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Alain Rouquié

Mitos y realidades de un golpe de Estado

POLÍTICA Y PETRÓLEO

¿Cómo puede un sector secundario de la economía, la producción de petróleo, tener una


influencia decisiva en la vida política de una nación exportadora de carne y cereales?
Un ministro francés, al recibir la noticia del golpe de Estado, habría dicho al embajador
argentino en París, Álvarez de Toledo: “Señor embajador, su revolución huele a petróleo”. El
diputado radical Néstor Aparicio publica el 10 de septiembre en El Nacional de Montevideo un
artículo titulado: “La nacionalización del petróleo es la única causa de la insurrección militar en su
país”.
Waldo Frank, en los Estados Unidos, vuelve a tomar esta tesis desarrollándola: “los
monopolios internacionales habrían financiado el golpe de Estado”. El futuro presidente Arturo
Frondizi, en su monumental ensayo “antiimperialista”, Petróleo y Política, habla más precisamente
de “golpe petrolero yanqui”.
La cuestión del petróleo hace su aparición en la escena política argentina en el transcurso
del año 1927. El 3 de mayo, el Dr. Arturo Orzábal Quintana, funda la Alianza Continental para la
Nacionalización del Petróleo Argentino. En junio de 1929 el general Moscón, director de YPF,
conviene con el presidente de la Alianza Continental en financiar una campaña de opinión de seis
meses “para defender la soberanía argentina cada vez más amenazada por la penetración del
capitalismo norteamericano”.
A partir de 1927 se desarrolla en el mundo una competencia muy intensa entre las dos
sociedades más importantes: la Standard Oil of New Jersey, de los Estados Unidos, y la británica
Royal-Dutch Shell. En acuerdo de Achnacarry pone término provisionalmente a esa competencia
agotadora en septiembre de 1928. El acuerdo, que crea un frente único de grandes compañías,
reparte los diferentes mercados consumidores de acuerdo con la situación existente al momento de
la firma. En cuanto a la Argentina, las cuotas habían sido fijadas de la siguiente manera: Standard
Oil 45,8%, Royal-Dutch Shell, 27,6%; YPF, 14,6%, repartiéndose el resto entre las demás
compañías. Por lo demás, el precio de venta al consumidor es fijado en forma unilateral por la
compañía extranjera más poderosa.
El gobierno decide el 1° de agosto de 1929 bajar autoritariamente el precio de la nafta y dar
a YPF la facultad de imponer un precio uniforme en el mercado argentino. Las sociedades
extranjeras, cuyos beneficios se ven recortados por la política gubernamental, denuncian con
energía la intromisión del Estado en los negocios privados como un grave atentado a la libre
empresa. Ante todo resulta que la política nacionalista de YPF sustentada por el gobierno de
Irigoyen pone en serio peligro sus intereses en el preciso momento en que esas compañías, hasta
entonces esencialmente importadoras y distribuidoras, se interesan en las reservas petrolíferas
argentinas.
El general Moscón desea, por su lado, que las sociedades extranjeras sean proscritas de la
explotación del subsuelo argentino. Un proyecto de ley, que fue presentado al Congreso bajo
Alvear, crea el monopolio nacional de los recursos petrolíferos. El proyecto, votado por diputados
en 1927, es bloqueado por el Senado en 1929, mientras la Standard Oil obtiene concesiones de las
autoridades provinciales, particularmente en Salta. El 7 de octubre de 1929 Yrigoyen envía un
mensaje extraordinario al Senado urgiéndolo a examinar y sancionar el proyecto de nacionalización
del petróleo.
Incidentes acontecidos en Salta entre la Standard Oil y los habitantes han sensibilizado a la
población contra una compañía yanqui que parece conducirse en todas partes como en un país
conquistado. Además, el compromiso de los jefes militares, respetados tanto dentro como fuera del
ejército, a favor de las nacionalizaciones no favorece la labor de los partidarios de las grandes
compañías extranjeras.
La agencia comercial del gobierno soviético que se estableció legalmente en Argentina en
diciembre de 1922, Iuyamtorg, bajo la forma de una sociedad anónima. En agosto de 1930 la
sociedad comercial soviética, instada sin duda por el gobierno de Buenos aires, se compromete a
entregar a la República Argentina petróleo soviético por debajo del curso mundial a cambio del
pago en productos agrícolas (trigo, cueros, etc.). Las grandes compañías temen la competencia del
petróleo soviético y una caída de los precios de venta a los consumidores.
El golpe de Estado de septiembre aleja esas amenazas. El acuerdo se convierte en letra
muerta. La Iuyamtorg parece olvidada cuando, el 1° de agosto de 1931, un allanamiento policial se
