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Bateman, A.; Brown, D. & Pedder, J. (2010). Introduction to psychotherapy.

An outline
of psychodynamic principles and practice. 4th edition. Routledge.

Parte 1: Principios psicodinámicos1


Modelos de la mente
Necesitamos algún tipo de modelo funcional de la mente como marco dentro del cual
organizar nuestra experiencia, tanto como necesitamos un mapa cuando se embarca en
un viaje en un territorio desconocido. La mayoría de los desacuerdos entre las diferentes
escuelas psicodinámicas, probablemente hayan surgido en el área de las teorías acerca
de la estructura psíquica o de la metapsicología. Cabe recordar que estas son teorías o
modelos de cómo funciona la mente y debemos esperar una constante revisión de tales
teorías a la luz de los avances en nuestra comprensión del hombre, comparable a las
revisiones en otros campos científicos como resulta ser en las teorías de la estructura
de la materia o de la naturaleza de la gravitación.
Freud revisó sus propias teorías varias veces, aunque es fundamental para su
pensamiento y el de otras escuelas psicodinámicas, la idea de diferentes niveles
psíquicos. Aquí hay más que un indicio de los antecedentes neurológicos de Freud y la
influencia sobre él del neurólogo Hughlings Jackson. Al principio, en 1890, describió el
aparato psíquico simplemente en términos de niveles conscientes e inconscientes. A
continuación (en La interpretación de los sueños, 1900) surgió su teoría topográfica con
la idea de la existencia de los reinos consciente, preconsciente e inconsciente. La
conciencia correspondería a lo que somos inmediatamente conscientes en cualquier
momento dado. El preconsciente incluiría todos esos recuerdos o impresiones
sensoriales de los cuales no somos inmediatamente conscientes, pero que se pueden
llevar fácilmente a la conciencia. El inconsciente incluiría recuerdos y sensaciones
reprimidas, que no están tan fácilmente disponibles, así como los impulsos más
primitivos y fantasías (pág. 14).
En 1923 (en El yo y el ello) Freud introdujo su teoría estructural que incluía los conceptos,
ahora familiares, de superyó, yo y ello (el yo y el ello correspondientes al consciente e
inconsciente respectivamente, y el superyó cercano a la conciencia). Esto es una teoría

1Traducción V. Corbella para Cátedra Orientaciones Actuales de la Psicología 1. Departamento de


Psicología. Universidad Católica Argentina.

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mucho más compleja que la anterior. El consciente, preconsciente e inconsciente son
etiquetas de la teoría topográfica que describen diferentes niveles o áreas de
experiencia. La teoría estructural es un modelo híbrido que intenta combinar lo
biológico, lo experiencial y las dimensiones interpersonales. Por ejemplo, por ello se
entiende que el aspecto biológico básico de la psique es el instinto heredado y los
aspectos constitucionales que compartimos en gran medida con otros primates
superiores. Nos recuerda las palabras finales de Darwin en “La descendencia del
Hombre” (1871): `Hombre con todas sus nobles cualidades. . . todavía lleva en su
marco corporal el sello indeleble de su humilde origen.'
El yo (que corresponde aproximadamente a la conciencia) se ocupa del pensamiento
racional, la percepción externa y el movimiento voluntario. Cabe señalar que existe
cierta correspondencia entre tales funciones del yo y la actividad cortical (en términos
neurofisiológicos). Las primeras son en su mayoría funciones de vigilia, relacionadas con
la realidad externa, y en gran parte están suspendidas en el sueño. Otras funciones como
los mecanismos de defensa (pág. 28) operan a un nivel más inconsciente, pero también
se relajan durante el sueño y la fatiga o bajo la influencia de las drogas y el alcohol. El yo
está en el centro de las relaciones de objeto, tanto como se representan en nuestro
mundo interior y como se encuentran en el mundo exterior. Es el mediador entre las
necesidades y demandas del mundo interior y las realidades y oportunidades del mundo
exterior. Al realizar esta tarea de arbitraje tiene que prestar atención al superyó, que es
más o menos equivalente a la conciencia moral, tanto en sus aspectos conscientes como
inconscientes.
El superyó se construye a partir de las representaciones interiorizadas y los estándares
de las figuras paternas desde la infancia en adelante, con contribuciones posteriores de
relaciones con maestros y otras figuras admiradas o temidas. Podemos distinguir aún
más entre los aspectos más primitivos y punitivos del superyó ("No harás...") y el ideal
del yo más positivo o aquellos preceptos que podemos tratar de seguir. El superyó
primitivo y el ideal del yo son algo así como los dioses del Antiguo y Nuevo Testamento,
respectivamente. Debe recordarse que no todas las operaciones del superyó son
conscientes.
Podemos pensar conscientemente como adultos, nuestras ideas acerca de temas como
el aborto, la eutanasia, etc., pero con más frecuencia operamos de acuerdo con el

