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Un enfoque sistémico
CAPÍTULO VI
Régimen político: autoritarismo, democracia
y populismo
154
definiciones y salvedades y reservas encontraremos en el capítulo
IX.
Como señala Jiménez de Parga (1974), al hablar de régimen
político respondemos a tres preguntas concretas: (i) ¿Quién
gobierna?, (ii) ¿cómo gobierna? y (iii) ¿para quién gobierna?
Si bien podemos identificar tipos de regimenes políticos, en
sus especificidades cada uno será distinto a los demás, aunque
tengan similitudes y parentescos. En nuestro país, aunque las
constituciones provinciales son muy parecidas, no es igual el
régimen político de la provincia de La Rioja que el régimen
político de la provincia de Córdoba o el de la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires. Al mismo tiempo cada provincia tendrá un
régimen político de determinadas características en cada
momento histórico; por ejemplo en Mendoza, no ha sido
exactamente igual el régimen político de Cobos (UCR), que el de
Jaque (PJ), o el de Pérez (PJ-FPV) o el de Cornejo (UCR-C); en
igual sentido podemos analizarlo en cualquiera de las provincias
argentina o en el orden del gobierno nacional. No fueron lo mismo
los regímenes peronistas entre sí (el régimen de Perón [1949-
1955] fue distinto a su tercera presidencia [1973-1974] y distinto
al peronista de Menem [1989-1999] o de los Kirchner [2003-
2015]) ni los regímenes radicales entre sí [Irigoyen [1916-1922;
1928-1930] de Alvear [1922-1928] o al de Frondizi [1958-1962]
o al de Illia [1963-1966] o de Alfonsín [1983-1989] o al de De La
Rúa [1999-2001]).
Frente a la enorme varieadad y dinamismo que adoptan los
regímenes políticos, existen dos grandes estrategias para su
estudio: Por un lado quienes optan por focalizarse en su variedad
y especficidad son propensos a crear multiples cateogorías
(cesarismo, semidemocracias, sultanato, etc.) y adjetivaciones
(democracias delegativas, democracias limitadas, autoritarismos
competitivos, etc.) para encontrar patrones de hibridaciones y
regímenes especiales que, con el paso del tiempo, quedan
rápidamente como un ejemplo histórico. Por otro lado, quienes
buscan eludir las clasificaciones extensas y centrarse en los
aspectos más sustantivos de los regímenes suelen identificar sólo
dos regimenes políticos en la actualidad: democracias y
autoritarismos.
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realidad en forma permanente esas clasificaciones pierden
vigencia o bien incurren en un excesivo esquematismo3.
A modo de ejemplo: durante décadas el régimen soviético
de partido único fue clasificado por los autores como un tipo de
autoritarismo cuando no de totalitarismo. Sin embargo, en la
actualidad, ese tipo de régimen apenas persiste en China o Cuba
pero absolutamente traspasado por elementos de una economía
abierta y capitalista. Frente a ello, han proliferado categorías
intermedias como la de los ‘autoritarios competitivos’, usadas
hoy para pensar casos como el ruso. También en su momento
dictaduras tradicionalistas como la de Oliveira de Salazar en
Portugal o franco en España, eran típicos ejemplos de
autoritarismo, sin embargo hoy son muy excepcionales los
gobierno con esas características en el mundo occidental.
Es por ello que en este capítulo sugerimos que en vez de
manejarnos con múltiples adjetivaciones y clasificaciones de
regímenes autoritarios o democráticos, es más útil para el análisis
concreto de cada régimen optar por considerar que, dentro de lo
que podríamos denominar el par dicotómico “autoritarismo” y
“democracia” podemos deducir el mayor o menor grado de
cualquiera de los dos extremos, observando cómo operen en cada
contexto histórico y espacial concreto las múltiples y diversas
variables que se establecen tanto dentro del sistema político como
así también en la relación del sistema político con su entorno
societal. Así, podremos advertir que no hay sistemas puros o
perfectos de cada tipo de régimen, sino aproximaciones y matices
que convierten a un régimen en predominantemente democrático
o predominantemente autoritario.
