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SAN ANSELMO

(1033 – 1087)

Capítulo II
“Señor, Tú que das la inteligencia de la fe, dame cuanto sepas que es necesario para que
entienda que existes, como lo creemos, y que eres lo que creemos; creemos ciertamente que Tú
eres algo mayor que lo cual nada puede pensarse. ¿Y si, por ventura, no existe una tal naturaleza,
puesto que el insensato dijo en su corazón: no existe Dios? (Sal 13,1)
Mas el propio insensato, cuando oye esto mismo que yo digo: “algo mayor que lo cual
nada puede pensarse”, entiende lo que oye; y lo que entiende está en su entendimiento, aunque no
entienda que aquello exista realmente.
Una cosa es, pues, que la cosa esté en el entendimiento, y otra entender que la cosa existe
en la realidad. Pues, cuando el pintor piensa lo que ha de hacer, lo tiene ciertamente en el
entendimiento, pero no entiende que exista todavía en la realidad lo que todavía no hizo. Sin
embargo, cuando ya lo pintó, no sólo lo tiene en el entendimiento, sino que también entiende que
existe en la realidad, porque ya lo hizo.
El insensato debe convencerse, pues, de que existe, al menos en el entendimiento, algo
mayor que lo cual nada puede pensarse, porque cuando oye esto, lo entiende, y lo que se entiende
existe en el entendimiento. Y, en verdad, aquello mayor que lo cual nada puede pensarse, no puede
existir sólo en el entendimiento. Pues si sólo existe en el entendimiento puede pensarse algo que
exista también en la realidad, lo cual es mayor.
Por consiguiente, si aquello mayor que lo cual nada puede pensarse, existe sólo en el
entendimiento, aquello mayor que lo cual nada puede pensarse es lo mismo que aquello mayor que
lo cual puede pensarse algo. Pero esto ciertamente no puede ser. Existe, por tanto, fuera de toda
duda, algo mayor que lo cual nada puede pensarse, tanto en el entendimiento como en la realidad.”

Capítulo III
“Lo cual es tan cierto que no puede pensarse que no exista. Pues puede pensarse que exista
algo de tal modo que no puede pensarse que no exista; lo cual es mayor que aquello que puede
pensarse que no existe. Por tanto, si aquello mayor que lo cual nada puede pensarse, se puede
pensar que no existe, esto mismo mayor que lo cual nada puede pensarse, no es aquello mayor que
lo cual nada puede pensarse, lo cual es contradictorio. Luego existe verdaderamente algo mayor
que lo cual nada puede pensarse, y de tal modo que no puede pensarse que no exista.
Y esto eres Tú, Señor Dios nuestro. Por tanto, existes verdaderamente, Señor Dios mío, de
tal modo que no es pensable que no existas y con razón, pues si alguna inteligencia pudiese pensar
algo mejor que Tú, la criatura se elevaría entonces sobre el Creador y juzgaría sobre el Creador, lo
que evidentemente es absurdo. Sólo de todo aquello que es distinto de Ti puede pensarse que no
existe. Sólo Tú eres el ser más verdadero de todos, y tienes, por tanto, la más plena existencia de
todos, y tienes, por tanto, la más plena existencia de todos; porque quien no es Tú no es tan
verdaderamente, y, por tanto, tiene existencia menos plena. Y entonces, ¿por qué dijo el insensato
en su corazón, no existe Dios, siendo tan patente a la razón que Tú eres el ser máximo de todos?
¿Por qué, sino porque él es necio e insensato?”

San Anselmo de Aosta


Nació en el 1033 y murió en el 1087. Ingresó a la vida monacal en el 1060 (a sus 27 años).
En esta primera etapa de su vida monacal compuso sus más importantes escritos: De veritate
(Sobre la verdad), De libero arbitrio (Sobre el libre albedrío) entre otras. Según palabras de su
discípulo Eadmero “compuso también un libro al que puso por título Monologion, porque en él
habla consigo mismo y, dejando de lado la Sagrada Escritura, busca con la sola razón lo que es de
Dios, y cómo es cierto lo que sobre el particular nos dice la fe, y que no puede ser de otro modo”.
De su fe cristiana y de su meditación filosófica a un tiempo surgió también en este período
de su vida la más notable y célebre de sus obras: el Proslogion. Eadmero cuenta que “le vino a la
mente la idea de investigar si no se podía demostrar por un argumento único y breve todo lo que la
fe nos enseña sobre Dios y sus atributos, como su eternidad, su inmutabilidad, su omnipotencia, su
ubicuidad, su incomprensibilidad, su justicia, su amor, su misericordia, su verdad, su veracidad, su
bondad y otros muchos y cómo se podría mostrar que todas estas cosas no hacen en Él más que
una sola. Encontró en esta investigación, como él mismo contaba, una gran dificultad. Ese

