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Golpe de Estado de 1976

En la madrugada del 24 de marzo de 1976 el gobierno constitucional de María Estela


Martínez de Perón, fue depuesto por un golpe de Estado. Los militares avanzaron,
nuevamente, contra un régimen constitucional, tomaron el poder e implementaron una
feroz dictadura que provocó efectos profundos y permanentes en el país.

El país se encontraba sumergido en una:

 Crisis económica que se expresaba a través de una inflación galopante que


desvirtuaba los índices económicos.
 Crisis social, ocasionada por el alto grado de descontento de amplios sectores
de la sociedad que se manifestaban a través de protestas u otros tipos de
movilizaciones.
 Crisis aguda del sistema político que afectaba directamente a los partidos.
Estos eran vistos como actores incapaces de brindar una solución al caos, lo cual
provocaba, proporcionalmente, un importante descrédito en el sistema
democrático. Existía, también, un superlativo grado de violencia política, vinculada
a la acción de grupos guerrilleros.

El consenso inicial

En lo inmediato, la intervención de las Fuerzas Armadas sobre la vida institucional del


país contó con la aceptación de amplios sectores e instituciones de la sociedad. Tuvo la
adhesión de la cúpula de la Iglesia Católica, de un sector destacado de los partidos
políticos (especialmente los partidos conservadores provinciales), de las asociaciones
empresarias, y de los medios de comunicación. Pero, por sobre todo, obtuvo el
consentimiento de buena parte de la sociedad.

Para entender sus causas es necesario tener presente, en principio, dos elementos
centrales. Por un lado, cierta “legitimidad” de origen a la intervención de los militares en la
vida política del país. Esta es una característica estructural propia del sistema político
argentino gestada a partir de las mismas intervenciones militares. Como sostiene Hugo
Quiroga (2005), a partir de 1930 se fue conformando un sistema político “pretoriano”, que
incorporó en su interior a las Fuerzas Armadas como un componente esencial y
permanente. Se constituyó, de esta forma, una cultura política que aceptaba la politización
de las fuerzas castrenses.

El segundo factor explicativo, ligado al primero, se encuentra en el contexto inmediato al


golpe. Legitimada históricamente su intervención, la opción militar se hacía cada vez más
fuerte en una situación que se tornaba cada vez más crítica. Ya desde varios meses antes
del golpe eran explícitos y públicos los planteos y reuniones de los jefes militares con el
poder ejecutivo nacional. El protagonismo de las fuerzas armadas se incrementaba a
medida que aumentaba el desconcierto general que era estimulado por los mismos
sectores castrenses por medio de la exaltación de su lucha contra las organizaciones
guerrilleras, que por otra parte, se encontraban ya en un evidente proceso de declinación.

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De esta forma, el caos general (económico, social y político) fue provocando una
importante deslegitimación, no sólo del gobierno mismo, sino también del sistema
democrático en su conjunto.

Los inicios del Proceso

Una vez en el poder, el nuevo gobierno de facto dio inicio al denominado Proceso de
Reorganización Nacional (PRN) que tenía como meta central realizar una intensa
reestructuración del cuerpo social y del Estado. Se constituyó como una dictadura
institucional (de todo el cuerpo de las Fuerzas Armadas) superadora del carácter
“ordenador” de la vida institucional del país de las anteriores intervenciones castrenses
(salvo la Revolución Argentina de 1966). Quiroga Hugo (2005) sostiene que las
intervenciones de 1930, 1945, 1955 y 1962 son consideradas “clásicas” porque irrumpen
en la vida institucional de un país para “poner orden en la cosa pública”, mientras que el
golpe de 1966 y 1976 son del “nuevo tipo”, ya que las Fuerzas Armadas juegan un rol
protagonista en la reestructuración del Estado y la sociedad, buscando “configurar un
nuevo sistema de dominación autoritaria”.

