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Dickinson O.: El Egeo. De la Edad del Bronce a la Edad del Hierro.
Belaterra. Barcelona, 2010.
Se reconoce hace tiempo que hacia el final de la fase cerámica del HR ΠΙΒ
una serie de enclaves micénicos de la Grecia continental sufrieron destruc
ciones por fuego, la mayoría, aunque no todas, devastadoras; la evidencia es
especialmente clara en el área de la Casa de la Ciudadela de Micenas (Tay-
lour, 1981: i 0) y en el palacio de Pilos. La fecha relativa de las distintas des
trucciones ha sido objeto de profundos debates, pero si bien se han detecta
do destrucciones más antiguas en varios centros importantes, como antes
apuntábamos, y algunos, como Gla, se abandonaron o se redujeron debido a
ellas, las principales destrucciones de Micenas, Tirinto y otros yacimientos
menores siempre se han fechado en aquella fase. La matización más recien
te se debe a Mountjoy (1997) quien, frente a la propuesta de Popham de si
tuar el depósito de destrucción del palacio de Pilos a principios del HR IIIB,
sostiene que el material pertenece a una fase de transición entre el HR IIIB2
y el HR IIIC antiguo (véase asimismo Shelm erdine, 2001: 375 n. 277). Esta
autora ha identificado tipos cerámicos diagnósticos pertenecientes a esa m is
ma fase de transición en depósitos de destrucción o de abandono perfecta
mente delimitados de Midea, en el Menelaion, en Nichoria, en Tebas y en
Eutresis, así como en contextos menos definidos de otros yacimientos del Pe
loponeso, Atica y Beocia. Pero estos tipos aparecen en Micenas, y quizá tam
bién en Tirinto, tanto en los depósitos de destrucción como en los estratos
inm ediatamente posteriores (sobre Micenas, French, 1999; sobre Tirinto,
Mountjoy, 1997: 117), y Demakopoulou descarta radicalmente toda datación
que no sitúe los depósitos de Midea a finales del HR IIIB2 (2003: sobre todo
91), m ientras que otros hallazgos podrían proceder de contextos posteriores
al Colapso. Así que la identificación de esta fase interm edia ha alimentado
el debate, y la discusión sirve para recordarnos que el estilo cerámico siem
pre está en proceso de cambio, que puede congelarse en distintos estadios en
distintos lugares, e incluso en distintos depósitos del mismo yacimiento. Pero
la evidencia sí insinúa, al menos, que las destrucciones ocurrieron relativa
m ente cerca unas de otras pero que, como señala Popham (1994a-, 2 8 í), pu
dieron sucederse a lo largo de un cuarto de siglo o más, y que pudieron ha
ber distintas causas y no necesariamente relacionadas. Por ejemplo, a
diferencia de Midea, el nivel de la gran destrucción de Micenas no depara
huellas de ninguna actividad sísmica (French, 1999).
Como se apuntaba en la introducción, durante mucho tiempo se vinculó
aquella serie de destrucciones, y el abandono generalizado de muchos pe
queños yacimientos asociado con frecuencia a aquellas destrucciones, a la in
vasión de los dorios y grupos afines. Schweitzer condensó la teoría tradicio
nal al hablar de dos oleadas de tribus de habla griega procedentes del
noroeste; en sus propias palabras, «aquellos dorios habrían avanzado con la
irresistible fuerza de una avalancha extendiéndose por todo el país y alte
rando el mapa de Grecia» (1971: 10). A Desborough, la idea de una invasión
desde el noroeste de Grecia le parecía la mejor explicación, pero añadía que
tras aquellas oleadas en lugar de asentarse se retiraron, porque él no hallaba
evidencia arqueológica de asentamiento. Situaba una segunda invasión pro
cedente de la misma región, esta vez con asentamiento, bastante más tarde,
y sugería que la plasmaeión arqueológica de aquella segunda oleada era su
«cultura submicénica», avalada según él por las tradiciones (1972: 22-23,
111). Snodgrass (1971: 3 11 -3 12 ) tam bién veía plausible la hipótesis doria
siempre que «la cultura material de los dorios y de otros inmigrantes fuera
básicamente indiferenciable de la de los supervivientes micénicos», algo po
sible según él. Pero también recordaba que aceptar esta versión significaría
alterar considerablemente las tradiciones que no encajaban con la arqueolo
gía, como en Laconia, donde no había huellas de nuevos asentamientos des
pués del LIR IIIB. En cambio Llooker (1976: Í73, 179) y Chadwick (1976b)
sostenían que los «dorios» y otras gentes que hablaban, dialectos grecocci-
dentales eran las clases inferiores de la población micénica, que se rebelaron
para librarse de sus amos.
