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¿Por qué pensar antes de actuar?

La sociedad actual le da un gran valor a la experiencia. Por nuestra formación en la vida cotidiana, creemos que pensar
es una actividad que nos hace perder el tiempo y que lo importante es no pensar tanto y actuar. Muchas veces
encontramos justificativos muy vivos para ello: frente a las personas que tienen hambre, frente a un accidente, frente a
los actos de corrupción o de injusticia, frente a la contaminación, entre muchos, muchos otros. Decimos que hay que
dejar de celebrar reuniones y conferencias y dedicarse a hacer, a actuar.

¿Te preguntaste alguna vez si esta in-acción, esta falta de actividad no se debe justamente a la falta de reflexión, de
pensamiento, de tener un espacio para saber qué hacer?, ¿no será -a veces- que la falta de actividad es por falta de
actividad reflexiva? Es más podríamos ahora preguntar si un Ingeniero Agrónomo no necesita muchas veces pensar
antes de actuar. Nos encontramos entonces con el tema del pensamiento y de la acción, dicho de otra manera, con el
problema de la teoría y la práctica.

La primera lectura que te proponemos es un texto que habla acerca del pensamiento y afirma que como es una
actividad típica de la filosofía, se quiere justificar por qué no es inútil pensar. Verás a lo largo de la lectura, distintos tipos
de pensamiento y los modos que ellos toman. “Los intentos de reemplazar la opinión por el conocimiento se ven
siempre frustrados por el hecho de que lo que cuenta como conocimiento filosófico ello mismo parece ser objeto de
opinión” Ante esta situación, uno se siente tentado a definir la filosofía como la disciplina en la que se basa el
conocimiento pero sólo se pueden encontrar opiniones... Pero una definición así sería inadecuada ya que no hace
justicia al carácter progresivo de la filosofía... en filosofía, como en política o en religión, estamos naturalmente
impulsados a definir el “progreso” como el movimiento hacia un consenso contemporáneo... Si esto no es progreso,
cuando menos es cambio, y comprender tales cambios es comprender por qué la filosofía, aunque condenada a fracasar
en su búsqueda de conocimiento, no es a pesar de todo "asunto de opinión".

Por qué no es inútil estudiar filosofía


¿Por qué vale la pena estudiar filosofía?
En esta época, en la que la filosofía es un saber cuestionado, muchas veces tildado de inútil, comúnmente señalado
como un saber fuera de las necesidades de los tiempos que corren, y siempre a punto de ser excluido de los programas
de estudio, parece una urgencia de la materia explicar por qué conviene cultivar la filosofía y por qué es mejor ocuparse
de ella que dejarla de lado. Entre muchas explicaciones posibles, rápidamente podemos encontrar dos razones que
muestran a la filosofía como un terreno que conviene seguir abonando, cultivando y, si es posible, hacerle rendir buenos
frutos. Podemos decirlo de este modo:
1) Por un lado, la filosofía es todavía útil en nuestro tiempo porque permite establecer diferencias entre el pensamiento
filosófico y el pensamiento periodístico o pensamiento de opinión. Una cosa es abordar un tema desde una perspectiva
filosófica y otra cosa es emitir una opinión sobre el mismo tema.
2) Por otro lado, la filosofía permite distinguir los pensamientos confusos de los pensamientos complejos.

Pensamiento filosófico y pensamiento periodístico


En la antigüedad los filósofos griegos, establecieron la distinción entre doxa y episteme.
La doxa es el pensamiento fundamentado básicamente en opiniones. En general, para los griegos este pensamiento
coincidía con el saber vulgar. La episteme, en cambio, era una forma de conocimiento vinculada al saber científico y
filosófico. Aún hoy, el ámbito de lo epistémico puede circunscribirse a los dominios del saber científico. Lo doxástico, en
cambio, tiene como lugar de circulación privilegiado los medios de comunicación y echa sus raíces en la actividad
periodística.
Entonces ¿cuál es la diferencia entre pensamiento periodístico y el pensamiento filosófico?
1) El pensamiento periodístico se acerca a los temas y a los problemas por la vía de la opinión.
La opinión suele caracterizarse por los siguientes rasgos: es ligera, apresurada, poco comprometida y el tema que la
convoca suele admitir otras tantas versiones equivalentes.
El pensamiento filosófico supone la presencia de tres propiedades que, en principio, forman parte de lo que se suele
llamar los razonamientos correctos: una propiedad es la coherencia, otra la rigurosidad en la articulación de la
exposición y la tercera partir de premisas consideradas verdaderas por la comunidad especializada en el tratamiento de
esos asuntos.