Quiroga H. (2005) se pregunta “¿Cuál es el armazón jurídico-institucional articulado por


las Fuerzas Armadas para realizar cambios profundos?” y asegura que las atribuciones
del gobierno de facto se desprenden de las propias normas sancionadas: el “Acta” y el
“Estatuto” del Proceso de Reorganización Nacional (PRN). Estas normas establecían un
cuerpo colegiado, la Junta Militar, como órgano supremo del Estado y un órgano
unipersonal, el presidente de la Nación. Por ello mismo se lo puede clasificar como una
dictadura institucional, impersonal, del conjunto de las Fuerzas Armadas, que procuró
evitar la personalización del poder.

Por ello, a fines de realizar un reparto equitativo de poder y evitar cualquier


personalización del mismo, se conformó un cuerpo colegiado integrado por los
comandantes en jefe de las tres armas (Ejército, Marina y Fuerza Aérea): la Junta Militar.
Por medio del artículo 1° del Estatuto del PRN se designó a la misma como suprapoder
de la nación y por encima de la Constitución Nacional. La Junta, a su vez debía ser la
encargada de designar al Presidente de la Nación, que tendría un mandato de tres años,
con posibilidad de ser reelegido. El Poder judicial fue intervenido, y las cámaras
legislativas fueron suprimidas, instituyéndose en su lugar una Comisión de Asesoramiento
Legislativo (CAL).

De la misma forma fueron intervenidas las demás instituciones de gobierno, que abarcó
no sólo la administración central, sino también, los organismos descentralizados, las
provincias, los municipios, y las empresas estatales. Y si bien se buscó desde el inicio una
pretendida equidad en la distribución de cargos para los diferentes niveles de poder (un
33% para cada Fuerza Armada), la histórica relación de fuerzas que remarcaba el
predominio del Ejército hizo que éste finalmente prevaleciera en el reparto.

Por otra parte, se dispuso la disolución de todos los partidos políticos y se estableció el
cese inmediato de toda acción política. Se determinó, también, la disolución de cualquier

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tipo actividad gremial de trabajadores, empresarios y profesionales. En fin, se suprimieron
las libertades públicas de los ciudadanos, permaneció activo el estado de sitio, instituido
por el gobierno anterior, y se promulgó la pena de muerte para las acciones contra la
patria, aunque nunca llegó a aplicarse.

La Junta Militar, integrada por el teniente general Jorge Rafael Videla, el brigadier Orlando
Agosti y el almirante Emilio Massera, emprendió el reordenamiento. Luego de cinco días
de tener en sus manos el poder ejecutivo, el 29 de marzo nombró como presidente de la
nación a uno de sus miembros, Videla, que retuvo a su vez la comandancia sobre el
Ejército. También se dio a conocer públicamente el Acta que precisaba los objetivos
básicos para el iniciado PRN: a) restituir los valores esenciales del Estado; b) erradicar la
subversión; c) promover el desarrollo económico de la vida nacional basado en el
equilibrio y participación de los distintos sectores; d) posteriormente, instaurar una
democracia, republicana, representativa y federal, adecuada a la realidad y exigencias de
solución y progreso del Pueblo Argentino. Es necesario aclarar, que los mismos no
poseían ningún tipo de límite temporal (plazos o etapas) para su concreción.

Para el gobierno militar la finalidad última era cerrar un “ciclo histórico” abierto con el
peronismo en 1946. Reorganizar una “nueva Argentina” por medio de una intervención
que modifique profundamente un sistema político corrompido, que elimine al Estado
demagógico, y que discipline a una sociedad descarriada. Un “Nuevo Orden” era
necesario, y esto sólo lo podría efectuar un agente de cambio, las Fuerzas Armadas.

Pero, aunque lo pareciera, esto no era la expresión de un plan homogéneo,


unánimemente aceptado por las tres fuerzas, sino más bien las líneas básicas de un
acuerdo. El mismo devenir del proceso manifestará la carencia de un proyecto unificado,
especialmente, por medio de los múltiples conflictos entre y dentro de las Fuerzas, que
expresaban los diversos posicionamientos respecto a la política a seguir. El gran
elemento aglutinador era la lucha contra la subversión.