La ausencia de evidencia arqueológica susceptible de indicar la llegada
de los dorios ha llevado a muchos a situar la «invasión doria» en fechas más
tardías y a explicar el Colapso por otros medios, como por ejemplo algún tipo
de movimiento popular. Bouzek (1994) se inclina por un influjo de belicosos
invasores de la Europa central, que se habrían «asentado» como clase d iri
gente y «helenizado» rápidamente en el Egeo, pero conservando una identi
dad propia en el resto de los Balcanes y en Anatolia. Según algunos autores,
este tipo de movimiento habría formado parte de una «migración masiva de
pueblos por todo el Mediterráneo oriental» (Hood, en su revisión de San-
dars, 1978 en JH S 99 [1979] 201), identificada con las actividades de los
Pueblos del Mar. Hood explicaba además las razones, afirmando que la cau
sa de aquellas migraciones fue «la fuerza: otros pueblos más fuertes que an
siaban sus tierras - una constante en la historia». En cambio Kilian (1988:
134) otorgaba a los Pueblos del Mar sólo un rol marginal, porque al bloquear
el acceso al M editerráneo oriental impidieron que los estados micénicos se
recuperaran de las pérdidas económicas sufridas por unos terremotos catas
tróficos, causantes, según él, del colapso final de unas economías palaciales
ya demasiado extensas o al borde de la bancarrota.
Muchos otros autores han optado por destacar los efectos causados por el
deterioro económico o simplemente por la propia esencia de las economías
palaciales, consideradas en general demasiado centralizadas y especializadas
y, por consiguiente, incapaces de afrontar con eficacia las consecuencias de
un gran desastre natural como una sequía o un terremoto, hipótesis plan
teada por prim era vez por Betancourt (1976). En efecto, algunos autores sos
tienen con cierta plausibilidad que hubo una serie de terremotos que ha
brían golpeado el Egeo en un lapso de tiempo relativam ente corto (Nur y
Cline, 2000) provocando un efecto acumulativo. Otros ven más bien en un
período de sequía generalizada y devastadora la causa principal del Colapso
(Carpenter, 1966; Bryson et al., 1974; Stiebing, 1980). Hooker prefiere hablar
de un desmoronamiento del control hipercentralizado alimentado por las
presiones internas y quizá también externas (1982: 216), y una de esas pre
siones, o su resultado lógico, habría sido la «revuelta campesina» que según
él estaba detrás de las tradiciones dorias. El fracaso de un sistema adminis
trativo sobrecentralizado también sería una de las principales causas según
la teoría del «colapso sistémico» que R enfrew aplicaba, entre otras, a la civi
lización micénica (1989: 133-134). M uhly a su vez interpreta el colapso
como la culminación de una crisis que se había estado gestando desde m e
diados del siglo XIII (1992: 11-12), m ientras que Tainter (1988: 202) decía
que la causa del agotamiento y en últim a instancia del colapso simultáneo
fue la espiral de competitividad entre los estados micénicos.
El esfuerzo más notable de combinar elementos de todas estas propuestas
es el de Sandars (1964), quien al principio defendió la idea de que las des
trucciones se debieron a una gran incursión armada terrestre procedente del
norte. Más tarde esta autora proponía que las sociedades palaciales egeas,
que ya conocían problemas de sobrepoblación y de agotamiento de la tierra,
se desintegraron debido a la presión de unas condiciones comerciales adver
sas, que entonces la clase dirigente micénica recurrió a las incursiones ar
madas a gran escala por tierra y por m ar para asegurar su supervivencia, y
que su actividad junto a las costas anatolias habría desalojado a muchos de
los Pueblos del Mar ([1978], 1985: 184, 187).
Recientes intentos de explicar el colapso también han tenido en cuenta la
posible implicación de los Pueblos del Mar. Drews (1993), por ejemplo, pre
senta un valioso análisis de todas las teorías planteadas hasta el momento y
propone una efectiva explicación m ilitar de lo que él denomina la «Catás
trofe» en el Egeo y en Oriente Próximo, según la cual un cambio de equipa
miento y de táctica habría perm itido a los belicosos «bárbaros» luchar con
éxito contra los ejércitos de los estados civilizados e iniciar con éxito un la r
go período de razzias hasta provocar la destrucción de muchos grandes cen
tros, principalmente en el Egeo. Popham (1994a) ofrece una explicación cir
cunstancial del colapso, como un hundimiento gradual y progresivo de la
civilización micénica, con un ataque inesperado contra Pilos a principios del
siglo XIII que en los grandes centros micénicos habría suscitado una mayor
preocupación por la defensa, seguido a mediados del siglo XIII por turbulen
cias en la Argólida, y de una nueva ampliación y un refuerzo de las defensas
en Micenas y en otros enclaves, y finalm ente, hacia el final del siglo, habría
sobrevenido la gran serie de destrucciones. Popham, por su parte, aunque
dejaba cierto margen a la guerra interestados y sus consecuencias, a la di
sensión interna y al «colapso sistémico», afirm aba que «el éxito de los ata
ques contra unos centros tan bien protegidos... habla de una fuerza m ilitar
eficaz», que él veía como una ramificación de los Pueblos del Mar y vincu
lada al Mediterráneo central (1994a: 287-288).
Sherratt ha vuelto no hace mucho a las causas económicas, y sostiene que
la posición de los palacios, dependientes del control de determinados tramos
de las rutas comerciales, se había debilitado ante la proliferación del comer
cio directo de este a oeste del Mediterráneo, «que o los evitaba o subvertía a
las poblaciones vecinas (seguramente bien dispuestas) asegurándoles que les
iría mejor sin el palacio» (2001: 258).
E l C olapso
¿Gentes nuevas?