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INTRODUCCIÓN
( añadir)
En sus orígenes, en la antigua Grecia, el vocablo so sta se utilizó para designar a quien
se mostraba experto en alguna actividad. Podía ser la loso a, la poesía, la música o la
adivinación, pero siempre un so sta era un maestro de sabiduría, alguien que se proponia
hacer sabio a quien recibiera sus enseñanzas. Hombres célebres como los míticos Siete
Sabios de Grecia fueron llamados so stas, implicando con el10 un profundo
reconocimiento a su condición de hombres de excepción.
Otros pueblos tienen santos, los griegos tienen sabios", hacia notar Nietzsche. Mucho
antes de que se popularizara la palabra losofo, con su sentido de amor a la sabiduría,
hombres capaces de hacer grandes contribuciones eran sencillamente sabios, sophós, y
por extensión so stas, sophistés.
Es efectivo que los diálogos de Platon contienen enérgicas acusaciones contra 10s
so stas, planteadas normalmente en términos generales, pero el no impide el
reconocimiento de algunos méritos particulares, tal como ocurre en los diálogos
Protágoras y Gorgias . En ellos los so stas que dan nombre al texto obtienen el respeto
de Sócrates, quien, no por simple casualidad, se somete a los rigores del diálogo con
unos interlocutores representados como hombres cultos y extremadamente hábiles.
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Hay bases sólidas para identi car una primera generación de so stas, distinta de todas
las siguientes, compuesta por pensadores pioneros de gran nivel y educadores
decididamente innovadores, entre 10s cuales pese a sus diferencias existe un núcleo
común. Algo así como un aire de familia, un parentesco espiritual, que les otorga una
identidad especi ca. En este grupo se incluyen los seis pensadores mencionados:
Gorgias, Protágoras, Pródico, Hipias, Trasimaco y Antifón.
tener a las estrellas y a la naturaleza como la materia central de la re exión losó ca.
Ahora la loso a cambia su orientación y se instala en la tierra, en las calles de la ciudad,
en la plaza publica, en el gimnasio. El hombre en relación consigo mismo, el cuidado de
su alma, así como aquellas cuestiones asociadas a la política y la formación ciudadana,
atraen a la re exión desde este momento.
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Los nuevos maestros de Grecia
Hegel desaloja todos 10s lugares comunes e inaugura otra percepción respecto de 10s
so stas, creando para ellos una nueva dignidad. Mostrando la potencia que puede
alcanzar la re exión, la misma que les reconoce a ellos en calidad de pioneros, los
convierte en los maestros de Grecia. Sostiene que llegaron para sustituir a los poetas y
los rapsodas, 10s antiguos maestros, y para crear una nueva cultura:
míticas, e inaugurando una forma de interpretar justi cada mediante argumentos. Más
adelante pensadores como Hecateo, Jenófanes y Heráclito, y luego Anaxágoras y
Demócrito, aportan lo suyo para socavar la autoridad del mito y la religiosidad griega. Los
so stas se insertan en este proceso y lo llevan hasta sus límites.
conocimiento.
So stica- regresa a la esfera individual de las pasiones humanas y los intereses políticos.
También es el caso de Sócrates.
Sabemos que la preocupación por el nómos, por la ley no es nueva. Pitágoras y Heráclito
ilustran esa preocupación a su manera, pues ambos colocan en el centro de su re exión
la lucha contra la anarquía y la legitimación de la ley. Además, es signi cativo que los dos
hagan corresponder la ley, como principio organizador de la sociedad, con los principios
que en su concepción de la realidad son organizadores del mundo: la armonía y el lógos.
Esto ciertamente reforzó el poder de la ciudad, pues, después de haberlo hecho con los
dioses y la naturaleza, se uni có en torno a una legislación común. La ley representó de
manera muy especial el orden griego frente al personalismo persa. El griego se
enorgullece de someterse a un Orden, no a ningún hombre. Herodoto resumió muy bien a
los espartanos el ideal griego: "No tenemos más amo que la ley". Los sacri cios exigidos
por las guerras médicas no hizo sino reforzar la toma de conciencia de un "modo de vida
griego", cuya originalidad puede ser de nida por la existencia y la soberanía de la ley.
Sólo desde esta perspectiva se entiende un Sócrates mártir de esa devoción que pre ere
morir antes que trasgredir la ley:
1. La palabra
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Un aspecto central de la enseñanza sofística, tal vez el de mayor demanda, estaba
constituido por aquel saber destinado a desenvolverse en la vida pública: La retórica. Por
esta razón Hegel dirá que los so stas son, "principalmente, maestros de elocuencia"2z.