lleva a cabo en las oficinas de la sociedad, a fin de establecer “sus verdaderas actividades” y sus
“relaciones con los sindicatos extremistas”. La sociedad es disuelta algunos días después con falsos
pretextos y sus dirigentes son expulsados. Las fuentes oficiales declaran que “el sindicato comercial
de los soviéticos” se proponía destruir mediante el dumping una riqueza minera argentina y que la
agencia soviética pretendía debilitar al país, “haciendo bajar en forma ruinosa (sic) el precio del
petróleo”, en el marco de un plan de “subversión roja”. Para los abogados defensores de la
Iuyamtorg fue fácil demostrar que el acuerdo no podía poner en peligro la producción nacional: el
petróleo ruso debía reemplazar las importaciones de otra procedencia y las cantidades adquiridas
habían sido fijadas por el gobierno en función de las necesidades del momento y del monto de los
productos agrícolas argentinos vendidos a la URSS.
La llamativa disolución de la sociedad, la denuncia de sus maniobras económicas
“subversivas” o de sus relaciones con los comunistas locales responden a una maniobra política
dirigida en realidad contra los radicales. El gobierno del general Uriburu trata de desacreditar a los
radicales de todas las tendencias. Se esforzará pues en demostrar, que el radicalismo es el partido
del desorden y que existe una verdadera colusión entre sus jefes y el comunismo internacional.
Como los abogados de la firma soviética, Honorio Pueyrredón y Mario Guido, son dos radicales
notorios que ocupan el centro de la escena política, no había mejor manera de descalificar a estos
distinguidos alvearistas que implicarlos en un “complot comunista”.
El asunto de la Iuyamtorg, quizás totalmente preparado, no confirma las presunciones que
recaen, según los radicales, sobre las compañías del cartel. No obstante, una serie de hechos no
puede dejar de llamar la atención: los intereses petroleros se encuentran ampliamente representados
entre los conjurados y en el seno del gobierno provisional.
Por caso, el brazo derecho militar de Uriburu, Emlio Kinkelín, fue el principal accionista de
una compañía que llevaba su nombre.
Uno de los primeros decretos del gobierno provisional destituye a las autoridades de YPF.
Se detiene incluso al general Mosconi y se le abre una causa judicial. Desde luego, se abandona el
proyecto de nacionalización del petróleo: se confirman las concesiones provinciales a la Standard
Oil.
Entre las medidas del gobierno de Uriburu en materia de hidrocarburos, los defensores de la
tesis petrolera pasan de buen grado por alto el decreto del 30 de noviembre de 1930 que declara
zona de reserva inalienable a todo el territorio de Tierra del Fuego. Los conservadores y los
partidarios de Uriburu ven en él una acción para defender al petróleo argentino. Esa medida
puramente conservatoria revela en realidad el conflicto de intereses que divide a las esferas
gubernamentales, conflicto que se solucionó con la sabia decisión de dejar que el futuro gobierno
constitucional resuelva. Asimismo, el aumento del precio de los productos petroleros en enero de
1931 fue presentado a veces una concesión a las exigencias de las grandes compañías: se trata en
realidad de un alza en las tasas, destinada a alimentar un fondo para inversiones viales.
La oligarquía argentina, tradicionalmente ligada a las inversiones de los países
industrializados, normalmente los defiende como a sus propios intereses. Como en el último
quinquenio de la década del veinte la actividad petrolera va viento en popa, no es extraño que la
política nacionalista de Yrigoyen provoque una protesta general. Pero transferir la responsabilidad a
los “trusts extranjeros” no puede hacer olvidar que el 6 de septiembre de 1930 es un movimiento de
reacción oligárquica. Tales alegatos tampoco pueden disimular la debilidad del radicalismo en el
poder.
El problema petrolero es uno de los aspectos del conflicto entre Yrigoyen y la oligarquía.
Pero es la esencia de la política del Estado radical la que está en tela de juicio. Cuando los
economistas conservadores atacan el proyecto de nacionalización de los recursos petroleros, lo
hacen en nombre de la “libertad de la industria y del comercio”, o sea de una causa más amplia que
la de la industria petrolera privada. El petróleo desencadena pasiones, pero en la Argentina tiene
infinitamente menos importancia que la carne; la cuestión petrolera forma parte de una
transformación de las relaciones económicas externas de la Argentina, y por lo tanto de la rivalidad
entre Gran Bretaña y Estados Unidos.

