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Ficha de lectura

En la lectura de estos materiales, PRESTE ATENCIÓN a las siguientes cuestiones:

*Concepto de gobiernos autocráticos

*Concepto de régimen totalitario.

*Novedad exclusiva de las dictaduras totalitarias y sus seis rasgos distintivos.

A título de comprobación de su aprendizaje, UD. DEBIERA ESTAR EN CONDICIO-


NES DE DESARROLLAR en un examen, RESPUESTAS COMPLETAS A PREGUN-
TAS DE ESTE TIPO:

1- ¿Por qué se afirma que las DICTADURAS TOTALITARIAS son un fenómeno inédito
en la historia, y son típicas del siglo XX?

2- Explique cada uno de los SEIS RASGOS DISTINTIVOS de la DICTADURA TOTALI-


TARIA.
LAS CARACTERISTICAS GENERALES DE LA DICTADURA TOTALITARIA1
Ed. The Analysis of Political Systems, 1959, pp. 75- 77 y 86-93.

C. J. FRIEDRICH Y Z. BRZEZINSKI*

Los regímenes totalitarios son autocracias. Cuando se dice de ellos que son ti-
ranías, despotismos o absolutismos se denuncia el rasgo fundamental de tales regíme-
nes, porque todas estas palabras tienen un fuerte matiz despectivo. Cuando se autode-
terminan «democracias», que califican con el adjetivo de «populares», no contradicen
estas acusaciones, salvo en que tratan de sugerir que son buenos o dignos de enco-
mio. Si se examina el significado que los totalitaristas adjudican a la expresión «demo-
cracia popular», se verá que con ello denotan un tipo de autocracia. Los líderes del
pueblo, identificados con los líderes del partido gobernante tienen la última palabra. Sus
resoluciones, una vez decididas y aclamadas en una reunión del partido, tienen carácter
definitivo. Trátese de una norma, de una opinión, de una medida o de cualquier otro
acto de gobierno, ellos son el autokrator, el dirigente que sólo depende de sí mismo. La
dictadura totalitaria es, en cierto sentido, la adaptación de la autocracia a la sociedad
industrial del siglo XX.
Así pues, por lo que hace a su característica falta de responsabilidad ante otras
instancias, la dictadura totalitaria se parece a formas más antiguas de autocracia. Pero,
según nuestra opinión, la dictadura totalitaria constituye, históricamente, una innovación
y es sui generis. Hemos llegado asimismo a la conclusión de que las dictaduras totalita-
rias fascistas y comunistas se asemejan o, en todo caso, se parecen más entre sí que a
cualquier otro sistema de gobierno, incluídas las formas más antiguas de autocracia.
Estas dos tesis se vinculan estrechamente y deben ser examinadas conjuntamente. Se
vinculan también con una tercera, la de que la forma que acabaría adoptando la dicta-
dura totalitaria en la realidad no se corresponde exactamente con las intenciones de
quienes la crearon -Mussolini hablaba de ella, aunque dándole un sentido distinto-, sino
que ha sido el resultado de las condiciones políticas en que se encontraron los movi-
mientos revolucionarios anticonstitucionalistas y antidemocráticos y sus dirigentes. An-
tes de examinar estas proposiciones es preciso considerar una teoría muy difundida
acerca del totalitarismo.

