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LEONARDO LEIBSON
a. La idiota de la familia
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"psicosomático" parece que se le otorgara cierta especificidad a ese paciente. ¿Pero hay
alguna especificidad más allá del hecho de su designación como tal?
Esta cuestión parece tener su importancia porque puede determinar la dirección de una
cura. Trataremos de aproximarnos a estas preguntas intentando ubicarlas en relación a
la transferencia y, a partir de ahí, desplegar algunos puntos: las dificultades nosológicas,
la temporalidad en juego, el encuadramiento clínico, las relaciones con el discurso
médico.
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Lo que Descartes separó muchos intentaron e intentan reunir. ¿Pero es que se trata de
reunir al Soma con Psiqué para que juntos hagan uno? ¿O a la medicina con la psi-
cología para que tengan un único y mismo cuerpo? ¿Se trata de que el médico y el
psicólogo se comprendan y fusionen su ciencia al servicio del hombre, unidad idéntica e
insustituible? ¿Es que existiría una medida común inalienable en este entre-dos?
La metapsicología freudiana descubre que no se trata exactamente de lo psíquico y lo
somático sino de las vicisitudes del anudamiento entre lo económico, lo dinámico y lo
tópico. Lacan llevará ese anudamiento a producirse entre real, simbólico e imaginario.
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b) A partir de suponer la confluencia de un conflicto psíquico con una enfermedad
orgánica, o bien de la ausencia de conflicto allí donde debería estar y la aparición en su
lugar de un afección orgánica.
c) También puede intentarse definirlo negativamente o diferencialmente: un fenómeno
psicosomático no es una conversión histérica, ni un delirio hipocondríaco, ni un fenómeno
funcional ni las "somatizaciones".
Finalmente, puede definírselo a partir de aquello que lo explica: holofrase,
dificultades para establecer transferencia o para "hablar de otra cosa", la lesión orgánica.
Todas estas clasificaciones responden a un criterio descriptivo-estadístico, basado
en patrones del discurso médico-universitario. Pero por sobre todo, toman al fenómeno
como a un hecho observable, objetivable y definible como tal, sin tener en cuenta la
implicación del observador en la escena.
¿Qué valor tiene esto en la práctica analítica? Tanto como puede tenerlo, a priori,
cualquier otra clasificación psiquiátrica o médica. Uno de los efectos posibles de esta
manera de definir -que determina correlativamente un abordaje clínico- es que se termine
encontrando aquello que se pretendía demostrar, pero por el simple hecho de que está
puesto ahí, desde el inicio, por el analista mismo. Se confirma un saber para poder se-
guir identificándose con él. El problema es que lo que es idéntico a un saber
preestablecido, no es analizable; no habría posibilidad de que se produzca, en algún
momento, la destitución de ese saber.
La cuestión preliminar que debe plantearse es si hay instauración de la
transferencia dónde algo de este saber se juega, pero no para demostrarse a sí mismo
sino para ser puesto en cuestión.
Dicho de otro modo: uno de los problemas cruciales en relación a estas demandas
de análisis es si quien habla de esta afección corporal puede o no ubicarse en una
escena transferencial. Las hipótesis o teorías previas que tenga el analista no funcionan
en relación a su supuesta verdad o falsedad sino a si, además de sus teorías, el analista
puede o no incluirse en el cuadro y a la temporalidad que se juega en ésto.
La única singularidad válida para el psicoanálisis es la que se da cuando que algún
sujeto cuyo cuerpo aparece afectado le habla a un analista. Lo cual no se produce
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simplemente porque ambos coincidan en el mismo lugar y a la misma hora sino que re-
quiere de ciertas operaciones, distintas a las del acto médico.
c. La urgencia no es lo urgente
Lo urgente del cuerpo enfermo y el riesgo que esto puede suponer o imponer no son
materia de análisis en sí mismos. Cuando no hay tiempo que perder no se puede
analizar. Que no nos quedemos indiferentes frente a esto no implica que estemos
operando desde el lugar del analista.
El cuerpo presentando su afección, puesto en presente y a la vista, tiene la temporalidad
del instante de la mirada. Se sabe que padece de ésto o aquello, de lo cual se deduce
que es un psicosomático. La forma impersonal del verbo denuncia la exclusión de toda
subjetividad. Todo está a la vista.
¿Todo está a la vista? Si fuera así, no habría tiempo que perder y alguien debería operar
sobre ese algo que se ve. Esta es la temporalidad del acto médico.