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pensamiento le quitaba el apetito y el sueño.......Una noche que no podía dormir, la gracia de Dios
brilló en su corazón; lo que buscaba se manifestó a su inteligencia y llenó su corazón de una
alegría y de un júbilo extraordinarios...lo escribió inmediatamente sobre tablillas, y las confió a
uno de los hermanos del monasterio...luego las encontró rotas” y juntó todos los pedazos dispersos
en uno solo quedando en esta refundición el escrito actual de esa obra a la que denominó
Proslogion, porque en él se entretiene con Dios o consigo mismo.
Un monje de nombre Gaunilo, escribió una refutación sobre este escrito, a la cual San
Anselmo luego le refutó. La preocupación dominante de San Anselmo es síntoma de la época por
demostrar la existencia de Dios, desde lo ontológico.

En otros ámbitos fue un defensor de los derechos de la Iglesia frente al poder temporal.
Reconoce un cierto papel a la razón y a la filosofía en la explicación del dogma cristiano, una vez
aceptada la revelación por la fe.

En la cuestión de las relaciones entre razón y fe, se pronuncia contra los dialécticos de su
siglo (en especial, contra el racionalismo de Escoto Erígena). La religión y la filosofía, la fe y la
razón deben distinguirse claramente, aunque estén llamadas a complementarse. No cabe una
identificación total o parcial de ambos términos: cabe sólo la aspiración a una síntesis, que será la
fe ilustrada por la razón.
Pero no basta con distinguir la razón y la fe: es preciso todavía establecer el orden de su
interacción en el alma humana. Y este orden indica que no se puede poner primero a la razón
(como pretendía Erígena), sino que se debe comenzar indispensablemente por la fe, basada en la
autoridad de Dios revelante: “No busco, en efecto, entender para creer, sino que creo para
entender. Pues creo esto, porque, si no creyere, no entendería.” (Proslogion, 1).
La fe es la condición y aún la materia misma de la intelección. Ella constituye como una
básica experiencia espiritual, sin la cual el entendimiento parecería carecer de viabilidad. Entender
no es, para San Anselmo, sino iluminar con la luz de las razones necesarias aquel profundo espacio
que se ha conquistado con el calor de la fe.
El entender lo que se cree no es, para él, sólo un derecho sino también un deber, esto es
una exigencia del recto orden de las cosas. Esta exigencia de entender lo que se cree implica la
búsqueda de razones necesarias para los misterios de la fe. Por “razones necesarias” no debe
entenderse las razones por las cuales necesariamente lo que se cree debe ser como es, sino, más
bien, las razones por las cuales necesariamente se debe aceptar lo creído.

Lo que hace memorable la obra de Anselmo para la historia de la filosofía son sus pruebas
de la existencia de Dios y, muy particularmente, su famosa prueba a priori. Estas pruebas cuentan
con determinados supuestos de carácter filosófico, pero quieren ser argumentos estrictamente
racionales, con exclusión de toda instancia escrituraria (o sea de pasajes tomados de la Sagrada
Escritura) y en ella se presentan las conclusiones de cada una de las investigaciones emprendidas
por el entendimiento.
Las pruebas esgrimidas en el Monologion son a posteriori. O sea, parten de determinados
hechos que se suponen accesibles a la experiencia y desde allí, se remonta a la demostración de la
existencia de Dios.

En definitiva, todo el pensamiento de San Anselmo se halla dominado por la idea de Dios.
Distingue él en el Monologion la existencia de la naturaleza de Dios. Es decir, una cosa es hablar
de la existencia de Dios, el preguntarse acerca de su existencia y otra muy distinta es preguntarse
en qué consiste.

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