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Título de la ponencia.

“Crisis de la democracia liberal en la era del gobierno


neoliberal”
Autor: Matías L. Saidel
Correo electrónico: matiaslsaidel@gmail.com
Pertenencia institucional: CONICET-UCSF-USAL-UNR
Mesa redonda: "La democracia en debate: intervenciones desde la filosofía política
contemporánea"
Área temática sugerida. Teoría y filosofía política
Resumen:
La imposición progresiva de una razón gubernamental neoliberal a nivel global supuso la
conformación de una serie de dispositivos de control que venían a complementar las lógicas
de gobierno y producción de subjetividad dominantes en un marco de auge del post-
fordismo y del capitalismo financiero global, redefiniendo las funciones de los Estados y
sus formas de gobierno. En ese marco, intentaremos abordar algunas de las tensiones que
encontramos entre el predominio del neoliberalismo como razón gubernamental dominante
y la propia democracia liberal basada en la soberanía popular como fuente de legitimidad
del poder político.

Trabajo preparado para su presentación en el XI Congreso Nacional y IV Congreso


Internacional sobre Democracia, organizado por la Facultad de Ciencia Política y
Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Rosario. Rosario, 8 al 11 de
septiembre de 2014

Introducción
En las últimas décadas hemos asistido a la imposición progresiva de una razón
gubernamental neoliberal a nivel global al mismo tiempo que se iban constituyendo toda
una serie de dispositivos de control que venían a complementar y en cierto modo suplantar
la lógica de gobierno y producción de subjetividad dominantes en las «sociedades
disciplinarias».1 Todo ello coincidió, no casualmente, con el paso, en nodos centrales para
el capitalismo contemporáneo, al post-fordismo —con la consabida hegemonía del trabajo
inmaterial— y la constitución a nivel político global de una nueva forma de ejercicio del
poder en el que las formas de gobierno y dominación económicos tienen un rol
preponderante. Además de las implicancias que esta «gran transformación» ha tenido en los
dispositivos de control que han ido imponiéndose en el ámbito de la subjetividad y en las
formas de funcionamiento del poder en las sociedades neoliberales, estos procesos afectan a
la democracia liberal que gran parte de los países occidentales dicen practicar y sostener.
La democracia liberal, que es presentada como fórmula política triunfante y non plus ultra
de la historia, aparece así cuestionada por distintos procesos internos y externos. Por un
lado, la aplicación de políticas económicas neoliberales, en conjunto con la financiarización

1
Adoptamos esta distinción en términos analíticos y no cronológicos, ya que, como queda claro en Foucault,
la aparición de nuevas formas de poder no implica la desaparición de las precedentes.

1
de la economía global, implicó una redistribución hacia arriba del poder político y de los
recursos económicos en desmedro de las clases populares y medias. Por otra parte, la
gubernamentalidad neoliberal supone un control tecnocrático de la política que menoscaba
la participación popular, reduciendo al ciudadano al rol de mero cliente de la
administración que debe limitarse a convalidar decisiones tomadas por una oligarquía de
expertos. Además, los dispositivos de control cada vez más sutiles e insidiosos van
desdibujando el ámbito inviolable de lo privado y de la autonomía individual, sagrados para
la concepción liberal. Por si fuera poco, la difusión de formas policíacas de vigilancia y
control de los cuerpos y sus movimientos y la suspensión de garantías constitucionales para
defender a la población de sus supuestos enemigos, minan los propios valores y reglas —
como libertades y derechos civiles básicos— que esa democracia liberal afirma defender.
Es más, han sido los «grandes defensores de la democracia liberal» quienes primero han
abogado por contener la participación política y, posteriormente, han puesto al mundo en
un estado de guerra y de excepción permanentes, invadiendo países en nombre de esta
democracia, sembrando el horror en vastas regiones con la promesa de un mañana
«democrático» e incluso sacrificando la propia democracia liberal y al Estado de derecho
en nombre de la «democracia». En este sentido, el aclamado Rechstaat se transforma sin
solución de continuidad en permanente Ausnahmezustand y la doctrina kantiana de la paz
perpetua se ve desmentida por la realidad permanente de la guerra preventiva, disuasoria o
incluso punitiva, que reintroduce peligrosamente en la escena global la doctrina teológico-
política del bellum iustum.2
Por otro lado, los Estados que en los últimos años han avanzado en procesos de
democratización —entendiendo esto en términos de participación política e inclusión social
vía consumo y acceso a servicios públicos y seguridad social en un contexto de continuidad
republicana— como es el caso de buena parte de América del Sur, han seguido un modelo
de desarrollo en ciertos aspectos crítico frente a la tradición liberal y al discurso neoliberal,
exaltando una forma de concebir la democracia más ligada a las tradiciones políticas
vernáculas. No es que el imaginario de este tipo de régimen político demo-liberal ni las
instituciones republicanas o del Estado de derecho desaparezcan —incluso la ciencia
política hegemónica sigue pensando en estos términos— pero la legitimidad de muchos de
los dogmas liberales empieza a ser severamente cuestionada.
Frente a la amenaza que la gubernamentalidad neoliberal representa en todo el mundo para
la soberanía popular y, por otro lado, su parcial puesta en discusión en nuestra región, cabe
preguntarse si no asistimos a una crisis profunda de ese matrimonio entre democracia y
liberalismo que se dio en Occidente a lo largo del siglo XX y si el mismo no fue desde el
inicio un matrimonio por conveniencia. Esta pregunta no puede, por supuesto, evitar otra de

2
El renacimiento de la teología política como matriz interpretativa de la política contemporánea es ya un
síntoma de la descomposición del agnosticismo que caracterizó al mainstream demoliberal. Basta leer los
discursos de Bush para legitimar la “guerra contra el terrorismo” para darse cuenta de que se trata de una
auténtica cruzada contra los infieles en nombre de la “democracia”, en la que no hay neutralidad posible.
Dichos discursos de Bush a propósito de la necesidad de combatir al “eje del mal” tienen el añadido de
funcionar como las guerras en nombre de la humanidad denunciadas por Schmitt (1984: 50ss) que, colocando
al enemigo fuera de la ley y de la humanidad, pretenden autorizar impunemente las matanzas más
despiadadas. El uso de la “democracia” como justificación de la invasión a Afganistán e Irak es trabajado en
Castro Santos y Tavares Teixeira (2013)

2
alcance aún mayor: ¿es todavía compatible la democracia con el liberalismo? ¿Y con el
capitalismo?
Para intentar un principio de respuesta a estos interrogantes, partiremos de una
caracterización de la democracia liberal, escindiendo analíticamente forma de soberanía y
de gobierno. Luego comentaremos brevemente algunos de los dispositivos de poder que
ponen a esta democracia en cuestión, las formas de subjetividad que los mismos alientan y
configuran, y algunos de los discursos que legitimaron las políticas neoliberales alentando
decisiones que minan a la democracia liberal desde su interior. En ese sentido, este escrito
apunta a mostrar algunas de las tensiones que se dibujan entre la racionalidad
gubernamental neoliberal y la democracia liberal.

Algunos aspectos de la democracia liberal


La crisis actual de la democracia liberal (Rodríguez Guerra, 2013), surgida en un momento
en que se trompeteaba su triunfo definitivo (Fukuyama, 1990) es percibida por distintos
intelectuales, ya sea que se inscriban en esa tradición o la rechacen. No nos referimos a la
crítica republicana o comunitarista ni a los modelos de democracia participativa o radical ni
a las corrientes feministas, todas las cuales cuestionan algunas de las premisas ontológicas
y antropológicas liberales (abstracto universalismo, atomismo, sexismo, etc.) sino a los
procesos reales que la ponen en cuestión. Lógicamente, podrían salvarse las apariencias
diciendo que la crisis es constitutiva de la democracia o que el liberalismo siempre fue
elitista, con lo cual no habría nada nuevo en considerar estas cuestiones. Por el contrario, lo
que aquí queremos marcar es que los fundamentos sobre los cuales se constituyó esa
fórmula demoliberal hoy se ven claramente cuestionados no tanto por desafíos externos,
que siempre han servido para cohesionar al propio campo político, sino más bien por
procesos internos en los que la racionalidad gubernamental neoliberal tiene un rol decisivo.
El concepto de democracia liberal implica la conjunción de dos fórmulas políticas
específicas. Por un lado, la democracia, que en su definición mínima remite al poder
(kratos) del pueblo (demos). Por ende, democracia designa una forma de soberanía popular.
En los Estados nacionales modernos esta soberanía gana en extensión y pierde en
profundidad. Por un lado, se amplía la ciudadanía y se eliminan las desigualdades de
nacimiento, pasando a considerarse que todos los hombres nacen libres e iguales, con lo
cual la exclusión de sectores sociales de la participación política al interior del espacio
nacional va perdiendo legitimidad. No casualmente, el movimiento democrático moderno
de masas, tomando en serio los postulados del igualitarismo burgués, bregó constantemente
por la ampliación y efectivización de los derechos políticos, para incluir en la ciudadanía
activa, progresivamente, a todos los adultos independientemente de su sexo y su condición
educativa. Además, el movimiento socialista buscó transformar esa democracia formal en
otra material, poniendo en un segundo plano las instituciones liberales y apostando por una
reabsorción del Estado en la sociedad civil (Marx). Por otro lado, la pérdida de profundidad
tiene que ver con el hecho de que la democracia moderna es representativa, y esa idea de
representación es incluso anterior al auge del movimiento democrático moderno.
Precisamente es con las doctrinas del contrato social que se impone la idea moderna de
representación política, que permitió la constitución de un orden político incontestable y