La retórica consistía en la téchne del buen decir, de encantar y seducir a los auditores por
medio del discurso. La retórica es el instrumento que hace posible la persuasión. Es una
capacidad que surge como producto de la aplicación de un saber y no de un inexplicable
talento. Hace referencia a una práctica basada en reglas generales y conocimientos
seguros. Aristóteles de nió la retórica como la facultad de considerar re exivamente los
medios posibles de persuadir o de prestar verosimilitud a cualquier asunto.
La retórica no fue una materia de estudio entre otras, sino decididamente una muy
importante. Esto convirtió a los so stas en representantes de la profesión más apreciada.
Platón hace decir a Gorgias en su célebre diálogo, que la retórica es el mayor bien al que
se puede aspirar: Es, Sócrates, el mayor bien, en verdad, y causa al mismo tiempo de la
libertad para los hombres y causa también del dominio que se puede ejercer sobre los
demás hombres en cada ciudad en particular, Pero la retórica no era un simple saber-
hacer, una técnica de aplicación mecánica. Gorgias insistirá más adelante en que la
retórica siempre debe emplearse dentro de los márgenes de la justicia se incorporará el
término kairós, el arte del momento oportuno, como una distinción central de su
concepción de la retórica. La téchne de la persuasión, que sólo puede ser concebida en
un contexto interpersonal, descansa en importante medida en la capacidad para
descubrir lo que es adecuado en cada situación, y actuar en el tiempo preciso. Este
sentido de la ocasión, del momento oportuno, para intervenir en el curso de una
conversación, es lo que los griegos llamaban kairós; y que ahora Góticas propone como
un aspecto esencial de la formación retórica.
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2. Educación y política
Hay un mérito adicional en los so stas. Ellos son los creadores de una concepción
consciente de la educación, tal como ha sido argumentado por Jaeger, Un proceso que
debía asumirse de un modo resuelto y como una tarea sostenida en el tiempo; y
ciertamente vinculada a la formación del espíritu. Es correcto decir que la educación de
los so stas tenía una orientación muy clara hacia el empleo del pensamiento y las
capacidades personales con nes prácticos, pero eso no agota su concepción de la
educación. El intento exitoso de introducir un grado de formalidad en las relaciones de
enseñanza y formación, que no fue producto del azar ni estimulada sólo por un
compromiso de pago. En uno de los fragmentos del texto Sobre la Concordia de Antifón
se lee:
2.1. Protágoras
(Texto Ricardo López) (Uno de los debates más discutidos entre Sócrates y so stas
En casa del acaudalado ciudadano Calias se han encontrado por primera vez Sócrates y
Protágoras, recién llegado a la ciudad. Atraído por la fama del so sta, el maestro se ha
dejado arrastrar por el ímpetu de su joven discípulo Hipócrates, que no resiste un minu-
razonado.
En seguida, la intervención se inicia con una fábula sobre el origen del hombre:
Combinando la tierra, el fuego y otros elementos, los dioses han creado la vida, y han
decidido enviar a los hermanos Prometeo y Epimeteo para que asignen a cada ser
viviente las cualidades convenientes para que puedan desenvolverse en el mundo.
Epimeteo suplica para que se le permita asumir por si solo la tarea, y distribuye
impulsivamente las cualidades de modo que ningún ser las posea todas o carezca en
absoluto de ellas. A unos da la fuerza y a otros la rapidez, a unos hace grandes y a otros
pequeños, a unos les permite volar y a otros desplazarse por la tierra. De esta manera
adquiere forma la más absoluta diversidad, pero en su entusiasmo el enviado de los
dioses ha agotado todas las cualidades con los animales privados de razón y ha olvidado
al hombre. No por casualidad los griegos asimilaban el nombre Epimeteo con la torpeza,
con alguien que no re exiona antes de actuar.Prometeo, a quien toca luego resolver este
problema, decide robar a Atenea y a Hefestos el secreto de las artes y el fuego, y
entregarlas a los hombres. Con estas cualidades podrán protegerse, alimentarse y crear
una lengua. Satisfechas así las necesidades más urgentes, un poco después intentan
agruparse con nes de mutua conservación y construyen ciudades, pero rápidamente
surgen algunas di cultades. Los hombres no logran establecer relaciones de
colaboración, y se causan daño unos a otros. Esto los condena a permanecer dispersos
y vulnerables. Prometeo había aportado los medios para sobrevivir, pero no para convivir.