Al margen de las diferencias, durante los primeros años de gobierno, las Fuerzas
Armadas se mostraron unificadas. El proyecto de fondo implicaba, en el largo plazo, la
construcción y consolidación de un orden estable sobre el cual el poder militar ejerciera
una permanente tutoría política sobre la nación. De esta forma, y en especial desde el
sector más afín a Videla, se pretendió generar, en colaboración con sectores civiles, al
actor político encargado de mantener en el futuro la continuidad original del proyecto. Así,
el Movimiento de Opinión Nacional (MON), una convergencia cívico-militar, sería la
descendencia del régimen. Este garantizaría la renovación necesaria de la clase política,
y oficiaría de heredero legítimo y continuador de un sistema de dominio a largo plazo
donde las Fuerzas Armadas contaran con la centralidad.

El gobierno de Videla

El primer presidente del PRN fue el general Jorge Rafael Videla, comandante en jefe del
Ejército e integrante de la Junta Militar. Asumió sus funciones el 19 de marzo de 1976 y

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las ejerció durante 5 años, convirtiéndose en el presidente militar que más tiempo
permaneció en su cargo en el último régimen de facto.

Con la designación de Videla se resolvió en una primera etapa la distribución del poder
compartido que caracterizó a este gobierno.

Los planes políticos

Las definiciones de los golpistas del 1976 son confusas y contradictorias. Sin bien las
Fuerzas Armadas permanecieron unidas sin fisuras durante todo este tiempo, su único
objetivo común era la lucha contra la subversión. Las propuestas políticas no pasaron del
plano del discurso y el único plan político de la Fuerzas Armadas fue el de Martínez de
Hoz.

Una de las propuestas políticas fue la de la unidad nacional, promovida por el sector
mayoritario del Ejército, liderado por Videla y Viola, fue explicitado en 1979, después de
cuatro años de gobierno militar, con un documento denominado “Bases políticas de las
Fuerzas Armadas para el PRN” que resumía tardíamente las pretensiones unificadas del
golpe de 1976.

En el mes de diciembre de 1979, las Fuerzas Armadas dieron a conocer las Bases
Políticas del Proceso, fijando las reglas de juego que debían operar el régimen militar.
Donde en relación a la transferencia del poder, esta no comenzaría gradualmente, como
pretendía la Aeronáutica, por las municipalidades, con un sistema de elecciones de donde
surgiría la nueva clase política, sino a través de un acuerdo entre el poder militar y las
fuerzas políticas existentes. No se mencionaba en el documento la idea de un partido
oficial o de un Movimiento de Opinión Nacional, se propugnaba por el contrario, por un
sistema político pluripartidista, tanto en el orden nacional como provincial, mediante la
formación de partidos ampliamente representativos.

Frente a la imposibilidad de renovación de la clase dirigente, el nuevo orden fundaría una


solución pactada con las fuerzas políticas existentes, conformando un cuerpo
representativo cívico-militar. El gobierno lo proponía como un elemento forjador de
consenso social, para evitar el aislamiento. En definitiva, el objetivo era fundar la
descendencia del régimen para permitir la continuidad del nuevo orden político. Aunque
en los hechos se excluía a los partidos políticos, además de a los “subversivos” y
“corruptos”. Sosteniéndose que el dialogo se mantendría con los hombres y no con las
agrupaciones políticas.

De esta manera las condiciones para el dialogo estaban impuestas y esto a su vez
significo límites para la convocatoria, no eran hombres cualquieras, sino aquellos que
fuesen considerados honestos y representativos de los objetivos del Proceso.

La violación organizada de los Derechos Humanos

Con la llegada de los militares al poder en el ’76, se puso en marcha un sistema represivo
nunca antes conocido en Argentina, que se basó en la intimidación, tortura, muerte y

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desaparición de personas. Una violación organizada a los derechos fundantes del
hombre. El Estado autoritario organizó una estructura represiva, que fue paralela y oculta,
controlada por los “centros clandestinos de detención” y “grupos operacionales secretos”,
para desarrollar un accionar que tenía un fin antisubversivo.