Para ello proponemos la utilización del concepto de
“variable” proveniente de la teoría general de sistemas y que
entendemos como los elementos de la realidad que aumentan o
disminuyen en el tiempo y que están causalmente ligados entre si.
Esto significa el análisis de multiplicidad de elementos de la
realidad política y social que, en la medida en que aumentan o
3
A tal efecto véanse los esquemas de Raus y Raspuela (1997) respecto de las dictaduras en las que
incluye a las “pedagógicas”; o el esquema de Linz en el que incluye siete subtipos de regímenes
autoritarios.
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• Manipulación o fraude en los comicios4;
• Hegemonía de un partido único;
• Competencia abierta por los cargos;
• Sistemas electorales de arrastre;
• Utilización de las boletas “sábanas” donde el candidato
principal arrastra a otros menos conocidos hacia sus cargos
utilizando su poder electoral, en contraposición a la idea
democrática de utilizar la elección de cada candidato por
separado;
• Autonomía partidaria: es práctica común que el partido en
el gobierno intente influir o atraer hacia su esfera de
influencia a los partidarios de la oposición que no se
encuentren tan cerca de su espectro ideológico,
promoviendo distintos tipos de premios o ayudas.
Claramente, estas prácticas son autoritarias y contrarias a
las ideas democráticas;
• Facilidad para acceder a candidaturas;
• Mayor o menor nivel de restricciones para la participación
electoral: por ejemplo, con la Ley de Presupuesto Público
para las elecciones impulsada durante el gobierno de
Néstor Kirchner, se permitió el acceso de partidos más
pequeños al darles una mayor difusión y acceso a los
medios masivos de comunicación. Por ejemplo, los casos
de los diputados Nicolas del Caño y Jose Luis Ramón en
la Provincia de Mendoza.
4
Recuérdese que durante la generación del 80 en la Argentina, los gobiernos conservadores se
mantuvieron en el poder aplicando el fraude y manteniendo imposibilitado de votar a un gran
porcentaje de la población, situación que se revirtió con la ley Sáenz Peña.
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Figura nº 14: Sistema, entorno y Regimen Político. Fuente: elaboración
propia.
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Procurador del Tesoro y miembros de los Tribunales Superiores
de Justicia provinciales, disponiendo el artículo 9º del Estatuto
una nueva designación de los miembros del Poder Judicial de la
Nación y habilitando a los “Gobernadores Militares” en el
artículo 13 a efectuar lo propio.
En este tipo de régimen, existe un cuerpo normativo
reconocedor de derechos, pero ampliamente regulatorio de los
mismos, bajo los principios que inspiran la ideología gobernante
y la norma mantiene validez en tanto y en cuanto no subvierta los
principios “inspiradores” de dicha ideología. Podríamos afirmar,
también mirando el autoritarismo argentino, que incluso puede
existir una subversión del principio de supremacía constitucional
al supeditar el texto supremo a “actas” o “estatutos” del régimen
militar. El artículo 14 del Estatuto del Proceso de Reorganización
Nacional lo declara expresamente al prescribir: “Los Gobiernos
Nacional y Provinciales ajustarán su acción a los objetivos
básicos que fije la Junta Militar, al presente Estatuto y a las
Constituciones Nacional y Provinciales en tanto no se opongan a
aquellos”.
El autoritarismo como régimen político se caracteriza,
entonces, por una evolución regresiva de la democracia sobre la
base de un virtual retroceso a un “neo-absolutismo” en virtud de
la falta de transparencia en los procesos de tomas de decisiones
políticas, como así también en los supuestos de participación
democrática para la conformación de los cuerpos políticos-
electivos del Estado: o bien están absolutamente corrompidos o
bien suspendidos.
Actualmente, conforme señala Muñoz (2006), entre otros,
podemos ubicar dentro de esta categorización de gobierno a los
Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí, Irak, Irán y Palestina.
