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Asesino de brujas

Tomo I: La bruja blanca.

Capítulo I: El Bellerose

 Personajes principales: Lou, Coco, Pierre Tremblay, Mademoiselle Babette y

madame Labelle.

 Personajes secundarios: las cortesanas y los ladrones Andre y Grue.

 Lugares: el burdel llamado El Bellerose.

 Descripción del lugar: tenía doce salones de lujo para que sus cortesanas

entretuvieran a los clientes, y una decimotercera habitación con cuadros de

cortesanas que parecen ventanas.

 Tiempo: en pasado la mayor parte.

 Tema: literatura fantástica.

 Vocabulario: en general, se usa un vocabulario desconocido, ya que es una novela

francesa. Tanto los nombres de los personajes como los de los lugares están en

francés.

 Aspectos más importantes (resumen): Había algo inquietante en un cuerpo

tocado por la magia, una dulzura asfixiante. Claro que, aquellos que eran lo

bastante estúpidos como para hablar al respecto terminaban en la hoguera.

La iglesia hacía todo lo posible por ocultarlo, pero todos los cuerpos fueron

descubiertos enterrados en ataúdes cerrados con clavos.

De repente, Coco señaló a Un hombre parado en una esquina. Estaba claro quién

era. Solo madame Labelle podía dejar esperando a un aristócrata como Pierre

Tremblay en el interior de un burdel. —¿Qué clase de imbécil pretencioso viste

brocado mientras está de duelo?


El cuerpo de la hija de Tremblay, Filippa, apareció con la garganta cortada al borde

de L’Eau Mélancolique. A los veinticuatro años, la habían transformado en una

bruja vieja. Ella no tenía enemigos, pero el imbécil pretencioso de su padre los

había acumulado traficando objetos mágicos. nadie explotaba a las brujas sin

consecuencias.

Por otra parte, incluso disfrazada de hombre, Coco era preciosa. Su rostro

permanecía suave y sus ojos oscuros brillaban aún en la penumbra. Nunca

comprenderé por qué las mujeres hermosas insisten en disfrazarse de hombres. De

todas formas Las dames blanches (brujas letales) podían moverse por la sociedad

prácticamente sin ser detectadas.

Más adelante, Ambas chicas se encontraron con Mademoiselle Babette, con quién

habían hecho un trato. La mayor parte de su piel estaba envuelta en seda roja. Una

capa gruesa de maquillaje blanco cubría el resto… y sus cicatrices. Subían por sus

brazos y su pecho en un patrón similar a las de Coco.

Coco colocó una bolsa con monedas sobre la mesa. Es sorprendente el modo en

que siempre aquella mujer aparece segundos después que el dinero. Lo prometido

eran diez couronnes doradas, pero la dama exigía que eran 20. Esto enfureció

mucho a Lou y Coco, ya que habían juntado con mucho sacrificio todo. Coco

apartó el dinero antes de que Babette pudiera tocarlo. Babette les contestó que

ganarían tres veces más trabajando el burdel. Pero Coco y Lou no contaban con

algo: Babette era un completo sabueso. Se dio cuenta que traían más monedas en

los bolsillos. Ni modo . . . Coco aceptó solo por el chisme, pues sabía que Babette

los invitó con un alto riesgo personal para escuchar a escondidas los negocios de su

ama, Madame Labelle. Pero en especial, algo muy valioso para ellas, recibir

información sobre el anillo de las brujas.


Babette las condujo a ambas a una decimotercera habitación en la que había

cuadros de cortesanas que parecían ventanas. Pasaron unos minutos tranquilos,

pero llegaron otros de mucha tensión: dos sombras se movieron a su periferia. Ella

giró, colocando la mano con rapidez sobre el cuchillo de la bota, y vió a nadie ni

nadie menos que dos hombres desagradablemente familiares, Andre y Grue, dos de

los ladrones más estúpidos que conocía. Los dos eran grandes, feos y ruidosos, y

carecían de la sutileza y la habilidad necesaria para prosperar en el East End. Y de

inteligencia. De repente, un silencio llenó la sala. Los 5 escucharon Madame

Labelle que, curiosamente, estaba negociando con Pierre Tremblay la compra de

un anillo de brujas muy caro. Así que todos se sintonizaron con la conversación, y

a Lou y Coco las emocionaba el pensar que el anillo probablemente se encontraba

en la habitación continua.

—Tranquilo, monsieur Tremblay. Le garantizo que obtendré los fondos necesarios

en una semana. A lo sumo en dos.

Él sacudió la cabeza con brusquedad.

—Es demasiado tiempo.

— Solo el rey podría costear esa suma astronómica, y a él no le sirven de nada los

anillos mágicos.

—¿Y…? ¿Y si le dijera que tengo otro comprador interesado? — preguntó

Tremblay.

—Lo llamaría mentiroso, Monsieur Tremblay. A duras penas podría continuar

alardeando de que posee sus mercancías después de lo ocurrido con su hija.

Tremblay se giró para enfrentarse a ella.

—No hable de mi hija. Alisando su falda, madame Labelle lo ignoró por

completo.
—De hecho, me sorprende bastante que aún esté en el mercado negro de la

magia.

—Las brujas son despiadadas. Si se enteran de que usted posee el anillo, la ira

que desatarán sobre el resto de su familia será… desagradable.

Labelle continuó con crueldad: —Si no lo hubiera hecho, quizás la adorable

Filippa aún estaría con nosotros…

—Dado que ellos ahora también son sus enemigos, debo darle un consejo: es

peligroso involucrarse en los asuntos de las brujas. Olvide su venganza. Olvide

todo lo que ha aprendido sobre este mundo de sombras y magia.

La muerte es el tormento más amable que ellas imparten: un regalo entregado

solo a aquellos que se lo han ganado. Usted debería haberlo aprendido con lo

de la adorable Filippa.

—Si desea que le quite el peso del anillo, lo haré aquí y ahora… por cinco mil

couronnes doradas de las que pidió.

— su hija. Se llama Célie. Si no acepta mi oferta, quedará irreconocible cuando

las brujas terminen con ella. Vacía. Rota. Igual que Filippa.

—¡Le juro que no lo tengo! ¡Mire, mire!

—Por favor, se lo ruego, monsieur… ¿Dónde está entonces?

—Está guardado bajo llave en mi casa.

—. Espero por el bien de su hija que no esté mintiendo.

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