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COMO INICIO EL CAFÉ EN GUATEMALA

En una época en que la producción de la cochinilla significaba excelentes


ganancias con relativamente bajos costos, la grana continuó siendo el
principal artículo de exportación de Guatemala. Su cultivo se limitó a una
pequeña parte de la zona templada, cuyo núcleo central lo constituían
principalmente Amatitlán, Villanueva, La Antigua y Baja Verapaz.
En realidad, el café no desplazó a la cochinilla, sino más bien fue un
complemento que contribuyó a incrementar el valor de las exportaciones
de Guatemala hasta que la demanda de la grana decayó. Desde siempre
había existido un vivo interés por el café, y para que el país no dependiera
de un solo producto; las autoridades gubernamentales promovieron su
cultivo en la década de 1850.
Se distribuyeron diversos manuales prácticos y los medios de comunicación
publicaron instrucciones para su cultivo. No obstante, había ignorancia
acerca de la selección correcta del suelo, el clima y las técnicas de su
cultivo. Pero, además, su beneficio requería un capital considerable, en
especial si el finquero deseaba adoptar tecnología moderna, que debía
importar del extranjero.
A mediados del siglo XIX, el cultivo del café se difundió poco a poco,
desde el área de La Antigua-Guatemala-Petapa hacia la bocacosta
occidental y oriental del país, a la vez que se desarrolló también en la
región de Cobán. A principios de la década de 1860 ya se había formado
un considerable número de fincas cafetaleras, siendo los departamentos
con el mayor número de cafetos sembrados de varias edades:
Suchitepéquez, Escuintla, Amatitlán y Verapaz, siguiéndoles con distancia y
en orden descendente Guatemala, Santa Rosa, Jutiapa y Sacatepéquez.
Formación de las primeras plantaciones cafetaleras de Guatemala
En la formación de las primeras plantaciones de café en Guatemala hubo
muchos éxitos y, también, algunos fracasos, a pesar de las experiencias
adquiridas en países como Costa Rica y Colombia, no siempre aplicables a
Guatemala. Incluso experimentados agricultores colombianos y
costarricenses no estaban exentos de sufrir decepciones en el cultivo de
plantíos de café. Algunas veces fueron las inclemencias del tiempo, otras
lo arcilloso del suelo o el clima cálido y húmedo de las tierras bajas de la
costa del Pacífico lo que aniquiló los ensayos del nuevo ramo de
agricultura comercial en boga.
Durante la transición de la cochinilla al café, en la región de La Antigua y
Baja Verapaz –donde las nopaleras constituyeron por varias décadas el
cultivo de primer orden–, los agricultores sembraron los almácigos de café
entre los surcos de nopal, pues la cochinilla rendía ingresos y cosechas en
tres a cuatro meses, mientras que el café requería cuatro a seis años para
dar cosechas rentables. Después se arrancaron los nopales y en su lugar se
sembraron cafetales. En 1862 ya había en Sacatepéquez 17 fincas con 70
mil cafetos fructificando y 50 mil almácigos listos para su trasplante.
En la Costa Sur, por Escuintla, escribe Julio Rossignon en 1869, se hallaban
los cafetales más importantes, en los que se cifraba gran esperanza. Allí,
muchos terrenos eran propios para ese cultivo y las variedades que se
daban en las regiones templadas eran “verdaderamente exquisitas”.
Efectivamente, allí se habían formado varias plantaciones de café en la
década de 1850, entre las que se encontraban la finca “Modelo” de
Cipriano Alvarado, la hacienda “Concepción” de los hermanos Óscar y
Javier du Teil, las fincas de Rafael Tejada, Facundo Garnica y Manuel
Larrave. La proximidad de las vías de comunicación hacia el Pacífico y la
gratificación del gobierno por cada mil árboles en estado de cosecha,
contribuyeron en gran parte a su desarrollo.
Amatitlán –departamento independiente hasta 1935, que incluía las
jurisdicciones de Villanueva, Petapa, Santa Inés y Palín– tenía 92 fincas en
1862, la mayor parte en Petapa, con 238 mil árboles fructificando, 252 mil
trasplantados y 219 mil en almácigo, para un total de 709 mil. En 1870 el
médico suizo Gustav Bernouilli viajó por el país y divisó grandes
plantaciones de café en Ciudad Vieja (en ese entonces en las afueras de
la capital) y en Petapa, en donde “una plantación de café le sigue
inmediatamente a la otra”.