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contexto histórico e ideológico de las sociedades que la han
ejercido.
El origen del término se rastrea en la antigua Grecia,
especialmente en la Atenas del siglo V AC, donde la definición
etimológica (exactamente demokratia, demos: pueblo, kratia:
gobierno) señala “el gobierno del pueblo”. Para Robert Dahl
(1991), uno de los mayores estudiosos de la democracia durante
la segunda mitad del siglo XX, si bien este término es sencillo su
significado plantea la necesidad de dos conceptualizaciones
bastante complejas: ¿quién es el pueblo? Y ¿qué significa que el
pueblo gobierna?; las respuestas a esas preguntas configurarán en
determinado momento histórico una determinada concepción o
tipo de democracia.
En la Atenas de hace 2500 años, la “cuna de la democracia”,
la política se asocia a la autonomía, en virtud que los ciudadanos
establecen, modifican y derogan sus propias normas, lo que lleva
a configurar a la comunidad política como soberana fundada en
la igualdad de todos sus miembros -ciudadanos-1, siendo esta
igualdad y la participación en la Asamblea el fundamento de la
democracia griega.
Pese a que el origen de esta forma de gobierno la
encontramos en la antigua polis griega, paradójicamente los dos
máximos exponentes filosóficos de Atenas, Platón y Aristóteles,
la consideraron una degeneración de las formas puras de
gobierno, una “forma impura”.
Partiendo del concepto platónico de Justicia, “hacer cada
uno lo suyo según su propia naturaleza”, en términos de Platón:
“(…) Y a la inversa, diremos: la actuación en lo
que les es propio de los linajes de los
traficantes, auxiliares y guardianes, cuando
cada uno haga lo suyo en la ciudad, ¿no será
justicia, al contrario de aquello otro y no hará
1
Téngase presente que el concepto de ciudadano difiere del concepto actual. En las antiguas polis
griegas el ciudadano era el varón libre, mayor de edad y con ejercicio del derecho de propiedad.
Los esclavos, las mujeres y los que perdieron la ciudadanía, no podían ejercer derecho político
alguno en la Asamblea. [Mismo criterio se seguirá en el Imperio Romano quien sólo consideraba
ciudadano a quienes gozaban del pleno “Caput”, es decir, la plena capacidad jurídica].
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política mundial a la hora de configurar el sistema de gobierno de
los incipientes Estados modernos.
El advenimiento del liberalismo en pleno siglo XVII
implicó una nueva forma de percibir la política, sobre la base de
las libertades individuales, el respeto a la vida, al culto, la
propiedad de los ciudadanos y el límite al poder punitivo del
Estado (fundamentos del constitucionalismo liberal). Los
postulados del liberalismo (político y económico) reconfiguraron
el concepto de democracia haciendo ésta propios los postulados
del liberalismo.
El liberalismo, al poner en el centro del pensamiento al
hombre en sí mismo, condujo a una nueva configuración de la
política. La influencia de la doctrina contractualista fue la de
aportar una teoría sobre el origen del poder político: la soberanía
popular es el fundamento de la democracia, puesto que el poder
reside en el pueblo y en libertad pactan crear al Estado para
regular el cuerpo social, más allá de las variantes sobre el origen
del estado de naturaleza y el fin del Estado; consecuentemente
con ello, el hombre es el centro de la vida política.
El utilitarismo de Bentham y Mill y el liberalismo
económico de Smith también influenciaron en el modo de
concebir la sociedad y especialmente al hombre como impulsor
de los cambios económicos, culturales y políticos. El hombre, en
su camino al ethos de la felicidad (vista como un derecho y un fin
en sí mismo) posee derechos naturales inalienables respecto de
los cuales el Estado es un garante y protector de los mismos.