1
Agradecemos a Humanities Press, Inc., y Routledge & Kegan Paul Ldt. el permiso para reproducir este
texto.
Se trata de una teoría que gira en torno a los esfuerzos del régimen por remode-
lar y transformar a los seres humanos bajo su control a imagen de su ideología. Como
tal, se la puede considerar una teoría ideológica o antropológica del totalitarismo. Sos-
tiene que la «esencia» del totalitarismo debe buscarse en el control total que ese régi-
men ejerce sobre la vida diaria de sus ciudadanos; más concretamente, del control que
ejerce no sólo sobre sus actividades, sino también sobre sus pensamientos y actitudes.
«El criterio particular del gobierno totalitario es la violación rastrera (sic) del hombre me-
diante la perversión de sus pensamientos y de su vida social», ha escrito uno de los
mayores exponentes de esta opinión. «El gobierno totalitario -añadía- es la idea, con-
vertida en acción política, de que el mundo y la vida social son ilimitadamente transfor-
mables». En comparación con esta «esencia», la organización y los métodos, se afirma,
son criterios de importancia secundaria. Hay que poner una serie de objeciones a esta
teoría. La primera es puramente pragmática. En tanto se trata de lograr un control total,
la intención de los totalitarismos está ciertamente destinada al fracaso: es imposible
alcanzar tal control, ni siquiera sobre los afiliados y cuadros del propio partido, y mu-
chos menos sobre la población en general. Los procedimientos específicos generados
por este deseo de control total, esta «pasión por la unanimidad», como la denominare-
mos más adelante en este análisis, son altamente significativos, han evolucionado a lo
largo del tiempo y han variado grandemente en las distintas etapas. Tal vez hayan sido
los comunistas chinos los que, con sus métodos de control del pensamiento, los hayan
llevado más lejos, pero también fueron diferentes bajo Lenin y Stalin, bajo Hitler y Mus-
solini. Aparte de esta objeción pragmática, sin embargo, surge también una de índole
comparativa e histórica, porque tal preocupación de cariz ideológico por el hombre total,
tal intención de control completo, también ha caracterizado a otros regímenes del pasa-
do, especialmente los teocráticos, como los puritanos y musulmanes. También ha en-
contrado en algunos de los más elevados sistemas filosóficos, sobre todo el de Platón,
quien aboga, por cierto, en La República, Critón o del Estado y Las Leyes, por el control
total en interés del buen orden de la comunidad política. Esto, a su vez, ha llevado a
una profunda y desgraciada interpretación totalitarista de Platón: era un autoritario, fa-
vorable a la autocracia de los sabios. La confusión ha ocasionado luego una mala inter-
pretación de ciertas formas de gobierno tiránico de la antigüedad clásica, a las que se
considera «totalitaria», sobre la base de que, por ejemplo, en Esparta «la vida y la acti-
vidad de la población entera estaban continuamente sujetas a una estrecha regimenta-
ción estatal». Finalmente, habría que definir como totalitario el orden del monasterio
medieval, porque se caracteriza por ese esquema de control total. En realidad, muchos
gobiernos «primitivos» parecen también ser totalitarios, debido a su estrecho control
sobre todos los participantes. La verdadera diferencia específica, la innovación de los
regímenes totalitarios, es la organización y los métodos que se han desarrollado y que
aplican con ayuda de los modernos artificios de la técnica con el fin de resucitar aquel
control total al servicio de un movimiento de motivaciones ideológicas, cuyo objetivo es
la destrucción y la reconstrucción totales de una sociedad de masas. Por eso es de de-
sear el uso del vocablo «totalismo» para designar el fenómeno mucho más general que
se acaba de reseñar, como ha propuesto recientemente un minucioso analista de los
métodos chinos de control del pensamiento.
La dictadura totalitaria surge entonces como un sistema de gobierno destinado a