En Santa Rosa, Bernouilli visitó las haciendas “La Vega” y “Cerro Redondo”,
que también cultivaban café. La historia de “Cerro Redondo” se remonta
al año 1577, cuando Francisco de la Cueva, hermano de doña Beatriz,
compró dos sitios de vacas en el lugar llamado “Cerro Redondo”, en el
actual departamento de Santa Rosa. En 1623 la finca pasó a manos de la
Orden de la Merced y en 1711 fue comprada por la Orden de Santo
Domingo. Cuando en 1829 Francisco Morazán decretó la extinción de las
órdenes religiosas, “Cerro Redondo” fue adquirida en pública subasta por
Serapia Rivas, de la finca vecina “San Ramón de la Vega”. En tiempos de
Rafael Carrera, el gobierno restituyó “Cerro Redondo” a la Orden de Santo
Domingo, que la vendió en 1866 al arrendatario de la finca, Saturnino
Tinoco, por 15,000 pesos.
Saturnino Tinoco era un acaudalado empresario, oriundo de León,
Nicaragua, que tuvo que salir al exilio y vino a radicar a Guatemala. Su
larga experiencia en el cultivo del café la había adquirido en Costa Rica,
de donde trajo y aplicó el método que le había dado resultados
satisfactorios. Sin embargo, en una segunda siembra en la misma finca
tuvo malas experiencias.
En Cuajiniquilapa (hoy Cuilapa) y Los Esclavos, donde los exiliados políticos
colombianos Julián Vásquez y su cuñado Mariano Ospina Rodríguez (ex
presidente de Colombia, con estudios en agronomía) y los guatemaltecos
Jáuregui, Ramón Aguirre y otros intentaron cultivar café, también hubo
grandes fracasos, lo mismo en Gualán y Amatitlán –dice Bernouilli–, en
donde el terreno arenoso resultó ser inadecuado para el café.
En la región de Cobán –continúa Bernouilli–, en donde la facilidad de
obtener mano de obra en el vecino San Pedro Carchá atraía a
empresarios agricultores, se talaron muchas colinas que no sólo las dejó
expuestas a los vientos nortes destructivos durante la época de
florescencia, sino también se produjo un cambio en el clima. Un caso
específico de la Verapaz es el de Julio Rossignon, quien a pesar de la
fertilidad de los terrenos de su finca “Las Victorias”, la frondosidad de los
árboles y las grandes inversiones de capital en instalaciones y edificios,
obtuvo sólo escasos resultados por el exceso de humedad que causaban
las lloviznas diarias durante todo el año. Esto no evitó que, en décadas
posteriores, muchos extranjeros arribaran a la Verapaz en busca de tierras
para cultivar café.
Pues tal y como refutó en 1861 Julio Rossignon, un amante de la Verapaz,
en El Noticioso, las objeciones que ponían algunos por la falta de planicies
como las de Petapa y Escuintla y por lo monstruoso y accidentado de los
terrenos de Cobán y San Pedro Carchá, demostraban ignorancia acerca
de “que no hay una pulgada de tierra que no se preste a la siembra de
café”, de que en lugares donde llueve tan a menudo y los terrenos planos
son la excepción, hay menos peligro de inundaciones, formación de
pantanos y “chagüites” (porción de tierra con aguas estancadas).
Rossignon agrega que “en Cobán el café de las laderas es el mejor, el más
robusto, el que da mejor fruto, que en ese lugar toda clase de terreno es
propio para el desarrollo del cafeto, sea arcilloso o pedregoso o
profundamente liviano; que en las laderas el frío es menos fuerte que en los
lugares bajos, lo que a primera vista parece ser un disparate, que en las
laderas no se necesitan tantas limpias como en los bajos, en fin, que la
cosecha es más fácil en los puntos inclinados que en las llanuras y que no
hay necesidad de podar los árboles”. Otro argumento, esgrime Rossignon,
es que en dicha región se tienen “más brazos que en toda la República,
baratos y dóciles”, que “el indio de Alta Verapaz es sobrio, dócil e
inteligente”. Desde hace tres años emplean allí mozos de Cobán, Tactic,
Carchá y Santa Cruz y que no se hurtan ni un sólo lazo. “Su jornal lo reciben
al fin de semana. Se les paga con medallones y aceptan gustosos”.
