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VILLA

M A D R I D

Ayuntamiento de Madrid
Sumatío
Editorial.
a**
Carlos dé Gante, Carlos dé
Antonio Gallego y BurÚK\

E l Emperador en M a d r i d . Marqués dé v, ;

Montesa.
Vi'
Carlos V y Toledo. 35

La Pintura española en tiempos de


Carlos V . José Camón Aznar.

San Isidro y M a d r i d . José Leal Fuertes.

Entrada y primera estancia de Carlos V


en M a d r i d . Francisco Baztán.

El tiempo en Carlos V . Vicente Ca-


rredano.

E l Alcázar Austríaco Madrileño. Agus-


tín Gómez Iglesias.

Carlos V y la música. Juana Espinó.^


Orlando.

Vida corporaáva

Fotos, Loygorri, L o r e n , A idul y Ar-


chivo de Bellas Artes.

Ayuntamiento de Madrid
VILLA
de

R E V I S T A D E L E X C M O . A Y U N T A M I E N T O

REDACCIÓN Y ADMINISTRACION

P L A Z A DE L A V I L L A

CENTRO DE ESTUDIOS
M U N I C I P A L E S
ANTONIO MAURA

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SUSCRIPCIONES :

Semestre 120 pesetas.


Año 240 »

Tel. 48 18 29

M A D R I D

AÑO II NUM. 8

Ayuntamiento de Madrid
J C A E S A R E T I N LAJBTIS B A R C Í N N Í C O V S T Í T Í T A R V Í S . SARDOASCKSÍMVR.qyo C L A S S Í S I V S S A C O Í F J \¿
^ ^ • B S l C N A C j J W M L" S T R A T . P R O C E R E S T V R M A S , Q ¿ R E C E N S E T . C E R M A N O S ÍTALAMQ^MAN V M V E T E R E 6 Q . C SI

Ayuntamiento de Madrid
E cumple este año el IV Centenario de la muerte
de Carlos V, y se cumple con brillantez especial,
digna de la idea que informó a aquel Monarca es-
pañol de tan amplio sentido universal. Carlos V es, en
ejecto, el gran paladín que mantiene el empeño de una
monarquía abierta a lo universo, frente a los naciona-
lismos recortados que comienzan a apuntar. La Refor-
ma, muchas veces se ha dicho, es una doctrina provin-
ciana, reducida, frente al gran aliento ecuménico del
catolicismo. Y si Carlos V no triunfa totalmente en su
empeño, y si muere en la gloriosa melancolía de las co-
sas sin acabar, es porque en Europa surge una serie
de fermentos disminuidos, que la van a fraccionar y di-
vidir en pequeños terruños, regidos por pequeñas ideas.
Frente a ello, Carlos V es el gran coloso, el águila de
doble vuelo, el esforzado atlante que enlaza con nues-
tras mejores figuras de gesta.
Madrid no podía sentirse aparte de esta conmemo-
ración emocionada y ejemplar. Si Carlos V posa su vuelo
en la roca empinada de Toledo, no quiere decir que
Madrid se encuentre fuera de su camino, ni siquiera de
su ilusión. Una serie de jalones marcan la relación del
gran Príncipe con aquella Villa, que aún no era capital,
pero que lo sería por voz y deseo de su misma sangre.
Madrid, leal a Cisneros y a su recuerdo, se entrega, sin
embargo, pasados los recelos primeros, al aliento y a
la seducción de este Monarca amplio, poderoso y total,
que cabalga como en una batalla, pero que tiene tam-
bién ternuras y reflexiones de una dulce intelectualidad.
En Madrid se encierra a Francisco I, y en Madrid, y ante
sus Cortes, el Emperador define su política, reducida
en lo terreno a aquellos sus dominios, pero tan amplia
como se quiera en lo espiritual. La universalidad de
la idea católica es algo por encima de intereses bas-
tardos y en el alma encendida del Emperador Carlos.
Si los demás no lo entendieron, no puede decirse que
Carlos V no arremetiese, en su defensa, contra todo
y todos, como un vendaval cálido, como una gran
sombra, que voló, encorvada, sobre el paisaje de la
Historia.
Cuando el Emperador casa con Isabel de Portugal,
Madrid se engalana para recibirlos. Las viejas calles de
la Villa, aún Villa, florecen de macetas y cortinajes.
Isabel ama a Madrid, y en el epistolario con el Empe-
rador hay descripciones de la Villa, de sus costumbres,
de su tipismo, llenas de sensibilidad y ternura. Ella es
la que, a orillas de un río insinuado, levanta la ermita
de San Isidro, el Santo madrileño que reza en la misma
lengua y con la misma emoción que el César Carlos.
Con este número de V I L L A D E M A D R I D el Ayunta-
miento pretende unirse a la conmemoración del IV Cen-
tenario de Carlos V, que con tan atinados sones ha do-
blado en otras ciudades y otros paisajes. Parco es el
intento, junto a los cumplidos por más adecuados orga-
nismos. Pero, sin embargo, pudiera aplicarse a él aque-
lla frase de Carlos V, cuando la sabiduría dejaba paso
en él al dulce y atardecido oonsuelo de declinar: "Ya es
tiempo". Ese tiempo de Carlos V tuvo también sus ins-
tantes en Madrid, y son, precisamente, estos los que,
como homenaje, pretendemos recoger.

Ayuntamiento de Madrid
ü
Ayuntamiento de Madrid
C A R L O S DE G A N T E
C A R L O S DE ESPAÑA
EMPERADOR DE OCCIDENTE

C
UANDO Conrado Meyt o Conrado de Malinas —aquel

«faiseur d'images» que trabajaba para la Corte de Mar-

garita de A u s t r i a — modelaba en barro la imagen de

Carlos de Gante, tenía ante sí u n joven de quince años

que, uno después, sería Rey de España, por la muerte

de su abuelo el Rey Católico y el acuerdo de gobernar juntamente

con su madre doña Juana el reino de Castilla. Pero si esto era por

todos esperado, aún se hallaba en blanco el libro de la vida del joven

Archiduque que, en aquellos días, preparaba su gozosa entrada en

Middelburgo para donde esta imagen y la de su hermano Fernando

eran modeladas. Y , sin embargo, esas páginas en blanco pronto

se llenarían con la relación de tres empresas y de sus hazañas, que

reclamarían letras de bronce para ser narradas.

Cuatro años más tarde ese joven imberbe sería Emperador de

Occidente y alzaría su débil figura frente a la roqueña de Lutero,

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y diez después debelaría a l Rey francés, y el Papa le consagraría

a los cinco de su victoria. Pasados otros veinte derribaría las puer-

tas de Túnez, y con treinta y tres más, Tiziano cantaría en color,

con fuego de rojas y doradas pinceladas, el triunfo de Mülberg

sobre la herejía, y cuarenta y uno después, olvidando glorias y

grandezas, aquel mozo al que l a vida batiría con el plomo de las

traiciones y de la pasión cambiaría púrpura, corona y cetro por

la paz de u n retiro en el que, al cabo de los cuarenta y tres años,

que colmarían los cincuenta y ocho de su vida, rendiría ésta para

que su alma pudiera, al fin, volar hacia las regiones que sólo des-

cubre la muerte.

E n ese retrato de Carlos de Austria, obra del maestro Meyt,

está entrevisto cuanto en aquel libro habría de escribirse, año

tras año, hora tras hora, febril, apasionada, apresuradamente, con

los rasgos más firmes que se ha escrito historia alguna. Y está

entrevisto todo, no por el artista, sino por el modelo mismo, que

ya en esas horas, vive desviviéndose en el barro que, tras su blan-

dura, deja percibir los latidos de su sangre, y en la mirada que,

colmada de adivinaciones, refleja la visión de u n futuro en el que

el mundo vendría, como pájaro en vuelo, a posarse en sus ma-

nos. Inmóvil como un ídolo, delgado, pálido y melancólico, como

los describe uno de sus contemporáneos, con la boca constante-

mente abierta por la formación de su mandíbula inferior, y los

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ojos, como arco tenso para lanzar a la lejanía la flecha de su

mirada, punzante y soñadora, abstraídos como si no fueran suyos,

pero ciertos de donde se hallaba el blanco, Carlos de Gante pre-

gona en silencio su destino.

Ningún otro retrato suyo tiene esta fuerza definitoria de su

ser, este valor de profecía. Ninguno más encajado en ese ser n i

que más incite a meditar sobre la curva de una existencia que

discurrirá como u n torrente cuando despeje los obstáculos de su

primitivo cauce.

E n el torneo en el que Carlos tomó parte en V a l l a d o l i d , a su

llegada por vez primera a España, el mote con el que en él se

presentó fué el célebre Todavía no, que en su imprecisión ence-

rraba la mayor de las decisiones. De ese Todavía no nacería el

Plus Ultra de unos años después, símbolos ambos de ambiciones

inagotables. Y de los dos, que acompañan toda su vida, consumién-

dola y agotándola las tres palabras finales de ella como mote de

su última empresa, la más patética y la más h e r o i c a : Ya es

tiempo, que se cierran con el nombre de Jesús. E l triángulo de

esas tres frases, ciñe el área de esta existencia la más rica y fe-

cunda (en el quehacer y en el fruto) de la historia.

Porque sin duda, que en ésta no encontramos ninguna otra

figura de más alto porte n i de más noble y humana actitud ante

el mundo n i de visión más amplia y generosa. Quizá, por eso

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mismo, su vida discurrió entre luchas que si Carlos no deseó

tampoco pudo esquivar; en medio de estrecheces que contrastan

con su grandeza; entre desengaños, cobrados como gabelas de

maravillosas esperanzas; turbada por el ruido de las armas, que

no fué, precisamente, la música por él preferida. Una continua

contradicción presidió esa existencia, y unos continuados y trá-

gicos contrastes abrieron en ella dolorosos surcos y el más hondo

de ellos la muerte de la Emperatriz, que deshizo su refugio de

paz, que ya no pudo rehacer; como se deshicieron sus ilusiones

en la sucesión, al conocer a su nieto, el de los trágicos destinos,

y se deshicieron sus sueños de unidad espiritual del mundo, con

la aparición de aquel fraile para el que su embajador don Juan

Manuel reclamaba la atención imperial, unos años antes de que

el nombre de Lutero llegara a ser llama que Carlos tendría que acu-

dir a apagar con su espada y con su sangre. Sin embargo, todo lo

afrontó, sereno y fiel a sí mismo, y así llegó hasta el final. Sin

una claudicación, sin una renuncia, con el alma abierta siempre

a la esperanza. Con el espíritu tenso dispuesto en todo instante a

actuar en defensa de su fe y en acrecentamiento de su gloria. Para

lograr ésta y para mantener aquélla vivió en constante movilidad,

continuó en contacto con el mundo, lo que dio a su pensamiento

y a su acción el sentido de universalidad que inspiró su reinado

y a todas sus decisiones el tono de comprensión y de concordia

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que lo matizó. Aprendió en esto a reconocer a los hombres y a

usar con ellos de aquel tacto, y aquella agilidad que hubo de des-

plegar para gobernar a tantos pueblos, tan distintos y tan distan-

tes, y adaptar su tono de gobierno a la mentalidad de cada uno

sin que nunca alentase la ambición de dominar ese mundo que

iba creciendo entre sus manos y que sólo aspiraba a u n i r bajo el

signo de una única fe, que tal era la idea de su Imperio, fraguada

en España y pregonada en lengua española, mientras sus capita-

nes hacían sonar ésta en tierras nuevas, cuyo mapa iban perfilando

a punta de espada y sombreándolas con la silueta de la cruz a lo

largo de su reinado. Casi medio siglo de legendario reinado,

el más noblemente ambicioso que registra la Historia, el más fe-

cundo para las obras del espíritu, el más relleno del sentido

universal de una cultura y también el más doloroso para su pro-

tagonista, a quien la envidia, la sinrazón y la herejía pusieron

cerco, sin darle instante de reposo.

«Creo que aunque les entregara una tercera parte de lo que

poseo —decía refiriéndose a sus enemigos— seguirían dándome

que hacer y agobiándome.» Y , entre agobios de todo orden, dis-

currió la vida del que, dueño del mundo, no pudo disponer nun-

ca de sí mismo, abrumado por el peso de su gloria. Jamás mo-

narca alguno logró celebridad tan alta n i en vida n i después de

muerto. Ninguno vio n i escuchó celebrada su grandeza con tan

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deslumbradores brillos n i tan claras trompetas. Su imagen la i n -

mortalizaron los primeros artistas de su tiempo; su nombre acom-

pañé descubrimientos y conquistas; sus cifras timbraron cientos

de monumentos y el águila del Imperio cubrió con sus alas todos

los aires y las columnas de Hércules se apoyaron sobre la tierra.

Si la E u r o p a unitaria que él defendió hubiera podido lograrse,

la Historia moderna hubiera sido otra, porque no hay que olvidar

que la revolución religiosa que en su tiempo estalló, enmascaraba

una crisis social que sólo el pensamiento político del Emperador,

plasmado en la organización por él propugnada, habría podido

conjurar, y que fracasó con su fracaso.

