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tiempo
¿Sucede con frecuencia que los proyectos nunca terminan cuando se tenía
previsto?
¿Por qué se subestiman los tiempos que se emplearán para ejecutar una
tarea?
Las causas pueden ser conductuales: quienes planifican toman en cuenta sólo
un tipo de información.
Uno de los desafíos que enfrentan frecuentemente los planificadores y la gente común es prever el
tiempo para ejecutar una tarea o un proyecto. En principio, este problema está asociado a factores
que lo hacen más o menos complejo, como la carencia de información acerca de la tarea que se
planifica, la falta de experiencia y preparación de quienes calculan los tiempos, la existencia de
variables incontrolables -condiciones atmosféricas o políticas, por ejemplo- y, en especial, la falta
de tiempo para analizar detenidamente los agentes que intervienen en lo que se planifica.
Existen también factores vinculados a la persona que planifica. Entre ellos se encuentran los
cognitivos, vinculados al tipo de información que una persona selecciona durante la planificación.
Esos factores contribuyen a explicar que, en ciertas condiciones, algunas personas tiendan a
subestimar los tiempos de ejecución de tareas simples (la declaración de impuestos, por ejemplo)
o complejas, como el desarrollo de un proyecto industrial.
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emplear recursos seis veces superiores a los presupuestados inicialmente. Otro caso es el del
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teatro de la ópera Sídney, Australia: demoró 16 años en construirse a un costo de 102 millones de
dólares, cuando se habían calculado seis años y siete millones de dólares (Buehler, Griffin y Ross,
2002).
Los errores de cálculo de tiempos de ejecución para tareas no son exclusivos de proyectos de gran
envergadura. También ocurren en la ejecución de tareas simples, como la elaboración de trabajos
académicos, la declaración de impuestos o las compras navideñas (Buehler, Griffin y Ross 2002).
Los procesos descritos en los ejemplos anteriores son similares al proceso racional de decisión: se
delimita el problema, se proponen soluciones y se elige una de ellas. Además, tanto en el proceso
de planificación como en el de decisión racional se supone que quienes deciden tienen toda la
información para planificar sin contratiempos o decidir con acierto. Sin embargo, ¿disponemos de
toda la información cuando planificamos?
obtener toda la información para elaborar una planificación infalible, quien planifique estará
motivado a buscar la mayor cantidad de información, para acercarse al resultado óptimo. Además,
sabrá que una de las causas de incumplimiento de los tiempos previstos puede estar en la
información a la que no pudo acceder.
La selección de la información
La cantidad de información a la que se puede acceder no es el único factor que afecta la precisión
en el cálculo del tiempo necesario para ejecutar una tarea; también lo es el tipo de información que
se utiliza. En 1979 Daniel Kahneman (premio Nobel de economía en 2002) y Amos Tversky,
plantearon que, frecuentemente, “los científicos y escritores, por ejemplo, subestiman el tiempo
requerido para completar un proyecto, aun cuando tienen considerable experiencia de
incumplimiento de fechas de culminación de tareas similares, que servirían para mejorar la nueva
programación. Esta subestimación lleva a los individuos a apresurar la programación para poder
cumplir con las fechas planificadas, lo que convierte el proceso de planificación en una falacia”. De
acuerdo con esta teoría, denominada “La falacia de la planificación”, las personas tienden a
subestimar los tiempos de ejecución de tareas simples o complejas porque utilizan
predominantemente información singular, en vez de información distribuida. Kahneman y Tversky
Un ejemplo que ilustra el uso de información singular y distribuida es el de un hombre que practica
el aeromodelismo y que planea construir un modelo 747 durante un fin de semana (Blanco 2004).
Luego de comprar el juego de piezas empieza a ensamblar el avión. A última hora (domingo en la
noche), se da cuenta de que se quedó sin pegamento y que no terminará la tarea según lo planeó.
¿Cuál fue el error cometido por el aeromodelista? La persona consideró los pasos para construir el
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modelo, según consta en las instrucciones, es decir, consideró la información singular de la tarea
(perspectiva interna), pero no anticipó el posible evento de quedarse sin pegamento, ni el hecho de
que en los domingos en la noche las tiendas están cerradas. No consideró la posibilidad de que
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ocurrieran eventos descritos en las instrucciones de ensamblaje del modelo, pero que ciertamente
afectaron el plan. En resumen: no consideró la información distribuida de la tarea (perspectiva
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externa).