Otro dato importante sobre los avances de la caficultura en Alta Verapaz
se encuentra en las Memorias de Franz Sarg, quien cuenta que Chico
Planas, un español, “hombre eficiente y trabajador y del todo honesto… ya
hacía negocios más importantes, sobre todo en las exportaciones de café,
compraba y juntaba toda la cosecha de los pequeños productores y
poquiteros, la recibía en pergamino y la limpiaba en una retrilla instalada
cerca de su casa y luego la exportaba vía Izabal y Belice”.
En la región de San Marcos –narra Solís–, el café se desarrolló lentamente
por lo aislado y la carencia de comunicaciones. El primero en iniciar una
plantación fue Escolástico Ortega, hombre visionario que se asentó entre
México y Guatemala, en donde emprendió el cultivo de café con semillas
de unas plantas de café en una labor en la Loma de Sanzur, jurisdicción de
San Pablo, que le otorgaron Gerónimo Mancinelli y la señora Borrayos.
Ortega destruyó sus cañaverales por la falta de consumidores de panela y
se dedicó sólo al cultivo de café. Esto fue a finales de la década de 1850.
Un día lo visitó Ignacio Barrios, padre del posterior presidente de
Guatemala, Justo Rufino Barrios, quien le dijo que no creía en los resultados
del cultivo del café. Pero Ortega, con mucha perseverancia, levantó unas
de las fincas cafetaleras más importantes de la zona en la jurisdicción de
San Pablo, “Santa Teresa” y “Palmira”, y vendió su primera cosecha de 800
arrobas de café en pergamino en Quetzaltenango, a un peso plata (ocho
reales) la arroba, con un costo de 2.5 reales el flete. Años más tarde,
cuando Ortega se encontró de nuevo con Ignacio Barrios, éste felicitó a
Ortega por su plantación y reconoció que había tenido razón en que el
café sería una de las riquezas de Guatemala, que le traerían civilización y
progreso.
Todavía en 1870, Bernouilli, propietario de la finca cafetalera “Chojojé”,
cerca de Mazatenango en la Costa Grande, vio una serie de cacaotales
en el camino de Sololá paralelo a la cadena de los volcanes por los
pueblos de San Bernardino y San Antonio Suchitepéquez. La región en
torno al pueblo y la hacienda de Panán, al pie del volcán de Atitlán, era
extraordinariamente fértil, pero inaccesible, por lo que su valor era escaso
antes de la introducción del cultivo del café. No obstante, en 1855 los
hermanos franceses Georges y Henri Brammá compraron a Jorge Ponce el
terreno baldío de San Agustín, de 352 caballerías, en Sololá, en donde
emprendieron la producción de café en grande. Según Solís, en tales
terrenos crecieron cafetos de abundante rendimiento y larga duración.
En la región de Retalhuleu había varios pueblos indígenas, como San
Felipe, San Francisco Zapotitlán, El Palmar y San Sebastián, que veían con
malestar cómo empresarios ladinos invadían sus ejidos para cultivar café. El
ejido era –desde la época colonial– una tierra que circundaba a las
municipalidades y les pertenecía por derecho para uso común de los
vecinos: para recoger leña y ocote, pasturas temporales para sus animales
y esparcimiento. En muchos casos, estas tierras pertenecían a las
parcialidades o familias indígenas de los pueblos, que las tenían como
reserva. En otros casos, estas tierras fueron otorgadas “a censo” a un
ladino. Tener tierras “a censo” significaba la concesión del derecho de
usufructo de una tierra a cambio del pago anual de una renta a la
municipalidad respectiva.
En sus investigaciones en el Archivo General de Centro América, el
historiador David McCreery? encontró que en 1862 había en la región de
San Felipe 63 personas que cultivaban café, tres cuartos de las cuales eran
ladinos de la ciudad y el resto ladinos de Quetzaltenango; juntos poseían
más de 4,500 cuerdas, pero sólo 511 pagaban censo. A su vez, 48 ladinos
de Quetzaltenango solicitaron 6,740 cuerdas adicionales de tierras ejidales.
Este proceso de demanda e invasión de tierras provocó un levantamiento
indígena en 1864, que fue reprimido por medio de milicias que movilizó el
Corregidor de Retalhuleu. Las comunidades indígenas perdieron, algunas
autoridades indígenas se convirtieron en cultivadores de café y los ladinos
ganaron el derecho a obtener tierras “acensuadas” en San Felipe para
cultivar café.
