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UN GOCE EN EL CUERPO (Para una discusión del término "psicosomática")

LEONARDO LEIBSON

La desubjetivación es el sí mismo devuelto al estado de cuerpo que muere.


La desubjetivación fue buscada apasionadamente durante la deshumanización
del siglo XX.
La desubjetivación originaria es ser reconocido por el otro animal como un
pedazo de carne.
P. Quignard

a. La idiota de la familia

La psicosomática nace como una hija vergonzante del psicoanálisis y la medicina. Se


cuenta que fue Alexander quien empleó el término con el fin de convencer a los médicos
norteamericanos de que el psicoanálisis podía tener que ver con su práctica: una manera
de persuasión, como tantas otras.
Esa suerte de hija bastarda parece, muchas veces, la idiota de la familia. A pesar de lo
cual, o quizás por eso mismo, cabe la pregunta por su goce. Teniendo en cuenta que hay
por lo menos dos maneras de entender esta pregunta. La primera, en relación al goce
supuesto en ese fragmento de cuerpo doliente y trastornado. La segunda, apuntando al
hecho mismo de ligar en una designación a la psique y al soma; ¿no se plantea una
satisfacción en este querer fusionar ambos términos, estableciendo que habría relación
entre uno y otro?
¿De qué hablamos cuando hablamos -como analistas- de psicosomática? ¿Es esta una
categoría diagnóstica, una estructura, un fenómeno? ¿O es simplemente un error?
Como los centauros o los unicornios, la psicosomática existe, dado que hablamos de ella.
Hablar de psicosomática implica una serie de juicios acerca de lo que es psique y lo que
es soma. Pero poco dice acerca de qué pasa en cada análisis cuando este fragmento de
cuerpo doliente y trastornado hace su aparición. Cuando se lo sanciona como

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"psicosomático" parece que se le otorgara cierta especificidad a ese paciente. ¿Pero hay
alguna especificidad más allá del hecho de su designación como tal?
Esta cuestión parece tener su importancia porque puede determinar la dirección de una
cura. Trataremos de aproximarnos a estas preguntas intentando ubicarlas en relación a
la transferencia y, a partir de ahí, desplegar algunos puntos: las dificultades nosológicas,
la temporalidad en juego, el encuadramiento clínico, las relaciones con el discurso
médico.

b. ¿Qué es psicosomática? Problemas teóricos y diagnósticos

Cuando se intenta definir de manera clara y distinta qué es lo psicosomático, nos


enfrentamos con dificultades que nos llevan a callejones sin salida. Veamos cómo.
En términos muy generales, se llama psicosomática a toda aquella afección orgánica en
la que participa de alguna manera lo psíquico. Tan general es ésto que redunda de inu-
tilidad. Si tratamos de ser más precisos podemos plantear una co-existencia de una
alteración orgánica con algún "conflicto psíquico", expresión ambigua si las hay.
Tomándolo por el otro extremo, podemos hablar de que una afección era psicosomática
cuando mejora o desaparece luego de alguna intervención sobre lo psíquico. Esto puede
incluir desde un ataque de asma que cede con la administración de placebo por un
médico hasta una verruga que se cura gracias a las indicaciones de una curandera.
Lo que subyace a esta denominación es el supuesto de que hay relación entre lo psíquico
y lo somático y, previamente, que existen estos dos términos como tales.
Esta separación entre lo anímico y lo somático, planteada por Descartes como la
oposición entre pensamiento y sustancia extensa, se encuentra por doquier como uno de
los fundamentos del pensamiento occidental a partir del siglo XVII. Dice Lacan: "El acto
del cogito es el error sobre el ser, como lo vemos así también en la alienación definitiva
que resulta del cuerpo que es rechazado en la extensión; el rechazo del cuerpo fuera del
pensamiento es la gran Verwerfung de Descartes. Está signado por su efecto que
reaparece en lo real, o sea en lo imposible. Es imposible que una máquina sea cuerpo".
(J. Lacan, Seminario XV, 10-1-68.)

