropas españolas y la convocatoria de los Estados Generales. El nuevo gobernador, Juan de Austria, aceptó por el Edicto Perpetuo la Pacificación de Gante,
obligándose a retirar los tercios y a aceptar las libertades de los Países Bajos. Pero ese mismo año Juan de Austria rompía el acuerdo con la toma de Namur,
a lo que respondieron los Estados Generales negándole la obediencia y proclamando gobernador al archiduque Matías, hijo del emperador Maximiliano II.
El regreso de los tercios al mando de Alejandro Farnesio (hijo de Margarita de Parma) logró restablecer la situación, al tiempo que la nobleza valona
llamaba al duque de Anjou, que se trasladó a los Países Bajos; como reacción los calvinistas del norte llamaron al príncipe del Palatinado, lo que demostraba
la falta de unión de los sublevados. Muerto Juan de Austria, Alejandro Farnesio le sucedió al frente del gobierno de los Países Bajos. Sus dotes diplomáticas,
el apoyo de su rey y la mayor disponibilidad de numerario fueron utilizados por Farnesio para atraer a la causa de Felipe II a la nobleza valona y al clero del
sur, descontentos con el espíritu democratizador de los calvinistas del norte.
Alejandro Farnesio había logrado que las provincias del sur aceptasen sus propuestas. Los estados valones constituyeron la Unión de Arrás, con la que
Farnesio firmó el Tratado de Arrás por el que, a cambio de la garantía de sus libertades y la retirada de tropas españolas, los unionistas reconocían a Felipe II
como soberano y se comprometían a mantener la religión católica. La toma de Maastricht por las tropas españolas contribuyó a debilitar la posición del
príncipe de Orange en Flandes y Brabante. La respuesta calvinista a la Unión de Arrás fue la Unión de Utrecht, formada por las siete provincias
septentrionales. Estas dos formaciones contribuyeron a clarificar la situación en los Países Bajos.
La Unión de Utrecht, de mayoría protestante, se enfrentaba a la de Arrás, de mayoría católica. La confrontación política adquiría mayor tinte religioso que
anteriormente, cuando católicos y protestantes luchaban juntos contra Felipe II. Escindido ahora el territorio en dos bloques, las acciones bélicas se
centraban en la zona intermedia de Flandes y Brabante. Las dos últimas décadas del reinado de Felipe II contemplaron una creciente internacionalización
del conflicto. Guillermo de Orange declaró depuesto a Felipe II y convocó los Estados Generales, que proclamaron al duque de Anjou (hermano y sucesor de
Enrique III de Francia) soberano hereditario. Pero su gobierno fue muy decepcionante y algunos de sus planes muy mal recibidos, incluso por los que le
habían proclamado; su muerte fue seguida por el asesinato del príncipe de Orange.
Entonces los Estados Generales ofrecieron el trono a Enrique III, que no se atrevió a aceptar ante el temor a la reacción española. El desconcierto fue
aprovechado por Alejandro Farnesio para conquistar diversas plazas flamencas; el envío del Conde de Leicester por Isabel I para ayudar a los sublevados
poco ayudó dada la inhabilidad del conde. Alejandro Farnesio preparó toda su habilidad ofensiva contra el de Leicester y el nuevo príncipe de Orange, pero
la simultaneidad de otras cuestiones internacionales le distrajo, obligándole a posponer el enfrentamiento. El episodio de la Gran Armada contra Inglaterra
y el asesinato de Enrique III de Francia con la siguiente ascensión al trono francés del hugonote Enrique IV, reclamaron toda la atención de Felipe II.
Muerto Alejandro Farnesio, ninguno de sus sucesores dio prueba de cualidades comparables a las suyas. El rey de España se resignaba, al menos
provisionalmente, a la pérdida del Norte y, para mejor asegurar la posición del Sur, cedió los Países Bajos a su hija Isabel Clara Eugenia y a su esposo, el
archiduque Alberto de Austria, lo que podía aparecer como una posibilidad de concesión de la autonomía (con la cláusula de que si no hubiera descendencia,
como así ocurrió, estos territorios retornarían a España). Los españoles conservaban sus guarniciones en las plazas fuertes de las fronteras.
La tregua de los Doce años y los tratados de 1648 (tratado de Münster) sancionarían la situación de hecho de 1598. Así pues, la rebelión contra el monarca
hispánico que comenzó en 1568, finalizó en 1648 con el reconocimiento de la independencia de las siete Provincias Unidas, hoy conocidas como Países
Bajos. Los actuales Bélgica y Luxemburgo formaban parte de las Diecisiete Provincias, pero permanecieron leales a la corona española. La República de las
Provincias Unidas fue reconocida como estado independiente y conservó muchos de los territorios que había conquistado al final de la guerra.
1.- La Francia de mediados del siglo XV y las primeras reformas: Luis XI, Carlos VIII y Luis XII
A mediados del siglo XV, Francia era significativamente menor que en la Edad Contemporánea, y numerosas provincias fronterizas (como Cerdaña, Calais,
Baja Navarra, Condado de Foix, Condado de Flandes, Lorena, Alsacia, Franco Condado, Saboya, Niza, Provenza o Bretaña) eran autónomos o estaban bajo
otras entidades políticas, como el Sacro Imperio o la Corona de Aragón. Además, ciertas provincias dentro de Francia eran ostensiblemente estados
nobiliarios de familias importantes, como el Bourbonnais, Marche, Forez y Auvergne, en manos de la Casa de Borbón, hasta que fueron integradas a la
fuerza al dominio real tras la caída de Carlos III de Borbón. Desde finales del XV hasta el siglo XVII, Francia se embarcó en una expansión territorial masiva,
intento además, integrar sus provincias en un conjunto administrativo unido.
LUIS XII (1462-1515) “el padre del pueblo” (tío de Carlos VIII)
Esta vez, la Corona recayó en su tío Luis, de la Casa Valois–Orléans. Nada más ser proclamado rey, Luis XII hizo anular su primer matrimonio con Juana, hija
de Luis XI, e inmediatamente después, se casó con Ana de Bretaña, viuda de Carlos VIII; de esta manera conservaba el ducado bretón y conseguía mantener
unida Bretaña a la Monarquía francesa.
Luis XII no cambió la política de su antecesor, y a las ambiciones por conquistar Nápoles unió también la de anexionarse el ducado de Milán. En Nápoles
será vencido por los españoles, por lo que firmaba la paz de Blois, con la que pretendía contentar a todo el mundo: daba el reino de Nápoles a los españoles,
el Milanesado se lo quedaba los franceses y prometía a su hija Claudia con el nieto de Maximiliano, Carlos de Gante.
Los españoles no fueron los únicos enemigos de Luis XII en Italia. La obsesión del papa Julio II era la de imponer su dominio en Italia y expulsar de la
península a los franceses. Para ello, propuso al emperador Maximiliano la formación de una liga contra Venecia. Se formó así la Liga de Cambrais, cuyo
pretexto oficial fue el de la lucha contra los turcos. Francia fue la que realizó todo el trabajo, derrotando a los venecianos. Poco después se formó otra vez la
Liga (con Venecia, Aragón, los cantones suizos e Inglaterra), esta vez para expulsar a los franceses de Italia. A partir de entonces Luis XII entró en una
dinámica de fracasos: finalmente fue vencido por los suizos en Novara perdiendo el Milanesado; los aragoneses conquistaron la alta Navarra mientras los
ingleses vencían en Guinegatte (Francia). Carlos VIII y Luis XII dejaron fama entre sus súbditos de haber sido “reyes buenos”; es más, este último fue
aclamado en la Asamblea de notables como “padre del pueblo”. Se pueden alegar numerosas razones para explicar el surgimiento de esta opinión, como el
no exigir mayores tributos, dar posibilidad de triunfo a los ambiciosos; aunque la más importante fue la integración que ambos llevaron a cabo de las élites
dirigentes en los organismos de gobierno de la Monarquía.
Los principales organismos e instituciones de gobierno de la monarquía francesa habían nacido durante el siglo XV y en su mayor parte eran organismos
colegiados que respondían a la necesidad por parte del monarca de contar con las élites dirigentes del reino para poder gobernar. Los principales fueron:
1. El Consejo Real, organismo con competencias universales. Sus componentes formaban una oligarquía política entre los que había príncipes de sangre,
grandes nobles, intelectuales y miembros del clero. A veces, para discutir asuntos específicos, el rey se reunía con un pequeño número de consejeros, sin
que esto derivara en un organismo autónomo excepto en el caso de la justicia, donde una parte del Consejo se especializó dando lugar al Grand Conseil.
2. Los tribunales, constituidos por un conjunto de oficiales del rey especializados en justicia o en finanzas:
- Parlamentos: tribunales que juzgaban, en grado de apelación, los asuntos enviados por las jurisdicciones inferiores y
en primera instancia ciertas causas particulares. Tenían también algunas competencias administrativas, registraban las
Ordenanzas y las leyes reales, y realizaban las críticas y quejas al rey.
- Tribunales de finanzas: las Cámaras de Cuentas verificaban las cuentas de los oficiales contables y juzgaba los
litigios concernientes a ellos, registraban los edictos sobre impuestos, los que modificaban la situación fiscal...
3. Las Asambleas representativas: Estados generales y provinciales, asambleas de notables; constituían los lugares por excelencia de diálogo entre el rey y
los súbditos. La representación en ellas era cualitativa, por eso sus miembros pertenecían a las elites del reino. Los Estados generales estaban constituidos
por los delegados de los tres órdenes o estamentos. Carlos VIII y Luis XII no quisieron reunirlos, sino que prefirieron consultar a sus súbditos a través de
asambleas más reducidas y manejables, como la asamblea de notables. Los Estados provinciales estaban compuestos también por representantes de los
tres estamentos y eran convocados por el rey, su principal función era la de votar impuestos. Claudio Seyssel, que trabajó para los reyes de Francia en tareas
administrativas, diplomáticas y episcopales, consideraba que la monarquía es la mejor forma de gobierno, si bien el poder real debe estar sujeto por tres
frenos: las obligaciones de la conciencia del rey (carácter cristiano de la monarquía), los Parlamentos y las buenas leyes y costumbres.
