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HiDARÍt)

LOS RAROS

BIBLIOTECA "RODRIGO DE LLANO"


SECCION DE ESTiíDiiS KláTOfticgs G£ U
iNIVERSiBJU) DE NUEVO LEON
RUBÉN DARÍO

LOS RAROS
(Segunda edición, corregida y aumentada)

BARCELONA BUENOS A I R E S
C a s a Editorial M a u c c i Maucci Hermanos
Calle Mallorca, 166 Calle Cuyo, 1070.
1905
P N ^ S
\<\05

PRÓLOGO

•• 51? " 'i

FONDO Fuera de las notas sobre ¿Mauclair y Adam,iodo.,


UOORiGB Ot ILARD Est« obra es propiedad de la lo contenido en este libro fué escrito hace doce''
GASA. E D I T O R I A L MADCCI.
años, en Buenos Aires, cuando en Francia estaba
el simbolismo en pleno desarrollo. Me tocó dar á
conocer en América ese movimiento y por ello y
por mis versos de entonces, fui atacado y calificado
con la inevitable palabra «decadente...» Todo eso
ha pasado,—como mi fresca juventud.
Hay en estas páginas mucho entusiasmo, admi-
ración sincera, mucha lectura y no poca buena
intención. En la evolución natural de mi pensa-
miento, el fondo ha quedado siempre el mismo.
Confesaré, no obstante, que me he acercado á algu-
FONDO nos de mis ídolos de antaño y he reconocido más de
^ r n m o c D B LLAHO un engaño de mi manera de percibir.

Imprenta de la Gasa Editorial Maucci.—Barcelona


— VI —

Restan la misma pasión de arte, el mismo reco-


nocimiento de las gerarquías intelectuales, el mismo
desdén de lo vulgar y la misma religión de belleza.
Pero, una ra^ón autumnal ha sucedido á las explo-
siones de la primavera.

RUBÉN DARÍO.
61 arte en silencio
París, Enero de igo5.

No se ha hecho mucho comentario sobre V Art


en silence, de Camilo Mauclair, como era natural.
¡El «Arte en silencio», en el país del ruido! así de-
bía ser. Y pocos libros mas llenos de bien, más her-
mosos y más nobles que éste, fruto de joven, im-
pregnado de un perfume de cordura y de un sabor
de siglos. Al leerle, he aquí el espectáculo que se h a
presentado á mi imaginación: irn campo inmenso
y preparado para la labor; un día en su más bello
instante, y un labrador matinal que empuja fuer-
temente su arado, orgulloso de que su virtud trip-
tolémica trae consigo la seguridad de la hora de
paz y de fecundidad de mañana. En la confusión
de tentativas, en la lucha de tendencias, entre los
juglarismos de mal convencidos apóstoles y la imi-
tación de titubeantes sectarios, la voz de este dig-
no trabajador, de este sincero intelectual, en el
absoluto sentido del vocablo, es de una transcen-
dental vibración. No puede haber profesión de fe
más transparente, más noble y más generosa.
«Creo en la vanidad de las prerrogativas socia-
les de m i profesión y del talento por sí mismo.
Creo la misión difícil, agotadora y casi siempre
ingrata del hombre de letras, del artista, del cir- Cada día se afirma con mayor brillo, la gloria ya
culador de ideas; creo que, el hombre que en nom- sin sombras de Edgar Poe, desde su prestigiosa
bre del talento que Dios le h a prestado, descuida introducción por Baudelaire, coronada luego por
su carácter y se juzga exonerado de los deberes el espíritu transcendentalmente comprensivo y se-
urgentes de la existencia humana, desobedece á ductor de Stephane Mallarmé. Mas entre lo mucho
la humanidad y es castigado. Creo en la acepta- que se ha escrito respecto al desgraciado poeta
ción de todos los deberes p o r la ayuda de la cari- norteamericano, muy poco llegará á la profundi-
dad y del orgullo; creo en el individualismo artís- dad y belleza que se contienen en el ensayo de
tico y social. Creo que el arte, ese silencioso apos- Mauclair. Es un bienhechor capítulo sobre la psi-
tolado, esa bella penitencia escogida por algunos cología de la desventura, que producirá en cier-
seres cuyos cuerpos les fatigan é impiden más que tas almas el bien de una medicina, la sensación
á otros encontrar lo infinito, es una obligación de de una onda cordial y vigorizante. Luego el es-
honor que es necesario llenar, con la más seria, píritu penetrante y buscador, hace ver con luz
la más circunspecta probidad; que hay buenos ó nueva la ideología póeana, y muchos puntos que
malos artistas, pero que no tenemos que juzgar sino antes pudieran aparecer velados ú obscuros, se ven
á los mentirosos, y los sinceros serán premiados en una dulce semiluz de afección que despide la
en el altísimo cielo de la paz, en tanto que los bri- elevada y p u r a estética del comentarista.
llantes, los satisfechos, los mentirosos, serán cas- Una de las principales bondades es la de borrar
tigados. Creo todo eso, porque ya he visto prue- la negra aureola de hermosura un tanto macabra,
bas alrededor mío, y porque he sentido la verdad que las disculpas de la bohemia han querido ha-
en mí mismo, después de haber escrito varios li- cer aparecer alrededor de la frente del gran yanqui.
bros, no sin sinceridad ni trabajo, pero con la con- En este caso, como en otros, como en el de Mu-
fianza precipitada de la juventud.» sset, como en el de Verlaine, por ejemplo, el vicio
En efecto, ¿quiénes habrían podido prever, en es malignamente ocasional, es el complemento de
el autor de tantas páginas de ensueños,—«corona la fatal desventura. El genio original, libre del
de claridad» ó «sonatitas de otoño»—este r u m b o alcohol, ú otro variativo semejante, se desenvol-
hacia un ideal de moral absoluta, en las regiones vería siempre, siendo, en esa virtud, sus floracio-
verdaderamente intelectuales donde no hay nin- nes, 1 ibres de obscuridades y trágicas miserias. En
guna necesidad de hacer ruido para ser escuchado? resumen, Poe queda, para el ensayista, «sin imita-
El h a agrupado en este sano volumen, á varios ar- dores y sin antecesores, un fenómeno literario y
tistas aislados, cuya existencia y cuya obra pueden mental, germinado espontáneamente en una tierra
servir de estimulantes ejemplos en la lucha de las ingrata, místico purificado por ese dolor del que
ideas y de las aspiraciones mentales. Mallarmé, h a dado la inolvidable transposición, levantado en
Edgar Poe, Flaubert, Rodenbach, Puvis de Chavan- ultramar, entre Emerson misericordioso y Whit-
nes y Rops, entre los muertos; y señaladas y ac- man profético, como un interrogador del porvenir.»
tivas energías jóvenes. Antes, conocidos son sus De Flaubert — ese vasto espectáculo — presenta
ensayos magistrales, de tan sagaz ideología, sobre u n a nueva perspectiva. La suma de razonamientos
Jules Laforgue y Auguste Rodin. nos conduce á este resultado: «Flaubert no tiene
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de realista sino la apariencia, de artista impasible Las páginas dedicadas á Rodenbach, con quien
la apariencia, de romántico, la apariencia. Idea- la juventud le une más cercanamente, en una
lista, cristiano y lírico, he ahí sus rasgos esencia- afección artística fraternal, mitigan su tristeza en
les.» Y las demostraciones son llevadas por medio la afirmación de un generoso y sereno carácter,
de la amable é irresistible lógica de Mauclair, que de una vida como autumnal, iluminados crepuscu-
nos presenta la figura soberbia del «buen gigante», larmente de poesía y de gracia interior. «Le hemos
por ese aspecto que permanece ya definitivo. Es conocido irónico, entusiasta, espiritual y nervio-
también de u n fin reconfortante, por el ejemplo so; pero era, ante todo, ,un melancólico, aun en
de voluntad y de sufrimientos, en la pasión inven- la sonrisa. Le sentíamos menos extraño por su voz
cible de las letras, la enfermedad de la forma, so- y ciertos signos exteriores, que lejano por una sin-
portada por otros dones de fortaleza y de método. gular facultad de reserva. Ese cordial era aislado
Sobre Mallarmé la lección es todavía de una vir- ele alma. Había en esa faz rubia y fina, en esa boca
tud que concreta u n a moral superior. ¿Acaso 110 fina, en esos ojos atrayentes, u n a languidez y un,
va ya destacándose en toda su altura y hermosu- fatalismo que 110 dejaban de extrañar. Es feliz,
r a ese poeta á quien la vida 110 consentía el triun- pensábamos, y, sin embargo, ¿qué tiene? Tenía
fo, y hoy baña la gloria, «el sol de los muertos», el gusto atento y la comprensión de la muerte.
con su dorada luz? Se detenía en el dintel de la existencia, y no en-
La simbólica representación está en la gráfica traba, y desde ese dintel nos miraba á todos con
idea de Felician Rops: el h a r p a ascendente, á la una tristeza profundamente delicada. Ha vuelto á
tomar el camino eterno: era un transeúnte encanta-
cual tienden, en el éter, innumerables manos de
dor que 110 h a dicho todo su pensamiento en este
lo invisible. La honorabilidad artística, el carácter mundo. Estaba «hanté» por su misticismo minu-
en lo ideal, la santidad, si posible es decir, del sa- cioso y extraño, evocaba todo lo que está difun-
cerdocio, ó misión de belleza, facultad inaudita to, recogido, purificado por la inmóvil palidez de
que halló su singular representación en el mara- los reposos seculares. Llevaba p o r todas partes
villoso maestro, cpie á través del silencio, fué ha- sil claustro interior, y si h a deseado ser enterra-
cia la inmortalidad. Una frase deJVlme. Perier en do en esa Bruges que amó tanto, puede decirsq
su «Vida de Pascal», sirve de epígrafe al ensayo que su alma estaba dormida ya en la pacífica be-
afectuoso, admirable y admirativo, justo, consa- lleza de u n a muerte harmoniosa. Decid si no es
grado al doctor de misterio: «Nous n' avons su, este camafeo de un encanto sutil y revelador, y
toutes ees choses qu' apres sa morte.» si no se ve á su través el alma melancólica del
La estética mallarmeana p o r esta vez ha encon- malogrado animador de «Bruges la muerta.» Estos
trado un expositor q u e se aleje de las fáciles ten- párrafos de Mauclair son comparables, como retra-
tativas de un Wisewa, de las exégesis divertidas to, en la transposición de la pintura á la prosa,
de varios teorizantes, como de las blindadas opo- al admirable pastel en que perpetúa la triste faz
siciones de la retórica escolar, ó lo que es peor, del desaparecido, el talento comprensivo de Levy
junto á la burda risa de una enemistad que no ra- Dhurmer.
zona, la embrolladora disertación de más de un
pseudodiscípulo. Algunos vivos, son también presentados y estu-
diados, y entre ellos uno que representa bien la
fuerza, la claridad, la tradición del espíritu fran-
cés, del allma francesa, el talento más vigoroso de BIBLIOTECA "RODRIGO 'DE LLANO"
los actuales escritores de este país. SECCION DE m W M B&TüRICiiS C£ LA
He nombrado á Paul Adam. Así sobre Elemir
Bourges de obra poco resonante, pero muy esti- UNIVERSIDAD BE NUHfO LECN
mado por los intelectuales, consagra algunas notas,
como sobre León Daudet.
La parte que denomina «El crepúsculo de las téc-
nicas», debía traducirse á todos los idiomas y ser Edgar Alian poe
conocida por la juventud literaria que en todos
los países busca una vía, y mira la cultura de Fran- (Fragmento de un estudio.)
cia y el pensamiento francés, como guías y mode-
los. Es la historia del simbolismo, escrita con toda
sinceridad y con toda verdad; y de ella se des-
prenden útilísimas lecciones, enseñanzas cuyo pro-
vecho es inmediato, así el estudio sobre el senti- En una mañana fría y húmeda llegué por primera
mentalismo literario, en que el alma de nuestro vez al inmenso país de los Estados Unidos. Iba el
siglo está analizada con penetración y cordura á «steamer» despacio, y la sirena aullaba roncamen-
la luz de una filosofía amplia y generosa, poco te por temor de u n choque. Quedaba atrás Fire
conocida en estos tiempos de egotismos superhom- Island con su erecto faro; estábamos frente á San-
bríos y otras nieztschedades. No sabría alabar su- cly Hook, de donde nos salió al paso el barco de
ficientemente los capítulos sobre arte, y el home- sanidad. El ladrante slang yanqui sonaba por to-
n a j e á ¡altos artistas—artistas en silencio—como Pu- das partes, bajo el pabellón de bandas y estrellas.
vis y Felician Rops. Gustave Moreau y Besnard, El viento frío, los pitos arromadizados, el humo
así como los fragmentos de otros estudios y en- de las chimeneas, el movimiento de las máqui-
sayos que ayudan en el volumen á la comprensión, nas, las mismas ondas ventrudas de aquel m a r es-
al peso, y para decirlo, con mi sentimiento, á la tañado, el vapor que caminaba rumbo á la gran
simpatía que se experimenta por un sincero, por bahía, todo decía: «all right.» Entre las brumas
u n laborioso, por un verdadero y grande expo- se divisaban islas y barcos. Long Island desarro-
sitor de saludables ideas, que es al propio tiem- llaba la inmensa cinta de sus costas, y Staten Is-
positor de saludables ideas, que es al propio tiem- land, como en el marco de mía viñeta, se presen-
po, él también, un señalado, uno que ha hallado taba en su hermosura, tentando al lápiz, ya que
su rumbo cierto, y como él gustará que se le llame, no, por la falta de sol, la máquina fotográfica. So-
un artista silencioso. bre cubierta se agrupan los pasajeros: el comer-
ciante de gruesa panza, congestionado como un
pavo, con encorvadas narices israelitas; el clergy-
man huesoso, enfundado en su largo levitón ne-
gro. cubierto con su ancho sombrero de fieltro, y
diados, y entre ellos uno que representa bien la
fuerza, la claridad, la tradición del espíritu fran-
cés, del allma francesa, el talento más vigoroso de BIBLIOTECA "RODRIGO 'DE LLANO"
los actuales escritores de este país. SECCION DE Í S m m HiSTOUCfiS C£ LA
He nombrado á Paul Adam. Así sobre Elemir
Bourges de obra poco resonante, pero muy esti- UNIVERSIDAD BE NUHfO LECN
mado por los intelectuales, consagra algunas notas,
como sobre León Daudet.
La parte que denomina «El crepúsculo de las téc-
nicas», debía traducirse á todos los idiomas y ser Edgar Alian ?oe
conocida por la juventud literaria que en todos
los países busca una vía, y mira la cultura de Fran- (Fragmento de un estudio.)
cia y el pensamiento francés, como guías y mode-
los. Es la historia del simbolismo, escrita con toda
sinceridad y con toda verdad; y de ella se des-
prenden útilísimas lecciones, enseñanzas cuyo pro-
vecho es inmediato, así el estudio sobre el senti- En una mañana fría y húmeda llegué por primera
mentalismo literario, en que el alma de nuestro vez al inmenso país de los Estados Unidos. Iba el
siglo está analizada con penetración y cordura á «steamer» despacio, y la sirena aullaba roncamen-
la luz de una filosofía amplia y generosa, poco te por temor de u n choque. Quedaba atrás Fire
conocida en estos tiempos de egotismos superhom- Island con su erecto faro; estábamos frente á San-
bríos y otras nieztschedades. No sabría alabar su- cly Hook, de donde nos salió al paso el barco de
ficientemente los capítulos sobre arte, y el home- sanidad. El ladrante slang yanqui sonaba por to-
n a j e á ¡altos artistas—artistas en silencio—como Pu- das partes, bajo el pabellón de bandas y estrellas.
vis y Felician Rops. Gustave Moreau y Besnard, El viento frío, los pitos arromadizados, el humo
así como los fragmentos de otros estudios y en- de las chimeneas, el movimiento de las máqui-
sayos que ayudan en el volumen á la comprensión, nas, las mismas ondas ventrudas de aquel m a r es-
al peso, y para decirlo, con mi sentimiento, á la tañado, el vapor que caminaba rumbo á la gran
simpatía que se experimenta por un sincero, por bahía, todo decía: «all right.» Entre las brumas
u n laborioso, por un verdadero y grande expo- se divisaban islas y barcos. Long Island desarro-
sitor de saludables ideas, que es al propio tiem- llaba la inmensa cinta de sus costas, y Staten Is-
positor de saludables ideas, que es al propio tiem- land, como en el marco de una viñeta, se presen-
po, él también, un señalado, uno que ha hallado taba en su hermosura, tentando al lápiz, ya que
su rumbo cierto, y como él gustará que se le llame, no, por la falta de sol, la máquina fotográfica. So-
un artista silencioso. bre cubierta se agrupan los pasajeros: el comer-
ciante de gruesa panza, congestionado como un
pavo, con encorvadas narices israelitas; el clergy-
man huesoso, enfundado en su largo levitón ne-
gro. cubierto con su ancho sombrero de fieltro, y
en la mano una pequeña Biblia; la muchacha que sistible capital del cheque. Rodeada de islas me-
usa gorra de jokey y que durante toda la trave- nores, tiene cerca á Jersey; y agarrada á Brooklin
sía h a cantado con voz fonográfica, al son de un con la uña enorme del puente, Brooklin, que tiene
banjo; el joven robusto, lampiño como un bebé, sobre el palpitante pecho de acero un ramillete
y que, aficionado al box, tiene los puños de tal de campanarios.
modo, que bien pudiera desquijarar u n rinoceron- Se cree oir la voz de New-York, el eco de un
te de un solo impulso... E n los Narrows se alcanza vasto soliloquio de cifras. ¡Cuán distinta de la
a ver la tierra pintoresca y florida, las fortalezas. voz de París, cuando uno cree escucharla, al acer-
Luego, levantando sobre su cabeza la antorcha sim- carse, halagadora como una canción de amor, de
