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Materialismo e idealismo

Este texto procede del libro Lecciones de filosofía: Bachillerato, de E. Fernández


Rueda y F. Giménez Pérez. Puedes comprarlo en PDF (libre de DRM) por 4.99 € . 
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Introducción
El término “idealismo” fue utilizado por vez primera en el siglo XVII para
caracterizar la filosofía platónica en cuanto ésta había establecido que la realidad
consiste en Ideas, una tesis que trajo consigo el espiritualismo, o doctrina que
sostiene la existencia de entidades simples, inmateriales y trascendentes como el
alma, los ángeles y Dios.

Según el idealismo, lo que verdaderamente existe puede ser comprendido por el


entendimiento, pero no percibido por los sentidos, pues es inmaterial. De esta
manera se reduce la realidad a pensamiento, pero no a una clase de pensamiento
que no fuera más que una representación subjetiva, sino a existencias reales,
incorpóreas e invisibles, pero no ininteligibles.

El término “materialismo” apareció también en el siglo XVII. Con él se dio nombre


a las doctrinas filosóficas que solamente reconocen la existencia de sustancias
materiales y niegan, en consecuencia, la de las espirituales e ideales. Como decía
Fichte, el idealismo ve que la realidad deriva de la conciencia, la Idea o el Espíritu y
el materialismo que la conciencia, la Idea o el Espíritu derivan de la materia.

El materialismo es la doctrina ontológica según la cual la materia es la realidad


fundamental o verdadera y lo inmaterial no existe o puede reducirse de un modo u
otro a la materia.

Pero el idealismo y el materialismo no son dos sistemas filosóficos que hayan


evolucionado en paralelo, sin tocarse el uno al otro. Mas bien se han entrecruzado a
lo largo de la historia de ambos, como se verá en lo que sigue.

1. Materialismo e idealismo en la Antigüedad


La Edad Antigua osciló entre el idealismo de Platón, el primer filósofo que postuló
la existencia de las Ideas, y el materialismo de Demócrito, que afirmó la existencia
única de la materia y redujo a ésta todo lo demás.

Platón (427-347 a. C.) presenta la Idea, o esencia inteligible que se sustrae al


cambio, contra todo lo material, mutable y múltiple. Idea fue para él la especie
universal, el modelo y fundamento ontológico de las múltiples cosas
individuales. Que haya un ser que es más o menos que otro se debe a que hay un
tercero que no es ni más ni menos, sino absoluto, en comparación con el cual los
otros dos son más o menos. De otro modo no sería posible comparar entre sí dos
cosas cualesquiera. Así es como Platón convierte la Idea en modelo.
¿Cómo conocer las Ideas? Por recuerdo, o anámnesis, dice Platón. El alma no debe
salir de sí para encontrarlas, pues en una vida anterior las pudo contemplar de
frente. Si las ha olvidado ha sido porque fue condenada al encierro del cuerpo y
ahora tiene que usar los sentidos de éste a modo de señales que las traigan a su
memoria. El uso de los sentidos es, pues, imprescindible para comprenderlas,
aunque sólo sea porque hacen ver la apariencia sensible como mera apariencia de
la verdad. Si el filósofo les agrega el uso de la dialéctica, puede estar seguro de
entender las Ideas cuanto es posible hacerlo en esta vida.
Demócrito, por su lado, negó la existencia de seres inmateriales y redujo la
realidad a dos únicas entidades, los átomos y el vacío. Los átomos son partículas
materiales sólidas, impenetrables, duras, eternas e invariables. Solamente tienen
figura, orden y posición, cualidades de las que derivan todas las propiedades de los
objetos. El vacío es un cierto no-ser necesario para posibilitar el movimiento
rectilíneo de los átomos. La realidad material no puede conocerse por los sentidos,
sino solamente por la razón.
Aristóteles incorporó a su teoría metafísica de la sustancia la materia de la
tradición jónica y la forma trans-física de la filosofía de Parménides, que había sido
continuada por Platón. Este dualismo se prolongó en otro mucho más explícito
cuando sentó la tesis de que el mundo de las sustancias naturales, corpóreas o
materiales, tiene necesidad del Ser inmaterial, el Acto Puro, para imprimirle
movimiento.
El estoicismo y el epicureismo defendieron posteriormente la materialidad y
unicidad del cosmos, tratando de refundir el Acto Puro en la materia eterna para
dotarla así de movimiento propio. De este modo procuraron sortear el dualismo
aristotélico por medio de la instauración de un monismo materialista. En lo cual
sólo en parte siguieron la metafísica de Demócrito.
2. Materialismo e idealismo en la Edad Media
La filosofía escolástica medieval heredó el idealismo y el espiritualismo de origen
platónico, pero no desdeñó la materia, que por influjo directo de la religión
cristiana fue dotada de una dignidad que los anteriores idealismos no habían
podido reconocerle. Santo Tomás es sin duda alguna el filósofo que logra de modo
más acabado una síntesis bien fundada de las corrientes materialistas e idealistas
presentes tanto en la filosofía como en la religión.