2) Para poder opinar se requieren dos cosas: la primera es "estar enterado de lo que pasa" y la segunda es haber
comprendido el suceso "por encima". Esto significa que para poder opinar es preciso ser capaz de interpretar libremente
los fenómenos sin necesidad de tener que demostrar ni explicar nada de los mismos. Como en nuestra época estos dos
requisitos no son difíciles de cumplir, todo el mundo se siente obligado a decir algo sobre lo que sea.
Sucede entonces que se confunde el saludable derecho ético de cada uno a poder opinar, con el deber de cada uno de
tener algo que decir acerca de cualquier cosa.

3) Los filósofos, siguiendo a Lyotard, trabajan con la palabra. Los periodistas usan como herramienta de trabajo también
la palabra. Los dos, filósofos y periodistas, trabajan con la misma herramienta, pero el uso, la función y la finalidad de
esa herramienta en uno y otro es substancialmente diferente.
"La palabra filosófica... no está por completo en lo que dice, no se deja -o trata de no dejarse- llevar por el impulso
autónomo de sus temas, quiere detectar las metáforas, desmenuzar los símbolos, poner a prueba las articulaciones de
su discurso y eso la lleva a formar una lengua lo más depurada posible, a buscar una lógica y axiomas rigurosos sobre los
cuales y con los cuales se pueda pronunciar un discurso sin intermitencias, sin lagunas, es decir sin inconsciente."

En esta cita aparece suficientemente claro el uso que hace el filósofo de la palabra. Por oposición podemos determinar
en qué consiste el uso de la palabra por parte del periodismo, y elaborar el siguiente cuadro comparativo.

Si no es el impulso de los temas lo que reclama la palabra del filósofo, entonces, como se pregunta Lyotard, ¿por qué
filosofar? Según este autor la respuesta a esta pregunta aparece cuando desaparecen las otras preguntas, o las palabras
de los otros: "La filosofía... comienza cuando los dioses enmudecen. Sin embargo toda la actividad filosófica se basa en la
palabra".

Hoy, se sabe, los dioses transitan por los medios de comunicación y la frecuencia de sus apariciones y la confusión de su
verborragia muchas veces saturan. Y es así cuando, tal vez, deberla aparecer la palabra del filósofo, creando un mundo
diferente de significación: en el medio de esa saturación y la vorágine de esa confusión, cuando ya no hay más nada que
decir, "la paradoja de la filosofía consiste en ser una palabra que se alza cuando el mundo y el hombre parecen haberse
callado... El filosofar comienza precisamente cuando Dios enmudece, en tiempos de desamparo, como decía Holderlin,
en el momento en que se pierde la unidad de la multiplicidad que forman las cosas cuando lo diferente deja de haber, lo
disonante de consonar; la guerra de ser armonía…"
4) Una última diferencia, en estos dos modos de pensar y de decir, radica en la lectura que en uno y otro se hace de la
verdad. Para el pensamiento periodístico, la verdad, el decir la verdad, el descubrir la verdad, es una obligación:
investiga la verdad, informa con la verdad. La verdad es "algo" a lo que hay que llegar y a lo que se puede llegar.
Para el filósofo, la verdad es siempre evasiva; es aquello que se oculta, que hay que hacer ver, pero que se escapa una y
otra vez. Para cerrar con las palabras de Lyotard, "la verdad hacia la que la palabra filosófica apunta explícitamente,
falta; y sólo es cierta en la medida en que está al margen de lo que dice, en la medida en que habla al margen".

Pensamiento complejo y pensamiento confuso


El estudio de la filosofía y la práctica filosófica pueden ser útiles también para distinguir los pensamientos complejos de
los pensamientos confusos.
Según el Diccionario:
Confundir: Equivocar, perturbar, desordenar una cosa.
Confusión: Acción y efecto de confundir, mezclar cosas diversas; barajar confusamente cosas que estaban ordenadas.
Falta de orden, de concierto y de claridad.

De acuerdo con la definición del diccionario, la confusión se genera a partir de una doble acción: por un lado la acción de
mezclar y por otro la acción de desordenar. Pero ¿qué es lo que se mezcla y qué es lo que se desordena? Podríamos
decir: se mezclan y se desordenan significados. La confusión no está en el mundo, o en los hechos, o en las personas o
en las situaciones. La confusión se instala en lo que se dice (se piensa) acerca del mundo, de las personas, de los hechos
y de las situaciones. La confusión es una distorsión del pensamiento que se explicita en el lenguaje. El mundo, los
hechos, las personas, las situaciones son complejos. En definitiva, la realidad en su conjunto es compleja. La mezcla y el
desorden de los significados que se producen a partir de lo que se dice acerca de la realidad, provoca confusión en los
sujetos. Los efectos del pensamiento confuso son la perplejidad y la desorientación que invaden a las personas y las
dispone a llevar a cabo acciones guiadas u orientadas por esos pensamientos.