realizar intenciones totalistas en unas condiciones políticas y técnicas modernas, como
un tipo nuevo de autocracia. La declarada intención de crear el «hombre nuevo», según
muchas informaciones, ha dado resultados significativos donde el régimen ha durado lo
suficiente, como en Rusia. En opinión de una autoridad reconocida, «los rasgos más
atractivos de los rusos, su naturalidad y candor, son los que más han sufrido». Este au-
tor considera que ello constituye «una transformación profunda y aparentemente per-
manente», a la vez que «pasmosa». En pocas palabras, la tendencia al control total,
pese a que nunca logra tal control, produce efectos humanos altamente significativos.
Los sistemas fascista y comunista evolucionaron en respuesta a una serie de
graves crisis: se trata de formas de gobierno de crisis. Aún así, no existen motivos para
suponer que los sistemas totalitarios existentes vayan a desaparecer por una evolución
interna, aunque no hay duda de que experimentan cambios continuos. Los dos gobier-
nos totalitarios que han desaparecido hasta este momento, lo han sido de resultas de
guerras contra potencias externas, pero esto no quiere decir que la Unión Soviética,
China comunista o cualquiera otra acabarán necesariamente implicadas en guerras. No
presuponemos que las sociedades totalitarias sean entendidas fijas y estáticas, sino
que, por el contrario, han padecido y padecen una evolución constante, que, presumi-
blemente engloba tanto el crecimiento como el deterioro.
Pero ¿qué decir de sus orígenes? Es evidente que los regímenes nacieron por-
que un movimiento totalitario logró dominio sobre una sociedad y su gobierno, pero ¿de
dónde procedía el movimiento? La respuesta a esta pregunta sigue siendo muy contro-
vertida. Se han intentado muchísimas interpretaciones basadas en los diversos ingre-
dientes de estas ideologías. No sólo Marx y Engels, casos obvios, sino también Hegel,
Lutero y muchos otros tienen su respectiva cuota de culpa. Sin embargo, ninguno de
estos pensadores fue, por supuesto, absolutamente totalitario, y cada uno de ellos habr-
ía rechazado estos regímenes, si se pudiese verificar tal presunción en términos de su
pensamiento. Eran hombres humanistas y religiosos de intensa espiritualidad, del tipo
que los totalitarios aborrecen explícitamente. En suma, todas esas «explicaciones»,
aunque sean muy interesantes por la luz que arrojan sobre algunos elementos específi-
cos de las ideologías totalitarias, se basan en graves distorsiones de los hechos históri-
cos. Si dejamos a un lado esas explicaciones ideológicas (que desde luego, se conca-
tenan con la teoría «ideológica» de la dictadura que hemos criticado más arriba), nos
encontramos con varias teorías genéticas también insatisfactorias.
La discusión sobre las causas u orígenes del totalitarismo recorre toda la gama
de los argumentos, desde la primitiva teoría del hombre malo hasta el de la «crisis de
nuestro tiempo». Un exámen detallado de todos los datos de que se dispone indica que
todos los factores que se han ofrecido como explicación del origen de la dictadura totali-
taria han desempeñado su papel. Por ejemplo, en el caso de Alemania, la moral y los
defectos personales de Hitler, las debilidades de la tradición constitucional alemana,
ciertos rasgos del «carácter nacional» germano, el Tratado de Versalles y sus secuelas,
la crisis económica y las «contradicciones» en un capitalismo deteriorado, la «amena-
za» del comunismo, el ocaso del cristianismo y de otras ataduras espirituales como la
creencia en la razón y la racionalidad del hombre: todos estos factores han incidido en
la configuración total, contribuyendo al resultado final. Como en el caso de otros gran-
des acontecimientos de la historia, sólo un análisis de factores múltiples podrá dar una
interpretación adecuada. Pero, en el momento actual, no podemos explicar completa-
mente el surgimiento de la dictadura totalitaria. Todo lo que podemos hacer es explicar-
