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Vicente Palomera.
Primero. Hoy, lo que hace síntoma social, es el modo en que los males
subjetivos se reducen a trastornos individuales con etiquetas que
diagnostican nuevos síndromes o trastornos individuales, verdadero
alimento de la sociedad del simulacro que enmascara la violencia
resultante de la destrucción de las mediaciones simbólicas en los vínculos
humanos. Igual que se habla de flexibilidad laboral y deslocalización, para
disimular la libertad de aumentar la precariedad del empleo, abaratando
costes de producción con la reducción de salarios, se cuenta con la
complicidad de una psiquiatría que aporta esos nuevos modos de
diagnóstico tales como: HTD (síndrome de atención), mobbing, bullying
1.21??? y la lista imparable de etiquetas, pero ¿Qué están nombrando
esas etiquetas? Más que enfermedades o sufrimientos de un sujeto,
nombran la violencia que resulta de la disgregación, de la fragmentación,
de los vínculos sociales. Nombran el daño ejercido de un sujeto al cuerpo
de otro, al cuerpo o a la mente de otro. La violencia entre los dos de una
pareja, en el grupo de los escolares, en las relaciones laborales, en las
relaciones de grupo, de barrio, comunitarias, etcétera. No es una violencia
instituyente de un orden social represivo, sino que denuncia y desbarata
el ideal democrático al tomar al individuo sólo como un voto contable.
Para colmo, incluso las categorías del DSM, que configuran el nuevo jardín
de la locura del siglo XXI, se deciden por votación democrática. No nos
referimos aquí al jardín de el Bosco, sino al que Lacan aludió al situar la
horticultura en el fundamento de las razas. Hay razas que no son físicas y
que responden a la definición de Lacan. Cito: una raza se constituye por el
modo en que se transmiten por el orden de un discurso los lugares
simbólicos. Las razas son efectos de discurso y, si todo discurso ordena el
goce, entonces, todo orden limita el goce y, a la vez, excluye otro. Que
cada discurso determina una raza de goce, significa que determina la
homeostasis del goce de los sujetos que entran en él y que, por tanto,
condiciona el juicio de uno sobre otro. Todo juicio es fantasmático y, por
tanto, un modo de goce. Lo vemos a veces en el discurso analítico,
cuando, por ejemplo, Freud, veía que se trataba de una psicosis, concluía
en la imposibilidad de incluirlo en el discurso analítico, lo que se traducía
en una orden: empujar al sujeto hacia la salida. Sabemos ya que Freud,
Freud mismo lo dice, que esa orden responde a una intolerancia de la que
él mismo se sorprendió. Aunque clasificar supone hacer entrar el caso
singular en una especie general por motivos de racionalidad, la cuestión es
si esa racionalidad incluye o no el real del goce. Para cada clasificación, en
cada clasificación, habría que interrogar no sólo su pertinencia
nosográfica, sino también el tipo de juicio que evalúa el síntoma. La
evaluación ética de diagnóstico está en el centro de la enseñanza de
Lacan. Hay varios ejemplos de la misma. Por ejemplo, respecto a la
perversión, cuando Lacan refiere al marqués de Sade y destaca en él un
Kantísmo inconsciente. O bien, cuando habla del altruismo feroz que lleva
al sacrificio inútil en la histeria, o al hablar del egoísmo, o la fobia al deseo
del Otro en la neurosis obsesiva. Sin olvidar cuando se refiere a la ausencia
de cobardía de James Joyce en su relación con el lenguaje, cuestión esta,
central en el tratamiento de la psicosis.