En la región de la Verapaz se dio una situación diferente. Los indígenas en
torno a Cobán, San Cristóbal y San Pedro Carchá fueron más proclives al
nuevo cultivo, que plantaron en sus tierras comunales. Hacia 1860, indica
McCreery?, los conflictos entre las plantaciones comunales y las demandas
de los caficultores individuales se hicieron palpables, de manera evidente,
por la atracción del capital privado a causa de la disponibilidad de tierras
y la abundancia de mano de obra en la región. A esto se sumó que la tala
de bosques y los consecuentes cambios ecológicos y climáticos
provocaron una serie de heladas a principios de la década de 1860, que
arruinó los plantíos.
Cuando en 1869 una enfermedad (la roya) atacó la hoja del cafeto en
Ceilán, ya se habían formado varias fincas cafetaleras en la región que
rodea el municipio de San Felipe, en la Costa Grande, Retalhuleu. Una de
las principales era “Chocolá”, cerca de Santo Tomás Perdido (hoy Santo
Tomás la Unión), de José Guardiola, español de nacimiento que fue
educado en Inglaterra. La hacienda poseía un suelo y clima excelentes y
producía caña de azúcar y café. Guardiola, con su energía y dinamismo
hizo rápidamente una fortuna, al inventar una máquina secadora de café.
Guardiola fue el primer exportador de café a San Francisco, California.
En la costa de Suchitepéquez surgieron otras fincas de café, como la de
José Tomás Larraondo, llamada “Trapiche Grande”, cerca de
Mazatenango, en la que trasplantó de 80,000 a 100,000 plantas de café en
1857 y otras cien mil al año siguiente, para obtener, conforme al decreto
de 4 de mayo de 1853, el premio de 25 pesos por cada mil árboles en
estado de cosecha. Aparentemente, los resultados no fueron satisfactorios,
pues a finales de siglo esta finca de 1,200 caballerías, que llegaba hasta la
costa del Pacífico, fue vendida a un consorcio de Hamburgo, que la
encontró poco cultivada, excepto en las partes altas donde había
cacaotales, caña de azúcar, hule, bosques y pastos.
La finca “Las Mercedes”
William Everall, en un artículo de 1912, afirma que la Costa Grande, en las
inmediaciones del pueblo de San Felipe, Retalhuleu, “estaba tachonada
de plantaciones de café grandes y pequeñas”. Sin embargo, la mayor
parte de los terrenos en la Costa Cuca pertenecía a la comunidad
indígena de San Martín Chile Verde, que no los podía vender por tratarse
de tierras comunales. Aun así, antes de la Revolución de 1871, se
estableció cerca de Cuyotenango la finca cafetalera más grande de la
Costa Cuca, “Las Mercedes”. Everall remonta sus orígenes a José Gertrudis
Robles, de Quetzaltenango, quien logró adquirir 50 caballerías por 150
pesos, compra que fue reconocida por las autoridades. Robles empezó a
sembrar café y obtuvo excelentes resultados. Después de que los
colombianos Julián Vásquez, León Ospina Rodríguez y Antonio Jaramillo
fracasaron en Cuajiniquilapa, se dirigieron a la Costa Cuca y visitaron a
Robles en su finca, donde encontraron matas de café en pleno desarrollo.
Entraron en negocios y le compraron 20 caballerías de tierra no cultivada a
500 pesos oro, y como el terreno era quebrado, Robles les otorgó
gratuitamente una caballería más.
Cinco años después, Robles vendió un lote contiguo en 6,000 pesos, el
resto lo dividió entre sus hijas Jesús, casada con Mauricio Rodríguez;
Victoria, casada con Máximo Stahl, y Encarnación, casada con Manuel
Lisandro Barillas. La hija de Encarnación y Barillas se llamaba Colomba, de
donde resulta el nombre que se le dio a una villa en la Costa Cuca. Con el
tiempo surgieron valiosas fincas, entre ellas “El Pensamiento” y “La
Libertad”, del General Manuel Lisandro Barillas, quien fue presidente de
Guatemala de 1885 a 1891.
La empresa de Vásquez, Ospina y Jaramillo fue la primera plantación que
se dedicó a la producción de café en gran escala bajo la dirección del
Doctor León Ospina Rodríguez. La finca quedaba a 37 kilómetros de
distancia de San Martín Zapotitlán, a 46 de Retalhuleu y a 65 de
Quezaltenango. La dificultad de obtener mozos para la agricultura era
enorme, pues los indios de San Martín Chile Verde rehusaban trabajar para
“Las Mercedes”. No obstante, los empresarios lograron conseguir mozos en
aldeas de tierras altas más allá de Quetzaltenango. Al cabo de un año se
habían limpiado casi seis caballerías de tierra, construido residencias
temporales y ranchos para los mozos y se tenían listos 250,000 almácigos
para ser sembrados en la próxima estación de lluvias.