bólica, queda á un lado la gigantesca Madona de poesía y de juventud! Sobre el suelo de Manha-
la Libertad, que tiene por peana un islote. De mi ttan parece que va á verse surgir de pronto un
alma brota entonces la salutación: «A ti, prolífi- colosal Tío Samuel, que llama á los pueblos todos
ca, enorme, dominadora. A ti. Nuestra Señora de á un inaudito remate, y que el martillo del rema-
la Libertad. A ti, cuyas mamas de bronce alimen- tador cae sobre cúpulas y techumbres produciendo
tan Un sinnúmero de almas y corazones. A ti, que te un ensordecedor trueno metálico. Antes de entrar
alzas solitaria y magnífica sobre tu isla, levantando al corazón del monstruo, recuerdo la ciudad que
la divina antorcha. Yo te saludo al paso de pii vió en el poema bárbaro el vidente Thogorma:
«steamer», prosternándome delante de tu majes-
tad. ¡Ave: Good morning! Yo sé, divino icono, oh Thogorma dans ses yeux vit monter des murailles
magna estatua, que tu solo nombre, el de la ex- De ter dont s' enroulaient des spirales des tours
celsa beldad que encarnas, h a hecho b r o t a r estre- Et des palais cerclés d ' a r a i n sur des blocs lourds;
Ruche énorme, géhenne aux lugubres entrailles
llas sobre el mundo, á la manera del fíat del Señor Ou s' engouffraint les Forts, princes des anciens jours.
Allí están entre todas, brillantes sobre las listas
de la bandera, las que iluminan el vuelo del águi-
la de América, de esta tu América formidable, de Semejantes á los Fuertes de los días antiguos,
ojos azules. Ave, Libertad, llena de fuerza- el Se- viven en sus torres de piedra, de hierro y de cris-
ñor es contigo: bendita tú eres. Pero ¿sabes? se tai, los hombres de Manhattan.
te ha herido mucho p o r el mundo, divinidad, man- En su fabulosa Babel, gritan, mugen, resuenan,
chando tu esplendor. Anda en la tierra otra que braman, conmueven la Bolsa, ' la locomotora, la
ha usurpado tu nombre, y que, en vez de la an- fragua, el banco, la imprenta, el dock y la urna
torcha, lleva la tea. Aquélla no es la Diana sagra- electoral. El edificio Produce Exchange entre sus
da de las incomparables flechas: es Hécate.» m u r o s de hierro y granito reúne tantas almas cuan-
Hecha mi salutación, mi vista contempla la masa tas hacen un pueblo... He allí Broadway. Se expe-
enorme que está al frente, aquella tierra corona- rimenta casi una impresión dolorosa; sentís el do-
da de torres, aquella región de donde casi sentís minio del vértigo. Por un gran canal cuyos lados
que viene un soplo subyugador y terrible: Man- los forman casas monumentales que ostentan sus
hattan. la isla de hierro, New-York, la sanguínea, cien ojos de vidrios y sus tatuajes de rótulos,
la ciclópea, la monstruosa, la tormentosa, la irre- pasa un río caudaloso, confuso, de-comerciantes^
corredores, caballos, tranvías, ómnibus, hombres- engorda y se multiplica; su nombre es Legión.
sand-sandwichs vestidos de anuncios, y mujeres Por voluntad de Dios suele brotar de entre esos
bellísimas. Abarcando con la vista la inmensa ar- poderosos monstruos, algún sér de superior natu-
teria en su h e r v o r continuo, llega á sentirse la raleza, que tiende las alas á la eterna Miranda de
angustia de ciertas pesadillas. Reina la vida del lo ideal. Entonces, Calibán mueve contra él á Si-
hormiguero: un hormiguero de percherones gigan- corax, y se le destierra ó se le mata. Esto vió el
tescos, de carros monstruosos, de toda clase de mundo con Edgar Alian Poe, el cisne desdichado
vehículos. El vendedor de periódicos, rosado y ri- que mejor ha conocido el ensueño y la muerte...
sueño, salta como u n gorrión, de tranvía en tran- ¿ P o r qué vino tu imagen á mi memoria, Stella,
vía, y grita al p a s a j e r o ¡intanrsooonwoood! lo que Alma, dulce reina mía, tan presto ida para siem-
quiere decir si gustáis comprar cualquiera de esos pre, el día en que, después de recorrer el hirviente
tres diarios el «Evening Telegram», el «Sun» ó el Broadwav, m e puse á leer los versos de Poe, cuyo
«World.» El ruido es mareador y se siente en el nombre de Edgar, harmonios© y legendario, en-
aire una trepidación incesante; el repiqueteo de cierra tan vaga y triste poesía, y he visto desfi-
los cascos, el vuelo sonoro de las ruedas, parece lar la procesión de sus castas enamoradas á través
á cada instante aumentarse. Temeríase á cada mo- del polvo de plata de un místico ensueño ? Es por-
mento un choque, un fracaso, si no se conociese que tú eres hermana de las liliales vírgenes can-
que este i n m e n s o río (pie corre con una fuerza tadas en brumosa lengua inglesa por el soñador in-
de alud, lleva en sus ondas la exactitud de una feliz, príncipe de los poetas malditos. Tú como ellas
máquina. E n lo m á s intrincado de la muchedumbre, eres llama del infinito amor. Frente al balcón,
en lo más convulsivo y crespo de la ola de movi- vestido de rosas blancas, p o r donde en el Paraíso
miento, sucede q u e una lady anciana, bajo su ca- asoma tu faz de generosos y profundos ojos, pasan
pota negra, ó u n a miss rubia, ó u n a nodriza con su tus hermanas y te saludan con u n a sonrisa, en la
maravilla de tu virtud, ¡oh mi ángel consolador,
bebé quiere pasar de una acera á otra. Un corpu-
oh mi esposa! La primera que pasa es Irene, la da-
lento policeman alza la mano; detiénese el torren- ma brillante de palidez extraña, venida de allá,
te; pasa la d a m a ; ¡all right! de los mares lejanos; la segunda es Eulalia, la dul-
«Esos cíclopes...» dice Groussac; «esos feroces ce Eulalia de cabellos de oro y ojos de violeta,
calibanes...» escribe Peladan. ¿Tuvo razón el raro que dirige al cielo su mirada; la tercera es Leo-
Sar al 10 amar así á estos hombres de la América nora, llamada así por los ángeles, joven y radiosa
del Norte? Calibán reina en la isla de Manhattan, en el Edén distante; la otra es Francés, la amada
en San Francisco, en Boston, en Washington, en que calma las penas con su recuerdo; la otra es
todo el país. Ha conseguido establecer el imperio Ulalume, cuya sombra yerra en la nebulosa región
de la materia desde su estado misterioso con Edi- de Weir, cerca del sombrío lago de Auber; la otra
son. hasta la apoteosis del puerco, en esa abruma- Ilelen, la que fué vista por la primera vez á la
dora ciudad de Chicago. Calibán se satura de wish- luz de perla de la l u n a ; la otra Annie, la de los
ky, como en el drama de Shakespeare de vino; ósculos y las caricias y oraciones por el adorado;
se desarrolla y crece: y sin ser esclavo de ningún
Próspero, ni martirizado por ningún genio del aire, Los raros—2
la otra Annabel Lee, qne amó con un amor envi-
¿Es que en el número de los escogidos, de los
dia de los serafines del cielo; la otra Isabel, la de aristócratas del espíritu, n o estaba ya pesado en
los amantes coloquios en la claridad lunar; Ligeia, su propio valor, el odioso fárrago del canino Gris-
en fin, meditabunda, envuelta en un velo de extra- wold? La infame autopsia moral que se hizo del
terrestre esplendor... Ellas son, candido coro de •ilustre difunto debía tener esa bella protesta. Ha
ideales oceanidas, quienes consuelan y enjugan la de ver ya el mundo libre de mancha al cisne in-
frente al lírico Prometeo amarrado á la montaña maculado.
Yankee, cuyo cuervo, m á s cruel aun que el buitre Poe, como un Ariel hecho hombre, diríase que
esquiliano, sentado sobre el busto de Palas, tor- h a pasado su vida bajo el flotante influjo de un
tura el corazón del desdichado, apuñalándole con extraño misterio. Nacido en un país de vida prác-
la monótona palabra de la desesperanza. Así tú tica y material, la influencia del medio obra en él
para mí. En medio de los martirios de la vida, me al contrario. De mi país de cálculo brota imagi-
refrescas y alientas con el aire de tus alas, por- nación tan estupenda. El don mitológico parece
que si partiste en tu f o r m a humana al viaje sin nacer en él por lejano atavismo y vese en su poesía
retorno, siento la venida de tu sér inmortal, cuando un claro rayo del país de sol y azul en que nacie-
las fuerzas me faltan ó cuando el dolor tiende r o n sus antepasados. Renace en él el alma caba-
hacia mí el negro arco. Entonces, Alma, Stella, lleresca de los Le Poer alabados en las crónicas
oigo sonar cerca de mí el oro invisible de tu escu- de Generaldo Gambresio. Amoldo Le Poer lanza
do angélico. Tu nombre luminoso y simbólico sur- en la Irlanda de 1327 este terrible insulto al ca-
ge en el cielo de mis noches como un incompara- ballero Mauricio de Desmond: «Sois un rima-
ble guía, y p o r tu claridad inefable llevo el incien- dor.» Por lo cual se empuñan las espadas y se
so y la inirra á la cuna de la eterna Esperanza. traba una riña q u e es el prólogo de guerra san-
grienta. Cinco siglos después, un descendiente del
provocativo Amoldo glorificará á su raza, erigien-
I.—EL HOMBRE do sobre el rico pedestal de la lengua inglesa, y
en un nuevo mundo, el palacio de oro de sus
La influencia de Poe en el arte universal ha sido rimas.
suficientemente honda y transcendente para que El noble abolengo de Poe, ciertamente, no in-
su nombre y su obra no sean á la continua recor- teresa sino á «aquellos que tienen gusto de ave-
dados. Desde su muerte acá, no hay año casi en riguar los efectos producidos por el país y el lina-
que, ya en el libro ó en la revista, no se ocupen je en las peculiaridades mentales y constitucio-
del excelso poeta americano, críticos, ensayistas nales de los hombres de genio,» según las palabras
y poetas. La obra de Ingram iluminó la vida del de la noble señora Whitman. Por lo demás, es
h o m b r e ; nada puede aumentar la gloria del soña- él quien hoy da valer y honra á todos los pasto-
dor maravilloso. Por cierto que la publicación de res protestantes, tenderos, rentistas ó mercachi-
aquel libro cuya traducción á nuestra lengua hay fles que lleven su apellido en la tierra del hono-
que agradecer al señor Mayer, estaba destinada al rable padre de su patria, Jorge Washington.
grueso público, Sábese que en el linaje del poeta hubo un bravo
Sir Rogerio que batalló en compañía de Strong- y sin voz, como el Dante de la Vita Nuova...»
bow; un osado Sir Amoldo que defendió á una Es el hombre que ha sufrido ya, que conoce p o r
sus propias desgarradas carnes cómo hieren las
lady acusada de b r u j a ; una m u j e r heroica y viril,
asperezas de la vida. E n el primero, el artista pa-
la célebre «Condesa» del tiempo de Cromwell; y rece haber querido hacer una cabeza simbólica.
pasando sobre enredos genealógicos antiguos, un En los ojos, casi ornitomorfos, en el aire, en la
general de l o s Estados Unidos, su abuelo. Des- expresión trágica del rostro, Chiffart ha intentado
pués de todo, ese sér trágico, de historia tan ex- pintar al autor del «Cuervo,» al visionario, al
traña y romanesca, dió su primer vagido entre «unhappy Master» más que al hombre. En el se-
las coronas marchitas de una comedianta, la cual gundo hay más realidad: esa mirada triste, de
le dió vida bajo el imperio del más ardiente amor. tristeza contagiosa, esa boca apretada, ese vago
La pobre artista había quedado huérfana desde gesto de dolor y esa frente ancha y magnífica en
muy tierna edad. Amaba el teatro, era inteligente donde se entronizó la palidez fatal'del sufrimien-
y bella, y de esa dulce gracia nació el pálido y to, pintan al desgraciado en sus días de mayor
melancólico visionario que dió al arte un mundo infortunio, quizá en los que precedieron á su muer-
nuevo. te. Los otros retratos, como el de Halpin para la
Poe nació con el envidiable don de la belleza edición de Amstrong, nos dan ya tipos de lechu-
corporal. De todos los retratos que he visto su- guinos de la época, ya caras que nada tienen que
yos, ninguno da idea de aquella especial hermo- ver con la cabeza bella é inteligente de que habla
sura que en descripciones han dejado muchas de Clark. Nada más cierto que la observación de Gau-
las personas que le conocieron. No hay duda que tier:
en toda la iconografía poeana, el retrato que debe «Es raro que un poeta, dice, que un artista sea
representarle m e j o r es el que sirvió á Mr. Clar- conocido bajo su primer encantador aspecto. La
ke para publicar un grabado que copiaba al poeta reputación 110 le viene sino muy tarde, cuando
en el tiempo en que éste trabajaba en la empresa ya las fatigas del estudio, la lucha por la vida y
de aquel caballero. El mismo Clarke protestó con- las torturas de las pasiones han alterado su fiso-
tra los falsos retratos de Poe que después de su nomía primitiva: apenas deja sino una máscara
muerte se publicaron. Si no tanto como los que usada, marchita, donde cada dolor ha puesto por
calumniaron su hermosa alma poética, los que des- estigma una magulladura ó una arruga.»
figuran la belleza de su rostro son dignos de la Desde niño Poe «prometía una gran belleza.» (1)
más justa censura. De todos los retratos que han Sus compañeros de colegio hablan de su agili-
llegado á mis manos, los que más me han llamado dad y robustez. Su imaginación y su temperamento
la atención son el de Chiffart, publicado en la nervioso estaban contrapesados por la fuerza de
edición ilustrada de Quantin, de los «Cuentos ex- sus músculos. El amable y delicado ángel de poe-
traordinarios,» y el grabado p o r R. Loncup para sía, sabía dar excelentes puñetazos. Más tarde dirá
la traducción del libro de Ingram por Mayer. En
ambos Poe ha llegado ya á la edad madura. No
es por cierto aquel gallardo jovencito sensitivo (1) Ingram.
que al conocer á Elena Stannard, quedó trémulo
de él una buena señora: «Era un muchacho bo- b a á él, y, con 'u(na mirada tranquila y fija, parecía
nito.» (1) <pie mentalmente estaba midiendo el calibre de la
Cuando entra á West Point hace notar en él un persona que estalla ajena de ello.—¡Qué ojos tan
colega, Mr. Gibson, su «mirada cansada, tediosa y tremendos tiene el señor Poe!—me dijo una señora.
hastiada.» Ya en su edad viril, recuérdale el biblió- Me hace helar l a sangre el verle darse vuelta len-
filo Gowans: «Poe tenía un exterior notablemente tamente y fijarlos sobre mí cuando estoy hablan-
agradable y que predisponía en su favor: lo que do.» (1) La misma agrega: «Usaba un bigote negro,
las damas llamarían claramente bello.» Una per- esmeradamente cuidado, pero que no cubría com-
sona que le oye recitar en Boston, dice: «Era la pletamente una expresión ligeramente contraída de
mejor realización de mi poeta, en su fisonomía, la boca y u n a tensión ocasional del labio superior,
aire y manera.» Un precioso retrato es hecho de (pie se asemejaba á una expresión de mofa. Esta
mofa e r a fácilmente excitada y se manifestaba por
mano femenina: «una talla algo menos que do
u n movimiento del labio, apenas perceptible y,
altura mediana quizá, pero tan perfectamente pro- sin embargo, intensamente expresivo. No había en
porcionada y coronada por u n a cabeza tan noble, ella nada de malevolencia; pero sí mucho sarcas-
llevada tan regiamente, que, á mi juicio de mucha- mo.» Sábese, pues, que aquella alma potente y ex-
cha, causaba la impresión de una estatura domi- traña estaba encerrada en hermoso vaso. Parece
nante. Esos claros y melancólicos ojos parecían que la distinción y dotes físicas deberían ser nati-
mirar desde una eminencia...» (2) Otra dama re- vas en todos los portadores de la lira. ¿Apolo, el
cuerda la extraña impresión de sus ojos: «Los ojos crinado numen lírico, no es el prototipo de la be-
de Poe, en verdad, eran el rasgo que más impre- lleza viril? Mas no todos sus hijos nacen con dote
sionaba y era á ellos á los que su cara debía su tan espléndido. Los privilegiados se llaman Goe-
atractivo peculiar. Jamás he visto otros ojos que the, Byron, Lamartine, Poe.
en algo se l e parecieran. E r a n grandes, con pes-
tañas largas y u n negro de azabache: el iris acero- Nuestro poeta, por su organización vigorosa y
gris, poseía una cristalina claridad y transparan- cultivada, pudo resistir esa terrible dolencia que
cia, á través de la cual la pupila negra-azabache un médico escritor llama con gran propiedad «la
se veía expandirse y contraerse, con toda som- enfermedad del ensueño.» E r a un sublime apasio-
bra de pensamiento ó de emoción. Observé que nado, un nervioso, uno de esos divinos semilocos
los párpados jamás se contraían, como es tan usual necesarios para el progreso humano, lamentables
en la mayor parte de las personas, principalmente cristos del arte, que por amor al eterno ideal tie-
nen su calle de la amargura, sus espinas y su cruz.
cuando hablan; pero su mirada siempre era llena,
Nació con la adorable llama de la poesía, y ella le
abierta y sin encogimiento ni emoción. Su ex- alimentaba al propio tiempo que era su martirio.
presión habitual era soñadora y triste: algunas Desde niño quedó huérfano y le recogió un hom-
veces tenía un modo de dirigir una mirada ligera, b r e que jamás podría conocer el válor intelectual
de soslayo, sobre alguna persona que no le observa- de su hijo adoptivo. El señor Alian—cuyo nombre