GOLPE DE ESTADO E INFLUENCIAS EXTRANJERAS

En los países dependientes, en este tipo de formaciones sociales con una economía
“penetrada”, es indispensable examinar las vinculaciones existentes entre la política interna y las
relaciones internacionales par comprender los mecanismos del poder.
¿Fue la revolución de 1930 un “golpe de Estado británico”? La oligarquía “restaurada” en
septiembre mantiene vínculos preferenciales con la City y con el mercado de carnes de Smithfield y
Gran Bretaña sigue siendo el primer cliente y el primer inversor. Pero Yrigoyen no fue menos en
este aspecto.
L apolítica externa del presidente Yrigoyen se inscribe en la tradición pro europea de la
diplomacia argentina. Los radicales, así como los conservadores de tiempos de Sáenz Peña, se
oponen a las tentativas hegemónicas de los Estados Unidos en el continente. En la Conferencia
Panamericana de La Habana de enero de 1928, los delegados argentinos encabezaron la ofensiva
contra el intervencionismo norteamericano en América Latina. Asimismo, la Argentina de Yrigoyen
pretende ser rival pacífico de los Estados que llevan a cabo una política imperial en el Caribe y en
América Central. Yrigoyen no vacila en aleccionar, en forma poco diplomática, al presidente
Hoover, declarándole que el progreso de la civilización apunta a la instauración de un orden
internacional en el cual “los pueblos (serán) sagrados para los pueblos”.
Una actitud de profunda desconfianza hacia la política continental de los Estados Unidos
permite explicar, por ejemplo, que el gobierno radical deje vacante el puesto de embajador en
Washington. Las relaciones con EE.UU se mantienen tensas a partir de 1929.
Algunos sectores oligárquicos parecen fascinados por el modelo norteamericano. Se
compara de buena gana el poderío económico de la Gran República Liberal, paraíso de la libre
empresa, donde el Estado evita escrupulosamente intervenir en la vida económica, con la debilidad
de la Argentina desorientada por el dirigismo obrerista de los radicales. Se desea que la Argentina
siga el rudo y exaltante ejemplo de los yanquis y se distancie del viejo mundo, minado por la lucha
de clases y el socialismo. Es un tema recurrente, incluso y sobre todo en los nacionalistas
autoritarios como Lugones.
Después de la primera guerra mundial, Nueva York reemplazó a Londres como mercado
financiero para los empréstitos argentinos. Los Estados Unidos son los primeros proveedores de la
Argentina desde 1925. El dinamismo de la república norteamericana hace retroceder poco a poco al
Reino Unido.
La política de Yrigoyen no es muy favorable a la impetuosa ofensiva de los capitales
norteamericanos.
Es evidente, sin embargo que el mundo norteamericano de los negocios recibió con
satisfacción la noticia de la caída de Yrigoyen. Así lo atestigua el alza de los valores argentinos en
la Bolsa de Nueva Cork y, en menor medida, la franca recuperación del peso con relación al dólar.
La actitud del gobierno provisional hacia los Estados Unidos inmediatamente después de la
caída de Yrigoyen es, según palabras de Uriburu ante la prensa norteamericana, de colaborar “de
ahora en más con los Estados Unidos” y participar de nuevo “en las actividades panamericanas”.
Los revolucionarios quieren ganarse el reconocimiento de la potencia dominante del
continente. El gobierno procura igualmente obtener créditos norteamericanos para refinanciar parte
de la deuda externa.
El acercamiento entre la Argentina y los Estados Unidos puede también detectarse en otras
cuestiones, como el uso de los automotores, mientras que Yrigoyen pensaba emplear 100 millones
de pesos en la modernización de los ferrocarriles, Uriburu prefiere el petróleo al carbón y amplía un
mercado dominado por las grandes firmas de Detroit.
¿Puede por ello decirse que la política de Uriburu es abierta y resueltamente pro
norteamericana? De ninguna manera. Los grupos revolucionarios y los medios económicos
dirigentes se encuentran divididos en cuanto a la táctica de seguir frente a la crisis mundial. El
reflejo espontáneo de una clase extravertida, consciente de su inseguridad y de la vulnerabilidad del
sistema consiste en acercarse a una nación fuerte. ¿Pero cuál? ¿Gran Bretaña o Estados Unidos?
Hay que tener en cuanta el contexto de la gran crisis de 1929.

Depresión económica y participación política

El derrocamiento de Yrigoyen, después de setenta años d estabilidad, no es una peripecia de


