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Asesino de brujas

Tomo I: La bruja blanca.

Capítulo IX: La ceremonia .

 Personajes principales: Lou, Read y el arzobispo.

 Personajes secundarios: el público y la mujer de la nariz puntiaguda.

 Lugares: El río.

 Tiempo: pasado y presente.

 Tema: literatura fantástica.

 Vocabulario: en general, se usa un vocabulario desconocido, ya que es una novela

francesa. Tanto los nombres de los personajes como los de los lugares están en

francés.

Aspectos importantes (resumen):

Reid

Los gritos aumentaron fuera del teatro. Podía oír cada uno. Resistí la necesidad de

desenvainar mi Balisarda cuando el arzobispo abrió las puertas.

Una mano cálida se posó en mi brazo. Palmas callosas. Dedos delgados: dos con vendas.

Los miré: Dos ojos magullados y una marca nueva en su mejilla. Una cicatriz sobre su ceja.

Otra sobre su garganta.

De repente, el rostro de Célie, mi exesposa apareció en mi mente.

El arzobispo dio un paso al frente y comenzó a dar su discurso:


—¡Hermanos! —La voz del arzobispo resonó en la calle ahora silenciosa y atrajo aún más

la atención. —¡Hermanos! —. La voz del arzobispo resonó en la calle ahora silenciosa y

atrajo aún más la atención. En ese momento, bajé la vista hacia ella. . Estaba asustada.

—Vuestra preocupación por esta mujer ha sido considerada. Pero no os dejéis engañar.

Ayer, después de intentar robarle a un aristócrata igual que a vosotros, tomó la mala decisión

de huir de su esposo mientras él intentaba disciplinarla.

Una mujer la multitud fulminó con la mirada al arzobispo. Le devolví la mirada.

—Debemos confesar nuestra falsedad en cuanto regresemos a casa — había dicho,

frunciendo el ceño mientras caminaba de lado a lado—. Las personas deben creer que ya

estáis casados. —En ese instante, se había girado abruptamente hacia ella. —Debemos

remediar ambas situaciones de inmediato. Debes actuar como su esposo hasta formalizar la

unión, Reid. Toma el anillo de su mano derecha y colócalo en su mano izquierda. —Os

imploro que veáis la enseñanza que Dios tiene para vosotros a través de esta mujer:

«obedeced a vuestros maridos». Varios miembros de la multitud asintieron con cierto grado

de arrepentimiento.

La mujer de cabello pálido parecía estar a punto de causarle daño físico al arzobispo.

Hasta me mostró los dientes.

La pagana se puso tensa a mi lado y sujetó más fuerte y dolorosamente mi brazo. La

pagana se puso tensa a mi lado y sujetó más fuerte y dolorosamente mi brazo. Entonces lo olí:

Magia.

De repente, el arzobispo gruñó.

—Señor, ¿está…? Me detuve de forma abrupta cuando se alzó un viento

sorprendentemente intenso. tenía las mejillas ardiendo.


Nuevamente, otro ataque golpeó su sistema. Coloqué una mano en su espalda, inseguro.

Retrocedí y fulminé con la vista a la pagana, que temblaba por su risa silenciosa.

—Deja de reír.

—No podría, aunque quisiera.

Me incliné para inhalar su aroma. Canela. No magia. Bastante raro.

El arzobispo insistió en que la pagana y yo camináramos hasta el Doleur para su bautismo.

Él fue en su carruaje.

—Ese hombre tiene la cabeza tan metida en su trasero que podría usarlo de sombrero.

—No le faltarás el respeto.

Ella sonrió. Luego, se puso de puntillas y me tocó la nariz. Me sonrojé.

—Haré lo que desee, Chass.

—Serás mi esposa. ¿Eso significa que me obedecerás?

—Sí. Entonces, supongo que eso significa que me honrarás y me protegerás.

—Sí.

—Excelente. Tengo muchos enemigos.

Sin poder evitarlo, alcé la vista hacia los moretones.

—Me lo imagino. Tendrás pesadillas durante semanas.

Era tan extrañamente agotador ver como movía los ojos en todas direcciones a la vez.

Hacia los vestidos y los sombreros. En cada esquina, una nueva emoción atravesaba su rostro.

Gratitud. Anhelo. Satisfacción.


—¿Uno de ellos te ha hecho los moretones?

—¿Quién?

—Uno de mis enemigos.

—Oh —dijo con rapidez—. Sí. Bueno… de hecho, han sido dos.