(1) lliss. Royster—citada por Ingram. (1) Mrs. Weiss.—Ibld.


(2) Miss. Hevwod.—Ibid.
pasará al porvenir al brillo del nombre del poeta—
jamás pudo imaginarse que el pobre muchacho el hombre abominable y vil que bebe como la
recitador de versos que alegraba las veladas de su iniquidad?» No buscó el lírico americano el apo-
«home», fuese m á s tarde u n egregio príncipe del yo de la oración; no era creyente; ó al menos, su
arte. E n Poe reina el «ensueño» desde la niñez. alma estaba alejada del misticismo. A lo cual da
Cuando el viaje de su protector le lleva á Londres, por razón James Russell Lowell lo que podría lla-
la escuela del d ó m i n e Brandeby es para él como marse la matematicidad de su oerebración. «Hasta
u n lugar fantástico q u e despierta en su sér extrañas su misterio es matemático, para su propio espí-
ritu.» La ciencia impide al poeta penetrar y ten-
reminiscencias; después, en la fuerza de su genio,
der las alas en la atmósfera de las verdades idea-
el recuerdo de aquella morada y del viejo profesor les. Su necesidad de análisis, la condición alge-
han de hacerle producir una de sus subyugadoras braica de su fantasía, hácele producir tristísimos
páginas. Por una parte, posee en su fuerte cerebro efectos cuando nos arrastra al borde de lo desco-
la facultad musical; p o r otra, la fuerza matemá- nocido. La especulación filosófica nubló en él la
tica. Su «ensueño» está poblado de quimeras y de fe, que debiera poseer como todo poeta verdadero
cifras como la carta de un astrólogo. Vuelto á Amé- E n todas sus obras, si mal no recuerdo, sólo unas
rica, vérnosle en la escuela de Clarke, en Rich- dos veces está escrito el n o m b r e de Cristo. (1) Profe-
mond, en donde al mismo tiempo que se nutre de saba sí la moral cristiana; y en cuanto á los desti-
clásicos y recita odas latinas, boxea y llega á ser nos del hombre, creía en una ley divina, en un
algo como u n «champion» estudiantil; en la carre- fallo inexorable. En él la ecuación dominaba á la
ra hubiera dejado a t r á s á Atalanta,, y ¡aspiraba á los creencia, y aun en lo referente á Dios y sus atri-
lauros natatorios de Byron. Pero si brilla y des- butos, pensaba con Spinoza que las cosas invisi-
cuella intelectual y físicamente entre sus compañe- bles y todo lo que es objeto propio del entendi-
ros, los hijos de familia de la fofa aristocracia del miento no puede percibirse de otro modo que por
lugar miran por encima del hombro al hijo de la los ojos de la demostración; (2) olvidando la pro-
cómica. ¿Cuánta n o ha de haber sido la hiél que lunda afirmación filosófica: «intelectus noster sic
tuvo que devorar este sér exquisito, humillado poi- ¿de habet? ad prima entium quoe sunt manifestis-
un origen del cual en días posteriores habría or- snna ín natura, sicut oculus vespertilionis ad so-
gullosamente de gloriarse? Son esos primeros gol- lera.» No creía en lo sobrenatural, según confesión
pes los que e m p e z a r o n á cincelar el pliegue amar- propia; pero afirmaba que Dios, como creador de
go y sarcàstico de sus labios. Desde muy temprano la naturaleza, puede, si quiere, modificarla. En
conoció las acechanzas del lobo racional. Por eso la narración de la metempsícosis de Ligeia hay
buscaba la comunicación con la naturaleza, tan una definición de Dios, tomada de Granwill, que
sana y fortalecedora. «Odio sobre todo y detesto parece ser sustentada por Poe: Dios no es más que
este animal que se llama Hombre», escribía Swift una gran voluntad que penetra todas las cosas
por la naturaleza de su intensidad. Lo cual esta-
á Pope. Poe á su vez habla «de la mezquina amis-
tad y de la fidelidad de polvillo de fruta (gossa-
mer fidelity) del m e r o hombre.» Ya en el libro de
Job, Eliphaz Themanita exclama: «¿Cuánto más en Poems and E3S S
m ^ -
ba ya dicho por Santo Tomás en estas palabras:
"Si las cosas mismas no determinan el fin para
sí, porque desconocen la razón del fin, es nece-
sario que se les determine el fin por otro que
sea determinador de la naturaleza. Este es el que
previene todas las cosas, que es ser por sí mismo
necesario, y á éste llamamos Dios...» (1) En la
«Revelación Magnética», á vuelta de divagaciones
filosóficas, Mr. Vankirk—que, como casi todos los
personajes de Poe, es Poe mismo—afirma la exis-
£cconfe de £i;k
tencia de un Dios material, al cual ílama materia
suprema é imparticulada. Pero agrega: «La ma-
teria imparticulada, ó sea Dios en estado de re-
poso, es en lo que entra en nuestra comprensión,
lo que los hombres llaman espíritu.» En el diálo-
go entre Oinos y Agathos pretende sondear el mis- lia muerto el pontífice del Parnaso, el Vicario
terio de l a divina inteligencia; así como en los de de Hugo: las ciampanas de la Basílica lírica están
Monos y Una y de Eros y Charmion penetra en tocando vacante. Descansa ya, pálida y sin la san-
la desconocida sombra de la Muerte, producien- gre de la vida, aquella majestuosa cabeza de sumo
do, como pocos, extraños vislumbres en su concep- sacerdote, aquella testa coronada,—coronada de
ción del espíritu en el espacio y en el tiempo. los más verdes laureles,—llena de augusta her-
mosura antigua y cuyos rasgos exigen el relieve
de la medalla y la consagración olímpica del már-
mol.
Homéricos funerales deberían ser los de Leconte
de Lisie. E n hoguera encendida con maderos olo-
rosos, allá en el corazón de la isla maternal, en
donde por primera vez vió la gloria del Sol, con-
sumiríase su cuerpo al vuelo de las odas con que
un coro de poetas cantaría el Triunfo de la Lira,
recitaríanse estrofas q u e recordarían á Orfeo enca-
denando con sus acordes la furia de los leopardos
y leones, ó á Melesigenes cercado de las musas en
la maravilla (de una apoteosis. ¡ Homéricos funerales
p a r a quien fué homérida, por soplo épico que pa-
saba por el cordaje de su lira, por la soberana ex-
presión y el vuelo soberbio, por la impasibilidad
(1) Sanio Tomás. Teodicea, XLIV.
casi religiosa, por la magnificencia monumental
ba ya dicho por Santo Tomás en estas palabras:
"Si las cosas mismas no determinan el fin para
sí, porque desconocen la razón del fin, es nece-
sario que se les determine el fin por otro que
sea determinador de la naturaleza. Este es el que
previene todas las cosas, que es ser por sí mismo
necesario, y á éste llamamos Dios...» (1) En la
«Revelación Magnética», á vuelta de divagaciones
filosóficas, Mr. Vankirk—que, como casi todos los
personajes de Poe, es Poe mismo—afirma la exis-
Iccontc de £i;k
tencia de un Dios material, al cual ílama materia
suprema é imparticulada. Pero agrega: «La ma-
teria imparticulada, ó sea Dios en estado de re-
poso, es en lo que entra en nuestra comprensión,
lo que los hombres llaman espíritu.» En el diálo-
go entre Oinos y Agathos pretende sondear el mis- lia muerto el pontífice del Parnaso, el Vicario
terio de l a divina inteligencia; así como en los de de Hugo: las ciampanas de la Basílica lírica están
Monos y Una y de Eros y Charmion penetra en tocando vacante. Descansa ya, pálida y sin la san-
la desconocida sombra de la Muerte, producien- gre de la vida, aquella majestuosa cabeza de sumo
do, como pocos, extraños vislumbres en su concep- sacerdote, aquella testa coronada,—coronada de
ción del espíritu en el espacio y en el tiempo. los más verdes laureles,—llena de augusta her-
mosura antigua y cuyos rasgos exigen el relieve
de la medalla y la consagración olímpica del már-
mol.
Homéricos funerales deberían ser los de Leconte
de Lisie. E n hoguera encendida con maderos olo-
rosos, allá en el corazón de la isla maternal, en
donde por primera vez vió la gloria del Sol, con-
sumiríase su cuerpo al vuelo de las odas con que
un coro de poetas cantaría el Triunfo de la Lira,
recitaríanse estrofas q u e recordarían á Orfeo enca-
denando con sus acordes la furia de los leopardos
y leones, ó á Melesigenes cercado de las musas en
la maravilla (de una apoteosis. ¡ Homéricos funerales
p a r a quien fué homérida, por soplo épico que pa-
saba por el cordaje de su lira, por la soberana ex-
presión y el vuelo soberbio, por la impasibilidad
(1) Sanio Tomás. Teodicea, XLIV.
casi religiosa, por la magnificencia monumental
estatuaria de su obra, en la cual, como en la
del Padre de los poetas, pasan á nuestra vista por- da del pensamiento humano en su florecimiento
tentosos desfiles de personajes, grupos escultura- de harmonía y de luz;» la historia de la Poesía.
les, marmóreos bajorelieves, figuras que encaman El más griego de los artistas, como le llamara
los odios, los combates, las terribles iras; homéri- mi joven esteta, fcantó á los bárbaros, ciertamente.
da por ser de alma y sangre latinas y por haber Como había en su reino poético, suprimido todo
adorado siempre el lustre y el renombre de la anhelo p o r un ideal de fe, la inmensa alma medioe-
Hélade inmortal! Griego fué, de los griegos tenía, val 110 tenía para él ningún fulgor; y calificaba la
como lo hizo notar m u y bien Guyau, la concepción Edad Media como una edad de abominable barba-
de u n a especie de m u n d o de las formas y de las rie. Y he aquí que ninguno entre los poetas, des-
ideas que es el m u n d o mismo del arte; habiéndose pués de Hugo, ha sabido poner delante de los ojos
colocado por una ascensión de la voluntad, sobre modernos, como Leconte de Lisie, la vida de los
el mundo del sentimiento, en la región serena de caballeros de hierro, las costumbres de aquellas
la idea, y revistiendo su musa inconmovible el es- épocas, los hechos y aventuras trágicas de aque-
llos combatientes y de aquellos tiranos; los som-
culpido peplo cuyo m á s ligero pliegue 110 pudiera
bríos cuadros monacales, los interiores de los claus-
agitar el estremecimiento de las humanas emocio- tros, los cismas, la supremacía de Roma, las mu-
nes, ni aun el aire q u e el Amor mismo agitase con sulmanas barbaries fastuosas, el ascetismo cató-
sus alas. «Vuestros contemporáneos,—díjole Ale- lico, y el temblor extranatural que pasó por el
jandro Dumas (hijo),—eran los griegos y los hin- mundo en la edad que otro gran poeta ha lla-
dus.» Y es, en efecto, de aquellos dos inmensos fo- mado con razón, en una estrofa célebre, «enorme
cos de donde parten los rayos que iluminan la y delicada.»
obra de Leconte de Lisie, conduciendo uno la idea
brahamánica desde el índico Ganges cuyas aguas Puso el espíritu sobre el corazón. Jamás en toda
reflejaran los combates del Ramayana y el otro su obra se escucha un solo eco de sentimiento;
la idea griega desde el harmonioso Alfeo, en cuyas nunca sentiréis el escalofrío pasional. Eros mis-
linfas se viera la desnudez celeste de la virgen mo, si pasa por esas inmensas florestas, es como
Diana. un ave desolada. No se atrevería la Musa de Mu-
sset á llamar á la puerta del vate serenísimo; y
La India y Grecia eran para su espíritu tierras las palomas lamartinianas alzarían el vuelo asus-
de predilección: reconocía como las dos origina- tadas delante del cuervo centenario que dialoga
les fuentes de la universal poesía, á Valmiki y á con el abad Serapio de Arsinoe.
Homero. Navegó á pleno viento por el océano in-
menso de la teogonia védica, y profundo conoce- Nacido en una isla cálida y espléndida, isla de
dor de la antigüedad griega, y helenista insigne, sol, florestas y pájaros, que siente de cerca la
respiración de la negra Africa, sintióse poeta el
condujo á Homero á orillas del Sena. Atraíale la
«joven salvaje»; la lengua de la naturaleza le ense-
aurora de la humanidad, la soberana sencillez de ñó su primera rima, el gran bosque primitivo le
las edades primeras, la grandiosa infancia de las hizo sentir la influencia de su estremecimiento,
razas, en la cual empieza el Génesis de lo que él y el m a r solemne y el cielo le dejaron entrever
llamara con su verbo solemne «la historia sagra- el misterio de su inmensidad azul. Sentía él latir