¿Cuáles son los mecanismos más utilizados para generar confusión?


Mezclar sentidos, desordenarlos, es una manera de contribuir al pensamiento confuso. Pero la mezcla de los sentidos
dentro de los discursos puede producirse por:

a) La anulación de los límites entre sentidos diversos. Una forma de provocar confusión es eliminar los límites, suprimir
las diferencias o diluir las fronteras entre los significados o las representaciones. Mediante este procedimiento, la
confusión se puede instalar en distintos ámbitos. Por ejemplo, es común escuchar decir "el límite que separa lo bueno
de lo malo", "la línea que divide el buen gusto del mal gusto", "la frontera que divide lo verdadero de lo falso".
Para instalar la confusión ética, estética o epistemológica, es preciso eliminar en cada ámbito, la presencia de algún
criterio que establezca justamente algún límite, o algún marco a partir de los cuales se puede realizar algún tipo de
operación (incluso el cuestionamiento mismo del límite o del marco).

Se genera confusión a partir de la erradicación de la presencia de algún criterio que sirva para entender el significado de
las cosas o para comportarse de una determinada manera. Un criterio es un elemento que sirve para separar, para
distinguir; para valorar, para evaluar. Un criterio es, en suma, una norma, un juicio de valor, una regla, por lo tanto un
límite. En el orden de nuestras acciones asumimos que siempre es bueno tener algún criterio que nos sea útil para
determinar si es bueno o malo hacer tal o cual cosa (una inversión, por ejemplo, o una elección). Justamente a la
negación de la presencia y de la utilidad de criterios se debe el advenimiento del pensamiento confuso.

Ahora bien, el hecho de admitir que es necesario pensar o hacer siempre desde algún criterio que nos sirva como punto
de partida, o como marco para nuestra acción, no quiere decir que ese criterio sea fijo o inamovible. Una cosa es
cuestionar, criticar, modificar, o cambiar un criterio, una regla o un límite, y otra cosa es pensar o hacer, prescindiendo
totalmente de un marco de pautas que contengan u orienten el pensamiento o la acción.
Una cosa es "barajar y dar de nuevo" y otra cosa muy distinta es revolear el mazo. La diferencia radica en que, en el
primer caso, si bien no hay conformidad respecto del estado de cosas existentes en un determinado ámbito, tampoco se
discute la necesidad de mantenerse dentro de cierto criterio. Se da de nuevo, justamente, porque se acepta
implícitamente que las reglas del juego permanecen; se quiere seguir jugando. En el segundo caso, en cambio, jugar, no
jugar, o jugar a cualquier cosa, da lo mismo. En el primer caso, se reestructura el pensamiento y a partir de ahí se
reformarla el sentido de las cosas; en el segundo caso, el sentido se torna impreciso, azaroso, falto de contornos y la
primera marca de esa condición es el abandono de la idea o el concepto de criterio.

b) EI exceso de claridad. Una manera de generar pensamientos confusos es producir textos que, en apariencia, son
excesivamente claros. En general, esa "claridad" se logra a expensas de la complejidad del asunto. Es decir, para que el
problema resulte más claro, se le quita toda marca de complejidad. En pocas palabras, muchas veces confundimos o nos
confunden omitiendo aspectos relevantes del significado del tema tratado. Se supone que omitiendo aspectos se logra
claridad. El primer recurso para aclarar demasiado el pensamiento (tanto, que al final lo encandila) es un recurso formal
y la forma que adquiere generalmente es la forma del esquema. ¿En qué consiste este procedimiento? Básicamente,
tiene que ver con el hecho de suprimir elementos relevantes en la composición del objeto sobre el cual el receptor debe
formarse una idea, entender o interpretar. Esquematizar es justamente "esqueletizar" los temas, en perjuicio de la
acción que equivaldría a sustancializar los mismos. Los productores de discursos esquemáticos suelen construir
esqueletos que ayudan a interpretar el mundo, partiendo de unas pocas líneas que son las que configuran el esquema.

Entre otras cosas, los esquemas confunden también porque no sólo suprimen la sustancia del contenido sino además
porque sustituyen las relaciones o los vínculos que pueden establecerse entre los elementos componentes. En suma, la
acción de esquematizar confunde por omisión, bajo el pretexto de ser más claro o más didáctico en la presentación de
los problemas. ¿Quiere decir esto que la utilización de los esquemas es absolutamente perjudicial a los efectos de la
comprensión de un tema? Desde luego que no. Utilizar una herramienta legitima como un único recurso para entender
la realidad bajo el pretexto de hacerle ésta más clara a los otros es una manera de confundir a esos otros por la vía de la
distorsión formal de los fenómenos. Veamos ahora cuáles son los recursos que, con el propósito de brindar mayor
claridad a la emisión, hacen de esta algo veladamente confuso desde el lugar de los contenidos.