El sistema de detención-desaparición respondió al siniestro objetivo de someter individuos


al mayor aislamiento y soledad, con la intención de desconectarlos de la vida pública y
privada, para facilitar así las investigaciones. La violación sistemática de los derechos
humanos durante el régimen militar, con su secuela de dolor y sentimiento de injusticia
para tantas familias argentinas, degradó el ejercicio de poder político, al mismo tiempo
que humilló a una sociedad en la cual ciertos miembros se transformaron en
perseguidores de otros.

Un silencio casi generalizado fue la respuesta de la sociedad argentina al momento más


duro de la represión militar que transcurrió entre 1976 y 1978. Los dirigentes moderados
habían aceptado por un tiempo, el silencio y la exclusión política. Con la adopción de esta
conducta, los partidos no buscaban el fracaso del régimen, ni siquiera su aislamiento. Una
actitud similar fue asumida por la cúpula de la iglesia Católica, y por la dirigencia sindical
tradicional. No fueron entonces los partidos políticos, los sindicatos, la Iglesia Católica, ni
los medios de comunicación los que comenzaron a poner límites a los abusos de poder.
En realidad, el rol opositor fue asumido fundamentalmente por los organismos de
derechos humanos.

En un contexto desolado nacía el movimiento por los derechos humanos encarnado en


sus militantes. La consigna “aparición con vida” de las Madres de Plaza de Mayo, junto
con otros organismos, creó un espacio político.

En una segunda etapa, situada entre 1978 y 1981, la oposición política rompió su
aislamiento, para comenzar a disputar al Estado autoritario el campo de la política. La
sociedad comenzaba a despertar por efectos de los críticos discursos de la clase política,
a la vez que por la irresolución de los graves problemas económicos-sociales que la
afectaban.

El mundial del ’78 – Plan económico de Martínez de Hoz.

El gobierno frente a la repercusión que estaba teniendo la violación a los derechos


humanos con la denuncia de la desaparición de miles de personas, lleva adelante un plan
para limpiar su imagen y de la Junta militar del mundo, para ello lanza su maniobra de
propaganda más efectiva hasta el momento: el mundial de futbol del ’78. En cuestión de
meses, el gobierno construye, estadios, hoteles, complejos deportivos, que endeudan al
Estado, y enriquecen a los contratistas asociados con los militares.

Acompañados por los medios de comunicación, lo militares despliegan un arsenal


propagandístico para construir la imagen de una Argentina en orden, con un clima de
fiesta, alejada del terror que denuncian los organismos internacionales de derechos

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humanos. Finalmente, con el triunfo de la selección, los argentinos vuelven a las calles, y
la dictadura utiliza la alegría deportiva a su favor, y a esto le siguen manifestaciones de
apoyo a su gobierno. Pero la euforia mundialista dura poco, después del mundial, las
internas del gobierno vuelven al centro de la escena. En 1978, Videla es ratificado como
presidente, y Massera es desplazado de la junta, ingresa el general Viola, que a diferencia
de Massera, comparte completamente el proyecto económico de Videla y además, busca
una pronta salida política para la dictadura.

Una vez pasado el efecto mundial, Martínez de Hoy pone en marcha su nuevo plan
maestro: la “tablita”, que fija la cotización del dólar mediante una serie de evaluaciones
programadas, al mismo tiempo, se reducen los aranceles a las importaciones y se abre de
manera irrestricta el ingreso de capital extranjero. En 1979, llegan al país 4 mil
seiscientos millones de dólares, los extranjeros no vienen a invertir en fábricas, sino que
vienen a hacerlo en el sistema financiero. Comienza así un mecanismo perverso que va a
hacer un daño terrible a la economía Argentina: la “bicicleta financiera”. Los capitales
llegan al país, acumulan intereses en cientos de bancos y financieras que se abrieron en
esos meses, y vuelve a fugarse al exterior, sin embargo, el precio del dólar genera un alto
consenso en la clase media que se dedica a comprar productos importados. En esos años
comienzan a circular por la calle autos japoneses y muchos argentinos conocen Miami.
Pero mientras el país vive la breve burbuja de la plata dulce, los conflictos dentro de la
junta siguen, y amenazan con explotar de la manera menos esperada.