FRANCISCO I (1494-1547) “Padre y Restaurador de las Letras, el Rey Caballero, el Rey Guerrero”.
Tenía 20 años cuando llegó al poder, iniciado con gloria tras la victoria en Mariñano. En el interior del reino hizo comprender de manera clara que sólo él
quería gobernar, mostrando en la sesión del Parlamento de 1515 su intención de hacerlo sin tener en cuenta los órganos colegiados del reino. El primer
enfrentamiento entre el monarca y dichos organismos surgió con motivo de registrar el Concordato de Bolonia, el cual suprimió la elección de obispos, de
abades y priores conventuales y los atribuyó a la nominación del rey, dejando para el papa la investidura canónica. El Parlamento de París, que se
consideraba con independencia dentro de la Iglesia de Francia, rehusó registrar el concordato, aunque finalmente lo registró.
El enfrentamiento estalló de nuevo cuando en 1527 Francisco I reafirmó su autoridad tras el humillante cautiverio de Madrid; fue entonces cuando el
presidente Carlos Guillart pronunció un célebre discurso en el que reconocía el poder absoluto del monarca, no ligado a las leyes, pero si a la razón.
Para ejercer el gobierno diario los instrumentos eran muy semejantes en las tres monarquías eran muy semejantes: las monarquías trataron de contrapesar
FASES Y DESARROLLO
1. Orígenes de las guerras de religión (1559-1562)
En 1559 Francia se enfrentaba a una crisis que combinaba aspectos financieros, políticos y religiosos. La larga lucha con los Habsburgo había forzado un
incremento de la presión fiscal, de la venta de oficios públicos y del endeudamiento. Enrique II se vio obligado a suspender pagos y a recurrir a los Estados
Generales. A la oposición parlamentaria se sumó el enfrentamiento entre facciones aristocráticas, que trataban de incrementar su influencia sobre la
monarquía y colocar a sus miembros en los principales cargos. En este momento eran los Guisa los que parecían triunfar, pero Enrique II mantenía las
disputas controladas. Sin embargo, el problema mayor y que junto con el financiero condujo a la paz de Cateau- Cambrésis, fue el religioso.
En la segunda mitad de los años cincuenta habían surgido multitud de iglesias protestantes, de confesión calvinista. Recibieron especial fuerza gracias a la
conversión de los líderes de dos familias principales: de los Borbón y de los Montmorency. A ellos se sumaron multitud de pequeños nobles y miembros de
la alta magistratura y de la burguesía comercial. Enrique II sólo tuvo tiempo para reiniciar la represión, murió dejando como heredero a Francisco II.
El gobierno quedó bajo el control de sus tíos, los Guisa (Francisco, duque de Guisa, y Carlos, cardenal de Lorena), fervientes defensores del catolicismo, que
continuaron la represión contra los protestantes. Como reacción, algunos hugonotes (calvinistas franceses) proyectaron un golpe para hacerse con la
persona del rey y arrebatar el poder a los Guisa. El fracaso de la conspiración de Amboise tuvo como consecuencia el abandono de la causa de Antonio de
Borbón y la captura del príncipe de Condé, que se salvó de la condena a muerte gracias al fallecimiento de Francisco II.
Dado que el nuevo rey, Carlos IX, era menor de edad, la regencia correspondió a su madre Catalina de Médicis, que tendrá un papel clave en la primera
etapa de las guerras de religión. Dispuesta a situar los intereses de la Corte por encima de las confesiones religiosas, pretendió solucionar el conflicto
religioso por medios pacíficos para evitar el debilitamiento de la monarquía.
Los Guisa perdieron el control del poder y vieron con malos ojos que Antonio de Borbón asumiera la lugartenencia del reino y se coaligaron en su contra.
Catalina de Médicis intentó un acercamiento de las posturas entre católicos y protestantes, y para ello convocó en 1561 un coloquio religioso que acabó
enfracaso ante la intransigencia mutua. Sólo quedaban como alternativas la represión o la tolerancia, Catalina se inclinó por la segunda, y por el edicto de
Saint-Germain (1562) otorgaba a los hugonotes libertad de culto privado en las ciudades y público en los arrabales. La matanza por el duque de Guisa y sus
seguidores de un grupo de hugonotes en una celebración religiosa ilegal, condujo a la movilización calvinista y al nombramiento de Condé por los
hugonotes como protector de la corona francesa. Los Guisa replicaron solicitando a Carlos IX. Las luchas entre las facciones iban a conducir a la guerra civil.
El modelo de gobierno impuesto por Wolsey se rompió en 1527 con la aparición de Ana Bolena (2ª esposa) y el deseo del rey de divorciarse de Catalina de
Aragón (1ª esposa). Ana había recibido una educación enteramente francesa, en cuya corte residió buena parte de su juventud. En 1522 volvió a Inglaterra y,
si bien la expulsión de los favoritos de la Corte fue un duro revés para sus aspiraciones al medro social, el deseo de Enrique VIII de tener un hijo, lo que era
imposible con Catalina de Aragón, la iba a convertir en la nueva reina.
En 1527, Enrique VIII manifestaba su intención de divorciarse. Este anuncio supuso la destrucción del sistema de Wolsey, ya que la Cámara y el Consejo se
dividieron en facciones. Ana Bolena no sólo creó una facción, sino que introdujo una ideología, dado que ella era una convencida evangélica y una decidida
protectora de la “nueva religión”. El efecto fue polarizar la corte, unos quisieron la reforma mientras que otros preferían mantenerse en la vieja fe. A partir
de entonces, la política y la religión formaron parte de la facción.
Con la aparición de las facciones, el estilo político de Enrique VIII maduró, el férreo control que Wolsey mantuvo sobre la Cámara Privada y sobre el Consejo
se desmoronó. La división en la Cámara Privada fue aprovechada por Ana Bolena, que introdujo a su hermano y a su primo en dicha institución. La división
llegó también al Consejo, donde Wolsey luchaba por su preeminencia, mientras el hermano de Ana y su padre eran partidarios de ella. La división del
Consejo no era sólo por las personas, sino que cada uno de estos grupos llevaba una política: los dos grandes temas eran el divorcio y la continuidad de
Wolsey como ministro. Dadas las complejidades diplomáticas que planteaba el caso del divorcio, Wolsey, temiendo el riesgo físico que correría si él mismo
acordaba la nulidad, actuó lentamente frente a la petición real. Esta demora enojó al rey e hizo que Ana Bolena y sus amigos cortesanos lo consideraran un
enemigo. No consiguió que Roma aceptase el divorcio de Enrique VIII y Catalina de Aragón.
En 1529, los imperiales vencieron a los franceses en Italia y firmaban la Paz de Cambrai (el emperador Carlos V, sobrino de Catalina de Aragón, había hecho
prisionero al papa Clemente VII). Esto acababa con cualquier esperanza de que el papa acordase el divorcio entre Enrique VIII y Catalina de Aragón, lo que
hizo caer a Wolsey, ya que era lo que siempre había aspirado conseguir para mantenerse en el poder. Partidarios de Ana Bolena y de Catalina de Aragón se
unieron contra él. Tras la caída de Wolsey, Enrique VIII determinó asumir el control directo del gobierno ayudado por una mezcla de adversarios y favoritos,
lo que condujo a la confusión y la ineficacia. En estas circunstancias apareció Thomas Cromwell, de ideas evangélicas, que fue secretario de Estado y Primer
Ministro. En 1529, desde el Parlamento, se había lanzado un ataque contra los abusos clericales que tocaban el bolsillo de las clases superiores, pero los
intentos de reforma no tuvieron mucho éxito. El ataque fue retomado más tarde y la presión del Parlamento forzó el Acta de Sumisión del Clero y el Acta de
Restricción de Annatas, que quitaban al clero la capacidad de resistirse al rey y cortaba al papa los ingresos que producían las rentas eclesiásticas, al mismo
tiempo que rompía toda relación en el nombramiento de obispos y recursos a Roma.
El Parlamento gobernó a través del Acta de Restricción de Apelaciones, que permitió que el divorcio fuera sentenciado en Inglaterra sin posibilidad de
recurrir a Roma. Entonces Cromwell se decidió a llevar a la práctica sus ideas: la creación de un reino autónomo que se bastara a sí mismo, un estado
soberano que, aplicando el concepto de imperium , no reconociera autoridad superior. Este “imperio” podía ser representado por la legislación del rey en
su parlamento, es decir, por las actas; liberaba así a las actas del parlamento de la limitación por la cual debían ser supeditadas a una ley reconocida
universalmente (ley natural) y aseguraba que tenían jurisdicción sobre todas las causas y debían ser obedecidas.
El Parlamento aprobó tres actas que produjeran la definitiva separación:
– Acta de Supremacía, mediante la cual el rey era nombrado “ Jefe Supremo de la Iglesia inglesa”
– Acta que exigía a los adultos juramento de fidelidad al monarca.
– Acta que consideraba traidor a todo el que dijera que el rey era hereje o cismático.
Aunque estas actas fueron juradas por la mayor parte de los dirigentes leales al monarca, hubo personajes que se negaron, siendo el caso más famoso el
de Tomas Moro, que fue acusado de alta traición por no prestar el juramento antipapista frente al surgimiento de la Iglesia Anglicana, oponerse al divorcio
con la reina Catalina de Aragón, ni aceptar el Acta de Supremacía. Moro, un pensador y humanista que había sido Lord Canciller e importante detractor de la
Reforma Protestante, fue sentenciado a muerte.
La cuestión del divorcio quedaba pues resuelta: Thomas Cranmer, arzobispo de Canterbury, disolvía el matrimonio de Enrique VIII y Catalina de Aragón al
mismo tiempo que lo casaba con Ana Bolena. El vencedor aparente fue Cromwell, pero tenía que compartir el poder con una hábil e inteligente reina, y
ambos tenían que hacer frente a la oposición conservadora.