3
que en la práctica implicó, con el tiempo, la difusión de un modelo electoral de designación
de representantes del cuerpo político, que se reservan autonomía respecto de sus electores.
El liberalismo político surge como una doctrina que, sobre el trasfondo del pluralismo
religioso, del individualismo moderno y del nacimiento del Estado moderno de derecho
(Rawls, 2006), tendrá a la libertad individual como valor central, tanto de pensamiento
como de culto, expresión, asociación, etc., junto con la igualdad ante la ley. El liberalismo
adopta la doctrina del Estado de derecho como un modo de limitar la razón de Estado frente
a los derechos “naturales” del ciudadano. La autonomía del individuo y sus capacidades
políticas se fundan en la propiedad privada como un derecho inalienable, basado en el fruto
de nuestro trabajo como extensión del propio cuerpo (Locke). Institucionalmente, el
liberalismo abogará por la división de poderes, para evitar la concentración del mismo,
colocando al parlamento como espacio central de legislación y discusión política.
Concomitantemente, el liberalismo económico se fue configurando bajo la idea de gobernar
lo menos posible. Es característica del liberalismo la idea de que la sociedad, y en ese
marco la economía, pueden autorregularse y, por ende, se hace necesario limitar la
intervención estatal, reservándole las funciones mínimas de administración de justicia,
obras públicas, recaudación de impuestos, y todo lo que la sociedad no puede hacer sin su
concurso.
En ese marco, si bien por momentos liberalismo y democracia coincidieron en algunos
Estados “atlánticos”, el siglo XIX fue escenario de una lucha entre los políticos liberales,
que buscaban mantener a raya la participación política de las masas, y el movimiento
democrático de masas. Pero ese movimiento, en el marco del Estado de derecho liberal,
conquistó las garantías constitucionales y toda la panoplia de derechos civiles, luego
políticos y sociales que permitieron posteriormente, en el siglo XX y tras la segunda guerra
mundial, que la democracia liberal se impusiera en occidente como la única forma legítima
de ordenar la vida política, en oposición a lo que se llamó el totalitarismo al punto que,
incluso en las últimas décadas, la ciencia política hegemónica celebra con kantianas
reminiscencias que ninguna democracia le hace la guerra a otra.3 Sin embargo, la oposición
democracia-comunismo implicó el fin de cualquier vocación emancipatoria de la
democracia (Ross, 2010: 101), al menos en esos mismos países que se decían sus
defensores. Democracia y libertad pasan a ser palabras de orden frente a los intentos por
subvertir la organización capitalista de la sociedad.
En este desarrollo, el derecho constitucional se muestra cada vez menos eficiente para
garantizar aquello que promete.4 Para intentar una explicación a ello tendremos que
distinguir esa dimensión jurídico-institucional de las formas concretas de ejercicio del
poder que asociaremos al concepto foucaulteano de gubernamentalidad. (vid. Infra). A

3
Tal vez sería mejor decir: ninguna democracia le declara la guerra a otra. Como sabemos, en nuestro
continente la intervención norteamericana, directa o indirecta, se encargó de cortar de raíz a sangre y fuego
cualquier proceso democrático de transformación social que afectara los intereses de corporaciones
transnacionales durante todo el siglo XX y, de manera más soft, en lo que va del XXI. No es casual que la
literatura de ciencias políticas y relaciones internacionales que intentan demostrar, incluso empíricamente, el
carácter pacífico de las democracias provenga de los grandes centros académicos del “primer mundo” o de
sus adláteres en el “tercero”.
4
Lo paradójico es que se da una ampliación de derechos en las constituciones formales, pero muchos de ellos
son desconocidos en la práctica. Ejemplo paradigmático es la inclusión de derechos sociales, económicos,
políticos y culturales en la Constitución de 1994, que fueron escasamente implementados.

4
nuestro modo de ver, mientras que la racionalidad gubernamental liberal en un primer
momento pudo ser funcional a la imposición de la democracia liberal, su reemplazo por el
neoliberalismo ha terminado por ponerla seriamente en cuestión, mediante nuevas formas
de control que han producido una pérdida de derechos económicos, sociales e incluso
civiles que parecían intocables para la tradición del Estado de derecho liberal. Al mismo
tiempo, dichas prácticas y dispositivos han vuelto irrelevante a la actividad política
democrática, al impedirle tener injerencia a los ciudadanos en las grandes decisiones sobre
sus vidas. En este sentido, si bien en lo que hace a la legitimación de los gobiernos y al
ordenamiento constitucional la democracia liberal sigue siendo una fórmula política cada
vez más reconocida, los mecanismos de gobierno parecen adoptar otras lógicas que
transforman a lo anterior en cáscaras vacías.

Democracia y liberalismo, entre soberanía y el gobierno


“en realidad, nunca se me ocurriría llamar democrática a nuestra sociedad. Si por
democracia entendemos el ejercicio efectivo del poder por parte de un pueblo que no está
dividido ni ordenado jerárquicamente en clases, es claro que estamos muy lejos de una
democracia. Me parece evidente que estamos viviendo bajo un régimen de dictadura de
clase, de un poder de clase que se impone a través de la violencia, incluso cuando los
instrumentos de esta violencia son institucionales y constitucionales; y a ese nivel, hablar de
democracia carece de sentido por completo”. (Chomsky & Foucault, 2006)

El concepto de democracia no sólo está atravesado por una polisemia inherente y por las
transformaciones históricas que lo resignifican, sino también, como todo concepto
auténticamente político, por disputas polémicas y hegemónicas. En lo que sigue,
intentaremos tener presente esta dimensión, pero, en función de ir ordenando el desarrollo
teórico-conceptual, queremos partir de una distinción analítica entre la democracia como
forma de Estado que se legitima en la soberanía popular y como forma de gobierno
de/sobre ese mismo pueblo, rol que a nuestro juicio cumplirá el liberalismo.5
Como sabemos, Foucault puso entre paréntesis el problema de la legitimidad y el privilegio
teórico y político de la soberanía, desplazando sus análisis a los mecanismos concretos
mediante los cuales funciona el poder. En ese marco, puso en evidencia que el poder en la
modernidad no funciona centralmente mediante la espada soberana ni en las deducciones
propias de sus normas jurídicas sino mediante mecanismos de producción y configuración
de subjetividades de manera inmanente a través de dispositivos disciplinarios que intentan
institucionalizar y moldear cuerpos dóciles junto con una biopolítica que regula el medio en
el que la vida de la población se desenvuelve atendiendo a procesos de conjunto. Todo esto
formaba parte de lo que llamó sociedad de normalización. (2001: 229) Posteriormente,
Foucault realiza una genealogía de largo aliento de la gubernamentalidad que logró inspirar
diversos análisis que buscan mostrar esos mecanismos concretos de
poder/gobierno/verdad/subjetivación que tanto interesaron al francés.6 Dentro de ese
5
Palti (2009) señala que esta distinción estaba presente en el s. XIX latinoamericano y que a la postre
pareciera que la soberanía popular sólo tenía lugar como poder constituyente, resultando incompatible con el
gobierno.
6
Por ejemplo, los estudios sobre gubernamentalidad que surgen en el mundo anglosajón siguiendo a Foucault,
ya en los años ’80, van a estudiar en concreto esos mecanismos de producción de subjetividad y las prácticas
de subjetivación que comportan.

5
paradigma genealógico, Foucault trata al liberalismo no tanto como una teoría económica
ni una teoría política sino como la tecnología de gobierno más persistente en la modernidad
occidental. (v. infra)
En ese marco, el problema de la democracia y su relación con el liberalismo podría adquirir
una nueva forma de abordaje. No se trata sólo de que la alianza entre ambas racionalidades
sea contingente y, por momentos, forzada, sino que evidencia por contraste lo efímero del
momento democrático moderno, constantemente contrarrestado por las neutralizaciones y
despolitizaciones liberales (Schmitt, 1984).
Sin embargo, Foucault también ofrece herramientas para distinguir a la democracia
entendida en los términos jurídico-políticos de la soberanía popular o como forma de
gobierno. En este sentido, en relación a la democracia ateniense, Foucault distingue los
problemas de la politeia, relativos a la constitución —y que por ende involucra cuestiones
de derechos políticos como la isonomía o la isegoría—, de los de la dynasteia, que tienen
que ver con el ejercicio efectivo del poder, es decir, con una experiencia política que
implica formas de relación consigo mismo y con los otros.7 En ese marco, la parresía
democrática tiene un rol de bisagra entre ambas dimensiones, haciendo aparecer el
problema de la gubernamentalidad. (Foucault, 2009: 170ss)8
Esta distinción entre el poder soberano y la gubernamentalidad, ha sido tratada de distintas
formas por Agamben (2007; 2010), pero es interesante que aparezca, de manera similar a lo
señalado en Foucault, en una conferencia dedicada al problema de la democracia. Agamben
señala la ambivalencia de este término, ya que puede indicar o bien un modo de constituir
el cuerpo político (mediante disposiciones constitucionales) o bien un modo de gobernar
(práctica administrativa), una forma de legitimación o una modalidad de ejercicio. Esta
ambigüedad entre paradigma jurídico-político-constitucional y económico-administrativo-
gestional estaría presente ya en el término politeia, que, en Aristóteles, podría ser traducido
como constitución y como gobierno. Traduciendo a Aristóteles en términos modernos,
Agamben señala que su pasaje de La Política (1279a 25 y ss) afirma que el poder
constituyente (politeia) y el poder constituido (politeuma) se ligan en el poder soberano
(kyrion).
Agamben recuerda la lectura que hace Foucault (2006) de El contrato social de Rousseau,
donde el ginebrino busca reconciliar una terminología jurídico-institucional (contrato,
voluntad general, soberanía) con un arte de gobernar. Para Agamben, esta distinción entre
soberanía y gobierno resulta decisiva. Rousseau subraya repetidamente la diferencia entre
el poder soberano que legisla, sede de la voluntad general, y el poder gubernativo, que
ejecuta. Sin embargo, para mostrar la indivisibilidad de la soberanía, termina señalando,
como Aristóteles, que la soberanía (kyrion) es al mismo tiempo uno de los términos de la
distinción y el que mantiene juntos la constitución y el gobierno. Por el contrario, según
Agamben, hoy se evidencia el error de haber pensado el gobierno como simple poder