Aún vislumbrando ese fracaso, antes de su muerte, él no cejó

en su empeño y su retiro no fué el reconocimiento de aquél n i la

renuncia de su misión, sino la definitiva renovación de su fe en

sí mismo: el ejemplo final de una vida, acogida al refugio al que

siempre acudió, como preparación para el último de sus viajes,

a ese más allá cuya luz iluminó todos sus caminos y que el pin-

cel de Tiziano le anticipó en su Gloria. Pero, de esa preparación

también formaba parte no desentenderse de las responsabilidades

de su oficio ante Dios y ante los hombres y, desde su apartamien-

to, poder vigilar la estabilidad y continuidad de su Imperio, pues-

to en las manos más jóvenes y firmes de su hijo, ya que, aunque

prisionero de un cuerpo cuyos resortes físicos se habían quebrado

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POR E L M A R Q U E S DE M O N T E S A
DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA

Temiendo tu valor, tu ardiente espada,


sublime Cario, el bárbaro africano,
y el espantoso a todos otomano,
la altiva frente inclina quebrantada.

Italia, en propia sangre sepultada,


el invencible, el áspero germano,
y del francés osado el pecho ufano
al yugo rinden la aerviz cansada.

FERNANDO DE HERRERA

N u n reciente número de esta única efigie que tiene la capital del Emperador Car-
Revista, don Fernando Chue- los, al aire libre, es una de piedra, torda a la som-
ca proponía que el Ayunta- bra de las hojas del Paseo de las Estatuas, y M a d r i d
miento «resucitara» la idea de debe al César una representación adecuada.
un monumento a Carlos V , Museos y colecciones no carecen, sin embar-
con motivo de su centenario, go, de u n buen número de efigies esculpidas del
pues que ya lo hubo en la plaza Emperador, digno de ser rememorado.
de Santa A n a . Coronó allí una «Cada uno en su estado —dice Covarrubias—
fuente el grupo de L e o n i , que hoy se conserva en tiene orden y límite.» Otro tanto acontece a cada
la rotonda del Museo del Prado. No se trata, cier- uno en su estatua: contorno a donde se llega y que
tamente, de realizar esa misma composición, sino no se rebasa. P o r eso, acaso, siempre que se ha
de hacer que resurja la idea del monumento y lle- querido perpetuar el poder de u n hombre, se le
varla a feliz término en otra forma. L a maravillosa ha erigido una estatua. Pocas habrá que acierten
pieza de L e o n i ha estado algunos años, por añadi- a expresar la fuerza y la mesura clásica como la
dura, en el Retiro y en Aranjuez y no ha de ser antes aludida de L e o n i en la rotonda del Museo del
expuesta, de nuevo, a los rigores de la intemperie. Prado : « Y en columnas, a una y otra parte», como
Pero, por otra parte, es preciso recordar que la dijo el poeta, del Emperador Carlos.

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Carlos I dominando al Furor
Museo del Prado

Bajo una cúpula de casetones


—neoclásica—, y al itálico modo,
cúmplese ahí aquello que pedía
el toledano Diego de Sagredo, el
año de las nupcias imperiales, en
su tratado Medidas del Romano,
donde se dice que «todo edificio
bien ordenado y repartido es com-
parado a l hombre bien dispuesto
y proporcionado». Y así también
todo monumento. Pero adviérta-
se que, cuando se dice «el hom-
bre», es e r r a d o entenderlo
—como se ha venido haciendo
al socaire de u n mal interpreta-
do sentido del Renacimiento—
únicamente referido al cuerpo

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humano. Siempre que se diga el hombre, habrá desmonte en pedazos, y el César aparezca desnu-
de entenderse así: en alma y cuerpo. Que de otro do al caer esas piezas sueltas. Esa modalidad, con
modo nadie logrará encontrar, en el siglo x v i , nada ser muy a l gusto clásico de l a época, es infre-
que no sea algún tópico prevenido al efecto. cuente aun entonces. P e r o , en el caso de Carlos,
Cuando se trate del Emperador, esta adverten- es sobremanera significativa, pues persiste en él
cia es decisiva. L a idea imperial no aparece com- la idea obsesiva de se «desnuer de tout», como
pleta sin l a de l a salva- escribe. Conocida es tam-
ción del alma propia y bién la frase legendaria:
de los subditos. Mas aho- «Desnudo salí de t u seno,
ra es l a idea de su estatua madre tierra, y desnudo
la que nos ocupa y, ante vuelvo, etc.», que si no
todo, el bronce grande de es históricamente cierta,
León L e o n i en l a rotonda resulta, en él, certera. Y a
del Museo. U n César «a en 1551 encargaba a T i -
la romana» —aunque con ziano el lienzo llamado de
escaso rigor indumenta- «El Juicio final», en el
rio, como corresponde— que aparece envuelto en
apoya su lanza vencedora u n sudario. L o llevó a
sobre el Furor vencido y Yuste consigo, y hasta q u i -
encadenado. Para Cardu- so que se le efigiara así
cho era l a Herejía; para en su sepulcro. P o r eso
otros el T u r c o . De C u a l - el arnés de L e o n i no tie-
quier modo, el F u r o r , y ne, en este caso, u n sen-
como tal ha sido conocido tido clasicista, sino deter-
desde que L e o n i lo termi- minado. Todo esto, ade-
nó en 1556. L a inscrip- más de su extraordinario
ción del plinto dice : C A E - valor artístico, hace a esa
SARIS V I R T U T E D O M I - obra digna de guarda cui-
TIS F U R O R . Que no es dadosa. ( H a y sendas re-
sólo la fuerza, sino la v i r - producciones, hechas en
tud l a que vence, siquie- el siglo pasado : l a una en
ra sea una virtud, ya en el salón de columnas de
el sentido amplio de efi- Palacio y l a otra en el A l -
cacia, que aporta, por en- cázar de Toledo.)
tonces, el Humanismo. N i Durero n i Strigel n i
Aqují viene a cuento la C r a n a c h : el pintor por
cita que hace B r a n d i , con antonomasia de Carlos es
motivo del Emperador, Carlos V, busto por Montorsoli Tiziano. L e pinta a los
de los versos aquellos de treinta años, con las ro-
Petrarca, que habría de recordar, más tarde, M a - pas de coronación. H a cumplido cuarenta y siete
quiavelo: años, y ha ganado l a batalla de Mühlberg; Tiziano
lo representará en soledad y con muestras de fa-
tiga. A l año siguiente, de negro y sedente. Y así
Virtú contra furore
hasta el retrato postrero; es decir, el de las postri-
prendera l'arme, e fiá'l combatter corto.
merías del «Juicio». D e l mismo modo, puede afir-
marse que el escultor imperial fué León L e o n i .
Distingue a esta estatua el hecho de que l a Nuestro Museo del Prado guarda otras obras suyas.
armadura que cubre el cuerpo del Emperador se Entre ellas el relieve de perfil, compañero de uno

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de la Emperatriz. Trae a l a memoria, por su Ca- y que se describe así en e l inventario de f a m i l i a :
rácter epitalámico, aquel tan tierno del Castillo «Un arnés entero, que la Majestad del Emperador
de Gaesbeck, en Toledo, alabastro donde apare- Carlos V dio al dicho marqués m i marido, el cual
cen juntos. Tiziano también los pintó así, uno a es grabado e dorado, y en el peto tiene una ima-
la vera del otro. Carlos se llevó ese doble retrato gen de Nuestra Señora y en el espaldar una Santa
a Yuste, y luego se destruyó el cuadro en el incen- Bárbara». Allí hemos hablado extensamente del
dio del Alcázar. Pero R u - aludido busto de M i r a b e l ,
bens hizo u n a copia l i - de los Duques de Monte-
bre, en 1603, con paisaje llano, que sólo estuvo en
madrileño, que se conser- M a d r i d , temporalmente,
va en el Palacio de L i r i a . con ocasión de «restaurar-
E n esta misma colección se» y presidir una fiesta.
de los Duques de A l b a , y E l peto con l a imagen
para volver a l a escultu- de l a Purísima lo halla-
r a , hay u n busto en már- mos en e l busto de Leo-
mol del Emperador, en el n i , en mármol, antes c i -
salón del gran duque, y tado, y que guarda el
una reproducción en bron- Prado. Tiene, además, toi-
ce del que estuvo en A l b a són, banda, ristre y en l a
de Tormes y hoy se guar- base unos tritones. ( D e l
busto de bronce hay una
da en el Palacio de W i n d -
réplica en una colección
sor. particular de Viena). P a -
E n el Museo del Prado ra estas obras de Leoni
hay, además, otra estatua utilizó Barrón, en su Ca-
del Emperador, obra de tálogo del Museo del P r a -
León L e o n i , pero en már- do, l a d o c u m e n t a c i ó n
m o l ; de ella hablaremos aportada por P l o n p r i n -
luego. Y se conservan dos cipalmente. Y se dejó sin
«medias estatuas», como investigar dos bustos más
se decía en el siglo x v i , del Emperador que hay
del busto y torso sin bra- en el Prado y que no co-
zos. L a una es de bronce rresponden a Leoni. E l
y l a otra de mármol. L a uno ostenta ristre y toi-
de bronce ostenta sobre la són ; el otro representa al
armadura una imagen del Emperador con manto ter-
Salvador. Este hecho y el ciado. Posteriormente han
que otro busto del Empe- sido atribuidos : a B a n d i -
El Emperador, por León Leoni
rador por L e o n i , que se nelli el del manto y a
halla en el pensil de M i - Montorsoli el de la armadura.
rabel, lleve u n Crucifijo, me ha obligado, en cier-
ta ocasión, a contradecir al Conde de Valencia de E n M a d r i d hay u n busto de plata dorada, que
Don J u a n , el cual sostiene que todas las corazas perteneció al Conde las Almenas y hoy está en la
que usó el Emperador, desde el año 1531, llevaban Colección Lázaro. Y se ha perdido noticia de u n
en el peto la imagen de Nuestra Señora y en el bronce coronado de laurel, así como de otro busto
espaldar la de Santa Bárbara. De tal armadura de plata, que fué del Conde de la Revilla.
hemos hallado l a documentación en el asiento que L a principal iconografía Carolina se encuentra
hizo la Marquesa de Mirabel de u n regalo del en los valiosos conjuntos de medallas y de mone-
Emperador a l Comendador Mayor de Alcántara, das que se conservan en el Museo Arqueológico,

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en el Prado y en la Real Acade-
mia de la Historia. Mas no es
nuestro propósito perdernos en
la minuciosidad de sus vitrinas.
Nuestro tema es la estatuaria, y
por eso hemos de terminar con
una referencia a la de mármol,
de L e o n i , que está en el Prado,
pues que tan sólo la aludimos de
paso. ;;
Es la más monumental, o la
más adecuada para ser reprodu-
cida con este intento. Así lo ha
juzgado, sin duda, el Director
General de Relias Artes. P o r i n i -
ciativa suya, la Puerta nueva de
Risagra alberga, en la imperial
Toledo, una reproducción fide-
digna, con ocasión del centena-
rio. ( E n el Ministerio de Educa-
ción Nacional hay otra.)
M a d r i d quiere honrar a l E m -
perador- H e aquí, en resumen,
los elementos que atestiguan su
presencia. Sólo faltan aquellos
que hayan de realizar, con acier-
to, la idea de su estatua.
L a vinculación del Emperador
a M a d r i d es patente. No es nece-
sario invocar el hecho de que fue-
ra proclamado aquí o evocar su
visita ál Rey de F r a n c i a ; será
bien venida cuanta documenta-
ción aparezca relativa a cuales-
quiera de dichas escenas. Pero
hay u n hecho de mayor trascen"
dencia y que hace de M a d r i d
cuna y arranque del pensamiento
Imperial, al i r a ser coronado,
en Italia, por el propio Pontífice.
Es aquel «Razonamiento» pronun-
ciado por el Emperador, en Ja
villa, el día 16 de septiembre de
1528, y que la Historia conoce,
precisamente, con el título de «el
discurso de Madrid».

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CARLOS Y TOLEDO

V y su tiempo han vuelto a Toledo, a la ciudad que el amor del César y el discurrir

C
ARLOS

de las horas, convirtieron en reliquia imperial.


L a exposición allí celebrada ha constituido u n auténtico acontecimiento, hasta el
extremo que sus visitantes rebasaron el número de cien m i l , cifra insólita en esta clase
de certámenes. Aún tenemos en el recuerdo la imagen de tantos ojos sorprendidos, de tantas miradas
melancólicas ante nuestra grandeza de ayer. Ese desfile incesante y respetuoso parecía significar como
si las gentes de nuestras tierras, orgullosas de sentirse vasallas de tan alto señor, hubieran ido a l re-
encuentro de su viejo y amado Emperador.

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En el patio de San-
ta Cruz los cipreses
parecen saludar la
entrada a la Expo-
sición

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Armadura ecuestre, con la que el
Emperador asistió a la victoria de
Mülhberg. (Procedente de la Ar-
mería Real de Madrid.)

Cabeza en madera de San Ignacio


de Loyola. (Procedente de la Igle-
sia Parroquial de San Juan, de
Medina del Campo.)

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T
OLEDO, en l a amanecida, tiene algo de apare
conventos», clavan una niebla con algo de g
J u a n , que ha llegado desde Córdoba, prosed
el poííptico de la Pasión, que pone en esniall
Toledo es, sobre todo, mito, representación y literatura,
podría encarnar el espíritu y el tiempo de Toledo, que so

De u n Carlos V en l a plenitud de su reinado, eJ,"


I
decir en el centro luminoso de la historia de España

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andón. Las cien torres, «que muelen la harina de sus cien

le girón. Toledo se apoya, de un lado, en el águila de San

)5Í'dente de la donación del Obispo D a z a ; por el otro, en

malte el rojo de la sangre y el morado del sacrificio. Si

ra, esta trilogía, que presentamos en la página central,

e son, en su gran parte, el espíritu y el tiempo de Carlos V .

eJf el mediodía exacto del siglo xvi español, que es como

5a

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Virgen con el Niño, en madera
dorada, obra de Bigarny. (Pro-
cedente de la Iglesia de San Mar-
tín, de Paredes de Nava.)