lo parcialmente, identificando algunas de las condiciones antecedentes y concomitan-
tes. Repitámoslo: la dictadura totalitaria es un fenómeno nuevo; nunca antes hubo nada
parecido a ella.
El abandono de las explicaciones ideológicas -inadmisibles, sin duda, para todos
los totalitarios- abre una vía para la comprensión y el análisis de las semejanzas bási-
cas entre regímenes totalitarios, sean comunistas o fascistas. Ambos son, en los aspec-
tos de la organización y los procedimientos -es decir, en lo que hace a la estructura, las
instituciones y los procesos de gobierno- básicamente semejantes. ¿Qué quiere decir
esto? En primer lugar, que no son completamente iguales. La interpretación popular y
periodística ha oscilado entre dos extremos: algunos han afirmado que las dictaduras
comunista y fascista son exactamente lo mismo, otros que no lo son en absoluto. Este
último concepto es el que ha prevalecido en los tiempos de los frentes populares de
Europa así como en los círculos liberales de los Estados Unidos. Fue incluso más popu-
lar durante la Segunda Guerra Mundial, sobre todo entre los propagandistas de los
Aliados. Además, fue y es la línea partidista oficial de comunistas y fascistas. No es sino
natural que estos regímenes, que se conciben a sí mismos como enemigos enconados,
dedicados a la tarea de liquidarse mutuamente, adopten la opinión de que no tienen
nada en común. Esto ha ocurrido antes en la historia. Cuando protestantes y católicos
luchaban durante las guerras religiosas de los siglos XVI y XVII, era común que se ne-
garan unos a otros la condición de «cristianos» y cada cual sostenía que el otro no era
una «Iglesia verdadera». En realidad, y con la perspectiva del tiempo, ambas eran de
veras Iglesias Cristianas.
La otra opinión, de que las dictaduras comunista y fascista son exactamente
iguales, fue promovida en los Estados Unidos y Europa occidental durante la guerra
fría. Sin embargo, puede también demostrarse que no son totalmente iguales. Difieren,
por ejemplo, en los propósitos e intenciones que cada una propugna. Todos saben que
los comunistas afirman que tratan de lograr la revolución mundial del proletariado, mien-
tras que los fascistas proclamaban su propósito de establecer el predominio imperial de
una nación o raza sobre el mundo o sobre una región. Asimismo las dictaduras comu-
nista y fascista difieren en sus antecedentes históricos: los movimientos fascistas sur-
gieron como reacción frente al desafío comunista y se ofrecieron a una clase media
asustada como salvadores del peligro comunista. Los movimientos comunistas, en
cambio, se presentaron como liberadores de pueblos oprimidos por un régimen autocrá-
tico, por lo menos en los casos ruso y chino. Ambas afirmaciones no carecen de fun-
damento y tal vez fuera posible coordinarlas tratando a los movimientos totalitarios co-
mo consecuencias de la Primera Guerra Mundial. «El surgimiento [del totalitarismo] se
ha producido como secuela de la Primera Guerra Mundial y de las catástrofes políticas
y económicas que la acompañaron, así como del sentimiento de crisis vinculado a
ellas». Como tendremos ocasión de demostrar en los capítulos siguientes, existen mu-
chas otras diferencias que no nos permiten hablar de una semejanza absoluta entre las
dictaduras totalitarias comunista y fascista, pero que indican que son lo suficientemente
parecidas como para clasificarlas juntas y contrastarlas no sólo con los sistemas consti-
tucionales, sino también con tipos anteriores de autocracia.
Antes de abordar, sin embargo, estas características comunes, existe otra dife-
rencia que solían poner de relieve muchos de los que deseaban «negociar» con Hitler o
que admiraban a Mussolini y, por ello, argüían que, lejos de ser absolutamente iguales
a la dictadura comunista, los regímenes fascistas tenían que ser considerados en reali-
dad como formas autoritarias de gobierno constitucional. Es cierto que en la Italia fas-