El exceso de claridad en los contenidos tiene que ver con el uso y el abuso de los lugares comunes que, a fuerza de ser
utilizados, terminan transformándose en slogans. Un lugar común es una opinión que se acepta sin revisarla y que se
instala socialmente como verdadera. Cuando el lugar común se solidifica y se instala socialmente, empieza a circular
como un slogan. El slogan es el lugar común cristalizado y utilizado indiscriminadamente para justificar por vía de la
generalización cualquier hecho o situación que admita ser mirada desde la perspectiva que ofrece el lugar común.

Para resumir: el exceso de claridad suele encandilar el pensamiento y, por esta vía, hacerlo confuso. La confusión por
exceso de claridad suele implementarse en el manejo de las formas de la expresión (esquemas, cuadros, etc.) y por la
cristalización de las formas del contenido (lugares comunes, slogans).

c) El defecto de claridad. El defecto de claridad, la ausencia de luz en la comprensión de los hechos, suele producirse por
dos tipos de excesos: el exceso de complicación y el exceso de sospecha.
En el primer caso se acostumbra a recurrir a la mezcla, al desorden conceptual y a las comparaciones forzadas. Se
mezclan situaciones cuya posterior separación exige largas y tediosas discusiones y se establecen analogías o relaciones
de comparación que suelen poner en un pie de igualdad casos, situaciones, acontecimientos que tienen pocos o ningún
punto en común. Algunas veces, un análisis prolijo y ordenado de los hechos comparados muestra a estas relaciones y a
esas analogías como inadecuadas. Es verdad que la realidad es compleja y para abordar el análisis de la realidad
compleja es necesario un pensamiento complejo. Pero un pensamiento complejo no es lo mismo que un pensamiento
complicado. El pensamiento complicado es enredarte y construye lugares que funcionan como laberintos; la salida se
escapa y uno comienza a tropezar con los propios componentes del laberinto. El pensamiento complejo, en cambio, es
vinculante, relacionante, metódico, riguroso y, en general, dispone de un marco teórico del cual parte para trabajar
sobre la complejidad del asunto. No tiene la forma de un laberinto; más bien tiene la traza de una red dentro de la cual
sus líneas se entrecruzan, se intersectan, pero no dejan a quien lo transita dando vueltas en el mismo lugar.

La otra forma de quitar luz tiene que ver con lo que comúnmente se conoce como "echar un manto de sospecha" sobre
personas, hechos o situaciones. Es la sospecha que cubre todo con el escepticismo que termina en la relativización de
todo cuanto hay y existe. Muchas veces esta postura se asume en nombre de una actitud abierta pero, al mismo tiempo,
en señal de desencanto e impotencia. El gran problema de la sospecha es que al inundar todo con su sombra impide
tener un punto, una apoyatura firme (aunque esta pueda ser provisional) para mirar el mundo, los fenómenos y las
personas. Este impedimento concluye, muchas veces, en un relativismo paralizante y desencantado.

En resumen, complicado no es sinónimo de complejo. Complicado es sinónimo de confuso. Y la duda no es lo mismo que
la sospecha. La duda nos sirve para problematizar la realidad (motivo más que suficiente para hacernos cargo del
pensamiento complejo). La sospecha sistemática conduce siempre al relativismo radical que, en general, termina en el
inmovilismo y el desencanto.

En definitiva, la filosofía, la ciencia, se hacen cargo (cada una desde su propia perspectiva) de la complejidad de la
realidad. Pero tanto la filosofía como la ciencia buscan separarse de los dos grandes obstáculos del pensamiento crítico
que presenta la comunicación y la producción de sabores de nuestra época; la opinión y los mecanismos de confusión.
Tanto la opinión como el pensamiento confuso nos instalan en la incertidumbre, bajo la apariencia de la certeza. Algunas
veces se sabe y se acepta estar confundido pero en muchas ocasiones "se vive" confundido, sin percatarse de ello. En el
marco de la opinión y la confusión ilimitadas, cultivar la filosofía puede ser una buena manera de empezar a educar el
pensamiento. Como se dice vulgarmente, la filosofía puede servir para separar la paja del trigo, o, para expresarlo de
otro modo, puede ser un buen recurso para discernir una opinión de una exposición rigurosa, sólida y coherente y
puede servir también para distinguir los pensamientos confusos de aquellos que no lo son.

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