Bajo el artesonado del Hospital


de la Santa Cruz, se extiende una
de las naves superiores de la Ex-
posición. Los tapices que cuelgan
de las paredes, pertenecen a la
serie "Historia de la guerra de
Troya". (Procedente de la Cate-
dral de Zamora.)

MI

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Hemos llegado al final. Nuestra entrañable andadura por los viejos tiempos del T o -
ledo Imperial ha terminado. Y lo sentimos; ya que en nuestro paseo no hemos caminado
solos, nos ha acompañado l a figura de Carlos de Hasburgo, Rey de España, Emperador de
Occidente y gran señor de la Historia. Su sombra querida ha estado junto a nosotros, re-
flejada en cada pared, proyectada en el aire antiguo de esta Exposición.
Por unos días el Hospital de la Santa Cruz se ha convertido en regia morada. Allí
la dulce y frágil Emperatriz, l a familia del César, las grandes figuras de su tiempo, e l
cielo dorado del siglo x v i español. Armaduras que vistieron cuerpos de valientes, estan-
dartes que conocieron lejanos vientos de victoria, libros sobre los que pasó l a mirada me-
ditativa y orante, relojes que marcaron precisos e inexorables las horas de la paz y la
guerra. A todo esto, forzosamente tenemos que decir adiós, aunque con el deseo de que l a
exposición abandone su carácter efímero y pose su vuelo para que, convertida en Museo,
complete l a trascendencia histórica y artística de Toledo.

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Ayuntamiento de Madrid
CARLOS V
P O R T O S E C A M O N A Z N A R

O CURRE con la p i n t u r a en tiempos de Carlos V


m e n o totalmente diferente al de las otras artes. E n tanto
u n fenó-

que la aportación del Renacimiento en Italia n i e n l a p i n -


tura n i e n la escultura supuso u n a m e n g u a de los valores estéticos,
sino que, al revés, dio carácter nacional a estas artes, en la p i n t u r a espa-
ñola, la entrada del Renacimiento significó la caída de las poderosas
escuelas regionales del fin del gótico. E l fuerte h u m a n i s m o del arte de
los Reyes Católicos, su robustez, su naturalismo que crea esos rostros y
mantos de tan p u n g e n t e expresión desaparece con la idealización q u e
lleva consigo las normas renacentistas italianas. N u e s t r a p i n t u r a queda
como u n eco fatigado de unas bellezas q u e n o podemos absorber en su
integridad porque el fondo gótico sigue perviviendo en nuestros artistas
de la p r i m e r a m i t a d del siglo x v i . Desaparece el oro de los fondos. L o s
rostros, aunque conservan algunas de las aguileñas expresiones de tra-
dición medieval, se d i l u y e n en u n a b l a n d u r a de arquetipos. L o s m a n -
tos se doblan c o n pliegues anchos, estimándose más el r i t m o de sus
masas q u e las calidades tan táctiles y precisas de la época anterior.
A u n q u e h a y u n fondo de gran u n i f o r m i d a d q u e envaguece las carac-
terísticas regionales, tan fuertes e n t i e m p o de los Reyes Católicos, éstas
no desaparecen totalmente y aun a veces se refuerzan por la diferente
interpretación de las formas italianas. E s tan a m p l i o y tan complejo
el m o v i m i e n t o pictórico en tiempo de C a r l o s V que nos limitaremos
a exponer aquí las características esenciales de las escuelas valenciana
y castellana, la más importante de esta época.

L a escuela a la que h a y que colocar a la cabeza del m o v i m i e n t o re-


naciente es la de V a l e n c i a . Y a e n 1506 estaban pagadas las grandes
puertas del retablo de la C a t e d r a l , c u y a p i n t u r a e n las dos haces cons-
tituye u n o de los ejemplos más memorables del arte d e l Renacimiento

Santa Catalina, de Yáñez de la Almedina

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bajó e n el taller de V i n e l . Sus obras en l a C a t e d r a l de
C u e n c a a partir de 1526 nos lo presentan y a más
personal, u n i e n d o en los cuadros de l a C a p i l l a de los
A l b o r n o c e s esas reposadas bellezas italianas con u n
sentido más arrebatado y plástico q u e e n sus obras
valencianas. C o m o muestra excelsa de su arte citemos
la Santa Catalina d e l M u s e o d e l P r a d o , u n a de las
pinturas más exquisitas de todo nuestro R e n a c i m i e n -
to : tímida, v i r g i n a l , con la gracia m e d i t a t i v a y son-
riente de las figuras de Leonardo de V i n e l .
H e r n a n d o de los L l a n o s p i n t a en la región m u r -
ciana y sus obras son más ásperas, de u n iberismo
más intenso. V a n o s maestros continúan, aunque m u y
decaída, la aportación italiana de los H e r n a n d o , pero
con u n fondo más nacional. T a l es e l maestro de
Chinchilla.
E l maestro que, no solamente e n la p i n t u r a va-
lenciana, sino e n toda España, representa la p l e n i -
t u d renaciente es Juan de Juanes. L a asimilación de
las formas italianas y a es total, sin q u e h a y a e n sus
pinturas n i n g u n a sombra de goticismo. S u (perso-
nalidad reside, precisamente, en su sustancial iden-
tificación con los maestros renacentistas, c u y o con-
cepto tan ideal y arquetípico pasa al maestro de Já-
tiva. N o h a y en sus obras d r a m a n i p r o f u n d i s m o es-
p i r i t u a l más allá de la poética belleza y de la idea-
lización de las figuras de sus cuadros.

F o r m a d o en Italia, la asimilación d e l renacentis-


Entierro de San Esteban, por Juan de Juanes m o es tan feliz y total que es difícil señalar u n a i n -
fluencia preponderante: F r a y Bartolomeo, Leonardo
en toda E u r o p a . D o s pintores, H e r n a n d o de los L l a n o s de V i n a , Rafael, dejan sus huellas e n u n a obra c u y a
y H e r n a n d o Y á ñ e z de la A l m e d i n a son los autores de perfección reside, precisamente, e n esa subordinación
este gran conjunto, cuya discriminación no es fácil, al platonismo renaciente. Resulta así el suyo u n m a -
pues los dos se h a l l a n en la órbita de Leonardo de V i n - n i e r i s m o i n g e n u o , con la frescura d e l descubrimiento
ci, a veces con u n a m u y directa transmisión del espíri- de u n m u n d o ideal cuyas bellezas tan serenas y ar-
t u del gran maestro. E n e l retablo de V a l e n c i a las quetípicas no vuelven y a a superarse e n nuestra p i n -
composiciones son amplias, con abundancia de per- tura. L a religiosidad tan viva que despiertan sus imá-
sonajes y riqueza de planos perspectivos, con grandes genes, q u e hasta h o y y a son temas de devoción,
anchuras en e l fondo y holgada y noble espaciosidad procede de esa conversión en rasgos ideales de los
en e l ámbito en que se m u e v e n las historias. L o s modelos de sus cuadros. S u obra, desarrollada a me-
colores de los .mantos son simples y desplegados en diados del siglo x v i j es c o m o la consciencia y a refle-
masas enteras. Y u n a gran calma, u n a ancha sereni- x i v a de las bellezas renacientes. A s í , en las tablas d e l
dad d o m i n a en estos cuadros, en donde las figuras son- retablo de San Esteban, del M u s e o del P r a d o , todas
ríen misteriosamente c o m o e n los cuadros de Leonar- las escenas aparecen encalmadas y c o m o contenidas
do. Después, la ruta de los dos pintores se diversifica en la pura armonía de las formas italianas que n i n -
y queda Y a ñ e z c o m o el más importante y también g u n a tragedia puede alterar. E n La Cena, del M u s e o
como el más leal a los recuerdos milaneses, pudiendo del P r a d o , el recuerdo de Leonardo de V i n c i es i n -
y a asegurarse que es éste e l discípulo español que tra- dudable, pero a la tormentosa dialéctica de la obra de

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Boda mística del Venerable Agnesio, de Juan

M i l á n , a las desconcertadas interrogaciones de los dis-


cípulos, sucede en el cuadro del M u s e o del Prado u n a
pasión devota. S u C r i s t o y a n o acusa, sino q u e consa-
gra. Y aun m a n t e n i e n d o las triadas en la composición,
todo el m o v i m i e n t o emotivo de los Apóstoles asciende
en impetuosa adoración hacia la c i m a d e l rostro de Je-
sucristo. C r e a algunas imágenes que h a n quedado y a
consustanciales con la devoción española, tal el Salva-
dor con la Sagrada F o r m a , c o n u n rostro de platónica
hermosura, irradiantes de omnisciencia y l a I n m a c u -
lada que asciende e n u n grave éxtasis.
U n o de los maestros m á s seductores de este p r i -
mer renacimiento tan e n agraz es Juan de Borgoña,
que trae a T o l e d o las formas italianas sin fatigar por
n i n g ú n amaneramiento, con u n a pureza y u n a tan
clara i n g e n u i d a d que lo acercan a los maestros cua-
trocentistas. Ignoramos su n o m b r e . Sabemos q u e en
1500 estaba ocupado y a e n T o l e d o . Q u e e n 1504
p i n t a para la U n i v e r s i d a d de Salamanca. Q u e en
1508 c o m p l e t a e l retablo de la C a t e d r a l de A v i l a y
que e n este año c o m i e n z a su gran o b r a : la decora-
ción con frescos de la Sala capitular de la C a t e d r a l
de T o l e d o . E s e n esta obra d o n d e se resume e l arte
de este maestro con u n italianismo q u e tiene e l fresco
encanto de las obras primerizas. Fantasías arquitec-

La Virgen con el Niño y San Juanito,


da Morales

Ayuntamiento de Madrid
T o l e d o con la campaña de Oran
tienen un mayor sentido des-
criptivo y mayor robustez plás-
tica.
A este ciclo toledano h a y q u e
adscribir Francisco Comont.es, u n
p i n t o r q u e a s i m i l a las formas re-
nacentistas c o n cierta rudeza, pero
con castellana serenidad y e n c u y o
arte h a y huellas de Leonardo de
V i n c i y J u a n C o r r e a d e l V i v a r , uno
de los artistas más dulces y c o n -
movedores de nuestro Renaci-
miento.
Sus formas son plenas, los gran •
des maestros italianos se encuen-
tran y a asimilados, pero h a y e n su
obra algo de éxtasis c o n v e n t u a l , de
silente reposo, q u e dentro de la

Calvario y Quinta Angustia, de Berruguete


p l e n i t u d renaciente le hace a s i m i -
larse a l P e r u g g i n o . S u obra se des-
arrolla entre 1528 y 1561. Y e n
tónicas cubren sus fondos. E n sus lejanías se c i m - las pinturas de este fraile Jerónimo, conservadas e n
brean árboles jóvenes. Y las figuras, s i n demasiado el M u s e o d e l Prado, podemos advertir esos caracteres
v o l u m e n n i sombras, se desarrollan c o n lentas acti- de beata religiosidad y de serena paz e n sus imágenes
tudes. H a y huellas de G h i r l a n d a j o , de F i l i p p o L i p i y fondos.
y , singularmente, del P e r u g g i n o más q u e e n la p u r a C o n esta escuela se enlaza la de los discípulos de
anécdota e n e l silente encanto de sus composiciones. Pedro Berruguete, entre los cuales el de más acento
Las pinturas de la capilla mozárabe de la C a t e d r a l de personal es e l palentino Bartolomé de C a s t r o . Sus

El Rey Exdras, de Berru-


guete

El Rey Exequias, de Berru-


guete

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obras d e l M u s e o Lázaro nos reve-
lan u n a interpretación exasperada y
rústica de las de Berruguete.
E n t r e la m u l t i t u d de maestros
que en este m o m e n t o tan fecundo
para nuestro arte trabajan en C a s -
tilla, territorios castellanos y leone-
ses, mencionemos al M a e s t r o de
A s t o r g a , e n e l cual a la tradición
flamenca se une u n a influencia de
la escuela de U m b r í a , q u e da a sus
obras u n a serena placidez y u n e n -
canto de p r i m i t i v o .
E l M a e s t r o de Llanes es u n a de
las personalidades más singulares
que interpreta las formas italianas
con u n pintoresquismo de carácter
nórdico en abigarrados atuendos y
actitudes bizarras.
U n a de las obras más primoro-
sas del Renacimiento castellano es
el retablo de Santa L i b r a d a , de la
Catedral de Sigüenza, por Juan de
Pereda y fechado en 1525. Las
más bellas resonancias del Renaci-
m i e n t o italiano se encuentran aquí
e n pequeño formato, transidas de
candor y de u n a pureza de ritmos
que lo asemejan al Rafael de la
época j u v e n i l .
A l o n s o Berruguete h a y q u e con-
siderarlo n o sólo como escultor, si-
no como uno de los pintores de m a -
y o r precocidad estilística de nues-
tro R e n a c i m i e n t o . L o m i s m o que
en su plástica, h a y en su p i n t u r a
u n m o v i m i e n t o frenético, u n des- La Resurrección del Señor, de Yáñez

e q u i l i b r i o perspectivo y unos arre- de la Almedina

batos de carácter y a pre-barroco.