La maquinaria para beneficiar el café se pidió a Inglaterra. Su transporte
hasta “Las Mercedes” no fue nada fácil, y aunque la distancia de
Champerico a la finca apenas abarcaba la misma que hasta
Quetzaltenango, no había vías de comunicación. En vista de que los
plantadores habían dedicado toda su atención a la siembra y cultivo del
café, descuidaron la preparación de los caminos necesarios para traer la
maquinaria y comprar carretas y yuntas de bueyes. Sólo existían senderos y
todo se debía llevar a espaldas de los indígenas.
La maquinaria llegó al puerto de San José, en donde fue desembarcada a
los lanchones, llevada a tierra y transportada en carretas de bueyes a la
capital (139 kilómetros), luego del mismo modo hasta Quetzaltenango (222
kilómetros), y de allí a “Las Mercedes” (65 kilómetros) sobre las espaldas de
los indios. El transporte de la maquinaria llevó casi dos meses, habiéndose
ocupado más de 200 hombres en ello. Algunas piezas pesaban casi una
tonelada, y por desventura una de ellas cayó durante el viaje y no fue
posible repararla, de manera que hubo que traer otra igual de Inglaterra,
lo cual causó un atraso de un año.
Como todavía no había patios para secar el grano, éste se extendía
diariamente sobre petates y se recogía de noche. La madera para
construir los edificios para el beneficio de café aún no había llegado; en
consecuencia, la primera cosecha de café de 2,000 quintales tuvo que ser
preparada con morteros de mano. Después, cuando se niveló una colina
lateral, se construyeron allí patios extensos para secar. Lentamente se
formó también un pueblo en la finca, en donde se obtenían ciertas
provisiones y abastos de toda clase.
Cuando al segundo año la producción arrojó unos 4,000 quintales de café,
la preocupación de los finqueros fue cómo transportarlos al puerto más
cercano. Esta fue otra odisea. A lomo de mula se llevaron los sacos de
café a Retalhuleu y de allí en carretas de bueyes a Champerico. En línea
recta la distancia hubiera sido de apenas 13 leguas, pero con el desvío por
Retalhuleu sumaban 22. Para la segunda cosecha, los propietarios de “Las
Mercedes” solicitaron al gobierno el permiso para abrir un camino por
cuenta propia, y lo obtuvieron; únicamente debían pagar el peaje o
impuesto de caminos a los propietarios de los terrenos por donde pasaban.
Este camino hubiera beneficiado a muchos caficultores de la Costa Cuca,
pero la mayoría se opuso al proyecto de “Las Mercedes”, obligando a sus
dueños a trazar caminos costosos e innecesarios en torno a sus
propiedades.
Otra dificultad consistió en que los dueños de carretas de Retalhuleu se
negaron a ir a cargar café a “Las Mercedes”, pues deseaban que toda la
cosecha de la Costa Cuca siguiera la ruta acostumbrada y pasara por el
pueblo de Retalhuleu. Vásquez, Ospina y Jaramillo compraron entonces
unos 200 bueyes y un número suficiente de carretas en Chiantla, ante lo
cual los carreteros retaltecos entraron en arreglos con ellos.
Al tercer año, cuando estaban construidos los edificios y se había instalado
la costosa maquinaria traída de Inglaterra, se produjo un incendio que
destruyó la instalación completa y 600 quintales de café listos y preparados
en el almacén. Por fortuna se salvaron los pulperos, pero la pérdida fue de
50,000 pesos. Inmediatamente se pidió el envío de nueva maquinaria de
Inglaterra y madera de construcción, todo lo cual llegó más rápido por la
considerable mejora de las comunicaciones.
Las cosechas continuaron aumentando y, en 1875, alcanzaron la cantidad
de 10,600 quintales, la mayor cantidad de café que se había producido
hasta entonces en una sola propiedad en Guatemala. Con ello, “Las
Mercedes” se convirtió en el modelo de finca del país. Cuando los
colombianos decidieron retornar a su país de origen en 1881, vendieron la
propiedad de contado a un costarricense por la suma de 150,000 pesos,
situación que no se había dado nunca antes en Guatemala.