7
De paso, Foucault aprovecha para criticar el deslizamiento de los análisis contemporáneos hacia lo político
como un modo de obviar los problemas de la política. Esta preeminencia de la interrogación por lo político,
que aparece primero en Ricoeur y luego en autores como Lefort, Nancy y Lacoue-Labarthe ha sido
recuperada por O. Marchart (2009) en su libro sobre el heideggerianismo de izquierda.
8
De todos modos, no podemos hablar de una gubernamentalidad democrática como hablamos de una
gubernamentalidad liberal. Pareciera más bien que, en la modernidad, la legitimidad democrática —la idea de
que el poder viene del pueblo— ha servido a la gubernamentalidad liberal para imponerse.

6
ejecutivo, ya que asistimos a un predominio incontestado del gobierno y la economía,
donde la soberanía popular ha perdido todo sentido. Ello explicaría por qué nos perdemos
en abstracciones como la ley, la voluntad general, la soberanía popular, sin ser capaces de
abordar el problema del gobierno y su articulación con el locus de la soberanía. (Agamben,
2010)
Vemos aquí dibujarse una tensión fundamental para nuestro argumento, entre, por un lado,
la soberanía popular como fuente de legitimidad política, en un contexto representativo
donde el pueblo no delibera ni gobierna y, por el otro, una racionalidad gubernamental,
liberal en este caso (no democrática, como en la conceptualización de Agamben), que se va
imponiendo sin ninguna consideración por esas ficciones jurídicas, y que parece destinada a
poner coto a la soberanía popular, ya que su legitimidad es epistémico-gestional.
En síntesis, Agamben conceptualiza una ambivalencia constitutiva y una
inconmensurabilidad entre la democracia como forma de Estado y forma de gobierno,
donde la soberanía aparece como el término que articula a ambas (reino y gobierno)
escondiendo el vacío en el que se fundan (la gloria). (Agamben, 2007) Aquí, más que
intentar situar esta conjunción disyuntiva al interior de la democracia, nos interesa plantear
que en la modernidad occidental, si bien la soberanía radica en última instancia en la figura
del pueblo9, la racionalidad gubernamental que predomina en los últimos dos siglos ha sido
la liberal, primero, y neo-liberal, después.
En efecto, hoy la mayoría de los Estados fundan la legitimidad de sus ordenamientos
constitucionales y políticos en la soberanía popular, dando lugar a democracias
representativas. Sin embargo, cuando se observan las prácticas de gobierno, aparecen
formas oligárquicas y plutocráticas en cuanto al liderazgo político y una eliminación
creciente de las conquistas sociales obtenidas. En nuestra visión, esto expresa que no hay en
la modernidad una racionalidad de gobierno democrático, sino una tensión entre el pueblo
como soberano que funda el orden constitucional10 y debe elegir a sus representantes
democráticamente y una racionalidad gubernamental cuya legitimidad no radica en hacer
participar y satisfacer las aspiraciones de las mayorías sino en formas de saber-poder
específicas puestas al servicio de lo que se entiende como un estado de vida óptimo de la
población.
En ese marco, la economía política se irá configurando como un saber clave para legitimar
las acciones de gobierno. A la novedad histórica de la democracia política basada en la
legitimidad de la soberanía popular, se le van superponiendo las formas de
gubernamentalidad que acompañan a las formas de Estado y las atraviesan. En la
modernidad, el liberalismo y luego el neoliberalismo aparecen como las racionalidades de
gobierno triunfantes, capaces de establecer la administración de los recursos y de producir
9
De todos modos, este pueblo unitario (populus) es una ficción jurídica que hay que distinguir de la plebe
(plebs), temida por los liberales. Como señala Palti, hasta el s. XIX siempre se pensó que una parte de la
sociedad gobernaba a otra. No era concebible que todos seamos a la vez soberanos y súbditos. Para Agamben,
todo Pueblo genera un pueblo que se encuentra en una relación de inclusión exclusiva. Por su parte, Laclau
señala que el populismo consiste en la hegemonía de una parte (la plebs) que dice ser el todo (populus) y
Ranciere entiende que esta es la parte que no tiene parte en el orden político vigente.
10
Quizás el momento democrático funcione sólo como poder constituyente y se termina cuando aparece el
poder constituido. De ahí la insistencia de autores como Virno, Hardt y Negri en la necesidad de una nueva
forma de democracia de una multitud que no opere una reductio ad unum, transformándose en pueblo,
siempre-ya preparado para la soberanía

7
subjetividades mediante dispositivos de poder disciplinarios, biopolíticos y noopolíticos.
Por eso nos parece necesario hacer algunas consideraciones sobre el neoliberalismo como
racionalidad gubernamental y sobre la emergencia de lo que se han llamado sociedades de
control, procesos que caracterizan en buena medida nuestros modos de ser y actuar
contemporáneos. Es en ese marco en el que veremos que algunos de los procesos de
ciudadanización mencionados encuentran ciertos reveses y el liberalismo entra en
cortocircuitos cada vez más evidentes con la democracia.

El neoliberalismo como racionalidad gubernamental


El neoliberalismo puede ser entendido de distintas maneras. Frecuentemente se lo entiende
como una corriente político-ideológica que aboga por una economía de libre mercado,
donde el Estado se mantiene por fuera del juego económico, estableciendo simplemente las
reglas jurídicas que lo hacen viable, buscando desregular todos los ámbitos que pueden
configurar mercados. La acepción que nos interesa es más amplia, no sólo a nivel de la
propia teoría neoliberal sino al entender al neoliberalismo en tanto racionalidad
gubernamental, lo que implica producción de subjetividades, de sentidos, de mundo.11
Gobernar implica estructurar el campo de acción de otros, influir en la conducta de otros a
través del gobierno que cada uno ejerce sobre sí mismo. Por lo tanto, la razón
gubernamental en cuestión implica no sólo medidas macroeconómicas sino formas de
producción de subjetividad, de conducir y conducirse, en las que la configuración de
nuestros modos de desear y vivir cobra un rol central.
En ese sentido, a Foucault le interesaba el liberalismo no sólo como teoría económica sino
como la forma histórica más importante de racionalidad política moderna. El liberalismo
sería una práctica político-antropológica que comienza desde el momento que el mercado
se convierte en mecanismo de veridicción y ya no de justicia. (Castro, 2011: 45) Para el
liberalismo clásico, que entiende al mercado como un lugar natural de intercambio, los
precios indicarían qué prácticas son correctas y cuáles no. Del interés bien entendido de
cada agente, y sin la injerencia distorsionadora de los gobernantes que no pueden conocer
la totalidad del proceso, surgiría espontáneamente el bienestar general.
En efecto, dado que no hay soberano económico que pueda conocer todos los procesos, se
impone la providencial mano invisible del mercado.12 El laissez-faire aparece como la
única política económica no distorsionadora. Pero, como sabemos, no existe ese espacio
natural del mercado si no hay una autoridad política que lo configure. Es precisamente en
ese marco que las formas de biopoder que Foucault identifica en La voluntad de saber se
articulan con el proyecto gubernamental liberal y con el naciente capitalismo industrial, que
“no pudo afirmarse sino al precio de la inserción controlada de los cuerpos en el aparato de
producción y mediante un ajuste de los fenómenos de población a los procesos
económicos”. (Foucault, 1998: 170) Me refiero a la anátomo-política, que busca disciplinar

11
En Seguridad, Territorio, Población la gubernamentalidad aparece como el conjunto de instituciones,
procedimientos, análisis, cálculos, etc. que tienen como objetivo principal la población, como forma
privilegiada de saber la economía política y como instrumento técnico esencial los dispositivos de seguridad.
(Foucault, 2006, pág. 136)
12
Podríamos decir que Foucault pone el acento en su carácter invisible, mientras que a Agamben le interesa
justamente que se trate de una mano. Este tema es comentado por Castro (2011).

