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CURSO DE

FILOSOFIA DEL
DERECHO

Capítulo primero
Un enunciado acerca de que es
la FILOSOFIA
1. EL CASO DE SÓCRATES Y LA INTERRUPCIÓN
DEL DIÁLOGO

1. El caso de Sócrates y la interrupción del


diálogo.
2. ¿Qué es filosofía?
2.1. Filosofía y metafilosofía, o cómo la filosofía
se pregunta acerca de sí misma.
2.2. Un enunciado acerca de qué es filosofía.
2.2.1. La filosofía es una actividad humana
2.2.2. La filosofía es una actividad intelectual
2.2.3. La filosofía es una actividad reflexiva
2.2.4. La filosofía es crítica
2.2.5. La filosofía es algo hecho por filósofos
2.2.6. El inicio de la filosofía
2.2.7. El origen de la filosofía
2.2.8. La filosofía y la idea de viaje
2.2.9. La filosofía es problemática
2.2.10. La filosofía está relacionada con el
lenguaje
2.2.11. La filosofía da lugar a reacciones
intensas y contrapuestas
de parte de quienes no son filósofos.
2.2.12. La filosofía tiene parentesco con otras
actividades humanas
2.3. ¿Qué dicen los filósofos sobre la filosofía?
2.4. ¿Progreso, crisis o muerte de la filosofía?
2.2. Un enunciado acerca de qué es filosofía

2.2.1. La filosofía es una actividad humana


Filosofía es una actividad humana, intelectual, reflexiva y crítica, que
realiza una clase especial de personas, los filósofos, cuyo inicio bajo ese
nombre aconteció hace dos milenios y medio en Grecia y cuyo origen se
encuentra en el asombro, vinculada también desde antiguo a la idea de
viaje, problemática en cuanto a su objeto, métodos y criterios de validación
de sus proposiciones, sustentada en el lenguaje y que, a la vez, contribuye
a la clarificación de éste, especialmente en el caso de palabras que por
alguna razón consideramos importantes, que da lugar a reacciones tan
intensas como contrapuestas de parte de las personas que no se dedican a
ella, y que, por último, reconoce un cierto parentesco con otras actividades
humanas, tales como el arte, y en particular la literatura, aunque también
con la ciencia, con la religión y con las ideologías políticas.

Ese enunciado no constituye una definición de filosofía, sino un punto de


partida que nos servirá para avanzar en una respuesta a la pregunta con
que se inició este apartado.

Tampoco es que al cabo de trabajar con este enunciado vayamos a tener una
definición de filosofía, aunque sí habremos reunido una serie de elementos o
aspectos de ésta que nos permitirán tener una mejor idea acerca de qué
hablamos cuando hablamos de filosofía.
La filosofía es una de las tantas cosas que hombres y mujeres pueden hacer, y si se
la hace -según el parecer más habitual- es para saber, para saber de cosas o
asuntos que otras actividades - la técnica, por ejemplo, o la ciencia- no nos hacen
saber, por ejemplo, para saber del ser, del conocer y del actuar correcto.

Tradicionalmente la filosofía se divide en tres grandes áreas

• la que trata del ser, es decir, de lo que todas las cosas tienen en común -la
ontología;
• la que procura saber acerca de cómo y con cuáles límites es posible el
conocimiento de las cosas -la gnoseología o teoría del conocimiento; y
• la que intenta saber qué es el bien y qué debemos hacer para realizarlo -la
ética.

Una concepción de la filosofía como esa, podría ser aplicada a la filosofía del derecho,
y sostenerse, en consecuencia, que esta última disciplina trata del ser del derecho,
del conocimiento del derecho, y de las relaciones y diferencias que él guarda
con la moral.
2.2.2. La filosofía es una actividad intelectual
La llevamos adelante valiéndonos de la razón, del entendimiento humano.
Jorge Millas: la filosofía consiste en "poner en tensión la inteligencia y pensar hacia el límite de nuestras
posibilidades"
Significa que es propio de ella y de que quienes la cultivan dar razones y, a la vez, atender a ellas.
Su carácter intelectual se muestra igualmente en la disposición de la filosofía a someter las proposiciones que
son resultado del trabajo de los filósofos a un control racional que permita acreditarlas como verdaderas, o
a lo menos como plausibles. En este sentido la filosofía tiene que ver con el logos tanto como palabra cuanto
como razonamiento.

2.2.3. La filosofía es una actividad reflexiva. Ello quiere decir tres cosas.
Primero: que ella piensa morosamente, sin precipitarse, examinando las cosas, o lo que sea respecto de las
cosas, sin precipitarse, siempre hacia el límite de nuestra posibilidades, aunque nunca consigamos situamos
en el límite de éstas, sin satisfacernos con lo que las cosas muestran de sí a primera vista, o sea, con sus
apariencias.
La filosofía no pasa delante de las cosas, ni tampoco se vale de éstas para un fin útil cualquiera, sino que se
queda en las cosas, no con las cosas, inspeccionándolas con el mayor detenimiento.

Segundo: Es reflexiva porque se constituye en razonamiento sobre el razonamiento.


Robert Alexy (1949), “porque su objeto, es decir, de un lado, la práctica humana de concebir el mundo, por
uno mismo y por los demás, y, de otro lado, la acción humana, está determinado esencialmente por razones",
donde tener una concepción del mundo por uno mismo y por los demás equivale a tener una representación
acerca de lo que existe, y donde la acción presupone a su vez una concepción acerca de lo que debe hacerse.
La reflexividad está asociada con otras dos propiedades: debe ser reflexión sobre preguntas generales o
fundamentales, y debe ser también de índole sistemática.
Alexy: "es la reflexión general y sistemática sobre lo que existe, lo que debe hacerse o es bueno, y sobre
cómo es posible el conocimiento acerca de ambas cosas".

Es reflexiva, pues antagoniza con el sentido común y con la complacencia en lo obvio. La filosofía nos
invita a adentrarnos en las cosas, a internarnos en ellas de modo que se nos muestren en toda su rica y
desafiante complejidad, evitando la celebración del lugar común como el único y último hallazgo que podemos
hacer acerca de la realidad.

También antagoniza, según Millas:


• el embotamiento intelectual, entre las cuales esta también el espíritu gregario o de partido: la
propensión a formar parte de grupos que por profesar un credo cualquiera nos liberan del esfuerzo de
pensar por nosotros mismos y de asumir la responsabilidad por nuestras creencias y decisiones;
• la intolerancia mesiánica: el rechazo de las creencias y puntos de vista ajenos en nombre de la verdad
que poseemos y ante la cual los otros tendrían que caer rendidos y agradecidos para siempre;
• la pereza escéptica: la actitud del que sin creer en nada digno de movilizar su voluntad permanece
inerte y con una expresión de burla dibujada en sus labios ante cualquier actividad que realicen los demás
para mejorar el mundo o mejorarse a sí mismos; y
• el conformismo, sea éste tradicionalista o revolucionario, porque la creencia de que todo lo que tenemos
que hacer es seguir la corriente puede invadir tanto a quienes no quieren cambiar nada como a los que
se muestran dispuestos a cambiarlo todo y a cualquier precio.
En cuanto a la pereza escéptica, vale la pena agregar que, en un sentido positivo, el escepticismo nos
precave de incurrir en excesivos entusiasmos acerca de las posibilidades de nuestro entendimiento para establecer
la verdad de las cosas y, asimismo, para hacer el bien y evitar el mal. En un sentido negativo el escepticismo
constituye una negación de tales posibilidades y, por tanto, una incitación a la pereza y la inercia.