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Lo que Descartes separó muchos intentaron e intentan reunir. ¿Pero es que se trata de
reunir al Soma con Psiqué para que juntos hagan uno? ¿O a la medicina con la psi-
cología para que tengan un único y mismo cuerpo? ¿Se trata de que el médico y el
psicólogo se comprendan y fusionen su ciencia al servicio del hombre, unidad idéntica e
insustituible? ¿Es que existiría una medida común inalienable en este entre-dos?
La metapsicología freudiana descubre que no se trata exactamente de lo psíquico y lo
somático sino de las vicisitudes del anudamiento entre lo económico, lo dinámico y lo
tópico. Lacan llevará ese anudamiento a producirse entre real, simbólico e imaginario.

Lo que Descartes separó se funda en el error sobre el ser. Si el sujeto es lo representado


por un significante para otro significante y esto implica una falta en ser fundamental,
asimismo el cuerpo en psicoanálisis es cuerpo de la unidad ilusoria que se constituye a
partir de una falta irreductible y que se sostiene sobre el telón de fondo del fantasma de
fragmentación. No hay medida común entre el Uno y lo Otro. Por más Eros que se
intente usar para reunir la maquinaria y hacerla funcionar afinadamente, siempre
reaparece el fantasma órfico (J. Lacan, Seminario XIV, 10-5-67).
La existencia de la psicosomática como denominación expresa algo de aquel anhelo de
fusión.

Distinto es que nos consulten pacientes con afecciones orgánicas.

Retomemos la cuestión. ¿Cómo es definido el fenómeno psicosomático? Hay varias


posibilidades:
a) Según ciertas tradiciones nosológicas que incluyen, clásicamente, a diversas
entidades: asma, úlcera, colitis ulcerosa, psoriasis, hipertensión arterial, alergias varias,
etc. Esta lista puede hacerse más o menos extensa según vagos criterios clasificatorios
e incluso puede extenderse a toda entidad médica apelando al recurso de que siempre
está presente el "factor psicológico", en una concepción que se pretende totalizadora o
integradora de la persona humana.

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b) A partir de suponer la confluencia de un conflicto psíquico con una enfermedad
orgánica, o bien de la ausencia de conflicto allí donde debería estar y la aparición en su
lugar de un afección orgánica.
c) También puede intentarse definirlo negativamente o diferencialmente: un fenómeno
psicosomático no es una conversión histérica, ni un delirio hipocondríaco, ni un fenómeno
funcional ni las "somatizaciones".
Finalmente, puede definírselo a partir de aquello que lo explica: holofrase,
dificultades para establecer transferencia o para "hablar de otra cosa", la lesión orgánica.
Todas estas clasificaciones responden a un criterio descriptivo-estadístico, basado
en patrones del discurso médico-universitario. Pero por sobre todo, toman al fenómeno
como a un hecho observable, objetivable y definible como tal, sin tener en cuenta la
implicación del observador en la escena.
¿Qué valor tiene esto en la práctica analítica? Tanto como puede tenerlo, a priori,
cualquier otra clasificación psiquiátrica o médica. Uno de los efectos posibles de esta
manera de definir -que determina correlativamente un abordaje clínico- es que se termine
encontrando aquello que se pretendía demostrar, pero por el simple hecho de que está
puesto ahí, desde el inicio, por el analista mismo. Se confirma un saber para poder se-
guir identificándose con él. El problema es que lo que es idéntico a un saber
preestablecido, no es analizable; no habría posibilidad de que se produzca, en algún
momento, la destitución de ese saber.
La cuestión preliminar que debe plantearse es si hay instauración de la
transferencia dónde algo de este saber se juega, pero no para demostrarse a sí mismo
sino para ser puesto en cuestión.
Dicho de otro modo: uno de los problemas cruciales en relación a estas demandas
de análisis es si quien habla de esta afección corporal puede o no ubicarse en una
escena transferencial. Las hipótesis o teorías previas que tenga el analista no funcionan
en relación a su supuesta verdad o falsedad sino a si, además de sus teorías, el analista
puede o no incluirse en el cuadro y a la temporalidad que se juega en ésto.
La única singularidad válida para el psicoanálisis es la que se da cuando que algún
sujeto cuyo cuerpo aparece afectado le habla a un analista. Lo cual no se produce

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simplemente porque ambos coincidan en el mismo lugar y a la misma hora sino que re-
quiere de ciertas operaciones, distintas a las del acto médico.