8
los cuerpos, y la biopolítica, que regula las condiciones de vida generales de la población.
En ese maco, los dispositivos disciplinarios, que vemos funcionar en la red institucional de
secuestro infraestatales (Foucault, 1996: 129ss) formada por escuelas, prisiones, cuarteles,
hospitales, etc. “pretenden crear las condiciones subjetivas, las formas de autodominio, de
autorregulación y autocontrol, necesarias para gobernar una nación ahora concebida como
una entidad formada por ciudadanos libres y civilizados”. (Rose, 1997) Al mismo tiempo,
las estrategias de la biopolítica –encuestas, estadísticas, censos, programas para maximizar o
reducir las tasas de reproducción, para minimizar la enfermedad y promover la salud–
pretenden hacer inteligibles aquellos ámbitos cuyas leyes el gobierno liberal tiene que
conocer y respetar: el gobierno legítimo… estará basado en el conocimiento operativo de
aquellos cuyo bienestar está llamado a promover. (Rose, 1997)
Nuevamente vemos cómo surge una nueva forma de legitimidad de la acción de gobierno
que ya no tiene que ver con la fuente de la que emana sino con un ejercicio basado en
formas específicas de saber y que mira al interés de los gobernados. Es necesario conocer
las leyes de funcionamiento de la sociedad para poder gobernarla, al igual que sucede con
sus sujetos.
Estos procesos son en parte profundizados y en parte desplazados por la racionalidad
neoliberal. En primer lugar, los neoliberales consideran ingenua la concepción naturalista
del mercado que propone el liberalismo clásico. El mercado no debe ser concebido en
términos de intercambio y de equivalencias sino de competencia y desigualdad. Ello es
posible si se dan ciertas condiciones que se producen artificialmente. Para los neoliberales
“hay que gobernar para el mercado” y no “a causa del mercado”. (Foucault, 2007: 154)
Para los ordoliberales, el mercado no es un espacio natural capaz de autorregularse y el
Estado no es un mero veilliuer de nuit. El Estado debe construir, regular y vigilar el
mercado mediante reglas jurídicas que establezcan la norma de la competencia. Ya en el
Coloquio Walter Lippmann (1938), donde von Rüstow formula el término, se proponía
transformar al hombre para adaptarlo a la regla de la competencia a través de la educación y
el eugenismo13, con un Estado fuerte dirigido por una élite competente. Para los alemanes
de posguerra, el problema será cómo reconstruir un Estado a partir del mercado.
Los «austronorteamericanos» como Mises y Hayek introducen la idea de una soberanía del
consumidor que se opone a la dictadura del Estado. Sólo el consumidor sabe lo que es
bueno para sí mismo, buscando el mejor negocio en un proceso de aprendizaje constante.
En ese marco Mises propone la praxeología como ciencia que estudia la acción humana en
general, es decir, toda conducta finalizada que implica una elección estratégica de medios,
vías e instrumentos. En ese marco, la economía sería una ciencia de la sistematicidad de las
respuestas a las variables del medio. Posteriormente, Gary Becker incluirá las conductas no
racionales en esa definición con su teoría del capital humano. Esta teoría sirve como grilla
de análisis de las decisiones que tome en todos los ámbitos de su existencia. Todas las
conductas y decisiones pueden ser analizadas en términos económicos.
En ese marco, el capital humano es el conjunto de los elementos físicos, culturales y
psicológicos invertidos para valorizar la propia vida. Este capital humano tiene un
componente innato —nuestro equipamiento genético— o adquirido, sobre todo a través de

13
Un eugenismo que encuentra más proyecciones en la teoría del capital humano y la preocupación actual por
una forma de eugenesia liberal que con el tipo de eugenesia nazi.

9
la educación. Lo que nos importa resaltar de esta teoría es su carácter no sólo descriptivo
sino también performativo, incluso normativo. Los neoliberales no sólo teorizan el capital
humano sino que contribuyen a que nos pensemos y actuemos de acuerdo con sus premisas.
El imperativo es comportarse en todos los ámbitos de la existencia como un empresario de
sí mismo, que busca maximizar sus beneficios a través de una óptima utilización de los
recursos disponibles. En base a estos supuestos, la política neoliberal penalizará a quien no
tome las decisiones responsables tendientes a valorizar su propio capital humano. Por lo
demás, al hacernos a todos mágicamente posesores de un capital, el propio conflicto
capital-trabajo parece superado, ya que el trabajo, la potencia de producir, aparece como un
capital del trabajador, un recurso que debe usar de manera eficiente y responsable para
lograr una satisfacción que sólo depende de sí mismo.
En efecto, a partir de esta teoría y de los supuestos neoliberales de autores como Hayek
sobre la ineficiencia y el autoritarismo del Estado benefactor, que van en detrimento de la
libertad y la iniciativa privada, la política social ya no va a buscar librar a los sujetos de los
riesgos de la existencia sino hacer que cada uno asuma sus riesgos como un empresario de
sí mismo responsable de su éxito o su fracaso. Para lograr dicho objetivo, los neoliberales
proponen una política social individual. En vez de pedir a la sociedad que proteja a los
individuos de los riesgos que puedan amenazarlos se buscará que cada individuo pueda
capitalizarse en modo de hacer frente por sí mismo a estos posibles riesgos.14 Como señala
Marzocca, la noción de riesgo permite pensar a la vez como temible e inevitable, incluso
apreciable, la inseguridad que connota la vida del individuo y de la sociedad. (2011: 106)
En este sentido, lo que está en juego en el neoliberalismo es una forma de existencia, el
modo en el que nos vemos llevados a relacionarnos con los demás y con nosotros mismos,
donde la norma es la competición generalizada, que implica una aceptación de las
desigualdades y una obligación de conducirse como empresa. En este sentido, en tanto
razón del capitalismo contemporáneo, el neoliberalismo sería “el conjunto de los discursos,
de las prácticas, de los dispositivos que determinan un nuevo modo de gobierno de los
hombres según el principio universal de la competencia”. (Dardot y Laval, 2013: 15)
En efecto, Dardot y Laval señalan que el neoliberalismo no es una «ideología» que se
desmiente en su práctica sino una nueva razón del mundo.15 Por el contrario, la producción
de subjetividad es fundamental para el neoliberalismo porque su éxito depende de generar
condiciones en las cuales los gobernados coincidan en sus deseos, esperanzas, necesidades
y modos de vida, con los que han sido prefijados y codificados por el mercado. (Patarroyo)
Para los autores, entender al neoliberalismo como forma de gobierno permite refutar la idea
de una retirada del Estado. En realidad, el Estado redefine sus funciones al quedar
atravesado por esta gubernamentalidad. Son los Estados los que “han introducido y
universalizado en la economía, en la sociedad y hasta en su propio seno, la lógica de la
competencia y el modelo de la empresa”. (Dardot & Laval, 2013: 17) En segundo lugar,
permite destacar el carácter transversal del sistema de normas neoliberal, que excede el

14
De hecho la propia idea de sociedad aparece cuestionada, algo que refleja por ejemplo Rose (2007).
15
Por supuesto, esta dimensión ideológica existe, en un nivel textual y en el de las prácticas. Por ejemplo en
los escritos de Becker, Mises, Hayek y Friedman, según los cuales, los altos salarios, la seguridad social, los
seguros de desempleo, en fin, el keynesianismo y el Estado benefactor, desincentivaban la ética del trabajo y
de la productividad y reducían las ganancias de las empresas, a la vez que generaban cada vez más gastos
sociales para el Estado, déficit fiscal, inviabilidad, inflación, crisis.

10
dominio estricto del mercado y lleva su lógica de la competencia a todos los ámbitos de la
existencia, produciendo una “subjetividad contable”, por ejemplo, con la generalización de
los métodos de evaluación, surgidos de la empresa, en la enseñanza pública, pero también,
como veremos, mediante los efectos de sujeto del endeudamiento crónico (Dardot & Laval,
2013: 21)
Como señala Rose, los regímenes neoliberales se caracterizan por gobernar a actores
concebidos como “sujetos de responsabilidad, autonomía y elección, y tratan de actuar
sobre ellos sirviéndose de su libertad”. (Rose, 1997) En este sentido, el gobierno en las
sociedades liberales avanzadas implica una modulación de “las capacidades, competencias
y voluntades de los sujetos”, ya no sólo en espacios institucionales sino también en
espacios abiertos, “que están ya fuera del control formal de los “poderes públicos””. A los
medios clásicos de nacionalización de las masas, que pasan por un lenguaje común, la
escuela, etc., se añaden los medios de comunicación de masas, las encuestas de opinión, “la
regulación de los estilos de vida a través de la publicidad, del marketing y del mundo de las
mercancías, sin olvidarse de los expertos de la subjetividad”. (Rose, 1997)
En efecto, estos modos de gobierno de las subjetividades formalmente autónomas se
corresponde con lo que llamamos, siguiendo a Deleuze, sociedades de control (Deleuze,
1991). El francés señala que, a diferencia de los dispositivos disciplinarios que moldean los
cuerpos, los dispositivos de control modulan las subjetividades, adaptándose a sus
movimientos, como un molde autodeformante. (Hardt & Negri, 2000). El tránsito hacia una
nueva forma de sociedad se ejemplifica en el paso de la escuela a la formación permanente
o de la fábrica a la empresa, donde se impone la competencia generalizada, la
responsabilización de los sujetos y la incitación a buscar proactivamente una
autorrealización en esas propias prácticas controladas. Los dispositivos de control modulan
y configuran un modo de desear y, a la vez, se adaptan a los requerimientos de los deseos
de los sujetos. En ese sentido, Rose sostiene que estos dispositivos, que no se originan en el
Estado, “han proporcionado una plétora de mecanismos indirectos que han hecho posible
introducir los objetivos de las autoridades políticas, sociales y económicas en el interior de
las elecciones y compromisos de los individuos, situándolos en redes reales o virtuales de
identificación a través de las cuales pueden ser gobernados”. (Rose, 1997)
Esto es así en la medida en que cada uno debe autogobernarse. Tenemos que tomar las
riendas de nuestras vidas ya que somos los únicos responsables de nuestro destino.
Tenemos que maximizar un estilo de vida y ser felices, tenemos que gozar
obligatoriamente. Y para ello estamos obligados a “adoptar una prudente y calculadora
relación personal con el destino, considerado ahora en términos de peligros calculables y
riesgos previsibles”. En ese marco, el trabajo social abandona su rol tutelar para dar lugar a
“prácticas que ligan a cada individuo con el consejo de los expertos al tiempo que adoptan
la apariencia de ser el resultado de una elección individual libre” (Rose, 1997).
Esto implica que también los “excluidos”, los pobres, los desempleados, son agentes libres
responsables de su fallida suerte, personas cuyas “aspiraciones de autorresponsabilidad y
autorrealización han sido deformadas”, “gentes cuya autoestima ha sido destruida”, por lo
cual no deben ser “asistidos mediante la Administración y los solícitos expertos que les
proporcionaban ayuda y subsidios, sino a través de su propio compromiso con un conjunto
de programas destinados a su reconstrucción ética en cuanto activos ciudadanos”. (Rose,
1997) En este sentido, Rose señala que la redefinición ética de una personalización en