Ortega (1893-1955), aludiendo al primero de ellos, escribió que "el vigor intelectual de un hombre, como de
una ciencia, se mide por la dosis de escepticismo que es capaz de digerir, de asimilar. La teoría robusta se nutre
de duda y no es la confianza ingenua que no ha experimentado vacilaciones; no es la confianza inocente, sino
más bien la seguridad en medio de la tormenta, la confianza en la desconfianza".

En el terreno de la ética y la política, Bobbio (1909-2004) distingue entre escepticismo de la razón y


escepticismo de la voluntad. El primero consiste en creer que las cosas irán mal o no todo lo bien que se
querría, algo a lo que tenemos perfecto derecho, mientras que el segundo equivale a no hacer nada y
sentarnos a esperar a que ocurra la tragedia, un comportamiento al cual no tenemos derecho. De lo que se
trata es de combinar el pesimismo de la razón con un optimismo de la voluntad, entendiendo por este último la
actitud que consiste en hacer cada cual lo que esté a su alcance para que las cosas vayan lo mejor posible.

F. Scott Fitzgerald (1896-1940) sostenía que la prueba de una inteligencia superior consiste en mantener en
la cabeza dos ideas opuestas a la vez, sin perder por ello la capacidad de funcionar: "Uno debería, por
ejemplo, ser capaz de ver que las cosas no tienen remedio y sin embargo estar determinado a
cambiarlas".
Por tanto, "habría que mantener en equilibrio el sentido de la futilidad del esfuerzo y el sentido de la
necesidad de luchar; la convicción de la inevitabilidad del fracaso y, sin embargo, la determinación
de triunfar".
Tercero: la filosofía presupone el diálogo, hasta el punto que cuando éste se interrumpe acaece el momento
verdaderamente trágico de la filosofía.
Si se trata de abrir paso al pensamiento y a una sociedad mejor, la filosofía (Rorty), presta un buen servicio
"cuando contribuye a que los vocabularios, ideas y lenguajes obsoletos se retiren, y cuando sueña nuevos
vocabularios, imágenes y utopías cada vez más atractivas e interesantes. Sin embargo, la filosofía sólo logra esta
tarea como compañera del diálogo y no como amo o director".
La filosofía debe colaborar a mantener viva la conversación, y esto sin pretender dirigirla y ni siquiera reclamar
en ella un lugar destacado.

Los filósofos serían personas que se acercarían a la hoguera en torno a la cual hombres y mujeres urden sueños
de un mundo mejor para alimentarla con nuevos leños, limitándose a pronunciar unas pocas palabras dirigidas a
quienes, sentados junto a ésta corren el riesgo de adormecerse y el peligro de enemistarse.

Para que pueda continuar la conversación junto a la hoguera, se requiere que los interlocutores practiquen algo
más que la tolerancia pasiva, que consiste en resignarse a convivir en paz con creencias y modos de vida que
reprobamos y con los cuales no nos interesa tener contacto alguno.
Se precisa una tolerancia activa, muchísimo más exigente, que supone acercarnos a quienes piensan o viven de
maneras diferentes, entrar en diálogo, darles razones a favor de lo que pensamos y escuchar las que puedan
darnos a su vez, mostrándonos incluso dispuestos a modificar los puntos de vista propios como resultado de ese
encuentro y diálogo.
En tal sentido, "la conversación de la humanidad" (Rorty), aquella que continuará recorriendo su impredecible
camino mientras dura la especie, no tiene por finalidad encajar todas las piezas del puzzle, es decir, develar
grandiosamente una gran verdad con validez universal o un sentido general que hasta ahora permanecerían
ocultos en alguna parte, sino concordar, a través de ingeniosas transacciones, "un simple conjunto de pequeños
sentidos transitorios elaborados por individuos y comunidades" que nos permitan "resolver los problemas a medida
que éstos vayan surgiendo”

Por lo mismo, para hacer filosofía hay que creer en que los resultados a que se llega después de pensar e investigar
de buena fe son válidos, aunque no evidentes, sin que por ello creamos que las conclusiones distintas a que
puedan llegar los demás son producto de motivaciones alejadas de la buena fe.

Jeremy Waldrom, "si sostenemos en serio que las verdades a las que hemos llegado son "autoevidentes", la
única explicación posible de que alguien haya llegado a resultados diversos es que se trata de un bobo o de un
bellaco.
En cualquiera de los dos casos, tendremos razones para dar una forma inmutable a nuestras conclusiones
autoevidentes tan pronto como sea posible, a fin de aislarlas de la insensatez y la trapacería de una hipotética
revisión o de una reformulación erróneas".
2.2.4. La filosofía es crítica
Es una actividad crítica, en cuanto no trabaja con dogmas: verdades firmemente establecidas y seguras que sólo
cabe identificar y explicar, mas no discutir y menos sustituir, hasta el punto de que ella puede ser entendida -
según la frase de Ortega- como la extraña aventura que a las verdades acontece: "Verdades", en plural, y
venturosas, es decir, inciertas, cambiantes, configurando un relato que tiene la virtud de sorprendernos y que se
hace a medida que se hace la propia filosofía. Así, antes que con "la verdad", la filosofía tiene que ver con "las
verdades", las cuales protagonizan una aventura, más aún, una extraña aventura, de la que es posible registrar una
historia.

En este sentido, la filosofía es escéptica, porque lejos de aceptar todo lo que se le dice, o lo que todos dicen,
cultiva una inclinación antes a disputar que a consentir, una disposición al examen, y por cierto al autoexamen
que de sí mismo y sus circunstancias debe llevar a cabo cada individuo, y no a una simple y cómoda aceptación
del estado de cosas o las ideas dominantes.