cista sobrevivieron más formas de la anterior sociedad liberal y constitucional que en
Rusia o en China comunista. El prometedor período de la Duma se redujo a nada como
consecuencia de la guerra y la desintegración del zarismo, mientras que el período de
Kerensky fue demasiado breve y demasiado superficial como para resultar significativo
para el futuro. Análogamente, en China, el Kuomintang fracasó en el desarrollo de un
orden constitucional eficaz, aunque se constituyeron varios consejos; pero éstos sólo
eran la fachada de una dictadura militar despedazada por un localismo anárquico, epi-
tomizado en el gobierno de los señores de la guerra. En los países satélites soviéticos,
en cambio, siguen funcionando diversas supervivencias del pasado no totalitario. En
Polonia, Checoslovaquia, Hungría y Yugoslavia encontramos instituciones tales como
universidades, Iglesias y escuelas. En factible que, si se estableciera una dictadura co-
munista en Gran Bretaña o en Francia, la situación fuera similar, y que allí seguirían
actuando aún más instituciones de la era liberal, por lo menos durante un considerable
período inicial. Es precisamente este argumento el que han anticipado algunos radica-
les británicos como Sidney y Beatrice Webb. La tendencia a sobrevivir de algunos frag-
mentos aislados del anterior estado de la sociedad ha constituído una importante fuente
de interpretaciones erróneas de la sociedad totalitaria fascista, especialmente en el ca-
so de Italia. En la década de 1920 se solía interpretar el totalitarismo italiano como una
«mera» forma autoritaria de gobierno de la clase media, con trenes que funcionaban
puntualmente y sin mendigos por las calles. En el caso de Alemania, esta interpretación
errónea adoptó una forma ligeramente diferente. En los años treinta, diversos autores
trataron de interpretar el totalitarismo alemán como «la fase final del capitalismo» o co-
mo un «imperialismo militarista». Estas interpretaciones destacan la continuidad de la
economía «capitalista», cuyos líderes dominan el régimen. Los hechos, tal como los
conocemos, no se corresponden con esta forma de ver las cosas. Para quien simpatiza-
ra con el socialismo o el comunismo, era muy tentador definir la dictadura totalitaria de
Hitler única y exclusivamente como una sociedad capitalista, y por ello, completamente
opuesta a la «nueva civilización» que estaba surgiendo en la Unión Soviética. Estas
breves observaciones habrán indicado, es de esperar, por qué puede ser erróneo con-
siderar las dictaduras totalitarias analizadas como exactamente iguales o básicamente
diferentes. Por qué son básicamente semejantes es lo que queda por demostrar, y a
este argumento clave pasamos ahora.
Las características o rasgos básicos comunes a las dictaduras totalitarias que
sugerimos son seis. El «síndrome», o modelo de rasgos interrelacionados, de la dicta-
dura totalitaria se compone de una ideología, un partido único encabezado por un solo
hombre, una policía terrorista, un monopolio de las comunicaciones, un monopolio de
las armas y una economía de dirección centralizada. De éstos, los dos últimos se en-
cuentran también en sistemas constitucionales: la Gran Bretaña socialista ha centrali-
zado la dirección de la economía y todos los Estados modernos poseen el monopolio
de las armas. El que estos dos últimos elementos indiquen una «tendencia» hacia el
totalitarismo es una cuestión que desarrollaremos en nuestro último capítulo. Estas seis
características básicas, que, a nuestro entender, constituyen el patrón o modelo distinti-
vo de la dictadura totalitaria, forman un conjunto de rasgos que se entrelazan y apoyan
mutuamente, como es habitual en los sistemas «orgánicos». No se los debe considerar,
por ende, aisladamente, ni hacer de ellos el punto focal de comparaciones del estilo de
«César desarrolló una polícía secreta terrorista, por lo tanto fue el primer dictador totali-
tario», o «la Iglesia Católica ha aplicado el control ideológico del pensamiento, por lo
tanto...»

