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El año 1453 se señala como el fin de la Edad Media y el comienzo de la Edad Moderna.

Ese año ocurrieron dos hechos de gran


importancia: la caída de Constantinopla (actual Estambul), capital del Imperio Greco-Bizantino, ante el ejército del emperador
de los turcos otomanos Mohammed II, y el fin de la guerra de los Cien años entre Francia e Inglaterra.

Durante gran parte de la Edad Media los conocimientos geográficos de los europeos se limitaron a su propio continente y a las
zonas que rodeaban el mar Mediterráneo. Recién con las cruzadas se estableció un contacto con el Oriente, iniciándose un
comercio fluido con las islas de Cipango (actual Japón), Catay (China), India y las islas Molucas, entre otras.

Los europeos estaban interesados en sus ámbares, aceites de rosas, almizcles, sedas indias y chinas, perlas, porcelanas, tapices,
perfumes, marfil y en las especias, como la canela, clavos de olor, laurel, nuez moscada, vainilla, jengibre y pimienta, que
utilizaban para cocinar y conservar los alimentos, especialmente la carne, que ahora podían consumir durante todo el año. Los
farmacéuticos compraban opio, alcanfor, resinas y bálsamos. El incienso era utilizado en las ceremonias religiosas.

A medida que aumentaba la demanda de estos productos, se incrementaba su precio. Por ejemplo, la pimienta se contaba grano
a grano y su valor era casi igual al de la plata. Los precios también tenían relación con las dificultades y peligros del transporte
de estas mercaderías (hordas de salteadores, climas muy fríos, desiertos). Debido a las enormes distancias que había entre el
Oriente y Europa, se calcula que por lo menos habían doce intermediarios antes de que los productos llegaran a manos del
consumidor.

El aumento del comercio dio prosperidad a los mercaderes y sus ciudades. Los italianos, especialmente los genoveses, lograron
un gran poder, ya que controlaban las rutas del Mediterráneo. Algunas familias de negociantes constituyeron extensas redes
comerciales, se formaron bancos que recibían dinero en depósito y efectuaban préstamos, aparecieron el pagaré y la letra de
cambio, que facilitaban las transacciones de una ciudad a otra.

Con la toma de Constantinopla, se bloquearon las rutas de las caravanas que traían los productos por tierra a través de la
península de Anatolia. En tanto, la ruta que llegaba al Mar Rojo estaba controlaba por los árabes y los comerciantes italianos
establecidos en el litoral de Egipto.

La escasez progresiva de metales preciosos (oro y plata) en Europa, también hacía necesario encontrar dónde obtenerlos, ya que
con estos se fabricaban monedas que se usaban como medio de pago.

Era imprescindible encontrar una nueva ruta hacia Oriente, que permitiera obtener las mercaderías a un precio menor y de
manera directa.

Los pioneros

El deseo de descubrir nuevas rutas marítimas impulsó a los hombres a emprender audaces viajes, en el curso de los cuales no
solo exploraron mares y tierras desconocidas, sino que también descubrieron dos continentes: América y Oceanía.
Los líderes de esta búsqueda fueron los reinos de Portugal y España, en quienes centraremos este número de Icarito. Con el
tiempo, los siguieron Inglaterra, Holanda y Francia.

Portugal, reino ubicado al oeste de la península ibérica y fundado por la casa real de los Capetos de Borgoña, que continuó con
una rama ilegítima, la de Avis. Las expediciones portuguesas a África se iniciaron durante el reinado de Juan I, a partir de la
conquista de Ceuta en 1415, encabezadas por su hijo, el príncipe Enrique el Navegante.

Las travesías españolas se iniciaron varias décadas más tarde, pero no fueron menos importantes, ya que pese a que llegaron a
Asia después, encontraron un nuevo continente en el intento: América. Recién en 1492 se logró la expulsión de los musulmanes
de Granada, liberando por completo a la península ibérica del dominio árabe, que duró 782 años. Al unir Granada con los estados
cristianos de Navarra, Aragón, Castilla y Portugal, la Corona española estaba lista para aceptar el proyecto de Cristóbal Colón, de
buscar una nueva ruta a Oriente viajando hacia el oste.