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dictado menos conscientes de la conciencia. De hecho, la sociedad difícilmente podría
sobrevivir sin estos funcionamientos. La dificultad surge cuando el superyó inconsciente
reprime sentimientos e impulsos que luego pueden dar lugar a síntomas, como en el
caso del brazo izquierdo paralizado de la joven que quería golpear a su terapeuta (p. 19).
Ya hemos dicho que la teoría estructural es un híbrido. El ello es más un concepto
biológico que se refiere a los procesos instintivos dentro de una sola persona. El superyó
es un tipo de concepto completamente diferente que se aleja de la psicología
unipersonal dirigiéndose hacia la psicología familiar y social. Es un concepto que implica
una dimensión interpersonal que incluye a otros en el mundo externo que se
internalizan y se configuran como representaciones o imágenes internas. Estas
imágenes internas pueblan nuestros sueños, pero pueden exteriorizarse y
experimentarse en nuestra pronta respuesta a los mitos, los cuentos de hadas y el
drama. Tales imágenes no son representaciones exactas de figuras externas reales del
pasado pero, coloreadas por nuestros sentimientos hacia ellas, pueden convertirse en
objetos exageradamente buenos o malos. Este proceso ha sido especialmente
destacado por los seguidores de Melanie Klein (Segal, 1964). Estas figuras idealizadas y
denigradas se convierten en los héroes y demonios de nuestros sueños y mitología.
A partir de la década de 1920 hubo un movimiento en la construcción de teorías que se
alejó de los modelos que involucraban nociones físicas de energía psíquica y se dirigió
hacia modelos más interpersonales que involucraban relaciones entre personas. Los
teóricos de las relaciones objetales (Fairbairn, 1952; Guntrip, 1961; Winnicott, 1965;
Balint, 1968; Greenberg y Mitchell, 1983a), quienes ya hemos mencionado (p. 42),
fueron un ejemplo de este movimiento.
El término teoría de las relaciones objetales está mal definido a pesar de su importante
influencia en la psicoterapia. Greenberg y Mitchell (1983b) llevaron a cabo una
evaluación definitiva del concepto y sugirieron que se trataba de una teoría que se
ocupaba de la relación entre personas reales y externas y las huellas que dejan en la
mente del otro en términos de imágenes internas, relaciones, representaciones y
emociones.
Durante la infancia, construimos imágenes de las relaciones con nuestros padres,
familiares, amigos y cuidadores importantes. Estos se desarrollan con complejidad en el
transcurso de la vida. Interiorizamos una representación de la relación que tenemos con

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ellos, es decir, establecemos un recuerdo de las interacciones y las emociones asociadas
a ellos. Estas representaciones se convierten gradualmente en modelos internos de
trabajo mentalmente activos que nos guían en futuras relaciones porque podemos
usarlas para predecir las interacciones con los demás. Cuando las personas difieren de
nuestras expectativas internas basadas en experiencias previas, nos volvemos más
alertas y cautelosos porque la interacción no se mapea fácilmente en una
representación interna. Buscamos la reciprocidad entre lo externo y lo interno y
evitamos choques discordantes que generen ansiedad.
Desde la perspectiva de las relaciones objetales, no es necesario considerar el equilibrio
del yo, el superyó y el ello, ni es necesario considerar los impulsos motivacionales
básicos. Sin embargo, los practicantes han tendido a combinar modelos con el resultado
de que, con el tiempo, los modelos mixtos de la mente se han vuelto predominantes.
Por ejemplo, se acepta, como hemos sugerido, que los patrones de las relaciones
objetales están formados por las primeras interacciones con los cuidadores, que se
vuelven cada vez más complejos a lo largo de las etapas de desarrollo y que pueden
distorsionarse tanto por impulsos agresivos como por factores externos de la
experiencia.
Con el desarrollo de la teoría de las relaciones objetales, el psicoanálisis se ha movido
cada vez más hacia una perspectiva experiencial en términos de comprender la
interacción entre el paciente y el terapeuta como una representación de sus relaciones
objetales internas. En otras palabras, lo que sucede entre el paciente y el terapeuta es
un residuo del pasado relacional del paciente, una actuación de sus estados relacionales
de objetos internos y es indicativo de cómo forma sus relaciones actuales. Por lo tanto,
el enfoque de la terapia se ha convertido en la comprensión de la relación más que en
la comprensión de la interacción entre las fuerzas.
La psicología del self, o teoría del objeto del self (pág. 138), es un desarrollo posterior
de la teoría de las relaciones de objeto y concibe al self como por encima y por debajo
('super-ordinado') de la división tripartita del yo, superyó y ello. Para desarrollar un yo
fuerte y resiliente, necesitamos a los demás no sólo como fuentes de gratificación y
como objetos en los que confiar e interiorizar, sino también como objetos del self que
nos espejen a nosotros mismos. Se considera que el self tiene dos polos, que van desde
la grandiosidad modificada hasta metas realizables. Así, un self adecuado se siente bien