L a asimilación de las formas ita-
lianas se hace patente en estos cua- de oro que aún dan m a y o r violencia a la acometividad de sus figuras.
dros cuando a su vuelta de Italia Este adelanto a su época por el d i n a m i s m o de sus formas h a o b l i -
p i n t a los paneles para el retablo gado a u n a revisión de sus pinturas, pues algunas estaban atribuidas
de San B e n i t o de V a l l a d o l i d . L o en Italia a maestros manieristas m u y posteriores.
mismo que en su plástica nada Estas notas quieren ser solamente u n indicio de esa dispersión e s t i -
pesa y todo se desliza fulgurante lística y de esa subordinación a las normas italianas que detienen el p u -
y nervioso. Q u i z á como rasgo de ar- jante realismo del f i n a l del gótico. L a recepción d e l R e n a c i m i e n t o se
caísmo h a y q u e señalar los fondos realiza en España sobre u n fondo del más exacerbado naturalismo que,

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evidentemente, tenía que entibiar la o n d a de idealidad tro d e l m i s m o Escorial, N a v a r r e t e e l M u d o i m p o n e a
que e n e l clasicismo renaciente lleva consigo. esta gramática renaciente u n a autenticidad hispánica,
C o n la p i n t u r a ocurre e n la segunda m i t a d del si- con u n a más directa versión de las formas naturales.
glo x v i algo parecido a lo que sucede con las demás Pero y a e l panorama de la p i n t u r a española se acom-
artes. L o s decoradores del Escorial traen a España u n paña a las normas universales del estilo trentino, con
manierismo con el c u a l se cancela definitivamente el las inevitables excepciones de personalidades como la
m u n d o gótico. S o n formas del más noble empaque, del Greco o como la de M o r a l e s , en las cuales se c o n -
con u n carácter más b i e n o r n a m e n t a l , desarraigadas de sagra u n a vez más la rebeldía de nuestro arte para todo
la realidad y concebidas según puras fórmulas de u n lo que signifique clasicismo y contención en fórmulas
clasicismo de academia. C i e r t o que m u y pronto, y den- mentales.

El milagro de San Cosme y San Damián, de P , Berruguete

2 2

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S A N ISIDRO
Y MADRID
POR J O S E L E A L FUERTES

N
os hallamos en el año 1528. Con paso firme y seguro, M a -
drid camina hacia sus más altos destinos. E l pequeño lugar
que Alfonso V I conquistó a los musulmanes está en vías de
convertirse en la primera ciudad de España. A q u e l M a d r i d me-
dieval, encerrado en el estrecho recinto de la vieja muralla, al
amparo de una fortaleza, era una aldea rodeada de viñas y o l i -
vares, de huertas y campos sembrados de trigo. No puede extrañar
que la Virgen se mostrase en u n almud, en el alfolí donde se guar-
daban los cereales, como si quisiera tener bajo su advocación al
pueblo agricultor- Por eso los cristianos, labradores en su inmensa
mayoría, elevaban sus plegarias a l a A l m u d e n a , la Virgen morena
y pequeña, Madre de aquellos campos donde una y otra vez gra-
naban las cosechas.
Es aquel M a d r i d labrador —lugar sencillo, patriarcal y p r i -
m i t i v o — , el que estaba llamado a ser capital de u n vasto Imperio.
E l «Castillo famoso» acabaría convirtiéndose en u n suntuoso al-
cázar. E l Magerit de Isidro, el santo labrador, iba a ceder su
paso a la ciudad imperial del César Carlos V . Crece M a d r i d . Crece
sin cesar; más tarde, con Felipe II conquistaría definitivamente
la categoría de Corte; después, eon Carlos III adquirirá el rango
de gran ciudad europea; por último, el siglo x x , a cambio de des-
humanizar su íntimo ambiente, le conferirá el título de super-
metrópoli. L a capital continuará su progresivo crecimiento; pero
Isidro, «santo campechano por excelencia, santo sin tribulacio-
nes», nunca abandonará a su pueblo.

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Oso y del Madroño, pero ésta
cuenta y a , como ninguna otra
ciudad en los designios de España.
Cortes de M a d r i d . Las cróni-
cas nos refieren que en ellas se
promulgaron «leyes muy saluda-
bles para ambos reinos» (Casti-
lla y León), renovándose especial-
mente l a prevención de que no
pudieran los extranjeros obtener
beneficios, dignidades n i pensio-
nes eclesiásticas de ninguna espe-
cie. E n estas Cortes se deja oír
la voz del César en distintas oca-
siones. E l emperador, que a los
diecisiete años, a l desembarcar en
Villaviciosa, no era capaz de h a -
blar una palabra en el idioma del
país que venía a gobernar, ahora
se dirige a los procuradores de
Castilla y León y pronuncia u n
discurso trascendental. Este pro-
ceso de españolización iba a te-
ner más adelante reflejos en el
orden internacional y culmina en
una anécdota, cuya significación
resalta el maestro Menéndez P i -
dal y que interesa recordar aquí.
Cuando Carlos I vuelve triunfa-
dor de Túnez, conoce l a conducta
nada clara de su antagonista, el
monarca francés, y formula su
enérgica protesta, en presencia
del Papa Pablo I I I , ante el Obis-
po Macón, embajador del vecino
país. Pero como el diplomático
no entiende el idioma de Cervan-
tes, el Monarca se ve obligado a
replicarle: «Señor Obispo, en-
tiéndame si quiere, y no espere
de mí otras palabras que de m i
lengua española, l a cual es tan
noble que merece ser sabida y en-
Van Orley: El Emperador Carlos V tendida de toda l a gente cristia-
na.» L a lengua que habían de en-
riquecer bien pronto Fray Luis
Pero volvamos al año de gracia Prudente» en Valladolid, el 21 de León, L o p e , Quevedo y otros
de 1528. Se convocan Cortes en de mayo de 1527. L a ceremonia muchos preclaros ingenios, ad-
M a d r i d . L a reunión tiene espe- de la jura fué diferida para cele- quiere, al eco de estas palabras,
cial importancia porque se apro- brarse precisamente en M a d r i d , resonancia universal.
vecha este acto para jurar al pe- el 19 de abril del año siguiente, De todos los actos que tuvieron
queño Felipe —apenas cuenta u n siendo teatro de tan significativo lugar en las citadas Cortes de M a -
año—• como Príncipe de Asturias acto el Monasterio de los Jeróni- drid, debe destacarse el discurso
y heredero del trono. Había na- mos. Todavía l a Corte no se ha pronunciado por el Emperador
cido el que después sería «Rey asentado con fijeza en la V i l l a del en 16 de septiembre de 1528. E l

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Cruz transcribe en sus páginas
las razones expuestas por Don
cronista imperial Alonso de Santa
Carlos sobre l a necesidad de man-
tener l a universitas christiana.
Frente a l a incomprensión de los
Pontífices y monarcas contempo-
ráneos del César español, éste
desarrolla su ideal del Imperio,
congruente con el mantenimiento
de l a unidad europea para com-
batir a los enemigos de l a Cris-
tiandad.
E l joven príncipe, que al lle-
gar a nuestro país tenía su volun-
tad enajenada a Chievres y a la
camarilla flamenca, después de
varios años de estancia en Espa-
ña, llega a compenetrarse plena-
mente con el sentido de la polí-
tica peninsular iniciada por los
Reyes Católicos. E n 1528, el E m -
perador ya no habla al dictado
de sus consejeros; es dueño de
sus propios destinos. Basta com-
parar, dentro de l a extensa ico"
nografía imperial, los retratos
correspondientes a la primera
juventud, antes de arribar a l a
Península con los realizados en
la época de madurez, de la que
es cumplido exponente la actua-
ción del César en las Cortes de
M a d r i d . Pueden servir de ejem-
plo el pintado por Bernard van
Orley que ilustra estas páginas y
el primero de la serie que pinta
Tiziano, fechado en 1532, que
actualmente se conserva en el M u -
seo del Prado. Frente a la m i -
rada distraída y carente de deci-
sión del cuadro de V a n Orley
destaca la sagaz penetración, l a
férrea y firme voluntad, que a
partir del segundo momento, ha- Anónimo del siglo XVII
brá de repetirse en todos los re-
tratos del pintor veneciano.
ocho siglos, y que acababa de co- ra y Alfonso Valdés. Quizá se en-
Como ha señalado, con su i n -
discutible autoridad, Menéndez ronar hacía pocos años por la cuentra determinada influencia
P i d a l , a l llegar l a época que co- guerra de Granada». Precisamen- del primero en el discurso de
mentamos, Carlos V se ha his- te por eso, en la política imperial M a d r i d , donde hallará el lector
panizado y pretende hispanizar comienzan a pesar con más fuer- una gran coincidencia con las
a Europa, esto es, trasfundir a za los consejeros nacionales que ideas que el escritor español des-
esta última «el sentido de u n pue- los extranjeros. A Chievres y a arrolla en su (.(Reloj de príncv
blo cruzado, que España man- Gatinara suceden nombres espa- oes», pero esto no priva a la ex-
tenía abnegadamente desde hacía ñoles : Fray Antonio de Gueva- posición del Emperador de su ca-

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historiadores «apenas dio paso
que no fuese lleno de milagrosos
portentos». Todo en el santo l a -
brador se realiza con la mayor
sencillez, sin darle apenas impor-
tancia. Esto hace decir a Ramón
Gómez de la Serna que «casi to-
dos sus milagros son disculpas a
su estar distraído, aunque claro
que su distracción es la distracción
santiíicadora de la oración». P o r
-continúa Ramón— «a las
reprensiones del amo porque ora
y descuida la labor responden los
ángeles haciéndola adelantar».
San Isidro es santo contemplati-
ama a los árboles y a los pá-
jaros. Ejercita su caridad con unas
hambrientas avecillas y el grano
que falta en el costal se m u l t i p l i -
ca en el molino de tal suerte que
el bueno de Iván de Vargas está
convencido de que «no hay quien
más pan coja que él en todo el
arzobispado de Toledo»-
De la presencia del santo que-
dan varios recuerdos en M a d r i d ;
de ellos conviene destacar uno :
el agua que alumbró en una dura
roca. Refieren este suceso el l i -
cenciado Jerónimo de la Quinta-
Patio de la ca- fray Nicolás Joseph de la
sa de Iván de Cruz y otros historiadores. E n u n
Vargas día de caluroso verano llega Iván
de Vargas a la heredad que po-
seía a la otra parte del río. E l
amo, sediento, pide al criado que
le dé de beber. Pero dejemos que
rácter personal en el sentido ya del Príncipe Felipe se ve seria- Jerónimo de la Quintana nos rela-
indicado, esto es, intentar la úl- mente amenazada; la sucesión a te el prodigio. Isidro, «lleno de fe
tima gran construcción imperial la corona está en peligro. Pero y confianza se fué con su amo y
que, en su amplitud, n i antes n i en M a d r i d hay una fuente a la llegados al fin de la heredad, en lo
después superada, abrazaba los que el pueblo atribuye propieda- más alto de la cabeza de u n re-
dos hemisferios y, al propio tiem- des milagrosas. E l manantial está pecho, donde n i agua n i señal de
po, procuraba crear en el viejo unido al recuerdo de u n santo va- ella parecía (por ser la tierra
Continente una convivencia fren- rón : aquel inefable Isidro, que seca y sin jugo alguno), cual otro
te a las fuerzas disgregadoras que vivió en los lejanos años del M a - Moisés, encendido en el celo del
amenazaban la unidad cultural gerit medieval, cuando la fortale- desempeño de su palabra y ase-
greco-latina. za que se alzaba sobre el M a n - gurado en la de Dios, que siempre
zanares pasó definitivamente al acude a la mayor necesidad, h i -
# # * poder de las armas cristianas. rió la peña con la aguijada que
La vida del humilde criado de llevaba en la mano, diciendo:
No concluye con esto nuestra tván de Vargas es demostración " C u a n d o Dios quería, aquí agua
evocación del año 1528. L a salud de u n sinnúmero de maravillas, había". Obedeció la piedra a la

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voz de Isidro, y rindiendo su d u - yos, recobra la salud. E l mismo
reza a u n solo golpe del acerado prodigio vuelve a producirse con
hierro, en vez de fogosas cente- el príncipe heredero. Entonces,
llas brotó súbitamente de lo más la Emperatriz Isabel, según cuen-
escondido de sus venas agua en tan las memorias de aquellos
abundancia.» tiempos, agradecida a la interce-
E l santo madrileño, que en v i - sión de San Isidro, ordena recons-
da fué tranquilo y pacífico, ha- truir, quizá más cierto construir,
bía de ganar batallas después de de nuevo la ermita que todavía
muerto. Sucedió esto, según re- se alza al otro lado del Manza-
fieren las crónicas, cuando se apa- nares.
rece, con la indumentaria de pas- M a d r i d había dejado de ser
tor, a l rey don Alfonso V I I para aquel reducido lugar de agricul-
guiar su ejército en la batalla de tores conquistado, siglos antes,
las Navas de Tolosa. E l monar- por Alfonso V I . Con maravillo-
ca, agradecido, edificó la prime- sa intuición, el Emperador pro-
ra capilla. De este santuario ape- sigue l a tarea de sus inmediatos
nas debían existir vestigios en la antecesores y a su impulso pro-
época del Emperador, porque las gresa extraordinariamente la V i -
obras humanas están sujetas a la lla del Oso y del Madroño, que,
acción devastadora del tiempo. según los documentos de la épo-
Pero l a fuente seguía manando. ca, encerraba en su recinto dos fisonomía a la ciudad. Algunos de
De ella bebe Carlos V cuando lle- m i l doscientas cincuenta edifica- estos edificios están en pie toda-
ga a M a d r i d , enfermo y consumi- ciones. Entre el viejo caserío sur- vía. M a d r i d , que de hecho era ya
do por l a fiebre, y, según el tes- gen iglesias, hospitales, palacios Capital, se preparaba para ser de
timonio del maestro López de H o - y casas señoriales que dan nueva derecho «Villa y Corte».