Mario Bunge (1917), "la marca distintiva del escéptico es el escrutinio, en tanto que las del dogmático son la
aceptación ciega y un igualmente ciego rechazo". La aceptación ciega -entiéndase- de aquello en lo que el
dogmático cree sin ningún género de dudas, y el rechazo ciego de todo lo que se opone a aquello en lo que cree.
"Duda antes de dar tu conformidad", pide el filósofo, y para poder dudar lee, porque, como dice un personaje
de Roberto Bolaño, "leyendo se aprende a dudar, y "si alguna duda razonable persistiese, suspende el juicio y
aplaza la acción o no actúes de modo alguno", sintetiza Bunge, porque "el dudar se ha vuelto propio de los
asuntos prácticos del mundo moderno".
Filósofos como Nietzsche (1844-1900) y como Gianni Vattimo (1936), sostienen que no hay propiamente
verdades, sino interpretaciones.
Con todo, hay que tener en cuenta que tanto el dogmatismo como el escepticismo se presentan en grados,
o sea, desde versiones radicales a modalidades restringidas, y que lo recomendable para la filosofía es un
escepticismo moderado que no transforme a los filósofos, como sí haría un escepticismo sistemático o radical, en
criaturas tímidas, pasivas y completamente paralizadas a la hora de aventurar cualquier conjetura o de emprender
cualquier curso de acción.

La filosofía (Aristóteles) es un saber en marcha, un saber que se busca a sí mismo, que se empeña en establecer
preguntas y, a la vez, en renovarlas a la luz de las respuestas a que ellas nos conducen.

Filosofía quiere decir ir de camino, puesto que sus preguntas son más esenciales que sus respuestas, sin
que pueda descartarse que cada respuesta se convierte en una nueva pregunta, transformando de esta manera
a los filósofos en una suerte de activos peregrinos, esos que según san Agustín buscan como los que aun no
han encontrado y encuentran como los que saben que han de continuar buscando.

La filosofía supone tanto una disposición como una capacidad para problematizar, para identificar problemas y para
advertirlos allí donde pareciera no haberlos, lo cual quiere decir (Savater) que hacemos filosofía "no para salir
de dudas, sino para entrar en ellas", puesto que la filosofía, por su misma esencia -como recordaba
Heidegger- nunca hace más fáciles las cosas, sino que las dificulta, puesto que la agravación de la dificultad
constituye una de las condiciones fundamentales para el surgimiento de todo lo grande. Filosofar es
preguntar y preguntar es vacilar.
La filosofía no sólo debe identificar problemas, sino salvarlos, es decir, evitar que sean disueltos o cancelados a
partir de soluciones precipitadas que no hayan sido sometidas a suficiente análisis crítico. "Siempre me ha parecido
-escribió Daniel Inncrarity (1959)- que la mayor justificación de la filosofía tenía que ver no tanto con alguna
prestación en el orden de las soluciones como con su capacidad de problematizar", y aunque no parezca una
buena estrategia frente a los enemigos de la filosofía proclamar que ella se concentra antes en los problemas
que en las soluciones, no queda más que reconocer, abiertamente, que "la filosofía es un arte de problematizar
que sólo puede justificarse por el beneficio teórico y emancipador de su inevitable incomodidad".

Recuérdese la manera en que Sócrates hizo filosofía, así como su sentencia acerca de que una vida no sometida
a examen es indigna de un ser humano, y adviértase, en consecuencia, que su papel es someter a discusión
eso que Karl Popper (1902-1994) llamó "ideas dudosas y a menudo perniciosas del sentido común acrítico",
antagonizando con dicho sentido común.

De lo que se trata, según Bertrand Russell, es de devenir por medio de la filosofía "en un intelecto libre, sin
esperanzas ni miedos, sin las trabas de las creencias consuetudinarias y los prejuicios tradicionales, calmada,
desapasionadamente, con el único y exclusivo fin de conocer, hasta donde le sea posible al hombre, de modo
impersonal, meramente contemplativo" .

Por último, la filosofía es crítica no sólo en cuanto no trabaja con dogmas, sino en cuanto, atenta siempre a la
tradición, sobre todo a su propia tradición, procura no repetir ésta ni adaptarse sumisamente a lo que otros
filósofos hayan podido decir antes al momento de hacer filosofía.
2.2.5. La filosofía es algo hecho por filósofos
Se trata de una actividad que lleva a cabo una clase especial de personas -los filósofos-, o sea, si nos atenemos a la
etimología de esa palabra, quienes no son sabios ni señores de todas las verdades, sino fieles y perseverantes
amigos de la verdad y la sabiduría.
Sin embargo, no faltan quienes afirman que hacen filosofía no únicamente los filósofos, sino todos los
hombres y mujeres, de manera que todos seríamos filósofos.

¿Cómo así? Karl Popper, por ejemplo, es de parecer que todos los hombres y mujeres son filósofos, aunque
unos más que otros, puesto que a todos concierne e interesa nuestra posición en el universo, incluidas las
facultades que tenemos para conocer la realidad y, además, para hacer el bien o el mal.

Además, si todos somos filósofos es porque cada hombre y mujer puede asumir una actitud crítica ante la vida
y la muerte, y si no todos son conscientes de tener problemas y respuestas filosóficas, nadie escapa a ser portador
de prejuicios filosóficos, heredados generalmente de la tradición o del entorno cultural más inmediato, los cuales,
aunque se los asuma sin mayor examen, tienen gran importancia para las decisiones que adoptan los individuos
y para los cursos de acción que ellos emprenden.
"Ninguna persona pensante puede evitar por completo la filosofía", asegura Mario Bunge, quien denuncia que la
filosofía académica se ha vuelto bastante caduca, aunque existe un riesgo todavía más inquietante que ese: que
la filosofía devenga en psicología o, peor, en parapsicología o, peor aún, en astrología, o -en lo que sería ya el
acabose- en simples textos de autoayuda.
Se opone Popper a una filosofía entendida como una actividad puramente académica. Aboga porque lo que
llamamos "filosofía" no se reduzca a lo que ciertos grupos de expertos hacen entre las cuatro paredes de los
departamentos de filosofía u otras unidades de trabajo especializado que es posible encontrar en nuestras
universidades. De esta manera, la filosofía no dependería de los filósofos profesionales en el mismo sentido en
que la pintura y la música lo hacen respecto de los grandes pintores y compositores.

Richard Rorty señala que no se puede dar por sentado que exista una actividad humana normal y necesaria
denominada filosofía. No niega que dicha actividad exista, pero recalca que no es ni normal ni necesaria. Menos
todavía podría considerársela ejerciendo un liderazgo de la cultura, puesto que si bien ella persigue el
conocimiento, sólo logra la opinión.

Contra lo que está Rorty es el exceso de profesionalización de la filosofía, que es lo que ocurre, cuando se la
restringe a una disciplina puramente académica, a una actividad teórica, misteriosa, obtusa y obsesionada consigo
misma, que habría dejado de hablar acerca de los problemas y necesidades de las personas y de las sociedades,
volviéndose irrelevante para los objetivos éticos de la gran conversación de la humanidad.
2.2.6. El inicio de la filosofía
No es lo mismo el inicio que el origen de la filosofía.
El inicio de la filosofía remite a un ámbito geográfico dado, en un tiempo y en un contexto cultural también
determinados, como fue Grecia en el siglo V a. C., donde ciudadanos libres (pero que tenían esclavos a quienes
excluían de participar en la adopción de decisiones públicas, lo mismo que a las mujeres y a los extranjeros) se
reunían periódicamente en asamblea para decidir, en forma de democracia directa, los asuntos públicos que
concernían a la ciudad, y en donde, por lo mismo, se dio un valor especial al pensamiento y a la capacidad de
argumentar y de convencer a partir de las propias ideas.