El liberalismo político, con una clara influencia
rousseneana, incorpora al concepto de democracia una teoría no
democrática que es la de representación política, dando origen a
una reelaboración del concepto y percepción práctica de la
democracia ya no como una democracia directa (como en su
praxis griega originaria) sino como una democracia indirecta o
representativa. Con esta nueva configuración se extiende la
práctica democrática no sólo a los “pequeños estados”, sino que,
conforme lo señala Dahl (1991), su praxis se extiende a grandes
conglomerados humanos.
Para el ejercicio de este “nuevo elemento” de la
representación política, ya sea por vía constitucional o por vía
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lado, las teorías elitistas de la democracia -sobre todo la teoría de
Shumpeter- y luego, desprendida de ésta, una teoría pluralista de
la democracia, impulsada entre otros por Robert Dahl. Ambas
teorías comparten el propósito de ser “teorías empíricas” de la
democracia, pues en lugar de pensar en términos de lo que la
democracia “debería ser”, buscaban reflexionar sobre lo que ésta
realmente era. Veamos ambas perspectivas.
Shumpeter planteó una crítica de la teoría clásica de la
democracia por considerarla fundada en dos supuestos erróneos:
el de ‘interés común’ y el de ‘voluntad general’. Schumpeter parte
del supuesto de que los ciudadanos son sujetos racionales capaces
de establecer sus preferencias, las cuales necesariemente difieren
entre sí (tanto en términos de fines como de medios). Para
Schumpeter la idea de bien común es engañosa, lo que existen son
las preferencias individuales y éstas, necesariamente, entran en
conflicto entre sí dada su enorme variedad y complejidad en
sociedades plurales y masivas. Incluso considera que la idea de
que existiría un ‘bien común’ que subsuma todas las diferencias
individuales es potencialmente totalitaria.
A este problema de la inexistencia del bien común,
Schumpeter agrega la dimensión elitista de las democracias
representativas -el pueblo no gobierna de modo directo sino que
elige “representantes”, elites dirigentes para que gobiernen en su
nombre-, siguiendo la tradición de los teóricos del ‘elitismo
político’ como Pareto o Mosca, y sostiene que lo que la teoría
clásica llama “voluntad general” está inexorablemente
manipulada “desde arriba”.
Tomando lo anterior, Schumpeter consdiera que la
particularidad de la democracia como régimen político estaría en
el método por el cual se seleccionan a las élites, haciendo que
éstas compitan entre sí para acceder al poder. Por ello, para este
autor, que será de inspiración de muchos pensadores y políticos
posteriores, la política democrática puede pensarse como un
mercado en el que los partidos ofrecen programas de gobierno y
los ciudadanos, como los consumidores de ese mercado, eligen
aquellos que consdieran que mejoraran su propio interés. La
valoración de la democracias, entonces, está en ponderar en qué
medida en estas se da genuinamente una competencia libre.
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decisiones políticas que implique la participación activa de los
potencialmente afectados por dichas decisiones y que, basando en
el principio de deliberación, implica la argumentación y decisión
pública de dichas propuestas.2
En este sentido, Velazco (2009: 78) expresa: "(…) La
noción de democracia deliberativa puede ser entendida como
referente normativo – una constelación de principios y exigencias
(…) desde donde evaluar el acontecer ordinario de los asuntos
relativos al poder respecto de una meta definida previamente.
Conforme a ella, toda normatividad reguladora de la vida social
ha de pasar por el filtro de una deliberación racional intersubjetiva
para de este modo poder alcanzar un status de legitimidad
democrática (…)”.
Este derrotero por algunas teorías de la democracia no
busca agotar las mismas, ni siquiera las más importantes. Más
bien, el propósito es dar cuenta de las múltiples perspectivas sobre
la democracia, destacanto que si bien su significado etimológico
es más bien simple, y que incluso todos los ciudadanos de
regímenes democráticos nos damos una idea de qué entendemos
por democraica, lo cierto es que el concepto de democracia es
ciertamente polisémico y admite múltiples miradas las cuales, a
su vez, se traducen en modelos políticos muy distintos entre sí.