Ayuntamiento de Madrid
POR FRANCISCO BAZTAN

Ayuntamiento de Madrid
ESTANCIA DE

MADRID

ADRID, en la primera mitad del siglo X V I , con'


serva todavía las características de sus días
medievales. Recuerdo son de ellos y de su
lejana condición castrense el viejo Alcázar,
su recinto amurallado y las puertas fortifica'
das que a él dan entrada. Su población, que
no excedía en los primeros años de este s i '
glo de seis mil habitantes, ocupa el caserío
que se agrupa entre sus muros, y el que, fue-
ra de ellos, se extiende en su amplios arraba'
les. Algo más allá frondosos y dilatados bosques brindaban caza abun-
dante y varia a la noble y predilecta afición de príncipes y grandes
señores.
A esta circunstancia, y aún más a las excelentes condiciones n a '
turales de la V i l l a y a la lealtad de sus habitantes, cabe atribuir el que
ésta hubiera sido siempre muy favorecida de los reyes de Castilla, que
en ella hicieron prolongadas estancias, celebraron Cortes y le otorgaron
señaladas mercedes.
N o fueron excepción de esta preferencia y favor los Reyes Cató'
lieos, que en repetidas ocasiones la visitaron, aposentándose, de ordi'
nario, en las Casas que en la Colación de San Andrés poseían los
Lassos de Castilla, nobilísima familia madrileña; y al morir el Rey
Don Fernando el 23 de enero de 1516, los gobernadores del Reino,
Cardenal Jiménez de Cisneros, y Deán de Lovaina, Adriano de
Utrech, en Madrid asientan el Gobierno y en esa misma mansión se

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alojan. E n ella tuvo lugar, según a l -
gunos autores, una famosa junta de
los gobernadores con les grandes y
prelados, en la que se determinó
que tomara el título de Rey y como
tal fuese proclamado, juntamente
con su madre, la desventurada R e i '
na Doña Juana, a su primogénito, el
Archiduque y hasta entonces Prín-
cipe de Asturias, D o n Carlos, como
así se verificó en Madrid, bien el
11 de marzo de 1516, o el 20 de
abril del mismo año, según unos u
otros historiadores.
N o fueron tranquilos los princi'
pios del reinado de Carlos I, ya que
tuvo que dominar las sublevaciones

I armadas de las Germanías de V a -


lencia y las Comunidades de Cas-
tilla.
Elegido D o n Carlos Emperador
de Alemania en 1519, dirigió al
Concejo de la V i l l a en febrero de
1520, desde la ciudad de Calahorra,
una cédula real comunicándole su
elección y participándole, al propio
tiempo, que tenía que ausentarse del
Reino y trasladarse a Aquisgram
para tomar posesión del Imperio, y
en marzo de este año se embarcó
en L a Coruña con rumbo a A l e -
mania.
Ausente de España hasta 1522, a
su regreso el Emperador, incansable
viajero, dedícase a visitar las prin-
cipales ciudades y villas de su Rei-
no, y en las postrimerías del año
1524, en ocasión en que se hallaba
aquejado en Valladolid de unas
pertinaces cuartanas, decidió trasla-
darse a su noble V i l l a de Madrid.
Es el 22 de septiembre del indica-
do año cuando parte de la ciudad
castellana, seguido de su Corte, y
después de detenerse en distintas
localidades llega el 13 de noviembre
a E l Pardo, aposentándose en aque-
lla fortaleza que fundara el tercero
de los reyes de la casa de Trasta-
mara, D o n Enrique, y en ella per-
manece varios días, muy a su pla-

Carlos V joven, como Rey


Mago, estatuilla por Felipe
Bigarny

Ayuntamiento de Madrid
cer, entregado a la caza, su distrae
ción favorita.
Anunciada su entrada en Madrid
para el día 21 del mes de noviem-
bre, el Concejo de la V i l l a se apres-
ta a recibir dignamente al Sobera-
no. E n las actas de las sesiones que
precedieron a esa fecba vemos que
los regidores las dedicaron exclusi-
vamente a preparar los detalles de
esa solemnidad. E n ellas consta que
el Concejo había recibido la visita
del aposentador de S. M . , Juan Dá-
vila, y que a su requerimiento ha-
bían sido designados los regidores
Pedro Suárez y Francisco de V a r -
gas para que intervinieran en todo
cuanto al aposentamiento real h i -
ciese referencia. Asimismo se ocupó
el Concejo con prolija minuciosidad
de la indumentaria que habrían de
lucir los capitulares en la recepción
del Emperador, acordándose «por-
que el vestido no muestre otra cosa
dello que los corazones todos tienen
alegría, que vayan vestidos de seda
carmesí». También adquiere la V i -
lla para los festejos con que habrá
de ser celebrado el grato aconteci-
miento, seis toros de Juan de Dios
Delgado, y, por último, el Cabildo
estudia los precedentes de aconteci-
mientos análogos para ajustar a ellos
el ceremonial que haya de observar-
se, tomando como modelo, después
de ser examinados tales anteceden-
tes, el más reciente de la entrada en
Madrid, en 1502, de Doña Juana
y D o n Felipe.
Abandonó éste con su séquito la
pintoresca residencia de E l Pardo
el domingo 20 de noviembre del i n -
dicado año de 1524, y se trasladó a
nuestra V i l l a ; pero no hizo inme-
diatamente su entrada en ella, sino La Emperatriz Isabel, autor desconocido
que se detuvo en el Real Monaste-
rio de San Jerónimo, situado en las
afueras, en los altos del Prado, al
Miguel y Milaneses—, separaba al el Corregidor y los Regidores Juan
que dio nombre el convento. E n él
pernoctó el Emperador, y al siguien- recinto amurallado de la V i l l a de Manrique de Luna, Pedro Suárez,
te día, 21 de noviembre, después de sus extensos arrabales. Gaspar Ramírez, Francisco Luzón,
comer en el Monasterio, hizo su so- E n ella, o en sus inmediaciones, Francisco de Vargas, Bernardo de
lemne entrada en Madrid, por la recibieron al Soberano, amén del Mendoza y Alcalde Herrera, bri-
puerta de Guadalajara, que, situada vecindario de la V i l l a y de su co- llantemente ataviados y portando
en la hoy calle Mayor —aproxima- marca, con sus más vistosos y típi- un rico palio de brocado, según era
damente entre las actuales de San cos trajes, el Concejo en pleno, con uso y costumbre en la recepción de

Ayuntamiento de Madrid
verdadera residen- Francia Francisco I, cuando recibió
cia real, como lo en el Alcázar madrileño la fausta
verificó a l g u n o s nueva de la decisiva victoria de P a -
años más tarde bajo vía, que ponía término a aquella
la dirección de los campaña con la prisión del propio
ilustres arquitectos soberano francés.
de la época, Alonso E n esa ocasión, como en el curso
de Covarrubias y de toda su vida, puso de manifies-
Luis de la Vega. to el Emperador la serenidad, tem-
planza y caballerosidad, que fue-
La permanencia
ron cualidades características suyas,
del Emperador en
sin que n i la grandeza de su alto
M a d r i d , alternán-
destino, n i los más resonantes triun-
dola c o n b r e v e s
fos de sus armas las alteraran en
estancias en E l Par-
ningún momento. Recibió impasi-
do y grandemente
ble la trascendental noticia, y, en
f e s t e j a d o por la
vez de entregarse a inmoderados re-
V i l l a , se prolongó gocijos, retiróse a su oratorio parti-
durante los últimos cular y permaneció una hora en
días de noviembre, oración. A l salir prohibió a sus cor-
t o d o diciembre y tesanos las muestras de regocijo, d i -
los tres p r i m e r o s ciéndoles que lo reservasen para las
meses del siguiente victorias contra los infieles, no sien-
año 15 2 5, encon • do propio de la que se había conse-
encontrándola, s i n guido de un príncipe cristiano.
d u d a , sumamente Noble actitud que ha de verse
grata, y muy com- reflejada más tarde cuando, enfer-
placido además al mo el cautivo monarca francés en
sentirse, desde que el Alcázar madrileño, le visita su
pisó tierra madrile- augusto vencedor y mantiene con
ña, aliviado de las él el diálogo que nos ha transmitido
fiebres q u e larga- el cronista Fernández de Oviedo,
mente le h a b í a n modelo de cortesía y de caballeres-
atormentado. A1 i - ca nobleza, como lo fueron por su
Doña María de Portugal, copia de Moro
v i o éste q u e se parte todos los tratos que concertó
atribuyó a las virtudes del agua de con el prisionero, no correspondidos
los príncipes de Castilla, A l Conce- la fuente que al otro lado del M a n - por éste con igual lealtad.
jo acompañaban caballeros, escude- zanares, según secular tradición, ha- Confirmación de aquellos senti-
ros y hombres buenos de la V i l l a , bía hecho brotar milagrosamente el mientos y muestra de cómo sabía
y, entre aquéllos, los de más rancio humilde y piadoso varón Isidro, acomodarse Carlos V a los mereci-
linaje madrileño: Lujanes, Vargas, muerto en olor de santidad y, como mientos de los demás, tenemos un
Zapatas, Cárdenas, etc., todos mon- santo, venerado desde el siglo XII, hecho histórico, acaecido precisa-
tando cabalgaduras enjaezadas. mucho antes de que, ya en el X V I I , mente durante esta su primera es-
Después de los saludos de ritual, fuera canonizado. tancia en Madrid. Fué en uno de los
el Emperador, seguido de todo ese primeros días de permanencia en la
lucido cortejo, se trasladó al real A l - E n Madrid se hallaba el Empe- V i l l a , cuando el Rey de España,
cázar, y en él se instaló. Es presu- rador, siguiendo con el interés, el Emperador de Alemania, Señor el
mible que, aposentado en la vieja celo y la constancia que siempre pu- nás poderoso de la tierra en aquel
fortaleza de los reyes castellanos, so en la gobernación de sus esta- siglo, sin perjuicio del celo con que
advirtiera la necesidad de su refor- dos, la marcha de los asuntos de sus sabía mantener su prestigio y pre-
ma, más en armonía con los gustos inmensos dominios —los más ex- eminencias imperiales, no se desde-
y necesidades de un príncipe como tensos que monarca alguno había ñó de ir personalmente, rodeado de
él de la Casa de Borgoña, de tan alcanzado— y fija su atención es- su séquito, a visitar a la noble an-
fastuosas costumbres, y es de supo- pecialmente en la guerra que sus ciana doña Beatriz Galindo, L a L a -
ner que desde ese momento acari- ejércitos sostenían en tierras de Ita- tina, maestra, amiga y consejera
ciase la idea de transformarlo en lia contra su eterno rival el Rey de que había sido de su inolvidable

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El Emperador Carlos V y la Emperatriz Isabel, por Rubens (copia de Tiziano)

abuela Doña Jsabel la Católica, la dor Carlos V , recién venido de dirigiéndose al monasterio de Núes-
cual vivía retirada en el hospital Flandes, estando ella muy impedí' tra Señora de Guadalupe, al que
fundado por ella y por su esposo, da, ya por su edad, ya por sus mu- llegó el 12 del indicado mes. L i e -
don Francisco Ramírez de Madrid, chos achaques, le vino a visitar en vaba, sin duda, la mejor impresión
general de Artillería, muerto glo- persona a este cuarto donde se re- de su prolongada estancia en núes-
riosamente en Sierra Bermeja du- tiró, para consultar con ella algu- tra V i l l a , a juzgar por lo frecuen-
rante el levantamiento de los mo- nos negocios graves como quien temente que en lo sucesivo la hon-
riscos en 1501. Emotiva, sin duda, tanto había tratado y comunicado ró con su presencia; predilección
sería la regia visita, e interesante la con los Reyes, sus abuelos, y tantas de la que participó su bien amada
plática que sostuvieron el poderoso noticias tenía de las cosas de este esposa Doña Isabel de Portugal,
Soberano y la humilde y anciana Reino.» que mostró siempre un gran cari-
dama, visita y plática a las que alu- Repuesto totalmente el Sobera- fío a Madrid y una especial devo-
de Jerónimo de Quintana en estos no de su pertinaz dolencia, abando- ción a su Santo Patrono San Isidro.
términos: « . . . el mismo Empera- nó Madrid el día 4 de abril de 1525, Aquí residió repetidamente, y en

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nuestra V i l l a nacieron dos de sus se que el título de «Imperial» que cia del Emperador en su recinto, se
hijas: Doña María, Emperatriz que como honor otorgó a Madrid el convirtió en Corte Imperial y ca-
fué de Alemania, y Doña Juana, Emperador en las Cortes de Valla- pital de sus vastísimos dominios;
que, casada con el heredero de Por- dolid en 1534, de hecho lo pudo presagio cierto del rango que, de
tugal, fué madre del desventurado ostentar la entonces todavía modes- manera efectiva y permanente, ha-
Rey Don Sebastián. ta V i l l a castellana en las numero- bía de alcanzar Madrid no muchos
Así, pues, bien puede afirmar- sas ocasiones en que, por la presen- años más tarde.