En ese lugar, momento y contexto, surgió un tipo de intelectuales, llamados "filósofos", quienes se
dieron cuenta que el mundo era cognoscible y que había varios modos de conocerlo -entre otros,
la filosofía-; que había también diferencias importantes entre la naturaleza y la sociedad, o sea,
entre los fenómenos naturales y los asuntos y comportamientos humanos, unos regidos por leyes
inmutables y otros ordenados por normas de variados y variables contenidos; y que desarrollar una
forma elocuente y persuasiva de hablar y discutir resultaba indispensable para el tipo de gobierno
que tenían.
Es probable que de ese tiempo y lugar se hagan a menudos elogios exagerados, aunque no cabe
duda que la Grecia antigua alcanzó un alto grado de civilización y que algunas obras de sus filósofos
-Platón y Aristóteles, por ejemplo- continúan siendo fuente de importantes lecciones.
¿Cómo surgió entre los antiguos griegos la actividad y aun la misma palabra "filosofía" y, con ésta, el término
"filósofo"?
"Sophos" fue llamado aquel que entre los antiguos griegos tenía por cometido probar las comidas que se servían en
los banquetes para comprobar que no estaban envenenadas, y es quizás por eso que hasta hoy se considera
que la filosofía es cosa de viejos.

Otra acepción: "sophos" era aquel que estaba en posesión no de un saber superior, sino de un saber cualquiera,
y que estaba en condiciones de transmitir ese saber por medio de la enseñanza. Así, por ejemplo, alguien podía
ser "sophos" en zapatería en la misma medida en que supiera hacer zapatos y transmitir ese saber a los
aprendices del mismo oficio.

Andando el tiempo, "sophos" fue un término que entre los griegos designó a aquel que estaba en posesión no
ya de cualquier conocimiento, sino de un saber superior o eminente, es decir, de un saber relativo a cosas
importantes -como la educación o la política, por ejemplo- y que, por lo mismo, se hallaba en posición de influir
tanto en sus semejantes como en el curso de los acontecimientos públicos e, incluso, en posición de asumir el
gobierno de la ciudad.

Habría sido Heráclito (540-470 a. C.) quien primero rechazó para sí el apelativo de "sophos", prefiriendo ser
considerado un "philosopho", es decir, se opuso a ser considerado alguien en posesión de la sabiduría, y quiso
ser tenido por un filósofo, alguien que es amigo de la sabiduría y que la busca. "Filósofo" y "filosofía" fueron
términos que se afianzaron luego en el círculo de Sócrates y sus discípulos, quienes declaraban saber que nada
sabían, en el sentido metodológico que cabe atribuir a esta declaración.
"Filosofía”, en consecuencia, significa gusto, amistad, e incluso amor por la sabiduría, mas no la posesión de ésta.
Examinar el origen de la palabra "filosofía", remontándonos hasta los antiguos griegos, constituye un ejercicio útil
para conseguir hacerse una idea acerca de esta actividad. Al momento de preguntarse Heidegger en pleno siglo
XX "qué es filosofía"," este autor nos llama la atención acerca de que "la filosofía es griega en su esencia" y que
es a esa "esencia originariamente griega de la filosofía" a la que debemos atenemos cuando tratamos de
expresar algo a propósito de la pregunta qué es filosofía.
No se trata de establecer una mera significación verbal de "filosofía", vinculando esta palabra a la que en su
momento utilizaron los griegos, sino de establecer qué fue lo que los llevó a filosofar. Y la respuesta de Heidegger
es que lo que llevó a los griegos a filosofar fue el asombro, el asombro ante el hecho de que hay el ser y no la
nada, y de que, en consecuencia, la pregunta filosófica por excelencia es la pregunta por el ser, hasta el
punto de que el abandono de esta pregunta produce el extravío e incluso la ruina de la filosofía.
Con todo, hay autores, que en el curso de la historia de la filosofía han tenido ideas distintas acerca de ésta, o sea,
no vinculadas necesariamente a la helenidad y que tampoco apuntan al ser como objeto de la filosofía.

2.2.7. El origen de la filosofía


Si la filosofía tiene el inicio que señalado, su origen se encuentra en el asombro. Platón afirmaba que el asombro
es máximamente propio del filósofo, mientras que Aristóteles, en la misma línea, sostenía que es por el asombro
que los hombres empezaron antaño a filosofar y continúan haciéndolo. El asombro se produce al darnos cuenta de
que las cosas y fenómenos están ahí, en derredor nuestro, afectándonos con su presencia e interpelándonos a
conocerlas.
El asombro es un estado de ánimo, una pasión incluso, algo que por provenir de una zona más honda que la
que produce la sola curiosidad, se relaciona de algún modo con el vértigo. Se trata entonces de un estado de
ánimo en el que no sabemos a qué atenernos, puesto que todo se nos hace extraño y caemos en lo que
Jorge Eduardo Rivera ( 1927) llama la "absoluta extrañeza".
Al trazar una diferencia entre asombro y curiosidad, podríamos decir que la segunda nos hace asomarnos a las
cosas, mientras que el primero es causa de que nos quedemos en las cosas, aunque no con éstas.

Pero el asombro no está sólo en el origen de la filosofía, al modo como el lavado de manos del cirujano precede a
la operación que éste debe practicar, sino que es también el estado de ánimo que sostiene y acompaña a la
filosofía. Entonces, por el asombro se empieza a filosofar y por el asombro se continúa filosofando. Se trata de la
chispa que tanto enciende la actividad filosófica como el combustible que la mantiene en movimiento.

Asombro como admiración, entonces, no como temor, puesto que si la admiración conduce al afecto, a algo que
nos mueve en dirección a lo que admiramos, el temor concluye con el rechazo, en algo que nos paraliza e impulsa
a eliminar aquello que nos atemoriza, lo cual significa que si la admiración es el principio del filosofar, el temor
es su impedimento.