Tenían la técnica, pero carecían del conocimiento de la política. Esta última se encontraba
exclusivamente en manos de Zeus, y Prometeo que fue capaz de robar a Atenea, la diosa
de la sabiduría y las artes, y a Hefestos, el herrero de los dioses, jamás se hubiese
atrevido a entrar en la Acrópolis, la ciudad alta, la mansión del padre de los dioses. Pero
el gran Zeus no demoró en enterarse de esta situación, y dispuso que los hombres
recibieran esta vez el pudor y la justicia, para que pudieran construir relaciones estables y
de colaboración. El designado para esta nueva misión fue Hermes:
Son los propios hombres los que deben asumir esta responsabilidad mediante la
educación, y por supuesto mediante algún acuerdo de carácter fundamental, que permita
de nir los principios básicos en función de los cuales generar todo este proceso. Aparece
el Estado como el origen de todo el esfuerzo educativo.Protágoras recoge aquí una
respetable tradición que se remonta a los Siete Sabios de comienzos del siglo VI a. C.,
quienes encarnan un tipo de sabiduría práctica al servicio de la comunidad, y por
consecuencia muy próxima a la actividad política. Protágoras no se limitó a hacer un
buen discurso con estas ideas. Sabemos que Pericles le con ó la tarea de redactar una
constitución para la colonia de Turios, recién creada en el sur de Italia. En ella el so sta
de nió una democracia que garantizaba la existencia y conservación de la clase media,
mediante un límite que establecía una extensión máxima en la propiedad de la tierra. Sin
embargo, el aspecto medular de esa constitución fue la incorporación de un nuevo
concepto de responsabilidad social en la educación. La carta fundamental creada por
Protágoras establecía la instrucción escolar obligatoria para todos los hijos de los
ciudadanos, nanciada enteramente con cargo al Estado.
declarado que tanto en sus discursos como en sus escritos deja de lado "toda cuestión
que afecte a la existencia o inexistencia de los dioses", elige a Zeus, la divinidad principal,
como portavoz de su concepción. La educación y el Estado han de crear las bases que
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2.2. Gorgias: El poder de la palabra en el Ágora
Se preocupó no tanto por la educación como por la más alta formación en el arte de la
persuasión. Así, si Protágoras veía la retórica, la oratoria y, en general, toda forma de
hablar en público con intención de convencer como instrumentos, Gorgias se centraba
en esos mismos instrumentos convirtiendo su dominio en el objetivo principal de la
sofística. De ahí el importante y brusco giro que se produce desde las delicadas
posiciones de Protágoras. lo cierto es que la tradición recogió las consecuencias y
pre rió establecer la matriz de su pensamiento con esta triple argumentación. Y así, una
vez asentada la incomunicabilidad del pensamiento, se abría la puerta a la imposibilidad
de que existiera una conciencia intersubjetiva acerca, siquiera, de la apariencia de las
cosas. Por lo tanto, la conciencia intersubjetiva tendrá que ser no de las cosas o de las
apariencias de las cosas, sino del signi cado de las palabras. La palabra se convierte,
entonces, en el vehículo de intersubjetividad y la retórica, como arte de la persuasión,
implica no tanto un conocimiento profundo de las palabras, cosa requerida por
Protágoras en sus lecciones, como un conocimiento de las emociones de los
espectadores ante el uso de tales o cuales palabras. Dicho de otro modo, se da con
Gorgias un giro psicologista o incluso esteticista determinadas palabras, articuladas en
determinado tipo de discursos, con determinado tipo de ritmo o de género, resultan
demoledoras en cualquier intervención pública por el tipo de reacciones emotivo-
afectivas que desatan en los espectadores. Por ello, la verdad o falsedad del discurso no
importa ya en absoluto (cf. Platón, Gorgias, 449d-457c) ni, por supuesto, cualquier
contenido ético o moral: lejos de ello, la elevación del instrumento a objeto en el arte de
la persuasión deja atrás la posición de Protágoras y del so sta como árbitro de las
opiniones, para erigirse en creador de opiniones, sean verdaderas o falsas. Se buscará,
entonces, el efecto estético de la palabra antes que la correcta utilización del signi cado
o mucho antes que educación de los oyentes, quedando ésta reservada a los iniciados
en el arte de la retórica y la sofística.
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En primer lugar, se da una asunción del carácter convencional del nómos y del carácter
necesario de la physis. En este sentido, Antifonte va a ostentar un talante ciertamente
legalista, pues desde su punto de vista:
«la justicia consiste en no transgredir las normas legales vigentes en la ciudad de la que
se forma parte. En consecuencia un individuo puede obrar justamente en total acuerdo
con sus intereses, si observa las grandes leyes en presencia de testigos» (fr. B 44, Col.