Avances de la navegación

Tres aspectos fueron claves para la exploración y el inicio de la expansión europea:


I. El estudio de la geografía y la astronomía, y su aplicación a los problemas de la
navegación.

Al parecer, y pese a que se cree lo contrario, en el siglo XV era de conocimiento popular que la Tierra era redonda. Esto, debido a
los conocimientos académicos alcanzados durante la Edad Media, que tenían su base en la Antigüedad.
La civilización griega produjo una escuela de matemáticos y cosmógrafos, de la cual Hiparco, Eratóstenes, Marino de Tiro y el
geógrafo Estrabón son los más conocidos.

Eratóstenes calculó la circunferencia de la Tierra y llegó a un resultado muy exacto. Tanto este como Estrabón dejaron
descripciones reconocibles de los continentes conocidos hasta entonces. Y manejaron la hipótesis de un vasto océano
circundante.

El gran geógrafo de la Antigüedad fue el egipcio helenizado Ptolomeo, quien escribió hacia el 130 d.C., en la época de mayor
extensión del imperio romano, una obra de astronomía, más conocida por su nombre árabe Almagesto, y una Geografía
descriptiva con excelentes mapas.
Los herederos de los griegos en geografía fueron los árabes, quienes prefirieron la descripción del mundo de Ptolomeo. Estos
creían que el océano Atlántico no era navegable y tuvieron un profundo temor al “verde mar tenebroso”, contagiado de la Europa
Occidental. Por esto, sus viajes fueron por zonas ya conocidas.

En 1410, el cardenal Pierre d’Ailly escribió “Imago Mundi”, que contenía citas de eruditos griegos, latinos y árabes. Pese a que
este texto no tenía relación con la realidad náutica, fue estudiado por Cristóbal Colón.

En 1410 también se dio a conocer una versión latina de la Geografía de Ptolomeo. El problema de este texto era que las regiones
descritas fuera del Imperio Romano eran irreales. Inventó un vasto continente meridional (al sur) unido por un extremo a África
y por el otro a China, con lo que el océano Índico se describió como un mar interior. Además, desestimó el cálculo de la
circunferencia de la Tierra de Eratóstenes, sustituyéndolo por otro que estaba errado: era un sexto menos del real. El texto de
Ptolomeo, que tuvo gran prestigio, fue desmentido al iniciarse los primeros descubrimientos.

Paralelamente, desde el siglo XIII surgió en los puertos italianos y catalanes una escuela de hidrógrafos que dibujaban
portolani, más conocidos como portulanos. Eran mapas dibujados en base a la experiencia náutica, que servían para conocer
las distancias, los rumbos y los accidentes geográficos. La mayoría abarcaba el Mediterráneo y el Mar Negro, aunque algunos se
extendían hasta Europa septentrional y parte de África.

Los portulanos estaban dibujados a una escala de distancias, pero no la más conveniente para distancias largas. Recién en el
siglo XV, Mercator, matemático y geógrafo flamenco, inventó una proyección cartográfica que muestra tanto la latitud como la
longitud con líneas rectas.

II. La construcción de barcos y el desarrollo de instrumentos que facilitaron la pericia de los


navegantes para manejarlos.

Desde el siglo XII, la navegación había logrado importantes avances. Se construían barcos más grandes y seguros. Aparecieron
las carabelas y las nâos, naves mejor preparadas para las prolongadas travesías y las condiciones de navegación en el
Atlántico.

Especial importancia tuvo la masificación del uso de la brújula y el astrolabio. Antes de que se desarrollaran estos
instrumentos, los navegantes se orientaban mediante la observación del Sol durante el día, y de la estrella polar durante la
noche, pero no podían conocer su posición. Por esto los barcos trataban de mantenerse cerca de la costa.

En el siglo XIII, los navegantes europeos comenzaron a usar la brújula, que conocieron gracias a los árabes -que la trajeron
desde China- y que permite saber hacia dónde está el norte.

El astrolabio, que se empezó a usar en el siglo XV, permitía determinar la posición de un barco, midiendo su distancia en relación
a los astros.

III. El mejoramiento de las armas de fuego, y en particular de la artillería naval.

La pólvora, mezcla de carbón, salitre y azufre, fue inventada por los chinos, que la utilizaban para confeccionar fuegos
artificiales y cohetes.