c. La urgencia no es lo urgente

Lo urgente del cuerpo enfermo y el riesgo que esto puede suponer o imponer no son
materia de análisis en sí mismos. Cuando no hay tiempo que perder no se puede
analizar. Que no nos quedemos indiferentes frente a esto no implica que estemos
operando desde el lugar del analista.
El cuerpo presentando su afección, puesto en presente y a la vista, tiene la temporalidad
del instante de la mirada. Se sabe que padece de ésto o aquello, de lo cual se deduce
que es un psicosomático. La forma impersonal del verbo denuncia la exclusión de toda
subjetividad. Todo está a la vista.
¿Todo está a la vista? Si fuera así, no habría tiempo que perder y alguien debería operar
sobre ese algo que se ve. Esta es la temporalidad del acto médico.
Sin embargo, no todo está a la vista; hay algo que no se entiende. El médico deriva al
psicoanalista o el paciente concurre por él mismo (a veces autodefiniéndose como "un
psicosomático"). Y esto que no es evidente obliga a desarrollar un tiempo para
comprender: ser en la relación con otro, en la suposición de un saber que le atribuyo que
la pregunta comienza a circular. Hasta que se desemboca en la precipitación de un
momento de concluir ( ). Función de la prisa en psicoanálisis, de la urgencia que
anticipa una certidumbre, radicalmente distinta de lo urgente donde no hay tiempo que
perder.
No es posible analizar al organismo. En todo caso, la materia del análisis consiste en los
efectos que un órgano incorporal, perdido, produce en la ida y vuelta de la pulsión. Un
cuerpo así olvidado puede entrar en alguna historia; un cuerpo urgente no.
El tiempo lógico impregna la pura frecuencia regular del organismo; la insistencia,
significante, si es posibilitada, interfiere lo cíclico, rítmico y pendular de ese goce que
toma fijamente al cuerpo.
Para esto es menester que el analista no pueda verlo todo de un solo golpe lo cual
dejaría las cosas resueltas en el “instante de ver”; es decir, que no haga caso de lo que le

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dice la "ciencia psicosomática", que no vea un cuerpo fundido eróticamente a una psiquis.
Es menester que algo caiga de esa visión, que haya un tiempo que perder, para que el
cuadro clínico se construya.

d. Un cuadro clínico

Sabemos que la posición del analista es determinante en relación al desarrollo de


la cura. Como indicábamos antes, se puede “hacer” un psicosomático. O se puede
conducir un análisis. Son problemas diferentes.
Dice Erik Porge: "En su seminario 'De un Otro al otro' Lacan llegó a hablar hasta de
una 'coalescencia' de la estructura clínica con la transferencia y a señalar diferentes
estructuras clínicas en función de la relación del sujeto al saber, lo que se comprende si
la transferencia es un efecto del sujeto supuesto saber"1
Esta coalescencia entre estructura y transferencia implica que el analista está
incluido en dicha estructura. Agrega Porge: "La diversidad clínica no es un dato bruto, ella
es siempre más o menos, construida. ¿Qué es lo que va a especificarla como analítica?"
Lacan plantea, en el seminario XV, que el analista, "de la misma manera que Velásquez
está en el cuadro de Las Meninas" estaba ya en la historia del sujeto. Y agrega: "Eso le
dará otra manera de aproximarse a la diversidad de los casos" y, agregamos, le permitirá
tomar distancia de las clasificaciones.
Ahora bien, "no es suficiente que el analista ocupe un lugar, es necesario que sepa
hacer de ello palanca de un acto analítico" (ibídem). Justamente, lo que se plantea
clásicamente en relación a la clínica psicosomática es esta dificultad del analista. Los
pacientes llamados psicosomáticos serían, según la descripción más habitual, aquellos
que no asocian, que se restringen a hablar de su enfermedad en términos médicos,
aquellos que no creen en el analista, aquellos donde no hay fading del sujeto. En suma,
aquellos no abordables por la palabra. El problema es que si con estos pacientes no es
posible plantear algo del orden de la transferencia, quedan automáticamente excluidos

1
Porge, Erik "El analista en la historia y en la estructura del sujeto como Velásquez en 'Las Meninas'",
Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, Buenos Aires, pág. 1