afts
su corazón, deseoso de algo extraño/ y sus labios autor de «Las Orientales»; el que debía escribir
estaban sedientos del vino divino. Copa de oro los «Poemas antiguos» y los «Poemas bárbaros»,
inagotable, llena del celeste licor, fué para él la no podía sino contemplar con estupor la creación
poesía de Hugo. Al llegar «Las Orientales» á sus de ese orbe constelado, vario, profuso y estupen-
manos, al ver esos fulgurantes poemas, la luz mis- do que se llama «La Leyenda de los siglos.» Lue-
ma de su cielo patrio le pareció brillar con un res- go, fué á él, barón, par, príncipe, á quien el Carlo-
plandor nuevo; la montaña, el viento africano, las magno de la lira dirigiera este corto mensaje im-
olas, las aves de las florestas nativas, la natura- perial y fraternal: «Jungamus dextras.» Después,
leza toda, tuvo para él voces despertadoras que le él fué siempre el privilegiado. Hugo le consagró.
iniciaron en un culto arcano y supremo. Y cuando Hugo fué conducido al Pantheon, fué
Imaginaos un Pan que vagase en la montaña so- Leconte de Lisie quién entonó el himno más fer-
nora, poseído de la fiebre de la harmonía, en bus- viente en honor de quien entraba á la inmortali-
ca de la caña con que h a b r í a de hacer su rústica dad. Posteriormente, al ocupar su sillón en la Aca-
flauta, y á quien de pronto diese Apolo una lira demia, colocó aún más triunfales palmas y coro-
y le enseñase el arte de a r r a n c a r de sus cuerdas nas en la tumba del César literario. Recorrió con
sones sublimes. No de otro modo aconteció al poe- su pensamiento la historia de la poesía universal,
ta que debiera salir de la t i e r r a lejana en donde para llegar á depositar sus trofeos en aras del
nació, para levantar en la capital del Pensamien- daimon desaparecido, y presentó con la magia d i
to un templo cincelado en el más bello paros, en su lenguaje la creación toda de Hugo. Hizo apa-
honor del Dios del arco de plata. recer con sus prestigios incomparables «Las Orien-
tales», cuya lengua y movimiento, según confesión
El que fué impecable a d o r a d o r de la tradición propia, ñieron para el una revelación; el prefacio
clásica pura, debía pronunciar en ocasión solemne, de «Cromwell», oriflama de guerra, tendido al vien-
delante de la Academia francesa que le recibía en to; las «Hojas de otoño»; los «Cantos del crepúscu-
su seno, estas palabras: «Las formas nuevas son lo», las «Voces interiores», los «Rayosl» y las «Som-
la expresión necesaria de las concepciones origi- bras», á propósito de los cuales lanzó una flecha
nales.» Digna es tal declaración de quien sucedie- 1 de su carcaj dirigida al sentimentalismo, los «Cas-
r a á Hugo en la asamblea de los «inmortales» y • tigos», llenos de rayos y relámpagos, bajo los cua-
de quien como su sacrocesáreo antecesor, fué jefe les coloca los «Yambos» de Chenier y las «Trá-
de escuela, y de escuela que tenía p o r fundamento gicas» de Agrippa d' Aubigné; «La Leyenda de los
principal el culto de la forma. Hugo fué en verdad j siglos», «que permanecerá como la prueba brillante
para él la encarnación de la poesía. Leconte de ! de una potencia verbal inaudita, puesta al servi-
Lisie no reconocía de la Trinidad romántica, sino ] cio de una imaginación incomparable.» Y todos
la omnipotencia del «Padre», Musset; «el Hijo», y I los poemas posteriores, «Canciones de calles y bos-
Lamartine «el Espíritu», apenas si merecieron una ¡ ques», «Año terrible», «Arte de ser abuela», el «Pa-
mirada rápida de sus ojos sacerdotales. Y es que pa», la «Piedad suprema», «Religión y religiones«»,
Hugo ejercía sobre él la atracción astral de los «El asno Torquemada» y los «Cuatro vientos del
genios individuales y absolutos; el hijo de la isla Espíritu.» De todas estas últimas obras nombra-
oriental fué iniciado en el secreto del arte por el j
das, la que llama su atención principalmente es íenido desde la infancia el hábito de frecuentar
«Torquemada.» ¿Por qué? Porque Leconte de Lis- un círculo de genios anteriores, entre los cuales
ie sentía el pasado con una fuerza de visión insu- Sófocles, Platón, Virgilio, Lafontaine, Corneiüe y
perable, á pnnto de que Guyau llama á la Trilo- Moliére no ocupan sino un segundo término y en
gía «Nueva Leyenda de los siglos.» «Bien que nin- donde Montaigne, Racine, Pascal, Bossuet, La Bru-
gún siglo, escribe el poeta, haya igualado al nues- yere no penetran, se comprende fácilmente que
tro en la ciencia universal; que la historia, las len- el día en que ese gran genio distingue entre la
guas. las costumbres, las teogonias de los pueblos muchedumbre que se agita á sus pies un poeta y
antiguos nos sean reveladas de año en año por le marca en la frente con el signo con que h a
tantos sabios ilustres; que los hechos y las ideas, de reconocer, en lo porvenir, á los de su raza y
la vida íntima y la vida exterior; que todo lo que familia, ese poeta tendrá el derecho de estar or-
constituye la razón de ser, de creer, de pensar de gulloso. Ese poeta sois vos, señor.»
los hombres desaparecidos, llama la atención de Fueron ciertamente los «Poemas bárbaros» la
las inteligencias elevadas, nuestros grandes poe- anunciación espléndida de un grande y nuevo poe-
tas han r a r a m e n t e intentado volver intelectualmen- ta. ¿Qué son esos poemas? Visiones formidables
te la vida al pasado.» Tiempos primitivos, Edad de los pasados siglos, los horrores y las grande-
Media, todo lo que se halla respecto á nuestra zas épicas de los bárbaros evocados por un lati-
edad contemporánea como en una lejanía de en- no que emplea p a r a su obra versos de bronce,
sueño, atrae la imaginación del vate severo. La versos de hierro, rimas de acero, estrofas de gra-
exposición de la obra novelesca de Víctor Hugo, nito. Caín surge en el ensueño del vidente Tho-
dióle motivo para lanzar otra flecha que fué di- gorma, en un poenuai primitivo, bíblico, que se
rectamente á clavarse en el pecho robusto de Zola, desarrolla en la misteriosa, inmemorial «ciudad
de la angustia», en el país de Hevila. Caín es el
cuando habló de la epidemia que se hace sentir
mensajero de la nada. Luego, es aún en la Biblia
directamente e n una parte de nuestra literatura, y donde se halla el origen de otros poemas; la viña
contamina l o s últimos años de un siglo que se de Naboth, el Eclesiastés, que declara como la
abriera con tanto brillo y proclamara tan ardien- irrevocable Muerte es también mentira; después
temente su a m o r á lo bello» y de «el desdén de el poeta va de u n punto á otro, extraño cosmo-
la imaginación y del ideal que se instala impru- polita del pasado; á Tebas, donde el rey Khons
dentemente en muchos espíritus obstruidos por descansa en su barca dorada; á Grecia donde sur-
teorías groseras y malsanas.» «El público letra- girá la monstruosa Equidna, ó un grupo de hir-
do, agrega, no tardará en a r r o j a r con desprecio sutos combatientes; á la Polinesia, en donde apren-
lo que aclama hoy con ciega admiración. Las epi- derá el génesis indígena; al boreal país de los
demias de esta naturaleza pasan y el genio perma- N o m o s y escaldas, donde Snorr tiene su infer-
nece.» nal visión; á Irlanda, tierra de bardos. Y se ad-
Al contestar el discurso del nuevo académico, vierten blancas pinturas de países frígidos, figu-
Alejandro Dumas, hijo, entre sonrisa y sonrisa, ras cinceladas en nieve; Angantir que dialoga con
quemó en h o n o r del recién llegado este puñado Los raros —3
de incienso: «Cuando un gran genio (Hugo) ha
Hervor; Hialmar que clama trágicamente, el oso
que llora, los cantos de los cazadores v runoyas- tico de Ultra-Rhin y del realismo de los lakistas,
el norte aun, el país de Sigurd; los elfos que" co- se turba y se disipa. Nada menos vivo y menos
ronados de tomillo danzan á la luz de la luna, original, bajo el aparato más ficticio. Un arte de
en un aire germánico de balada; cantos tradicio- segunda mano, híbrido é incoherente. Arcaísmo
nales; Kono de Kemper; el terrible poema de '. de la víspera, nada más. La paciencia pública se
Mona; cuadros orientales como la preciosa y mu- ha cansado de esta comedia sonoramente repre-
sical «Yerandah»; las fases ásperas de la natura- sentada á beneficio de una autolatría de présta-
leza; el desierto; la india y sus pagodas y fakires; .j mo. Los maestros se han callado ó quieren callar-
Córdoba morisca; fieras y aves de rapiña; fuen- se, fatigados de sí mismos, olvidados ya, solitarios
tes cristalinas, bosques salvajes; la historia reli- en medio de sus obras infructuosas. Los poetas
giosa, la leyenda, el Romancero; América, los An- nuevos, criados en la vejez precoz de una estéti-
ca infecunda, deben sentir la necesidad de remo-
des...; y sobre todo esto, el «Cuervo», el cuervo
jar en las fuentes eternamente puras la expresión
desolador, y la silenciosa, fatal, pálida y como usada y debilitada de los sentimientos generosos.
deseada imagen de la Muerte, acompañada de su El tema personal y sus variaciones demasiado re-
obscuro paje, el dolor. petidas, han agotado la atención; con justicia ha
En los «Poemas antiguos» resucita el espíen- ' venido la indiferencia, pero si es posible abando-
dor de la belleza griega, lanzando al mismo tiempo : nar á la mayor brevedad esa vía estrecha y banal,
un manifiesto, á manera de prólogo. He aquí lo ] es preciso aun no entrar en un camino más difí-
que pensaba de los tiempos modernos: «Desde Ho- cil y peligroso, sino fortificado por el estudio y
mero, Esquilo y Sófocles que representan la poe- la iniciación.
sía en su vitalidad, en su plenitud y en su unidad
harmónica, la decadencia y la barbarie han inva- Una vez sufridas esas pruebas expiatorias, una
dido el espíritu humano. vez saneada la lengua poética, las especulaciones
En lo tocante á arte original, el mundo romano ] del espíritu perderán algo de su verdad y su ener-
gía cuando dispongan de formas más netas y más
está al nivel de los Dacios y de los Sármatas; el i
precisas. Nada será abandonado ni olvidado; la
cielo cristiano, todo es bárbaro. Dante, Shakes- base pensante y el arte habrán recobrado la savia
peare y Mil ton, no tienen sino la altura de su ge- i y el vigor, la harmonía y la unidad unidas. Y más
nio individual; su lengua y sus concepciones, son ] tarde, cuando esas inteligencias profundamente agi-
bárbaras. La escultura se detiene en Fidias y en 1 tadas se hayan aplacado, cuando la meditación de
Lisipo: Miguel Angel no ha fecundado nada; su 1 los principios descuidados y la regeneración de
obra, admirable en sí misma, ha abierto una vía las formas hayan purificado el espíritu y la letra,
desastrosa. ¿Qué queda, pues, de los siglos trans- ¡ dentro de mi siglo ó dos, si todavía la elaboración
curridos después de la Grecia? Algunas"individua- . de los tiempos nuevos no implica una gestación
hdades potentes, algunas grandes obras sin liga y más alta, tal vez la poesía llegaría á ser el verbo
sin unidad. La poesía moderna, reflejo confuso inspirado é inmediato del alma humana...»
de la personalidad fogosa de Bvron, de la religio-
sidad ficticia de Chateaubriand, del ensueño mís- Esa declaración demuestra el por qué Leconte
de Lisie no vibraba á ningún soplo moderno, á
= 36 =t - 37 - 1
ninguna conmoción contemporánea, y se refugia- urna griega; pudo el germánico Goethe despertar
ba, como Keats, aunque de otra suerte, en viejas á Helena después de u n sueño de siglos y hacer
edades paganas en cuyas fuentes su Pegaso se que iluminase la frente de Euforión la luz divina,
abrevaba á su placer. y que Juan Pablo escribiese una famosa metáfo-
Los «Poemas trágicos» completan la trilogía. Hay ra. Leconte de Lisie desciende directamente de
como en los anteriores una rica variedad de te- Homero; y si fuese cierta la transmigración de
mas, predominando los paisajes exóticos, recons- las almas, no hay duda de que su espíritu estuvo
trucciones históricas, ó fantásticas y brillantes pin- en los tiempos heroicos encarnado en algún aeda
turas de asuntos legendarios. El kalifa de Damasco, famoso ó en algún sacerdote de Delfos.
a b r e la serie, entre imanes de Meca y emires de Bien sabida es la historia del Hamlet antiguo,
Oriente. de Orestes, el desventurado parricida, armado por
Es este un libro purpúreo. Los «Poemas bárba- el destino y la venganza, castigador del materno
ros» son u n libro negro. La palabra más usada en crimen, y perseguido por las desmelenadas y ho-
ellos es noir. Libro rojo es este, ciertamente, que rribles Furias. Sófocles en su «Electra», Eurípi-
comienza con la apoteosis de Muza-al-Kebir, en des, Voltaire, Alfieri, han llevado á la escena al
país oriental, y concluye en la Grecia de OrestesJ .trágico personaje.
con la tragedia funesta de las Erinnias ó Furias. Leconte de Lisie, en clásicos alejandrinos que
Oiréis entre tanto un canto de muerte de los bien valen p o r hexámetros de la antigüedad, evo-
galos del siglo sexto, clamores de moros medioeva- ca en la parte primera de su poema á Clitemnes-
les; veréis la caza del águila, en versos que no tra, en el pórtico del palacio de Pelos; á Tallibios
h a r í a mejores un numen artífice; después del águi- y Euribates, y un coro de ancianos, asimismo la
sollozante Casandra de profética voz. En la se-
la vuela el albatros, el «prince des nuages» de Bau-
gunda parte, ya cometido el crimen de su madre,
delaire; pasan lúgubres ancianos como Magno, frai- Orestes, vengará, apoyado por el impulso sororal
les como el abad Jerónimo, cual surge en poema de Electra, la sangre de su padre. Las Furias le
que sin duda alguna, Nuñez de Arce leyó antes persiguen entre clamores de horror.
de escribir «La visión de fray Martín»; mons-
truos simbólicos como la Bestia escarlata; tipos del El poeta, como traductor, fué insigne. A Homero,
romancero español como don Fadrique, y entre Sófocles, Hesiodo, Teócrito, Bion, Mosco, tradú-
todo esto el severo bardo 110 desdeña jugar con jolos en prosa rítmica y purísima en cuyas ondas
parece que sonasen las músicas de los metros ori-
la musa, y ensaya el pantum malayo, ó rima la
ginales. Conservaba la ortografía de los idiomas
villanelle como su amigo Banville. antiguos; y así sus obras tienen á la vista una aris-
Las «Erinnias» es obra de quien puede recorrer tocracia tipográfica que no se encuentra en otras.
el campo de la poesía griega, y conversar con Pa-
Cuando Hugo estalla en el destierro la poesía
rís, Agamenón ó Clitenmestra. Artistas egregios ha apenas tenía vida en Francia, representada por unos
habido que hayan comprendido la antigüedad pro- pocos nombres ilustres. Entonces fué cuando los
f u n d a y extensamente; mas de seguro ninguno con parnasianos levantaron su estandarte, y buscaron
la soberanía, con el poder de Leconte de Lisie. ¡un jei'e que ios condujese á la campaña. ¡El Par-
P u d o Keats escribir sus célebres versos á mía
naso! No fué más bella la lucha romántica, ni tu-
dejamos todo eso á la puerta de Leconte de Lisie,
vieron los Joven-Francia más rica leyenda que la !
como s e quita un vestido de carnaval, para llegar
de los parnasianos, contada admirablemente por á la casa familiar. Teníamos alguna semejanza con
u n o de sus más bravos y gloriosos capitanes. De • esos jóvenes pintores de Venecia que después de
esa leyenda encantadora y vivida, 110 puedo menos trasnochar cantando en góndola y acariciando los
que traducir la hermosa página consagrada al can- cabellos rojos de bellas muchachas, tomaban de
tor excelso por quien hoy viste luto la poesía de repente un aire reflexivo, casi austero, para en-
Francia, la Poesía universal. trar al taller del Ticiano.
«...Y lo que nos faltaba también era una firme dis- »Ninguno de aquellos que han sido admitidos en
ciplina, una línea de conducta precisa y resuelta. el salón de Leconte de Lisie, olvidará nunca el re-
Ciertamente, el sentimiento de la Belleza, el ho- ; cuerdo de esas nobles y dulces tardes, que durante
r r o r de las abobadas sensiblerías que deshonra- tantos años, fueron nuestras más bellas horas. Con
ban entonces la poesía francesa, lo teníamos nos- ¡ qué impaciencia al pasar cada semana esperába-
otros! ¡Pero qué! tan jóvenes, desordenadamente ; mos el sábado, el precioso sábado, en que nos era
y un poco al azar era como nos arrojábamos á la dado encontrarnos, unidos en espíritu y corazón,
brega, y marchábamos á la conquista de nuestro j alrededor de aquel que te nía nuestro corazón y
ideal. Era tiempo de que los niños de antes toma- | toda nuestra ternura! Era en un saloncito, en el
ran actitudes de hombres, que de nuestro cuerpo : quinto piso de una casa nueva, boulevard de los
de tiradores formase un ejército regular. Nos fal- 1 Inválidos, en dohde nos jimtábamos para contar-
taba la regla, una regla impuesta de lo alto, y 1 nos nuestros proyectos, llevar nuestros versos nue-
que sobre dejarnos nuestra independencia intelec- j vos, y solicitar el juicio de nuestros camaradas y
tual, hiciera concurrir gravemente, dignamente, fl de nuestro grande amigo. Los que han hablado de
nuestras fuerzas esparcidas, á la victoria entrevista, i entusiasmo mutuo, los que han acusado á nues-
Esta regla la recibimos de Leconte de Lisie. Des- J tro grupo de demasiada complacencia consigo mis-
de el día en que François Coppée, Villiers de l'Isle I mo, esos, en verdad, han sido mal informados.
Adam, y yo, tuvimos el honor de ser conducidos á j Creo que ninguno de nosotros se ha atrevido, en
casa de Leconte de Lisie,—M. Luis Ménard, el poe- 1 casa de Leconte de Lisie, á formular un elogio ó
ta y filósofo, fué nuestro introductor,—desde el I mía crítica sin llevar íntimamente la convicción
día en que tuvimos la alegría de encontrar en casa I de decir la verdad. Ni m á s exagerado el elogio,
del maestro á José María de Ileredia y á León j que acerba la desaprobación.
Dierx, de ver allí á Armand Silvestre, de rencon- 1 «Espíritus sinceros, he ahí en efecto lo que éra-
t r a r á Sully Prudhomme, desde ese día data, ha- I mos: y Leconte de Lisie nos daba el ejemplo de
blando propiamente, nuestra historia, que cesa de 1 esa franqueza. Con rudeza que sabíamos que era
ser una leyenda; y entonces fué cuando nuestra i amable, sucedía que á menudo censuraba resuelta-
adolescencia se convirtió en virilidad. En verdad I mente nuestras obras nuevas, reprochaba nues-
nuestra juventud de ayer n o estaba muerta de 1 tras perezas y reprimía nuestras concesiones. Por-
ningún modo, y no habíamos renunciado á las aza- j que nos amaba no era indulgente. Pero también
rosas extravagancias en el arte y en la vida. Pero | qué precio daba á los elogios, esta acostumbra-
da severidad! Yo no sé que exista mayor gozo que
re, su fe de poetas, y que se agrupaban, con una
recibir la aprobación de un espíritu justo y fir- religión que nunca ha excluido la libertad de pen-
me. Sobre todo, no creáis, por mis palabras, que samiento, alrededor de un maestro venerado, po-
Leconte de Lisie haya nunca sido uno de esos ge- bre como ellos!
nios exclusivos, deseosos de crear poetas á su ima- »Otro error sería creer que nuestras reuniones
gen, y que no aman en sus hijos literarios sino familiares fuesen sesiones dogmáticas y morosas.
su propia semejanza! Al contrario. El autor de Leconte de Lisie era de aquellos que pretenden
«Ivain» es quizá, de todos los inventores de este apartar, sobre todo del elogio, su personalidad ín-
tiempo, aquel cuya alma se abre más ampliamente tima y por tanto mi conversación no tendrá aquí
á la inteligencia de las vocaciones y de las obras anécdotas. No diré do las sonrientes dulzuras de
más opuestas á su propia naturaleza. El 110 pre- una familiaridad de que estábamos tan orgullosos,
tende que nadie sea lo que él es magníficamente. de las cordialidades de camarada que tenía con
La sola disciplina que imponía—era la buena—con- nosotros el gran poeta, ni de las charlas al amor
sistía en la veneración del Arte, y el desdén de del hogar,—porque se e r a serio, pero alegre,—ni
los triunfos fáciles. El era el buen consejero de todo el bello humor casi infantil de nuestras apaci-
las probidades literarias, sin impedir jamás el vue- bles conciencias de artistas en el querido salón,
lo personal de nuestras aspiraciones diversas, él poco lujoso, pero tan neto y siempre en orden,
fué, él es aún, nuestra conciencia poética misma como una estrofa bien compuesta; mientras la pre-
A él es á quien pedimos, en las horas de duda, sencia de una joven en medio de nuestro amisto-
que nos prevenga del mal. El condena, ó absuelve so respeto, agregaba su gracia á la poesía espar-
y estamos sometidos. cida.» 1
«¡ Ah! yo me acuerdo aún de todas las bromas que Tal es el recuerdo que consagra Catulle Mendés
se hacían entonces, sobre nuestras reuniones en en uno de sus mejores libros, al hoy difunto jefe
el salón de Leconte de Lisie. ¡ Y bien! los burlones del Parnaso. El alentó á los que le rodeaban, como
no tenían razón, pues, en verdad, lo creo y lo en otro tiempo Ronsard á los de la Pléyade, al
digo,—en esta época felizmente desaparecida en cual cenáculo ha consagrado Leconte de Lisie muy
que la poesía era por todas partes burlada; en entusiásticas frases; pues quien en «Las Erinnias»
que hacer versos tenía este sinónimo: morir de pudo renovar la máscara esquiliana, miraba con
hambre; en que todo el triunfo, todo el renombre, simpatía á Ronsard, que tuvo el fuego pindárico,
pertenecía á los rimadores de elegías y verseros anhelo de perfección y amor absoluto á la Be-
de couplets, á los lloriqueadores y á los risueños; lleza.
en que era suficiente hacer un soneto para ser un Mas Leconte brillará siempre al fulgor de Hugo.
imbécil y hacer u n a opereta para ser una espe- ¿Qué porta-lira de nuestro siglo no desciende de
cie de grande hombre: en esta época era un bello Hugo? ¿No ha demostrado triunfantemente Men-
espectáculo el de aquellos jóvenes prendados del dés—ese hermano menor de Leconte de Lisie,—
ai-te verdadero, perseguidores del ideal, pobres la que hasta el árbol genealógico de los Rougon Mac-
mayor parte, y desdeñosos de la riqueza, que con- quart ha nacido al amor del roble enorme del m á s
fesaban imperturbablemente, venga lo que vinie- grande de los poetas? Los parnasianos proceden,
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de los románticos, como los decadentes de los par- Cual ligero enjambre, todos le rodean,
nasianos. «La Leyenda de los siglos» refleja su y en el aire mudo raudos voltegean.
luz cíclica sobre los «Poemas trágicos, antiguos —Gentil caballero, ¿dó vas tan de prisa?
y bárbaros.» La misma reforma métrica de que L a reina pregunta, con suave sonrisa.
tanto se enorgullece con justicia el Parnaso, ¿quién Fantasmas y endriagos hallarás doquiera;
ignora que fué comenzada p o r el colosal artífice ven, y danzaremos en la azul p r a d e r a .
revolucionario de 1830?
La fama no ha sido propicia á Leconte de Lisie. De tomillo y rústicas hierbas coronados
Ilay en él mucho de olímpico, y esto le aleja de los Elfos alegres bailan en los prados.
la gloria común de los poetas humanos. En Fran-
cia, en Europa, en el mundo, tan solamente los — ¡No! Mi prometida, la de ojos hermosos
artistas, los letrados, los poetas, conocen y leen me espera y m a ñ a n a seremos esposos.
aquellos poemas. Entre sus seguidores, uno hay Dejadme prosiga, Elfos encantados,
que adquirió gran renombre: José María de Ile- que holláis vaporosos el musgo en les prados.
Lejos estoy, lejos de la amada mía,
redia, también como él nacido en u n a isla tropi-
y ya los fulgores se anuncian del día.
cal. E n lengua castellana apenas es conocido Le-
conte de Lisie. Yo 110 sé de ningún poeta que le
De tomillo y rústicas hierbas coronados
haya traducido, exceptuando al argentino Leopol-
los Elfos alegres bailan en los prados,
do Diaz, mi amigo muy estimado, quien ha pues-
to en versos castellanos el «Cuervo»,—con motivo
—Queda, caballero, te daré á que elijas
de lo cual el poeta francés le envió u n a real es- el ópalo mágico, las áureas sortijas
quela,—«El sueño del condor», «El desierto», «La y, lo que más vale que gloria y fortuna:
tristeza del Diablo», y «La espada de Angantir , mi saya tejida con rayos de luna.
todo de los «Poemas bárbaros», como también — ¡No!—dice él.—¡Pues anda!—Y su blanco dedo
«Los Elfos», cuya traducción es la siguiente: su corazón toca é infúndele miedo.

De tomillo y rústicas hierbas coronados


De tomillo y rústicas hierbas coronados
los Elfos alegres bailan en los prados.
los Elfos alegres bailan en los prados.
Y el corcel obscuro, sintiendo la espuela,
Del bosque por arduo y angosto s e n d e r o
parte, corre, salta, sin retardo vuela,
en corcel obscuro marcha un caballero.
mas el caballero, temblando, se inclina:
Sus espuelas brillan en la noche bruna,
ve sobre la senda forma blanquecina
y, cuando en su rayo le envuelve la luna
que los brazos tiende, marchando sin ruido.
fulgurando luce con vivos destellos, —¡Déjame, oh demonio, Elfo maldecido!
un casco de plata sobre sus cabellos.

De tomillo y rústicas hierbas coronados De tomillo y rústicas hierbas coronados


los Elfos alegres bailan en los prados. los Elfos alegres bailan en los prados.
—¡Déjame, fantasma siempre aborrecida!
Voy á desposarme con mi prometida.
—Oh, mi amado esposo, la tumba perenne
será nuestro lecho de bodas solemne.
¡He muerto!—dice ella, y él, desesperado,
de amor y de angustia cae muerto á su lado.

De tomillos y rústicas hierbas coronados


los Elfos alegres bailan en los prados.

Duerma en paz el hermoso anciano, el caballero


de Apolo. Ya su espíritu sabrá de cierto lo que se
esconde tras el velo negro de la tumba. Llegó por
fin la por él deseada, la pálida mensajera de la
verdad.
Fínjome la llegada de su sombra á una de las
islas gloriosas, Tempes, Amatuntes celestes, en
donde los orfeos tienen su premio. Recibiránle con
palmas en las manos, coros de vírgenes cubiertas
de albas, impalpables vestiduras; á lo lejos des-
tacaráse la harmonía del pórtico de un templo;
bajo frescos laureles, se verán las blancas bar-
bas de los antiguos amados de las musas, Homero,
Sófocles, Anacreonte. En un bosque cercano, un
grupo de centauros, Quirón á la cabeza, se acerca
p a r a m i r a r al recién llegado. Brota del mar un
himno. Pan aparece. Por el aire suave, bajo la cú-
pula azul del cielo, un águila pasa, en vuelo rápido,
camino del país de las pagodas, de los lotos y de
los elefantes.
paúl Vcrlaiac