La Costa Cuca se caracteriza por su extraordinaria fertilidad, debida a la
ceniza volcánica que ha caído sobre sus suelos y por las ondulaciones del
terreno a una altura moderada de 3,000 a 4,000 pies sobre el nivel del mar,
que impiden los cambios bruscos de temperatura y la acumulación de
humedad, nociva para las raíces de la planta de café. También se
caracteriza por la protección contra los vientos fuertes que le
proporcionan las montañas adyacentes.
En 1883 el costarricense enfermó y vendió “Las Mercedes” al ciudadano
alemán Georg I. Hockmeyer, de Hamburgo, por la suma de 200,000 pesos.
Hockmeyer había arribado al país con Ernst Rittscher, a mediados de siglo y
ambos se habían dedicado al negocio de importaciones y exportaciones.
A fines de la década de 1860 iniciaron la compra de café a través de
agentes en la Costa Cuca para su exportación, y en 1882 Hockmeyer
fundó una sucursal de mercaderías en general en Quetzaltenango.
En opinión del empresario y cafetalero alemán Roderich Schlubach, con la
adquisición de la finca “Las Mercedes” comenzó el verdadero desarrollo
de las actividades agrícolas alemanas en Guatemala. “Las Mercedes”,
considerada una de las plantaciones de café más bellas y mejores del país
por sus buenas y constantes cosechas, producía en promedio 2.8 libras por
cafeto, de manera que en 1896 la ganancia neta de dicha finca ascendía
a unos 400,000 marcos o 100,000 dólares.
“Las Nubes” y “San Isidro”
“Las Nubes” y “San Isidro” fueron fincas cafetaleras creadas por William
Nelson (1816-1878), estadounidense de origen escocés, que se estableció
en Guatemala en 1872. Nelson había llegado a Guatemala por primera
vez en 1857 como agente comercial de la Panama Railroad Company
para celebrar un contrato con el gobierno, a fin de establecer un servicio
regular de vapores entre Panamá, Puerto de San José y San Francisco. Por
esos años, Guatemala empezaba a exportar café, principalmente a
California, región que atraía mucha población por la fiebre del oro que se
había descubierto en 1848.
Aunque no se sabe exactamente cuándo adquirió Nelson sus fincas en las
afueras de Mazatenango, a juzgar por la madurez de los cafetos y la
infraestructura instalada que se ven en las magníficas fotografías de
Muybridge de 1875, se puede suponer que las fincas se iniciaron alrededor
de 1865. En 1872 Nelson decidió retirarse del servicio de la línea de vapores
y se estableció en Guatemala para administrar sus fincas de café.
En 1875 llegó a Guatemala el “fotógrafo de paisajes” Eadweard
Muybridge, inglés que se había establecido en San Francisco, California. En
1874 Muybridge se vio envuelto en un crimen pasional –había dado muerte
al amante de su esposa Flora–, y cuando el jurado lo absolvió, se embarcó
de inmediato en un vapor de la Pacific Mail Steamship Company, que
subvencionó su viaje a Centroamérica. La línea naviera había visto
declinar sus ingresos desde que se inauguró la línea del ferrocarril
transcontinental en 1869, y mediante las fotografías de Muybridge
esperaba despertar el interés de los turistas y capitalistas en el istmo
centroamericano y revivir así el negocio de la compañía.
Muybridge partió de California a Panamá y a su regreso arribó a
Guatemala, el 1o de mayo de 1875, en donde permaneció seis meses. El
gobierno se interesó en su trabajo y le brindó su apoyo. Como huésped de
la Pacific Mail, Muybridge entró en contacto con William Nelson, quien lo
invitó a conocer sus fincas cafetaleras “Las Nubes” y “San Isidro”.
Por esos años Guatemala experimentaba grandes cambios, tanto en lo
político como en lo económico. Muybridge reconoció la importancia del
cultivo del café para la economía del país y se concentró en fotografiar el
ciclo entero de la producción de café, desde la limpia o desmonte y tala
de los terrenos, hasta su embarque en el puerto del Pacífico.
El resultado fueron 260 fotografías de alta calidad y de valor histórico
incalculable, pues no sólo captó una época importante de transición –de
la época conservadora a la liberal–, sino también legó a la posteridad el
registro fotográfico más grande y antiguo que existe sobre la producción
de café en Latinoamérica.

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