Los árabes perfeccionaron este invento con posterioridad, y dándole más fuerza explosiva, la utilizaron para impulsar proyectiles.
En el siglo XII, los musulmanes llevaron a España cañones que lanzaban proyectiles impulsados por pólvora. A comienzos del
siglo XIV, ya habían cañones en Italia, Francia e Inglaterra, que con el tiempo serían instalados en los barcos.

En el siglo XV se logró un mayor desarrollo de las armas de fuego, creándose incluso las portátiles, aunque todavía se seguían
ocupando de manera eficaz el arco y la flecha.

Las armas de fuego fueron claves en la imposición de los conquistadores en América Latina y el resto de los lugares colonizados

Las expediciones portuguesas

La guerra y el comercio marcharon juntos en las últimas cruzadas, Portugal tenía una gran costa, una población considerable de
pescadores y marinos, y una clase comercial poderosa que actuaba fuera de la injerencia feudal.

Los portugueses podían y deseaban pasar de un comercio atlántico de vinos, pescados y sal, a operaciones de mayor riesgo, más
amplias y lucrativas, con esclavos, oro y especias. La nobleza rural estaba interesada en la aparición de nuevas tierras para
poder cultivar trigo.

El primer objetivo de la expansión militar y comercial de Portugal fue Ceuta, en el noroeste de África (1415). Allí vivía una
colectividad musulmana grande y próspera, a muy corta distancia. Las operaciones se iniciaron con un ataque por mar a esta
ciudad fortaleza, que tenía una ubicación estratégica, ya que era un puerto de entrada al Mediterráneo.

La campaña, organizada por el rey Juan I, concluyó con éxito. En vez de arrasar esta ciudad, optaron por administrar y defender
una posesión ultramarina en territorio árabe. Ceuta permitía establecer una base para avanzar hacia Marruecos o para el ataque
a Gibraltar, otro enclave moro en el Mediterráneo occidental. Despejar este estrecho se hacía necesario para iniciar la exploración
y el comercio con África.
El impulsor de la exploración portuguesa fue el príncipe Enrique el Navegante (1394-1460), hijo del rey Juan I, quien como
gobernador de Algarve (cargo que asumió en 1419), se estableció lejos de la corte, en el extremo meridional del reino. Fundó
una escuela de navegación en Sagres, para la que contrató a los mejores capitanes y cartógrafos. Desde ahí se organizaban las
expediciones que recorrerían las costas africanas.

En 1419 los portugueses se apoderaron de las islas que llamaron Madeira, donde el príncipe Enrique mandó a plantar viñas con
cepas procedentes de Grecia.

En 1432, Gonçalvo Velho incorporó las islas Azores a los dominios portugueses.
Hasta ese momento, las exploraciones portuguesas en África solo habían conseguido llegar hasta el Cabo Bojador, en la costa
de Sahara Occidental. Le llamaban el “cabo del miedo”, debido a una serie de leyendas que contaban que el que se atreviese a
cruzarlo moriría.

En un segundo intento, Gil Eanes consiguió avanzar más allá del cabo Bojador en 1434. Su regreso a Portugal aclaró que el
mundo no se acababa en ese punto.
En 1436, Afonso Gonçalves Baldaia llegó al cabo Barbas.

En 1441, Antâo Gonçalves y Nunho Tristâo (Nuño Tristam) regresaron a Portugal, tras cruzar el cabo Blanco, con los primeros
nativos negros. Fue entonces cuando Enrique el Navegante solicitó al Papa que por medio de una bula (documento pontificio) le
concediera al reino todas las tierras que sus marinos descubrieran en África.

En 1444, Nunho Tristâo llegó hasta la desembocadura del río Senegal, mientras que Dionís Díaz (Dinis Dias) divisó el cabo Verde
y descubrió la Terra dos Guineus (Senegal-Guinea).

En 1446, Alvaro Fernández superó el Cabo Verde y llegó hasta Sierra Leona.
En 1455, el veneciano al servicio de Portugal Alvise Ca’da Mosto (Cadamosto), exploró hasta la desembocadura del río Gambia.
Al año siguiente, juntó con el genovés Antonio de Noli, descubrió las islas del cabo Verde y recorrió el litoral africano hasta
Casamance.

En 1460, Diogo Gomes (Diego Gómez) regresó a Portugal con las primeras noticias sobre el interior tropical del continente
africano. Ese mismo año murió Enrique el Navegante.