Kolakowski llama la atención acerca que lo anterior podría hallarse en contradicción con la observación de
Marco Aurelio, que dice que la filosofía nos enseña a no asombrarnos ya por nada. Sin embargo, ambas
afirmaciones, aparentemente divergentes, pueden entenderse de la siguiente manera: mientras la primera de ellas
se refiere a la génesis del filosofar, la segunda, por el contrario, alude a su meta. Entonces, podría decirse que
somos filósofos porque nos asombramos y que, a la vez, lo somos para que ya nada nos siga asombrando.
¿Será posible llegar a un momento en el que nada nos asombre y en el que podamos por tanto dar por concluida
la filosofía? En otras palabras, si filosofar consiste en hacer un cierto tipo de preguntas -aquellas que según Isaiah
Berlín ( 1909-1997) tienen el efecto de sumirnos en una honda perplejidad, porque reputándolas importantes y
hasta cruciales para nuestra vida no sabemos cómo ni adónde buscar las correspondientes respuestas-, ¿llegará el
instante en el que pueda decirse que las preguntas filosóficas se encuentran agotadas? ¿Se cumplirá el
vaticinio de Marco Aurelio en cuanto a que si el origen de la filosofía se encuentra en el asombro, la marcha de ésta
conducirá al fin del asombro?
La respuesta de Berlin a estas interrogantes es que siempre habrá preguntas filosóficas, al menos del tipo de
aquellas que, por ejemplo, inquieren acerca del sentido de la vida humana sobre la tierra y sobre si los hombres
debemos o no comportamos unos con otros como hermanos.

2.2.8. La filosofía y la idea de viaje


La filosofía ha estado vinculada desde antiguo a la idea de viaje, y la actividad de los filósofos a la de los viajeros.
Aristóteles se refería a la filosofía como un conocimiento que se busca, en tanto que San Agustín llamaba a
los filósofos a buscar como buscan los que aún no han encontrado y a encontrar como encuentran los que saben
que han de continuar buscando. Zubiri se refiere a la filosofía como un saber en marcha, mientras que José
Ferrater Mora, al analizar la palabra "filosofía", llamó la atención acerca de que ésta se va formando a sí misma
en el curso de su propia historia.
Lo anterior quiere decir que filosofar es buscar, ponerse en marcha, salir moviéndonos gracias al asombro que
nos produce el hecho de vernos de pronto instalados en el mundo y rodeados de cosas que no
comprendemos.
Viajeros, no turistas, eso serían los filósofos, Paul Bowles (1910-1999) "Mientras el turista se apresura por lo
general a regresar a su casa al cabo de algunos meses o semanas, el viajero, que no pertenece más a un lugar
que al siguiente, se desplaza con lentitud durante años de un punto a otro de la tierra"
Quizás si el viaje del filósofo se parezca al desplazamiento de un hombre dentro de un laberinto.
Tomando para ello las tres imágenes de que se vale Bobbio, filosofar, y en general la tarea del conocimiento del
hombre sobre la tierra y aun el mismo drama de la existencia humana, no se pueden comparar con una mosca
en una botella ni con un pez en la red.

Para la mosca atrapada en una botella, la salida existe, aunque no es capaz de advertir dónde está ni de coordinar
los movimientos que le permitirían dar con ella y salir de la botella, de manera que se estrella una y otra vez
contra las paredes de vidrio de la botella y sólo por casualidad lograría la tan ansiada liberación.
En cuanto al pez en la red no existe la salida, de manera que sus desesperados movimientos son sólo el
preludio de su muerte, la que se producirá una vez que el pescador abra la red y el pez pueda tener la
engañosa sensación de que se la abre para liberarlo.

En cambio, el hombre en el laberinto cuenta con que la salida existe, aunque sabe que la ruta hacia ella no se
encuentra señalada y con que tampoco hay alguien fuera del laberinto, o sobre éste, que le pueda indicar la salida.
Pero un hombre en esa situación es capaz de hacer elecciones razonadas respecto de las vías de salida que se le
ofrecen, marcar las que no resulten adecuadas, desandar los trechos que se muestran equivocados, omitiéndolos
en el futuro, y dar, acaso, con la salida, aunque para encontrarse frente a un nuevo laberinto.

2.2.9. La filosofía es problemática


Este carácter queda bien de manifiesto en la reflexión de Ortega: filosofar es embarcarse para lo desconocido.
Que filosofar equivalga a embarcarse para lo desconocido -una acción de suyo angustiosa- remite al carácter
problemático de la filosofía y, más precisamente, a la triple problematicidad que ella acusa.
La filosofía es problemática, en primer término, en cuanto no tiene suficiente seguridad acerca de su objeto, es
decir, en la indicación de los temas o asuntos de los cuales ella debe ocuparse, o -lo que es lo mismo- en la
identificación de las preguntas para cuya respuesta ella fue constituida.

En segundo lugar, la filosofía es problemática en cuanto los filósofos no se ponen suficientemente de acuerdo en
cuál o cuáles serían los métodos apropiados para delimitar dicho objeto y, asimismo, para validar las proposiciones
que hacen los filósofos o, siquiera, para someterlas a algún control que permita determinar cuáles de ellas son
más plausibles que otras.

Y, por último, el carácter problemático se muestra también en la dificultad que existe para compatibilizar, desde el
punto de vista de sus contenidos, las proposiciones de los filósofos.

En suma, la filosofía no sabe, o no tiene suficiente seguridad, acerca de cuál es su objeto, cuál su método, y cuáles
las respuestas filosóficas que deben ser preferidas a las demás. La filosofía vive y avanza en medio de esa triple
incertidumbre: la de no saber con certeza hacia dónde mirar, cómo mirar y con cuáles imágenes quedarse luego
de haber mirado.

¿Acontecerá lo propio, o algo parecido, tratándose de la filosofía del derecho?

¿Padecerá ésta también la misma triple problematicidad de la filosofía general?

¿Se podrá liberar la filosofía del derecho de esa triple problematicidad gracias a que se trata de una filosofía
regional, esto es, que versa sobre un determinado fenómeno -el derecho- o reproducirá a escala la problematicidad
que la filosofía general muestra en los tres sentidos antes indicados?
2.2.10. La filosofía está relacionada con el lenguaje
La primera y más obvia relación de la filosofía con el lenguaje es que ella se sustenta en éste. Esto quiere decir
que sabemos de la filosofía porque los filósofos hablan (Sócrates), o porque hablan y también escriben (Platón).

Una segunda relación se produce en cuanto el lenguaje es estudiado por la filosofía. Así, entonces, tal como hay
una filosofía del arte, de la religión, de la política o del derecho, también existe una filosofía del lenguaje.