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consigo mismo, y cuando está desilusionado o 'narcisísticamente herido' no se
fragmenta ni recurre a la 'rabia narcisista' o a la negación y el comportamiento
autodestructivo. Se han hecho intentos para integrar la psicología del self con la teoría
de las relaciones objetales (Kernberg, 1975; Bacal & Newman, 1990).
Al colocar la relación en el centro de la experiencia humana, la psicología del self tiene
más en común con los teóricos de las relaciones objetales como ser Fairbairn y Guntrip
que con los clásicos Freud y Klein.
Sin embargo, como han señalado Bacal y Newman, Freud previó el papel central de la
perspectiva de las relaciones de objeto, quizás incluso la función del objeto-del-self y,
aún más, posiblemente la propia teoría del apego. En una nota a pie de página en Tres
ensayos sobre la teoría de la sexualidad (Freud, 1905, p. 224) cuenta una historia:
Una vez escuché a un niño de tres años gritar desde un cuarto oscuro: '¡Tía,
háblame! Tengo miedo porque está muy oscuro. Su tía le respondió: '¿De qué
serviría eso? No puedes verme. 'Eso no importa', respondió el niño, 'si alguien
habla se ilumina'. Así lo que temía no era la oscuridad, sino la ausencia de alguien
a quien amaba; y podía sentirse seguro de ser aliviado tan pronto como tuviera
evidencia de la presencia de esa persona.
Eric Berne, en “Los juegos que juega la gente” (1966), ha dado un relato popular de una
escuela psicodinámica en los Estados Unidos conocida como análisis transaccional (ver
p. 221). El uso del concepto de “estados del yo”, que representan las partes adulta,
progenitora e infantil de cada uno de nosotros, es una forma particularmente gráfica de
expresar la estructura psíquica en términos que también serán útiles al considerar el
fenómeno de la transferencia en la siguiente sección. Si consideramos los diferentes
niveles de la psique (Figura 1) tal como los describe la teoría psicoanalítica y el análisis
transaccional, podemos discernir que hay una correspondencia aproximada entre la
parte infantil primitiva de nosotros y el ello; una correspondencia más estrecha entre el
yo y la parte adulta, racional y orientada a la realidad de nosotros; y la correspondencia
más cercana de todas entre el superyó y el padre dentro de nosotros mismos. Una de
las ventajas de usar estos términos es que tienen un significado inmediato para la
mayoría de las personas. Puede pensarse que hablar de conflictos entre el superyó y el
ello da un tono científico a las discusiones entre profesionales, pero tendría poco sentido

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para la mayoría de los pacientes. Hablar de conflictos entre las partes padre e hijo dentro
de nosotros mismos tiene más sentido para la mayoría de la gente.