11
términos activos es “posiblemente, la característica más fundamental y generalizable de
estas nuevas racionalidades de gobierno” lo que evidencia que no se trata simplemente de
una “ideología política” sino “algo mucho más relevante que subyace en los programas de
gobierno de todo el espectro político” (Rose, 1997)
En resumen, considerado como racionalidad gubernamental, el neoliberalismo es
precisamente “el despliegue de la lógica del mercado y de la empresa como lógica
normativa generalizada, desde el Estado hasta lo más íntimo de la subjetividad”. (Dardot &
Laval, 2013: 25)
A partir de lo señalado, podemos reconocer distintas dimensiones de análisis de las
políticas neoliberales en su implementación concreta, en particular en nuestro contexto.
En primer lugar, la dimensión de las políticas públicas y nuevas formas de regulación
política y económica, implicando una redefinición de las funciones del Estado —que en
América Latina se vieron implementadas sobre todo a partir del consenso de Washington—
donde su objetivo ha sido instaurar una lógica de la competencia en todos los ámbitos de la
existencia, adoptando una racionalidad tecnocrático-empresarial centrada en la idea de la
buena gobernanza.16 Esta gobernanza, aparentemente aséptica y neutral, implicaba, por un
lado, un Estado que se rige en su propio funcionamiento por criterios empresariales de
competencia y rendimientos que pueden ser evaluados, premiados o castigados y donde el
equilibrio fiscal aparece como criterio supremo. En ese marco, supuso medidas como las
privatizaciones/concesiones, endeudamiento público con los organismos financieros
internacionales y del sector privado, ley de convertibilidad, pago indiscriminado de los
intereses de la deuda pública, financiarización de las cajas de pensión, desregulación de los
mercados, reformas aduaneras, flexibilización laboral, desindustrialización de la economía
para aprovechar nuestras «ventajas comparativas y competitivas», aumento de las tasas de
explotación y de productividad —en parte debido a la automatización de las industrias—
que generaron un desempleo sin precedentes, reformas educativas que apuntaron a producir
los sujetos necesarios para ese tipo de sociedad, naturalización de la pobreza y la
desigualdad, políticas sociales focales, etc.
En segundo lugar, esta racionalidad gubernamental opera en términos del modo en el cual
funciona y se organiza el capitalismo global actual. Los mercados financieros
internacionales, las políticas de deslocalización de las empresas, las relaciones entre
Estados, las organizaciones internacionales financieras y de comercio, las legislaciones
nacionales, todas se rigen por una lógica de la competencia, la competitividad y la gestión
en pro de esos a priori históricos neoliberales. En ese marco, la fase neoliberal despliega
las dinámicas de la globalización o emergencia del imperio (Hardt & Negri, 2000), donde la
soberanía nacional clásica se ve minada por redes de poder que, en principio, no tendrían
un centro unitario —aunque la ultima ratio de la soberanía, la guerra y la excepción (como
así también la hegemonía) remiten a actores claramente identificables—.17

16
Como señala Marzocca, la noción polisémica de governance juega un rol estratégico al producir, con su
aparente pluralización de instancias consultivas y operativas, un “proceso de despolitización de los procesos
decisionales y de neutralización técnico-administrativa de los problemas más importantes y graves de nuestra
época”. (Marzocca, 2011, pág. 18)
17
Da que pensar que la máxima potencia mundial haya entrado hace años en un proceso de terciarización de
la guerra y las funciones represivas internas. Esto muestra de qué manera el neoliberalismo y su ideología de
la competencia asumida por los Estados, redefine el modo de ejercicio de la soberanía, que ya no es la del

12
En tercer lugar, relacionado con los puntos anteriores, tenemos que considerar el modelo
productivo que adopta una nación en base a la ideología de la competitividad. En nuestro
país, el proceso de desindustralización fue consecuencia no sólo de la financiarización, la
convertibilidad, y la necesidad de equilibrios fiscales, sino también fue parte explícita desde
los ’70 de un proyecto de ataque a las clases populares y al poder obrero y sindical.
(Villarreal, 1985) En ese marco, se vuelve a la ideología liberal de las ventajas
comparativas y las competitivas se atan ideológicamente al costo laboral.18 Ahora bien, si
en el terreno de la distribución hubo un cambio de lógica en la última década, en el de la
producción, más allá de la recuperación del mercado interno y el sector industrial, se
avanzó fuertemente en formas de exctractivismo neocolonial. Esto implica que, en tanto
aceleración de la lógica capitalista, el neoliberalismo supone una reactualización constante
de la acumulación originaria (Mezzadra, 2008)19 y una ultra-explotación y expropiación de
lo común, que además de los bienes que la tradición consideró herencia de la humanidad,
remite a los “resultados de la producción social que son necesarios para la interacción
social y la producción ulterior, tales como conocimientos, lenguaje, códigos, información,
afectos, etc”. (Hardt & Negri, 2009)
En cuarto lugar, uno de los aspectos más decisivos de la razón gubernamental neoliberal, es
la ya mencionada producción de subjetividad. En efecto, el neoliberalismo es ante todo una
una tecnología de gobierno que intenta crear las condiciones de una auto-gestión y auto-
vigilancia que permitan a los sujetos desenvolverse en un mercado, generando los marcos
para que pueda desplegarse la ética del empresario de sí mismo.
Ahora bien, ¿cómo se impone esta racionalidad? ¿Cómo se produce este sujeto económico?
Hay varios planos de análisis posibles. Por un lado, juegan un rol primordial las nuevas
formas de control que surgen en las últimas décadas: toda una nueva economía de la
atención, de la educación, de la deuda, etc. van a ir de la mano en la construcción de esta
nueva forma de subjetividad empresarial. En ese sentido, la emergencia del neoliberalismo
y la forma de subjetividad que le es inherente son indisociables de los dispositivos de
control noopolíticos, como el marketing, y del endeudamiento, que funcionan como medios
de sujeción sociales y maquinales. Por otro lado, serán fundamentales las políticas públicas
basadas en teorizaciones e informes técnicos que van a oponer democracia a
gobernabilidad, apostando por esta última.

Los dispositivos de control en la era neoliberal. Noopolítica y endeudamiento.


“Por sí sola… esta concepción del hombre como capital no habría podido producir las
mutaciones subjetivas de masas que hoy día se pueden constatar. Para ello ha sido necesario

Estado Nación y su ciudadanía. Lejos de los modelos de patriotismo propugnados por los nuevos
comunitarismos y republicanismos, esos patriotas estadounidenses han aceptado que empresas contratistas del
Estado hagan la guerra por ellos, incluso a expensas de sus impuestos y sus deudas.
18
Si bien a partir de la teoría del capital humano los neoliberales deberían reconocer que una mano de obra
altamente calificada implica un aumento de productividad que incrementa los márgenes de ganancia de las
empresas, este aumento de la productividad fue de la mano de un congelamiento e incluso reducción de los
salarios reales, insistiendo en la idea decimonónica de que el bajo salario es la fuente principal de
competitividad.
19
Agradezco a Andrea Fagioli por debatir conmigo esta cuestión.

13
que tomara cuerpo a través de dispositivos múltiples… que han moldeado de forma
duradera la conducta de los sujetos”. (Dardot y Laval, p. 217)
Como anticipamos en el apartado anterior, no hubiese sido posible el gobierno neoliberal de
las poblaciones, la producción de una subjetividad empresarial, sin la apelación a los
dispositivos de control de la era digital e informática a la vez que no hubiese sido posible
controlar a las poblaciones en la forma actual sin la atomización social producida por el fin
de la concertación social de tipo keynesiano-fordista. A su vez, no hubiesen sido posibles
las medidas neoliberales más brutales y el disciplinamiento de las sociedades sin el uso de
la terapia del shock (Klein) en sus distintas facetas, cuyo denominador común parece ser el
de producir catástrofes o aprovecharlas para que las fuerzas del orden securitario,
financiero y policial intervengan para establecer una nueva normalidad.20
Como ya hemos anticipado, los dispositivos de control que se imponen frente a la crisis de
los espacios de encierro, no buscan tanto moldear cuanto modular las subjetividades, por
ejemplo, con la educación o los salarios, que ya no siguen un patrón uniforme. A su vez, el
sujeto a producir ya no es un individuo sino un «dividuo»21 y la norma social no es la del
cuerpo disciplinado sino el sujeto proactivo e hiper-excitado, motivado para lograr su
autorrealización en el trabajo e ingresar en formas de competencia generalizada. El paso de
la fábrica a la empresa como espacio donde se desenvuelve el trabajo implica además la
instauración de la lógica de la empresa en cada relación intersubjetiva y en la forma en que
cada uno conduce su plan de vida. Acorde a una sociedad donde nunca se termina nada, la
formación continua y la evaluación permanente y por resultados funcionan como
dispositivos de control altamente eficaces. En lugar de obligar al sujeto a ingresar en las
instituciones, ahora son los propios individuos los que piden más formación, más estímulos,
incluso más explotación de sus propios cuerpos y mentes. Pero este pedido no puede
desvincularse de la lógica de la competencia laboral, económica, sexual, etc. que, en el
fondo, no tiene nada de voluntaria.
La estrategia central del capitalismo cognitivo, inmaterial, financiero y de servicios consiste
en producir/capturar los deseos para producir valorización económica tanto en la
producción como en el consumo, que a su vez se vuelve productivo. Al mismo tiempo, el
trabajo inmaterial y cognitivo de los que trabajan para los sectores de punta del capitalismo
coexiste con la explotación estilo decimonónico de quienes se dedican a industrias más
tradicionales. La producción industrial se relocaliza en función de “ventajas” salariales,
regulatorias y medioambientales, dejando la contaminación y la miseria para las
poblaciones del tercer mundo y el flujo de capital para los accionistas del primero.