En 1462, Pedro de Sintra llegó hasta el cabo Mesurado, en la actual costa de Liberia.
En 1470, viajando hacia el este, Soeiro da Costa alcanzó la Costa de Marfil. Un año después, Joâo de Santarém y Pedro Escobar
descubrieron la Costa de Oro, actual Ghana.

Debido a la guerra civil en España, por la sucesión en el trono de Enrique IV, en la que Portugal también participó, se estancaron
las exploraciones. En 1479 se firmó con el reino de Castilla el tratado de Alcáçovas, por el cual esta corona renunciaba a
competir con el reino de Portugal en la ruta hacia Guinea y reconocía su soberanía sobre Madeira, las Azores y Cabo Verde, a
cambio de la posesión de las islas Canarias.

Entre 1482 y 1483, Diogo Câo (Diego) descubrió el río Congo y llegó al Cabo de Santa María, más al sur de la actual Namibia.
Tres años después, en un segundo viaje (1485-1486) casi alcanzó el trópico de Capricornio (Walvis Bay).
En 1487, Bartolomé Díaz (Bartolomeu Dias) (1466-1500) llegó hasta el extremo sur de África, al cual dio el nombre de Cabo de
las Tormentas (Tempestades), probando que había un paso hacia el Lejano Oriente. Al conocer esta noticia, el rey de Portugal
cambió el nombre del cabo por el de Buena Esperanza.

Al fin en la India

En julio de 1497, Vasco da Gama zarpó de Lisboa con cuatro barcos. En noviembre de ese año bordeó el cabo de la Buena
Esperanza, después recorrió la costa oriental de África del Norte y el océano Índico. En abril de 1498 llegó al puerto de Calicut en
la India.

Devolviéndose por la misma ruta, llegó a Lisboa en septiembre de 1499. Fue recibido con gran entusiasmo: había descubierto la
ansiada ruta marítima directa a las Indias, que permitía prescindir de los intermediarios y terminar con el monopolio de los
comerciantes asiáticos e italianos. Había perdido dos barcos y dos terceras partes de la tripulación; sin embargo, la venta de las
especias y joyas que había comprado en la India generó ganancias por una suma sesenta veces mayor que todo el costo de la
expedición.

En 1500 llegó a la India Pedro Álvares Cabral (Álvarez del Cabral), quien en vez de seguir la ruta por la costa africana, navegó
hacia el oeste pasando por la costa de Brasil antes de llegar al cabo de la Buena Esperanza. En Calicut fundó la primera factoría
europea en la región.

Los portugueses tenían la intención de monopolizar el comercio en Oriente, y para ello había que expulsar de la India a los
árabes, establecidos en varias factorías. Francisco de Almeida fue nombrado virrey de la India en 1505. Durante su gobierno se
ocuparon puntos estratégicos de la costa de Malabar (oeste) y venció a los árabes en Diu en 1508, triunfo que consolidó el
control del océano Índico.

Sin embargo, el fundador del imperio colonial portugués fue el segundo virrey de la India, Alfonso de Albuquerque, quien
estableció la capital en Goa (costa de Bombay), en la India, por donde debía pasar todo el comercio con Europa. Además, en
1511 tomó Malaca -península que hoy corresponde a Malasia-, centro comercial para las especias de Oriente.

La fama de Albuquerque también se debió a los triunfos que logró como teniente de Almeida: cerró las antiguas vías del
comercio indio a los musulmanes y venecianos, al tomar Socotora y Ormutz en las entradas del mar Rojo y el golfo Pérsico,
respectivamente.
Las especias eran enviadas a Lisboa y almacenadas en la Casa de India, organismo que monopolizó este comercio y a donde
acudían mercaderes de toda Europa.
A mediados del siglo XVI, el imperio portugués en Asia, conocido como las Indias portuguesas, se extendía por el este hasta las
islas Molucas, actual Indonesia, la más grande fuente de especias. En China tenían su factoría comercial en Macao.

El monopolio del comercio y la navegación portuguesa en el océano Indico se mantuvo hasta su unión con España en 1580. Un
par de décadas después, los holandeses empezaron a ganar terreno.

Los cálculos de Colón

Los descubrimientos españoles fueron el fruto de la perseverancia de un navegante genovés conocido como Cristóbal Colón
(1451-1506) y cuyo nombre verdadero era Cristóforo Colombo.