La oposición máxima a toda doctrina materialista fue seguramente la


del neoplatonismo del siglo III d. C., según el cual la materia es el momento de
máxima decadencia del Uno, el momento en que el Ser se aproxima más a
la Nada y al Mal.
La interpretación neoplatónica de las Ideas como contenidos de la mente del Uno
habría de ser heredada por toda la filosofía medieval, sobre todo a partir de San
Agustín. Las Ideas de Dios, que siguieron siendo eternas para los cristianos, como
habían pensado Platón y Aristóteles, fueron durante la Edad Media paradigmas
de la creación, modelos que Dios tuvo en su mente antes de que existieran las
cosas.
El Acto Puro o Primer Motor Inmóvil de la metafísica aristotélica se identificó con
el Dios de la religión revelada, en la demostración de cuya existencia llegaron a su
cumbre más alta el espiritualismo y el idealismo medievales. Las pruebas más
célebres son las de San Anselmo y Santo Tomás. La del primero ha recibido el
nombre de argumento ontológico, o demostración a priori, por partir de la esencia
de Dios para concluir en su existencia. Las de Santo Tomás fueron llamadas por él
mismo vías per effectum (por el efecto) porque parten de experiencias comunes.
Actualmente se conocen como demostraciones a posteriori.
El insensato debe convencerse, pues, de que existe, al menos en el entendimiento, algo mayor que lo
cual nada puede pensarse, porque cuando oye esto, lo entiende, y lo que se entiende existe en el
entendimiento. Y, en verdad, aquello mayor que lo cual nada puede pensarse, no puede existir sólo en el
entendimiento. Pues si sólo existe en el entendimiento puede pensarse algo que exista también en la
realidad, lo cual es mayor. Por consiguiente, si aquello mayor que lo cual nada puede pensarse, existe
sólo en el entendimiento, aquello mayor que lo cual nada puede pensarse es lo mismo que aquello
mayor que lo cual puede pensarse algo. Pero esto ciertamente no puede ser. Existe, por tanto, fuera de
toda duda, algo mayor que lo cual nada puede pensarse, tanto en el entendimiento como en la realidad.
(San Anselmo, Proslogion)
Las vías de Santo Tomás son cinco. Esquemáticamente dicen lo que sigue:

1ª.- Del movimiento. Hay cosas que se mueven. Todo lo que se mueve es movido
por otro. Puesto que sería absurdo que hubiera una serie causal infinita, debe
admitirse que existe un primer motor inmóvil, al cual llamamos Dios.
2ª.- De la causa eficiente. Nada puede ser causa eficiente de sí mismo. La causa
de algo o bien es incausada o bien tiene otra causa. Si tiene otra, ésta a su vez
tendrá otra, y así hasta el infinito. Pero es absurdo que haya una serie causal
infinita. Luego hay una causa incausada, una causa eficiente primera, a la cual
llamamos Dios.
3ª.- De la contingencia. Encontramos algunas cosas que son contingentes, es
decir, que pueden existir y no existir. Si todo fuera contingente, alguna vez no hubo
nada, porque lo que es posible que suceda sucede necesariamente en un tiempo
suficiente. Pero entonces no habría nada ahora mismo, porque nada empieza a
existir si no es por algo que existe ya. Pero es falso que ahora nada exista. Luego no
todo es contingente y hay algo que es necesario. Lo necesario puede ser por sí o por
otro. Si fuera por otro, éste sería por otro y así hasta el infinito, lo cual es imposible.
Luego existe un ser necesario por sí, al cual llamamos Dios.
4ª.- De la perfección. Observamos que hay grados jerárquicos de perfección
entre las criaturas. Pero el más y el menos exigen lo absoluto. Luego hay un ser
absoluto y perfecto que es causa de todos los demás seres y al que llamamos Dios.
5ª.- Del orden. Todas las cosas tienen una teleología, un fin. Su movimiento está
ordenado a conseguir algo. Luego hay un orden del mundo. Pero no podría haberlo
sin una inteligencia ordenadora, a la cual llamamos Dios.
Pese a las apariencias, el espiritualismo de los medievales no les impidió examinar
el concepto de materia con una profundidad desconocida hasta entonces. En su
metafísica estuvo siempre presente el neoplatonismo, que hubo de chocar
frontalmente con las consecuencias del creacionismo: si la materia es obra de Dios,
si Dios mismo se ha hecho carne, si ha resucitado y ascendido corporalmente a los
cielos y si su cuerpo está presente en la Eucaristía, entonces no puede admitirse
que la materia sea una aproximación al Mal y a la Nada.

Luego es necesario pensar en ella sin las restricciones metafísicas y morales


impuestas por el neoplatonismo y la filosofía helénica. La materia no puede seguir
siendo pensada como fuente de maldad. Tampoco pueden aceptarse sin más las
propiedades que el propio Aristóteles le había impuesto, propiedades como
la impenetrabilidad, o imposibilidad de que un cuerpo ocupe el lugar de otro, y
la locación restrictiva, o imposibilidad de que un cuerpo esté en dos lugares a la
vez.
Si, por ejemplo, dos cuerpos no pudieran estar simultáneamente en el mismo sitio,
observa Santo Tomás, entonces Cristo no podría haber ascendido a los cielos
cuando resucitó, pues tendría que haber traspasado las esferas celestes, lo cual
habría sido imposible. Si esto sucedió fue porque el cuerpo de Cristo fue
un cuerpo glorioso. Ésta es una noción religiosa, pero una noción que abrió la
posibilidad de ser utilizada por vía naturalista. Tal es el caso, por ejemplo, del éter
electromagnético de Maxwell, que los astros atraviesan en sus órbitas.
3. Materialismo e idealismo en la Edad Moderna
Por todo ello la escolástica medieval señaló las tres vías que habrían de seguir los
siglos posteriores:

a) El dualismo, que respetó la propia tradición escolástica, admitiendo la entidad


propia de los dos mundos, el material y el espiritual.

c) El idealismo, que tendió a suprimir la diferencia entre los dos mundos, llegando
a concebir la materia como emanación del ser incorpóreo.

b) El materialismo, que llegó a suprimir la diferencia entre ellos en beneficio de la


materia corpórea.

a) El dualismo

Descartes (1596-1650), fundador del racionalismo, mantuvo la convicción de que


existen dos mundos, el de la materia y el del espíritu. Las ideas, que la filosofía
medieval había colocado en la mente de Dios, fueron situadas por él en la del
sujeto. Este no puede conocer directamente las cosas, sino solamente las ideas que
tiene de ellas, ideas que proceden de la sola razón y que él llamó innatas por este
motivo. De la realidad extramental no hay noticia directa. Si la filosofía acepta su
existencia es porque, después de haber probado la de Dios, comprende que, dado
que Él no es capaz de engaño, pues es bueno, ha hecho que las ideas se
correspondan con el mundo.
La realidad de las cosas finitas se distribuye, en consecuencia, entre dos clases de
sustancia netamente diferenciadas, la mente espiritual e inextensa y la materia
inerte y extensa, quedando en entredicho la posibilidad de comunicación entre
ambas.