Todas estas trabas fueron rotas en 1536 a causa del nuevo matrimonio del rey, momento aprovechado por los conservadores. El instrumento fue Juana
Seymour (3ª esposa), totalmente distinta de Ana Bolena, aconsejada por los conservadores en la Cámara Privada sobre la conducta que debía seguir.
El complot contra Ana Bolena parecía que iba a tener éxito, y enfrentó a Cromwell a su mayor desafío político; aunque Cromwell estaba muy ligado a la
reina, había dos puntos principales de tensión entre ambos: el control del patronazgo y la dirección de la política exterior (Ana era pro-francesa y Cromwell
favorable al emperador). Así, Cromwell estaba feliz del hundimiento de Ana, pero no permitió triunfar a los conservadores: Ana no sería destronada por el
derecho canónico, sino acusada de adulterio, considerado una de las clases de traición al rey. Y por lo tanto, eran también condenados por traición los que
la habían aconsejado. Así Cromwell no sólo se libraba de la reina, sino también de sus partidarios.
Habiendo usado a los conservadores para destruir a Ana y a sus amigos, Cromwell volvió con sus antiguos aliados y acusó a los conservadores de querer
restaurar en el trono a María Tudor (única hija superviviente de Enrique VIII y Catalina de Aragón), a quien se le dijo que, a menos que reconociera la
disolución del matrimonio de su madre y su propia bastardía, sus amigos estarían perdidos. Ella capituló, con lo que la vida de la sección conservadora
estaba salvada, pero su influencia quedó rota. Dos años después Cromwell imputó por traición a los más altos cargos del grupo conservador.
Desde el punto de vista institucional, el Consejo fue puesto sobre unas bases más formales. Se fusionaron todos los Grandes Oficios dentro de una única
categoría de rangos, y se hizo de todos ellos miembros del Consejo Privado. Así, el Consejo se ennobleció y politizó. Por lo demás, la Cámara Privada
permaneció como Cromwell la dejó, como terreno propio de sus seguidores más radicales. El principal de ellos fue Anthony Denny. Como resultado de todo
esto, durante los últimos años del reinado había dos fuerzas contrapuestas: un revitalizado y conservador Consejo Privado y una radical Cámara Privada. Los
conflictos entre la Casa y el Consejo habían sido endémicos, por lo que surgieron las conspiraciones, que se iniciaron en 1540. Cromwell había encarcelado
por traición a una pareja de conservadores que, a la muerte de Cromwell, presionaron ante el rey para que revisara su caso. Todos los servidores de
Cromwell se encontraron bajo investigación, y en 1541 algunos fueron arrestados y ejecutados por ser partidarios de Cromwell y luteranos. En 1543 el mismo
Cranmer era acusado de herejía, pero el rey no hizo caso de la acusación; frustrado su plan, los conservadores golpearon muy cerca del rey, anunciando el
hallazgo de un “nido de herejes” entre los miembros de menor importancia de la Casa Real, pero cuyo rastro conducía a la Cámara Privada. Pero en el
momento en que este asunto salía a la luz, el rey sorprendió anunciando su nuevo matrimonio con Catalina Parr (6ª). Después de la celebración del
matrimonio los miembros sospechosos de la Cámara Privada fueron perdonados, lo que hizo fracasar la reacción conservadora. En esta época la situación
cortesana era favorable para quienes fueran jóvenes, pues la mayor parte estaban pensando en hacer carrera en el reinado siguiente. Hubo una excepción,
Henry Howard, que pasó rápidamente del servicio en la casa del hijo bastardo del rey a la del propio Enrique VIII, donde discutía abiertamente con los
jóvenes radicales defendiendo que, en caso de muerte del rey, el gobierno de la regencia debería estar compuesto por una élite de acuerdo con la
antigüedad del linaje, mientras que los jóvenes radicales apoyaban un gobierno corporativo minoritario elegido por el rey. La fuerza con la que contaba
cada facción era diferente. Los conservadores carecían de un patrón eficaz en la lucha política cortesana, mientras que la facción de los jóvenes radicales
aparecía mucho mejor organizada: contaba con Edward Seymour (hermano de Juana Seymour), conde de Hertford, y John Dudley, que se unieron a varios
miembros de la Cámara Privada para alzarse con el poder; pero para ello debían superar el mayor obstáculo, la mayoría conservadora en el Consejo Privado.
Aunque los jóvenes eran fuertes en la Cámara Privada, no la controlaban completamente.
Sir William Herbert, hermanastro de Catalina Parr, pasó a ocupar un cargo relevante dentro de la Cámara, y sobre éste establecerían su poder los jóvenes,
que decidieron pasar al ataque haciendo caer en desgracia al obispo Gardiner y arrestando a Howard. El príncipe Eduardo pasó a ser custodiado por
Hertford y Dudley. Enrique VIII muere. En el transcurso de la década posterior a su muerte, sus tres hijos se sentaron sucesivamente en el trono.
En virtud de la Ley de Sucesión, la corona fue heredada por el único hijo varón, Eduardo, que se convirtió en Eduardo VI como primer monarca protestante
de Inglaterra. Con sólo nueve años de edad, no podía ejercer por sí el poder, que recayó en un consejo de regencia formado por dieciséis miembros elegidos
según el testamento de Enrique VIII. El consejo eligió a Edward Seymour, como lord protector del reino. En la eventualidad de que Eduardo no tuviera hijos,
sería sucedido por la hija de Catalina de Aragón y Enrique VIII, María Tudor y si ésta a su vez no tenía descendencia, la corona real la heredaría la hija de Ana
Bolena, Isabel. Finalmente, si Isabel moría sin descendencia sería sucedida por los descendientes de María Estuardo, prima del rey Enrique VIII.
Anglicanismo
En 1559 logró que el Parlamento, no sin la resistencia de los lores, aceptara las Actas de Supremacía y Uniformidad: Isabel era nombrada “gobernadora
suprema” de la Iglesia de Inglaterra y debía ser expresamente reconocida como tal por todos los clérigos, oficiales reales y estudiantes universitarios.
Era obligatorio asistir a misa los festivos, aunque fue más problemático fijar el marco litúrgico: Isabel era protestante moderada, pero se vio obligada a
aceptar la postura litúrgica más radical de sus consejeros. No introdujo modificaciones en el modelo eclesial, que siguió siendo jerárquico y con obispos.
Otro problema era el de la sucesión. El matrimonio de Isabel se convirtió en asunto de Estado y provocó grandes tensiones. Isabel consideraba que la
decisión era prerrogativa regia y no debía estar sometida a la discusión parlamentaria. Temía perder poder, ya que si se casaba con un noble inglés las
facciones rivales se sentirían agraviadas y si lo hacía con un príncipe extranjero vincularía la política inglesa a otra potencia. Su resistencia a designar sucesor
se debía a la misma causa, ya que podría convertirse en un foco de tensiones cortesanas.
Isabel gobernó de forma autoritaria ayudada por un consejo privado seleccionado por ella. El consejo proponía las líneas de acción política, pero era la
Reina quien tenía la decisión final. La corte isabelina se caracterizó por un alto grado de consenso y bajo nivel de conflicto entre las facciones, tanto por la
homogeneidad protestante de los cortesanos como por el deseo de evitar las tensiones del reinado de Enrique VIII. La estabilidad provino también de la
continuidad en el control de los altos cargos por las mismas familias, a lo que contribuyó la separación entre la casa real y la Corte.
El Parlamento, con sus dos cámaras (la de los Comunes y la de los Lores), era una pieza clave de la política inglesa. En época de Isabel I se consideraba que la
soberanía residía en la unión del rey y el Parlamento. Los momentos de tensión de esta época se debieron al deseo del Parlamento de ser consultado sobre
los temas importantes y por el celo con el que la reina defendía sus prerrogativas. Isabel distinguía entre materias de la commonwealth, que podían ser
discutidas a propuesta de los parlamentarios, y materias de estado, que sólo podían tratarse con su aprobación (cuestiones religiosas, su matrimonio, su
sucesión y la política exterior). Otra de las razones de intranquilidad se debió a la evolución de la política exterior. La principal amenaza a comienzos de su
reinado se debió a los vínculos familiares entre Francia y Escocia, pero el mutuo temor a la hegemonía francesa aproximó inicialmente los intereses de
Isabel y Felipe II. Su repugnancia ante la desobediencia contra la autoridad la hizo ser especialmente cauta en su apoyo a los rebeldes de los Países Bajos, a
pesar de las simpatías confesionales de los ingleses. Pero finalmente su papel de defensora del protestantismo le sirvió de paraguas ante las críticas
internas, siendo presentada como una heroica y virtuosa defensora de la verdadera fe frente al papismo. Esta exaltación final de Isabel contrasta con las
críticas que recibió al modelo eclesial establecido a comienzos de su reinado.
Puritanismo
El puritanismo no debe ser considerado como una doctrina contraria al anglicanismo, sino un movimiento dentro de la iglesia anglicana que quería una
piedad y una organización eclesiástica más acordes con las directrices calvinistas. Las pretensiones básicas eran depurar la liturgia para adaptarla al modelo
reformado e incrementar la instrucción doctrinal y la disciplina moral en las parroquias. Los más radicales, los presbiterianos, querían además abolir el
episcopado y el sistema jerárquico e instaurar una organización con participación de los laicos que partiera de las parroquias (presbíteros). El desafío
puritano se manifestó en diversos episodios. El primero (1565) fue la querella sobre las vestimentas eclesiásticas, al negarse algunos clérigos a llevar
vestiduras distintivas, pero la reina mantuvo la obligación de llevar al menos el sobrepelliz y persiguió a los disidentes. La ofensiva presbiteriana en el
parlamento arreció entre los años setenta y ochenta, los presbiterianos reclamaban mejores ministros para instruir al pueblo, una reforma de la liturgia
sacramental y una reorganización de la Iglesia, la Reina no estaba dispuesta a aceptar modificaciones sobre lo establecido y se opuso a las reformas,
llegando incluso a obligar a retirarse al arzobispo de Canterbury; su sucesor, el arzobispo Whitgift, llevó a cabo una campaña obligando a los clérigos a
manifestar su conformidad con el sistema religioso establecido. Las duras críticas a los obispos hicieron decaer las simpatías puritanas de las élites, al
tiempo que se incrementaba la propaganda a favor de la iglesia oficial.
