Está en la página 1de 6

EVOLUCIONAR PARA MEJORAR, MEJORAR PARA CRECER.

Gabriel Célix Gaspar

Hace más de 40,000 años, la vida en este planeta apenas comenzaba a dar los primeros
pasos para dar como resultado la vida que tenemos hoy en día. Las representaciones que
fueron realizadas por los seres de esa época, plasmadas en las paredes de cuevas, nos
dieron una idea de cómo era su vida en ese entonces, las actividades que realizaban,
animales que habitaron en el mundo, dejaron una prueba de su existencia, y todo esto como
resultado del uso de objetos tan sencillos como una piedra y pigmentos de origen natural
como el carbón. A lo largo de la historia de la humanidad hemos podido observar la
evolución en la manera que se representa lo que se ve, lo que se siente y lo que se vive,
de pasar de pinturas dónde se observaba a un hombre con una lanza cazando a un mamut,
hasta pinturas que representan la victoria de una guerra sobre una nación.

El uso de diferentes manifestaciones artísticas para expresar y transmitir, también ha


llevado a la evolución de éstas mismas, las técnicas que se usaban en el periodo abarcado
por el Renacimiento no son las mismas que se utilizaron en el Romanticismo, que si bien,
se pueden tomar como inspiración unas con otras, no es exactamente lo mismo. Al igual
que fueron evolucionando, fueron apareciendo nuevas manifestaciones, como la fotografía,
que será un aspecto que tomaremos más a fondo a continuación.

Las distintas maneras en las que encontramos el cómo se nos muestra hoy en día el arte,
da pie también, a que cada individuo encuentre en alguna de éstas, una interpretación y la
forma de que cada uno produzca su arte.

Es por todo lo anterior, que vamos a hablar de algunas obras y del trasfondo que lleva cada
una de éstas, porque no sólo son lienzos con pinceladas echas porque si, no solo son
encuadres escogidos al azar, todo tiene un porque, y es con esto que nos apoyaremos de
dos categorías construidas por Nietzsche en su obra “El origen de la tragedia”, que explican
el arte griego en un juego de contraposición y complementariedad al mismo tiempo, de las
formas y de las manifestaciones de dicho arte.

La fotografía es una forma de manifestar el arte que no es muy antigua como la pintura o la
escultura, ésta dio sus primeros avances en el año 1824 de la mano del científico
francés Nicéphore Niepce, dónde las imágenes eran obtenidas con betún de Judea,
extendido sobre una placa de plata y con el avance de la tecnología tenemos las cámaras
que hoy día conocemos. Pues bien, la fotografía fue el ámbito en el que el cinefotógrafo y
fotógrafo mexicano Manuel Álvarez Bravo se desenvolvió a lo largo de su vida.

Podemos hablar de él cómo una persona fuera de serie en su forma de realizar su trabajo,
sus fotografías no muestran lo que en su época se exigía en una fotografía para que ésta
fuera considerada una con calidad, de hecho, en sus tiempos la fotografía no era
considerada más que un oficio, pero él se encargó de darle una vista diferente al México de
ese entonces sobre esta magnífica forma del arte.

Sus obras presentan una gran simplicidad en la manera que estás están tomadas, muestran
la belleza que se halla en la cotidianidad, hace visible lo invisible, capturar lo que en sus
obras muestra requiere mesura y equilibrio, por tanto, estamos hablando de que el trabajo
de Manuel Bravo lleva en su estructura parte de la filosofía apolínea, que busca mostrar la
belleza de las cosas, ofreciéndonos claridad y orden, liberando al ser humano del
desasosiego que le produce la duda, esto, sin dejar de lado que lo dionisíaco, que como lo
dijimos, entre estas dos categorías existe una contraposición y complementariedad, no
podemos pensar en una sin relacionarla con la otra, y en este caso lo dionisíaco podemos
percibirlo en una de sus obras, Obrero en Huelga, asesinado (1934), en el cual se observa
tal cuál cómo su nombre lo indica, un hombre asesinado, tirado en el piso, con el rostro y la
cabeza ensangrentada, sangre que recorre el suelo y mancha al mismo tiempo este y la
vestimenta del individuo, dejando para ver una escena salvaje, acto suscitado de una acción
desenfrenada, denota frialdad y caos, pero a pesar de todo esto, se puede encontrar una
belleza, no en el sentido de que sea algo hermoso y agradable de ver a la vista, sino de
una belleza terrible, que es lo que nos dice lo dionisíaco.