Todas las dictaduras totalitarias poseen los siguientes rasgos:

1.- Una elaborada ideología, consistente en un cuerpo de doctrina oficial que cu-
bre todos los aspectos vitales de la existencia del hombre, a la cual se supone que se
adhieren, por lo menos pasivamente, todos los que viven en esa sociedad; es carac-
terístico que esta ideología apunte y se proyecte hacia un estadio final perfecto de la
humanidad; es decir, contiene una pretensión milenarista, basada en el rechazo radical
de la sociedad existente y la conquista del mundo para la nueva sociedad.

2.- Un partido de masa único, que suele dirigir un solo hombre, el «dictador», in-
tegrado por un porcentaje relativamente pequeño de la población total (hasta un 10 por
100), con un núcleo activista apasionado e incuestionablemente entregado a la ideolog-
ía y dispuesto a ayudar de todas las maneras posibles a promover su aceptación gene-
ralizada; dicho partido se halla organizado de manera jerárquica y oligárquica, y suele
controlar la burocracia gubernamental o mantener una relación de simbiosis total con la
misma.

3.- Un sistema de terror, físico o psíquico, ejercitado a través del control del par-
tido y de la policía secreta, que apoya al partido pero también lo supervisa para sus
líderes, y dirigido, por lo general, no sólo contra algunos «enemigos» señalables del
régimen, sino contra ciertas clases de la población elegidas más o menos arbitrariamen-
te; el terror, sea de la policía secreta o de las presiones sociales dirigidas por el partido
se basa en un empleo sistemático de los métodos de ciencia moderna y más específi-
camente, de la psicología científica.

4.- Un monopolio teconológicamente condicionado y casi completo, por parte del


partido y del gobierno, sobre el control de todos los medios de comunicación de masas,
como la prensa, la radio y la cinematografía.