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E L T I E M P O
E N C A R L O S V

i
N
O creo que la afición del til de palpar las horas. Su mano,
Emperador a la relojería acostumbrada al pomo de la es-
pueda ser considerada «di- pada o al saludo del vasallo,
vertimiento» renacentista, y m u - acaso necesitara posarse de vez
cho menos lo que los anglosa- en cuando sobre el potro ga-
jones llaman modernamente «hob- lopante del tiempo; porque he-
by». E l reloj, ese contador inexo- mos de saber que la vasta colec-
rable del tiempo, ese aparato ción de relojes del Emperador no
que marca el ritmo de la vida la constituían tan sólo joyas n i
humana, era para Carlos V algo obras de arte. Sus relojes no
más que u n entretenimiento o eran cajas muertas de relojería,
una manía. Quizá una forma su- sino aparatos en funcionamien-

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to, vivos, marchando incansables y precisos.
Es posible que no encontremos en el Occidente
u n hombre tan preocupado por el tiempo, como
limitación de lo que l a criatura hija de Dios puede
hacer en la tierra. Sobre sus espaldas pesaron tan-
to las horas que los españoles tardaron en compren-
derle, como los días en que se fraguó el triunfo
definitivo de Mülhberg, como las semanas en que
Francisco I retrasaba el cumplimiento de su regia
palabra o como los meses en que los reformistas
evitaban el diálogo. Carlos de Ausburgo tuvo tal
preocupación por su tiempo que hoy, a la distancia
de cuatro siglos, le creemos l a gran figura de ese
tiempo.
Su modo consciente, serenísimo y ardido de es-
p r i m i r la fruta madura de las horas empequeñece
a quienes con él vivieron y a los que ahora a l re-
cordarle meditamos en las muchas horas que hemos
metido ya y seguiremos metiendo en el saco de
nuestro vacío. Hay hombres que sirven por u n
lado de ejemplo y por otro de melancolía, ya que
en el contrapunto las demás criaturas salen siem-
pre minimizadas, este es el caso del Emperador
Carlos V .
Recordemos que, alejado ya del Gobierno del
Imperio, uno de los pocos que le siguieron a Yuste
fué Juanelo T u r r i a n o , el insigne matemático y maes-
tro de relojería. Debieron ser muy interesantes y
aleccionadores los diálogos de aquellas tardes ante
la maravilla de los relojes. Entonces, hacía ya más
de treinta años que Peter H e n l e i n , en su taller de
Nuremberg, había aplicado el resorte espiral a sus
relojes de sobremesa, a sus relojes colgantes y aún a
los de bolsillo, logrando el más trascendental descu-
brimiento de la relojería de todas las épocas, a l sus-
tituir la gravedad como fuerza motriz por la elastici-
dad de u n muelle. Estamos seguros que los relojes
de Henlein fueron los más queridos del Emperador,
por lo que significaban de novedad y avance cien-
tífico. Y que le importarían muy poco las polémicas
en que se enzarzaron franceses e italianos, tratando
de menguar la gloria de H e n l e i n , adjudicando el des-
cubrimiento germano a sus ingenios nacionales. Sí,
creemos que los relojes alemanes salidos de los ta-
lleres de Nuremberg y Ausburgo serían los que más
apreciase el Emperador, pues el gusto por el reloj
exige no sólo sensibilidad artística, sino conoci-
miento de una técnica. Y Carlos V fué u n hombre
moderno, en la única acepción lógica que esta pa-

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nuestras horas como contaron las de tantas y tan-
tas generaciones.»
Estos días, en la Exposición «Carlos V y su am-
biente» celebrada en Toledo, hemos tenido ocasión
de contemplar valiosísimos ejemplares del siglo x v i .
Estos relojes pertenecen, en su mayoría, al señor
Pérez de Olaguer-Feliú, ese hombre paciente y vo-
cacional que ha sabido reunir uno de los conjuntos
más extraordinarios de la relojería histórica.
Hemos hablado de la sustitución de la gravedad
por el resorte espiral como fuerza motriz, pero
¿cuál fué la historia del reloj utilizando la gra-
vedad? Parece que su principio se pierde entre
los claustros de algún monasterio medieval. L a re-
gla del Cister, allá por 1120, ordena al sacris-
tán que tenga el reloj a punto para que suene y
despierte a los monjes maitines. Sin embargo, es-

labra puede tener: fidelidad a la época en que se


vive. E l se mantuvo fiel a la suya en el triunfo,
en la incomprensión, en la desesperanza y en la
renuncia. E n su larga meditación de Yuste el gno-
mon, l a clepsidra y el reloj de arena serían para
él artilugios nostálgicos de antiguos tiempos; su
pasión favorita l a constituirían los relojes mecáni-
cos movidos con resorte espiral, que tenían cuerda
para cuarenta horas. E l sabía que en ellos estaba
el progreso, que en ellos estaba l a civilización.
L a relojería fué hasta el siglo x i x , en que se i n -
dustrializó, una de las más nobles artesanías, y,
como consecuencia, la afición coleccionista de relo-
jes, una de las más nobles distracciones. Como muy
bien escribió A l e x Grassy a l crear el Museo del
Reloj Antiguo en España: «El coleccionismo, en
general, engendra entusiasmo, y éste empuja a la
pasión. E n efecto, se vive en permanente aventura
del espíritu; apasiona el hallazgo feliz, la oportu-
nidad fallida, la contemplación del objeto atesora-
do. Pero una colección de relojes que abarque desde
las primeras etapas artesanas hasta el nacimiento
de la relojería en serie es quizá de las más subyu-
gadoras que puedan existir, porque la evocación
del pasado adquiere una particular intimidad ante
los ingenios centenarios que aún laten y que, con
un misterioso afán de supervivencia, quieren contar

Ayuntamiento de Madrid
reloj nos depara precisamente
otra curiosa anécdota de la pasión
favorita del César. Cuando Car-
los V en 1529 fué coronado E m -
perador en B o l o n i a , le enseña-
ron este reloj ya muy deteriora-
do. E l Monarca se entusiasmó
con él y tuvo gran empeño en
que lo arreglaran, encargo que
realizó G i o v a n n i de Cremona,
más conocido por Juanelo T u -
rriano. De aquí parte precisa-
mente la compañía que el céle-
bre relojero iba a hacer a l E m -
perador de Occidente hasta el
mismo día de su muerte.
Estos relojes que hemos con>
templado en la Exposición poseen
los más diversos mecanismos y
formas: colgante, de caza, solar,
despertador de sobremesa, astro-
nómico, de sol horizontal y equi-
noccial de bolsillo y u n reloj au-
tómata de sobremesa, sorpren-

tos relojes mecánicos no pare- dente por efectista en el


cen claramente citados hasta que sobre la gran peana
finales del siglo x m ; se sabe que aloja la maquina-
documentalmente de los de las r i a , hay u n mono m i -
catedrales inglesas de Exeter, rándose en u n espejo
San ,Pablo y Canterbury. De de mano y sosteniendo
todas formas muy raros debían una cartela, en la que
ser los ejemplares de este tipo está la esfera. A su l a -
de reloj cuando u n rey tan sen- do, u n negrito le suje-
sible, curioso y culto como A l - ta con una cadena y
fonso X el Sabio no habla de empuña una vara. E l
ellos en sus «Libros del saber mono mueve los ojos
de Astronomía», refiriéndose con la marcha del reloj
sólo en su obra a relojes de y al dar éste las horas
sol, de agua, de mercurio y de abre la boca, mientras
aceite. el negro le azota con el
Sin embargo, a mediados látigo. L a pieza está cin-
del x i v fué muy famoso el re- celada y esmaltada y
loj que construyó Giovanni fué construida en N u -
Dondi para la biblioteca del remberg, a mediados
Castillo de Pavía. Este célebre del siglo x v i , casi coin-

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cidiendo con la muerte del César. Y y 0 me pregunto si aquel 21 perador, no se pararían todos
De aquel hombre que tanto se de septiembre, en que se inicia- sus relojes, en señal de duelo
preocupó por el tiempo y por los ba el otoño del año 1558, mien- por la muerte de su dueño y
aparatos de medirlo. tras se apagaba la vida del E m - señor.

V I C E N T E C A R R E D A N O

39
Ayuntamiento de Madrid
S IEMPRE ha sido atractivo y aun
apasionante el tema del pa-
lacio austríaco madrileño y
de su antecesor, en tiempo y
lugar, el Alcázar medieval. U n
hallazgo feliz, habido poco ha
en los fondos de la Biblioteca
Vaticana, ha permitido u n mejor
conocimiento de tal Palacio, so-
bre todo en su trazado y distri-
bución interna, antes sólo cono-
cida por el plano, parcial y tar-
dío, publicado por Justi en su
renombrada obra Vélázquez y su
siglo.
E l hallazgo se refiere a u n ma-
nuscrito sobre palacios reales es-
pañoles del siglo x v i , cuyo p r i -
m e r propietario, el Cardenal
B a r b e r i n i , sobrino del Papa U r -
bano V I I I , lo trajo, al parecer,
de España; al menos coinciden
en el año 1626 la fecha del ma-
nuscrito y el viaje a nuestro país
del Cardenal, a f i n de «apadri-
nar a u n serafín infante», linda
alusión de Lope al Príncipe B a l -
tasar Carlos. E l hecho de que
la biblioteca y los documentos de
Barberini pasaran a l a B . Vatica-
na explica quizá su permanencia
en ella. Sobre el asunto ofrece
detalles de interés su divulgador,
Iñiguez A l m e c h , quien ha sabi-
do utilizarlo en una publicación
reciente, incluida en los cuader-
nos de trabajo de la Escuela E s -
pañola de Historia y Arqueolo-
gía en Roma. Las noticias con-
tenidas en el presente artículo

EL A L C A Z A R AUSlI
proceden en gran parte del libro
del señor Iñiguez, copioso acervo
de datos curiosos y útiles muy
bien aprovechados por el autor.
E l contenido de este códice de
la Vaticana posee enorme interés
histórico y arqueológico, a tono
con el asunto y con l a excepcio- sobre todo, Carlos V — , mas n u n - bía heredado saber, destreza, y ,
nal categoría de su autor. E s , en ca claramente concretado hasta a su muerte (1611), también el
efecto, Felipe II el primer mo- él. Y , respecto a l autor, nadie cargo de arquitecto real, ejercido
narca que tiene una idea cabal más experto n i mejor preparado sin interrupción por el sobrino
del conjunto de palacios de Cor- que Juan Gómez de Mora (1586- durante los reinados de ambos
te y casas de caza y reposo; con- 1646 a 48) para acometer l a ta- Felipes, III y I V . E l l o le permi-
cepto, bien que antiguo, sólo en- rea de informar a l a persona cu- tía manejar a sus anchas las tra-
trevisto por algunos de sus ante- ya identificación desconocemos; zas de las casas reales, parte del
cesores — J u a n I I , Enrique I V y, de su tío, Francisco de M o r a , ha- rico archivo de las obras públi-

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terio, Balsaín, Vaciamadrid, etc.,
completan las series gráficas exis-
tentes y las casi siempre oscuras
descripciones o nimias noticias de
viajes. L a sección del informe re-
lativa al Alcázar destaca entre to-
das, debido al primor y detalle
de sus dos planos y a la escrupu-
losa relación del empleo de cada
aposento.
Nos hallamos, pues, ante una
fuente de primer orden, la úni-
ca hasta ahora que ofrece una v i -
sión de conjunto detalladísima del
interior de tal palacio, que favo-
rece la interpretación de los n u -
merosos dibujos, grabados y p i n -
turas, conocidos actualmente de
su exterior y que incluso propor-
cionan datos sobre la estructura
de la Alcazaba medieval. Para la
pronta comprensión de todo ello
nada mejor que incluir aquí los
dos planos de G . de M o r a , a la
vez que algunas vistas, elegidas
entre las más representativas y
aleccionadoras; u n análisis so-
mero de unas y otras favorecerá la
perspicacia del amable lector.