Figura 1
Psicoanálisis Análisis Transaccional

sSuper
sPadres
yo

sYo sAdulto

SEllo sNiño

Hemos enfatizado repetidamente la noción de diferentes niveles psíquicos y, en


particular, las frecuentes dualidades que atraviesan el pensamiento de Freud y aparecen
también en otras formulaciones psicodinámicas. Por ejemplo, Freud contrastó
consciente e inconsciente; yo y ello; proceso secundario (pensamiento racional y lógico)
como característica de la conciencia y proceso primario (pensamiento ilógico e
irracional) como característica del inconsciente; el principio de realidad, que dicta el
funcionamiento del yo, y el principio del placer, que dicta el del ello. Asimismo, puede
haber conflicto entre el presente y el pasado y entre la cultura y el instinto. Hay un
conflicto entre la realidad externa y la realidad psíquica. Jung escribió sobre el contraste

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entre la persona o máscara que presentamos al mundo y la sombra o el lado más oscuro
de nuestra naturaleza que deseamos ocultar. Winnicott (1960) y Laing (1960) han escrito
de manera similar sobre el falso self que oculta el verdadero self interior. En términos
de Berne, el adulto oscurece al niño.
Hemos enfatizado especialmente cómo esta forma de pensar en términos de diferentes
capas o niveles psíquicos es común a todas las escuelas psicodinámicas. A veces hay
cosas que admitimos ante nosotros mismos pero que ocultamos a los demás; a veces
también nos ocultamos cosas a nosotros mismos. Esta es la experiencia humana común
con la que debe encontrarse cualquier teoría de la psique. La Tabla 2 (modificada de
Luft, 1966) ilustra cómo estos niveles duales de conciencia dentro del individuo se
relacionan con dualidades similares entre las personas en la vida cotidiana.

Tabla 2. Niveles duales de conciencia entre uno mismo y los demás.

Conocido por uno mismo Desconocido por uno mismo


A B
Conocido por otros Self público Self oculto
Desconocido por otros C D
Self secreto Self inconsciente

Hasta ahora hemos tendido a hablar de la dinámica de la personalidad como autónoma,


el yo trabajando para integrar las diversas presiones del ello, el superyó y la realidad
externa tal como las percibe el aparato sensorial del individuo. Este modelo retrata al
individuo como esencialmente aislado, con el mundo exterior representado por
imágenes y recuerdos basados en interpretaciones de sus experiencias.
Aunque este modelo es extremadamente útil para explicar los fenómenos
intrapsíquicos, tiene limitaciones cuando llegamos a fenómenos interpersonales más
complejos. Esto no es sorprendente. Los científicos han descubierto durante mucho
tiempo que los eventos no pueden entenderse completamente sin tener en cuenta el
ambiente o el contexto en el que ocurren. Así como el mal funcionamiento de un órgano
puede ser parte de la aflicción de toda la persona, un individuo con mal funcionamiento
puede ser parte de toda una familia en problemas, o una perturbación familiar puede

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ser parte de un malestar social. Una perturbación puede penetrar los tres niveles: por
ejemplo, un niño puede desarrollar calambres abdominales que lo alejan de la escuela
para que pueda permanecer tranquilizadoramente cerca de la madre, que está
deprimida y habla de suicidio debido a la incapacidad de su esposo para conseguir un
empleo.
El modelo de la mente individual puede verse como un sistema dentro de un sistema
más amplio, el de la familia, que a su vez se ubica dentro de otro, el de la sociedad. Estos
sistemas no están encerrados en límites impermeables; inevitablemente se influyen
mutuamente. Al hablar de una persona y sus impulsos, el concepto de "energía" psíquica
puede ser útil. Al considerar el efecto de las relaciones tempranas en la interacción entre
dos individuos, la teoría de las relaciones de objeto (p. 42) puede ser más útil por su
énfasis en el papel de las imágenes internas o representaciones de personas en el
mundo exterior. Al discutir fenómenos interpersonales y sociales más complejos, las
nociones de comunicación e información (Watzlawick, Beavin y Jackson, 1968) son más
relevantes. Los contrastes entre estos tres niveles de interacción son más espurios que
reales. Las personas funcionan en los tres niveles a la vez; el individuo aislado es una
abstracción. La teoría general de sistemas (Bertalanffy, 1968) se ha desarrollado durante
las últimas décadas para estudiar y explicar las interacciones en una amplia gama de
campos, desde la cibernética hasta la sociología y, más recientemente, la psiquiatría. Un
sistema es un conjunto de elementos que interactúan dentro de un límite hipotético
que lo hace más o menos abierto a la influencia mutua con el entorno. En sociología y
psicología esta influencia se efectúa en gran medida por la comunicación informativa.
La teoría de sistemas nos permite pensar más claramente sobre el hecho bien conocido
de que un escenario determina lo que sucede dentro de ese escenario, y que las partes
no pueden entenderse sin considerar el todo. John Donne lo expresa cuando dice que
“Ningún hombre es una isla, cada hombre es un pedazo del Continente, una parte del
Todo'. Todo esto nos ayuda a comprender que los procesos de autorregulación
dependen del control y la retroalimentación, y de la interacción de causa y efecto.
Tradicionalmente, en las ciencias físicas, y por tanto en el pensamiento médico derivado
de ellas, siempre se pensaba que el efecto seguía a la causa y se consideraba ilegítimo
sugerir que el efecto pudiera ser la causa. La causa de un síntoma había que buscarla en
la lesión física que dio lugar al síntoma: por ejemplo, el dolor abdominal causado por