I,1-33).
En segundo lugar, es vital la importancia del testigo, es decir, del que nos ve llevar a cabo
nuestra acción», para dirimir acerca de la punidad o impunidad de los actos. En este
sentido, es justo obrar en total acuerdo con los intereses propios y en el marco legal
vigente, pero también es cierto que en ausencia de testigos, el individuo obedecerá a su
naturaleza. Por lo tanto, transgredir las normas legales sin presencia de testigos y si
posibilidad de que se tenga conocimiento de la transgresión, «está libre de toda
vergüenza y castigo»
La intervención de Trasimaco se apoya en los puntos de partida so stas. Así, asume que
el nómos se origina por convención, frente a la physis, que vendría dada. Ahora bien, si
Protágoras consideraba que el nómos era lo que garantizaba la convivencia pací ca, así
como el aidós, es decir, el sentido moral y la justicia repartidos de forma universal para
todos los hombres (a diferencia, recuérdese, de los saberes técnicos), por el contrario
Trasímaco tonsidera que ambas cosas son un freno para el interés y prevecho de los más
fuertes. Evidentemente, esto partía de una consideración previa según la cual «lo justo no
es otra cosa que la conveniencia del más fuerte» (fr. B 6a; Platón, República, 338c), lo
cual supone una transmutación de los valores vigentes de la democracia, algo heredado
muy probablemente de Gorgias (cf. DK82 B 11). En este sentido, lo injusto a ojos del
débil es, en realidad, mucho más poderoso que su justicia (ibid., 344c). Esta identidad
entre justicia y provecho del más fuerte implicaba una dura crítica contra la cultura
democrática de la Atenas de su época y una necesaria imposición del nómos desde la
dimensión de la physis.
En primer lugar, Sócrates, al igual que los so stas, consideraba que el nómos se oponía
efectivamente a la physis, y como aquéllos, también pensaba que era fruto de la
convención o del pacto entre ciudadanos. Sin embargo, esta condición no resultó óbice
su ciente para que, como Gorgias o Trasímaco, renunciara a buscar una de nición de
justicia universal, susceptible de ser compartida por todos los ciudadanos y proyectable
políticamente en el marco jurídico que imponen las leyes. En esta línea, Sócrates
mantuvo en vida un compromiso con las leyes de su ciudad que trascendía el miedo
(Antifonte, Polo, Calicles, Trasímaco) o la mera necesidad de supervivencia (Protágoras).
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La experiencia ciudadana de Sócrates, en este sentido, se apoya en su propia
experiencia como hoplita a las órdenes de los generales atenienses en las distintas
batallas para las que fue movilizado, su convicción de que la/democracia era el mejor de
los sistemas posibles y el padecimiento de las políticas demagógicas (propias de Cleón o
Alcibíades, discípulo directo de Sócrates), llevaron al ateniense a conformar, a lo largo de
toda su vida, un programa losó co que aspiraba a una reforma general de la ciudad,
pero partiendo no tanto del ágora como unidad política básica, sino del individuo en
tanto que ciudadano.
Los objetivos, por tanto, estaban claros: apoyarse en las signi caciones comunes, cuya
adecuada contemplación desencadenará un proceso (inducción) de establecimiento de
signi caciones objetivas (de nición) de las cosas. Ahora bien, ¿cuál es el marco en que
ha de desarrollarse este proceso?
¿A quiénes va dirigido?
Diálogo y mayéutica
El dialogo entre ciudadanos es lo que fundamenta los pilares de la democracia, así como
la toma de decisiones posterior a ese diálogo. Por lo mismo, el diálogo es lo que
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permitirá, no sólo en el ágora,que no es más que el espacio político de ese proceso de
diálogo y toma de decisiones, sino en todas las facetas de la vida cotidiana la búsqueda
de esas de niciones entre iguales. Por ello, una educación basada exclusivamente en el
cobro de atributos propia de los so stas se enfrenta abiertamente a la reforma del
ciudadano pretendida por Sócrates. Esto es lo que diferencia de manera fundamental la
postura de Protágoras de Abdera y Sócrates de Atenas: mientras el so sta busca esa
reforma de-ciudadano a partir de la conducción del mismo por parte del sabio en
cuestiones de virtud política, Sócrates pretende la reforma de todos los ciudadanos una
vez instaurada, en efecto, las bases de la democracia radical de Pericles en que todos
los hombres podían dar su voto y emitir su voz en la asamblea ateniense. Por lo tanto, la
postura de Sócrates representa una dimensión hija de su época, de sus propias
circunstancias políticas y de sus convicciones morales.