20
El caso chileno hacía pensar que este shock debía ser un golpe militar sangriento. Posteriormente se
evidenció que también se podían imponer formas de shock en un contexto democrático, una vez que lo
público perdiera su legitimidad de cara buena parte de la ciudadanía y que incluso una inundación, un
huracán, una hiperinflación o una guerra sirven para reordenar el mapa de las relaciones sociales
introduciendo el nuevo orden.
21
Este concepto está asociado en Lazzarato y Deleuze a formas de servidumbre maquínica donde el sujeto
funciona como una especie de relé de las máquinas, pasando al mismo tiempo a construir datos de una
muestra, por ejemplo cuando usamos la tarjeta de crédito o vamos a un ATM. En el Tercer Encuentro del
Seminario Abierto de Debates Actuales (2014), Pablo Rodríguez hizo un rastreo genealógico de lo dividual a
partir de Gilbert Simondon que nos permite ampliar los alcances de esta noción. Véase:
https://www.youtube.com/watch?v=DY6GijgVgU8&list=UU95julKcbbWz5wMG2NdcmNA

14
Como señalan Hardt y Negri, con este paso del moldeado disciplinario a la modulación del
control, los comportamientos de integración y de exclusión social propios al poder son cada
vez más interiorizados en los propios sujetos. El poder se ejerce ahora por máquinas que
organizan directamente los cerebros (por sistemas de comunicación, de redes de
información, etc.) y los cuerpos (por sistemas de ventajas sociales, de actividades
encuadradas, etc.) hacia un estado de alienación autónoma, partiendo del sentido de la vida
y del deseo de creatividad. En este marco, el advenimiento de la sociedad de control
implicaría la subsunción real de la vida en su totalidad bajo el mando capitalista, puesto que
el tiempo de la vida en su totalidad está destinado a producir valor.
En este tipo de sociedad, donde el producto está por encima de la producción, importa
menos disciplinar el cuerpo que conquistar el alma, el deseo o la atención de los sujetos.
Deleuze diagnostica que el marketing y el endeudamiento aparecen en ese marco como
dispositivos de control basilares de esta nueva sociedad.
Lazzarato nos ayuda a desarrollar esa idea. Por un lado, sus estudios muestran al
endeudamiento como un dispositivo central de producción de subjetividad, el más universal
y desterritorializado de todos, ya que “aun los países que son demasiado pobres como para
tener un Estado benefactor deben reembolsar sus deudas”. (Lazzarato, 2013) A su vez, el
endeudamiento es fundamental para producir al empresario de sí mismo, del que hablamos
más arriba, porque hace que cada uno esté obligado a trabajar durante su vida para
reembolsar deudas y por lo tanto, no dispone libremente de su futuro. En ese sentido, la
propia figura del empresario queda subsumida en la del «hombre endeudado». (Lazzarato,
2013) De hecho, Lazzarato sostiene que todos los roles que asumimos en las sociedades
neoliberales están atravesados por la figura del hombre endeudado, sea que tengamos
deudas privadas o que tengamos que contribuir al pago de la pública. En la relación
acreedor-deudor, “la actividad económica y la actividad ético-política de la producción del
sujeto van a la par. Es la deuda la que disciplina, domestica, fabrica, modula y modela la
subjetividad”. (Lazzarato, 2013: 44)
La moral de la deuda, de nietzscheana memoria, permite al capitalismo tender un puente
entre presente y futuro (Lazzarato, 2013: 53), disponer de antemano del futuro.22 En este
marco, lo que le interesa particularmente a Lazzarato del trabajo de Deleuze y Guattari, es
que permite articular la servidumbre social y maquínica:
La moneda-deuda implica la subjetividad de dos maneras heterogéneas y complementarias:
la «sujeción social» alcanza un dominio molar sobre el sujeto por la movilización de su
conciencia, su memoria y sus representaciones, en tanto que el «sojuzgamiento maquinal»
permite un dominio molecular, infrapersonal y preindividual de la subjetividad, que no pasa
por la conciencia reflexiva y sus representaciones ni por el «yo». (Lazzarato, 2013: 169)

22
Como señala Sloterdijk, precisamente es el futuro lo que, a partir de la crisis de la deuda, los occidentales
han abandonado como horizonte desde el nacimiento de la modernidad y del crédito moderno. “Hemos
acumulado tantas deudas que la promesa del reembolso en la cual se funda la seriedad de nuestra construcción
del mundo ya no puede sostenerse… Nadie en esta Tierra sabe cómo pagar la deuda colectiva. El porvenir de
nuestra civilización choca contra un muro de deudas.”. “Diálogo Slavoj Zizek - Peter Sloterdijk: La quiebra
de la civilización occidental”, Revista Ñ, http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/politica-
economia/La_quiebra_de_la_civilizacion_occidental_0_539346069.html

15
En esta afirmación vemos esbozada una íntima conexión entre dos formas de control que
cobran un rol protagónico en la actualidad y que funcionan en el nivel molar y molecular,
social y maquínico: la deuda y la noopolítica.
Lazzarato desarrolló el concepto de noopolítica como una forma de dar cuenta tanto de las
transformaciones del propio concepto de vida como de las relaciones de poder propias de
las sociedades de control. La noopolítica se refiere al bíos ya no en términos de procesos
orgánicos o biológicos de la especie sino en términos de una vida “a-orgánica” que remite
al tiempo y su virtualidad. En ese marco, la noopolítica designa una forma de poder que ya
no se basa en el disciplinamiento de los cuerpos (anatompolítica) ni en la regulación de las
condiciones de existencia de una población (biopolítica), sino que se ejerce a distancia,
modulando las subjetividades a través de formas de control de los cerebros, la memoria y la
atención. Por eso la traducción sociológica de la vida a-orgánica remite a los públicos
(Tarde) como una forma de relación más móvil, rápida y difusa que las masas o las clases.
En la prensa, en la TV, un solo espacio de emisión podía influir sobre una gran cantidad de
gente dispersa en el espacio e incluso en el tiempo. Internet radicaliza esta experiencia y
abre una nueva escala de desterritorialización de los lugares de emisión de signos y de
producción y disputa de sentido.23
En efecto, la publicidad es fundamental para poder determinar las condiciones de la
economía. “Actualmente, antes de producir bienes, hay que producir la necesidad de estos
bienes; y esta producción de necesidades se hace a través de la publicidad, de la televisión,
del marketing”. En ese marco Lazzarato sostiene la importancia de las semióticas
asignificantes, que “se dirigen directamente a los afectos” como formas de producción de
servidumbre maquínica. Es decir que el marketing vuelve a esos canales de comunicación
plataformas de captura de la atención de los usuarios para la inoculación de un deseo de
consumo y de una vocación de éxito como empresario valiéndose del aspecto asignificante
de esos signos, que apelaron primero a lo inconsciente, a lo libidinal, y que cada vez más
apuntan a lo preindividual, presubjetivo, etc. En resumen, el marketing funciona como un
gran dispositivo de explotación de los afectos.
Por si fuera poco, las técnicas del marketing fueron rápidamente adoptadas por la política.
A fines del XIX los autores de la psicología de las masas se oponían a la democracia, entre
otras cosas, porque advertían que el triunfo de los movimientos democráticos implicaría el
fin de la posibilidad de la razón en la política (razón representada por las elites burguesas o
aristocráticas). Autores como Le Bon advertían que la identificación con los líderes no
pasaba por lo racional sino por las emociones e imágenes que lograban suscitar en las
masas, sugestionándolas. En ese marco, los “elitistas” elaboran la idea de que toda sociedad
ha sido y será gobernada por una élite y que ésta siempre va a jugar el mismo rol respecto

23
Sin embargo, como veremos, la emergencia de esta vida a-orgánica no implica una desbiologización de la
vida, como tenderíamos a creer, porque la neurobiología contemporánea tiende a reducir precisamente
muchos de nuestros comportamientos relacionados con la memoria y con la comprensión intersubjetiva a
procesos neuronales. Por eso, la emergencia de los públicos y la noopolítica supondrá no sólo la importante
función del marketing a todo nivel sino también la emergencia de disciplinas como el neuromarketing o
incluso nociones como neuropolítica. Este carácter biologizante del saber biológico-molecular-informacional
queda de manifiesto en trabajos como el de E. Sacchi (2013) y N. Rose. Sin embargo, ya no es la misma
biología. Señala Sacchi: “la puesta a trabajar del cerebro dentro de la máquina noo-política, implica no una
mirada clínica sobre el cerebro (órgano/función) sino cada vez más la mirada molecular e informacional de
las bio y neuro-ciencias” (Sacchi, 2013, pág. 247)