Los filósofos del momento prestaron su adhesión a este dualismo y


al subjetivismo idealista implícito en él. Unos defendieron la tesis central de
Descartes, a saber, la de la existencia de las ideas innatas en la razón. Otros la
negaron y sostuvieron que todas las ideas proceden de la experiencia sensible. Los
primeros fueron llamados racionalistas, los segundos empiristas.
Entre los primeros destacan Nicolás Malebranche (1638-1715), para quien las
ideas están solamente en Dios, que las pone en nosotros, y Godofredo
Guillermo Leibniz (1646-1716), para quien el mundo está compuesto de
mónadas o sustancias individuales espirituales, cerradas sobre sí de tal manera que
nada penetra en su interior y son independientes unas de otras. Según él, los
cuerpos son fenómenos bien fundados, no existencias reales. Cada mónada, por
otro lado, es un punto de vista sobre el universo.
Entre los segundos sobresalen Hobbes (1588-1679), Locke (1632-1704), Berkeley
(1685-1753) y Hume (1711- 1776).

John Locke continuó manteniendo el dualismo cartesiano, pues creyó todavía


que existen la sustancia mental y la material, pese a lo cual él mismo abrió la puerta
del empirismo al idealismo.
Argumentó que las ideas son representaciones de cosas exteriores, por lo que
solamente es posible conocer ideas y no cosas. En efecto, estas últimas no son para
el sujeto más que ideas compuestas por la mente a partir de los datos de la
sensibilidad, datos que el propio sujeto agrega a un sustrato que desconoce.

Una flor, por ejemplo, es un dato de color, otro de olor, otro de figura, etc. Esto es
lo único que puede percibirse. La flor en sí misma es un supuesto sobre el cual se
sostienen los datos, pero no puede saberse qué es al margen de éstos. La idea de
sustancia, concluyó Locke, es por todo esto un no sé qué, una idea
confusa.
De los restantes empiristas, Hobbes se inclinó por el materialismo, en tanto que
Berkeley y Hume recorrieron la senda del subjetivismo idealista, o subjetivismo
fenomenista, que había trazado Descartes a su pesar. También la siguieron los
filósofos idealistas alemanes del siglo XVIII y XIX: Kant (1724-1804), Fichte (1796-
1879), Schelling (1775-1854) y Hegel (1770-1831).

