Está en la página 1de 5

El racismo de los discursos.

Vicente Palomera.

Tres observaciones que, me parece, van a dialogar con lo que acaba de


leernos nuestro colega Guy Briol sobre el racismo de los discursos.

Primero. Hoy, lo que hace síntoma social, es el modo en que los males
subjetivos se reducen a trastornos individuales con etiquetas que
diagnostican nuevos síndromes o trastornos individuales, verdadero
alimento de la sociedad del simulacro que enmascara la violencia
resultante de la destrucción de las mediaciones simbólicas en los vínculos
humanos. Igual que se habla de flexibilidad laboral y deslocalización, para
disimular la libertad de aumentar la precariedad del empleo, abaratando
costes de producción con la reducción de salarios, se cuenta con la
complicidad de una psiquiatría que aporta esos nuevos modos de
diagnóstico tales como: HTD (síndrome de atención), mobbing, bullying
1.21??? y la lista imparable de etiquetas, pero ¿Qué están nombrando
esas etiquetas? Más que enfermedades o sufrimientos de un sujeto,
nombran la violencia que resulta de la disgregación, de la fragmentación,
de los vínculos sociales. Nombran el daño ejercido de un sujeto al cuerpo
de otro, al cuerpo o a la mente de otro. La violencia entre los dos de una
pareja, en el grupo de los escolares, en las relaciones laborales, en las
relaciones de grupo, de barrio, comunitarias, etcétera. No es una violencia
instituyente de un orden social represivo, sino que denuncia y desbarata
el ideal democrático al tomar al individuo sólo como un voto contable.
Para colmo, incluso las categorías del DSM, que configuran el nuevo jardín
de la locura del siglo XXI, se deciden por votación democrática. No nos
referimos aquí al jardín de el Bosco, sino al que Lacan aludió al situar la
horticultura en el fundamento de las razas. Hay razas que no son físicas y
que responden a la definición de Lacan. Cito: una raza se constituye por el
modo en que se transmiten por el orden de un discurso los lugares
simbólicos. Las razas son efectos de discurso y, si todo discurso ordena el
goce, entonces, todo orden limita el goce y, a la vez, excluye otro. Que
cada discurso determina una raza de goce, significa que determina la
homeostasis del goce de los sujetos que entran en él y que, por tanto,
condiciona el juicio de uno sobre otro. Todo juicio es fantasmático y, por
tanto, un modo de goce. Lo vemos a veces en el discurso analítico,
cuando, por ejemplo, Freud, veía que se trataba de una psicosis, concluía
en la imposibilidad de incluirlo en el discurso analítico, lo que se traducía
en una orden: empujar al sujeto hacia la salida. Sabemos ya que Freud,
Freud mismo lo dice, que esa orden responde a una intolerancia de la que
él mismo se sorprendió. Aunque clasificar supone hacer entrar el caso
singular en una especie general por motivos de racionalidad, la cuestión es
si esa racionalidad incluye o no el real del goce. Para cada clasificación, en
cada clasificación, habría que interrogar no sólo su pertinencia
nosográfica, sino también el tipo de juicio que evalúa el síntoma. La
evaluación ética de diagnóstico está en el centro de la enseñanza de
Lacan. Hay varios ejemplos de la misma. Por ejemplo, respecto a la
perversión, cuando Lacan refiere al marqués de Sade y destaca en él un
Kantísmo inconsciente. O bien, cuando habla del altruismo feroz que lleva
al sacrificio inútil en la histeria, o al hablar del egoísmo, o la fobia al deseo
del Otro en la neurosis obsesiva. Sin olvidar cuando se refiere a la ausencia
de cobardía de James Joyce en su relación con el lenguaje, cuestión esta,
central en el tratamiento de la psicosis.

Segundo. Hoy la psiquiatría está jugando su destino entre la Organización


Mundial de la Salud y la psicofarmacología, en su doble dependencia de la
política social y de la ciencia, lo que conduce al psiquiatra a pensar al
psicótico como un ser deficitario. Del lado de la salud mental, se lo sitúa
en términos de déficit de acomodación a las funciones sociales que el
orden jurídico define para todos. Del lado de la psicofarmacología, es
abordado en términos de anomalía de las funciones psíquicas, déficit
medido como grado de distancia a un patrón de evaluación sistematizado.
Todo apunta a reducir los síntomas psiquiátricos, productivos o negativos,
con los psicofármacos que se pretenden específicos. Pero, al no valorar la
implicación del sujeto en su relación con el Otro en sus fenómenos
clínicos, se puede coartar el esfuerzo de elaboración delirante, que es una
tentativa de curación, y desanimarle en su esfuerzo subjetivo, incitándole
a depositarse en manos de la prescripción médica, que aliviaría su mal,
entendido como la enfermedad en la que él no tendría parte alguna. Un
criterio capital, que los psiquiatras raramente consideran, son los efectos
secundarios de los neurolépticos de los que dan testimonio los pacientes,
como Otro imposible de soportar. Frente a ello, la posición de
psicoanalista consiste en apoyar la búsqueda del sujeto, interviniendo en
los momentos en que fracasa, en los que de nuevo padece lo imposible de
soportar de su experiencia psicótica, para aliviarlo de su relación con lo
temible que le invade. Es un hecho que cuando la palabra no basta, habrá
que recurrir a los psicofármacos, pero de modo que el sujeto los use para
orientarse mejor en su pregunta. Es lo que solicitaba Antonin Artaud.
Decía: hay una lucidez que ninguna enfermedad me arrebatará jamás, la
que me dicta el sentimiento de mi vida. Si he perdido mi lucidez, la
medicina tiene que darme las sustancias que me permitan recobrar el uso
de esta lucidez. Es decir, cuando el sujeto no dispone de recursos para
apaciguar lo que es ruinoso para él, la medicación puede darle la
posibilidad de abordar su situación con un mínimo de sedación que le
permita orientarse en lo que experimenta.

Tercero ¿El cálculo de la estructura excluye la incidencia de la causa


subjetiva singular de cada uno, donde lo incalculable tiene un lugar? Esta
pregunta es central. El psicoanálisis nos enseña que la evaluación ética del
diagnóstico supone tener en cuenta la manera en que un sujeto singular
reacciona al destino que fabrica el inconsciente. Cómo se sitúa en relación
a su verdad, al goce real. La ideología contemporánea de la contención
sintomática, al ignorar como se producen los síntomas, revela su
impotencia frente a lo que padece el sujeto, de ahí que un psicoanalista
deba estar advertido de los efectos de los psicofármacos para evaluar las
dosis que pueden beneficiar al sujeto momentáneamente, sin el riesgo de
disquinesias tardías que se manifiestan durante largo tiempo después de
suprimido el psicofármaco. Para resumir, el psicoanalista de orientación
lacaniana del siglo XXI, tiene que aprender este arte minimal, pues es un
arte más que ciencia neuroquímica. Tendrá que ser sensible a lo que cada
sujeto experimenta como efecto de la medicación, tanto para ajustarla si
está en el lugar de psiquiatra tratante, como para calibrar la prescripción
del colega que se ocupa de ella. Se trata, en suma, de estar advertidos
acerca de la conveniencia o no de los efectos de la medicación, de las
consecuencias subjetivas para un sujeto tomado en la apuesta de un
tratamiento psicoanalítico.

También podría gustarte