16
de las masas. La política sería entonces el juego mediante el cual una élite puede conquistar
y usar a las masas para realizar sus propios intereses grupales. Es retomando ese núcleo que
va a surgir la idea de que la política puede ser entendida como un mercado más en el que se
seleccionan las elites que nos gobiernan y que incluso la acción política y las tendencias a
la expansión burocrática deben ser leídas en términos de intereses egoístas, ofertas y
demandas, costos y beneficios. Hoy todas estas ideas son articuladas, operacionalizadas,
mediante el marketing político. Esta disciplina busca conocer las emociones que
determinada imagen o consigna produce en la gente para luego venderle un candidato para
las elecciones, cual coca-cola helada en verano.24
Como vemos, el marketing no es un método inocuo para informarnos de aquello que nos
puede ser útil sino un instrumento de control que sirve para inducir lo que deseamos, una
determinada forma de ser, de pensar y de sentir y sobre todo de consumir. El consumo (de
bienes, servicios, experiencias, drogas, fármacos, candidatos, etc.) se vuelve un gozne
central de la realidad de este sujeto super-excitado, transformado —gracias a la
desproporción entre la obligación de consumir y la precariedad cada vez mayor de la
existencia y la ausencia de recursos financieros—, en hombre endeudado. En ese marco,
otra fuente de endeudamiento se genera en la contradicción entre el aumento del tiempo de
trabajo cognitivo/reflexivo del postfordismo y la expansión ilimitada de la infosfera
(Berardi), el conflicto entre ciberespacio y cibertiempo. En la attention economy el bien
escaso es la atención humana. “El ancho de banda de las telecomunicaciones no es un
problema; sin embargo, el ancho de banda humano lo es”.25 Por un lado, tenemos cada vez
más información disponible. Por otro, cada vez menos tiempo cerebral disponible para
dedicarle —incluso para nuestras propias relaciones sociales— por el aumento constante
del tiempo de trabajo. Esto da lugar a una sobrecarga de información, a una disputa cada
vez más acendrada por capturar nuestra atención mediante inversiones estrafalarias en
publicidad.26 A medida que disminuye el costo por unidad de los bienes producidos,
aumenta el costo de captura de atención. La atención funciona como nueva materia prima
con rendimientos decrecientes, un bien escaso y fuertemente deteriorable. (Marazzi, 2002:
27
65)
De todas maneras, el marco en el cual se inserta esta attention economy como su condición
de posibilidad es el auge del capitalismo financiero, donde la liberalización política de las
finanzas se basa en la necesidad de financiamiento de la deuda pública que se satisface
recurriendo a los mercados internacionales. Desde los ‘80 los mercados financieros se
autonomizaron de la producción y el comercio, instalando una inestabilidad crónica en la

24
Por supuesto, esta no es la forma en que esta disciplina busca presentarse a sí misma. Por si fuera poco,
estudios neurológicos sostienen que para el elector medio es más importante un rostro que demuestre
competencia y confiabilidad que cualquier consigna y que no hacen falta más que algunos milisegundos para
poder determinar esto. No es casual que hoy los afiches no muestren consignas sino rostros sonrientes y
confiados.
25
Cfr. Th. Davenport y John Beck, The Attention Economy: Understanding the New Currency of Business,
2001. Cit en (Marazzi, 2002, pág. 63)
26
De hecho, sabemos bien que los componentes materiales y mano de obra de la mayoría de los productos
que compramos es ínfimo en relación a otros componentes como la marca y la publicidad.
27
También una patología como el infostress —una especie de síndrome pánico-depresivo resultado del
exceso de informaciones— es producto del desequilibrio entre oferta y demanda de atención, reflejado en el
aumento exponencial —9 veces entre 1990 y 2001— de las ventas de Ritalin, que “cura” el déficit de atención
(Marazzi, 2002, pág. 64)

17
economía mundial ya que los países se encuentran cada vez más imposibilitados de tomar
medidas contra los dueños del capital.28 Al mismo tiempo, los objetivos de las empresas
quedan cada vez más supeditados a la presión de los accionistas. En ese marco, el mercado
financiero se constituye como un agente disciplinador para todos los actores de la empresa,
lo que da lugar a una gran concentración de beneficios y patrimonios, ya que la deflación
salarial pone a la fuerza de trabajo en competencia a escala mundial y condujo a muchos
asalariados al endeudamiento y a concebirse como portadores de un capital que se debe
valorizar, lo cual ha minado las lógicas de solidaridad. (Dardot & Laval, 2013: 202)
En resumen, la deuda cumple al menos un doble rol. Por un lado, garantiza la renta de los
grandes capitalistas financieros transnacionales, al punto que en cierto modo todos
trabajamos para pagarles la deuda con nuestros impuestos a quienes crean dinero para
especular con él —por ejemplo, los grandes bancos—, dinero que tiene como destino final
los paraísos fiscales. Pero tan importante como la generación de valor financiero a través de
la deuda es la producción de subjetividad. En la actualidad, las deudas se han vuelto
impagables y la mayoría de la población tiene hipotecado su futuro. En ese marco,
Lazzarato sostiene que hoy la lucha de clases se configura en torno a la deuda. El
neoliberalismo prometía que todos seríamos accionistas, propietarios, emprendedores, pero
lo único que logró fue precipitarnos en “la condición existencial de este hombre endeudado,
responsable y culpable de su propia suerte”. (Lazzarato, 2013, págs. 10-11) En ese marco,
la deuda funciona de consuno con otros dispositivos de subjetivación y de captura —como
el marketing— como un modo de solicitar y transformar el deseo humano en función de la
producción y el consumo; entronizar una moral en la que los sujetos deben encontrar goce y
autoestima en el trabajo (Dardot & Laval, 2013), puesto que de todos modos están
obligados a pagar una deuda que en muchos casos no contrajeron personalmente;
conformar un sujeto que debe asumir su precariedad existencial como un recurso del cual
debe hacer uso de manera adecuada o verse condenado a la privación y la miseria.

El neoliberalismo y el fin de la democracia liberal


“Mi preferencia personal se inclina a una dictadura liberal y no a un gobierno
democrático donde el liberalismo esté ausente” (F. von Hayek)
A lo largo de este escrito, hemos intentado mostrar la contradicción entre la democracia
como fuente de legitimidad y una forma de gobierno que ha acentuado las desigualdades, el
individualismo y el sufrimiento en la sociedad.29 Pero la perversión de cualquier posibilidad
democrática no es sólo un efecto indeseado de los dispositivos de control y de la
racionalidad gubernamental neoliberal, sino que el ataque a la democracia formó parte de
los núcleos doctrinarios de los teóricos y think tanks neoliberales desde sus comienzos. Es
decir que si bien la racionalidad gubernamental no se agota en una ideología, sí tiene una
clara inspiración de fondo que obedece a un sistema de pensamiento.

28
La reciente negativa de la Corte Suprema de EEUU a tomar el caso de Argentina, obligándola a pagar a los
fondos buitre, es un ejemplo del escándalo de cómo los Estados cedieron soberanía a los grupos financieros
como un modo de ejercicio de autodisciplina fiscal. El poder judicial de Estados Unidos –Estado soberano- ha
hecho un auténtico ataque a la soberanía nacional de cualquier Estado con esta decisión, con un antecedente
que pone en peligro a futuro al propio Estado que emite la decisión.
29
¿Quién hubiese imaginado hace 60 años que la depresión sería la patología de nuestro tiempo?

18
En este sentido, el desprecio neoliberal por la democracia es formulado tempranamente por
autores como Mises, Hayek y Friedman. El primero postula, recordándonos a Pareto, que,
dado que las masas no piensan, la dirección espiritual de la humanidad corresponde al
pequeño número de los que piensan por sí mismos. De allí la importancia de los
intelectuales, periodistas y formadores de la opinión pública para difundir sus visiones en el
público. De allí también la importancia del combate ideológico tanto en los medios masivos
de comunicación como en la educación. Mises y luego Friedman suponían correctamente
que la cultura y el espíritu de empresa pueden aprenderse desde la escuela, al igual que las
“ventajas del capitalismo”. (Dardot & Laval, 2013: 151) La educación y la prensa serán
fundamentales en la difusión de dicho modelo. Las organizaciones internacionales
desempeñarán 20 o 30 años más tarde un papel fundamental en estimularlo.
Sintomático de este carácter antidemocrático es un documento que influyó en la aplicación
masiva de políticas neoliberales en el mundo. Me refiero al primer informe de la Comisión
Trilateral (1975) que advertía sobre el exceso de democracia —excesiva implicación de los
gobernados en la vida política y social, ascenso de reivindicaciones igualitarias,
participación política de las clases bajas— que llevaba a la ingobernabilidad de los sistemas
políticos.
En efecto, del mismo modo que el Coloquio Walter Lippman (1938) y la Sociedad de Mont
Pelerin (creada en 1947) pueden ser señalados como momentos clave de la refundación
teórica del liberalismo y de los comienzos políticos del neoliberalismo, podríamos decir
que la Comisión Trilateral, creada por iniciativa de David Rockefeller en 1973, representa
un momento decisivo en la implementación de la governance neoliberal a escala global.30
Como sabemos hoy de sobra, muchas de las grandes líneas directrices del gobierno mundial
se toman a puertas cerradas por grandes empresarios, políticos e intelectuales
autodesignados para tales roles, a espaldas de los ciudadanos. Si bien el foro de Davos se ha
vuelto la cara más publicitada de esta lógica, la Comisión Trilateral ha tenido una
influencia decisiva en las transformaciones que se dieron en la transición hacia la
globalización neoliberal y aún hoy cumple un rol fundamental en el gobierno de los
principales estados “democráticos” de occidente.31 Esta comisión representa sólo un