IV. Populismo
La política latinoamericana está transitando, desde fines del siglo
XX y principios del siglo XXI, una etapa política caracterizada
por la progresiva instalación de gobiernos con marcado
pronunciamiento “popular” en varios países, especialmente del
cono sur americano, reflotando o reinventando un régimen
político típico de mediados del Siglo XX: “el populismo”.
En este punto intentaremos volver a situar este
controvertido régimen, fenómeno que, como observa Raus
(2010), titulariza dos definiciones cuasi paradójicas: por un lado,
2
En Argentina, por ejemplo, la reforma de 1994 introdujo los institutos de democracia semi-
directa, en los artículos 39 y 40 (consulta e iniciativa popular) y en algunas constituciones
provinciales: audiencias públicas y revocatoria popular de mandato.
171
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de gobiernos autoritarios, especialmente militares, como ocurrió
en Argentina en 1930.
En el contexto de profunda crisis económica global las
respuestas fueron disímiles: en Europa auge y acrecentamiento de
los regímenes totalitaristas de Hitler, Mussolini y Franco; en la
URSS el acrecentamiento del poder bolchevique; en EE.UU la
aplicación de las políticas keynesianas y en Latinoamérica el
surgimiento de varios regímenes autoritarios que desencadenaron
gobiernos populistas.
El contexto de crisis implicó el comienzo de políticas
económicas de industrialización por sustitución de importaciones,
algunas ya iniciadas como consecuencia de la 1ª Guerra Mundial.
El modelo de industrialización implicó una reconfiguración del
tejido social y económico de los países latinoamericanos, con una
fuerte migración del campo a la ciudad y el desarrollo de un sector
obrero asalariado urbano que cambió radicalmente la fisonomía
urbana de estos países. Empero, la precariedad laboral y la
pobreza estructural fueron dos factores determinantes que
marcaron la expansión de demandas sociales que
progresivamente fueron dominando el escenario de la
beligerancia política y social de la época.3
En este contexto emergerán las primeras experiencias de
gobiernos populistas, marcadas, entre otros aspectos que veremos
más adelante, por su énfasis en la provisión de beneficios
estructurales (empleo, mejoramiento de salarios y condiciones de
trabajo, legislación laboral protectora, políticas sociales,
empoderamiento de sindicatos, mejoramiento sustancial del
consumo material, posibilidades de la capacidad de ahorro) hacia
este nuevo actor social, la clase obrera asalariada urbana, que se
convertirá en el sustrato sociológico en el que se sustenta el poder
de los movimientos populistas de la época, ya que no sólo
convierte a ese actor social en un sujeto de derecho (con una
fuerte protección estatal), sino que lo posiciona en la escena
política que siempre le estuvo vedada.
3
Sin embargo, es importante aclarar que el proceso de sustitución de importaciones y populismo
no van necesariamente de la mano, toda vez que, en algunos países como Brasil, el proceso de
industrialización por sustitución comenzó varios años antes de la consolidación del populismo.
Incluso, en países como Ecuador y Perú, no hubo relación alguna entre el populismo e
industrialización sustitutiva.
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económico formal; sectores que tuvieron una homogeneidad
social que emanaba de una situación histórica estructural de
exclusión de todos los ámbitos, educativos, castrenses,
económicos, culturales, y que en su generalidad se hallaban
situados en pequeños poblados alejados de centros urbanos, o
bien en la periferia de las mismas. La implantación del populismo
reconfiguró todos los ámbitos sociales tradicionalmente ocupados
por las élites oligárquicas, ampliando así el acceso a todos los
sectores sociales tradicionalmente excluidos de su acceso.
Otra característica del populismo, conforme señala Panizza
(2008), es la importancia del Líder político. En este sentido, de la
Torre (1994) señala que este líder se identifica con la totalidad de
la patria, la nación o el pueblo, en su lucha contra la oligarquía,
de manera tal que su presencia encarna los deseos del pueblo con
el cual se identifica, configurando una relación casi mística que
llevó al ensalzamiento de la figura del líder. En Argentina, por
ejemplo, encontramos este misticismo en la identificación de
Perón como el primer trabajador, el gran conductor, el gran
argentino, el varón argentino, y en Eva Perón como la jefa
espiritual de la Nación.