Sin embargo, la mayéutica es también un proceso de conducción del ciudadano hacia las
signi caciones objetivas de las cosas partiendo de las signi caciones subjetivas. Entre
otras cosas, por eso mismo se lo consideró otro so sta, salvo por un matiz importante: la
conducción del démos por parte de los demagogos en el ágora representaba la máxima
expresión de la retórica como instrumento de dominio y de instrumentalización de los
ciudadanos, mientras que la conducción que lleva a cabo Sócrates parte de lo que el
sujeto cree, de lo que considera
Como ha quedado dicho, después de las guerras médicas el pensamiento político griego
conoce un considerable desarrollo. A ello contribuyeron de forma destacada hombres
como Pericles, que propició el gobierno de la mayoría, el principio de elección por el
mérito y la capacidad, así como la igualdad de todos los intereses privados ante la ley,
pero también pensadores como Protágoras, Hipias y Gorgias que orientaron sus
preocupaciones a los problemas de la educación y la virtud, pero, sobre todo, que
intentaron fundar una ciencia de la política. Ésta se organizó en torno a dos centros
principales de re exión: la igualdad y la ley. Los so stas' y en especial Protágoras fueron
defensores de dos ideas que fundamentaron la apuesta democrática ateniense y que
buscaron siempre fortalecer la posición del demos al elevar el los pilares de la autoridad
aristocrática. Nos referimos a las ideas de isegoría e isonomía. Un estado democrático es
aquel en el que la ley es la misma para todos (isonomia) y donde es igual, también, la
participación en los asuntos públicos (isegoría). Ahora bien, el pensamiento de
Protágoras es democrático por razones epistemológicas. Veámoslo.
La loso a griega desde Tales hasta Parménides había teorizado sobre la realidad con
una auténtica con anza en las posibilidades del lógos, de la razón. Paralelamente habían
hecho de los testimonios sensoriales una vía del error. Pues bien, con los so stas van a
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irrumpir en la historia de la loso a las dudas sobre las posibilidades de aquélla. De
hecho, para él, conocer no es un proceso de descubrimiento de la verdadera naturaleza
de la realidad, sino algo mucho más modesto: un proceso que los hombres impulsan
ajustando y estableciendo acuerdos entre sus percepciones y opiniones.
Dos razones impulsaron esta descon anza en las posibilidades de una razón universal:
siguieron muy de cerca los desarrollos de la siología y la medicina cientí ca. La primera,
a partir de las investigaciones de Alcmeón, Filolao, y Empédocles, defendió diferencias
senso-perceptuales entre los hombres y los animales y, ante todo, fueron de la opinión de
que al ser el cerebro el asiento de nuestras sensaciones se producía siempre una
interconexión entre el pensar y el sentir, con lo que podrían darse diferencias
perceptuales entre diversos sujetos, dependiendo de la edad, la salud, etc. Desde el
campo de la medicina cientí ca también se ofrecía algo que iba a incidir claramente en el
el ambiente relativista: era preciso estudiar y atender a la constitución anatómica y
morfológica de los individuos para mejor e cacia de los fármacos.
capaz de a rmar cosas que la experiencia inmediata parecía presentarnos como datos
habla Protágoras? ¿Del individual y concreto, como sostienen Platón y Aristóteles o, más
recientemente Zeller o, más bien, de un sujeto colectivo como sostiene Dupréel en su
estudio Les sophistes (Neuchâtel: Du Gri on, 1948)
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"Y bien, querido Hermógenes, ¿te parece que los seres son de tal naturaleza que la
esencia de cada uno de ellos sea relativa a cada uno de nosotros, según la proposición
de Protágoras que a rma que el hombre es la medida de todas las cosas; de manera
que tales como me parecen los objetos, tales son para mí, y que tales como te parecen a
ti, tales son para ti? "
"(...) creen que la verdad no debe ser juzgada partiendo de la mayoría o minoría de
hechos, pues una misma cosa es dulce para el paladar de unos y amarga para el de
otros... No son, en efecto, más verdaderas estas cosas que las de más allá, sino
igualmente verdaderas
Desde esta perspectiva relativista, cobran especial relevancia las tesis de Gorgias:
"Primero: nada existe; segundo: si algo existiera, no sería cognoscible por los
hombres; tercero: si se pudiera conocer, no se podría comunicar a los demás."
(SEXTO EMPÍRICO, Adv. Math., VII, 65).
Así es, el contexto en el que han de entenderse es el de la loso a parmenídea. Sigi can:
1.