Una tercera relación existe en la medida que determinadas corrientes filosóficas han sostenido que el lenguaje es el
objeto de la filosofía y que la finalidad de ésta es clarificar el lenguaje.
Clarificar el lenguaje, ante todo, de la propia filosofía como también el lenguaje de la ciencia e, incluso, el que
usan las personas comunes y corrientes, quienes también se valen de palabras reputadas importantes sin
aclarar, por lo común, el significado que les otorgan.
Los filósofos, a lo largo de toda la historia de la filosofía, han hablado de "ser", "ente", "bien", y el papel de la
filosofía consistiría en aclarar qué quisieron decir con tales palabras. Por su parte, los científicos hablan de "tiempo"
o "movimiento", y en tanto no aclaran qué quieren decir con tales términos, la filosofía clarificaría los usos
que se dan a palabras como esas. Y las personas comunes hablan de "Dios", "alma", "espíritu", sin aclarar a
qué se refiere, de manera que la filosofía, también respecto de palabras como esas, llevaría a cabo una labor
de clarificación.
De acuerdo a esta idea de la filosofía, por ejemplo, los juristas emplean también, recurrentemente, determinadas
palabras que consideran importantes, tales como "norma”, “derecho", "derechos fundamentales", "culpa”, “justicia",
y el consiguiente papel de la filosofía del derecho consistiría en aclarar qué quieren decir los juristas cuando utilizan
palabras como esas.
En la primera de las tres relaciones precedentemente explicadas, podemos hablar de la filosofía como lenguaje; en
la segunda, de filosofía del lenguaje; y en la tercera de filosofía lingüística.
El filósofo del lenguaje hace del lenguaje un objeto de estudio, en tanto que el filósofo lingüístico reconoce que hay
múltiples problemas filosóficos que son presentados como tales y que para el tratamiento y esclarecimiento de
estos vale la pena valerse del análisis lingüístico, es decir, de un examen de las palabras y de las
proposiciones en que tales palabras se encuentran.
La filosofía del lenguaje es, una filosofía regional posible, mientras que la filosofía lingüística es un método para
tratar cualquier asunto filosófico o que se presente como tal. Por lo demás, admitir que la filosofía es un tipo de
lenguaje (primera relación) y que, entre otros fenómenos humanos, puede ella reflexionar sobre el lenguaje
(segunda relación), no conduce necesariamente a la aceptación del postulado que hace del lenguaje el objeto de
la filosofía (tercera relación).

Respecto de la filosofía lingüística, cabe mencionar que en los años 30 se acuñó la expresión "positivismo
lógico" para denominar los puntos de vista del Círculo de Viena, quienes redactaron en 1929 el manifiesto: "El
punto de vista científico del Círculo de Viena", en el que sostuvieron que a la filosofía no le incumbe dar
solución a los llamados problemas filosóficos (por ejemplo, el problema del ser, el problema del conocer, el
problema del actual correcto) ni decidir tampoco sobre la verdad o la falsedad de las proposiciones que los
filósofos han hecho a lo largo de la historia.
Menos que eso -consideraron- lo que corresponde a la filosofía es clarificar el significado de dichos
problemas y, más precisamente, hacerlo con las palabras que han empleado los filósofos al momento de
plantear y desarrollar tales cuestiones. Es por eso que Moritz Schlick decía que él definía la ciencia como
búsqueda de la verdad y a la filosofía como búsqueda del significado.

Para el positivismo lógico, la filosofía no es un sistema de conocimientos, sino una actividad encaminada a
esclarecer el lenguaje de la ciencia, y aun el de la propia filosofía, para librarlo de confusiones y equívocos, y, de
paso, mostrar que buena parte de los así llamados "problemas filosóficos" no pasan de ser el resultado de esas
mismas confusiones y equívocos.
En consecuencia, la filosofía no es una forma de pensar el mundo, sino una manera de aclarar nuestro
pensar el mundo y, sobre todo, nuestro decir sobre el mundo. La filosofía aparece, así como un
lenguaje de segundo orden, en cuanto no habla sobre el mundo, sino sobre el hablar acerca del
mundo. A ese lenguaje debería mirar entonces la filosofía -según el positivismo lógico- para aclarar su
significado. La filosofía será un hablar sobre el hablar.

Ludwig Wittgenstein (1889-1951) aunque no formó parte del Círculo de Viena ejerció una fuerte
influencia sobre sus integrantes, reorientó la filosofía en la misma dirección que lo hizo el Círculo,
interesándose no por los tradicionales problemas de la filosofía, que a él parecieron seudo problemas,
sino por las dificultades producidas por el lenguaje utilizado por los filósofos al tratar de esos problemas.

La posición de Wittgenstein consistió en que lo que "equivocadamente llamamos problemas filosóficos,


son, en verdad, confusiones o enredos mentales que se inician debido a nuestra falta de claridad sobre la
manera en que usamos el lenguaje".

De este modo, el método de la filosofía debe ser la clarificación y su resultado la claridad. La


clarificación de su propio lenguaje, del lenguaje de la ciencia, y del habla común de las personas en
cuanto éstas emplean también palabras importantes, para alcanzar la paz del pensamiento, o sea, la
pacificación de la inteligencia gracias a la claridad. Lo que puede ser dicho -repetía Wittgenstein-
puede ser dicho claramente, y de lo que no se puede hablar hay que callar.
El año 1911, Wittgenstein expuso en el Club de Ciencia Moral, en Cambridge, donde era regla que cada
expositor no utilizara más de 7 minutos. Expuso allí sobre qué es filosofía, y al hacerlo rebajó en 3 minutos
el tiempo máximo, empleando únicamente cuatro minutos. El acta de dicha reunión sólo registra que la
filosofía se ocuparía de las proposiciones que son asumidas como ciertas sin ninguna prueba por parte de
las diversas ciencias.

Henrik von Wright (1916-2003) señaló que quizás la filosofía no sea otra cosa que “una guía para
perplejos". Tal vez los así considerados "problemas filosóficos” (ser, conocer, y del bien o actuar correcto)
no sean más que perplejidades y la filosofía una actividad terapéutica por medio de la cual algún día
podría conseguirse hacer desaparecer tales problemas, en la medida en que se logre hablar de ellos con
suficiente sentido y claridad. Hablar filosóficamente es, cuando menos, hablar con sentido y con claridad.

Sin necesidad de adscribir a la idea que de la filosofía tuvo el positivismo lógico, no puede negarse que
Ortega tuvo razón al decir que filosofar es sumergirse en el pequeño abismo que es cada palabra, una idea
tras la cual hay tanto una afirmación como un convite. La afirmación consiste en decir que tras cada
palabra hay un abismo, un cierto fondo de significados que debemos explorar, mientras que la invitación
consiste en instigamos a inspeccionar ese fondo.
Bryan Maggee (1930) preguntó a Isaiah Berlin no hay algo trivial, y acaso empobrecido, en la idea de que el objeto
de la filosofía sea el lenguaje y que, en consecuencia, los debates filosóficos se reduzcan a discusiones acerca de
palabras.
Berlin respondió a esa observación reconociendo que algunos filósofos contemporáneos se han perjudicado por lo
que respecta al público lector de sus obras al insistir en que la principal preocupación que los mueve es el lenguaje,
aunque, a la vez, aclaró que si los filósofos están preocupados por el lenguaje es porque creen que pensamos
con palabras, de donde se sigue la constatación nada trivial de que el examen de las palabras es, a fin de cuentas, el
examen del propio pensamiento.
En todo campo hay ciertos términos fundamentales que los especialistas y la gente utilizan constantemente. Los
físicos hablan de "luz”, “masa”, “energía", "movimiento", "medida", "tiempo”. Los artistas hablan de "creación”, de
"belleza". Las personas religiosas de "Dios”, “alma", "vida eterna". Los políticos emplean términos como "libertad”,
“igualdad", "pluralismo", 'justicia social". Abogados y juristas hablan de “culpa", "inocencia”, ‘justicia", "derecho",
"derechos".
Pues bien, todas esas personas dedican a veces poco o ningún tiempo a aclarar en cuál o cuáles sentidos emplean
cada una de tales palabras, de manera que la filosofía prestaría un buen servicio haciéndose cargo de ellas. La
filosofía general, o bien las filosofías regionales que se constituyen sobre aquellos campos, tales como la filosofía
de la ciencia, del arte, de la religión, de la política y del derecho.