El populismo latinoamericano unió a la figura del líder a los
íconos culturales de las sociedades. Perón, con el libertador San
Martín y el protector Juan Manuel de Rosas; Eva Perón, con la
“Virgen Dolorosa”. Marysa Navarro (en de la Torre 1994: 8)
caracteriza el mito de Eva Perón en los siguientes términos:
“(…) Rubia, pálida y hermosa, Evita era la
encarnación de la Mediadora, una figura como
la Virgen María que pese a su origen social, por
su proximidad compartía la perfección del
Padre. Su misión fue amar infinitamente, darse
a los otros y “consumir su vida” por los demás,
punto que se hizo dramáticamente literal
cuando se enfermó de cáncer y rehusó
interrumpir sus actividades. Fue la Madre
Bendita, escogida por Dios para estar cerca del
líder del nuevo mundo: Perón. Fue la madre sin
hijos que se convirtió en la Madre de todos los
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cultura reverencial al líder e incluso la disposición a dar la vida
por éste.4
Similar fue proceso en Brasil con la “samba”: el hombre
mestizo como símbolo de la unidad nacional comenzó a
representarse como un hombre cordial, amigable, feliz, trabajador
y ese es el estereotipo que comienza a difundirse puesto que es el
“prototipo” de brasilero popular que Getulio Vargas tomará en su
discurso nacionalista con una finalidad de integración de la clase
popular a las estructuras políticas y económicas del país: ese
brasilero mestizo será el símbolo perfecto de la unidad nacional
(Reily, 2003). Coetáneamente, el surgimiento de la samba le fue
funcional a esa visión antropológica populista y será la encargada
a través de las voces populares y la radio estatal a difundir
masivamente a través de las canciones ese mestizo amigable,
trabajador del que hablaba el líder Vargas.
En México, en cambio el populismo cardenista tomó como
elemento cultural masivo el cine al que le dio un gran auge a partir
de la producción de cortometrajes y luego películas
propagandísticas del régimen y del presidente Cárdenas.5
Siguiendo a de la Torre (1994), al culto al líder se le
adicionan, también, los obstáculos para tener éxito, el sacrificio y
el desinterés personal del líder, los riesgos y la importancia de la
acción para los seguidores son elementos que generaron esta
relación de liderazgo carismático. En Argentina, por ejemplo,
Perón era el “glorioso conductor”, el “cóndor gigante” que
encarga la protección y guía del pueblo. Eva Perón, luego del
“renunciamiento histórico” será la gran mujer, la capitana, la
humilde, la sierva, la sufriente, la jefa espiritual.
Panizza (2008), siguiendo a Laclau, señala que puesto que
la unidad simbólica del pueblo requiere homogeneizar
identidades heterogéneas, este proceso alcanza un punto en que la
función unificadora sólo puede ser cumplida por un hombre: el
líder. En este sentido, encontramos que el “discurso del líder”
4
En Evita Capitana: “brindaremos nuestra vida por Perón” “por Perón y por Evita la vida queremos
dar”. En la Descamisada: “Yo soy la descamisada, que si es necesario un día, hasta la vida daría
por Evita y por Perón”; “Soy la mujer argentina, la que nunca se doblega, y la que siempre se juega
por Evita y por Perón”.
5
En este sentido Vidal Bonifaz (2010) explica claramente cómo creció la industria cinematográfica
a partir de las producciones nacionalistas cardenistas.
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excelencia de difusión (tanto Perón en Argentina como Gaitán en
Colombia se valieron de la radio para la llegada masiva a los
hogares obreros). En Argentina, el cine también fue un aliado a
través del noticiero cinematográfico “Sucesos Argentinos”
Vinculado a esto, otra característica del populismo
latinoamericano es la transformación cultural que atrajo
aparejado en base a la traspolación de usos, costumbres y bagajes
culturales propios de las poblaciones rurales migrantes a la
ciudad. Lo peculiar es el “choque” y no la subsunción de culturas:
la cultura de la urbe, frente a la “nueva” cultura de las masas
asalariadas, “arrabaleras”, que traían consigo formas de vida,
costumbres, giros lingüísticos, representaciones estéticas,
musicales, religiosas y las vivían en el espacio urbano.