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del psicoanálisis. Eso nos lleva a la aporía de que si alguien supuestamente
psicosomático entra en transferencia… quiere decir que no era psicosomático.
La dificultad está en plantear la cuestión exclusivamente del lado del paciente o,
peor aún, del lado del síntoma. La constitución de este cuadro clínico dependerá de la
mirada del analista, del punto de vista que tome. Que pueda introducirse la perspectiva
determina que el cuadro se arme. Y para que haya cuadro algo debe, además,
sustraerse. Si el analista ve al paciente con los datos de la teoría no se diferencia
demasiado del médico que ve las radiografías o los datos del laboratorio. Ambas son
resultado de una visión, en una relación que es planteada como dual (médico-paciente).
En ambos casos está excluida la dimensión de la mirada en tanto objeto perdido. La
operación analítica exige que haya algo del orden del cuadro dentro del cuadro.
La condición para que haya análisis no es tanto el tipo de alteración o daño
somático, su magnitud, o su gravedad. Se trata de si quien se encuentra afectado puede
decir algo al respecto produciéndose una enunciación. Para que esto ocurra el analista
debe proporcionar la pantalla que haga cuadro “clínico” de su enfermedad, pantalla que
se sostiene en esa mirada que no lo ve todo, soporte real de la ilusión.
Cuando los fracasos o las dificultades se justifican diciendo que el paciente tiene una falla
para simbolizar o para registrar o para asociar, se ubica y cristaliza la impotencia
exclusivamente del lado del paciente. En ese caso no puede franquearse el paso de la
impotencia a la imposibilidad necesaria en el inicio del análisis.
Si el analista ya sabe que ese paciente es un psicosomático y que por lo tanto no podrá
plantearse una transferencia, o si ya sabe que su afección orgánica es caratulable como
psicosomática y que por lo tanto responde a determinados patrones, sucede que el
analista ya sabe y que el paciente es. El cuadro está acabado pero tiene un problema: se
vuelve inútil para la dirección de la cura.
El cuadro, así acabado, acaba con todo tratamiento posible. Porque entonces no
se detecta el síntoma. Y el síntoma, en ese caso, es hablar de psicosomática.

e. La falla epistemo-somática

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Las veces que Lacan se refirió a la psicosomática lo hizo incidentalmente,
respondiendo a preguntas del público o a alguna publicación que lo implicaba y en verdad
nunca lo tomó como tema de exposición o desarrollo2. Nos detendremos en una
referencia a la psicosomática que se encuentra en la conferencia pronunciada el 16 de
febrero de 1966 titulada "Psicoanálisis y medicina" (Lacan 1966).
Dice ahí Lacan: "... si es concebible que lleguemos a una extensión cada vez más
eficaz de nuestro procedimiento de intervención en lo concerniente al cuerpo humano en
base a los progresos científicos, el problema no podría resolverse a nivel de la psicología
del médico, con una pregunta que refrescaría el término de psicosomático. Permítanme
delimitar más bien como falla epistemo-somática el efecto que tendrá el progreso de la
ciencia sobre la relación de la medicina con el cuerpo." (el subrayado es nuestro)
Lacan plantea que algo queda excluido en el discurso de la medicina moderna
influida por los avances de la ciencia y la tecnología. Eso excluido (o más bien
rechazado) lleva a esa falla epistemo-somática, una falla del saber acerca del cuerpo.
Aunque en definitiva lo excluido es algo del cuerpo mismo en tanto se desconoce que,
además de ser una máquina homeostática, "un cuerpo es algo que está hecho para
gozar, para gozar de s¡ mismo". Es la dimensión del goce, y su relación (compleja, hay
que decirlo) con el cuerpo, la que queda afuera.
Tanto la demanda del enfermo como el goce del cuerpo quedan excluidos, de
distinta manera, en la práctica moderna de la medicina. Y agrega: "aquí interviene (…) la
teoría psicoanalítica, que llega a tiempo y no ciertamente por casualidad, en el momento
de la entrada en juego de la ciencia, con ese ligero avance que es siempre característico
de las invenciones de Freud. Así como Freud inventó la teoría del fascismo antes que
este apareciese, del mismo modo treinta años antes, inventó lo que debía responder a la
subversión de la posición del médico por el ascenso de la ciencia: a saber, el
psicoanálisis como praxis.".

Proponemos que llamar “psicosomáticos” a una serie de fenómenos observables


en la clínica médica y que, por lo general, solo secundariamente arriban a la consulta
psicoanalítica, es también un efecto (sintomático) de esta falla epistemo-somática.
2
Carlos Faig se ocupa de mencionar y criticar certeramente algunas de estas intervenciones en su texto "El niño débil,
brotado y con una úlcera perforada", en Refutaciones en psicoanálisis, Ed. Alfasí, Buenos Aires, 1989, págs. 61-63.