Católicos
El paso de un estado católico a uno protestante llevado a cabo por Isabel atravesó por algunos momentos difíciles. En los primeros años de su reinado la
mayoría era católica, y muchos clérigos de esta confesión siguieron ejerciendo su ministerio bajo el amparo de los nobles conservadores. Fueron pocos los
recusantes que se negaron a aceptar el Cata de Supremacía y a acudir a la iglesia anglicana, y en cualquier caso la reina no tuvo intención de perseguirlos,
confiando en que el tiempo acabaría disolviendo los residuos del catolicismo. Un paso importante en el proceso fue la sustitución de los obispos católicos
por los protestantes , lo que acabaría con el clero católico en Inglaterra. Para paliar esta carencia católica, se creó el seminario de Douai en los Países Bajos
españoles, destinado a mantener la fe entre los ingleses.
Otro desafío peligroso fue la presencia en Inglaterra de la reina de Escocia, María Estuardo, que había sido obligada a abandonar el trono. En torno a ella se
van a centrar una serie de conspiraciones que aúnan las esperanzas de restauración del catolicismo con un cambio dinástico.
Se produjo la rebelión de los señores del norte, encabezada por el duque de Norfolk, en la que participaron diversas facciones cortesanas descontentas;
pero el plan fue descubierto y los conspiradores arrestados, pero los señores católicos se sublevaron en sus dominios del norte en defensa del catolicismo.
La rebelión fue sofocada y sus cabecillas se refugiaron en Escocia. La tensión religiosa aumentó a raíz de la excomunión de la reina Isabel por Pío V.
La Cámara de los Comunes quiso endurecer las penas contra los recusantes, pero la reina se negó, aceptando solo que se condenara como traidores a los
que la tacharan de hereje, negaran su derecho al trono o tuvieran en su poder la bula papal o cualquier objeto de devoción católico, como el rosario.
Es decir, la bula de excomunión empeoró la situación de los católicos ingleses, sin lograr el objetivo de promover una revolución contra la Reina.
Sí se produjo un nuevo intento de restauración del catolicismo en el que estaban implicados Norfolk y María Estuardo, que fueron ejecutado y encarcelada,
respectivamente. El efecto de los predicadores de Douai se dejó sentir, con un aumento de los recusantes. La actuación de los misioneros se vio dificultada
por la presión política y militar de los líderes católicos, Felipe II y el Papa, en contra de Isabel. El Parlamento quiso acabar con los recusantes, pero una vez
Progresos económicos
Gracias a la paz, Inglaterra realizó notables progresos económicos. El reino seguía estando poco poblado (4.000.000 de hab.), pero el desarrollo de la
industria y el comercio desempeñó un papel estimulante. El auge de la pañería y de la demanda de lana fue responsable de la aparición de un fenómeno que
iba a tener gran importancia en la historia inglesa: el de las enclosures (cercados). Los propietarios rodeaban sus tierras de cercas para dedicarlas al pasto
para criar ovejas. El período isabelino se caracterizó por un notable auge económico del país. El enorme botín conseguido entonces gracias a la actividad
pirática enriqueció a un pequeño número de empresarios y capitalistas, así como a los capitanes corsarios, pero estimuló la economía de todo el país,
contribuyendo a una amplia difusión de la prosperidad. En cambio, después de 1593, la reacción de España, que disminuyó mucho las ganancias del corso,
las tasas de guerra, las malas cosechas en cadena y la peste, se conjugaron para provocar una coyuntura adversa que se prolongó hasta la muerte de la
reina. Pero el balance del reinado siguió siendo, en materia económica, ampliamente positivo. La Inglaterra isabelina seguía siendo, en lo esencial, un país
rural, lo que no es sorprendente, pero las ciudades se desarrollaban y el crecimiento de Londres aparece como un fenómeno extraordinario.
Esta época contempla una notable expansión de industrias, que, dispersas a través de los campos, no van más allá de las necesidades locales.
Portugal pasó a ser, hasta al menos 1530, el primer imperio de dimensiones planetarias, basado en una importante fuerza naval, que le proporcionó una
potencia económica incluso superior a la de España y hasta 1550 a la de Inglaterra.
Desde la segunda mitad del siglo XVI decayó, en gran parte por la aparición de competidores y la limitación que para el desarrollo de sus actividades
militares, comerciales e industriales supuso disponer de escasos efectivos poblacionales. Portugal había escapado al régimen feudal, lo que permitió que el
Estado se hiciera con todo el poder y el rey ejerciera la justicia suprema. Como gran propietario, pagaba los servicios militares de sus propietarios nobles, los
fidalgos. De este modo, la autoridad real fue más precoz que en otros lugares de Europa. Asimismo se desarrolló una marcada conciencia nacional a raíz de
las luchas contra los moros, la conciencia de su propia lengua y la victoria en Aljubarrota sobre Castilla, en 1385. Desde este momento arrancó la dinastía Avís,
que se mantendría hasta 1580 pero que alcanzó ya en su inicio un gran desarrollo y poder, especialmente con Juan I y Juan II. Este poder se apoyó, además,
en un fisco productivo en forma de sises, impuestos indirectos sobre todas las ventas y las compras.
El Portugal del siglo XV era un pueblo de campesinos, marinos y soldados donde el déficit de cereales obligó a dirigir la mirada hacia el mar. Las empresas
africanas portuguesas eran necesarias debido a la carencia de oro que sufría el reino; además, la insuficiencia monetaria y el aumento demográfico
obligaban a la puesta en cultivo de nuevas tierras con las que satisfacer la demanda cerealista en el inmediato continente africano, de donde se podía
obtener, además, la mano de obra esclava necesaria. El incremento de recursos pesqueros y la obtención de productos más o menos exóticos se sumaban a
las razones anteriores para explicar estas empresas.
El verdadero organizador e inspirador de los grandes descubrimientos lusitanos del s.XV fue el infante Enrique el Navegante. Fases:
– Inicio de la expansión lusitana, puede fijarse en la conquista de Ceuta (1415), lo que aseguraba la presencia portuguesa en el Magreb,
incrementaba las tierras para uso agrícola y permitía el acceso a los mercados áureos del norte de África.
– Desde aquí, las expediciones lusitanas, investidas con el espíritu de la Cruzada, continuaron no sólo bordeando la costa africana hasta el Cabo
Bojador, sino estableciéndose en las islas atlánticas de la Madera y de los Azores. El descubrimiento de “la Volta”, que permitía regresar a Portugal
aprovechando el régimen de los alisios, permitió continuar más allá del Cabo Bojador y llegar hasta el Golfo de Guinea y Cabo Verde, donde terminaría la
segunda etapa de la expansión lusitana, cuyo logro más notable fue el establecimiento de la factoría de Arguín, enclave estratégico que permitiría a los
portugueses entrar en contacto con los circuitos caravaneros que los relacionarían con Tombuctú, importante núcleo mercantil islámico.
– La tercera etapa llevaría la expansión africana desde Cabo Verde hasta el cabo de Santa Catalina en una serie de avances irregulares con
frecuentes periodos de detención. Llegaron a la Costa de Oro (Ghana) donde levantaron la fortaleza de La Mina, emporio mercantil del oro que afluía de
todo su entorno. En esta etapa se descubrieron también las islas de Santo Tomé, Anno Bom, San Antonio o del Príncipe y Fernando Poo.
La culminación del horizonte africano habría de esperar a la finalización del enfrentamiento bélico entre Castilla y Portugal debido a la guerra de sucesión a
la corona de Castilla. Sólo tras la conclusión del Tratado de las Alcaçobas (1479) se reanudarían las expediciones que llevarían a los portugueses al océano
Índico (1499). El primer hito de esta etapa se debe a Diogo Cao, que en viajes sucesivos entraría en contacto con el Imperio congolés y alcanzaría lo que
actualmente es Ciudad del Cabo. El descubrimiento del paso hacia Oriente se debe a la expedición de Bartolomé Dias, que cruzó en 1487 el Cabo Tormentario;
el camino hacia las Indias estaba expedito, pero pasarían aun ocho años hasta que la expedición de Vasco de Gama utilizara esa ruta.
En 1498 Vasco de Gama alcanzó Calcuta. La rapidez con la que se llevó a cabo el descubrimiento del Océano Índico se debió a que aprovecharon las
aportaciones de otras culturas, como pilotos árabes, guyeratos y malayos.
El segundo viaje de Vasco de Gama tuvo como fin la conquista y organización de los territorios alcanzados, la construcción de factorías en la costa oriental
de África (Sofola y Mozambique) y el control sobre las poblaciones rebeldes.
En 1511, Alburquerque tomó Malaca, primera plaza del comercio del Índico y llegó a las Malucas, una zona con gran producción de especias. Al tiempo de
alcanzarse la India, Cabral descubrió Brasil en 1500. En este caso, los portugueses necesitarán medio siglo para la exploración del continente americano y
sus límites y convertir Brasil en la única colonia verdadera de población portuguesa.
El imperio portugués fue eminentemente comercial, al apropiarse de la ruta de las Indias dominaron las importaciones hacia Europa de productos como la
seda, las piedras preciosas y sobre todo de las especias asiáticas, a cambio llevaron los productos manufacturados europeos, como armas y objetos de oro y
plata, además, reemplazaron a los árabes como intermediarios en la India.
El hecho de que el rey de Portugal se convirtiera en el mayor capitalista de su imperio supuso la creación de factorías del Estado, las más importantes en
Cochín, Kulam, Cannanore, Calicut, Calita y Mondadore. La construcción de importantes factorías especieras respondía a los inconvenientes derivados de la
navegación desde Portugal, se trataba de desarrollar un mercado intermedio que acercase las especias al comprador occidental.