30
Esta comisión surge como un organismo privado de concertación de políticas entre Estados Unidos, Europa
y Japón y cuenta con 170 miembros en Europa, 100 en Asia y 120 en Norteamérica. En ella participan
dirigentes de empresas multinacionales, banqueros, políticos, académicos y expertos en política internacional
con el objetivo declarado de dialogar sobre los problemas acuciantes de nuestro planeta, lo cual se traduce en
medidas para proteger los intereses de las multinacionales e influir en las decisiones de los dirigentes
políticos. Para dicha elite la democracia representa un obstáculo para la buena gobernabilidad internacional.
En los documentos anuales y temáticos de sus expertos, la CT aborda problemas mundiales que trascienden
las soberanías nacionales y, supuestamente, requieren la intervención global de los países ricos: reforma de las
instituciones internacionales, globalización de los mercados, medio ambiente, finanzas internacionales,
liberalización de la economía, regionalización de los intercambios, endeudamiento de los países pobres,
etcétera. Según esta Comisión, las democracias liberales serían el “centro vital” de la economía, de las
finanzas y de la tecnología y los demás países deberán unirse a ese centro y aceptar el mando que el mismo se
autoadjudicó. La CT expresa el credo neoliberal según el cual la globalización y la liberalización de las
economías, la mundialización financiera y el desarrollo de los intercambios internacionales estarían al
servicio del progreso y del mejoramiento de las condiciones de vida de la mayoría de las personas, poniendo
en cuestión las soberanías nacionales y las medidas proteccionistas. Véase Boiral (2003)
31
Para dar un ejemplo, en EEUU esta comisión tiene 93 miembros de los cuales 12 son funcionarios de la
administración Obama.

19
ejemplo de los grandes centros de producción de ideas y toma de decisiones, que destacan
por su carácter antidemocrático, tanto por su forma —una pequeña elite que impone sus
intereses al resto— como por su contenido. Y con él, no nos referimos sólo a las medidas
económicas sino también a las propuestas políticas y a la visión política global que las
sostiene.
Ya en el informe inicial de 1975 Crozier, Huntington y Watanuki sostenían que la
democracia política sólo podía funcionar con cierto grado de “apatía y de no-participación
por parte de ciertos individuos y ciertos grupos” y que “hay un límite deseable para la
extensión indefinida de la democracia política”. (Crozier, Huntington, & Watanuki, 1975,
págs. 114-15)
Por un lado, identificaban desafíos contextuales a la democracia que no provenían
directamente del funcionamiento del gobierno democrático mismo sino del ambiente en el
cual este opera. En ese sentido, uno de los grupos que socavaría la democracia en las
sociedades liberales avanzadas serían los “value-oriented intellectuals” que se abocan a
poner en cuestión el liderazgo y la autoridad, deslegitimando las instituciones establecidas,
representando un desafío potencialmente tan serio como en el pasado las aristocracias, los
movimientos fascistas y partidos comunistas. A ellos se oponen los tecnocráticos y “policy-
oriented intellectuals”, que tienen un rol central en la comisión.
De todos modos, los desafíos más serios a la viabilidad del gobierno democrático son los
intrínsecos, ya que, lejos de funcionar en un equilibrio automático, el gobierno democrático
puede dar lugar a fuerzas que, libradas a su suerte, pueden socavar la democracia. Los
procesos democráticos parecen haber generado un quiebre de los medios tradicionales de
control social, una deslegitimación de la autoridad política, y una sobrecarga de demandas
sobre el gobierno que excede su capacidad de responder, volviendo ingobernable la
situación. (Crozier, Huntington, & Watanuki, 1975, págs. 8-9) Debido a la ampliación de la
participación política y las mayores demandas sobre el gobierno, el bienestar material que
da lugar a nuevos estilos de vida y valores políticos, etc. emerge una democracia anómica,
donde la política democrática es más una arena de afirmación de intereses conflictivos que
de construcción de propósitos comunes. (Crozier, Huntington, & Watanuki, 1975: 161)
En resumen, para los autores del informe, el funcionamiento exitoso del gobierno
democrático dio lugar a las tendencias que impiden su funcionamiento: 1) la persecución de
las virtudes democráticas de la igualdad y el individualismo ha llevado a la deslegitimación
de la autoridad en general y a la pérdida de confianza en el liderazgo; 2) la expansión
democrática de la participación política ha creado una “sobrecarga” sobre el gobierno y a la
expansión desbalanceada de las actividades gubernamentales, exacerbando las tendencias
inflacionarias en la economía; 3) la competencia política, esencial para la democracia, se ha
intensificado, llevando a una desagregación de intereses y a la declinación y fragmentación
de los partidos políticos; 4) la búsqueda de respuestas del gobierno democrático para el
electorado y las presiones sociales fomentan el parroquialismo nacionalista en la forma en
que las democracias conducen sus relaciones exteriores. (Ibíd.)
En definitiva, todo el informe tiende a señalar que la democracia es una serpiente que se
muerde la cola, la democracia es una amenaza para las democracias. Se afirma que el
espíritu democrático es igualitario, individualista, populista e impaciente con las
distinciones de clase y rango y que amenaza los lazos sociales como la familia, empresa y

20
comunidad, que deben ser recuperados. No sólo cierta medida de desigualdad de autoridad
y distinción funcional sería necesaria, sino que el debilitamiento de la autoridad en la
sociedad contribuiría al debilitamiento de la autoridad del gobierno. Es decir que para que
las democracias sean gobernables es necesaria una sociedad disciplinada, autoritaria.
En ese clima de ideas, y tras la crisis de los ’70, los programas de Tatcher y Reagan, del
FMI y del Banco Mundial se presentaron naturalmente como un conjunto de respuestas a
una situación considerada imposible de administrar y donde las respuestas se daban por
descontadas. Las políticas monetaristas transfirieron la sangría producida por las crisis
petrolíferas al poder de compra de los asalariados en beneficio de las empresas y los
Estados se comportaron como constructores y auxiliares y a la postre víctimas del
capitalismo financiero globalizado. (Dardot & Laval, 2013) Todo ello fue legitimado por el
saber de este tipo de tecnócratas y policy oriented intellectuals que hoy siguen pululando en
los grandes centros decisorios.
Desde entonces, cada vez que aparecen “problemas de gobernabilidad”, problemas que en
este caso son producto de décadas de gobierno neoliberal, lo primero que se sacrifica es la
voluntad popular democrática. Retomando la distinción que recorre este escrito, para el
neoliberalismo, el gobierno se legitima no en la elección popular sino en la buena
governance, un gobierno experto que no sólo no contempla la participación de los
gobernados; últimamente, tampoco contempla sus intereses y su bienestar. La governance
supone, así, el vaciamiento total de la soberanía popular y de cualquier idea de gobierno
democrático. Este desprecio y miedo a las masas y la “pasión por el orden son la base de la
ideología liberal, por lo que el término democracia no es nada más que la cara falsa del
despotismo mercantil y de su competencia salvaje”. (Bensaïd, 2010: 25-26)
En este sentido, la instalación del neoliberalismo no sólo implicó un proceso de
redistribución hacia arriba de poder e ingresos que derivó en desigualdades sociales
crecientes sino que, además, instituyó un modo de hacer política donde una pequeña elite
de tecnócratas decide por todos y en beneficio de la pequeña minoría que controla los
recursos clave. Cuando la democracia no se alinea con lo que exigen los grandes poderes
económicos, peor para la democracia. Esto lo vimos, por ejemplo, con el salvataje por parte
de los Estados a los mismos bancos que produjeron la última gran crisis y con los
referéndums sobre la Constitución Europea32 y su no uso en nuestro país, a pesar de estar
habilitado en la Constitución Nacional. ¿Acaso decisiones tan estratégicas como qué hacer
con la deuda pública, con los recursos petrolíferos y mineros, hacia dónde debería ir el
modelo productivo, el uso de agrotóxicos, etc. no deberían ser objeto de consulta popular?
En ese sentido, sostenemos que el neoliberalismo, como visión del mundo y como
racionalidad gubernamental, y la democracia tanto en su faz de soberanía popular como en
su promesa de autogobierno, se revelan altamente incompatibles:
cuarenta años de políticas neoliberales han neutralizado las ya débiles instituciones
representativas, y la crisis ha consolidado todos los regímenes políticos que los griegos
oponían a la democracia. Las elecciones y decisiones que incumben a pueblos enteros son
tomadas por una oligarquía, una plutocracia y una aristocracia… (Lazzarato, 2013: 183)

32
Los casos de los referéndums en Francia, Holanda e Irlanda rechazando la constitución europea y la
reacción de las elites políticas frente a ese rechazo es una prueba de la crisis de la democracia en tanto poder
del pueblo expresado en el voto.

21
Para Lazzarato, el neoliberalismo limita la democracia a una expresión ridícula y lejos de
fomentar la competencia produce un monopolio y centralización inauditos del poder y el
dinero y el nacimiento de una economía del chantaje en todos los ámbitos, desde la deuda
soberana, a las relocalizaciones, a las jubilaciones, y al desarrollo de una economía
criminal. “El chantaje es el modo de gobierno «democrático» al que conduce el
neoliberalismo”. (Lazzarato, 2013: 184-85) Ese chantaje que hoy, en nuestro país, vuelve a
poner la soberanía nacional en cuestión y a redoblar el rol de la deuda como una forma de
sujeción ya intolerable.

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