2. En caso de que existiera un ser tal, dada nuestra dependencia respecto conocimiento
sensible
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La conclusión parece clara: dado que la naturaleza de las cosas no puede erigirse en
criterio para juzgar la verdad, es la misma comunidad cognoscitiva quien se convierte en
juz de todo lo que se quiera presentar como verdadero. La cuestión relevante, entonces,
es: ¿cómo puede haber un parecer común y compartido como el ser de muchos? Si
todas las opiniones son igualmente verdaderas o igualmente falsas, si no es posible
mantener una teoría representativa del conocimiento a una teoría dela verdad como
adaequatio rei et intellectus,
entonces habrá que admitir una teoría de la verdad como consenso. Y es evidente que
vistas así lascosas, el ideal del eu légein, del buen decir, se convierte en la norma de
racionalidad más elevada. Si no hay criterios objetivos de verdad, sólo puede hablarse de
persuasión. El orden humano, el nómos, reemplaza, de nitivamente, al orden de la
naturaleza, de la phúsis. Pólis frente a physis podría ser el principio de la loso a de
Protágoras.
En este contexto, si nadie puede elevarse con una mejor opinión, el sabio se de nirá a
posteriori como aquél que posee la capacidad de producir consenso, nómos. Ahora bien,
en la medida en que la retórica es un arte y, por tanto, puede ser aprendida,
A diferencia del dominio de las técnicas, que es muy desigual entre los humanos, Zeus
dio órdenes a Hermes de repartirles a todos el sentido de lo decente y lo justo, para que
pudieran existir las ciudades basadas en una convivencia civilizada.
En resumen, todos somos capaces de tomar decisiones en la vida política. No hay una
opinión que valga más que otra.
En de nitiva:
Podemos decir que el losofo ateniense no niega en principio que la virtud sea
enseñable, pues piensa que es fundamentalmente un saber; sólo a rma que también en
política son los técnicos los que deben dirigir los asuntos públicos, porque la mayoría no
posee un criterio su cientemente educado para ello. El enfrentamiento de Sócrates con
la democracia de su tiempo es un con icto bien conocido y de nal trágico, como bien
subrayó Hegel.
Por eso, el lógos, el decir, debe estar sustentado en el noûs. Los so stas han
abandonado completamente el noeín para centrarse unicamente en el légein, en el hablar.
La ironía socrática es, precisamente, la estructura noética que intenta rescatar la
verdadera sabiduria. El Sólo sé que no se nada" implica devolver al "ser" de nuevo su
importancia y peso, pues, se hace de nuevo resistente y ajeno a las opiniones de los
hombres. En su primer gran trabajo, El
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concepto de ironía atribuido a Sócrates, Sören Kierkegaard ha resaltado, como ya lo
hiciera Hegel en su Historia de la Filosofía, la negatividad de este concepto de ironía. En
efecto, la interrogación socrática sugiere una analogía indiscutible con lo negativo, en el
sentido de que lo negativo, el no-saber, tiene la fuerza y el valor de lo que mueve a
encontrarse con la verdad, pues, a diferencia con un saber positivo, que llena, la ironía
deja un vacio.
Cuando Aristóteles comenta en la Metafísica (XIII, 4, 1078b 27) o en los Tópicos (A, 18)
que fue el inventor del concepto y la de nición universal, en realidad, quería decir aue
Sócrates buscaba qué son las cosas en sí mismas, no en función del sujeto o las
circunstancias y que trató de atenerse al sentido de los términos para no dejarse seducir
por el brillo de los discursos. Sócrates quizá sea el creador de la dialéctica, un arte
diferente de la retórica. Ésta persuade, seduce; aquélla convence, descubre. La
dialéctica, el diálogo socrático rompe los largos e ingeniosos discursos so stas; procede
a base de preguntas cortas; no busca el deslumbre, sino el rigor racional. Parte de una
primera constatación: "sólo sé que no sé nada". Esto implica el principio de una
búsqueda, una búsqueda que involucra a todos aquellos que estén interesados por las
respuestas. Tal es el sentido de la ignorancia socrática: su negativa a manejar un saber
que no es tal. Tal es el examen que, obedeciendo la exhortación del oráculo de Delfos
-"conócete a ti mismo"- realiza consigo mismo y con los demás.
Como dice Simplicio, todo el que le trataba percibía ese deseo de verdad como "la
picadura de una vibora"(217 E). El mismo Alcibiades confesó, según testimonio del
mismo Simplicio (216 B), que Sócrates fue el único hombre que consiguió infundirle
vergüenza de sí mismo.
