Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Proslogion I.
Comienza san Anselmo sus consideraciones con esta audaz afirmación, no es la razón
la que le ayudará a creer, sino al contrario, es la fe la que le ayudará a entender. Y es que para
el corazón que cree, la fe es don de Dios, no algo a lo que se pueda acceder con la sola luz
de la razón. De ahí que sus reflexiones buscarán más poner en evidencia la racionalidad de
la fe que justificar una verdad mediante las débiles fuerzas de la razón, puesto que Dios es
un misterio inaccesible que voluntariamente y por amor a nosotros se nos ha revelado a lo
largo de la historia de la salvación, la razón humana tiene sus límites y sin la fe no puede si
quiera vislumbrar el misterio que es Dios.
Proslogion II.
Nos presenta San Anselmo el concepto “Dios” como “aquello a lo que nada mayor
puede ser pensado”, no se refiere a otros aspectos más usuales de la fe cristiana respecto a
Dios como su ser creador, salvador, su eternidad, su bondad u omnipotencia, sino al concepto
más puro y universal de lo divino, su grandeza, no necesariamente en cuanto a dimensiones
espaciales sino a una grandeza que trasciende todos los limites de lo meramente sensible.
Concepto que incluso quienes le niegan son capaces de comprender, aunque sea para negar
su existencia. La agudeza de nuestro monje radica en que al establecer en el entendimiento
del ateo la concepción de Dios como aquello a lo que nada mayor puede ser pensado está
afirmando que esto “mayor” existe al menos en el pensamiento y es aquí donde puede escribir
la segunda parte de su argumentación:
Y ciertamente “aquello mayor que lo cual nada puede ser pensado”, no puede
ser en el intelecto solamente. Pues si es en el intelecto solamente, puede pensarse que
también es en realidad, y esto es algo mayor. Si, luego, “aquello mayor que lo cual
no puede pensarse” es en el intelecto solamente: eso mismo “mayor que lo cual no
puede pensarse”, es “mayor que lo cual puede pensarse”. Pero ciertamente esto es
imposible. Existe, luego, más allá de duda, algo mayor que lo cual no puede pensarse,
en el intelecto y en realidad.
Proslogion II.
Aquí San Anselmo establece hipotéticamente dos realidades posibles, aquello mayor
de lo que nada puede ser pensado, pero que no existe fuera del pensamiento y aquello mayor
de lo que nada puede ser pensado, pero que sí existe en la realidad. El mismo concepto que
utiliza de aquello mayor de lo que nada puede ser pensado le sirve para afirmar su existencia,
puesto que aquello que está a la vez en el pensamiento y en la realidad es evidentemente
mayor que lo que solo está en el pensamiento. Y prosigue nuestro monje explicando que
aquello que existe con certeza es mayor que aquello que solo pensamos, por tanto si
pensamos en algo mayor de lo que nada puede ser pensado no podría no existir puesto que
entonces dejaría de ser aquello mayor de lo que nada puede ser pensado ya que carecería de
existencia, por lo que ya no sería lo mayor de lo que nada puede ser pensado, por lo que como
él mismo afirma: “ni pensarse pueda que no es” (Proslogion III).
San Anselmo nos presenta otra versión se este argumento, al afirmar que:
Pues puede pensarse que algo es y que de ello no pueda pensarse asimismo
que no es, y eso es mayor que aquello de lo cual sí puede pensarse que no es. Por lo
cual si de “aquello mayor que lo cual no puede pensarse”, puede pensarse que no
es: de “aquello mayor que lo cual no puede pensarse”, puede pensarse que no es
“aquello mayor que lo cual no puede pensarse”, lo que no puede convenir.
Proslogion III.
Y esto eres tú, señor dios nuestro. De modo tal verdaderamente eres, que ni
pensarse pueda que no seas. Y justamente. Pues si mente alguna pudiese pensar algo
mejor que tú, ascendería la creatura sobre el creador y juzgaría del creador, lo que
es muy absurdo. Y dado que de todo lo demás, excepto sólo de tí, puede pensarse que
no es.
Proslogion III.
Ahora bien, como mencionábamos más arriba, todas estas consideraciones provienen
de un corazón ferviente que busca entender aquello que cree partiendo de sus bases
fundamentales, en este caso la misma existencia de Dios que como él mismo dice, puede ser
negada por el necio ateo, pero solo en las palabras no en el verdadero entendimiento. Aquí la
fe iluminada por la razón establece un sólido cimiento a la simple creencia y es capaz de
otorgarle al creyente un buen argumento para defender su fe ante las objeciones de quienes
no creen. Fides quaerens intellectum decía San Anselmo y es eso lo que con este argumento
pretende, presentar su propia fe bajo los parámetros del pensamiento racional, contradiciendo
de alguna manera las críticas de quienes relegan la fe religiosa al ámbito de lo absurdo e
irracional.
Sin embargo, éste es el camino personal descubierto por San Anselmo en la intimidad
de sus propias reflexiones y oraciones y no necesariamente una prueba certera de la existencia
de su propio Dios personal, revelado en las Sagradas Escrituras y con todos los atributos que
la Tradición teológica y eclesiástica le atribuye. Pero aún con esas limitantes, constituye un
concepto claro y evidente de que aquello mayor a lo que se refiere nuestro monje no puede
sino existir.