2.2.11. La filosofía da lugar a reacciones intensas y contrapuestas de parte de quienes no son filósofos
Que la filosofía dé lugar a reacciones tan intensas como contrapuestas de parte de quienes no son filósofos es
otra de sus peculiaridades.
Un episodio ocurrido en el siglo VI a. C. a un sabio griego, Tales de Mileto, ilustra la actitud de rechazo o de
desdén que a menudo produce la filosofía. Tales solía recorrer su jardín en horas de la noche, con la vista puesta
en el firmamento, tratando de observar la posición de los astros y el curso de sus movimientos. Pues bien, una
noche, mientras caminaba con los ojos puestos en el cielo, no advirtió que tenía frente a sí un pozo y cayó
dentro de éste, provocando las risas de su criada, quien se solazó a la mañana siguiente contando el episodio a
sus vecinas, burlándose de su amo.
Un par de siglos más tarde, Aristóteles, llevó a cabo una suerte de reivindicación de Tales y, en general, de los
hombres de pensamiento, al recordar que Tales, a quien se le había reprochado que por su dedicación a la tarea
del conocimiento, es decir, a la teoría, vivía pobremente, en un momento de su vida, gracias a sus conocimientos
de astronomía, previó para cierto año unas condiciones climáticas propicias para una abundante cosecha de
aceitunas, destinando entonces su poco dinero a arrendar a muy bajo precio la mayor cantidad de prensas de
olivos que había en la ciudad de Mileto, subarrendándolas luego, a muy buen precio, cuando se produjo en
efecto la gran cosecha de aceitunas que él había previsto.

Quizás si uno de los embates más fuertes contra la filosofía es el que encontramos en el ya mencionado diálogo
de Platón, "Gorgias", cuando el joven Calícles dice a Sócrates que la filosofía, cultivada con moderación y a una
edad juvenil, es algo que vale la pena, pero que practicada en exceso y a edad avanzada "constituye la ruina de la
vida humana", llegando incluso a sostener que los adultos que insistan en filosofar, esto es, que perseveren en la
actividad filosófica, deberían ser azotados.
Por otra parte, Isaiah Berlin, nos dijo que quienes se han dedicado a ésta a lo largo del tiempo nunca se han
puesto de acuerdo sobre cuál es el objeto de su quehacer, es decir, cuáles los temas o asuntos de los que
deberían ocuparse, aunque recordó también que, desde siempre, la filosofía ha dado lugar a reacciones intensas
y contrapuestas de parte de quienes no se dedican a ella.
Así, por un lado, algunos celebran a la filosofía, considerándola como la piedra angular del conocimiento, mientras
que, por otro lado, critican y aun rechazan a la filosofía por tratarse de un pensamiento especulativo sin arraigo
alguno en la experiencia.

Stephen Hawking (1942) sostiene que hasta ahora los científicos han estado preocupados de describir lo que es el
universo y no se han planteado la cuestión del por qué del universo. Por su lado, quienes cuya ocupación es
preguntar por qué -los filósofos- no han sido capaces de mantenerse al tanto del avance de las teorías científicas.
Sin embargo, "si descubrirnos una teoría completa (acerca del universo), debería en su momento ser comprensible en
sus líneas generales por todos, no solo por unos pocos científicos. Entonces todos seremos capaces de tomar parte
en la discusión de por qué el universo existe".
Se advierte en la filosofía la ambigüedad característica de todas las actividades humanas dice Roberto Torretti
(1930), que "para quien se entrega a ellas, animado por la pasión de que proceden, aparecen necesariamente como
prósperas, florecientes, progresivas, pero a quien contempla desde afuera el cuadro demencial de su despliegue, se
presentan como una absurda e incesante marcha hacia delante, alimentada de la ilusión de que se va hacia lo
mejor".
Jorge Millas: "Rendidos unos de admiración ante la filosofía, la veneran con respeto casi religioso y consideran
a los filósofos como individuos superiores a quienes toda verdad les hubiere sido revelada. Mal dispuestos otros
frente a ella -y estos son los más- la desdeñan ya por ociosa, ya por oscura, ya por anticientífica, y siempre por
inútil.
Fascina a los primeros la elevada alcurnia de sus temas sobre Dios, el ser, la verdad, el bien, la justicia, e irritan a
los segundos su jerga extraña, sus razonamientos sutiles, sus difíciles abstracciones, sus discusiones interminables". Y
concluye: "la antigüedad clásica, que tanta honra concedió a la inteligencia, veneró como si se tratara de criaturas
semidivinas a algunos de sus filósofos -por ejemplo, a Platón-, pero, a la vez, no vaciló en condenar a muerte al
mejor y más íntegro de todos ellos: Sócrates".
2.2.12. La filosofía tiene parentesco con otras actividades humanas
Si la filosofía reconoce parentesco con el arte, con la ciencia, con la religión y con las ideologías políticas lo tiene,
ante todo, porque sobre cada una de esas actividades es posible hacer filosofía. Ya sabemos que hay filosofía
general, o "pura", como también se la llama, pero sabemos igualmente que existen filosofías regionales o
especializadas. La misma filosofía del derecho es una de esas filosofías regionales, puesto que recae sobre un
determinado fenómeno -el derecho- y no sobre otros ni menos sobre la totalidad de los fenómenos que
existen. Pues bien, del mismo modo hay una filosofía del arte, de la ciencia, de la religión, y de la política.