En la segunda mitad del s. XVI los portugueses incrementarían notablemente las rutas comerciales en la zona, dando prioridad a la del golfo Pérsico sobre la
del Mar Rojo. Estos beneficios explican bastante satisfactoriamente el apogeo portugués, que corresponde a los reinados de Manuel I el Afortunado y de
Juan III. Es la gran época del Estado portugués moderno, “imperial, mercantilista y emprendedor”. El soberano puede dedicarse al mecenazgo, actividad de
la que procede la expresión “estilo manuelino”, aplicada a numerosos monumentos de Lisboa de esta época.
El enfrentamiento entre las coronas española y portuguesa por la presencia de ambas en el Maluco alcanzó su punto álgido cuando una expedición lusa se
estableció en la isla de Ternate, desalojando a los españoles. Compromisarios de ambos reinos se reunieron en 1524 una comisión de expertos dictaminó
acerca de la delimitación de territorios de España y Portugal en la Especiería. Esto no evitó diversos enfrentamientos entre las flotas de ambos países hasta
que Carlos I concertara una paz pública de una guerra secreta, cediendo los derechos españoles a Portugal a cambio de una compensación monetaria.
En la segunda mitad del siglo XVI Portugal detentaría con relativa tranquilidad su posesión de la Especiería, pero tras su inclusión en la Monarquía Hispánica
de Felipe II los holandeses decidieron desmantelar el monopolio especiero de Portugal, objetivo que lograrían en los primeros años del s. XVII.
La crisis dinástica fue provocada por la muerte de Juan III, sin dejar ningún hijo vivo. Los matrimonios de diversas princesas con castellanos, aragoneses y,
viceversa, fueron consecuencia de la anexión de Portugal por parte de Felipe II de España tras la prematura muerte del heredero de Juan, su nieto Sebastián,
seguida de la muerte de su tío-abuelo el cardenal Enrique I, heredero de Sebastián. Sebastián era sobrino de Felipe II, su madre Juana de Austria era
hermana de Felipe e hija de Carlos I.
Es elegido rey de Dinamarca Federico I. Al año siguiente fue reconocido por Noruega, pero, a su muerte, el rey destronado Cristián II y el hijo de Federico,
Cristián III, se disputarán el trono danés. En 1537 fue coronado Cristián III que murió en 1559. Le sucedió Federico II.
Como en Polonia, la monarquía y la nobleza constituían las grandes fuerzas del país, especialmente tras la Reforma. El triunfo del luteranismo a partir de
1536 permitió el reparto de las tierras de la Iglesia, en torno al tercio del total, entre el rey y los nobles. Pero a diferencia de Polonia, la corona danesa
disponía de muchos más recursos económicos lo que le daba un mayor poder. La nobleza formaba una sociedad cerrada que monopolizaba los cargos
administrativos y utilizaba su hegemónica posición para someter al campesino, que vio gravemente deteriorada su condición jurídica y su situación
económica con nuevas y pesadas cargas, aunque no llegó al extremo de su homónimo polaco. La pequeña nobleza vivía al amparo de este sistema, que no
dudaba en apoyar y defender, mientras que los burgueses permanecerán al margen del mismo hasta mediados del s. XVII.
Dinamarca y especialmente su monarquía contarán con otro recurso económico excepcional: el peaje del Sund, que proporcionará ingresos cuantiosos,
todo ello permite a la monarquía disponer de un potencial excepcional que utilizará en crear una administración central y su funcionariado, en organizar la
navegación creando un código marítimo y en engrandecer sus ciudades.
Federico II pudo con sus barones controlar Noruega, cuya autonomía fue respetada. Noruega, diezmada por la peste negra y desprovista de nobleza, era
un pueblo de marinos, pescadores y habitantes de los bosques sin pretensiones marítimas.
En 1593, cuando Cristián IV empieza su reinado, Dinamarca se ha convertido en la primera potencia del norte. El auge del comercio por el Báltico permitió
que el peaje del Sund proporcionara los dos tercios de los ingresos del Estado, y dio al monarca un extraordinario potencial.
Suecia había protagonizado varias revueltas con el propósito de romper la Unión de Kalmar. De los tres socios, los suecos nunca se habían sentido
identificados con la Unión. La torpe política de Cristián II favoreció sus propósitos de romper con un statu quo con el que nunca habían estado de acuerdo.
Independencia de Suecia como rey de Suecia a Gustavo I Vasa, uno de los responsables de la sublevación de Dalecarlia, aunque no pudo consolidarse en el
poder. Durante unos años debió hacer frente a los partidarios de Cristián II y a otra serie de rebeliones protagonizadas por la aristocracia, el campesinado y
el clero. Sólo después de 1532 pudo desarrollar su plan de gobierno. Creó una administración central mientras hacía sentir la presencia real en las provincias
a través de representantes, con frecuencia burgueses, enviados desde la corte. Impulsó la Reforma protestante, que le permitió quedarse con las tierras de
la Iglesia aproximadamente el 20 % del total, y con ellas gozar de unos recursos que le garantizaban un poder real fuerte. Suecia experimentó un notable
crecimiento económico y una presencia cada vez mayor en el comercio exterior con la exportación de hierro, cobre, mantequilla y pieles. Sin embargo, su
desmedida presencia exterior y sus debilidades internas le impidieron desempeñar un papel importante en la región hasta el s. XVII. Los descendientes de
Gustavo Vasa practicaron una política exterior ambiciosa que hipotecaron durante años el futuro de la monarquía y de la propia Suecia.
Erik XIV se enfrentó a Dinamarca y Polonia en la llamada guerra de los Siete Años (1563 – 1570). Fue destronado por la nobleza, que nombró en su lugar a su
hermano Juan, duque de Finlandia, que reinó como Juan III. El nuevo rey tuvo que recompensar a la nobleza confirmándole sus privilegios y liquidar la
política de su hermano. En el interior, los avances de la Contrarreforma apoyada por Juan III provocaron la división del país a favor del monarca o de su
hermano Carlos, quien acabó venciendo Primero se enfrentó a su rey y más tarde a su sobrino Segismundo, rey de Polonia. Se proclamó rey en 1600.
Con la conversión al protestantismo del gran maestre, desapareció la vieja orden militar teutónica y emergió Prusia , que iba a tener un enorme
protagonismo en la historia de Europa. Con la fidelidad como único nexo, los dominios de la monarquía polaca eran impresionantes. Semejante territorio
carecía de las condiciones necesarias para jugar en la Europa del s. XVI el papel que cabría atribuirle por su extensión. Con una débil presencia urbana y una
insignificante burguesía, la sociedad polaca estaba dominada por una abrumadora presencia de la nobleza. El carácter electivo de la monarquía y el peso de
la aristocracia, que utilizó los interregnos para incrementar sus prerrogativas políticas a costa de las del príncipe, debilitaron el poder real hasta convertir al
monarca en una mera figura decorativa, por eso, algunos historiadores han definido a Polonia como república aristocrática, otros más prudentes, hablan de
equilibrio entre la monarquía y la nobleza durante el reinado de los Jagellones, para después hablar ya sin reparos de anarquía nobiliar. Limitada política y
económicamente, el poder y la autoridad de la monarquía d prestigio de sus titulares, como ocurrió con los Jagellones, quienes pudieron hacer frente con
relativo éxito a los desafíos exteriores representados por los rusos y turcos, y fijar el rumbo de los destinos de la Europa oriental. Pero todo fue un
espejismo, sustentada sobre el caprichoso argumento de la personalidad, una vez que desaparecieron los Jagellones emergió en toda su intensidad la
debilidad constitutiva de la monarquía.
Los nuevos monarcas fueron incapaces de frenar el progresivo desmembramiento de sus dominios a manos de sus poderosos vecinos. La dinastía de los
Jagellones conoció su máximo esplendor a la muerte de Casimiro IV, cuando dos de sus hijos ocuparon los tronos magiar y polaco.
En 1501, por la Unión Perpetua, cada territorio mantendrá su peculiaridad político – administrativa independiente. Los acuerdos hacían muy difícil sumar las
fuerzas de los dos territorios en un objetivo común. Pero éste no era el único aspecto, ni el más importante, que limitaba el potencial de la monarquía. Todo
el aparato institucional estaba monopolizado por la nobleza. El monarca contaba en un principio con un consejo formado por los principales cargos –
canciller, tesorero, mariscal— y por los más importantes de los grandes señores. Este consejo dio paso al Senado, constituido por los grandes señores.
Paralelamente, la pequeña nobleza fue incrementando su presencia en la vida política polaca hasta convertirse en una pieza fundamental en el futuro de
Polonia y de su monarquía, su voto era imprescindible para todo aquello que atentara contra sus privilegios, incluidos los fiscales. Sus delegados formaban
la Cámara de los Nuncios. Senado y Cámara constituían la Dieta, que se ocupaba de discutir y aprobar, si así lo consideraba oportuno, los proyectos que el
monarca pretendía poner en práctica. El poder real estaba tan fuertemente limitado y dependía tan estrechamente de la aristocracia, que ni siquiera podía
contar con un ejército permanente al estilo de las monarquías occidentales. En este proceso de afirmación de la nobleza frente a la corona destacan como
hitos más importantes los siguientes:
– Privilegio de Mielnik , que acrecentó los poderes del Senado. El rey estaba obligado a seguir sus consejos y administrar justicia según su parecer;
en caso contrario quedaba libre de mantener su juramento de fidelidad.
– Nihil Novi: paralelamente, la nobleza se hacía reafirmar sus privilegios y en 1505 Alejandro concedía este estatuto por el que “nada nuevo podrá
ser decretado por nos ni por nuestros sucesores, en materia de derecho privado y de libertad pública, sin el consentimiento común de senadores y de los
nuncios del país”.
– La constitución Laessae Maiestatis, bajo Segismundo I, aseguraba la inviolabilidad de los senadores y de los diputados de la Dieta. El Senado ejerce
el poder real mientras se produce una verdadera abdicación del rey.