Con todo, un razgo fundamental del populismo es la
dualidad entre democracia y autoritarismo. En cuanto a la fuerte
incorporación de los sectores sociales excluidos al sistema
político-institucional y económico, colocándolos como sujetos
titulares de derechos (sobre esta consideración volveremos en
párrafos siguientes), ya sea a través de la expansión del voto
(Argentina, por ejemplo “universaliza” el voto permitiendo el
voto femenino en 1952) y el acceso a cargos públicos electivos,
como así también la universalización de la educación primaria,
secundaria y universitaria, sin duda alguna el populismo es
altamente democratizante.
Pero, no obstante, la “irrupción” política se desarrolla a
través de movimientos fuertemente ligados con líderes
carismáticos, varios de ellos de tradición militar, que en muchos
casos acceden al poder mediantes golpes de Estado o imparten en
su ejercicio claras practicas autoritarias y violatorias de derechos.
Al plantear el populismo una visión maniqueísta de la realidad, la
visión política y social de la realidad es dividida en campos
antagónicos, por lo que no permite el reconocimiento del “otro”,
que es reducido a la encarnación del mal del pueblo. Esas
determinaciones antipluralistas impiden la consolidación del
juego democrático liberal, toda vez que en ese conflicto
ideológico no hay lugar para el diálogo y el reconocimiento
mutuo, sino para la exclusión y el advenimiento del adversario en
enemigo.
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conceptualizar, por ello en lugar de buscar una definición
concluyente, optamos por presentar los mútiples elementos en
tensión para su comprensión. A continuación, en la tabala nº 3, se
presentan algunas conceptualizaciones que se han esbozado sobre
el populismo, sintetizadas por Cisneros (2012):
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Siguiendo esta línea, De la Torre (2013) señala que existen
dos tipos distintos de neopopulismos, el neoliberal de la década
de 1990 con los gobiernos de Fujimori, Menem y Bucaram, y el
populismo radical la década de 2000 en donde se encontrarían
Chávez, Correa y Morales. Estos últimos se asemejan más en
estilo y políticas al populismo clásico de mediados de siglo.
En un intento por arrojar luz sobre la cuestión de esta
aparente variación dentro de los populismos, Viguera (1993)
sostiene que existen dos dimensiones que nos pueden ayudar a
esclarecer este análisis: una, según el tipo de participación y
movilización política, y la otra, según las políticas sociales y
económicas implementadas. Partiendo de este análisis, Svampa
(2016) sostieen que esto nos permitiría ver cómo en
neopopulismo de los 90 se centró en la primera, siendo un
populismo “unidimensional”, o de “baja intensidad”, y los
neopopulismos “radicales” de los 2000 desarrollaron ambas
dimensiones del régimen populista, siendo por ello populismos de
“alta intesidad” en los que el parecido de familia con los
populismos tradicionales es más claro.
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plebiscitaria o manipulativa de la democracia, deberían
considerar el genuino soporte popular que gozan los líderes
populistas y dejar de apelar a argumentos antidemocráticos sobre
la ignorancia del pueblo o la sinrazón de las masas.
Debido a esto, en este trabajo optamos por presentar al
populismo no como una desviación ni una realización plena de la
democracia, sino como un tipo de régimen político específico que
debe ser comprendido bajo su propia lógica y juzgado en cada
caso en particular, pues puede adoptar manifestaciones más
democráticas o más autoritarias.
1
Fragmento de una entrevista realizada el 4 de agosto del 2002. Accesible en:
http://ve.scielo.org/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1012-25082005000100008. Última
consulta: 1 de febrero del 2020.
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