E l más antiguo dibujo conoci-


do, ya muy divulgado, es l a figu-
ra 1 . ; pertenece al álbum grá-
a

fico-descriptivo de las ciudades


españolas, elaborado por los ar-
tistas Wingarde y Hoenfnagel. Se
le asigna la fecha de 1561, mas
seguramente es anterior. Presen-
ta una perspectiva lejana de las
fachadas Oeste y Sur del Alcázar

( R I A C O MADRILEÑO
desde la margen derecha del río
Manzanares. E l aspecto medieval
es claro en los cuatro torreones
occidentales y en el matacán co-
i
P O R A G U S T I N G O M E Z I G L E S I A S rrido entre los dos últimos, mien-
tras que la gran fachada, enmar-
cada entre las dos enormes torres
cas, recogido y cuidadosamente pequeña porción del cual nos cuadradas, con el escudo imperial
conservado en el regio Alcázar restituye ahora la aparición del y su trazado a lo Covarrubias, re-
madrileño desde los tiempos del códice de G . de Mora. Sus bien cuerdan la reforma del Empera-
Rey prudente. trazados planos, sus memorias su- dor Carlos.
Junto con una buena parte de cintas pero útilísimas, sobre los Para u n monarca de vida tan
la pinacoteca f i l i p i n a , el nunca alcázares de M a d r i d , Toledo y activa y trashumante, las estan-
b a s t a n t e lamentado incendio, Segovia, palacios de E l Pardo, cias recogidas por el Marqués de
ocurrido en la Nochebuena de Aranjuez y Casa Panadería ma- Foronda son bastante numerosas;
1734, se llevó este tesoro, una drileña, Casa de Campo, Monas- ello prueba que Carlos V era muy

Ayuntamiento de Madrid
Fachadas oeste y sur del Alcázar

aficionado a M a d r i d y sus alre- el alcagar de la Villa». E l dibujo permiten adivinar la disposición


dedores : E l Pardo, sobre todo. recoge la obra exterior ya ejecu- defensiva de puerta doble y pa-
Dentro de la V i l l a , sus moradas tada. sadizo intermedio, sistema musul-
fueron el Alcázar y el convento L a figura 2.* reproduce la mán, ya señalado por mí en l a
de San Jerónimo; alguna vez planta baja del Alcázar, tal y co- madrileña Puerta V i e j a de G u a -
también la Casa de Campo, pro- mo la dibujó G . de M o r a ; junto dalajara; los cuatro torreones ya
piedad aún del licenciado Vatr- con la traza 4. ha sido dada a la
a
vistos en la figura 1. y la propia
a

gas. Esta su afición a la V i l l a , y publicidad por vez primera en el torre del vértice noroeste.
sin duda la escasa prestancia y mentado libro del señor Iñiguez. Tales vestigios parecen conve-
comodidad del edificio medieval, Ofrece u n plano detallado del nir a una alcazaba no muy gran-
comprobadas personalmente por cuerpo del edificio, más la inten- de (unos 100 metros de frente),
el Emperador durante los años ción del Jardín de los Emperado- cerrada por muralla y solamente
1524 a 1526, le llevarían a refor- res, al S O . , y el de la R e i n a , casi con tres torres seguras, que no
marlo. Como dato inédito y cu- completo, al E . Los vestigios me- serían únicas; todas ellas llevan
rioso diré que en las dos cédulas dievales son bien visibles aquí, su escalenta en el grueso del m u -
de Carlos V —diciembre de 1537 excepto en la fachada N o r t e : ro. Después, en épocas y fechas
y marzo de 1 5 3 8 — sobre el de- gran espesor de los muros orien- imprecisas, se iría cercando por
rribo del arco de la A l m u d ena y tales y, sobre todo, septentriona- crujías todo el perímetro, m u -
de la Puerta vieja de Guadalaja- les ; las dos tremendas torres que chas veces modificadas a causa de
ra, se dispone el aprovechamien- flaquean la entrada principal, se- incendios y terremotos, mas con-
to de la piedra extraída «para la ñalada con el número 2, y que a servando siempre el patio central,
obra que he mandado hacer en través de (alteraciones ulteriores único y enorme; así nació el A l -

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cazar. Felipe II parte el patio en dibujo denominado de los B u r a - dillado bajo y una galería alta con
dos, denominados por Mora «del tines (figura 3. ); ambos acróba-
a
arquillos, quizá de influencia to-
Rey» y «de la Reina», como cen- tas italianos desarrollan —enero ledana. Menos fieles son el exce-
tro de sus respectivos cuartos, re- de 1 5 9 6 — sus juegos circenses en sivo desnivel oriental, los rema-
pitiendo una vieja solución caste- la explanada que en la Edad M e - tes de las chimeneas y la torre i n -
llana de hospitales y conventos. dia se llamaba Campo del Rey, acabada y sin cubrir que ya lo
Traza una crujía central, que lle- lugar de ferias y mercados, y, en estaba veintitantos años antes. E l
nan arriba la capilla (figura 4. ,a
ocasiones, también de toros y ca- famoso dibujo ilustra u n manus-
número 3), y abajo la sacristía ñas. Reproducimos con fidelidad, crito, custodiado en la Biblioteca
(números 84, 83 y 85 de esta divísanse aquí el muro que ocul- Real de Bruselas; ha sido muy
planta).» T a l capilla lleva la ad- ta el Jardín de Emperadores; la reproducido desde la publicación
vocación de San Miguel de la Sa- celebérrima Torre Dorada, coro- del Viaje de Cosme de Médicis,
gra, que el propio Emperador ha- nada de gran chapitel; el mira- y de él existe copia en el Museo
bía ordenado anteriormente de- dor de columnas, que arranca de M u n i c i p a l madrileño.
moler para que tuvieran lugar tal t o r r e ; el escudo imperial y la Abandonamos ahora el exte-
sus mentadas obras de reforma y fachada ya indicados. Por el Sur- rior para penetrar en los regios
ampliación del edificio. este, y a partir de la segunda to- aposentos filipinos a través de la
Las fachadas Sur y Este se ha- rre cuadrada con su balcón corri- guía segura de Gómez de M o r a ;
llan representadas en el famoso do, la fachada ofrece u n almoha- la figura 4. es la planta noble o
a

Planta baja del Alcázar

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Fachadas sur y este del Alcázar

principal por él trazada. Las no- nífica decoración de Rómulo C i n - cán — f i g u r a 1."—; en el 18 «es-
ticias de M o r a , muy lacónicas, cinato; dentro de l a galería el es- tán todas las trazas de las casas
dejan en el aire alguna incógni- pacio señalado con el número 21 Reales, para las obras y relacio-
ta : tal l a localización del aposen- es el taller, preparado para V e - nes de los caminos tocantes a los
to y encierro del Príncipe Carlos. lázquez a l regreso de su primer reinos de España, a cargo del tra-
Limitándonos al cuarto del R e y , viaje a Italia (1631). zador mayor del Rey y maestro
señalaré algunas de las estancias E n l a fachada Oeste, y tras las de sus obras»; y el 17 vale de ca-
principales; el espacio disponi- dos pequeñas antecámaras (7 y marín «en que se guardan dife-
ble no da para más. Tras l a 8), l a última con cama de respe- rentes cosas del gusto del Rey».
capilla, destacada en posición cen- to •—frecuentes en e l cuarto del Destaquemos del grupo de servi-
tral —luego mantenida en el pa- R e y — , vienen las tres piezas se- cio, situado detrás, l a cámara 12,
l a c i o borbónico—, l a escalera ñaladas con el número 9 y que donde Su Majestad duerme algu-
imperial, grandiosa, pasmo de forman el comedor p r i v a d o ; l a nas veces y recibe en audiencia.
Cosme de Médicis, y quizá ante- última, y p r i n c i p a l , con su estra- Y , al fin, l a Torre Dorada (15),
cesora de las del Alcázar toledano, dillo, es lugar también de «au- tantas veces descrita y admira-
Escorial, etc. ; el lugar de l a diencia retirada para embajado- da por propios y extraños; mas
guardia española y tudesca (nú- res, virreyes y capitanes genera- G . de Mora alude solamente a las
meros 2 y 3) y vestíbulo de en- les». E n cuanto a los cubos, el 19 buenas vistas «al parque, jardín y
trada (4), a l cuarto. E n l a facha- es «aposento en que tiene el Rey Casa de Campo» y a l destino de
da Norte, l a Galería del Cierzo sus libros» ; ya se ha indicado el la pieza despacho de «todo géne-
aparece cubierta (20), reforma número 9, en e l cual se observa ro de despachos». Sabemos que
que, al parecer, se llevó la mag- el acceso al balcón, antes mata- encima estaba la rica librería, y

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que la última planta era mirador. grande», que vale «para ver las Así era el cuarto del Rey en el
Para completar el cuarto del fiestas y procesiones». L a otra es Alcázar austríaco, «cuidado y de-
Rey resta aún examinar la facha- «la gran sala de comedias y sa- coradísimo, adornado con los me-
da Sur y principal, ocupada en el raos» (23), mucho más amplia jores cuadrados y tapices, causa
plano por la galería construida aquí y sin las divisiones que apa- de preocupaciones para Felipe I I ,
por el propio M o r a . Interesa se- recen en el plano de J u s t i ; el des- cuando pide a L u i s de Vega en
ñalar la pieza número 28, dormi- tino, sin embargo, es el mismo, 1561 los planos de situación ac-
torio del Infante don Carlos, don- y si M o r a nos dice «comen los re- tual para estudiar la definitiva,
de después muere el monarca yes en público el día de bodas de por ser ésta la parte más impor-
Carlos II y, sobre todo, el dormi- las damas que se casan en P a l a - tante».
torio de Felipe I I , alojado en el cio», las relaciones de lavatorios Concluyo. Uno se pregunta
interior del torreón (número 86), de Jueves Santo, conciertos y ante la graciosa perspectiva de su
lugar el más recio y antiguo de otras distracciones ocurridas aquí conjunto, dibujada por Teixeira
todo el edificio; en su geme- son frecuentes en l a literatura. en su archiconocido plano, cuál
lo (46) tenía el suyo la Reina. T a n majestuoso destino explica sería la parte del Alcázar, cons-
Luego, Felipe I V traslada su dor- los detalles—aducidos por Cosme truida dentro del siglo x v i , du-
mitorio a la pieza número 24, cu- de Médicis—sobre sus dimensio- rante los reinados de Carlos V y
yas ventanas dan a la galería del nes : techo en forma de canasta Felipe I I ; ahora ya podemos con
patio de la Reina, y el antiguo invertida, ricamente tallado, do- seguridad afirmar, tras lo dicho
dormitorio filipino lo ocupa el rado, y el ornato de sus paredes, hasta aquí, que el cuerpo del edi-
Cardenal Infante don Fernando. logrado con los grandes tapices de ficio, más los jardines y la tira
Y , finalmente, dos piezas so- Túnez, testimonio gráfico de las perpendicular a la fachada que
lemnes. U n a , la 26, al centro de empresas del César Carlos V en remata en caballerizas, se cons-
la fachada, denominada «salón Africa. truyeron en tal siglo.

Fachada oeste del Alcázar

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CARLOS
L reinado de Carlos V fué uno
de los más fecundos y benefi-
ciosos para la música españo-
la. E l «soberano político y
musical», como le llamó algu
no de sus c o n t e m p o r á n e o s ,
ejerció un m e c e n a z g o que
tuvo profunda y amplia re-
percusión en España y en E u -
ropa.
Sólo desde el punto de vis-
ta teórico, en su vida se i m -
primieron siete t r a t a d o s de vihuela de losmejores
compositores de aquel siglo: Luis de Milán, Narváez,
Mudarra, Valderrábano, Pisador, Fuenllana y Venegas
de Henestrosa. D e este último el «Libro de Cifra Nueva
para Tecla, A r p a y Vihuela», impreso en M a d r i d ( A l -
calá, 1557).
Tuvo tres Capillas a su servicio: l a de M a d r i d , la
de Viena y la de Bruselas. Mas al ceñir la corona de
España reorganizó su Capilla Imperial única, que si
en los primeros años funcionó a nombre de su madre,
la Reina doña Juana, después lo hizo al de la E m p e -
ratriz Isabel. Capilla que el propio emperador organi-
zó seleccionando músicos y cantores, «para honor y
alabanza de nuestro Creador y para mayor honra de
su servicio». Muerta la Emperatriz, dividió dicha C a -
pilla entre sus hijos Felipe II y las Infantas doña
María y doña Juana, cuya corte estableció en Arévalo,
disponiendo que alguno de sus músicos, como Antonio
de Cabezón — e l Bach español— y Francisco de Soto,
sirvieran parte del año en la Capilla del Príncipe y
el resto en la de las Princesas.

SU EDUCACIÓN MUSICAL.

Retrato de Carlos V. Si de todos son conocidas la afición y la destreza del


Libro de la Orden del Toisón de Oro César español en los trabajos de relojería y mecánica

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V Y LA MUSICA
POR JUANA ESPINOS ORLANDO

Album musical de Margarita de Austria

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perador, niño aún, adquiría órganos y espinetas para
el Príncipe y para sus hermanas. E n 1517 se «adqui-
rieron nuevos órganos de los Talleres de Mors para
el viaje a España del Emperador».
L a infancia de Carlos V se desarrolló en un am-
biente musical extraordinario. Y a en su ascendencia,
Felipe el Bueno, poseía «la mejor y más afinada ca-
pilla : Carlos el Temerario, «tenía innato el don del
arte», afirma Oliver de la Marche, siendo compositor,
arpista y cantor; su hija María de Borgoña, tañía el
clavicordio y su esposo, Maximiliano, fué u n Príncipe
poeta y artista, siempre rodeado de «virtuosi».
Margarita de Austria, tocaba el laúd y la espineta
y tuvo empeño en «rimar y adiestrarse en el arte de
la compostura». Felipe el Hermoso, revisó las ordena-
ciones de la capilla ducal, observadas después por su
hijo Carlos V y tuvo siempre a su servicio u n grupo de
ministriles. Su esposa, doña Juana de Castilla, buscaba

Felipe el Hermoso

—desde los comienzos de su reinado tuvo junto a sí


a Juan Duchemin, relojero de Besancpn y a u n ma-
temático paduano, Gianello T o r i a n o , que le siguió has-
ta Yuste—, no lo es tanto su gran personalidad m u -
sical.
Historiadores y cronistas españoles y extranjeros
desde el siglo xvi — G u i l l a u m e van Male, gentilhombre
de cámara del E m p e r a d o r ; U l l o a , «Vida del E m p e r a -
dor Carlos V » , Venecia, 1575—, hasta nuestros días,
pasando por Nebra, 1768; Soriano, 1856; Vander
Straeten, 1867-1888, y los modernos comentaristas M i -
gnet, Stirling, Pichot, Gachard, H e n n e . . . han profun-
dizado en este aspecto interesantísimo de la vida de
Carlo9 V .
E d m u n d o Vander Straeten, musicólogo, crítico e i n -
vestigador belga, de quien dijo Pedrell, «nadie como
él llevó más lejos el amor a la verdad, esa pasión prin-
cipal del historiador», nos ha suministrado preciosos
datos en su obra La Musique aux Pays Bas, tomo V I I ,
— L e s Musiciens Neerlandais en Espagne—•. A m i g o y
admirador de Barbieri, se documentó en los Archivos
Reales, no sólo de Bruselas, sino de M a d r i d , así como
en el de la Corona de Aragón, de Barcelona y en los
generales de Simancas.
Originales e inéditos documentos permiten conocer
hasta las fechas exactas en las que la Corte del E m -