la historia política argentina, ni la simple traducción política de una recesión coyuntura, resultado de
la depresión mundial. Por el contrario, la revolución de septiembre se sitúa en un amplio sismo
político que afecta al continente americano entero.
De marzo a diciembre de 1930, América Latina pasó por seis golpes de Estado exitosos (en
la República dominicana, Haití, Bolivia, Perú, Argentina y Brasil). La intensidad del fenómeno
apenas si disminuye en los años 1931 y 1932.
Es sin duda conveniente, para entender este primer golpe de Estado “militar” de la historia
argentina contemporánea, no aislar a un proceso nacional del entorno más amplio que representan
las relaciones económicas mundiales. Pero la situación económica argentina de 1930, sin ser
brillante, no es catastrófica. El fracaso de las autoridades gubernamentales no fue la consecuencia
inmediata de un súbito derrumbe económico Los que pudieron tener una incidencia política decisiva
son, en primer lugar, mecanismos sociales e incluso psicológicos, puestos en movimiento por las
dificultades económicas.
La economía argentina padece una coyuntura mediocre, incluso antes de que el “jueves
negro” de Wall Street proyecte su sombra sobre la City de Buenos Aires. La cosecha de cerales de
la campaña 1929/30 es mala, mientras que la de los países europeos productores es excedente. El
balance de pagos se deteriora en 1929 a pesar de un saldo positivo del balance comercial. Ya no
llegan capitales extranjeros y los egresos financieros asumen características de sangría. Las reservas
de oro disminuyen. La situación del comercio exterior empeora en 1930, terminando el año con un
saldo negativo.
El marasmo del sector exportador agudiza la desconfianza de los inversores y de los medios
financieros., Los Bancos extranjeros se deshacen de sus pesos papel contra oro que exportan
rápidamente. La especulación desenfrenada perturba profundamente al mercado financiero y por
consiguiente a todo el sistema económico. El 16 de diciembre de 1929, Yrigoyen decide cerrar la
Caja de Conversión, es decir suprimir la libre convertibilidad del peso. Esa medida era
indispensable para hacer frente a la fuga ininterrumpida del metal precioso. Pero desde el punto de
vista psicológico la repercusión de la medida es tremendamente desfavorable para Yrigoyen.
Muchos argentinos piensan que al abandonar el patrón oro en diciembre de 1929 la República
Argentina dejó el pelotón de países ricos y adelantados.
Es así como en el tenso ambiente de la época, la contracción general de la economía se
atribuye fácilmente a la mala gestión de los radicales.
Así, en 1929 y 1930 la crisis internacional azota severamente a la economía del país. Pero el
año 1930 también marca un viraje decisivo en la evolución de la economía argentina: la finalización
de un ciclo de progreso ininterrumpido. En efecto, la detención de la expansión horizontal de la
economía agropecuaria puede fecharse en 1930. Todas las tierras buenas utilizables para
incrementar la producción sin modificar los métodos de explotación ya fueron incorporadas a la
actividad económica.
A partir de entonces, el progreso indefinido y vertiginoso, el universo de curvas
ascendentes, parece pertenecer al pasado. La desorganización de las grandes corrientes mundiales
de intercambio y el nuevo cuestionamiento de la división internacional del trabajo coinciden con la
detención del crecimiento horizontal. La belle epoque argentina llega a su fin. Yrigoyen, que
coronaba en 1916, con su ascenso al poder como representante de las “nuevas capas” rurales y
urbanas, el éxito del modelo agroexportador, preside el estancamiento de ese modelo económico y
su cuestionamiento. Se comprende que un político y un partido sospechosos para los detentadores
del poder financiero y económico no hayan podido resistir esa crisis estructural.
Ante la conjunción de recesión coyuntural y de estrangulamiento estructural, Yrigoyen no
es suficiente garantía para los intereses del grupo dominante. Muy al contrario. Su falta de firmeza
ante las reivindicaciones obreras, en un momento que el desempleo aumenta y en que las
“ideologías extremas” aparecen intensamente, inquieta profundamente a la élite. La oligarquía se
propone retomar el poder para defender directamente sus posiciones. En otras palabras, la lucha de
los grupos sociales por la repartición de un ingreso nacional estancado impone recurrir a la
violencia. La participación política ampliada se avenía con la prosperidad. El control a distancia
ejercido por la oligarquía ya no basta en período de “vacas flacas”. Es por ello que la “dictadura de
depresión” del general Uriburu intenta restaurar el antiguo régimen.

Capítulo 5: Una dictadura militar sin militares. El ejército entre la democracia fraudulenta y
el Estado corporativista

La mayoría de los miembros del gabinete de Uriburu vuelven a la función pública. El


programa de restauración de las élites tradicionales es tan vago como el de los turbulentos
revolucionarios de septiembre, “personajes en busca de autor: ninguno sabía lo que iba a hacer”.
A primera vista, los objetivos parecen relativamente simples y explícitos: echar a los
radicales y encontrar una solución conservadora al problema político argentino. La
“desradicalización” no se limita al ámbito del Estado. Toma incluso un cariz de revancha social.
Todo aquello que de alguna manera puede ser atribuido al régimen depuesto sufre los rigores del
“gobierno provisional”. Y la dictadura conservadora tiene la mano dura: se instaura la ley marcial y
se restablece la pena de muerte abolida por el Congreso desde 1921.
Por otra parte, se disolvieron los sindicatos dirigidos por anarquistas y comunistas, y los
dirigentes detenidos, o a veces deportados.

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