b) El idealismo

El subjetivismo idealista de Descartes, Malebranche, Leibniz y Locke


es relativo, pues siguen manteniendo el dualismo y, con él, la existencia de
entidades exteriores al sujeto. El de Berkeley y Hume, por el contrario,
son absolutos, como habrá ocasión de ver en seguida, porque, según ellos, la
estructura de los cielos, la tierra y todo cuanto hay no tiene más existencia que las
percepciones del sujeto.
Berkeley dio el primer paso. En la experiencia inmediata, dijo, sólo cuentan las
percepciones, no los objetos, que nunca son conocidos al margen de ellas. Es una
contradicción seguir creyendo que hay cuerpos aparte de las ideas de nuestro
espíritu.
David Hume se encargó de conducir el subjetivismo idealista a su desenlace
lógico final, que no consistió solamente en la negación del mundo, sino también en
la del propio sujeto que siente las percepciones.
Contra la existencia del mundo arguyó que ésta debería poderse demostrar a
través de la razón o de los sentidos. Pero lo primero es imposible, porque puede
pensarse sin contradicción que los cuerpos no existen y, en consecuencia, su
existencia es indemostrable. Lo segundo también, pues los sentidos deberían
presentarnos simultáneamente las percepciones y los cuerpos representados en
ellas, lo cual es absurdo.
Contra la existencia del sujeto dijo que no existe percepción sensible alguna de
la que pueda proceder la idea del propio yo. Si hubiera alguna debería permanecer
invariablemente idéntica durante toda la vida, pues así se supone que es el yo. Pero
no hay una sola que cumpla ese requisito.
Solamente una cosa es segura y todo lo demás es dudoso, concluye Hume: que hay
percepciones empíricas de no se sabe qué a no se sabe quién y que, por
fortuna para nosotros, la naturaleza nos ha hecho antes hombres que
filósofos, pues seríamos escépticos si siguiéramos la filosofía, lo que sería un
grave obstáculo para la vida.
Kant, comprendiendo que el subjetivismo idealista conducía a la ruina de la
metafísica, acometió la tarea de volver a refundarla, aunque lo hizo también sobre
supuestos idealistas. La idea es, según él, cada uno de los objetos de la razón pura
anterior a toda experiencia. Tales objetos son básicamente los tres de la metafísica
especial de Wolff: Dios, el Mundo y el Alma.
Al idealismo material de los racionalistas, así llamado por él porque está
referido a la materia o contenido del conocimiento, opone su idealismo formal o
trascendental, referido a la sola forma del conocer. Existen, según dice, formas
ideales que, no procediendo de la experiencia, se aplican a ella cada vez que se
produce un acto de conocimiento. Estas son, entre otras, el espacio y el tiempo.
Ambos pueden ser pensados y existir sin cosas, pero éstas no pueden ser pensadas
ni existir sin espacio y tiempo. Luego lo que es condición del pensar es
también condición del existir. El espacio y el tiempo son anteriores al objeto
conocido y no proceden de él. Proceden, en consecuencia, del sujeto. Son moldes a
priori en que se vacían los datos de la sensibilidad.
Los objetos conocidos, o fenómenos, resultan de la experiencia y las
formas a priori, o trascendentales. Este es el aspecto idealista de la filosofía
kantiana. Lo cual no conduce forzosamente a negar que existan cosas en sí, cosas
que no necesitan de las formas a priori del conocimiento, pero sí a afirmar que, si
existen, permanecen desconocidas para el sujeto. En efecto ¿qué clase de cosa sería
una que no sucediera en algún momento y lugar?; ¿qué sería algo que no revistiera
las formas trascendentales de espacio y tiempo?
Después de Kant el idealismo cierra su trayectoria negando la cosa en sí. La
filosofía de Johann Gottlieb Fichte es el primer caso en que se muestra al Yo, o
sujeto, oponiendo a sí mismo el No-Yo, o naturaleza, con el fin de ejercer su
libertad, es decir, el espíritu absorbiendo al mundo. El segundo es la filosofía
de Friedrich Wilhelm Joseph von Schelling, que propone superar la
separación entre opuestos de la filosofía de Fichte estableciendo lo que él llamó un
idealismo objetivo. Según Schelling, lo absoluto se muestra en el proceso de la
Naturaleza, que va de lo inorgánico a lo orgánico y desemboca en la conciencia
humana, donde se da la identidad entre el Yo y la Naturaleza.
El idealismo de Hegel, culminación de la corriente kantiana y, según pretende él
mismo, de toda la historia de la filosofía, que es a la vez culminación de la historia
humana y la evolución de la naturaleza, fue llamado idealismo absoluto.
Aristóteles atribuía a un dios separado del mundo, situado lo más lejos posible del hombre, la inmóvil
perfección del pensamiento que se piensa. La única acción del Dios aristotélico es el Eros que él mismo
inspira y cuya expresión adecuada es el movimiento circular del cielo. Para Hegel, Dios es también
pensamiento que se piensa, pero este pensamiento es inquietud, movilidad, negatividad infinita.
Únicamente el hombre manifiesta y realiza la vida divina. Incluso los crímenes del hombre -dice Hegel,
oponiéndose a Platón y a Aristóteles-, incluso las peores aberraciones de la humanidad representan
“algo infinitamente más elevado que el curso regular de los astros, porque el que así yerra es siempre el
espíritu”. Dios no es, como en Descartes o en Kant, la fuente primera y la garantía inquebrantable del
sistema de ideas por medio del cual el sujeto comprende y domina al objeto. Para Hegel, Dios es el
movimiento mismo del que proceden a la vez las categorías del pensamiento, las leyes de lo real físico y
las fuerzas creadoras de la vida histórica. Dios es la verdad y la realidad de la naturaleza y de la historia,
reunidas éstas en una sola hipóstasis, cuya inquieta perfección se expresa a través del cielo, el cual es al
mismo tiempo figura cerrada e inmóvil y línea infinitamente cambiante. (Papaioannou, K., Hegel)
Idea es, para Hegel, lo absoluto mismo, la unidad dialéctica de subjetividad y
objetividad, finitud e infinitud, realidad y concepto. La Idea es lo primero en sí.
Después es Idea fuera de sí, o Naturaleza, y por último Idea para sí, o
Espíritu. El Espíritu empieza siendo Espíritu Subjetivo en la percepción de lo
concreto. Después es Espíritu Objetivo en el derecho, la moral y la eticidad o
moralidad concreta, que se despliega en el interior de las instituciones en que se
desarrolla la vida de los hombres, como la familia, la sociedad civil y el Estado.
Finalmente es Espíritu Absoluto, después de que la Idea, en cuanto devenir de lo
real, a través de sus sucesivas y progresivas contradicciones, culmina en el arte, la
religión y la filosofía. En este último punto, en la filosofía, alcanza la manifestación
de sí misma como Espíritu Absoluto.
c) El materialismo