Y al fin vas á descansar; y al fin lias dejado de


arrastrar tu pierna lamentable y anquilótica, y tu
existencia extraña llena de dolor y de ensueños,
¡oh pobre viejo divino! Ya no padeces el mal de
la vida, complicado en ti con la maligna influen-
cia de Saturno.
Mueres, seguramente en u n o de los hospitales
que has hecho amar á tus discípulos, tus «palacios
de invierno», los lugares de descanso que tuvieron
tus huesos vagabundos, en la hora de los impla-
cables reumas y de las duras miserias parisienses.
Seguramente, has muerto rodeado de los tuyos,
de los hijos de tu espíritu, de los jóvenes ofician-
tes de t u iglesia, de los alumnos de tu escuela, ¡ oh
lírico Sócrates de u n tiempo imposible!
Pero mueres en un instante glorioso: cuando tu
nombre empieza á triunfar, y la simiente de tus
ideas, á convertirse en magníficas flores de arte,
aun en países distintos del tuyo; pues es el mo-
mento de decir que hoy, en el mundo entero, tu
figura, entre los escogidos de diferentes lenguas
y tierras, resplandece en su nimbo supremo,' así
sea delante del trono del enorme Wagner.
El holandés Bivanck se representa á Verlaine tadas por Ribera, tenía un aspecto hierático. Su
como nn leproso sentado á la puerta de una cate- nariz pequeña se dilata á cada momento para as-
dral, lastimoso,'mendicante, despertando en los fie- pirar con delicia el humo del cigarro. Sus labios
les que entran y salen, la compasión, la caridad. gruesos que se entreabren para recitar con amor
Alfred E r n s t le compara con Benoit Labre, vivien- las estrofas de Villón ó para maldecir contra los
te símbolo de enfermedad y de miseria; antes León poemas de Ronsard, conservan siempre su mueca
Bloy le había llamado también el Leproso en el por- original, en donde el vicio y la bondad se mezclan
tentoso tríptico de su «Brelan», en donde está pin- para formar la expresión de la sonrisa. Sólo su
tado en compañía del Niño Terrible y del Loco: barba rubia de cosaco, había crecido un poco v
Barbey d' Aurevilly y Ernesto Helio. ¡Ay, fué su se había encanecido mucho.»
vida así! Pocas veces ha nacido de vientre de mu- Por Carrillo penetramos en algunas interiorida-
jer un sér q u e haya llevado sobre sus hombros des de Verlaine. No era éste en ese tiempo el viejo
igual peso de dolor. Job le diría: «¡Hermano míof» gastado y débil que uno pudiera imaginarse, ant^s
Yo confieso q u e después de hundirme en el agi- bien «un viejo robusto.» Decíase que padecía de
tado golfo de sus libros, después de penetrar en pesadillas espantosas y visiones en las cuales los
el secreto de esa existencia única; después de ver recuerdos de la leyenda obscura y misteriosa de
esa alma llena de cicatrices y de heridas incura- su vida, se complicaban con la tristeza v el terror
bles, todo el eco de celestes ó profanas músicas, alcohólicos. Pasaba sus horas de enfermedad, á
siempre hondamente encantadoras; después de ha- veces en un penoso aislamiento, abandonado y ol-
ber contemplado aquella figura imponente en su vidado, á pesar de las bondadosas iniciativas de
pena, aquel cráneo soberbio, aquellos ojos obscu- los Mendés ó de los León Deschamps.
ros. aquella faz con algo de socrático, de pierro- ¡Dios mío! aquel hombre nacido para las espi-
tesco y de infantil; después de m i r a r al dios caído, nas, para los garfios y los azotes del mundo, se
quizá castigado por olímpicos crímenes en otra me pareció como u n viviente doble símbolo de
vida anterior; después de saber la fe sublime y la grandeza angélica y de la miseria humana. An-
el amor furioso y la inmensa poesía que tenían gélico, lo era Verlaine; tiorba alguna, salterio al-
por habitáculo aquel claudicante cuerpo infeliz, guno, desde Jacoponc de Todi, desde el Stabat Ma-
sentí nacer en m i corazón un doloroso cariño que ler ha alabado á la Virgen con la melodía filial
junté á la grande admiración por el triste maestro! ardiente y humilde de «Sasesse»; Lengua ahmna'
como no sean las lenguas de los serafines proster-
A mi paso p o r París, en 1S93, me había ofrecido nados ha cantado mejor la carne y la sangre del
Enrique Gómez Carrillo presentarme á él. Este Cordero; en ningunas manos han ardido "mejor
amigo niío h a b í a publicado una apasionada im- los sagrados carbones de la penitencia; v penitente
presión que f i g u r a en sus «Sensaciones de Arte», alguno se ha flagelado los desnudos lomos con igual
en la cual habla de una visita al cliente del hos- ardor de arrepentimiento que Verlaine cuando se
pital de Broussais. «Y allí le encontré siempre dis- ha desgarrado el alma misma, cuya sangre fresca
puesto á la b u r l a terrible, en una cama estrecha
de hospital. Su rostro enorme y simpático cuya pa- y pura ha hecho abrirse rítmicas rosas de mar-
tirio.
lidez extrema m e hizo pensar en las figuras pin-
de la maternal y casta Virgen; de modo que al dar
Quien lo haya visto en sus «Confesiones», en sus la tentación su clarinada, el espíritu ciego, no mira,
«Hospitales», en sus otros libros íntimos, compren- queda como en sopor, al son de la fanfarria car-
derá bien al hombre—inseparable del poeta—y ha- nal; pero tan luego como el sátiro vuelve del bos-
llará que en ese mar tempestuoso primero, muerto caje y el alma recobra su imperio y mira á la
después, hay tesoros de perlas. Verlaine fué un altura de Dios, la pena es profunda, el salmo bro-
hijo desdichado de Adán, en el que la herencia ta. Así, hasta que vuelve á verse pasar á través de
paterna apareció con mayor fuerza que en los de- las hojas del bosque, la cadera de Kalixto...
más. De los tres Enemigos, quien menos mal le hizo Cuando el Dr. Nordau publicó la obra célebre
fué el Mundo. El Demonio le atacaba; se defendía digna del Dr. Triboulat Bonhoment, «Entartung»,
de él, como podía, con el escudo de la plegaria. la figura de Verlaine, casi desconocida para la ge-
La Carne sí, fué invencible é implacable. Raras neralidad—y en la generalidad pongo á muchos de
veces ha mordido cerebro humano con más f u r i a la élite en otros sentidos—surgió por la primera
y ponzoña la serpiente del Sexo. Su cuerpo era la vez, en el más curiosamente abominable de los re-
lira del pecado. Era un eterno prisionero del de- tratos. El poeta de «Sagesse» estaba señalado como
seo. Al andar, hubiera podido buscarse en su hue- uno de los más patentes casos demostrativos de
lla, lo hendido del pie. Se extraña uno no ver so- la afirmación pseudocientífica de que los modos
bre su frente los dos cuernecillos, puesto que en estéticos contemporáneos son formas de descom-
sus ojos podían verse aún pasar las visiones de posición intelectual. Muchos fueron los atacados;
las blancas ninfas, y en sus labios, antiguos cono- se defendieron algunos. Hasta el cabalístico Ma-
cidos de la flauta, solía aparecer el rictus del egi- llarmé descendió de su trípode para demostrar
pán. Como el sátiro de Hugo, hubiera dicho á el escaso intelectualismo del profesor austro ale-
la desnuda Venus, en el resplandor del monte sa- mán. en su conferencia sobre la Música y la Lite-
grado: «¡Viens nous en...!» Y ese carnal pagano ratura dada en Londres. Pauvre Lelian no se de-
aumentaba su lujuria primitiva y natural á medi- fendió á sí mismo. Comentaría cuando el caso con
da que acrecía su concepción católica de la culpa. algunos ¡ dam! en el Fraufofei I ó en el D' Harcourt.
Mas ¿habéis leído unas bellas historias renova- Varios amigos discípulos le defendieron; entre to-
das por Anatole France de viejas narraciones ha- dos con vigor y maestría lo hizo Charles Tennib,
giográficas, en las cuales hay sátiros que adoran y su hermoso y justificado ímpetu correspondió
á Dios, y creen en su cielo y en sus santos, lle- á la presentación del «caso» por Max Nordau:
gando en ocasiones hasta ser santos sátiros? Tal «Tenemos ante nosotros la figura bien neta del
me parece Pauvre Lelián, mitad cornudo flautista jefe más famoso de los simbolistas. Vemos un es-
de la selva, violador de hamadriadas, mitad asceta pantoso degenerado, de cráneo asimétrico y rostro
del Señor, eremita que, extático, canta sus salmos. mongoloide, un vagabundo impulsivo, un dipsóma-
El cuerpo velloso sufre la tiranía de la sangre, la no... un erótico... un soñador emotivo, débil de es-
Voluntad imperiosa de los nervios, la llama de la píritu. que lucha dolorosamente contra sus malos
primavera, la afrodisia de la libre y fecunda monta-
ñ a ; el espíritu se consagra á la alabanza del Pa- Los raros—4
dre, del Hijo, del Santo Espíritu,, y sobre todo,
instintos y encuentra á veces en su angustia con- lo tuvo en alta estima; en lengua española no se
movedores acentos de queja, un místico cuya con- ha escrito aún nada digno de Verlaine; apenas lo
ciencia humosa está llena de representaciones de publicado por Gómez Carrillo; pues las impresio-
Dios y de los santos; y un viejo chocho etc.» nes y notas de Bonafoux y Eduardo Pardo, son li-
En verdad que los c l a m o r e s de ese generoso De gerísimas.
Amicis contra la ciencia que acaba de descuartizar Vayan, pues, estas líneas, como ofrenda del mo-
á Leopardi después de desventrar al Tasso, son mento. Otra será la ocasión en que consagre al
muy justos, é insuficientemente iracundos. gran Verlaine el estudio que merece. Por hoy, no
E n la vida de Verlaine hay u n a nebulosa leyen- cabe el análisis de su obra.
da que ha hecho crecer u n a verde pradera en que «Esta pata enferma m e hace sufrir un poco: m e
ha pastado á su placer el «pan-muflisme.» No me proporciona, en cambio, más comodidad que mis
detendré en tales miserias. E n estas líneas escri- versos, que me han hecho sufrir tanto! Si no fue-
tas al vuelo, y en el momento de la impresión cau- se por el reumatismo yo no podría vivir de mis
sada por su muerte, no puedo ser tan extenso como rentas. Estando bueno, 110 lo admiten á uno en el
quisiera. hospital.»
De la obra de Verlaine, ¿ q u é decir ? El ha sido el Esas palabras pintan al hermano trágico de Vi-
más grande de los poetas de este siglo. Su obra está llon.
esparcida sobre la faz del m u n d o . Suele ya ser ver- No era mala, estaba enferma su animula, blan-
gonzoso p a r a los escritores ápteros oficiales, no dula, vagula... Dios la haya acogido en el cielo
citar de cuando en cuando, siquiera sea para cen- como en un hospital!
surar sordamente, á Paul Verlaine. En Suecia y
Noruega los jóvenes amigos d e Joñas Lee, propagan
la influencia artística del maestro. En Inglaterra,
á donde iba á ciar conferencias, gracias á los es-
critores nuevos, como Symons, y los colaboradores
del Yellow Book, el n o m b r e ilustre se impone; la
New Review daba sus versos en francés. E n los Es-
tados Unidos antes de publicarse el conocido estu-
dio de Symons en el «Harpers's—The decadent
movement in literatura»—la fama del poeta era
conocida. En Italia, I)' Annunzio reconoce en él á
uno de los maestros que le ayudaran á subir á la
gloria; Vittorio Pica y los jóvenes artistas de la
Tavola Rotonda exponen s u s doctrinas; en Holan-
da la nueva generación literaria—nótese un es-
tudio de Werwey—le s a l u d a n en su alto puesto;
en España es casi desconocido y serálo por mucho
tiempo: solamente el talento de Clarín creo que
i \ cottde jVlatías Augusto de Villiers
de V Jsle ftdatn

¡VA OULTRE!
(Divisa da IOÍ Villiers de L' Isle Adam).

«Este era un rey...» Así, como en los cuentos


azules, hubiera debido empezar la historia del mo-
narca raté, pero prodigioso poeta, que fué en esta
vida el conde Matías Felipe Augusto de Villiers
de 1' Isle Adam. Puédese construir este fragmento
de historia ideal: «Por aquel tiempo—fué á me-
diados del indecoroso siglo XIX,—el país de Gre-
cia vió renacer su esplendor. Un príncipe seme-
jante á los príncipes antiguos, se coronó en Ate-
nas, y brilló como un astro real. Era descendiente
de los caballeros de Malta; había en él algo del
príncipe Hamlet y mucho del rey Apolo; hacía
anunciar su paso con trompetas de plata; recorría
los campos en carrozas heroicas, tiradas por cua-
drillas de caballos blancos; echó de su reino á
todos los ciudadanos de los Estados Unidos de Nor-
te América; pensionó magníficamente á pintores,
escultores y rimadores, de modo que las abejas
áticas se despertaban á un sonido de cinceles y de
liras; pobló de estatuas los bosques; hizo volver
á los ojos de los pastores la visión de las ninfas y
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de las diosas; recibió la visita de un soberano so- m a altura, como los condores, ni revolar en el bos-
ñador que se llamaba Luis de Baviera, señor her- que, como los ruiseñores.
moso como Lohengrin, y á quien amaba Loreley Van más allá del talento los semi-genios; pero
y vivía junto á un lago azul nevado de cisnes; llevó no tienen voz p a r a decir, como en la página de
á Wagner á la harmoniosa tierra del Olimpo, de Hugo, á las puertas de lo infinito: «Abrid; yo soy
modo que el bello sol griego puso su aureola de el Dante.» Por lo tanto flotan aislados sin poder
oro en la divina frente de Euforión; envió emba- subir á las fortalezas titánicas de Shakespeare, ni
jadas á los países de Oriente y cerró las puertas acogerse á los kioscos floridos de Gautier. Y son
del reino á l o s bárbaros occidentales; volvió gracias desgraciados.
á él la gloria de las musas; y cuando murió no se Hoy, ya publicada toda la obra de Villiers de
supo si fué un águila ó un unicornio quien llevó 1' Isle Adam, no hay casi vacilación alguna en
su cuerpo á u n lugar misterioso.» poder saludarle entre los espíritus augustos y su-
Pero la suerte, ¡olí, sire, oh excelso poeta! no periores. Si genio es el que crea, y el que ahonda
cpiiso que s e realizase ese adorable sueño, en este más en lo divino y misterioso, Villiers fué genio.
tiempo que h a podido envolver en la más alta Nació para triunfar y murió sin ver su triunfo ;
apoteosis la abominable figura de un Franklin! descendiente de nobilísima familia, vivió pobre, ca-
- Villiers de 1' Isle Adam es un sér raro entre los si miserable; aristócrata .por sangre, arte y gus-
raros. Todos los que le conocieron conservan de tos, tuvo que frecuentar medios impropios de su
él la impresión de un personaje extraordinario. delicadeza y realeza. Bien hizo Verlaine en incluir-
A los ojos del hermético y fastuoso Mallarmé le entre sus poetas Malditos. Aquel orgulloso, del
II es un tipo de ilusión, un solitario,—como las más
bellas piedras y las más santas almas:—además,
más justo orgullo; aquel artista que escribía: «¿Qué
nos importa la justicia? Quien al nacer no trae
en todo y por"todo, un rey; un rey absurdo si en su pecho s u propia gloria no conocerá nunca
queréis, poético, fantástico; pero un rey. Luego la significación real de esa palabra»,—hizo su pe-
u n genio. «El joven más magníficamente dotado regrinación por la tierra acompañado del sufri-
de su generación», escribe Henry Laujol. Mendés miento: y fué jan maldito.
exclama á propósito de Villiers, en 1884: Según Verlaine, y sobre todo, según su biógrafo
«¡Desgraciados los semidioses! Están demasia- y primo R. d u Pontavice de Heussey, comenzó
do lejos de nosotros para que les amemos como p o r escribir versos. Despertó á la poesía en la
hermanos y demasiado cerca para que les adore- campaña bretona, donde, como Poe, tuvo un amor
mos como' á maestros.» El tipo del semi-genio, desgraciado, u n a ilusión dulce y p u r a que se llevó
descripto por el poeta de «Panteleia», es verdadero. la muerte. Es de notarse que casi todos los gran-
Más de una vez habréis pensado en ciertos espí- des poetas h a n sufrido el mismo dolor: de aquí
ritus que hubieran podido ser, como una chispa esa bella constelación de divinas difuntas que bri-
más del fuego celeste con que Dios forma los ge- llan milagrosamente en el cielo del arte, y que se
nios, genios completos, genios totales; pero que, llaman Beatrice, Lady Rowena de Tremain, y la
águilas de cortas alas, ni pueden llegar á la supre- dama sublime que hizo vibrar con melodiosa tris-
teza el laúd de Dante Gabriel Rossetti. Villiers genio se reveló desde las primeras poesías, pu-
á los diecisiete años, cantaba ya:
blicadas en mi volumen dedicado al conde Alfred
de Vigny. Luego, en la «Revue Fantaisiste» que
¡Oh! vous souvenez vous, forêt délicieuse, dirigía Catulle Mendés, dió vida al personaje más
de la jolie enfant qui passait gracieuse, sorprendente que haya animado la literatura de
souriant simplement au ciel, á 1' avenir,
este siglo: el Dr. Tribulat Ronhomet. Solamente
se perdant avec moi dans ces vertes allées*
un soplo de Shakespeare hubiera podido hacer
¡Eh bien! parmi les lis de vos sombres vallées
vivir, respirar, o b r a r de ese modo, al tipo estupen-
vous ne la verrez plus venir.
do que encarna nuestro incomparable tiempo.
El Dr. Tribulat Ronhomet, es una especie de Don
Villiers no volvió á a m a r con el fuego de sus Quijote trágico y maligno, perseguidor de la Dul-
primeros años; esa casi infantil pasión, fué la más
grande de su vida. cinea del utilitarismo y cuya figura está pintada
de tal manera, que hace temblar. La influencia
Advierte Gautier, al h a b l a r en sus «Grotesques» misteriosa y honda de Poe ha prevalecido, es in-
de Chapelain, cómo la familia de éste, contrarian- negable, en la creación del personaje.
do el natural horror que los padres tienen por la Oigamos á Huyssmans: habla de Des Esseintesí:
carrera literaria, se propuso dedicarle á la poesía. «Entonces se dirigía á Villiers de 1' Isle Adam, en
El resultado fué dotar á las letras francesas de un cuya obra esparcida notaba observaciones aún se-
excelente mal poeta. No fué así p o r cierto el caso diciosas, vibraciones aún espasmóticas ; pero que
de Villiers. Sus padres le alentaron en sus luchas ya no dardeaban—á excepción de su Claire Le-
de artista, desde los primeros años; por lev atá- noir, al menos,—un h o r r o r tan espantable...»
vica existía en toda esa familia el sentimiento de La historia de «discrète et scientifique personne,
las grandezas y la confianza en todas las victorias. dame veuve Claire Lenoir», que es la misma en
Jamás dejaron de tener esperanza los buenos vie- que aparece el Dr. Ronhomet, tiene páginas en que
jos,—principalmente ese soberbio marqués, bus- se cree ver mi punto más allá de lo desconocido.
cador de tesoros,—en que la cabeza de su Matías Shakespeare y Poe han producido semejantes
estaba destinada para la corona, ya fuese la de relámpagos, que medio iluminan, siquiera sea p o r
los reyes, ó la verde y fresca de laurel. Si apenas un instante, las tinieblas de la muerte, el obscuro
logro entrever ésta en los últimos días de su exis- reino de lo sobrenatural. Este impulso hacia lo
tencia,—á punto de que Verlaine le llamase «très arcano de la vida persiste en obras posteriores,
glorieux»—la de crucificado del arte llevó siempre como los «Cuentos crueles», los «Nuevos cuentos
clavada, el infeliz soñador. crueles», «Isis» y u n a de las novelas más originales
Cuando Villiers llegó á París era el tiempo en y fuertes que se hayan escrito: «La Eva futura.»
que surgía el alba del Parnaso. Entre todos aque- Espiritualista convencido, el autor, apoyado en He-
llos brillantes luchadores su llegada causó asom- gel y en liant, volaba p o r el orbe de las posibili-
bro. Coppée, Dierx, Heredia, Verlaine. le saluda- dades, teniendo á su servicio la razón práctica,
ron como á un triunfante capitán. Mallarmé dice: mientras tomaba fuerza para ascender y asir de
«¡Un genio!» Así lo comprendimos nosotros. El su túnica impalpable á Psiquis. Tullía Fabriana }
m