El parentesco de la filosofía con el arte. El parentesco proviene de que las producciones de una y otra actividad
tienen una misma manera de envejecer. ¿Qué quiere decir eso? Que los productos de la técnica envejecen en el
sentido de que los que rinden menos son suplantados por los que rinden más.
Cuando se trata de la producción de obras artísticas, las cosas funcionan de otra manera, puesto que, la
contemplación de las obras de Picasso no suple la de las obras de Rembrandt, así como la lectura de James Joyce no
reemplaza a la de la obra de Dante Alighieri.
Las obras de arte no envejecen en el sentido de que sean desplazadas por las obras más recientes. Todo lo
contrario: las obras de arte conservan su valor individual y por eso las leemos o vamos a mirarlas a los museos en
que ellas se encuentran.
Desde este punto de vista, la filosofía se parece al arte, o sea, los productos de la filosofía -las obras de los filósofos-
envejecen parecido a como lo hacen las producciones artísticas y no como ocurre con los productos de la técnica. Con
lo cual queremos decir que es difícil que alguien haga hoy filosofía a la manera como la hizo Platón, o Sócrates, pero,
por otra parte, el conocimiento de la filosofía moderna no reemplaza al conocimiento de la obra de Platón.
Hay también un parentesco entre arte y filosofía en cuanto al papel que en uno y otra tiene la fuerza de la
expresión, el elemento retórico anejo al contenido de las producciones de ambas actividades. Tanto en el artista
como en el filósofo hay un propósito de producir una impresión en el público y de provocar algún cambio en éste.
El parentesco entre filosofía y literatura. Ambas actividades utilizan las palabras. Más
aún, se sustentan en palabras. Si quitáramos las palabras, literatura y filosofía no existirían.

Algunos filósofos fueron a la vez notables escritores. Tal es el caso de Platón, San Agustín y
Nietzsche. Se da el caso de filósofos que obtuvieron el Nobel de Literatura, como Bertrand
Russell y Jean Paul Sartre. Otros fueron solo buenos escritores, como el caso de Pascal y
de Rousseau. Pero también hay filósofos muy destacados, como Aristóteles, Kant y Hegel,
que, según Magee, fueron malos escritores.

Esto muestra, según Iris Murdoch, que la filosofía, por mucho parentesco que tenga con
la literatura, no es una rama de ésta, y que la calidad de una obra filosófica se funda en
consideraciones distintas a los méritos literarios. Por otra parte mientras la filosofía intenta
crear ilusiones, la filosofía procura disiparlas.

Si Karl Popper consideró que todos somos filósofos, Iris Murdoch estimó que todos
somos literatos. Y es porque empleamos constantemente el lenguaje para dar apariencia
interesante a experiencias triviales y muchas veces aburridas.
Cada vez que volvemos a casa, nos gusta contar cómo nos fue, y damos así la forma de un
relato interesante a acontecimientos menores y hasta insignificantes. Lo que nos mueve a
ello es el deseo de dar una forma atractiva a hechos que ocurrieron sin ningún orden y
que carecen de todo brillo. Por tanto, el gran motivo para hacer literatura es el anhelo de
“construir formas a partir de lo que, de otra manera, podría parecer una masa de
escombros sin sentido".
Trazando ahora diferencias entre el arte y la filosofía, Murdoch dijo que el arte es consolación privada, y por
eso tiene la virtud de conmovernos y hacernos felices. El arte es “recuerdo de lo que no sabíamos que sabíamos".
El arte, y en especial la literatura, “detienen el flujo de la vida", y se les experimenta con esa "sacudida que es la
experiencia de la belleza".
La filosofía es más intensa y a la vez más modesta que la literatura. Ella explica, mientras que el arte exalta, y no
porque se haga con palabras puede filiársela como parte de la literatura. Pero ambas, literatura y filosofía, son
maneras de ir tanteando el camino, a fin de orientamos mejor en la tarea de vivir.

Por otra parte, arte y filosofía (Freud) serían dos de varias maneras que tenemos para hallar puntos de apoyo ante
la dificultad de vivir.
O sea, haríamos obras de arte, o disfrutaríamos de ellas, y haríamos también filosofía, y leeríamos las obras de los
filósofos -como explicó Kolakowski- "por la misma razón que tomamos café", o sea, para recomponernos de
algún modo, para darnos ánimo, como quienes se valen de un paliativo o sucedáneo para encontrar alivio, aunque
sea momentáneo, y continuar viviendo sin desfallecer ni menos sucumbir ante la represión que llevamos a cabo de
nuestros instintos básicos y las dificultades que a cada instante nos plantea el hecho de vivir.

Pero no por ser la filosofía, como otras formas de vida espiritual, el producto de una situación de desconcierto y
frustración, no por responder "al mismo principio por el que fumamos cigarrillos o bebemos alcohol", es decir,
"para engañar o aplacar la urgencia de los impulsos aprisionados y las necesidades insatisfechas", deja ella de
ser algo importante.

Quizás si los productos de la cultura -tales como la filosofía y el arte- "comienzan a ser auténticos cuando brotan
realmente de las luchas del individuo creador en las situaciones conflictivas de su propia vida".
¿Y el parentesco de la filosofía con la ciencia? La filosofía, lo mismo que la ciencia, pretende ser un modo de
saber, una actividad que nos proveería de auténtico conocimiento, y cuyos resultados podrían ser juzgados al menos
con algunos de los criterios que tienen aplicación en el campo del pensamiento científico, como el rigor, la coherencia
interna del discurso y la fuerza persuasiva de los argumentos. Esto quiere decir que si las proposiciones de la filosofía
no pueden aspirar ni a los métodos ni a la seguridad de los enunciados científicos, el discurso de los filósofos puede
parecerse al de los científicos al menos en las cualidades que acabamos de mencionar: rigor, coherencia interna y
aptitud persuasiva.

Tiene también la filosofía un parentesco con la religión, puesto que el impulso que da origen a ambas es el
mismo, a saber, el asombro, la conciencia de que hay el ser y no la nada, y de que necesitamos una explicación para
eso.
Ambas, construyen una forma de expresión de necesidades y situaciones que solo se pueden controlar por medio de
alguna forma de valoración del mundo. Por cuanto (Kolakowski) "cuando hablamos de puntos de contacto entre
filosofía y religión, nos estamos refiriendo a la naturaleza común de las situaciones que han provocado la aparición
de ambas en la cultura, y no a la afinidad en las respuestas a esas situaciones", porque, las respuestas que la
filosofía y religión dan a las preguntas que comparten son muy diferentes entre sí: si ésta responde con dogmas,
aquélla lo hace con enunciados reflexivos y críticos. Por otra parte se parecen también en que ambas suelen
proporcionarnos una imagen totalizadora de la existencia humana.
El parentesco con las ideologías políticas, ambas son expresión de determinadas actitudes y preferencias
frente a las cosas del mundo y del hombre. Además, en ambas se puede tener una actitud conservadora o crítica; o
una actitud que lleva a considerar las cosas como funciones de un todo o más bien como individualidades; o, en
fin, una actitud orientada al cambio u otra que acepta el orden establecido.

"Aunque las correlaciones entre filosofía e ideologías políticas son con frecuencia ambivalentes y enmarañadas, la
historia de la filosofía permite suponer que existe un vínculo esencial entre las posiciones filosóficas y las opiniones
políticas -no en el sentido de que estas últimas se deriven lógicamente de las primeras-, sino más bien que están
psicológicamente en mutua dependencia o que proceden de una fuente común" Kolakowski.

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