Para 1979, el gobierno militar todavía goza de los efectos de la burbuja financiera, y el
dólar barato. Pero cercado por la presión internacional, Videla accede a recibir a la
Comisión Interamericana de los Derechos Humanos de la OEA. En septiembre de ese
mismo año llegan los observadores, y en su estadía visitan cárceles, toman testimonios a
miles de ciudadanos que hacen largas colas para dar cuenta de los desaparecidos,
asesinatos, torturas, por la dictadura. Llevan registrado 5 mil denuncias de desaparecidos.
El informe es demoledor y para combatir su efecto, aprovechar el mundial juvenil de
Japón, y la Junta reparte miles de calcomanías con el lema “Los argentinos sobres
derechos y humanos”. A esta altura, en todo el mundo se habla de los desaparecidos
argentinos.

De los años que van de 1979 a 1982 son de gran intensidad, para desviar el tema de los
desaparecidos el gobierno retoma un viejo conflicto limítrofe que casi nos lleva a una
guerra con Chile, y que se soluciona a último momento con la intervención del Papa.

Para 1981, la burbuja financiera de Martínez de Hoz estalla y deja como saldo una crisis
de enormes dimensiones. El ministro arrastra consigo a Videla y en su lugar asume Viola,
perteneciente al ala liberal de la dictadura, pretendiendo ocupar el lugar de presidente de
facto hasta 1982, pero haciéndose cargo de una crisis descomunal. Su ministro de
economía no puede controlarla y en realidad la empeora.

Poco a poco el país comienza a salir de este estado de letargo. Pero se va a producir un
“golpe”, donde se termina sacando a Viola y se asciende a Galtieri como presidente,

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general perteneciente al ala dura, que tendrá como propósito levantar la imagen del
Ejército.

El gobierno de Viola

El general Viola era el candidato a presidente aceptado unánimemente por las Fuerzas
Armadas para ocupar el centro del poder durante el período 1981-1984. Con la
designación del general Galtieri en el ’79 como comandante en jefe del arma se presumía
garantizada la línea Videla-Viola en el liderazgo del Ejército, pero en dos años Galtieri
clausuró aquella línea de conducción en las filas del Ejército, con los oficiales que pasó al
retiro y con la destitución del presidente Viola en 1981. Así, los puntos de referencia
pasaron a ser otros y en 1980 los indicios que provenían de la corporación militar y de los
sectores económicos vinculados a Martínez de Hoz daba cuenta de la disconformidad que
generaba el candidato a presidente. El resultado fue la crisis interna del estado autoritario,
la lucha por la sucesión presidencial abrió profundas fisuras.

El 29 de marzo de 1981, cinco años después de la intervención militar, el general Roberto


Viola asumió la presidencia de la Nación. Su gobierno adquirió un carácter polémico y
cuestionado desde las propias filas de la institución militar. El “golpe” contra Viola
comenzó en realidad antes de que asumiera el cargo presidencial, cuando la oposición
buscó condicionar su autoridad y el margen de maniobra a través de una serie de
medidas económicas que se tomaron al final del ministerio de Martínez de Hoz y mediante
la presión de ciertos sectores de las Fuerzas Armadas, que rechazaban cualquier
posibilidad de apertura política.

Viola asumió su cargo con ciertos desgastes del escenario nacional, sin la plenitud de
poderes, con una Junta Militar vigilante y con un periodo como presidente breve, 8 meses
y 12 días, de los cuales los últimos veintiuno fueron ejercidos por el ministro de Interior a
cargo del poder Ejecutivo.

Ante la asunción de Viola como presidente, se cuestionaba si este iba a significar cambio
o una continuidad de la labor política acontecida por Videla. Esto movilizó a los altos jefes
militares que sostenían que las correcciones posibles nunca serían de fondo. Se
desconocía el alcance real de Viola, pero su posicionamiento político obligó a que la
desconfianza prevaleciera.

