Comenzando el siglo XX Andes abandonó la minería aurífera y encontró en el
cultivo del café su redención económica. Desde entonces, sus suelos fértiles y sus climas cálidos se unieron para producir un grano de reconocida calidad nacional. Y alrededor del café, cosecha tras cosecha, se congregaron las familias y se fortalecieron los valores basados en el amor al trabajo y el apego a la tierra. Esas empresas familiares generaron a su vez sólidos sentimientos de arraigo en los pobladores configurando lo que se conoce como cultura cafetera.
Rápidamente los cultivos se extendieron, sobre todo en la cuenca de la quebrada
La Chaparrala que para comienzos del siglo XX ya acusaba serios problemas de contaminación debido a los vertimientos de los desechos del proceso de beneficio del grano. El Concejo Municipal, reunido el 19 de marzo de 1909, alertaba: “Se tienen informes fidedignos de que las empresas cafeteras no sacan las pulpas del café del lecho de la quebrada La Chaparrala con lo cual se causa un grave perjuicio a los moradores de esta ciudad”. Las pequeñas fincas cafeteras eran empresas familiares que no demandaban mayores gastos en mano de obra. Las más grandes poseían un núcleo de trabajadores denominados agregados que vivían con su familia en un pedazo de tierra prestado por el propietario y donde podían sembrar, tener cerdos y en ocasiones una vaca. Estos peones suministraban el trabajo masculino y se empleaban en desmontar, sembrar, desyerbar, abonar y podar; además, las mujeres y niños de sus familias eran la mayor fuente de mano de obra en la cosecha principal. El pequeño cultivador no requería de grandes capitales, para el beneficio del grano le bastaba una pequeña despulpadora y el aprovechamiento del sol para su secado.
La bonanza generó también algunas problemáticas colaterales para el municipio:
deterioro moral de los pobladores dado que considerables sumas de dinero terminaron fortaleciendo negocios particulares dedicados a la usura, la prostitución y el consumo de bebidas alcohólicas; además, el costo de vida subió de manera alarmante puesto que muchos comerciantes se dedicaron al acaparamiento y a la especulación. Por esa época aumentaron también los índices de criminalidad y se aceleró el deterioro de los bosques nativos con el incremento de los cultivos de café. La contaminación de ríos y quebradas registró niveles históricos difíciles de superar. En 1978 la contaminación de La Chaparrala, quebrada de la que Andes toma su agua para el consumo humano, fue tal que la planta de tratamiento se hizo insuficiente para realizar sus procesos de potabilización. Se notó un alto incremento en las enfermedades de origen hídrico: parasitosis, amebiasis, gastroenteritis y fiebre tifoidea. En ese mismo año, la Oficina de Saneamiento Ambiental realizó estudios de contaminación en un recorrido de aproximadamente tres kilómetros, partiendo de la bocatoma ubicada al frente de la finca El Molino hasta encontrar la quebrada La Cardala y halló que 72 fincas vertían directamente a La Chaparrala las pulpas y el mucílago del café.
Información de la bibliografía: Andes, identidad y memoria sostenibilidad y