– Los Pacta conventa imponen a Enrique de Valois la condición de contar con el Senado para declarar la guerra y firmar la paz, y con la Dieta para
disponer levas en masa, además, debía rodearse de un Consejo de dieciséis senadores y convocar la Dieta cada dos años. Si el rey violaba estas condiciones,
los polacos quedaban libres de toda obediencia.
– En 1592, una Dieta inquisitiva llegó incluso a someter los actos y la persona del rey a un severa encuesta.
Bajo tales condiciones, el futuro de la monarquía y de Polonia dependía de la capacidad del monarca y de su buen entendimiento con la nobleza. Esto
ocurrió durante el mandato de los Jagellones debido al pasado de la monarquía y al prestigio de sus miembros, pero también por la prosperidad que el
comercio de los cereales proporcionaba a los señores. Pero ni la paz ni la prosperidad fueron duraderas. Paralelamente, desde finales del s. XV, la
aristocracia utilizó su poder político para eliminar a una emergente burguesía y erigirse así en dueña de Polonia. La nobleza se declara exenta de los
derechos aduaneros y de las rentas al tesoro, y la burguesía, que se había enriquecido con el comercio de cereales, perdió su derecho a poseer tierras. El
mercado de cereales quedó monopolizado por los servidumbre de la gleba a los campesinos que, hasta entonces, favorecidos por la colonización del
territorio y por la crisis bajomedieval, habían conseguido eludir el vasallaje.
Fue proclamado el principio de libre comercio, con lo que la industria nacional se arruina y los mercaderes, además de tener serias trabas para sus negocios,
tienen prohibido salir al extranjero en busca de mercancías. La última oportunidad de incrementar su poder económico se la ofreció el protestantismo al
permitirle quedarse con las tierras de la Iglesia, el único apoyo de la monarquía. Movida por razones económicas o atraída por la doctrina, la nobleza abrazó
la Reforma, mientras la anarquía dominaba Polonia. Frente al desorden existente reaccionó Segismundo II Augusto, quien frenó la expansión del
protestantismo mientras los jesuitas levantaban colegios en distintas ciudades polacas. También rompió con la Unión Perpetua. Por la paz de Lublin, obligó al
Gran Ducado de Lituania a aceptar un régimen unitario con Polonia, unas mismas leyes y una misma capital en Cracovia.
El ducado de Prusia se ve obligado a aceptar una intervención más activa de Polonia. Pero esta labor terminó con la muerte de Segismundo II Augusto.
Con ella se extinguieron los Jagellones, y, tras el efímero reinado de Enrique de Anjou, fue elegido rey, Esteban Bathory. Con él triunfó definitivamente la
Reforma católica, persiguió enérgicamente a los sediciosos y buscó decididamente el fortalecimiento de la autoridad real. Todo esto terminó a su muerte
con la nueva dinastía sueca de los Vasa, cuyo primer rey sería Segismundo III.
5.- El Imperio bajo las previsiones de la Paz de Augsburgo: orden constitucional y tensiones confesionales
La paz de Augsburgo de 1555 dividía el Imperio de Carlos V en dos confesiones cristianas (luterana y católica) y otorgaba a los príncipes alemanes la
6. Autocracia rusa
Durante la Edad Media, el espacio, inmenso, que más tarde será conocido como Rusia, estaba constituido políticamente por varios principados sometidos a
los khanes tártaros. Sobre esta realidad fue emergiendo lentamente Moscovia.
A mediados del s. XV la autoridad de los grandes duques de Moscú quedó asentada definitivamente. Con los tártaros en decadencia y Lituania a la defensiva,
Iván III el Grande llevó a cabo una fecunda política que le ha valido la consideración de fundador del estado ruso y unificador de la tierra rusa. Su agresiva
política exterior le permitió ampliar considerablemente sus dominios por medio de compras, anexiones, y conquistas, que le proporcionaron los territorios
más importantes: Novgorod, Perm y otros principados menores. En 1480 se liberó definitivamente del yugo tártaro, y en 1503 reclamaba para sí todas las
tierras que habían formado parte del antiguo territorio ruso, que ahora estaban en poder de Polonia– Lituania.
Estaba fijado el camino a seguir por sus sucesores. La expansión territorial fue acompañada por una consciente política de afirmación de su autoridad.
Iván III acentuó las tendencias autocráticas de las que habían dado buena muestra los duques de Moscú, avanzado la configuración de una monarquía que
se diferencia tanto de sus vecinas húngara y polaca como de las occidentales. En esta afirmación de la autocracia influyeron los éxitos exteriores, pero
quizás más el propio Iván, que, siguiendo los principios de gobierno que la tradición y su propio padre, Basilio II, le habían mostrado, se comportó como un
autócrata, cuando para evitar problemas de desmembración, eliminó a sus cuatro hermanos e incorporó sus principados a sus estados. Tampoco tuvo
ningún escrúpulo en permitir que, su nieto Demetrio, muriese en el calabozo.
La doctrina política de la autocracia y su influencia es otro elemento a tener en cuenta. Tradicionalmente se ha considerado que su matrimonio con Zoe
(Sofía en ruso), sobrina de Constantino XI Paleólogo, último emperador bizantino, permitió a Iván reclamar su herencia: las ceremonias de corte, el águila
bicéfala como signo de autoridad y el título de autócrata. Pero nada de eso parece cierto, la doctrina bizantina de la teocracia, que otorga al emperador el
poder supremo del Estado y de la Iglesia, penetró en Rusia con los misioneros procedentes de Bizancio. Fue precisamente la Iglesia ortodoxa rusa quien
apostó decididamente por hacer de los príncipes de Moscú los legítimos herederos de justificaciones de los emperadores bizantinos a los portadores del
nuevo imperio. Iván III recibió el título de autócrata a petición de la Iglesia. También la expresión de toda la Rus’ fue empleada por primera vez por la propia
Iglesia. El metropolitano Zósimo, formuló la idea de nombrar a Moscú la nueva Constantinopla. Más tarde el monje Filoteo de Pskov incorporó a esta idea la
de considerar Moscú como la tercera Roma.
Por estas mismas fechas, José de Volokolamsk formuló la doctrina teocrática en la que defendía el poder del emperador sobre el de la Iglesia. Toda esta
teorización sobre el poder y la herencia bizantina tardó en calar entre los grandes duques. El primer zar que se mostró convencido de todo este discurso
bizantino y eclesiástico y se sirvió del mismo, fue Iván IV (el Terrible). La propia realidad de Moscovia fue otro factor que favoreció la a población escasa,
muy dispersa y apegada a la agricultura, y una nobleza incondicional que, deslumbrada por sus éxitos, había puesto sus armas al servicio de los grandes
duques en busca de gloria y mercedes.
Los extranjeros, que dependían de la gracia del gran duque, mostraron sin reparos su apoyo. Quizás habría que añadir en último término la imposición,
después de un largo proceso, del sistema pomest’e: bienes a cambio de servicios. La política expansiva de Iván III y de Basilio III exigía un ejército poderoso
que no podía ser mercenario, como ocurría en Occidente, porque el retraso económico no permitía mantener un régimen fiscal que alimentase la hacienda
del príncipe. Los duques acudieron a su único y gran recurso, la tierra, que convirtieron en sustento de su ejército. A tal objeto no escatimaron esfuerzos
hasta conseguir que toda la tierra quedara sometida a este sistema. Desde el campesino más pequeño hasta el más alto príncipe, toda la sociedad está
ligada al servicio. Mientras la servidumbre del campesinado se extendía por toda Rusia, el ejército ponía un testimonio más del retraso ruso respecto a
Occidente. La expansión territorial y los contactos con el exterior dejaron obsoleto el viejo sistema de gobernar por delegación personal, por eso, a finales
del s. XV se crearon los fundamentos de lo que debía ser la administración del imperio. A mediados del s. XVI, este primer núcleo se había del ejército, del
avituallamiento de los vasallos o de los asuntos diplomáticos. En 1497, el gran duque elaboró para todo el territorio un código de justicia que recopilaba el
derecho consuetudinario. Contaba con la Duma, formada por los príncipes vasallos y los boyardos distinguidos por sus servicios. Era convocada por el
príncipe y sus funciones eran consultivas. Fue perdiendo importancia ante el desarrollo de la burocracia imperial y de la autocracia. La nobleza intentó
mantener la presencia de la Duma, pero, destrozada por las luchas internas y por el peso ideológico de la Iglesia, fue incapaz de articular una resistencia.
Basilio III mantuvo una política exterior menos agresiva. Se limitó a terminar algunas de las empresas que su padre había dejado sin concluir. También en
política interior continuó la labor de su predecesor, que terminaría su hijo, Iván IV.
A la muerte de su padre, Iván IV el Terrible tenía tres años. Su minoría fue utilizada por la nobleza para recuperar viejos poderes. Las reformas fueron
Una vez acabado el conflicto con los tártaros, buscó una salida al mar Báltico, pero este frente no fue tan fácil. Iván IV tuvo que pelear durante años contra
Suecia y Polonia, las dos potencias que quedaron implicadas en el conflicto. Más difícil lo tuvo en el sur, donde, para contener a los tártaros, empujados por
los turcos, se vio forzado a fortificar la frontera para impedir sus penetraciones. Con la muerte de Iván, sus descendientes fueron de nuevo víctimas de las
familias aristocráticas, que se disputaban el poder mientras retrocedían los límites de Moscovia a manos de sus enemigos exteriores, Polonia y Suecia.
Cuando se extinguió la dinastía de los Rurik con la muerte de Fedor I, Rusia entró en un período de total anarquía que se mezcló con epidemias, hambres,
rebeliones y guerras civiles. Esta etapa de la historia rusa, es conocida como la época de las perturbaciones o la smuta.
Durante este período, los valores socioculturales de la época imperial española que impregnan el ámbito europeo, y la hegemonía política conformada tras
la formación del Imperio español, configuran un período de predominancia de los valores españoles dentro de la escala europea. Pero la auténtica pax se
encontraba en el interior de sus dominios, donde la estabilidad política, una organización administrativa organizada, y una intelectualidad propugnada a
través de sus numerosas universidades por el imperio definían la constitución no sólo política, sino también cultural, de una sociedad caracterizada por la
picaresca, que exportaba su forma de ser a los nuevos territorios americanos o filipinos, e influía de forma externa en clave de preponderancia política.