58 -
primera parte de «Isis», acusa en Villiers, á los fuente autorizada que una n u e v a candidatura ai
ojos de la critica exigente, exageración romántica. trono de Grecia acaba de brotar. El candidato esta
A esto no habría q u e decir sino que Tullía Fa- vez es un gran señor francés, m u y conocido de
briana fué el «Han de Islandia» de Villiers de todo París: el conde Matías Augusto de Villiers de
T Isle Adam. 1' Isle Adam, último descendiente de la augusta
Su vida es otra novela, otro cuento, otro poe- línea que ha producido al heroico defensor de
ma. De ella veamos, p o r ejemplo, la leyenda del Rodas y al primer gran maestre de Malta. E n la
rey de Grecia, apoyados en las narraciones de última recepción íntima del emperador, habiéndole
Laujol, Verlaine y B. Pontavice de Heussey. Dice á éste preguntado uno de sus familiares sobre el
el último: «En el año de gracia de 1863, en la épo- éxito que pudiera tener esta candidatura, su ma-
ca en cpie el gobierno imperial irradiaba con su jestad ha sonreído de una m a n e r a enigmática. To-
m á s fulgurante brillo, fallaba un rey al pueblo de dos nuestros votos al nuevo aspirante á rey.» Los
los helenos. Las g r a n d e s potencias que protegían que me han seguido hasta aquí se figurarán segu-
á la heroica y pequeña nación á que Byron sacri- ramente el efecto que debió p r o d u c i r en imagina-
ficó su vida, Francia, Rusia, Inglaterra, se pusie- ciones como las de la familia de Villiers semejan-
ron á buscar un joven tirano constitucional para te lectura, etc., etc.» Hasta aquí Pontevice. Sea,
darlo á s u protegida. Napoleón III tenía en esta pase que haya habido en la noticia antes copia-
da, engaño ó broma de algún mistificador; pero
época voz p r e p o n d e r a n t e en los congresos, y se
es el caso que en las Tullerías se le concedió una
preguntaban con ansiedad si él presentaría un can- audiencia al flamante pretendiente, para tratar del
didato y si éste sería francés. En fin, los diarios asunto en cuestión. He allí q u e bien trajeado—¡no,
aparecían llenos de decires y comentarios sobre ah, con el manto, ni la ropilla, ó la armadura de
ese asunto palpitante: la cuestión griega estaba sus abuelos!—fué recibido el conde en el palacio
á la orden del día. L o s noticieros podían sin te- real, por el duque de Bassano. Villiers vivía en el
m o r dar rienda suelta á la imaginación, pues mien- mundo de sus ensueños, y c u a l q u i e r monarca mo-
tras que las otras naciones parecían haber defini- derno hubiera sido un b u e n burgués delante de
tivamente escogido al hijo del rey de Dinamarca, él, á excepción de Luis d e Baviera, el loco. Ma-
—el emperador, tan j u s t a m e n t e llamado «el prínci- tías I, el poeta, desconcertó con s u s rarezas al cham-
pe taciturno» por su a m i g o de días sombríos, Carlos belán imperial; creyó ser víctima de ocultos ene-
Dickens,—el e m p e r a d o r , digo, continuaba callado migos, pensó una tragedia shakespeariana en po-
y haciendo guardar s u decisión. Así estaban las cos minutos; no quiso hablar sino con el empera-
cosas, cuando una m a ñ a n a de principios de mar- dor. «II vous faudra done p r e n d r e la peine de ve-
zo, el gran marqués (habla del padre de Villiers) nir une autre fois, monsieur le comte, dic le duc
entra como huracán e n el triste salón de la calle en se levant; sa majesté était occupée et m' avait
Saint-IIonoré, blandiendo un diario sobre su ca- chargé de vous recevoir (1).» Así concluyó la pre-
beza y en un indescriptible estado de exaltación tensión al trono de Grecia, y los griegos perdic-
que pronto compartió toda la familia. He aquí en
en efecto la extraña noticia que publicaban esa
mañana muchas h o j a s parisienses: «Sabemos de (1) V. Poulavice.
ron la oportunidad de ver resucitar los tiempos ve el piano abierto, se sienta, y, crispados sus de-
de Píndaro, bajo el poder de un rey lírico que dos sobre el teclado, canta con voz que tiembla,
hubiera tenido un verdadero cetro, una verdade- pero cuyo acento mágico y profundo jamás olvida-
r a corona, un verdadero m a n t o ; y que desterran- r á ninguno de nosotros, una melodía que acaba
do las abominaciones occidentales,—paraguas, som- de improvisar en la calle, una vaga y misteriosa
brero de pelo, periódicos, constituciones, etc.,—la melopea que acompañaba duplicando la impresión
Civilización y el Progreso, con mayúsculas, haría turbadora, el bello soneto de Beaudelaire:
florecer los viejos bosques fabulosos, y celebrar
el triunfo de Homero, en templos de mármol, bajo Nous aurons des lits pleins d' odeurs Iégers,
los vuelos de las palomas y de las abejas, y al Des divans profonds comüfie des tombeaux, etc.
mágico son de las ilustres cigarras.
Hay otras páginas admirables en la vida de este
magnífico desgraciado. Los comienzos de su vida Después cuando todo el mundo está encantado,
literaria los han descripto afectuosamente y elo- el cantor, mascullando las últimas notas de su
giosamente, Coppée, Mendés, Verlaine, Mallarmé, melodía, se interrumpe bruscamente, se levanta,
Laujol; los últimos momentos de su vida, nadie se aleja del piano, va como; á ocultarse á un rincón
los h a pintado como el admirable Huyssmans. El del cuarto, y enrollando otro cigarrillo, lanza á
asunto del progreso con motivo de «Perrinet Le- su auditorio estupefacto un vistazo desconfiado y
crerc», drama histórico de Lockroy y Anicet Bour- circular, una mirada de Hamlet á los pies de Ofe-
geois, dió cierto relieve al nombre de Villiers; lia, en la representación del asesinato de Gonzaga.
pues únicamente una alma como la suya hubiera Tal se nos apareció, hace dieciocho años en las
intentado, con todo el fuego de su entusiasmo, amistosas reuniones de la r u é de Douai, en casa
salir á la defensa de mi tan antiguo antepasado de Catulle Mendés, el conde Auguste Villiers de
como el mariscal Jean de l1 Isle Adam, difamado 1' Isle Adam.»
en la pieza dramática antes nombrada. Después El año de 1875 se promovió un concurso en Pa-
el duelo con el otro Villiers militar, que desdeñán- rís, para premiar con una fuerte suma y una meda-
dole antes, al llegar el momento del combate, le lla, «al autor dramático francés que en una obra
abraza y reconoce su nobleza. de cuatro ó cinco actos, recordara más poderosa-
mente el episodio de la proclamación de la inde-
Algunas anécdotas y algunas palabras de Co-
pendencia de los Estados Unidos, cuyo centésimo
ppée :
aniversario caía en 4 de julio de 1876.» El tema
Se refiere á la llegada de Villiers al cenáculo par-
habría regocijado al Dr. Tribulat Bohomet. Villiers
nasiano: «Súbitamente e n la asamblea de poetas
se decidió á optar al premio y á la medalla.
un grito jovial fué lanzado p o r todos: ¡Villiers! ¡Es
El jurado estaba compuesto de críticos de los
Villiers! Y de repente un joven de ojos azul pálido,
diarios, de Augier, Feuillet, Legouvé, Grenville, Mu-
piernas vacilantes, mordiendo mi cigarro, movien-
rray, del «Herald» de New York, Perrin y, como
do con gesto capital su cabellera desordenada y
presidente de honor, Víctor Hugo. El conde Ma-
retorciendo su corto bigote rubio, entra con aire
turbado, distribuye apretones de mano distraídos,
tías creó una obra ideal en un terreno prosaico y puesta: «¿Mi precio, señor? No ha cambiado des-
difícil. de Nuestro Señor Jesucristo: treinta dineros!»
' N o lo hubiera hecho de distinto modo el autor A Analote France, cuando llegó un día á pedirle
de los «Cuentos extraordinarios.» En resumen, y, datos sobre sus antepasados:
naturalmente, no se ganó el premio. «—¡Cómo! ¡queréis que os hable del ilustre gran
Furioso, fulminante, se dirigió nada menos que maestre y del célebre mariscal, mis antepasados,
á casa del dios Hugo, q u e en aquellos días estaba así no más, en pleno sol y á las diez de la ma-
en la época más resplandeciente y autocràtica de ñana!»
su imperio. Entró y lanzó sus protestas á la faz En la mesa del pretendido delfín de Francia Na-
del César literario, á quien llegó á acusar de des- undorff, con motivo de u n rasgo de soberbia y de
lealtad, y á cuya chochez aludió. desprecio que tuvo aquél para con un buen ser-
Un señor había allí entre los príncipes de la corte, vidor, el conde de F... y en momentos en que este
que se encaró con Villiers y le a r r o j ó esta frase: pobre anciano se retiraba llorando avergonzado:
«¡La probidad no tiene edad, señor!» «—Sire, bebo p o r vuestra majestad. Vuestros tí-
Villiers le midió con u n a vaga mirada, y muy tulos son decididamente indiscutibles. ¡Tenéis la
dulcemente respondió al viejo: «Y la tontería tam- ingratitud de un rey!»
poco, señor (1).» En sus últimos días, á un amigo:
Cuando Drumont hizo estallar su primer torpedo «—¡Mi carne está ya madura para la tumba!»
antisemita, con la publicación de la France juive, Y como estas, innumerables frases, arranques,
los poderosos israelitas de París buscaron im es- originalidades que llenarían un volumen.
critor que pudiese contestar victoriosamente la obra Su obra genial forma un hermoso zodiaco, impe-
formidable del panfletista. Alguien indicó á Vi- netrable para la mayoría: resplandeciente y lleno
lliers, cuya pobreza era conocida; y se creyó com- de los prestigios d é l a iniciación, para los que pue-
p r a r su limpia conciencia, y su pluma. Enviáronle den colocarse bajo su círculo de maravillosa luz.
con este objeto un comisionado, sujeto de verbo y En los «Cuentos crueles», libro que con justicia
elegancia, comerciante y hombre de mundo. Este Mendés califica de «libro extraordinario». Poe y
penetró á la humilde habitación del poeta insig- Swift aplauden.
ne, le babeó sus adulaciones m e j o r hiladas, le puso El dolor misterioso y profundo se os muestra,
sobre el techo de la sinagoga, le expuso las injus- ya con una indescriptible, falsa y penosa sonrisa,
ticias persistentes é implacables del rabioso Dru- ya al húmedo brillo de las lágrimas. Pocos han reí-
mont y, por último, suplicó al descendiente del de- do tan amargamente como Villiers. «Le Nouveau
fensor de Rodas, dijese cuál era el precio de sus Monde», ese drania confuso en el cual cruza como
escritos, pues éste sería pagado en buenos luises una creación fantástica la protagonista—obra ante
de oro inmediatamente. Quizá no habría comido la cual Maeterlink debe inclinarse, pues si hay hoy
Villiers ese día en que dió esta incomparable res- drama simbolista, quien dió la nota inicial fué Vi-
lliers,—«Le Nouveau Monde», digo, aunque difí-
cilmente representable, queda como una de las roa-
(1) Pontavice. Vida 4e Villiers,
infestaciones más poderosas d e la moderna dramá- de una noble y valiente escritora: Madame Tola
tica. El esfuerzo estético principal consiste á mi Dorián.
modo de ver, en la presentación de un personaje «Axel», es la victoria del deseo sobre el hecho;
como mistress Andrews—en el medio norteameri- del amor ideal sobre la posesión. Llégase hasta
cano, de suyo refractario á la verdadera poesía,— renegar—según la frase de Janus—de la naturale-
tipo rodeado de una bruma legendaria, hasta con- za, para realizar la ascensión hacia el espíritu ab-
vertirse en una figura vaporosa, encantada y poé- soluto. Axel, como Lohengrin, es casto; fin de esa
tica. A. Edilh Evandale sonríen cariñosa y frater- pasión ardorosa, y pura, no puede tener más des-
nalmente las heroínas de las baladas sajonas. La enlace que la muerte.
Eva Futura no tiene precedente ninguno: es obra Esc poema dramático, escrito en un luminoso,
cósmica y única; obra de sabio y de poeta; obra diamantino lenguaje, representado por excelentes
de la cual no puede hablarse en pocas palabras. artistas, y aplaudido p o r u n a muchedumbre de
Sea suficiente decir que pudieran en su frontispi- admiradores, de poetas, de oyentes escogidos—sin
cio grabarse, como un símbolo, la Esfinge y la Qui- que dejase de haber, según las crónicas, gentes
mera; que la andreida creada por Villiers no admi- «malfilatres», como diría el inmortal maestro,—hu-
te comparación alguna, á ño ser que sea con la Eva biera sido p a r a él conquista soberana en vida. Mas
del Eterno Padre; y que al acabar de leer la última quien fué tan desventurado, no tuvo ni esa reali-
página, os sentís conmovidos, pues creéis escuchar zación de uño de sus más fervientes deseos, en tiem-
algo de lo que m u r m u r a la Roca de Sombra. Cuando pos en que se ponía los pantalones de su primo y
Edison estuvo en París en 1889, alguien le hizo co- tomaba por todo alimento diario una taza de caldo!
nocer esa novela en que el R r u j o es el principal En 1889, en el establecimiento de los hermanos
protagonista. El inventor del fonógrafo quedó sor- de San Juan de Dios, de París, el conde Matías
prendido. «He aquí dijo, u n hombre que me su- Augusto de Villiers de 1' Isle Adam, descendien-
pera: ¡yo invento; él crea!» «Ellen» y «Morgane», te de los señores de Villiers de 1' Isle Adam, de
dramas. La fantasía despliega sus juegos de colores, Chailly, originarios de la Isla de Francia; quien
sus irisados abanicos. «Akedysseril», la India con tuvo entre sus antepasados á Pedro, gran maestre
sus prestigios y visiones; coros de guerreras y y porta-oriflama dte Francia; á Felipe gran maes-
guerreros, el himno de Iadnour-Veda y la palabra tre de la orden de Malta y defensor de la isla de
de la felicidad; evocaciones de antiguos cultos y Rodas en el sitio impuesto por la fuerza de Soli-
de liturgias suntuosas y b á r b a r a s ; sacrificios y m á n ; y á Francisco, marqués, «gran louvetier de
plegarias; un poema de Oriente, en el cual la reina France» en 1550; se unía, en matrimonio, en el le-
Akedysseril aparece, hierática y suprema, vence- cho de muerte, á una pobre muchacha inculta
dora en su esplendorosa majestad. con la cual 'había tenido un hijo. El reverendo padre
No cabría en los límites de este artículo una com- Silvestre, que había ayudado á bien morir á Rar-
pleta reseña de las obras de Villiers; pero es impo- bey d' Aurevilly, casó al conde con su humilde y
sible d e j a r de recordar á «Axel», el d r a m a q u e aca- antigua querida, la cual le había amado y servido
ba de presentarse en París, gracias á los esfuerzos
Los raros—5
con adoración en sus horas amargas de enfermo y
de pobre;—y el mismo fraile preparóle para el
eterno viaje. Luego, después de recibir los sacra-
mentos, rodeado de míos pocos amigos, entre los
cuales Huyssmans, Mallarmé y Dierx, entregó su
alma á Dios el excelso poeta, el raro artista, el
rey, el soñador. Fué el 20 de agosto de 1889. Sire,
«¡Va oultre!»
Scon Bloy
Je suis escorté de quelqu'un qui
me chuchote sans cesse que la vie
bien entendue doit être une conti-
nuelle persécution, tout vaillant hom-
me un persécuteur, et que c'est la
seule manière d'être vraiment poète.
Persécuteur du genre humain, per-
sécuteur de Dieu. Celui qui n'est pas
cela, soit en acte, soit en puissance,
est indigne de respirer.

Leôn Bloy. (Prefacio de «Propos


d'un entrepreneuz de démolitions».)

Cuando William Ritter llama á León Bloy «el


verdugo de la literatura contemporánea», tiene ra-
zón.
Monsieur de París vive sombrío, aislado, como
en un ambiente de espanto y de siniestra extrañeza
Hay quienes le tienen miedo; hay muchos que le
odian; todos evitan su contacto, cual si fuese un
lazarino, un apestado'; l a familiaridad con la muer-
te ha puesto en su sér algo de espectral y de ma-
cabro; en esa vida lívida no florece una sola rosa.
¿Cuál es su crimen? Ser el brazo de la justicia.
E s el hombre que decapita p o r mandato de la ley.
León Bloy es el voluntario verdugo moral de esta
generación, el Monsieur de París de la literatura,
el formidable é inflexible ejecutor de los más crue-
les suplicios; él azota, quema, raja, empala y de-
capita; tiene el knul y el cuchillo, el aceite hir-
i e n t e y el hacha: más que todo, es un monje de
la Santa Inquisición, ó un profeta iracundo que
con adoración en sus horas amargas de enfermo y
de pobre;—y el mismo fraile preparóle para el
eterno viaje. Luego, después de recibir los sacra-
mentos, rodeado de míos pocos amigos, entre los
cuales Huyssmans, Mallarmé y Dierx, entregó su
alma á Dios el excelso poeta, el raro artista, el
rey, el soñador. Fué el 20 de agosto de 1889. Sire,
«¡Va oultre!»
Scon Bloy
Je suis escorté de quelqu'un qui
me chuchote sans cesse que la vie
bien entendue doit être une conti-
nuelle persécution, tout vaillant hom-
me un persécuteur, et que c'est la
seule manière d'être vraiment poète.
Persécuteur du genre humain, per-
sécuteur de Dieu. Celui qui n'est pas
cela, soit en acte, soit en puissance,
est indigne de respirer.

Leôn Bloy. (Prefacio de «Propos


d'un entrepreneuz de démolitions».)