Si bien Viola en su primer discurso como presidente había expresado que su designación
no significaba el fin del Proceso, sí admitió que los partidos políticos eran los instrumentos
para canalizar las inquietudes ciudadanas, así promovió a encarar un política inclinada
hacia el diálogo con los partidos tradicionales, inclusive su ministro de interior había
puntualizado que “el peronismo era un interlocutor válido”. Este giro político también se
vio acompañado por un cambio en la política económica, donde se señaló que los
grandes problemas de la economía argentina eran la alta inflación, el atraso cambiario, la

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falta de rentabilidad empresarial y el mínimo crecimiento que se había producido. Esto,
significó un marcado distanciamiento del plan de Martínez de Hoz.

El acceso de Viola al poder, con la imagen de una posible apertura política, hizo pensar a
la clase dirigente que se había iniciado en el país el proceso de discusión sobre la
transición a la democracia. Observando el desgaste del poder militar en los cinco años de
gobierno de Videla, los partidos políticos apostaban por el retiro de las Fuerzas Armadas
al finalizar el periodo de Viola en 1984. Sin embargo, la Junta Militar se pronunció por la
continuidad del Proceso por un periodo superior a 1984.

A sí mismo, la apertura que podía ofrecer el gobierno de Viola no dejaba de ser frágil y
limitada a su vez, pero el alcance de esta apertura creó un clima de distención política,
acompañado de: una mayor libertad de expresión, aunque las organizaciones partidarias
aun no podían organizarse ni realizar actos públicos en lugares abiertos, la liberación de
la ex presidenta Isabel de Perón en el mes de julio, cuyo objetivo fue abrir una
negociación con el peronismo, la consulta con los partidos y no con las personalidades
políticas, y una mayor participación de civiles en el gabinete nacional, principalmente en el
área económica.

A pesar de los logros alcanzados Viola no logró ser la expresión del pensamiento
mayoritario de las Fuerzas Armadas, por lo tanto, el presidente de facto no gozaba de un
poder comparable al de Videla, por lo que aumentó el poder tutelar de la Junta Militar. Y
finalmente lo que terminó por rebasar el vaso de inquietudes fue la enfermedad del
presidente, que produjo un ambiente sobrecargado de suposiciones, que llevaron a que
cediera su cargo al ministro de Interior, el general Liendo. Así había finalizado el mandato
del general Viola, pues no volvería a asumir, ya que inmediatamente las Fuerzas Armadas
se levantaron el apoyo de la candidatura del general Leopoldo Galtieri.

Hacia su final

Desde fines de los setenta y durante los primeros meses de la nueva década, se inició un
proceso de desgaste del gobierno militar que se manifestaba en la apertura paulatina de
los espacios públicos, y en el surgimiento de voces disonantes desde la sociedad. Las
causas de esta lenta transformación se hallaban en el fracaso manifiesto de la política
económica y de los proyectos políticos de sucesión; pero especialmente, en la
disgregación interna del régimen.

La lucha contra la subversión era un importante factor de cohesión hacia el interior de las
Fuerzas Armadas, como también fue sustancial el grado de legitimidad que propiciaba
hacia la sociedad. Una vez agotada la tarea militar comenzaron a surgir disidencias ante
la incapacidad de establecer bases mínimas de acuerdo alrededor de los objetivos del
régimen.

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Bibliografía

JORDÁN, Albertos R., El Proceso 1976/1983. Buenos Aires, Emecé, 1993.

NAVARRO, Marcos, PALERMO, Vicente, La Dictadura Militar. 1976-1982. Buenos Aires.


Sudamericana, 2001.

QUIROGA, Hugo, El tiempo del “Proceso” y la Reconstrucción de la democracias


argentina, en SURIANO, Juan, Dictadura y democracia (1976-2001). Buenos Aires,
Sudamericana, 2005. Pag. 33/153.

ROMERO, Luis Alberto, Breve historia contemporánea de la Argentina. Buenos Aires,


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