La mejor manera de entenderla sería si se establece una analogía con el Imperio romano.
Dentro de su territorio exportaba todos sus valores en cualquier ámbito pero, sin embargo, limitaba con otros estados como el Imperio Parto o con zonas
tribales de constitución no totalmente determinada como los germanos. De igual modo España limitaba con estados (Francia, Inglaterra) y con zonas
tribales no estatales (desierto de California). En aquellos territorios es donde el modelo español sería imitado en cualquier aspecto (sociedad picaresca,
virreinatos, derecho castellano, entre otros). Las zonas europeas serían influidas de la misma manera que los romanos influyeron a los partos o armenios.
La conciencia de la debilidad financiera de la Monarquía contribuyó a impulsar diversas medidas de desempeño de las rentas reales y de reforma de los
gastos militares, mientras se desarrollaba una política exterior que procuraba mejorar la seguridad de las posesiones de la Monarquía y conservar su
posición hegemónica. Aunque continuaron las hostilidades con los holandeses en América y Asia, ambas partes trataron de respetar el alto el fuego en
Europa. La inestabilidad en Italia se resolvió con la reanudación de las hostilidades en 1616, dirigidas por el marqués de Villafranca, que forzó la negociación
del Tratado de Madrid de 1617, con el que se ponían fin a los conflictos existentes entre los ducados de Mantua y Saboya, y entre la república de Venecia y el
Archiduque de Estiria. En su deseo de mantener a los venecianos en una comprometida situación por su alianza con Francia y Saboya, la Monarquía prestaba
un activo respaldo político y militar al Archiduque Fernando de Estiria, hermano de Margarita de Austria. Los dominios del archiduque se habían convertido
en el lugar de acogida de los uscoques, refugiados cristianos expulsados por la ocupación otomana de los Balcanes, cuya actividad comercial, corsaria y
contrabandística representaba una amenaza para el control veneciano del Adriático. A sus continuas incursiones se sumó el despliegue de una poderosa
armada de galeras por parte del Virrey de Nápoles. Por el acuerdo de paz, la Monarquía se comprometió a retirar su armada del Adriático, el archiduque
Fernando acabó con la presencia armada de los uscoques en sus dominios y los venecianos tuvieron que contentarse con aceptar un costoso desarme para
mantener sus propios dominios. La diplomacia española logró pues evitar una implicación más directa en la radicalización política y religiosa que agitaba el
Sacro Imperio sin descuidar la colaboración dinástica con los Habsburgo austríacos.
El gobierno de Bohemia fue trasladado a Viena, mientras que en el año 1617 la autonomía municipal de Praga era notablemente limitada. Pero fueron dos
las circunstancias que impidieron cualquier otro tipo de salida que la militar. Por una parte, la violación de la Carta de Majestad al impedir la edificación de
iglesias protestantes en determinados lugares y, sobre todo, la designación en 1618, de Fernando de Estiria (Fernando II), católico intransigente, como
Emperador y rey de Bohemia, superando las aspiraciones de Felipe III de España y la candidatura de Maximiliano I de Baviera, más moderado.
La reacción no tardó en llegar. Algunos nobles de la nobleza checa, encabezados por el conde de Thurn, aunque inicialmente no pretendieran la ruptura,
dieron el 23 de mayo de 1618 un auténtico golpe de estado con el fin de salvar sus libertades políticas y religiosas, en lo que ha pasado a la historia como
“defenestración de Praga”. Estos constituyeron un Directorio, integrado por 30 representantes equitativamente distribuidos entre nobleza, caballeros y
villanos, que pronto sería desbordado por una facción nacional extremista que, tras aprestar su milicia y echar a los jesuitas, se dispuso a resistir cualquier
pretensión de restablecer el orden establecido por parte del poder imperial.... Acababa de empezar la guerra de los Treinta Años, por tanto, la elección del
católico Fernando II como emperador había puesto a la nobleza de Bohemia, de mayoría protestante, en una situación prácticamente de rebelión. Además,
dado que la dignidad de rey de Bohemia se confería por elección, los bohemios eligieron como su líder al Elector Federico V del Palatinado del Rhin.
Cuando Fernando II envió a dos consejeros católicos y sus representantes al castillo de Hradcany en Praga en mayo de 1618, para preparar el camino a su
llegada, los calvinistas de Bohemia los secuestraron y los arrojaron por una ventana del palacio (aunque no sufrieron lesiones importantes). Este evento,
conocido como la Segunda Defenestración de Praga se toma como punto de referencia del comienzo de la rebelión bohemia, aunque la rebelión ya estaba
gestándose mucho tiempo antes.
El conflicto bohemio se extendió pronto a la totalidad de los Países Checos (Bohemia, Silesia, Lusacia y Moravia), que ya estaban divididos por
enfrentamientos entre católicos y protestantes. Esta confrontación iba a encontrar muchos ecos en todo el continente europeo, viéndose afectada Francia y
Suecia. Si la rebelión bohemia hubiese permanecido limitada a un asunto puramente de la Europa central, la Guerra de los Treinta años podía haberse
concluido en sólo 30 meses. Sin embargo, la debilidad tanto de Fernando II como de los propios bohemios llevó a la extensión de la guerra al oeste de
Alemania. Fernando se vio obligado a reclamar la ayuda de su sobrino y yerno, el rey Felipe III de España. Los bohemios, desesperados por encontrar aliados
frente al emperador, solicitaron ser admitidos en la Unión Protestante, liderada por el calvinista Federico V del Palatinado. Los bohemios acordaron que el
Elector Palatino podría convertirse en rey de Bohemia si les permitía adherirse a la Unión y así quedar bajo su protección. Sin embargo, otros miembros de los
estados bohemios hicieron ofertas similares al duque Carlos Manuel I de Saboya, al Elector de Juan Jorge I de Sajonia y al húngaro Gabriel Bethlen, soberano
del Principado de Transilvania. Los austríacos (los Habsburgo, territorio de Fernando II), que parecían haber interceptado todas las cartas que abandonaban
Praga, hicieron públicas estas duplicidades y desentrañaron gran parte de este apoyo a los bohemios, particularmente en la corte de Sajonia.
La rebelión fue inicialmente favorable a los bohemios.
Gran parte de Alta Austria, cuya nobleza era luterana y calvinista, se les unió. La zona meridional de Austria se rebeló durante el año 1619. El conde de Thurn
llegó a llevar un ejército hasta los mismos muros de Viena. En el este, el Príncipe protestante de Transilvania, Gabriel Bethlen, condujo una inspirada campaña
en el interior de Hungría con las bendiciones del sultán turco Osman II. Rodolfo II se había convertido en Rey de Hungría e intentó implementar en sus
territorios húngaros las mismas medidas que aplicó en Bohemia contra los protestantes.
Sintiéndose agraviados, los húngaros de Transilvania declararon la guerra contra Rodolfo aprovechando como excusa el asunto religioso, pues los Príncipes
transilvanos tenían como objetivo desde hacía décadas liberar a Hungría del control de los Habsburgo y reunificar el reino. Así apelaron inclusive a la ayuda
del sultán turco en muchas ocasiones, quien también deseaba ver al Sacro Imperio Romano Germánico de rodillas. El emperador, que estaba ocupado en la
Guerra Uzkok, se apresuró a formar un ejército para detener a los bohemios y sus aliados, que anegaban completamente su país. El conde de Bucquoy , el
comandante del ejército imperial, derrotó a las fuerzas de la Unión Protestante lideradas por el conde Ernesto de Mansfeld en la Batalla de Sablat ,(1619) . Esto
cortó las comunicaciones del conde de Thurn con Praga, el cual abandonó inmediatamente el sitio de Viena. La derrota de los protestantes bohemios en
Sablat también costó a los protestantes un importante aliado -Saboya-, que había sido durante mucho tiempo un oponente a la expansión de los Habsburgo.
A pesar de la derrota de Sablat, el ejército del conde de Thurn continuó existiendo como fuerza efectiva, y Mansfeld consiguió reformar su ejército más al
norte, en Bohemia. Los estados de Austria septentrional y meridional, todavía en rebelión, firmaron una alianza con los bohemios y Fernando fue depuesto
oficialmente como rey de Bohemia y sustituido por el Elector Palatino Federico V.
En Hungría, incluso a pesar de que los bohemios habían rechazado la oferta de su corona, los transilvanos continuaron haciendo progresos sorprendentes,
obligando a los ejércitos del emperador a retirarse de ese país. Los españoles enviaron un ejército desde Bruselas bajo las órdenes de Ambrosio Spinola para
dar apoyo al emperador, y el embajador español en Viena, don Íñigo Oñate, convenció a la Sajonia protestante para intervenir contra Bohemia a cambio de
ofrecerles el control sobre Lusacia. Los sajones invadieron, y el ejército español en el oeste evitó que las fuerzas de la Unión Protestante pudieran prestar
auxilio. Oñate conspiró para transferir el título electoral del Palatinado al duque de Baviera a cambio de su apoyo a la Liga Católica.
Bajo el mando del general Tilly, el ejército de la Liga Católica pacificó la Austria Alta, mientras que las fuerzas del emperador pacificaban la Austria
meridional. Una vez unidos los dos ejércitos, se desplazaron hacia el norte, dentro de Bohemia. Fernando II derrotó decisivamente a Federico V en la batalla
de la Montaña Blanca cerca de Praga. Bohemia permanecería en manos de los Habsburgo durante casi 300 años. Esta derrota provocó la disolución de la
Liga de la Unión Evangélica y la confiscación de las posesiones de Federico V.
El Palatinado renano fue entregado a nobles católicos, mientras que el título de Elector Palatino se le dio a su primo lejano, el duque Maximiliano I.
Federico V, aunque ya sin territorios, se convirtió en un exiliado prominente en el extranjero, granjeándose simpatías y apoyo a su causa en las Provincias
Unidas, Dinamarca y Suecia. Se trató de un golpe serio a las ambiciones protestantes en la región.