Cuando William Ritter llama á León Bloy «el


verdugo de la literatura contemporánea», tiene ra-
zón.
Monsieur de París vive sombrío, aislado, como
en un ambiente de espanto y de siniestra extrañeza
Hay quienes le tienen miedo; hay muchos que le
odian; todos evitan su contacto, cual si fuese un
lazarino, un apestado'; l a familiaridad con la muer-
te ha puesto en su sér algo de espectral y de ma-
cabro; en esa vida lívida no florece una sola rosa.
¿Cuál es su crimen? Ser el brazo de la justicia.
E s el hombre que decapita p o r mandato de la ley.
León Bloy es el voluntario verdugo moral de esta
generación, el Monsieur de París de la literatura,
el formidable é inflexible ejecutor de los más crue-
les suplicios; él azota, quema, raja, empala y de-
capita; tiene el knul y el cuchillo, el aceite hir-
i e n t e y el hacha: más que todo, es un monje de
la Santa Inquisición, ó un profeta iracundo que
castiga con el hierro y el fuego y ofrece á Dios el de las Cruzadas, ó más bien, uno de los predica-
chirrido de las carnes quemadas, las disciplinas dores antiguos que arengaban á los reyes y á
sangrientas, los huesos quebrantados, como un ho- los pueblos corrompidos, se ha reencarnado" en
menaje, como un holocausto. «¡Hijo mío predilec- León Bloy, para venir á luchar por la ley de Dios
to!» le diría Torquemada. y p o r el ideal, en esta época en que se ha comeüdo
J a m á s veréis que se le cite en los diarios; la pren- el asesinato del Entusiasmo y el envenenamiento
sa parisiense, herida por él, (se ha pasado la pa- del alma popular. El desafía, desenmascara, inju-
labra de aviso: «silencio.» ria. Desnudo de deshonras y de vicios, en el in-
Lo mejor es no ocuparse de ese loco furioso; nri menso circo, armado de su fe, provoca, escupe,
escribir su nombre, relegar á ese vociferador al desjarreta, estrangula las más temibles fieras: es
el gladiador de Dios. Mas sus enemigos, los «espa-
manicomio del olvido... Pero resulta que el loco
dachines del Silencio», pueden decirle, gracias á
clama con mía voz tan tremenda y tan sonora, que la incomparable vida actual:
se hace oir como un clarín de la Biblia. Sus libros
se solicitan casi misteriosamente; entre ciertas gen-
tes su nombre es una mala palabra; los señalados «los muertos que vos matáis,
editores que publican sus obras, se lavan las ma- gozan de buena salud.»
nos; Tresse, al dar á luz «Propos d' un entrepre-
neur de demolitions», se apresura á declarar que ¡Ah, desgraciadamente es la verdad! León Bloy
León Bloy es im rebelde, y que si se hace cargo h a rugido en el vacío. Unas cuantas almas han
de su obra, «no acepta de ninguna manera la so- respondido á sus clamores; pero mucho es que
lidaridad de esos juicios ó de esas apreciaciones, sus propósitos de demoledor, de perseguidor, 110
encerrándose en su estricto deber de editor y de le hayan conducido á un verdadero martirio, bajo
«marchand de curiosités litteraires.» el poder de los Dioclecianos de la canalla contem-
León Bloy sigue adelante, cargado con su monta- poránea. Decir la verdad es siempre peligroso, y
ña de odios, sin inclinar su frente una sola línea. gritarla de modo tremendo como este inaudito cam-
peón es condenarse al sacrificio voluntario. El lo
Por su propia voluntad se h a consagrado á un cruel
h a hecho; y tanto, que sus manos capaces de des-
sacerdocio. Clama sobre París como Isaías sobre quijarar leones, se han ocupado en apretar el pes-
Jerusalén: «¡Príncipes de Sodoma, oid la palabra cuezo de más de un perrillo de cortesana. He di-
de Jehová; escuchad la ley de nuestro Dios, pue- cho que la gran venganza h a sido el silencio. Se
blo de Gomorra!» Es ingenuo como un primitivo, h a querido aplastar con esa plancha de plomo al
áspero como la verdad, robusto como un sano sublevado, al raro, al que viene á turbar las ale-
roble. Y ese hombre que desgarra las entrañas de grías carnavalescas con sus imprecaciones y cla-
sus víctimas, ese salvaje, ese poseído de un deseo rinadas. Por eso la crítica oficial ha dejado en
llameante y colérico, tiene un inmenso fondo de la sombra sus libros y sus folletos. De ellos quie-
dulzura, lleva en su alma fuego de amor de la ce- r o dar siquiera sea una ligera idea.
leste hoguera de los serafines. No es de estos tiem-
pos. Si fuese cierto que las almas transmigran, di- ¡Este Isaías, ó mejor, este Ezequiel. apareció en
ríase que uno de aquellos fervorosos combatientes. el «Chat Nbir!»
«Llego de t a n lejos como de la luna, de un país Congregación de los Ritos. La historia escrita p o r
absolutamente impermeable á toda civilización CG- el conde Roselly de Lorgues y su admiración por
m o á toda literatura. He sido nutrido en medio el «Revelador del Globo» inspiraron á León Bloy
de bestias feroces, mejores que el hombre, y á ese libro que, como he dicho, fué apadrinado por
ellas debo la poca benignidad que se nota en mí. el nobilísimo y admirable Barbey d' Aurevilly. Bar-
He vivido completamente desnudo hasta estos úl- bey aplaudió al «obscuro», al olvidado de la Crí-
timos tiempos, y no he vestido decentemente sino tica. Hay que advertir que León Bloy es católi-
hasta que entré al «Chat Noir.» (1) Fué Rodolfo co, apostólico, romano intransigente,—acerado y
Salis, «le gentil honime cab are tier», quien le ayu- diamantino. Es indomable é inrayable: y en su
dó á salir á flote en el revuelto mar parisiense. vida íntima pjo se le conoce la más ligera mancha
Escribió en el periódico del «cabaret» famoso, ni sombra. Por tanto, repito, estaba en la obscu-
ridad, á pesar de sus polémicas. No había naci-
y desde sus primeros artículos se destacaron su
do ni nacería el onagro con cuya piel pudiera
potente originalidad y su asombrosa bravura. En- hacer sonar su bombo en honor del autor honra-
tre las canciones de los cancioneros y los dibujos do, el periodismo prostituido.
de Yillete, crepitaban los carbones encendidos de
sus atroces censuras; esa crítica no tenía prece- La fama 110 prefiere á los católicos. Helio y Bar-
dentes; esos libelos resplandecían; ese bárbaro abo- be}', han muerto en una relativa obscuridad. Bloy,
feteaba con manopla de un hierro antiguo; jine- con hombros y puños, ha luchado por sobresa-
te inaudito, en el caballo de Saulo, dejaba un re- lir, ¡y ai penas si lo ha logrado! En su «Revelador
guero de chispas sobre los guijarros de la polé- del Globo» canta mi himno á la Religión, celebra la
mica. Sorprendió y asustó. Lo mejor, para algu- virtud sobrenatural del Navegante, ofrece á la igle-
nos, f u é tomarlo á risa. ¡Escribíaen el «Chat Noir!» sia del Cristo una palma de luz. Barbey se entu-
Pero llegó u n día en que su talento se demostró siasmó, no le escatimó sus alabanzas, le procla-
en el l i b r o ; el articulista «cabaretier» publicó «Le mó el más osado y verecundo de los escritores
católicos, y le anunció el día de la victoria, el
Revelateur du Globe», y ese volumen tuvo un pró-
premio de sus bregas. Le preconizó vencedor y
logo nada m e n o s que de Barbey d' Aurevilly. famoso. No fué profeta. Bara será la persona que,
Sí, el condestable presentó al verdugo. El con- 110 digo entre nosotros, sino en el mismo París,'
de Roselly de Lorgues había publicado su «Histo- si le preguntáis: «¿Avez-vous la Barueh?» ¿ha leído
ria de Cristóbal Colón» como un homenaje; y al usted algo de León Bloy? responda afirmativa-
mismo tiempo como una protesta p o r la indife- mente. Está condenado por el papado de lo me-
rencia universal p a r a con el descubridor de Amé- diocre; está puesto en el índice de la hipocresía
rica. Su obra 110 obtuvo el triunfo que merecía social; y, literariamente, tampoco cuenta con sim-
en el público ébrio y sediento de libros de escán- patías, ni logrará alcanzarlas, sino en número bas-
dalo; en cambio, Pío IX la tomó en cuenta y nom- tante reducido. No pueden saborearle los asiduos
b r ó á su autor postulante de la Causa de Beatifi- gustadores de los jarabes y vinos de la literatu-
cación de Cristóbal Colón, cerca de la Sagrada r a á la moda, y menos los comedores de pan sin
sal, los porosos fabricantes de crítica exegéticaj
(1) Le «Dixieme cercle de l'Eufer.»
cloróticos de estilo, raquíticos ó cacoquimios. Sia, por decir así, Luis Veuillot A los veintidós
¡ Cómo alzará las manos, lleno de espanto, el reba- días de muerto el redactor de «L Univers», pu-
ño de afeminados, al oir los truenos de Bloy, sus blicó Bloy en la «Nouvelle Revue» una formidable
fulminantes escatologias, sus cargas» proféticas y oración fúnebre, una severísima apreciación sobre
el estallido de sus bombas de dinamita fecal! el periodista mimado de la curia. Naturalmente,
Si el «Revelador del Globo» tuvo muy pocos lecto- los católicos inofensivos protestaron, y el innume-
res, los «Propos», con el atractivo de la injuria cir- rable grupo de partidarios del célebre difunto se-
cularon aquí, allá; l a prensa, naturalmente, ni me- ñaló aquella producción como digna de reproches
dia palabra. Aquí se declara Bloy el perseguidor y y excomuniones. Bloy no faltó á la caridad,—vir-
el combatiente. Vese en él una ansia de pugilato, tud real é imperial en la tierra y en el cielo;—lo
un gozo de correr á la campaña semejante al del que hizo fué descubrir lo censurable de un hom-
caballo bíblico, q u e relincha al oir el son de las bre que había sido elevado á altura inconcebible
trompetas. Es poeta y es héroe y pone al lado por el espíritu de partido, y endiosado á tal punto
del peligro su fuerte pecho. El escucha una voz que apagó con sus aureolas artificiales los rayos
sobrenatural que le impulsa al combate. Como de astros verdaderos como, los Helio y Barbey. Bloy
San Macario Romano, vive acompañado de leones, no quiere, no puede permanecer con los labios
cerrados delante de la injusticia: señaló al orgu-
mas son los suyos fieros y sanguinarios y los
lloso, hizo resaltar una vez más la carneril estu-
arroja sobre aquello que su cólera señala. pidez de la Opinión—esfinge con cabeza de asno,
Este artista—porque Bloy es su grande artista— • que dice Pascal,—y demostró las flaquezas, hin-
se lamenta de d,a pérdida del entusiasmo, de la chazones, ignorancias, vanidades, injusticias y aun
frialdad de estos tiempos para con todo aquello villanías del celebrado y triunfante autor del «Per-
que por el cultivo del ideal ó los resplandores fume de Roma.» Si á los de su gremio trata impla-
de la fe nos pueda salvar de la banalidad y seque- cable León Bloy, con los declarados enemigos es
dad contemporánea. Nuestros padres eran mejo- dantesco en sus suplicios; á Renán ¡al gran Re-
res que nosotros, tenían entusiasmo por algo; bue- nán! le empala sobre el bastón de la pedantería;
nos burgueses de 1830, valían mil veces m á s que á Zola Le sofoca en un ambiente sulfídrico. Grandes,
nosotros. Foy, Beranger, la Libertad, Víctor Hugo, medianos y pequeños son medidos con igual ra-
eran motivos de lucha, dioses de la religión del sero. Todo lo que halla al alcance de su flecha,
Entusiasmo. Se tenía fe, entusiasmo p o r alguna lo ataca ese sagitario del moderno Bajo Imperio
cosa. Hoy es el indiferentismo como u n a ankilo- social é intelectual. Poctevin, á quien él con clara
sis moral; no se piensa con ardor en nada, no se injusticia llama «un monsieur Francis Poctevin»,
aspira con alma y vida á ideal alguno. Eso poco sufre un furibundo vapuleo; Alejandro Dumas pa-
más ó menos piensa el nostálgico de los tiempos dre es el «hijo mayor de Caín»; á Nicolardet le
pasados, que fueron mejores. revuelca y golpea á puntapiés; con Richepin es
Una de las p r i m e r a s victimas de «Propos» elegi- de u n a crueldad horrible; con Jules Vallés despre-
da por el Sacrificador, es un hermano suyo en ciativo é insultante; flagela á Willette, á quien
1
creencias, un católico que ha tenido en este siglo había alabado, porque prostituyó su talento en
la preponderancia de guerrero oficial de la Igle-
un d i b u j e sacrilego; no es miel la que ofrece á grafía. «El Desesperado» es el autor mismo, y gri-
Coquelin Cadet; al padre Didon le presenta gro- ta denostando y maldiciendo con toda la fuerza
tesco y m a l o ; á Catulle Mendés... ¡qué pintura la de su desesperación.
cp:e h a c e de Mendés!; con motivo de una estatua En esa novela, á través de pseudónimos trans-
de Coligny, recordando «La cólera del Bronce» parentes y de nombres fonéticamente semejantes
de Iiugo, en su prosa renueva la protesta del bron- á los de los tipos originales, se ven pasar las figu-
ce colérico... azota á Flor O' Squarr, novelista an- ras de los principales favoritos de la Gloria lite-
ticlerical ; la francmasonería recibe un aguacero de raria actual, desnudos, con sus lunares, cicatrices,
fuego. H a y alabanzas á Barbey, á Rollinat, á Go- lacras y jorobas. Marchenoir, el protagonista, es
deau, á m u y pocos. Bloy tiene el elogio difícil. una creación sombría y hermosa al lado de la cual
De «Propos» dice con justicia uno de los pocos es- aparecen los condenados por el inflexible demole-
critores q u e se hayan ocupado de Bloy, que son el dor, como cadena de presidiarios. Esos galeotes tie-
testamento de un desesperado, y que después de nen nombres ilustres: se llaman Paul Bourget, Sar-
escribir ese libro, no habría otro camino, para su cey, Daudet, Catulle Mendés, Armand Silvestre,
autor, si no fuese católico, que el del suicidio. No Jean Richepin, Bergerat, Jules Yallés, Wolff, Bou-
hay e n León Bloy injusticia sino exceso de celo. netain y otros, y otros. Nunca la furia escrita ha
Se ha consagrado á aplicar á la sociedad actual tenido explosión igual.
los cauterios de su palabra nerviosa é indignada. Para Bloy no hay vocablo que no pueda emplear-
Donde quiera que encuentra la enfermedad la de- se. Brotan de sus prosas emanaciones asfixiantes,
nuncia. (mando fundó «Le Pal», despedazó como gases ahogadores. Pensaríase que pide á Ezequiel
nunca. E n este periódico que no alcanzó sino á una parte de su plato, en la plaza pública... Y en
cuatro números, desfilaban los nombres más cono- medio de tan p r o f u n d a rabia y ferocidad indomable,
cidos de Francia bajo mía tempertad de epítetos ¡cómo tiembla en los ojos del monstruo la hume-
corrosivos, de frases mordientes, de revelaciones dad divina de las lágrimas; cómo ama el loco á los
aplastadoras. El lenguaje era una mezcla de des- pequeños y humildes; cómo dentro del cuerpo del
lumbrantes metáforas y bajas groserías, verbos im- oso arde el corazón de Francisco de Asis! Su com-
p u r o s y adjetivos estercolarios. Como á todos los pasión envuelve á todo caído, desde Caín hasta
grandes castos, á León Bloy le persiguen las imá- Bazaine.
genes carnales; y á semejanza de poetas y viden- Esa pobre prostituta que se arrepiente de su vida
tes como Dante y Ezequiel, levanta las palabras infame y vive con Marchenoir, como pudiera vi-
más indignas é impronunciables, y las engasta en vir María Egipciaca con el monje Zózimo, en amor
sus metálicos y deslumbrantes períodos. divino y plegaria, supera á todas las Magdalenas.
«Le Pal» es hoy una curiosidad bibliográfica, y No puede pintarse el arrepentimiento con mayor
la muestra más flagrante de la fuerza rabiosa del grandeza y León Bloy, que trata con hondo afecto
primero de los «panfletistas» de este siglo. la figura de la desgraciada, en vez de escribir obra
Llegamos á «El Desesperado», que es á mi enten- de novelista ha escrito obra de hagiografo, igua-
der la obra maestra de León Bloy. Más a u n : juz- lando en su empresa, por fervor y luces espirituales,
go que ese libro encierra una dolorosa autobio- á un Evagrio del Ponto, á un San Atanasio, á un
F r a Donienico Cavalca. Su arrepentida es una
con chasquidos de látigos, himnos cristianos y fra-
santa y una m á r t i r : j a m á s del estiércol pudiera
ses de Juvenal; con un encarnizamiento despiada-
brotar flor m á s digna del paraíso. Y Marchenoir do se asa al noble taurófilo en el toro de bronce de
es la representación de la inmortal virtud, de la Falaris. La Real Academia de la Historia, Fernán-
honradez eterna, en medio de las abominaciones y dez Duro, el historiógrafo yankee Harisses, son
de los pecados; es Lot en Sodonía. «El Desespera- también objeto de las iras del libelista. Dé gra-
do» como obra literaria encierra, fuera del mérito cias á Dios el que fué mi buen amigo don Luis Vi-
de la novela, dos p a r t e s magistrales: una mono- dart de que todavía no se hubiesen publicado en
grafía sobre la Cartuja, y u n estudio sobre el Sim- aquella ocasión sus folletos anticolombinos. Bloy
bolismo en la historia, q u e Charles Morice califica se proclamó caballero de Colón en u n a especie
de «único», m u y justamente. de sublime quijotismo, y arremetió contra todos
• Un brelan d' excomimniés», tríptico sober- los enemigos de su Santo genovés.
bio, las imágenes de tres excomulgados: Barbey Y he aquí una obra de pasión y de piedad, «La
d'Aurevilly, Ernest Ilello, Paul Verlaine: «El Niño caballera de la muerte.» Es la presentación apo-
terrible», «El Loco» y «El Leproso.» ¿No existe logética de la blanca paloma real sacrificada p o r
en el mismo Bloy u n algo de cada uno de ellos? la Bestia revolucionaria, y al propio tiempo la
El nos presenta á esos tres seres prodigiosos; Bar- condenación del siglo pasado, «el único siglo in-
bey, el dandy gentilhombre, á quien se llamó el digno de los fastos de nuestro planeta, dice Wi-
duque de Guisa de la literatura, el escritor feudal lliam Ritter, siglo que sería preciso poder supri-
que ponía encajes y galones á su vestido y á su mir para castigarle por haberse rebajado tanto.» En
estilo, y que p o r noble y grande hubiera podido estas páginas, el lenguaje, si siempre relampaguean-
beber en el vaso de Carlomagno ; Helio, que poseyó te, es noble y digno de todos los oídos.
el verbo de los profetas y la ciencia de los docto- El panegirista de María Antonieta ha elevado
res; Verlaine, Pauvre Lelian, el desventurado, el en memoria de la reina guillotinada mi mausoleo
caído, pero también el h a r m o n i o s o místico, el in- heráldico y sagrado, al cual todo espíritu aristo-
menso poeta del a m o r inmortal y de la Virgen crático y superior no puede menos que saludar
Ellos son de aquellos r a r o s á quienes Bloy quema con doloroso respeto.
su incienso, porque al p a r que han sido grandes, Los dos últhnos libros de Bloy son «Le Salut
han padecido naufragios y miserias. par les juifs» y «Sueur d s sang.»
Como una continuación de su p r i m e r volumen El primero no es por cierto en favor de los per-
sobre el «Revelador del Globo», publicó Bloy, cuan- seguidos israelitas; mas también los rayos caen
do el duque de Veraguas llevó á la tauromaquia á sobre ciertos malos católicos: la caridad frenética
París, su libro «Christophe Colombo devant les de Bloy comienza por casa. El segundo es una co-
taureaux.» El honorable g a n a d e r o de las Españas lección de cuentos militares, y que son á la gue-
no volverá á oir s o b r e s u cabeza ducal u n a voz r r a francoprusiana lo que el aplaudido libro de
tan terrible hasta q u e e s c u c h e el clarín del día d' Esparbés á la epopeya napoleónica; con la di-
del juicio. E n ese l i b r o a l t e r n a n sones de órgano ferencia de que allá os queda la impresión glorio-
sa del vuelo del águila de la leyenda, y aquí la
F r a n c i a suda sangre... Para dar una idea de lo aunque á su voz se hagan los indiferentes los «prín-
que es esta redente producción, baste con copiar cipes de Sodoma» y las «Archiduquesas de Gomo-
la dedicatoria; \ rra», tiene la vasta fuerza de ser un fanático. El
fanatismo, en cualquier terreno, es el calor, es la
vida: indica que el alma está toda entera en su
A LA MÉMOIRE DIFFAMÉE
obra de elección. El fanatismo es soplo que viene
do de lo alto, luz que irradia en los nimbos y aureolas
François-Achille Bazaine de los santos y de los genios!
Maréchal de l'Empire

Qui porta les péchés de toute la France.