Ahora bien, detrás de esta sabiduría se alza en Sócrates su daimon. A pesar de lo que se
nos dice en la Apología de Sócrates de Platón (31 d) de que la voz interior, a la que llama
daímon, es algo que viene de la divinidad, podemos decir que la concepción socrática
del daimon no puede interpretarse en clave religiosa. En una primera aproximación
podemos decir que se trata de la conciencia de la individualidad, es decir, de una "voz
interior", que hoy llamaríamos conciencia moral. Ahora bien, el hecho de que el daimon
socrático irrumpa como una fuerza que exige obediencia antes de ser comprendida, nos
indica que es una, como ha sostenido Kierkegaard, una voz que no dice nada, o, mejor
dicho, no se trata como interpreta Hegel de un "oráculo interior", sino una puesta en
guardia". El daimon socrático remite, pues, al plano de lo inefable. El poeta, el político, el
artesano, todos han quedado imbuidos del espíritu racionalista que la ilustración so stica
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creara, son presa del optimismo humanista según el cual el hombre es dueño de su
propio destino, o sea, que no hay otra instancia para juzgar sus acciones y opiniones que
el mismo orden humano, pero no se dan cuenta de que el desorden y anarquía que vive
Atenas -tengamos en cuenta que tras la muerte de Pericles, se fortalecieron las actitudes
y acciones de enfrentamiento social son fruto de ese optimismo. Convencido de la
dimensión autodestructiva de la so stica y de la transición de toda democracia hacia la
demagogia -de hecho, como nos cuenta Jenofonte en el segundo libro de sus Recuerdos
de Sócrates (399 a. C -Madrid: Alianza, 1969, II, 1, 4 y ss.), Sócrates criticó a Pericles y
Alcibiades por aduladores del pueblo-, sólo puede condensar sus esperanzas en nuevos
poderes superiores a él: la ley y la "divinidad. El Sócrates, empeñado así, en este
combate antiso stico aparece, más en Aristófanes (Las nubes, 423 a. C), que en los
Memorabilia de Jenofonte, ligado a los ideales antidemocráticos y al deseo de reconstruir
un cuerpo de creencias ancestrales que restaurasen la idea antigua de ciudad como
comunidad unitaria.
Por eso, según nos lo retrata Jenofonte (I,1,9), Sócrates siempre distinguió entre lo que
es un simple saber técnico, y, por tanto, susceptible de aprendizaje, y lo que es un saber
reservado a los dioses y sólo comunicable a los hombres por adivinación. Al limitar las
pretensiones de una racionalización completa de los asuntos humanos, Sócrates se
sitúa, en el mismo sitio, pero mirando en dirección contraria a los so stas. En este
sentido, se plantea el drama de una paideia que no puede fundamentar el pensamiento
democrático, pues hace del alma y la conciencia la medida de lo mejor y, por tanto,
traduce la aristocracia del valor en aristocracia del alma. De hecho, Sócrates avanza
hacia la muerte con plena conciencia de acertar en su buena elección, máxime cuando
permanece callada una voz interior que le avisa cuando está en presencia de un mal. Es
la mejor prueba de su fe en la providencia: la convicción
de que el destino no deja, como se dice en la Apologia (41 c-d) indiferentes a los dioses.
Por eso, el mismo Sócrates a rme que "es muy posible que esto que me ha sucedido
sea un bien" (Apologia, 40b).
Desde el pensamiento mítico el término nómos hacía referencia a algo sagrado que
ligaba por igual a todos los hombres, sin distinción de tiempo y lugar; recordemos, por
ejemplo, la Ley heracliteana, que por su carácter divino alimentaba toda ley natural y
humana (fr.114). Pues bien, con los so stas, que eran hombres de mundo y habían tenido
posibilidad de ver multitud de costumbres distintas, ese término va a sufrir una in exión
importante: la ley no va a hacer referencia a algo eterno ni universalmente válido, sino a
algo que ha sido instaurado por acuerdo o costumbre, en de nitiva, por consenso.
Quedó de este modo consumada la dicotomía "naturaleza/convención"
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Popper en el quinto capítulo de La sociedad abierta y sus enemigos presenta a
Protágoras como el primer dualista crítico; él enseñó que la naturaleza no conoce normas
y que la introducción de todo "deber ser" es exclusivamente humana, lo cual, para él,
representa la más importante conquista de la humanidad. Independientemente de la
valoración de la conquista, lo cierto es que la So stica de la. primera generación
(Protágoras y Gorgias) como de la segunda (Hippias, Antifonte,etc.) convirtieron ese
dualismo crítico en un instrumento de lucha política y crítica social, esto es, en un
elemento importante de lo que hoy llamaríamos crítica de ideologías.