¿Dos? La miré, incrédulo.

Sin embargo, ella no era Célie. Era lo más alejado a Célie que Dios podría haber creado.

Célie era amable y tenía buenos modales. Era educada. Correcta. Cordial. Ella nunca me

habría avergonzado, nunca habría montado semejante espectáculo.

Por otra parte, el arzobispo esperaba junto a su carruaje. Para mi sorpresa, Jean Luc

también. Por supuesto. Él sería el testigo.

—Venid. —El arzobispo señaló la orilla desierta del río. —Terminemos con esto. Primero,

la pagana debe ser bautizada como ordena nuestro Señor.

Sentía cómo Jean Luc me seguía de cerca. Sentía su sonrisa burlona en sobre cuello.

Una voz fea resopló en lo profundo de mi mente. Él podría perdonarte si quisiera. Nadie

cuestionaría su decisión. Podrías continuar siendo un chasseur sin contraer matrimonio con

una criminal.

La desazón atravesó mi cuerpo en cuanto lo pensé. Por supuesto que no me perdonaría.

Los presentes creían que había abusado de ella.

Ya nos habíamos enredado en la mentira. Todos creían que era mi esposa. Si se difundía lo

contrario, el arzobispo quedaría marcado como un mentiroso. Eso no podía ocurrir. Me

gustara o no, la pagana sería mi esposa.

—¿Qué hay de Célie?


Me obligué a pronunciar las palabras, odiándome por ello.

—Célie sabía que no nos casaríamos.

Definitivamente, el matrimonio con semejante criatura no será sencillo.

—¿Acaso alguna vez es sencillo el matrimonio? —Tal vez no, pero ella parece

particularmente insufrible.

Observamos en silencio la severa expresión del arzobispo. Finalmente perdió la paciencia

y la arrastró hacia él sujetándola de la nuca. La lanzó bajo el agua y la sostuvo allí un

segundo demasiado largo.

Tres segundos demasiado largos.

El arzobispo la soltó en cuanto llegamos y ella emergió como un gato furioso, siseando.

—Antes de que pudiera detenerla, saltó hacia él. El arzobispo abrió los ojos al perder el

equilibrio y cayó de espaldas, sacudiendo sus extremidades. Jean Luc se apresuró a ayudarlo.

Sujeté a la chica, aferré sus brazos a los costados de su cuerpo antes de que empujara al

arzobispo de nuevo al agua. Ella no pareció darse cuenta.

¡Te mataré! Arrancaré esa túnica de tus hombros y te ahorcaré con ella, pedazo de mierda

amorfo y maloliente…

—¿Cómo te atreves a hablarme así?

La sujeté más fuerte y logré alzarla. Estaba a punto de contraer matrimonio con un animal

salvaje.

—Gracias, Reid. —El arzobispo resopló mientras escurría su túnica y se colocaba bien la

cruz que le colgaba del cuello.

¿Debemos encadenarte para la ceremonia? ¿O colocarte un bozal?


—Has intentado matarme.

—Créeme, niña, si hubiera querido matarte, estarías muerta.

—Lo mismo digo.

—Suéltala, Reid. Me gustaría dejar atrás todo este asunto sórdido. Para mi sorpresa y

decepción, ella no escapó cuando la solté.

—Hazlo rápido —gruñó ella.

El arzobispo inclinó la cabeza.

—Avanzad y tomaos de las manos. Nos miramos.

—Ah, daos prisa.

Tomó mis manos. Hizo una mueca como si sintiera dolor. De inmediato, aflojé la presión

de mi mano sobre sus dedos rotos.

El arzobispo carraspeó. —Comencemos.

Reid Florin Diggory, ¿aceptas por esposa a esta mujer, para vivir juntos bajo el mandato

de Dios en sagrado matrimonio? . . .

No sé por qué lo hice.

—Acepto.

Después, el arzobispo la miró.

—¿Cómo te llamas? —preguntó él con brusquedad—. ¿Tu nombre completo?

—Louise Margaux Larue.

Louise Margaux Larue, ¿aceptas a este hombre como esposo, para vivir juntos bajo el

mandato de Dios en sagrado matrimonio? . . .


—Acepto. El arzobispo continuó sin pausas. —Por el poder que me ha sido conferido, os

declaro marido y mujer en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

—Está hecho. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido.

Firmaremos el certificado de matrimonio cuando regresemos y el asunto quedará resuelto.

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