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en la música consuelo, y, antes de su nacimiento, sus
padres Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, fue-
ron para la música mecenas sin par. Sus respectivas
capillas unidas, como sus reinos, crearon la Capilla
Real Española, que en tiempos de Carlos V y de F e -
lipe II, fué una de las mejores de Europa.
Niño aún el Emperador tomó lecciones de música
de Bredemers, organista de Nuestra Señora de A m -
beres, quien le enseñó no sólo los rudimentos de la
espineta, sino los de la composición y del instrumento
princeps el órgano. A los siete años, en los salones de
su tía Margarita de Austria le veían con frecuencia i n -
tentando sacar alguna melodía de la espineta.
De las cuatro princesas sus hermanas, la mayor,
Leonor, alcanzó gran fama no sólo en el canto, sino
en el arte de la tecla; Isabel, verdadera virtuosa, con-
dujo a Dinamarca los mejores maestros; María de
Hungría, diletante entusiasta, llevó en su Capilla al gran

Virginal del XVI. Bossus

Margarita de Austria

Villaert, y Catalina, esposa de Juan II de Portugal,


fué una artista de raza, amante apasionada de la mú-
sica.
Aunque el instrumento favorito de Carlos V fué l a
espineta, sentado frente a la cual pasaba hasta dos
horas diarias en los años de su infancia y de su p r i -
mera juventud, también tocó el clavicordio, el órga-
no, la vihuela y la flauta.
Poseía varios órganos para «uso de su muy noble
placer», en su capilla doméstica y su voz era llena y
timbrada. Fué su canción favorita u n madrigal amato-
rio y de gran fuerza lírica «Mille Regrets», que los
músicos de entonces llevaron como tema a sus compo-
siciones, entre ellos Cristóbal de Morales. Fué trans-
crita para vihuela y publicada en el Delfín de Música,
de Joaquín Deprés, con el título de «Canción del E m -
perador».
L e atraía poderosamente el instrumento español por
excelencia y por esa razón, se hizo transcribir para él
sus obras escogidas, encomendándoselo al vihuelista más
famoso de entonces, Luis de Narváez.

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Carlos "el Temerario" y su mujer. Anónimo flamenco

CLARINEROS CANTORES Y CALÍGRAFOS E r a magnánimo y espléndido con sus cantores y m i -


DEL EMPERADOR. nistriles, siendo notable que aquel monarca, vencedor
en cien batallas, se preocupara personalmente del cui-
L a crónica de su coronación en Bolonia, 25 de fe- dado que debía tenerse con los sopranos, cuya débil
brero de 1530, narra cómo «con voz alta y clara» ento- constitución estaba siempre amenazada p o r los cam-
nó el primer versículo del Evangelio, costumbre que al- bios atmosféricos.
gunos remontan hasta Carlomagno. Sus clarines le «El Maestro de Capilla, rezaban sus ordenanzas, ten-
acompañaban siempre; sonaron en Pavía, 1525, y en drá a su cargo el alojamiento de los niños. Deberá
Sevilla, 1526, para dar la bienvenida a la Emperatriz enseñarles música y los oficios de la capilla. E n caso
Isabel, con quien el César se había casado por poderes del desplazamiento del soberano, deberá proveer para
el año anterior; sonaron también a bordo de la galera seguirle en sus viajes cuidando de los coches de trans-
imperial, cuando salió de Barcelona camino de Tú- porte y de los equipajes de los niños.» «En el período
nez, 1535, para la gloriosa expedición y conquista... del cambio de la voz, serán llevados durante tres años
E n el apogeo de su poder, st hacía acompañar en a un centro de enseñanza. Terminado este plazo, se-
todos los viajes y expediciones del esplendor de su ca- rán admitidos como chantres, con preferencia a los
pilla musical y en las grandes asambleas políticas se demás, si recobran su buena voz. Les será asignado
celebraban siempre verdaderos torneos artísticos entre un preceptor especial.»
los músicos flamencos y españoles. E l embajador ita- P o r otra parte, tuvo a su servicio a los mejores
liano Marino Carvallo, escribió: «los cantores de Car- calígrafos musicales de su tiempo. H i z o copiar e i l u -
los Y son en número de 40. F o r m a n una capilla que minar las más notables composiciones de su época;
es la más completa y la mejor de 'a cristiandad». por ejemplo, las obras de Pedro de Rúa, conservadas

5 o

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en Malinas y en Bruselas. Y cuando la impresión co- gran Maestro sevillano Francisco Guerrero, músico exi-
menzó a hacerse en notas movibles, la protegió de mio conocedor de la actualidad de l a de l a música
tal manera, que España y los Países Bajos se coloca- europea de entonces, amigo y consejero de Carlos V .
ron a la cabeza de las naciones más adelantadas en Los Archivos de Simancas anotan breves pero expresi-
esta disciplina. vos, en una mención fechada en 1561, «a Francisco Gue-
Creó los más importantes centros musicales de en- rrero por ciertos servicios»...
tonces y distinguió de manera singular a los composi-
tores, catedráticos de Salamanca, nombrándoles Maes-
L A M Ú S I C A E N E L REINADO D E C A R L O S V.
tros de su Capilla al vacar las plazas. Uno de sus
músicos de cámara fué Jorge de Montemayor, el poeta L a música en el reinado de Carlos V estuvo repre-
y músico, autor de la «Diana enamorada». También sentada, en e l aspecto religioso, por los grandes maes-
otro de sus caballeros, el Duque de Gandía, después tros de la polifonía, cuyas principales figuras f u e r o n :
San Francisco de B o r j a , fué músico y cantor de canto Cristóbal de Morales, Francisco Guerrero, citado ante-
llano. riormente, y Tomás Luis de Victoria. Este último forma
Difícilmente podría desplegarse en materia de mú- con Palestrina y Orlando Lasso, la trilogía inmarcesible
sica mayor suma de arte e inteligencia como las des- del siglo de oro de la polifonía europea : en sus últimos
plegadas por el Emperador. años, 1584, fué nombrado Organista de las Descalzas Rea-
les, Monasterio madrileño al cual se retiró piadosamente
LA CAPILLA DE YUSTE. doña María de Austria, hija de Carlos V y viuda de M a -
ximiliano II.
Las crónicas citan el número de músicos que en
Desde e l punto de vista profano, los vihuelista»
1556 tenía l a Capilla del E m p e r a d o r . . . , mas de todo
como Narváez dieron fama a la escuela española, ver-
ello se desprendió Carlos V cuando u n día del año
dadera iniciadora de las Fantasius y las Diferencias,
citado marchó a Yuste, trocando la grandeza de la
que, siglos después, darían origen l a Variación, tal
Corte por la austeridad del claustro. Fué entonces cuan-
como la concebirían los compositores modernos.
do su espíritu, en u n deseo de máxima elevación as-
Y en e l terreno instrumental, Antonio de Cabezón,
censional —como diría el insigne doctor Marañón—,
F r a y Tomás de Santa María y Salinas —inmortalizado
buscó en la música la mejor expresión de su estado de
en la O d a de F r a y Luis de León—, fueron para el ór-
ánimo.
gano no sólo tañedores sin par, sino maestros y teóri-
Llevó consigo su órgano amado y gozaba inmensa-
cos cuyos métodos aún están vigentes.
mente componiendo y escuchando música. A esta épo-
L a brevedad de u n artículo no permite profundi-
ca se atribuye la composición del Motete polifónico, ver-
zar más en tema de tan vastos horizontes, pero desea-
dadera secuencia latina, cuyo texto reza así: «Ecce sic
ríamos que, a l menos, hubiera podido contribuir a es-
benedicetur homo qui timet dominum», cuyo original
bozar lo que fué la figura cimera de Carlos V , en rela-
conservó José de Nebra, organista de las Descalzas Rea-
ción con la música de su tiempo, para la que el César
les y después de la Capilla Real de M a d r i d , atribuyén-
español fué u n Mecenas en el auténtico y más noble
dolos sin l a menor vacilación a l César.
sentido de la palabra.
U n a de sus primeras preocupaciones al llegar a Yus-
te fué la organización de la Capilla del Monasterio. Para
ello reclutó los mejores cantores de los conventos de
Jerónimos de España.
Minguet afirma que su predilección por los religio-
sos de esta orden, tan española, se fundaba en que aña-
dían a la nueva cultura de las letras la práctica tradi-
cional de los cantos: como ninguna otra Orden, la de
los Jerónimos celebraba con la mayor solemnidad el
culto.
L a historia ha conservado los nombres y la proce-
dencia de aquellos monjes, a veces con detalles de sin-
gular atractivo, por e j e m p l o : «Fray Juan de V i l l a -
mayor, contrabajo, y Maestro de Capilla : a sus padres,
pobres, treinta y cinco ducados...».
E l mismo asistía a los ensayos, rectificando y alec-
cionando a los cantores. Gustaba de hacer algunas ve-
ces la parte de canto llano, y Sandoval, Obispo de P a m -
plona, en su Historia del Emperador Carlos V, tomo II.
se expresaba así: « Y entendía la música y sentía y
quitaba de ella, y muchas veces le escuchaban los frai-
les detrás de la puerta, que salía de su aposento al altar
mayor, y le veían llevando el compás y cantar en con-
sonancia con los que cantaban en el coro, y si alguno
erraba, decía " H i j o de tal, que aquél e r r ó " , u otro
nombre semejante».
Conocía asimismo el estilo y los modos, hasta el pun-
to de distinguir de quien fuesen determinadas obras y
pasajes. Dato histórico y en extremo interesante de los
últimos años del Emperador, fué la visita a Yuste del

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D E nuevo la Semana Santa paseó
su devoción por las calles de
M a d r i d . Las imágenes venera-
das, que, como la de Jesús de M e d i -
naceli, encuentran u n eco unánime
en el corazón madrileño, salieron,
de la sombra de sus capillas, a la luz
enlutada de estos días de gracia.
Cada año crece en dimensiones con-
movedoras la Semana Santa madri-
leña, que éste tuvo el pórtico del
pregón pronunciado por el ilustre
periodista don Francisco Casares.
Después, a lo largo de estos días,
entregados al rezo y al acuerdo, fue-
ron deslizándose las procesiones, si-
lenciosas, con voz de plegaria y luz
de cirio. E l Ayuntamitnto, como es
de ley, estuvo presente en los actos
celebrados en M a d r i d con motivo de
la Semana Santa, y tanto el Alcalde
como los Concejales se identificaron
con la devoción de la capital. Como
siempre hacemos, es grato para nos-
otros recoger, en las siguientes pági-
nas, los momentos más destacados
de la Semana Santa madrileña, y la
presencia del Ayuntamiento en todos
ellos.

Procesión del Santo Entierro

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>A CORPORATIVA

La Corporación asiste a los


oficios del Domingo de Ra-
mos en la Catedral.
JLÉf

Visita a los Sagrarios.


Presidencia de la Procesión del Santo Entierro.

f * i

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EXPOSICION DEL DIA UNIVERSAL D E L NIÑO
POR M A X I M I N O SANZ, SUBDIRECTOR DEL COLEGIO DE S A N ILDEFONSO

Todos los días del año, incluso aquellos que son E l certamen ha tenido una característica singu-
festivos, nos ocupamos de los niños: de sus estu- l a r : ser u n aula «viva», con niños de verdad, ac-
dios, de sus juegos, de su salud, de su tránsito por tuando ante el público. Y otra no menos atractiva:
las calles... Y u n día lo dedicamos a exaltar lo que la de u n i r los lienzos de Vázquez Díaz y de otros
se hace por la infancia. E n todo el mundo es cos- pintores consagrados con los dibujos y acuarelas de
tumbre que las más altas jerarquías del Estado se los pequeños escolares.
dirijan, en mensajes, a sus ciudadanos alentándoles E l montaje, dirigido por Valenzuela, con la co-
a l a empresa de cuidar, con esmero y conocimien- laboración de los Servicios de Alumbrado y Talle-
to, a los que han de formar la generación próxima. res Municipales y el asesoranñento pedagógico del
iJC í¡5 3jf Instituto, ha ofrecido al visitante una oportunidad
tfue desconocía posiblemente. Y es, con toda senci-
Este año en España, y concretamente; en M a d r i d , llez, la de poder asomarse a u n mundo infantil don-
el día universal del niño ha tenido una repercusión de hay valores artísticos de difícil comparación.
mayor. Y entre los actos celebrados merece seña- Porque el niño no es sólo u n hombre en pequeño.
larse l a Exposición que, alrededor de la infancia, Es otro mundo...
se ha celebrado en el Museo M u n i c i p a l , bajo l a com-
petente dirección del Delegado municipal de Ense-
** *
E n el recinto de l a Exposición dirigió el mensaje
ñanza, señor Gutiérrez del Castillo, organizada por
a l a nación el excelentísimo señor Ministro de Jus-
el Instituto M u n i c i p a l de Educación que él perso-
ticia, y previamente explicó el significado del acto
nalmente dirige.
José María Gutiérrez del Castillo.

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En estas fotografías reproducimos tres interesantes aspectos de la Exposición organizada por el Instituto Muni-
cipal de Educación, en la que pueden apreciirse distintas manifestaciones del arte infantil.

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GALERIAS
PRECIADOS

c)& elefancía.

para señoras
caballeros

niños

el hogar...

Depósito Legal M . 4.194 (19S9)


Eslades. Ev. S. Miguel, 8-Mndr¡d

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