Thomas Hobbes prestó atención casi exclusiva al lado materialista del dualismo


cartesiano. Identificó la noción de sustancia con la de cuerpo, con lo que resultó
carente de sentido la idea de sustancia espiritual. A continuación amplió el
mecanicismo a la vida psíquica del hombre, interpretándola como resultado de los
movimientos materiales.
Siguiendo su estela, el materialismo del siglo XVIII y XIX quiso borrar la diferencia
entre lo espiritual y lo material mediante la concepción del mundo como un todo
material en que la materia se mueve por sí sola y la conciencia está determinada
por ella. Entre ellos merecen mencionarse La Mettrie (1709-1751), Diderot (1713-
1784), Helvetius (1715-1771), D´Holbach (1723-1789) y, por último, el marxismo.

La Mettrie empezó creyendo que la materia es una máquina que se pone en


movimiento por sí sola y que, en consecuencia, no siente ni piensa. Luego
abandonó esta posición radical y le atribuyó automovimiento y capacidad de
pensar. Dado que, según dijo, el pensamiento es solamente una prolongación de la
sensibilidad, los animales también piensan, pues son sensibles como el hombre.
Incluso los niveles más bajos de la materia son capaces de sentir.
Diderot, el principal materialista de la Ilustración, se inclinó por la tesis de la
materia sentiente, pensando que contiene en su seno principios vivos que la hacen
evolucionar. Algo parecido pensó también Claude Adrien Helvetius, que añadió
la idea de que toda la vida psíquica de los hombres se halla determinada por las
condiciones naturales y sociales del entorno.
D´Holbach concibió un materialismo sistemático que aplicó a todas las regiones
del Ser. Escribió el Sistema de la naturaleza, la Biblia del ateísmo. La naturaleza, la
sociedad y el hombre individual son mostrados en esa obra como partes de una
concepción rigurosamente materialista y atea. Con el fin de excluir toda causa
sobrenatural de los eventos físicos, D´Holbach mantuvo que la materia no es
pasiva, sino activa. Todo ente natural está dotado de un movimiento propio, que
sólo si es obstaculizado por alguna causa externa más fuerte es desviado o
interrumpido.
La acción humana se explica del mismo modo, dado que el hombre es un ser
natural a todos los efectos. Su naturaleza individual, el temperamento, es el
resultado de causas físicas y químicas que empiezan a actuar ya desde la vida
prenatal; las pasiones, el carácter, la voluntad, no son más que determinaciones del
temperamento originario.