Sin embargo, no todo está a la vista; hay algo que no se entiende. El médico deriva al
psicoanalista o el paciente concurre por él mismo (a veces autodefiniéndose como "un
psicosomático"). Y esto que no es evidente obliga a desarrollar un tiempo para
comprender: ser en la relación con otro, en la suposición de un saber que le atribuyo que
la pregunta comienza a circular. Hasta que se desemboca en la precipitación de un
momento de concluir ( ). Función de la prisa en psicoanálisis, de la urgencia que
anticipa una certidumbre, radicalmente distinta de lo urgente donde no hay tiempo que
perder.
No es posible analizar al organismo. En todo caso, la materia del análisis consiste en los
efectos que un órgano incorporal, perdido, produce en la ida y vuelta de la pulsión. Un
cuerpo así olvidado puede entrar en alguna historia; un cuerpo urgente no.
El tiempo lógico impregna la pura frecuencia regular del organismo; la insistencia,
significante, si es posibilitada, interfiere lo cíclico, rítmico y pendular de ese goce que
toma fijamente al cuerpo.
Para esto es menester que el analista no pueda verlo todo de un solo golpe lo cual
dejaría las cosas resueltas en el “instante de ver”; es decir, que no haga caso de lo que le
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dice la "ciencia psicosomática", que no vea un cuerpo fundido eróticamente a una psiquis.
Es menester que algo caiga de esa visión, que haya un tiempo que perder, para que el
cuadro clínico se construya.
d. Un cuadro clínico
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Porge, Erik "El analista en la historia y en la estructura del sujeto como Velásquez en 'Las Meninas'",
Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, Buenos Aires, pág. 1
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del psicoanálisis. Eso nos lleva a la aporía de que si alguien supuestamente
psicosomático entra en transferencia… quiere decir que no era psicosomático.
La dificultad está en plantear la cuestión exclusivamente del lado del paciente o,
peor aún, del lado del síntoma. La constitución de este cuadro clínico dependerá de la
mirada del analista, del punto de vista que tome. Que pueda introducirse la perspectiva
determina que el cuadro se arme. Y para que haya cuadro algo debe, además,
sustraerse. Si el analista ve al paciente con los datos de la teoría no se diferencia
demasiado del médico que ve las radiografías o los datos del laboratorio. Ambas son
resultado de una visión, en una relación que es planteada como dual (médico-paciente).
En ambos casos está excluida la dimensión de la mirada en tanto objeto perdido. La
operación analítica exige que haya algo del orden del cuadro dentro del cuadro.
La condición para que haya análisis no es tanto el tipo de alteración o daño
somático, su magnitud, o su gravedad. Se trata de si quien se encuentra afectado puede
decir algo al respecto produciéndose una enunciación. Para que esto ocurra el analista
debe proporcionar la pantalla que haga cuadro “clínico” de su enfermedad, pantalla que
se sostiene en esa mirada que no lo ve todo, soporte real de la ilusión.
Cuando los fracasos o las dificultades se justifican diciendo que el paciente tiene una falla
para simbolizar o para registrar o para asociar, se ubica y cristaliza la impotencia
exclusivamente del lado del paciente. En ese caso no puede franquearse el paso de la
impotencia a la imposibilidad necesaria en el inicio del análisis.
Si el analista ya sabe que ese paciente es un psicosomático y que por lo tanto no podrá
plantearse una transferencia, o si ya sabe que su afección orgánica es caratulable como
psicosomática y que por lo tanto responde a determinados patrones, sucede que el
analista ya sabe y que el paciente es. El cuadro está acabado pero tiene un problema: se
vuelve inútil para la dirección de la cura.
El cuadro, así acabado, acaba con todo tratamiento posible. Porque entonces no
se detecta el síntoma. Y el síntoma, en ese caso, es hablar de psicosomática.
e. La falla epistemo-somática
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Las veces que Lacan se refirió a la psicosomática lo hizo incidentalmente,
respondiendo a preguntas del público o a alguna publicación que lo implicaba y en verdad
nunca lo tomó como tema de exposición o desarrollo2. Nos detendremos en una
referencia a la psicosomática que se encuentra en la conferencia pronunciada el 16 de
febrero de 1966 titulada "Psicoanálisis y medicina" (Lacan 1966).