Una de las obras más famosas de Manuel Álvarez Bravo es El ensueño (1931), en la cual
el tema principal es el de una niña que vemos recargada sobre un barandal con la mirada
hacia abajo, evocando en ella un sentimiento de nostalgia y tristeza, con una posición
pensativa, lo que son devuelve a la idea de lo apolíneo, ofreciéndonos en ella una claridad
en la imagen, remarcando la belleza del individuo que se encuentra en ella, mostrándonos
un equilibrio en las formas que en esta se encuentran.

Una observación que hacer sobre este artista es que, en cada una de sus obras podemos
encontrar un título que acompaña la fotografía, esto explicado con sus propias palabras es
descrito de la siguiente manera: “Esto es debido a mi afición desde siempre a la lectura.
Los títulos de las fotografías salen de repente. Cuando me pedían exhibiciones, querían
fecha de mis fotografías y querían títulos. Sigo la costumbre. Mi mujer me ayuda mucho.
Para ponernos de acuerdo, para entendernos, la fotografía necesita un título. Pero no crea,
con el tiempo cambian de título. Hoy existe la costumbre de poner en algunas fotografías
sin título, que yo creo que es el peor título.” Incluso Octavio Paz, sobre esto en su ensayo
“Instante y revelación: Manuel Álvarez Bravo” escribió: “A veces la imagen fotográfica se
basta a sí misma; otras se sirven del título como de un puente que nos ayuda a pasar de
una realidad a otra. Los títulos de Álvarez Bravo operan como un gatillo mental: la frase
provoca el disparo y hace saltar la imagen explícita para que aparezca la otra imagen, la
implícita, hasta entonces invisible.” Así pues, nos damos cuenta de que los títulos en las
obras de Álvarez Bravo forman parte de su forma de hacer su arte, le otorga forma y de
cierta manera le da una individualización a la obra al darle un pequeño significado, pero
esto cambiará o se complementará con el significado que el lector le dé.

Otras obras son Caminando en un sueño (1974) y Señor de Papantla (1934-35), en las
cuales podemos observar, si bien, no la misma cosa representada, un cierto parecido en
los fondos que utiliza, la manera en que ocupa las sombras de los árboles y objetos para
dar una sensación nueva a las fotos es lo que le da el equilibrio que necesita para que
ambas nos generen algo que nos guste, en este sentido lo apolíneo estaría diciéndonos
que es un espacio para tener una racionalidad del orden, nos da un espacio para obtener
tranquilidad y admirar la belleza apaciguada que se ofrece.

Como última obra tenemos La hija de los danzantes (1933), la cual nos pone como centro
de atención a una mujer alzada ligeramente de puntas metiendo la mano en lo que pareciera
ser un agujero, pudiendo ser una ventana. En ésta fotografía podemos apreciar el contraste
que genera el fondo de mosaico de rectángulos color negro con cuadrados color blanco,
formando un patrón, la sombra del sujeto, es una obra mesurada, equilibrada, por lo cual,
en este sentido hablamos de lo apolíneo.

Viendo en retrospectiva todo esto, podemos llegar a la conclusión de que la manera de


llegar a nuevas formas de ver el arte y darle un significado, (cada individuo de una manera
que el mismo sienta comprensible y correcta), es la evolución, la evolución no sólo del
mismo arte, si no de la manera en la que nosotros lo percibimos, la manera en la que como
por nombre llamamos “arte” a todo aquello que nos evoca un sentimiento de pertenencia o
identificación. Las categorías filosóficas abordadas nos dan una idea del cómo se le puede
dar este significado a las obras, de como una manifestación ya sea una pintura, escultura,
fotografía o poesía, necesitan un balance entre estas dos para darle un sentido a lo que se
quiere presentar. Lo apolíneo y lo dionisiaco están sujetos a ser una dualidad, pero a la vez
una complementariedad entre sí.

OBRAS DE MANUEL ÁLVAREZ BRAVO (1962–2002)

El ensueño (1931).
Caminando en un sueño (1974).

Señor de Papantla (1934-35).


La hija de los danzantes (1933).

También podría gustarte