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Este síntoma es un intento de suturar lo que esa falla epistemo-somática ocasiona
en el médico y en su praxis. Esto se presentifica cuando la demanda insistente del
enfermo provoca la desazón del médico que ve caer uno tras otro los brillos de aparatos y
teorías. Algo del sufrimiento del paciente es irreductible a esos brillos, es no encuadrable
y no diagnosticable. Entonces, se inventa un nuevo diagnóstico: "psicosomático".
A partir de ahí se intentará clasificar, delimitar, incluir o excluir. Se atribuirán, en
rápida sucesión, una serie de sentidos a este síntoma, se lo hará ego-sintónico al
discurso médico y también a los distintos modelos psicoanalíticos. Sentidos que, como
siempre, terminan por alimentar y reforzar al síntoma.
También se alimenta este síntoma del hecho de que muchos de los pacientes que
se analizan presentan mejorías e incluso curaciones de afecciones somáticas,
especialmente de aquellas refractarias a los tratamientos médicos. Curiosamente, o no
tanto, algo así ocurre con las llamadas medicinas no tradicionales o no científicas3.
Todo ésto, lejos de fundamentar a la psicosomática como categoría diagnóstica o
como estructura psicopatológica, nos habla de los efectos de esa falla epistemo-
somática.

f. Sólo se puede acabar con un problema inventando otro

¿Cuál es el problema entonces? No la "psicopatología de la psicosomática", que


supone una relación más o menos específica entre psique y soma, sino si es posible
algún acto analítico en relación a la aparición de un cuerpo enfermo. No se trata,
entonces de retroceder ante el problema sino que es necesario plantearlo como síntoma
en relación a la disyunción entre saber y goce, justamente en relación a la transferencia y
al deseo del analista.

3
Incluyo bajo esta denominación prácticas tan disímiles como la homeopatía, la acupuntura, el curanderismo, las flores
del Dr. Bach, la hipnosis, etc. Que estas prácticas también puedan publicitar sus éxitos, o sea, su eficacia terapéutica,
puede pensarse por lo menos por dos caminos: 1) la eficacia simbólica, tal como la plantea Levy-Strauss en el artículo
homónimo de Antropología Estructural. Deberíamos agregar a ésto la "cura por el amor", los efectos de sugestión que,
en rigor, están presentes en todas estas prácticas tanto como en la medicina convencional. 2) Pero también podemos
suponer que muchas de estas prácticas hacen algún lugar a la cuestión del goce. No hay que olvidar que la mayoría de
estas medicinas están influidas o sustentadas por algún tipo de doctrina mística y sabemos de la relación entre mística
y goce (Cf. para este punto "Mística, confines de la psicopatología" de E. Haimovich, en Rev. Conjetural no 19, págs. 31
y ss.)

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Es ahí que las cuestiones de la estructura de la demanda, del estatuto del goce del
cuerpo (distinguible del goce fálico), del anudamiento de los tres registros y otras más
cobran relieve e importancia.
Los analistas no disponemos de ningún saber para "aportarles" a los médicos ni se
trata tampoco de "revelárselo" a los pacientes. Si, a veces, podemos ser convocados,
será por algún síntoma, por algún "cuerpo extraño" y nuestra “misión” -si decidimos
aceptarla- consistirá, al menos inicialmente, en hacer de un organismo evidente un
cuerpo extraño que interrogue a quien lo soporta sin saberlo.

Bibliografía consultada:

Faig, C. "El niño débil, brotado y con una úlcera perforada", en Refutaciones en

psicoanálisis, Ed. Alfasí, Buenos Aires, 1989, págs. 61-63.

Lacan, J., (1966) “Psicoanálisis y medicina”, en Intervenciones y textos, Buenos Aires,

Manantial, 1985, 86-99

Lacan, J. (1966-67) Seminario XIV “La lógica del fantasma”, inédito

Lacan, J. (1967-68) Seminario XV, El acto psicoanalítico, inédito

Porge, E. "El analista en la historia y en la estructura del sujeto como Velásquez en 'Las

Meninas'", Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, Buenos Aires, pág. 1

Valas, P. "El cuerpo en la biología, la medicina y el psicoanálisis", en Vectores 4/5,

Biblioteca Internacional de Psicoanálisis, noviembre de 1988, pág. 9.

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