Dice ahí Lacan: "... si es concebible que lleguemos a una extensión cada vez más
eficaz de nuestro procedimiento de intervención en lo concerniente al cuerpo humano en
base a los progresos científicos, el problema no podría resolverse a nivel de la psicología
del médico, con una pregunta que refrescaría el término de psicosomático. Permítanme
delimitar más bien como falla epistemo-somática el efecto que tendrá el progreso de la
ciencia sobre la relación de la medicina con el cuerpo." (el subrayado es nuestro)
Lacan plantea que algo queda excluido en el discurso de la medicina moderna
influida por los avances de la ciencia y la tecnología. Eso excluido (o más bien
rechazado) lleva a esa falla epistemo-somática, una falla del saber acerca del cuerpo.
Aunque en definitiva lo excluido es algo del cuerpo mismo en tanto se desconoce que,
además de ser una máquina homeostática, "un cuerpo es algo que está hecho para
gozar, para gozar de s¡ mismo". Es la dimensión del goce, y su relación (compleja, hay
que decirlo) con el cuerpo, la que queda afuera.
Tanto la demanda del enfermo como el goce del cuerpo quedan excluidos, de
distinta manera, en la práctica moderna de la medicina. Y agrega: "aquí interviene (…) la
teoría psicoanalítica, que llega a tiempo y no ciertamente por casualidad, en el momento
de la entrada en juego de la ciencia, con ese ligero avance que es siempre característico
de las invenciones de Freud. Así como Freud inventó la teoría del fascismo antes que
este apareciese, del mismo modo treinta años antes, inventó lo que debía responder a la
subversión de la posición del médico por el ascenso de la ciencia: a saber, el
psicoanálisis como praxis.".
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Este síntoma es un intento de suturar lo que esa falla epistemo-somática ocasiona
en el médico y en su praxis. Esto se presentifica cuando la demanda insistente del
enfermo provoca la desazón del médico que ve caer uno tras otro los brillos de aparatos y
teorías. Algo del sufrimiento del paciente es irreductible a esos brillos, es no encuadrable
y no diagnosticable. Entonces, se inventa un nuevo diagnóstico: "psicosomático".
A partir de ahí se intentará clasificar, delimitar, incluir o excluir. Se atribuirán, en
rápida sucesión, una serie de sentidos a este síntoma, se lo hará ego-sintónico al
discurso médico y también a los distintos modelos psicoanalíticos. Sentidos que, como
siempre, terminan por alimentar y reforzar al síntoma.
También se alimenta este síntoma del hecho de que muchos de los pacientes que
se analizan presentan mejorías e incluso curaciones de afecciones somáticas,
especialmente de aquellas refractarias a los tratamientos médicos. Curiosamente, o no
tanto, algo así ocurre con las llamadas medicinas no tradicionales o no científicas3.
Todo ésto, lejos de fundamentar a la psicosomática como categoría diagnóstica o
como estructura psicopatológica, nos habla de los efectos de esa falla epistemo-
somática.
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Incluyo bajo esta denominación prácticas tan disímiles como la homeopatía, la acupuntura, el curanderismo, las flores
del Dr. Bach, la hipnosis, etc. Que estas prácticas también puedan publicitar sus éxitos, o sea, su eficacia terapéutica,
puede pensarse por lo menos por dos caminos: 1) la eficacia simbólica, tal como la plantea Levy-Strauss en el artículo
homónimo de Antropología Estructural. Deberíamos agregar a ésto la "cura por el amor", los efectos de sugestión que,
en rigor, están presentes en todas estas prácticas tanto como en la medicina convencional. 2) Pero también podemos
suponer que muchas de estas prácticas hacen algún lugar a la cuestión del goce. No hay que olvidar que la mayoría de
estas medicinas están influidas o sustentadas por algún tipo de doctrina mística y sabemos de la relación entre mística
y goce (Cf. para este punto "Mística, confines de la psicopatología" de E. Haimovich, en Rev. Conjetural no 19, págs. 31
y ss.)
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Es ahí que las cuestiones de la estructura de la demanda, del estatuto del goce del
cuerpo (distinguible del goce fálico), del anudamiento de los tres registros y otras más
cobran relieve e importancia.
Los analistas no disponemos de ningún saber para "aportarles" a los médicos ni se
trata tampoco de "revelárselo" a los pacientes. Si, a veces, podemos ser convocados,
será por algún síntoma, por algún "cuerpo extraño" y nuestra “misión” -si decidimos
aceptarla- consistirá, al menos inicialmente, en hacer de un organismo evidente un
cuerpo extraño que interrogue a quien lo soporta sin saberlo.
Bibliografía consultada:
Faig, C. "El niño débil, brotado y con una úlcera perforada", en Refutaciones en
Porge, E. "El analista en la historia y en la estructura del sujeto como Velásquez en 'Las
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