Focalización
Schkade & Kahneman (1998) explican el soslayo de las experiencias pasadas al planificar una tarea
con el término “focalismo”: “cuando el juicio sobre un objeto completo o categoría se hace con la
atención focalizada en un subconjunto de esa categoría, es probable que ocurra una ilusión de
focalización, en la que el subconjunto atendido adquiere un peso mayor en relación con el
subconjunto no atendido”. En pocas palabras, se emite un juicio sobre un objeto sin considerar
objetos similares; se presta atención sólo al objeto observado.
El problema con los escenarios es la tendencia a crear sólo aquellos que lucen positivo. Se han
realizado estudios que muestran que, cuando se recrea la secuencia de desarrollo de una tarea
mediante escenarios mentales, se tiende a desestimar los inconvenientes que pueden obstaculizar
su desenvolvimiento (Buehler y Griffin, 2003; Newby-Clark y otros 2000).
1. Aunque el futuro es casi siempre incierto, la gente genera con frecuencia uno o un número muy
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pequeño de escenarios (Griffin, Dunning y Ross, 1990).
2. Las personas crean escenarios que reflejan sus esperanzas y preferencias. Por ejemplo, al
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3. Existen pruebas de que el contenido de los escenarios afecta las creencias de la gente acerca
de su futuro. Cuando los individuos son instruidos a imaginar o explicar la ocurrencia de un
evento en particular, se convencen de que ocurrirá (Koehler, 1991).
Se ha observado también que existe la tendencia a subestimar más los tiempos de ejecución de
tareas cuando se desarrollan escenarios optimistas que cuando se desarrollan escenarios
conservadores (Newby-Clark y otros, 2000), y que la gente que elabora los escenarios
conservadores tiene poca confianza en que se hagan realidad. Esto se debe a que existen
incentivos que motivan a los individuos a desechar escenarios pesimistas, independientemente de
su factibilidad. Estos incentivos pueden ser personales o impuestos por el entorno que incluye a
jefes, organizaciones, sociedad y familia. Un empleado tendrá incentivos para elaborar escenarios
optimistas acerca de una tarea importante para su desarrollo profesional, debido a la presión que
su jefe inmediato ejerce para que se realice. Para el empleado, la culminación de la tarea representa
su éxito en la organización y, probablemente, el orgullo que su familia puede sentir si alcanza la
meta.
El desarrollo de escenarios mentales puede ser una muy buena aproximación a la secuencia de
desarrollo de una tarea sí, y sólo si se revisan repetidamente para incluir experiencias de tareas
similares ya ejecutadas.
Segundo: seamos razonables al planificar. No ayudan los escenarios mentales que soslayan los
posibles contratiempos para lo que se planifica. Desestimar la posibilidad de que ocurra algún
contratiempo cuando elaboramos escenarios mentales sólo producirá una ilusión de éxito que nada
tiene que ver con lo que realmente puede pasar. Los escenarios mentales son útiles, siempre y
cuando incluyan la mayor cantidad de eventos posibles, tanto placenteros como desagradables.
Tercero: cuidado con la motivación exacerbada. Pensar que somos superhombres que podemos
tener éxito en cualquier empresa, aún cuando la experiencia muestra muchos resultados negativos
en organizaciones similares, es un comportamiento que sólo traerá frustración. La motivación es
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fundamental, pero se debe sazonar con realidades. Mientras información se recabe durante la
planificación, mayor será la posibilidad de éxito durante el desarrollo de la tarea. El gerente que
motiva a sus empleados a desempeñarse más allá de lo que les permiten sus capacidades, los
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recursos disponibles y el entorno, podría obtener de ellos sólo frustración y resentimiento cuando
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los resultados sean distintos a los esperados. Los empleados, por su parte, deben controlar su
motivación de cara al alcance de las metas impuestas por otros. Ellos deben saber qué posibilidad
de éxito tiene la tarea que se le impone con los recursos, la experiencia y la formación que disponen.