Pero, ahora, podemos preguntarnos, ¿no niega lo aducido hasta aquí el hecho de que
algunos so stas hayan hablado de "leyes naturales"?. La respuesta, aunque parezca
paradójica, debe ser negativa. Es cierto que Hippias, por ejemplo, habla de una "ley no
escrita" (República, 556 e) y Antifonte (fr.44) a rma que cualquier intento de violar las
leyes de la naturaleza signi ca tanto como echarse encima la desgracia. Sin embargo,
habría que reparar en el sentido que tomó el término "naturaleza humana" después de
Gorgias. En efecto, ellos defendieron la coincidencia esencial de lo natural con lo que en
el hombre representa el deseo, de por sí, de carácter individual. Así, el término ley natural
o derecho natural no debería ser interpretado como si existiera una estructura originaria
común de la que emanan o deberían emanar las normas. No. Lo natural humano es
coextensivo con el apetito
- Una desnaturalización (desmiti cación) de toda ley positiva, pues, en el fondo, toda
norma
positiva responde a unos intereses y unas estrategias de poder que han tenido éxito.
-Un elemento corrector de las desviaciones que cualquier ley positiva pudiera
cometer, pues, que no haya nada justo por naturaleza, no signi ca que todo sea
igualmente justo. Como dice Antifonte, al hablar en la República de Platón que hay
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acciones pretendidamente injustas por ser contrarias a la naturaleza, que son
contranaturales por acarrear mayor sufrimiento alli donde tendría que haber menos,
escaso placer donde podría haber más y perjuicio donde éste es innecesario (549 c).
Lejos, por tanto, de ver en la antítesis hómos/physis" una defensa de la ley natural sobre
la positiva o la a rmación de la ley del más fuerte, hay que reparar, como lo hizo Popper,
en su sentido crítico, pues, apunta a una desmiti cación de los pilares ideológicos que
sostienen al Estado y al derecho positivo. La ley sería, en de nitiva, el producto de un
cálculo de conveniencias o intereses de una minoría poderosa o de una mayoría de los
ciudadanos. Como dice Antifón, las leyes son convenciones arti ciales, y les falta el
carácter inevitable de lo que es por naturaleza. La justicia en sentido legal no concuerda
en gran parte con la naturaleza. Las leyes nos ordenan lo que debemos ver, oír o hacer,
dónde debemos ir e incluso lo que debemos desear; pero en la medida en que nos
cuestionamos su conformarse a la naturaleza, lo que ellas prohíben es tan bueno como lo
que ellas condenan. En consecuencia, el hecho de esquivar la ley sin que los demás lo
sepan no es malo; por el contrario, todo intento de violentar los preceptos de la
naturaleza es pernicioso, sea a sabiendas o no de los demás, pues el mal no es, como
para el que viola la ley, una cuestión de apariencia o reputación, sino también de realidad,
pues el placer y el dolor son realidades individuales radicales que se convierten en el
último criterio para juzgar la conveniencia o inconveniencia de la ley. De nuevo, el
hombre, en este caso, claramente individual, se convierte en medida.
Curiosamente, Popper, en las mismas páginas en las que destaca a Protágoras como el
primer dualista crítico habla de Sócrates también como uno de los primeros en
defenderlo. Concretamente, habla del ideal de autonomía socrático como fundamento de
su dualismo phúsis/nómos. La cuestión que
debemos plantearnos es: ¿cómo puede haber coincidencia en este punto, si frente al
individualismo que traslucen los textos so stas, él hizo de una condena injusta algo
asumible? El Critón de Platón es, en este aspecto, de una relevancia fundamental. Allí,
Platón nos presenta
La segunda a rmación tiene que ver con su doctrina de la virtud y la libertad, una
doctrina que levantará las iras de Nietzsche por suponer una, la primera, "venganza
contra la vida". Y es que, en efecto, la "virtud" socrática es sinónimo de dominio de sí
mismo", de dominio de las pasiones.
Conclusión
yectarse en los asuntos relacionados con la vida pública. Existe, sin embargo, una
verdad, frente a los largos discursos que buscaban persuadir, tanto en el caso de
hacia la sofística como hacia los discípulos de determinado tipo de sofística, que
se dejaban encantar antes por la seducción del poder de la palabra que por las nobles
intenciones de reformar a los ciudadanos.
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Eugenio Moya,
Gredos, 1988.
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LLANOS, A., Los viejos so stas y el humanismo, Buenos Aires: Juárez, 1969.
VIDAL-NAQUET, P., La democracia griega. Una nueva visión, Madrid: Akal, 1992.