El último de los sistemas materialistas que aquí tendremos en cuenta,


el marxismo, dio lugar a un sistema filosófico bifurcado en dos explicaciones de
índole materialista, una que versa sobre la naturaleza y recibe el nombre
de materialismo dialéctico (diamat) y otra que versa sobre la historia y recibe el
de materialismo histórico (histomat).
Las leyes del materialismo dialéctico habrían sido, según sus fundadores,
anticipadas por Hegel, pero este filósofo las habría aplicado solamente al
pensamiento. Había que rescatarlas de allí para aplicarlas a la realidad. El trabajo
de transformación fue empezado por Marx (1818-1883) y seguido
por Engels (1820-1895), Lenin (1870-1924), Stalin (1879-1953), etc.
El materialismo dialéctico, que fue finalmente una reinterpretación de la teoría
darwiniana en términos de la filosofía de Hegel, entiende en clave optimista y
utópica la evolución del mundo y el hombre. El materialismo dialéctico cree que el
hombre, levantado por encima del animal por el uso de herramientas, habrá de
cerrar su trayectoria merced a la organización de la producción según un
plan, lo cual habrá de hacerse en la sociedad comunista.
El materialismo histórico especifica la dinámica de la historia humana. Según esta
teoría, el hombre no es pensamiento, sino acción, pero no acción ciega. La
diferencia entre el peor arquitecto y la mejor abeja, dice Marx, es que el arquitecto
piensa su obra antes de hacerla. Un hombre es trabajo y en la realización de su
ser, en el trabajo, establece relaciones con la naturaleza y con otros hombres,
relaciones cambiantes que van transformando tanto a los hombres como a la
naturaleza.
Las relaciones entre el hombre y la naturaleza son llamadas fuerzas
productivas: herramientas, formas de utilizarlas, conocimientos técnicos,
inventos, tecnología, capacidad de trabajo, etc. Las existentes entre los hombres
son llamadas relaciones de producción. Las primeras son el motor de la
historia. Normalmente se desarrollan sin problemas en el interior de las relaciones
de producción, pero siempre llega un momento en que éstas se convierten en un
obstáculo. A partir de ese momento se inicia un periodo de revolución social que
acaba destruyéndolas y sustituyéndolas por otras nuevas, con lo que la humanidad
habrá abandonado un periodo de la historia para entrar en otro.
4. Final: el materialismo filosófico
Los distintos materialismos confluyen actualmente en sistemas de filósofos
como Ferrater Mora (1912-1991), Mario Bunge (1919- ) o Gustavo
Bueno (1924- ). El materialismo profesado por este último,
denominado materialismo filosófico, ofrece, a nuestro juicio, un sistema de
coordenadas ontológicas capaz de traducir a sus términos el núcleo esencial de la
filosofía clásica, que consta de elementos tanto materialistas como idealistas, según
ha habido ocasión de ver.
Este sistema filosófico vuelve a considerar que la estructura básica de la filosofía es
la ontología, o saber cuyo objeto es la Idea de Ser. Reconoce además que la
ontología adquirió su más lograda expresión académica en la obra de Wolff,
cuya Metaphysica specialis abarcaba los tres tipos o géneros de Ser: Mundo, Alma
y Dios. Y descubre que casi toda la tradición filosófica ha dado por
supuesta esta partición trimembre, si bien unas corrientes han mostrado
inclinación por alguno de los géneros en detrimento de los demás y otras por otro,
como ha podido verse en las páginas precedentes.
El idealismo alemán posterior a Kant, por ejemplo, ha tendido a
identificar el Alma con Dios, dando como resultado la oposición entre los dos
géneros restantes, el Mundo y Dios, o la Naturaleza y el Espíritu, entendido este
último casi siempre como Cultura en sentido metafísico, o como Historia, etc. El
reino psicológico fue así elevado a la dignidad del Ser Supremo. El extremo del
idealismo, con todo, no ha sido la filosofía de Hegel, sino la de Berkeley, que llegó a
identificar la materia con las ideas de la psique y pensó que Dios es la única fuente
de éstas.
El materialismo posterior a Demócrito, por su lado, ha seguido el
camino contrario, identificando a Dios con el Alma y dando como
resultado la oposición entre los otros dos géneros de Ser, el Mundo y el Alma, o lo
natural y lo psicológico, entendido esto último a veces como cultura en sentido
subjetivo. El extremo del materialismo fue la doctrina de Demócrito, que identificó
a Dios con el Alma y a ésta con el Mundo. En efecto, todo cuanto no fuera cuerpo
material o vacío no era para este filósofo más que convención y apariencia.
Pero tanto el idealismo como el materialismo han tenido siempre presente el
triángulo wolffiano, aunque no haya sido más que para negar uno o más de sus
lados. Luego al recobrar dicho triángulo no se hace otra cosa que recobrar el
sentido que ha tenido hasta el día de hoy toda filosofía, por lo que se impone
recuperar explícitamente tanto el ser tomado en sentido ontológico general como el
tomado en sentido ontológico especial.
La modificación principal introducida en este punto por el materialismo filosófico
de Bueno consiste en entender que la Idea de Ser es equivalente a la Idea de
Materia. Con ello no se pretende reducir toda la realidad a una suma de cuerpos,
como había hecho Demócrito. Para comprenderlo es preciso tener en cuenta
la materia determinada, o especial, y la materia general.
Materia determinada para un alfarero es la arcilla que utiliza en su taller. Se trata
de una materia que él transforma mediante operaciones hasta obtener varias
ánforas de diferentes proporciones. Tres momentos se entretejen en el taller: la
arcilla, las operaciones del alfarero y las proporciones entre las ánforas
obtenidas. Los tres momentos son materiales y los tres están
interconectados entre sí, no constituyendo ninguno de ellos un reino
aparte. Ninguno, por tanto, se puede sustancializar o hipostatizar,
como si fuera posible que uno pudiera subsistir sin los otros.
Tres son, en consecuencia, los géneros de materialidad, denominados M , M  y M :
1 2 3