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una apendicitis. Sin embargo, cuando no hay lesión física, el efecto del síntoma mismo
puede ser la causa. Esta forma de pensar -considerar el efecto del síntoma en la
búsqueda de su causa- a menudo ha sido descartada como un razonamiento teleológico
de mala calidad. Sin embargo, como ha demostrado Bowlby (1969), ahora es
perfectamente legítimo pensar de esta manera en muchas esferas científicas complejas.
La trayectoria de una bala se describirá por su velocidad. El final está determinado por
el comienzo. Sin embargo, en sistemas más complejos, como un misil guiado, la
trayectoria se ajustará constantemente según se alcance o no el punto final deseado.
De manera similar, en los organismos vivos, el comportamiento complejo a menudo es
"corregido por objetivos"; el dolor abdominal, cuyo efecto es faltar a la escuela, puede
ser causado por la falta de voluntad para ir a la escuela.
Los seres humanos existen en una serie de sistemas. Desde el principio, son parte de un
sistema (la pareja madre-hijo) que es parte de uno más grande (la familia) que, a su vez,
es parte de otros sistemas superpuestos y concéntricos (la familia ampliada, la escuela,
el barrio, la comunidad, etc.). Estos se denominan "sistemas abiertos", en el sentido de
que sus límites son permeables por un lado a las influencias de los subsistemas más
pequeños que comprenden y, por otro, al suprasistema más grande del que forman
parte. Podemos discernir jerarquías de sistemas en los que los más pequeños están
sujetos a las reglas y expectativas de los grandes como ser: el individuo a las reglas de la
familia, la familia a las de la sociedad. Además, cada sistema contiene un 'subsistema
decisorio' con funciones de comunicación, control y coordinación, como el sistema
nervioso central o el yo en el individuo, los padres en la familia o el gobierno en la
sociedad. Al tratar de comprender los fenómenos en cualquier nivel, tenemos que
decidir dónde centrar la atención. ¿Podemos entender el dolor de cabeza o la presión
arterial alta de una persona en términos de un sistema físico aislado, o tenemos que
incluir a la persona en su totalidad (cuerpo más mente)? ¿Podemos explicar
adecuadamente una ansiedad o rabia subyacente sin tener en cuenta la red familiar o
las relaciones en el trabajo? Finalmente, ¿podemos explicar completamente la
condición de una persona sin tener en cuenta los fenómenos sociales, por ejemplo, si
sus condiciones sociales, como una vivienda precaria o el desempleo, están
contribuyendo a las malas relaciones familiares y, por lo tanto, a su trastorno
emocional?

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El enfoque de la teoría de sistemas nos permite conceptualizar la organización de tales
niveles interactivos y aclarar dónde podemos concentrar de manera útil la intervención
terapéutica. Por ejemplo, es posible que no aceptemos la opinión de una familia sobre
quién es la persona enferma. La mejor manera de ayudar a un niño que se orina en la
cama o que se niega a ir a la escuela es mirar a toda la familia; es posible que sea
necesario considerar la llegada de un nuevo bebé, la depresión de la madre o la discordia
de los padres para ayudar al niño. Hasta que miremos el sistema más amplio, no
podemos ver los significados y mensajes, abiertos y encubiertos, que el paciente está
transmitiendo o a los que está respondiendo. A menos que observemos a toda la familia,
es posible que no podamos explicar por qué, después del tratamiento, el cambio
beneficioso en un miembro conduce a un cambio perjudicial en otro, por ejemplo, el
esposo de una esposa agorafóbica confinada en el hogar que se deprime cuando ella
renuncia a su papel de indefensa.
De manera similar, es posible que no entendamos lo que está sucediendo entre el
paciente y el médico hasta que reconozcamos que el paciente está tratando al médico
como si fuera alguien del pasado, del sistema familiar anterior, como se discutirá en la
siguiente sección al considerar la transferencia.

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