Este llegó a Portugal en 1476, estableciéndose en Lisboa, donde junto a su hermano se dedicó a la confección de mapas. Fue
durante esta época cuando desarrolló su teoría de que se podía alcanzar el Oriente viajando hacia el Occidente. Para llegar a esta
conclusión se basó en:

• Paolo dal Pozzo Toscanelli (1397-1482), geógrafo italiano que pensaba que debía existir una ruta occidental libre del peligro
de los turcos. Fijó la distancia de la desconocida isla Antilla del Atlántico, que suponía la isla de Cipango (Japón), en 2500 millas.
• Del libro Imago Mundi de Pierre d’Ailly extrajo la idea de que nuestro planeta tenía seis partes de tierra y una de agua. Era
una referencia a la creación del mundo recogida en la Biblia por Esdras (sacerdote y escriba judío).
Colón concluyó que si la esfera tenía 360 grados y el océano era solo una séptima parte de ella, ocuparía 51,4 grados; es decir,
menos de la mitad de lo que había calculado Toscanelli.
• “El libro de las maravillas” atribuido a Juan de Mandeville, quien al igual que Marco Polo se refería al mundo oriental,
aunque no de manera vivencial. En este texto las alusiones a las enormes distancias asiáticas le habrían confirmaron su hipótesis
respecto al tamaño del océano.

También de la “Imago Mundi” extrajo otra idea, y era la de que cada grado de la circunferencia ecuatorial tenía 56,75 millas. El
dato, que en realidad procedía de Eratóstenes, era bastante bueno. Pero Colón interpretó que las millas eran romanas o itálicas,
y no árabes, valuándolas en 1.477,5 metros, y no en 1.973 metros. Con ese error estimó que el Ecuador terrestre tenía 30.185
km y no los 40.308 que Alfagrano (cosmógrafo árabe del siglo IX) había calculado (muy próximos a la realidad de 40.007 km),
basado en Eratóstenes.

En conclusión, Colón creyó que la costa oriental de Asia estaba a una distancia de 51,4 grados, que cada grado tenía 56,75
millas, y que cada milla era de 1.477,5 metros, por lo que bastaba navegar 4.309 km para alcanzarla. Son las 750 leguas (en
realidad 769,6) que aseguró que habría que recorrer. Solo podemos hacer conjeturas sobre lo que habría pasado si hubiese
sabido que en realidad Japón estaba a 2.794,6 leguas.

En todo caso, de seguro América habría sido descubierta tarde o temprano. De hecho, las leyendas nórdicas señalan que a
principios del siglo XI los vikingos recorrieron y se establecieron en la costa atlántica del actual Canadá. Por supuesto, al igual
que como Colón después, ellos tampoco habrían tenido la noción de que se trataba de un nuevo continente.

La búsqueda de patrocinio

En 1484, Cristóbal Colón presentó su proyecto al rey de Portugal, Juan II, para que financiara su expedición a Cipango (Japón)
navegando al oeste de las islas Azores. La respuesta fue negativa: los consejeros del rey creyeron equivocados sus cálculos.
Además, Portugal llevaba varias décadas buscando una ruta hacia el este navegando alrededor de África.

Tras la negativa, Colón viajó a España, donde en 1486 solicitó el apoyo de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón. Finalmente,
consiguió su aprobación, tras el fin de la guerra que permitió expulsar a los moros de Granada.

El 17 de abril de 1492 se firmaron las Capitulaciones de Santa Fe, en las que la Corona española se comprometía a otorgarle
a Colón una serie de beneficios si lograba encontrar una nueva ruta al Oriente. Sería Almirante vitalicio y hereditario, Virrey, y
Gobernador de las tierras descubiertas, además de obtener una parte importante de las riquezas que se encontraran.

Continúa con las travesías españolas

Las travesías españolas

Cristóbal Colón zarpó del puerto de Palos el 3 de agosto de 1492 con tres naves, la nâo Santa María, a su cargo, y las
carabelas Pinta y Niña, dirigidas por los hermanos Martín Alonso y Vicente Yáñez Pinzón.

El 12 de octubre llegó a una de las islas del archipiélago de las Bahamas, que bautizó como San Salvador. Después recorrió
Juana, actual Cuba, y la Española, que hoy corresponde a Haití y República Dominicana.