La rebelión literalmente se hundió, y las amplias confiscaciones patrimoniales y supresiones de títulos nobiliarios bohemios preexistentes aseguraron que el
país regresaría a la fe católica después de más de dos siglos de disidencias religiosas, que h flanquear a los holandeses, en preparación para la inminente
guerra provocada por el fin de la tregua tras la Guerra de los Ochenta Años, tomaron las tierras de Federico, el Palatinado de Renania.
La primera fase de la guerra terminó completamente cuando Gabriel Bethlen de Transilvania firmó un tratado de paz con el emperador en diciembre de 1621,
ganando algunos territorios en Hungría oriental. La catastrófica derrota del ejército protestante en la Montaña Blanca y la partida de Gabriel Bethlen
significaron la pacificación del este de Alemania.
La guerra en el oeste, concentrada en la ocupación del Palatinado, consistió en batallas mucho más pequeñas que las que vieron las campañas bohemia y
húngara y con un uso mucho mayor del asedio.
Finalmente el Palatinado cayó en manos del emperador. El resto del ejército protestante, guiado por Mansfeld, hizo un intento de alcanzar la frontera
holandesa, pero perseguidos, sin suministros, ni recursos humanos, ni financiación, el ejército de Mansfeld se dispersó en 1624.
Tanto Inglaterra como Francia pasaban por sendas guerras civiles. Suecia estaba en guerra con Polonia y ni Brandemburgo ni Sajonia parecían tener
intenciones de hacer nada que alterase la tenue paz en Alemania oriental. Wallenstein derrotó al ejército de Mansfeld en la batalla del Puente de Dessau
(1626) y el general Tilly derrotó a los daneses en la batalla de Lutter (1626). Mansfeld murió unos meses después de enfermedad, exhausto y avergonzado
por la batalla que le había costado la mitad de su ejército. El ejército de Wallenstein entonces marchó hacia el norte, ocupando Mecklemburgo, Pomerania y
finalmente la propia Jutlandia. Sin embargo fue incapaz de tomar la capital danesa en la isla de Seeland sin una flota y ni los puertos hanseáticos ni los
polacos permitieron que se construyese una flota imperial en el Báltico. Por esto se llegó finalmente al tratado de Lübeck (1629), por el que Cristián IV
renunció a su apoyo a los protestantes alemanes para poder mantener su control sobre Dinamarca.
En los siguientes dos años se subyugaron más tierras a los poderes católicos. La Guerra de los Treinta Años podría haber terminado con el periodo danés,
pero la Liga Católica persuadió a Fernando II de que intentase recuperar las posesiones luteranas que, en aplicación de los acuerdos de la Paz de Augsburgo ,
pertenecían por ley a las iglesias católicas. Estas posesiones estaban descritas en el Edicto de Restitución de 1629, e incluían dos arzobispados, dieciséis
obispados y cientos de monasterios. El panorama para los protestantes era desolador. Los nobles y campesinos preferían abandonar sus tierras en Bohemia
y Austria antes que convertirse al catolicismo. Mansfeld y Gabriel Bethlen, los primeros oficiales de la causa protestante, murieron en el mismo año. Sólo el
puerto de Stralsund, abandonado por todos sus aliados, se mantenía frente a Wallenstein y el emperador.
Finalmente, en 1634 los suecos y sus aliados protestantes alemanes, al mando de Gustavo de Horn y Bernardo de Sajonia-Weimar, fueron derrotados en la
Batalla de Nördlingen por el Rey de los Romanos (heredero imperial), archiduque Fernando (hijo de Fernando II) y el general Matthias Gallas, al mando de los
tropas católicas alemanas, y el cardenal-infante don Fernando de Habsburgo, al mando de tropas españolas que acudieron en ayuda de los católicos desde la
posesión española de Milán. Las sospechas de Fernando II sobre Wallenstein volvieron a aparecer en 1633, cuando Wallenstein intentó arbitrar en las
diferencias entre los bandos católico y protestante. Es posible que Fernando II temiese que Wallenstein cambiase de lado, y dispuso las cosas para arrestarlo
tras retirarle de nuevo el mando. Uno de los soldados de Wallenstein, el capitán Devereux, le asesinó cuando intentaba contactar con los suecos en 1634.
Después de aquello, ambos lados se encontraron para entablar negociaciones, y el periodo sueco terminó por medio de la Paz de Praga (1635), según la cual:
– Se restableció la fecha, 1555, que la Paz de Augsburgo había establecido como aquélla a partir de la cual las posesiones en tierras de los
protestantes y católicos permanecerían sin cambios, lo cual anuló a todos los efectos el Edicto de Restitución.
– El ejército del emperador y los ejércitos de los Estados alemanes quedaron unidos como único ejército del Sacro Imperio Romano.
– Prohibió que los príncipes alemanes estableciesen alianzas entre ellos.
– Se legalizó el calvinismo.
– Resolvió las cuestiones religiosas de la Guerra de los Treinta años.
Este tratado, sin embargo, no satisfizo a los franceses, ya que los Habsburgos continuaban siendo muy poderosos. Los franceses entonces desencadenaron
el último periodo de la Guerra de los Treinta Años, llamado el Periodo Francés.
Ideas centrales:
– El Edicto de Restitución y la Paz de Praga quedaron sin efecto, y la Reserva Eclesiástica se aplicó sobre las tierras de señoríos eclesiásticos católicos y
protestantes.
– Los calvinistas fueron reconocidos como reformados pertenecientes a la Confesión Protestante de Augsburgo, pero se excluyeron otras minorías
religiosas.
– Varios artículos del tratado de Münster aspiraban a restablecer el libre comercio en el Sacro Imperio, pero en la práctica estas disposiciones sólo
tendrían una aplicación lenta y parcial.
– A los estados alemanes (alrededor de 360), se les dio el derecho de ejercer su propia política exterior, pero no podían emprender guerras contra
el emperador del Sacro Imperio Romano. El imperio, como totalidad, todavía podía emprender guerras y firmar tratados.
– Los Palatinados fueron divididos en Bajo Palatinado y Alto Palatinado lo que significaba la división entre protestantes y católicos.
– La independencia de la República de las Provincias Unidas (Holanda) y la Confederación Helvética (Suiza), formalmente incluidas en la redacción de
los tratados, todo cambio en los límites fronterizos europeos y coloniales requeriría un reconocimiento internacional.
– Como potencias vencedoras, Francia y Suecia exigían una serie de compensaciones económicas y territoriales, así como un papel más activo en los
asuntos del Sacro Imperio, al que ahora pertenecían como miembros de pleno derecho. Se erigieron como garantes de las libertades germánicas y de lo
estipulado en estos tratados. Francia reforzaba su presencia en Alemania al reconocérsele una absoluta soberanía sobre una serie de episcopados y se
aseguraba la neutralidad del emperador en la guerra que mantenía con la Monarquía Hispánica. Suecia se convertía en la principal potencia del Báltico, con
una elevada compensación económica y la posesión de la parte occidental de Pomerania y diversos arzobispados, su único rival en el norte de Alemania sería
el Elector de Brandemburgo, compensado con una serie de concesiones territoriales.
– En la parte meridional del Imperio, el ducado de Baviera se erigía en el único rival de los Habsburgo austriacos al retener el título electoral y
anexionarse el Alto Palatinado. Se volvía a restaurar en sus dominios a aquellos príncipes que habían sido excluidos durante la Paz de Praga; de esta forma se
ponía fin al enfrentamiento entre los príncipes protestantes y el emperador.
La secularización de la política internacional y la relativa estabilidad que se produjo entre las potencias firmantes ofrecían las condiciones necesarias para el
desarrollo del derecho público europeo con un sistema dual, que seguía dominado por los principios de soberanía y el voluntarismo de los estados, pero que
reconocía también la existencia de una sociedad internacional autónoma dotada de poder legislativo.
El tratado de Münster creó las bases para un progresivo acercamiento entre ambas potencias, avivado por sus mutuos intereses económicos y por la
beligerancia de la Francia de Luis XIV.
La Paz de los Pirineos, reconoció para Francia la posesión de los condados catalanes del Rosellón y la Cerdaña, las provincias de Artois y Luxemburgo en los
Países Bajos y una serie de plazas estratégicas en Flandes, dejando Dunquerque bajo dominio inglés. A cambio, los franceses no prestarían asistencia a los
rebeldes portugueses.
Cataluña experimentó un nuevo dinamismo facilitado por la libertad de comercio establecida con el tratado. El acuerdo quedó garantizado por el
matrimonio entre Luis XIV y María Teresa de Austria.
– Consagración de una Alemania dividida entre muchos territorios, todos los cuales, a pesar de su continuidad en la pertenencia al imperio hasta la
formal disolución de éste en 1806, tenían soberanía de facto.
– Reestructuró la distribución de poder previa. La decadencia de España se hizo claramente visible. Mientras España estuvo ocupada con Francia
durante el periodo francés, Portugal declaró su independencia (había permanecido bajo dominio español desde que Felipe II tomó el control del país
después de que el rey portugués muriese sin dejar herederos).
La familia Braganza se convirtió en la casa gobernante de Portugal. Francia fue vista a partir de entonces como el poder dominante en Europa.
– El resultado favorable a Suecia de este conflicto y la conclusión de la guerra en Europa por medio de la Paz de Westfalia ayudaron a establecer a la
Suecia post-bélica como un gran poder en Europa.
– Los edictos acordados durante la firma del Tratado de Westfalia fueron instrumentos para sentar los fundamentos de lo que todavía hoy son
consideradas como las ideas centrales de la nación-estado soberana.
Se acordó que los ciudadanos de las respectivas naciones debían atenerse primera y con más importancia a las leyes y designios de sus respectivos
gobiernos en lugar de a las leyes y designios de los poderes vecinos, ya fuesen religiosos o seculares. Esta certidumbre contrastaba mucho con los tiempos
precedentes, en los que el solapamiento de lealtades políticas y religiosas era un acontecimiento común.