5.- Un control, también condicionado tecnológicamente y casi completo, del uso


efectivo de todas las armas de combate.

6.- Un control y una dirección centralizados de toda la economía, a través de la


coordinación burocrática de entidades corporativas antes independientes, que también
suele incluir a la mayoría de las demás actividades de asociaciones o de grupos.

La enumeración de estos seis rasgos, o conjuntos de rasgos, no pretende insi-


nuar que no pueda haber otros, que aún no conozcamos lo suficientemente bien. En
particular, se ha dicho que el control administrativo de la justicia y de los tribunales es
un rasgo distintivo; pero, en realidad, la evolución del totalitarismo en los años recientes
indica que tal dirección administrativa de la labor judicial puede ser considerablemente
limitada. Analizaremos asimismo el problema del expansionismo, que también se ha
propuesto como rasgo característico del totalitarismo. Los rasgos aquí delineados son
generalmente aceptados como características de la dictadura totalitaria, como lo atesti-
guan los escritos de investigadores de los más variados orígenes, incluídos los totalita-
rios.
Dentro de este amplio espectro de similitudes se dan variaciones significativas.
Algunos ejemplos al azar: en la actualidad, el partido desempeña un papel mucho más
preponderante en la Unión Soviética que durante Stalin; la ideología de la Unión Sovié-
tica está más específicamente comprometida con ciertos presupuestos, por su biblia
marxista-leninista, de lo que estaba el fascismo italiano o alemán, donde la ideología la
formulaba el mismo líder del partido; las entidades corporativas de la economía fascista
siguieron en manos privadas, en lo que atañe a los derechos de propiedad, mientras
que pasaron a ser de propiedad pública en la Unión Soviética.
Volvamos ahora al primer punto, a saber, que los regímenes totalitarios constitu-
yen una novedad histórica; esto equivale a afirmar que nunca existieron antes gobier-
nos como la dictadura totalitaria, aunque ésta guarde cierta semejanza con las autocra-
cias del pasado. Puede ser interesante examinar brevemente algunos datos que de-
muestran que los seis rasgos que acabamos de identificar faltan en gran medida en los
regímenes autocráticos conocidos históricamente. Ni los despotismos orientales del pa-
sado más remoto; ni las monarquías absolutistas de la Europa moderna; ni las tiranías
de las antiguas ciudades griegas; ni el Imperio romano; ni siquiera las tiranías de las
ciudades-Estados del renacimiento italiano; ni la dictadura militar bonapartista; ni las
dictaduras que existieron en este siglo o en el anterior, exhiben este diseño, esta com-
binación de características, aunque puedan tener uno u otro de sus rasgos distintivos.
Por ejemplo, frecuentemente se hicieron esfuerzos por organizar algún tipo de policía
secreta, pero han sido juegos de niños en comparación con el terror de la Gestapo o la
OGPU (más tarde MVD, luego KGB). De la misma manera, aunque han existido con-
centraciones tanto militares como propagandísticas de poder y control, las limitaciones
de la tecnología impidieron que se lograra el monopolio efectivo. Además, ni el empera-
dor romano ni el monarca absoluto del siglo XVIII necesitaron, por cierto, ni trataron de
crear, un partido de apoyo ni una ideología, en el moderno sentido partidista, y lo mismo
vale para los déspotas orientales. Los tiranos de Grecia e Italia pueden haber tenido
sus partidos -al de los Médicis, en Florencia, se lo llamaba lo Stato-, pero carecían de
ideología. Y, desde luego, todos estos regímenes autocráticos estaban muy lejos de los
rasgos que se enraízan en la tecnología moderna.
En buena parte de lo que antecede, se cita la tecnología moderna como una
condición importantísima para la invención del modelo totalitario. Este aspecto del totali-
tarismo es particularmente visible en el área del armamento y las comunicaciones, pero
también interviene en el terrorismo de las policías secretas, que depende de las posibi-
lidades técnicamente avanzadas de supervisión y control del movimiento de las perso-
nas. Por otra parte, una economía de dirección centralizada presupone mecanismos de
información, catalogación y cálculo que sólo puede suministrar la tecnología moderna.
En suma, cuatro de las seis características están condicionadas por la tecnología. Para
apreciar lo que los avances tecnológicos significan en términos de control político, pién-
sese sólo en el terreno de los armamentos. La Constitución de los Estados Unidos
(cuarta enmienda) garantiza a cada ciudadano el derecho de portar armas. En tiempos
de los Minutemen2 era éste un derecho muy importante, y la libertad del ciudadano la
simbolizaba una pistola sobre un corazón, como acontece todavía en la Suiza de hoy
en día. Pero ¿quién podrá «portar» armas como un tanque, un bombardero o un lanza-
llamas, por no mencionar la bomba atómica? El ciudadano como individuo, e incluso
como miembro de grupos mayores, está simplemente indefenso frente a la abrumadora
superioridad tecnológica de quienes pueden concentrar en sus manos los medios para
manejar las armas modernas y, con ello, coaccionar físicamente al conjunto de los ciu-
dadanos. Observaciones similares son aplicables al teléfono y el telégrafo, la prensa, la
radio y la televisión, y así sucesivamente. La «libertad» ya no tiene el mismo potencial
que hace cien o hace cincuenta años, cuando dependía del esfuerzo individual. Con
pocas excepciones, el avance tecnológico tiende hacia organizaciones de tamaño cada
vez mayor. En la perspectiva de estos cuatro rasgos, por ende, las sociedades totalita-
rias parecen meras exageraciones, y con todo exageraciones lógicas, del nivel tecnoló-
gico de la sociedad moderna.
Ni la ideología ni el partido tienen una relación significativa con el nivel de la tec-
nología. Existen, por supuesto, algunas conexiones, porque la conversión de las masas
que continuamente busca la propaganda totalitaria mediante el empleo efectivo del mo-
nopolio de las comunicaciones no podría darse sin ellas. Aquí puede acotarse que los
comunistas chinos, careciendo de los medios de comunicación de masas, echaron ma-
no del adoctrinamiento personal en grupos pequeños, lo cual, dicho sea de paso, les
dio la oportunidad de sustituir a la familia por esos grupos y transferir a ellos la tradición
filial. De hecho, consideran que este proceso representa la característica clave de su
democracia popular.
La ideología y el partido están condicionados por la democracia moderna. Los
mismos líderes totalitarios consideran sus sistemas como la culminación de la demo-
cracia, como la verdadera democracia que reemplaza a la democracia plutocrática de la
burguesía. Desde un punto de vista más objetivo, se diría que, por comparación con la
democracia constitucional, constituyen un tipo absolutista y, por ende, autocrático, de
democracia. De ahí que puedan nacer de esta última, pervirtiéndola. No se trata sólo de