Ahora bien, ante la devota sagacidad de San Anselmo tenemos la respuesta de otro
gigante de la teología medieval, Santo Tomás de Aquino, de la Orden de Predicadores, quien
usando del método escolástico propio de su época y con la fineza que le proporciona la crítica
racional a las afirmaciones anselmianas dirá que:
Summa theologiae I, 2.
La virtud del aquinate consiste precisamente en dejar el fervor orante fuera del ámbito
de sus propias reflexiones racionales y tomar la postura del ateo ante los argumentos de su
predecesor, porque en realidad para poder afirmar que aquello de lo que nada puede ser
pensado efectivamente existe, primero debemos presuponer que realmente existe en la
realidad, por lo que caeríamos en una tautología. En otras cuestiones de su Summa, propondrá
Santo Tomas otros argumentos para acceder al conocimiento de lo divino, pero que apuntarán
más a realidades empíricas que a comprensiones del propio entendimiento (diferenciación
que con los años será llamada argumentación a priori y a posteriori).
Es así como el argumento de San Anselmo, si bien puede servir de base a las
reflexiones del creyente, lo que en realidad demuestra es que efectivamente existe en la
naturaleza un algo mayor que de alguna manera puede manifestarse al creyente como
identificable con su propio Dios, pero que no necesariamente es así para el que no cree en la
existencia del Dios cristiano. Este algo mayor puede considerarse desde la perspectiva de las
nociones metafísicas de perfección, acto de ser, unidad, bondad, verdad, belleza, pero cuyas
características escapan ya al concepto personal y relacional que vinculan al creyente con su
Dios y es por esto que Santo Tomas puede rechazar tranquilamente el argumento de San
Anselmo, en cuanto no se puede presuponer que todos posean la misma comprensión de
aquello de lo que nada mayor puede ser pensado como un algo verdaderamente existente
fuera del puro entendimiento.
Sea como fuere, el argumento ontológico o a priori de San Anselmo es un intento
autentico de alcanzar racionalmente las verdades de la fe y de cierto modo alcanza su objetivo
de ofrecer al buscador sincero un estímulo por cuestionar sus propias percepciones y
sumergirse en las paradojas del entendimiento y de su propia comprensión de lo real.
Además, con el argumento de San Anselmo queda de cierto modo insinuada la cuestión sobre
si es posible establecer la existencia de un algo desde el puro entendimiento de quien lo
piensa, lo que -aunque fuera ya cuestionado por el Angélico- evidentemente requerirá
posteriores desarrollos filosóficos por parte de los modernos, especialmente de Descartes,
quien dedicó una especial atención a este tipo de elucubraciones:
Como vemos, la estructura de este argumento sigue siendo la misma que la del que
nos ofreciera san Anselmo, por cuanto se determina una definición de Dios en cuya definición
resulte imposible concebirlo en la mente sin que exista efectivamente en la realidad, y de lo
que se concluye que no puede sino existir.
Sin embargo, tanto la crítica tomista como otras que se han elaborado a lo largo de la
historia, nos muestran que este argumento preasume que quien conceptualiza la idea de Dios,
debe asumir su existencia como parte de sus propiedades esenciales, sea para incluirla dentro
de sus perfecciones y grandeza, sea para ligarla metafísicamente a su esencia, pero esa
necesidad de implicancia por supuesto que no cabe en la mente de quienes niegan la
existencia de Dios, quienes no tienen su existencia como una idea clara y distinta cartesiana,
ni menos necesitan de su existencia como parte de aquellas grandezas de ese algo de lo cual
nada mayor puede ser pensado.
Es necesario reafirmar que este argumento, sea cual fuere su formulación, goza de
partidarios y retractores a lo largo de la historia, y aún sigue cautivando los intelectos de
muchos quienes ante él se enfrentan y cuestionan la validez de este tipo de argumentaciones
a priori y prefieren ante todo los argumentos a posteriori, especialmente cosmológicos, que
se fundamentan en una experiencia concreta y explícita de la realidad tangible, de la cual nos
podemos remontar gradualmente hasta el conocimiento de lo Divino, ejemplo de ello son las
clásicas cinco vías tomistas. Otra vía de acceso es la moral, que necesita de la figura divina
para poder cimentarse según ciertos filósofos como Kant y otros que afirman que, dado que
existen valores morales, debe existir el Dios en el que éstos se fundamentan.
Todos estos argumentos ontológicos, cosmológicos, morales, etc. pretenden acceder
racionalmente a una realidad que por sí misma traspasa los límites de lo racional, por lo que
es natural que muestren ciertas debilidades en su estructura a pesar de que a primera vista
puedan parecer formulas bastante sólidas. Por lo demás, usualmente llegan sólo a la
existencia de un “algo” que goza de ciertas características, pero que no necesariamente
podemos identificar con el Dios de la tradición cristiana o de alguna otra religión, que son
dioses que tienen cualidades particulares, historias míticas concretas, un vínculo muchas
veces afectivo con sus creyentes y todo un contexto religioso y/o espiritual que les aleja de
las elucubraciones intrincadas y racionales de la filosofía y teología natural.
http://biblio.juridicas.unam.mx/libros/4/1566/4.pdf
San Anselmo de Canterbury (2016). Proslogion (Trad. Enrique Corti). Miño y Dávila.
Buenos Aires.
Santo Tomas de Aquino (2001). Suma de Teología cuarta edición (Trad. José Martorell
Capó). B.A.C. Madrid.