M : entidades constitutivas del mundo físico exterior, tales como arcilla, rocas,
1

organismos, campos electromagnéticos, explosiones nucleares, edificios o satélites


artificiales.
M : fenómenos subjetivos de la vida interior etológica, psicológica e histórica, tales
2

como operaciones de los sujetos, un dolor de muelas, una conducta de acecho o una
estrategia bélica.
M : objetos abstractos tales como las proporciones entre objetos, el espacio
3

proyectivo reglado, las rectas paralelas, el conjunto infinito de los números primos,
la lengua de Saussure, las instituciones sociales, las líneas de una gráfica que
expresa los movimientos del precio del petróleo, etc.
Pero materia determinada y materia general no son lo mismo, como tampoco lo
son el ser en cuanto tal de la ontología y el ser determinado de la metafísica
especial. Lo esencial del ser en cuanto tal, o materia en sentido ontológico-general,
es que no se refiere a las realidades que constituyen el mundo entendido como
entretejimiento de M , M  y M . La materia ontológico-general no se reduce a las
1 2 3

tres materialidades mundanas.


La ontología del materialismo filosófico distingue, en consecuencia, dos planos:

a) La ontología general, cuyo contenido es la Idea de materia ontológico general.

b) La ontología especial, cuya realidad positiva son tres géneros de materialidad,


que constituyen el mundo, es decir Mi=M1,M2,M3

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