Más adelante realizó otros tres viajes, en 1493-1496,1498-1500 y 1502-1504, explorando las islas del Caribe, la desembocadura
del río Orinoco y la costa atlántica de Centroamérica. Al parecer, siempre pensó que recorría una zona de Asia. Falleció enfermo y
completamente olvidado en 1506.
En 1499, Alonso de Ojeda salió del puerto de Cádiz, junto al famoso cartógrafo Juan de la Cosa y a Amerigo Vespucci
(Américo Vespucio), quien posteriormente señalaría que las tierras descubiertas no estaban en Oriente, sino que se trataba de
un nuevo continente. La expedición de Ojeda llegó a la costa nordeste de América del Sur, descubrió el río Dulce (actual
Essequibo, en Guyana), el delta del Orinoco y Trinidad, isla que había sido avistada por Colón.

También en 1499, zarpó, pero del puerto de Palos, la expedición de Vicente Yáñez Pinzón que descubrió el río Amazonas.

En 1513, Vasco Núñez de Balboa atravesó el istmo de Panamá y avistó el Mar del Sur, que después Magallanes rebautizaría
como océano Pacífico.

En 1516, Juan Díaz de Solís descubrió el río de la Plata.

En 1517, Francisco Hernández de Córdoba recorrió las costas de la península de Yucatán y el golfo de México.

El 20 de septiembre de 1519 zarpó del puerto de Sanlúcar de Barrameda la expedición del portugués -aunque al servicio de
España- Fernando de Magallanes (Hernando), con el objetivo de dar una vuelta al mundo. Recorriendo la costa atlántica de
América del Sur, sus naves llegaron a la zona que denominaron Patagonia. El 1 de noviembre de 1520 se encontraron con un
amplio brazo de mar, que posteriormente sería conocido como Estrecho de Magallanes. Tras su exploración, llegaron
nuevamente a mar abierto. Se trataba de un océano muy tranquilo en relación al Atlántico, por lo que lo denominaron Pacífico.

Tras varios meses de navegación, descubrieron las islas Marianas y Filipinas, donde Magallanes fue asesinado por los aborígenes
(1521). Solo una de las cinco naves que iniciaron el viaje, la Victoria, capitaneada por Juan Sebastián Elcano, arribó a España,
el 6 de septiembre de 1522. Finalmente, se había confirmado que la Tierra es redonda.

El navegante español más destacado en la exploración de América del Norte fue Hernando de Soto (1500-1542), quien recorrió
el río Mississippi, al parecer hasta el río Ohio, encontrándose con un territorio pobre y despoblado, en el que solo se veían
grandes manadas de búfalos.

Al otro lado del Pacífico

En cuanto a la exploración española en Asia y Oceanía: en 1528, Álvaro Saavedra Cerón descubrió parte del litoral de Nueva
Guinea; en 1542, Ruy López de Villalobos reconoció las Carolinas y la isla de Luzón; en 1555, Juan Gaytán exploró las islas
de Hawaii o del Rey; en 1564, Miguel López de Legazpi inició la colonización de las Filipinas.

Alrededor de 1568, la expedición de Álvaro Mendaña de Neira (1541-1595), costeada por el virrey de Perú, Andrés Hurtado
de Mendoza, marqués de Cañete, viajó desde esa zona de América a los archipiélagos de las islas Salomón, Isabel, Malaita,
Guadalcanal y San Cristóbal en Oceanía.

En una segunda expedición, Mendaña descubrió el archipiélago que llamó de las Marquesas y otras islas pequeñas. Murió el 18
de octubre de 1595 en la de Santa Cruz. Lo sucedió un portugués llamado Pedro Fernándes de Quirós (1565-1615), que
condujo la escuadra a Filipinas.

En un nuevo viaje desde el puerto peruano del Callao, en 1606, Quirós avistó las islas del grupo de Tuamotú y descubrió el
archipiélago de las Nuevas Hébridas, que confundió con un continente y llamó “Australia del Espíritu Santo”.

Luis Váez de Torres, que dirigía uno de los barcos de Quirós, se dirigió hacia occidente (1606-1607), llegando hasta Manila en
Filipinas.

Así fue como, tras casi un siglo y medio de descubrimientos, se inicio la exploración, conquista y la explotación económica de las
regiones descubiertas. Comenzaba la época conocida como el Colonialismo.

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