El Minuteman era un tipo especial de miliciano de la guerra de la Independencia de los Estados Unidos,
2

que, como su nombre indica, disponía de «un minuto» para equiparse y tomar las armas, cuando alguna
emergencia venía a sacarlo de su trabajo cotidiano. (N. del T.)
que Hitler, Mussolini y Lenin3 construyeran unos partidos típicos dentro de un contexto
constitucional, si no democrático, sino que, además, la relación existente entre la pre-
ponderancia de la ideología y el papel que en los partidos democráticos desempeñan
las plataformas y otras maneras de fijar los objetivos ideológicos es a todas luces evi-
dente. Seguramente, los partidos totalitarios evolucionaron hacia un modelo marcada-
mente autoritario en respuesta a la necesidad de convertirse en instrumentos efectivos
de acción revolucionaria; pero, al mismo tiempo, sus dirigentes, empezando por Marx y
Engels, se consideraban como la vanguardia del movimiento democrático de su época,
y Stalin habló siempre de la sociedad totalitaria soviética como de la «democracia per-
fecta»; Hitler y Mussolini hicieron declaraciones parecidas. Tanto la fraternidad universal
del proletariado como con la comunidad nacional se aspiraba a reemplazar las divisio-
nes clasistas de las sociedades pasadas por una armonía total: la sociedad sin clases
de la tradición socialista.
No sólo el partido sino también su ideología nos devuelven al contexto democrá-
tico en cuyo seno surgieron los movimientos totalitarios. La ideología en general, pero
más especialmente la de índole totalitaria, implica un alto grado de convicción. Como se
ha señalado, la ideología totalitaria constituye una doctrina oficial que rechaza radical-
mente la sociedad existente, en función de una propuesta «milenaria» de una nueva
sociedad. Contiene, pues, fuertes elementos utópicos, una especie de idea de paraíso
en la tierra. Esta perspectiva utópica y «milenaria» de las ideologías totalitarias les con-
fiere una cualidad pseudoreligiosa. De hecho, suscitan a menudo entre sus seguidores
menos críticos convicciones tan profundas y devociones tan fervorosas como sólo se
encuentran en personas inspiradas por una fe trascendente. El que estos aspectos de
las ideologías totalitarias guarden algún tipo de relación con las religiones que tratan de
reemplazar, es materia opinable. Marx denunció a la religión como el opio del pueblo.
No obstante, ésta parecería una manera adecuada de definir a las ideologías totalita-
rias. En lugar de las plataformas más o menos atinadas, y dentro de ciertos límites,
críticas del estado de cosas existente de los partidos políticos comunes, las ideologías
totalitarias son perversiones de tales programas. Sustituyen a la razón por la fe, al co-
nocimiento y la crítica por la exhortación mágica. Y, sin embargo, hay que admitir que
esos mismos elementos se encuentran en la actuación de los partidos democráticos en
cantidad suficiente como para dar fe de su parentesco con sus degenerados descen-

3
El Partido Bolchevique de Lenin era, en los hechos, bastante distinto del modelo autocrático y monolíti-
co que él mismo diseñó en ¿Qué hacer?
dientes, los movimientos totalitarios. He aquí por qué hay que contemplar y analizar a
estos movimientos en su relación con la democracia que se proponen suplantar.
En este punto hay que considerar brevemente el problema del consenso. Mucho
se ha discutido sobre el desarrollo del consenso, especialmente en la Unión Soviética, y
en este sentido han salido a relucir ciertas nociones psicoanalíticas. Se dice, por ejem-
plo, que la ideología se ha «internalizado», o sea, que muchas personas, de dentro y de
fuera del partido, se han habituado tanto a pensar, hablar y actuar con arreglo a la ideo-
logía vigente que ya ni se dan cuenta de ello. Se acepten o no estas nociones, pocas
dudas caben de que se ha desarrollado un considerable grado de consenso. Ese con-
senso sienta las bases para una acción completamente distinta de la que hay que poner
en práctica cuando la hostilidad de la población es mayoritaria. Estos procedimientos
han sido el meollo de lo que se ha dado en llamar el populismo de Jruschov, en el cual
se movilizó a los cuadros inferiores y al conjunto del partido y se solicitó la participación
del pueblo (las masas). Por eso, procedimientos, aplicados también en gran escala en
la China comunista, los regímenes comunistas han venido a asemejarse más estre-
chamente a los fascistas; tanto en Italia como en Alemania, el vasto consenso nacional
permitió a la dirección asignar a los cuadros del partido una función «capilar». Como se
ha señalado en el capítulo anterior, tal consenso y los procedimientos que posibilita no
deben confundirse con los el gobierno representativo. Cuando Jruschov y Mao hablan
de cooperación, a uno le recuerdan la vieja definición que se solía aplicar adecuada-
mente a un decano autocrático de una gran Universidad del Este: «Yo pero y ustedes
co-». Hay mucho de «co-» consensual en la Rusia soviética y la China comunista, qué
duda cabe. Que ese «co» se produce a veces a regañadientes, es algo que cabe dedu-
cir de ciertos comentarios aparecidos en fuentes rusas y china. También aquí, como en
otras esferas totalitarias, existe cierto grado de oscilación, de más y de menos, que
ellos mismos tratan de minimizar hablando de «contradicciones» que se van haciendo
«no antagónicas» y que se superan en los «cambios dialécticos».

______________________________________________________________________
* Reimpreso con permiso de editores de Totalitarian Dictatorship and Autocracy, de C.
J. Friedrich y Z. Brzezinnski, Harvard University Press, 1965, pp. 3-13. Copyright 1965
by the President and Fellows of Harvard College.

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