E s t á n los cuentos basados en la realidad, por


m á s q u e en ellos se llegue á lo fantástico. Es un
libro q u e hace daño con sus espantos sepulcrales
sus carnicerías locas, su olor á carne quemada'
á cadaverina y á pólvora. Bloy se batió con el
a l e m á n de soldado r a s o ; y odio como el suyo al
enemigo, no lo encontraréis. «Sueur de sang» fué
ilustrado con tres dibujos de Henry de Groux
macabros, horribles, vampirizados.
Robusto, como para las luchas, de aire enérgico
y dominante, mirada firme y honrada, frente es-
paciosa coronada por una cabellera en que ya ha
nevado, rostro de hombre que mucho ha sufrido
y que tiene el orgullo de su pureza: tal es León
Bloy.
Un amigo mío, católico, escritor de brillante la-
lento, y p o r el cual he conocido al Perseguidor,
lue decía: «Este hombre se perderá por la soberbia
de su virtud, y p o r su falta de caridad.» Se perde-
ría si tuviese las alucinaciones de un Lamennais,
y si 110 latiese en él un corazón antiguo, lleno de
verdadera fe y de santo entusiasmo.
E s el hombre destinado por Dios para aclamar
en medio de nuestras humillaciones presentes. El
siente que «alguien» le dice al oído que debe cum-
plir con su misión de Perseguidor, y la cumple,
Jean ftichcpiti

A P R O P Ó S I T O DE «MES PARADIS»

P a r a frontispicio de estas líneas, ¿qué pintor,


qué dibujante puede darme retrato mejor (que el
que ha hecho Teodoro de Banville, en este pre-
cioso esmalte?
«Este cantor, de toisón negro y rostro ambarino,
ha resuelto parecerse á un príncipe indio, sin duda
con el objeto de poder desparramar, sin llamar
la atención, un montón de perlas, de rubíes, de
zafiros y de crisólitos. Sus cejas rectas casi se
juntan, y sus ojos hundidos, de pupilas grises,
estriados y circulados de amarillo, permanecen co-
munmente como durmientes y turbados; coléri-
cos, lanzan relámpagos de acero. La nariz peque-
ña, casi recta, redondamente terminada, tiene las
ventanillas móviles y expresivas; la boca peque-
ña, roja, bien modelada y dibujada, finamente vo-
luptuosa y amorosa; los dientes cortos, estrechos,
blancos, bien ordenados, sólidos como para co-
mer hierro; dan una original y viril belleza al poe-
ta de las «Caricias.» La largura avanzada de la
mandíbula inferior, desaparece bajo la linda b a r b a
f
rizada y ahorquillada; y ocultando sin duda una
M. Jean Richepin Los raros— 6
alta y espaciosa f r e n t e , de la cima del cráneo se ocurrencia que Bloy asegura haber oído de sus
precipita hasta s o b r e los ojos una m a r de hondas labios, superior, indudablemente, á la del jardi-
apretadas: es la espesa y brillante y negra y on- nero de las «Flores del Mal», que alababa el sabor
dulante cabellera.» Confrontando esta pintura con de los sesos de niño...
la agua-fuerte de L e ó n Bloy, la fisonomía adquie-
«La chanson des gueux», fué la fanfarria que
re sus rasgos absolutos: sea al amor de aquella anunció la entrada de ese vencedor que se ciñó
cariñosa efigie, ó al corrosivo efecto de los ácidos su corona de laureles en los bancos de la policía
del panfletista, la figura de Richepin es intere- correccional. «Mon livre n' a point de feuille de
sante y hermosa. Robusto y gallardo, tiene á or- vigne et je m' en flatte.» Voluntariamente enca-
gullo el ser turanio, bohemio, cómico y gimnasta. nallado. canta á la canalla, se enrola en las tur-
Hace sus versos á su imagen y semejanza, bien bas de los perdidos, repite las canciones de los
vertebrados y m u s c u l o s o s ; monta bien en Pega- mendigos, los estribillos de las prostitutas; engas-
so como domaría p o t r o s en la pampa; alza los ta en un oro lírico las perlas enfermas de los bur-
cantos metálicos d e sus poemas como un hércules deles; Píndaro «atorrante» suelta las alondras de
sus esferas de hierro, y juega con ellos, haciendo sus odas desde el arroyo. Los jaques de Quevedo
gala de biceps, p o t e n t e y sanguíneo. E n el feuda- no vestían los harapos de púrpura de esos jaques:
lismo artístico en q u e Hugo es Burgrave, Riche- los borrachos de Villón 110 cantaban más triun-
pin es barón b á r b a r o , gran cazador cuyo cuerno fantemente que esos borrachos. Cínica y grosera,
asorda el bosque y á cuyo halalí pasa la tempes- la musa arremangada baila un «chahut»'vertigino-
tuosa tropa cinegética, en un galope ronco y so- so; venios á u n mismo tiempo el Moulin Rouge y
noro, tras la furia erizada y fugitiva de los jaba- el Olimpo; las páginas están impregnadas de acres
líes y los vuelos violentos de los ciervos. perfumes; brilla la tea anárquica; los pobres can-
Los que le colocan en el principado del «caboti- tan la canción del oro; el coro de las nueve her-
nismo», ¿no creen q u e tenga derecho este hombre manas, ya en ritmos tristes ó en rimas joviales,
fuerte á cortarle la cola á su león? se expresa en «argot»; la Miseria, gitana pálida v
embriagada, danza un prodigioso paso, y de Orion
N o son pocos los golpes que lia recibido y re- y Arturo forma sus castañuelas de oro. La crea-
cibe, desde la catapulta de Bloy hasta las flechas ción tiene su himno; las bestias, las plantas, las
rabelesianas de L a u r e n t Tailhade. A todos resis- cosas, exhalan su aliento ó su voz; los jóvenes va-
te, acorazando su c a r n e de atleta con las planchas gabundos su juntan con los ancianos limosneros;
de bronce de su confiada soberbia. Busca lo rojo, el son del pifferaro responde á la romanza gas-
como los toros, los negros y las mujeres andalu- tada del organillo. Oid un canto á Raúl Pouchon,
zas, princesas de los claveles: de sus instrumentos valiente cancionero de París, mientras rimando una
el tímpano y la t r o m p e t a ; de sus bebidas el vino, frase en griego de Platón, se prepara el juglar á
hermano de la sangre; de sus flores las rosas pic- disculparse de su a m o r por las máscaras, apoya-
tóricas : de su m a r las ásperas sales, los iodos y do en el brazo de Shakespeare.
los fósforos. Como Baudelaire, revienta petardos
verbales para e s p a n t a r esas cosas que se llaman Se ha dicho que no es la voz de los verdaderos
<las gentes.» No de otro modo puede tomarse la gueux» la que ha sonado en la bocina de Riche-
- Sí
Tras las brumas de Brumario, Nivoso dirige sus
pin, y que su sentimiento popular es falsificado; el bailarinas en un amargo cancán; y después de es-
m i s m o Arístides Bruant, clarín de la canción, le tas caricias, de estas «Caricias», queda en el áni-
a p l a u d e con reservas y señala su falta de since- mo una pena tan honda, como la que aprieta y
ridad. No he de juzgar por esto menos poeta ú persigue á los fornicarios en los tratados de los
! I quien ha revestido con las más bellas preseas de fisiólogos y la anunciada en los versículos de los
la h a r m o n í a el poema vasto y profundo de los libros santos.
|}j¡ljj¡; ^ miserables. En «Las Blasfemias» brota una demencia verti-
E n «Las Caricias» se ve al virtuoso, al ejecutan- ginosa. El título no más del poema, toca un bombo
te, a l organista del verso; acuña sonetos como infamante. Lo han tocado antes, Baudelaire con sus
medallas y esterlinas; tiene la ligereza y el vigor; «Letanías de Satán» y el autor de la «Oda á Pria-
c h i s p a s y llamaradas, saltantes «pizzicati» y pres- po.» Esos títulos son comparables á los que deco-
tigiosas fugas. Como tirada por catorce cisnes, la ran, con cromos vistosos los editores de cuentos
b a r c a del soneto recorre el lago de la universal obscenos. «¡Atención, señores! ¡Voy á blasfemar!»
poesía; á su paso saluda el piloto paraísos de Gre- ¿Se quiere mayor atractivo para el hombre, cuyo
cia, encantadas islas medioevales, soñadas Cápuas, sentido más desarrollado es el que Poe llamaba
divinos Eldorados; hasta anclar cerca de un edén el sentido de perversidad? Y he aquí que aunque
Watteau, que se percibe en el país de un abanico la protesta de hablar palabras sinceras manifes-
•ÍÜ;;'I |í de catorce varillas. La delicadeza y distinción del tada por Richepin, sea clara y franca, yo,—sin
poeta dan á entender que lo púgil no quita lo Buc- permitirme formar coro junto con los que le lla-
kingham. man cabotín y farsante,—miro en su loco hervor

¡II
üM; h
E n este poema, como en todos los poemas, como de ideas negativas y de revueltas espumas meta-
físicas, á un peregrino sediento, á un gran poeta
en t o d o s los libros de Richepin, encontraréis la errante en un calcinado desierto, lleno de deses-
obsesión de la carne, una furia erótica manifestada peración y de deseo, y que por no encontrar el
iJjil en símiles sexuales, una fraseología plástico-geni- oasis y la fuente de frescas aguas, maldice, jura
tal q u e cantaridiza la estrofa hasta hacerla vibrar y blasfema. Cuando más, m e acercaría á la som-
c o m o aguijoneada por cálida b r a m a ; un culto fá- bra de Guyau, y vería en esta obra única y reso-
lico comparable al que brilla con carbones de un nante, un concierto de ideas desbarajustadas, una
a d o r a b l e y dominante infierno en los versos del harmonía de sonidos en un desorden de pensa-
r a r o , total, soberano poeta del amor epidérmico mientos, un capricho de portalira que quiere asom-
y omnipotente: Algernon C. Swinburne. brar á su auditorio con el estruendo de sonatas
Al eco de un rondó vais al país de las hadas y estupendas y originales. De otro modo no se ex-
de l o s príncipes de los cuentos azules; huelen los plicaría ese parado jal grupo de sonetos amargos,
c a m p o s florecidos de madrigales; tras el reino de en el que las más fundamentales ideas de moral
Floreal, Thermidor os enseñará su región, en don- se ven destrozadas y empapadas en las más abo-
de á la entrada, se balancea u n macabro ahorca- minables deyecciones.
do alegre, que me hace recordar cierta agua-fuer-
te d e Felicien Rops, que apareció en el frontispi- Ese soneto sobre Padre y Madre, forma pareja
cio de las poesías del belga Théoclore Hannon.
0011 la célebre f r a s e frigorífica que León Bloy ase- do el ¡lustre sabio el verso que todos sabemos
gura haber oído d e boca de Richepin. El carnaval desde el colegio:
teológico que en las «Blasfemias» constituye la di-
versión principal d e la fiesta del ateo, con sus Cuadrupedantem putem sonitu quatit
cópulas inauditas y sus sacrilegos cuadros ima- ungula campum...
ginarios, sería motivo para dar razón al icono-
clasta Max Nordau, en sus diagnósticos y afirma- Nada existe de divino para el comedor de idea-
ciones. Pocas veces habrá caído la fantasía en les; y si hace tabla rasa con los dioses de todos
una histeria, en u n a epilepsia igual; sus espumas los cultos y con los mitos de todas las religiones,
asustan, sus contorsiones la encorvan como un no por eso deja de decir á la Razón desvergüen-
arco de acero, sus huesos crujen, sus dientes re- zas, de abominar á la Naturaleza, montón de de-
chinan, sus gritos son clamores de ninfomaníaca; yecciones, según él, y de reírse, tonante y bur-
el sadismo se j u n t a á la profanación: ese vuelo de lón, del Progreso, p a r a señalarse como precursor
estrofas condenadas precisa el exorcismo, la des- de un Cristo venidero cuya aparición saluda, el
infección mística, el agua bendita, las blancas hos- blasfemo, con los tubos de sus trompetas alejan-
tias un lirio del santuario, un balido del corde- drinas. E r a n sus intenciones, según confesión pro-
r o pascual. La cuadrilla infernal de los dioses caí- pia, cuando echó al mundo ese poema candente
dos no puede ser acompañada sino por el órgano y escandaloso, instaurar á su modo una moral,
del Silencio. Habla el aleo con las estrellas, para una política y una cosmogonía materialista. P a r a
quedar- más fuerte en su negación, y su plegaria, esto debía publicar después de las «Blasfemias»,
cuando parodia la oración, como un pájaro sin el «Paraíso del Ateo», el «Evangelio del Antecris-
alas, cae. El judío errante dice bien sus alejandri- to» y las «Canciones eternas.» El poema nuevo
«Mis paraísos» corresponde á aquel plan.
nos y prosigue su marcha. Las letanías de Bau-
delaire tienen su mejor paráfrasis en la apología Una palabra siquiera sobre una de las más fuer-
que hace Richepin del Bajísimo. tes, quizá la más fuerte, de Jean Richepin: «El
* Con una rodilla en tierra, y en vibrantes versos, Mar.» Uesde Lucrecio hasta nuestros días, no ha
entona, él también su ¡Pape Satán, Pape Satán vibrado nunca con mayor ímpetu el alma de las
alepe! Mas donde se retrata su tipo desastrado, cosas, la expresión de la materia, como en esa
es en las que él llama canciones de la sangre: su abrumadora sucesión de consonantes que olea, sa-
árbol genealógico florece rosas de Bohemia: sus la, respira, tiene flujo y reflujo, y toda la agita-
antepasados espirituales están entre los invasores, ción y todo el encanto vencedor de la inmensidad
los parias, los bandidos cabalgantes, los soldados m a r i n a De todos los que han rimado ó escrito so-
de Atila, los florentinos asesinos, los atormenta- bre el mar, tan solamente Tristán Corbiére (de la
dores, los súcubos, los hechiceros, y los gitanos. academia hermética de los escogidos), h a hecho
cantar mejor la lengua de la onda y del viento,
En esas canciones se encuentra una estrofa har- la melodía oceánica. Hay que saber que Richepin,
moniosísima que Guvau considera como la mejor como Corbiére, conoce prácticamente las aventu-
imitación fonética del galope del caballo, olvidan- r a s de los marineros y de los pescadores, y bajo
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sus pies lia sentido los sacudimientos de la piel tibie de las jerarquías, su palabra tiene carne y
azul de la hidra. No sé si de grumete empezó; pero sangre, vive y se agita, y os hará estremecer.
sí que lia hecho la guardia, á la inedia noche, En «Mes Paradis» hay ya una ascensión. Como
delante de la mirada de oro de las estrellas; y en- las «Blasfemias», el poema está dedicado á Mau-
vuelto en la b r u m a de las madrugadas, h a dicho rice Bouchor. Quien, espiritual y místico, deberá
entre dientes las canciones que saben los lobos aplaudir el cambio experimentado en el ateo. Ya
de mar. Loti delante de él es un «sportman», un no todo está regido por la fatalidad, ni el Mal es
(¡I < yachtman»; René Maizeroy, un elegante que va
á tomar las aguas á Trouville; Michelet, un admi-
el invencible emperador. La explicación podrá qui-
zá encontrarse en esta declaración del poeta: «Las

i
-a rable profesor; solamente Corbiére le presta su Blasfemias» fueron escritas de veinte á treinta años,
I lili i
pipa y su cuchillo y le aplaude cuando salmodia y «Mis Paraísos», de treinta á cuarenta.» Comien-
m •sus cristalizadas letanías, ó enmarca maravillosas za su último poema con un tono casi prosaico,

I
m: ¡iJ marinas que no han sabido crear los pintores de y protesta su buena voluntad y la sinceridad de
m
'ÍÍIM su pensamiento. Buen gladiador, hace su saludo
Holanda, ó retrata y esculpe los tipos de á bordo,
ó con la linterna mágica de un poder imaginati- antes de entrar en la lucha. Luego, las primeras
»[illiil vo excepcional ilumina cuadros fantasmagóricos bestias fieras que le salen al encuentro son dra-
((II1" sobre las olas, concertando la muda melodía de gones de ensueño, ó frías víboras bíblicas que nos
vienen á repetir una vez más que en el fondo de
HSIKi k los castos astros con la polémica eterna de las ,
ebrias espumas. toda copa hay amargura, y que la rosa tiene su
[ipii •i espina y la m u j e r su engaño. Vuelve Richepin á
. i«!. El Richepin prosista h a cosechado laureles y ver al diablo, á quien canta en sonoros versos de
I* silbas; pues si con sus cuadros urbanos de París
ha realizado una obra única, con sus novelas ha
pie quebrado; antes le había visto igual físicamente
á un hermano de Bouchor, ahora le adula, le rue-
llegado hasta las puertas aterradoras del folletín. ga y le habla en su idioma, como un ferviente ado-
Jamás creería yo en un rebajamiento intelectual rador de las misas negras.
de tan alado poeta, y no seré de los que lo abur-
guesan, á causa de tal ó cual producción; y que Pero no todo es negación, puesto que hay una
son los mismos que llaman á Zola «un monsieur voz secreta que pone en el cerebro del soñador la
á génie.» Mme. André se va con sus tristezas hu- simiente de la probabilidad.
manas; y «Rraves gens» junto con Miark, ceden el Para ser discípulo del demonio, Richepin filosofa
paso al «conteur.» Pues si algún poder tiene Ri- demasiado y sobre todo el tejido de su filosofía
chepin después del de lírico, es el que le dá la sopla u n buen aire que augura tiempo mejor. La
forma rápida y vivaz del cuento. Ya nos pinte las barca en que va, con rumbo á las Islas de Oro,
intimidades de los cómicos, á los cuales le acerca pasa por muchos escollos, es cierto; pero esto
una simpatía irresistible; ya vaya al jardín de nos da motivo para oir el suave son de muy lin-
Poe á cortar adelfas ó a r r a n c a r mandragoras, al das baladas. Sensual sobre todo, el predicador del
lívido resplandor de las pesadillas; ya juegue con culto de la materia nos dice cosas viejas y bien
la muerte, ó se declare paladín de anarquistas, sabidas. ¿Es acaso nuevo el principio que resume
humillando, mal poeta en esto, la idea indestruc- la mayor parte de estas primeras poesías: «coma-

_
- 8Û - - S i -
mos, bebamos, gocemos, que mañana todo habrá llas de poesía satiriaca, estrofas en que ha queri-
concluido?» ¿O este otro: «vale más pájaro en do demostrar Richepin como él también puede
mano que b u i t r e volando?» Oh, sí; los panales, las igualar las exquisiteces de la poética simbolista;
rosas, los senos de las mujeres, las uvas y los vinos, paisajes de suprema belleza, decoraciones orien-
son cosas q u e nos halagan y encantan; pero ¿esto tales, ritmos y estrofas de una lengua asiática en
es todo? Diré con el mismo Richepin: «Poéte, ivas que triunfa el millonario de vocablos y de recur-
tu pas des ailes?» sos artísticos; relámpagos de pasión y ternuras
El a m o r á los humildes se advierte en toda esta súbitas; las apoteosis del hogar y la poetización
1
;ü:: 'I o b r a ; no un a m o r que se cierne desde la altura del de las cosas más prosaicas; las flautas y harpas
numen, sino u n compañerismo fraternal que jun- de Yerlaine se unen á las orquestas parnasianas;
itUi «
ni «F ta al poeta con los gueux » de antaño. Las cancio- el treno, el terceto monórrimo de los himnos la-
| | :¡| nes transcienden á olores tabernarios. Decidida- tinos precede al verso libre; el elogio de la pala-
u w mente, ese duque vestido de oro tiene una ten- bra está hecho en alejandrinos que parecen conti-
M « dencia m a r c a d a al atorrantismo.» Gracias á Dios, nuación de los célebres de Hugo, y si turba la
• f ï que buen aire ha inflado las velas y tenemos á harmonía órfica la obsesión de la metafísica, pron-
¡i ! 9 la vista l a s costas de las anunciadas áureas islas. to nos salva de la confusión ó del aburrimiento
|fï" »1 Sabemos aquí que la vida vale la pena de nacer; al galope metálico y musical de las cuádrigas de

r
li « que n u e s t r o cuerpo tiene un reino extenso y rico;
que n a d a h a y como el placer, y que la felicidad
hemistiquios. En largo discurso rimado nos expli-
cará por qué es á veces prosaico, ó trivial. Su
consiste en la satisfacción de nuestros instintos. pensamiento pesa mucho, y no pueden arrastrar-
Islas de o r o pálido, islas de oro negro, islas de lo en ocasiones las palabras.
oro rojo, ¿son estas las flores que brotan en Ames- Islas de oro pálido, islas de oro rubio, islas de
tras maravillosas campiñas? oro negro, todas sois como países de ensueño. No
Lo que llama al paso mi atención son dos coinci- hay arcos de plata y flores para recibir al catecú-
dencias q u e n o tocan en nada la amazónica origi- meno. Richepin no es aún el elegido de la Fe. Lo
nalidad de Richepin, pero me traen á la memo- que hay de consolador y de divino en este poema
ria conocidísimas obras de dos grandes maestros. es que al concluir presenciamos la apoteosis del
E n la página 229 de «Mes Paradis» tiembla la ca- amor. Y el Amor lleva á Dios tanto ó más que la
bellera de Gautier, y en página 368 se lee: Fe. Amor camal, amor ideal, amor de todas las
cosas, atracción, imán, beso, simpatía, rima, rit-
Enivre-toi quand-même, et non moins follement,
mo, el amor es la visión de Dios sobre la faz de la
de tout ce qui survit au rapide moment, tierra!
des chimères de l'art, du beau, du vin, des rêves Y pues que vamos á esos paraísos, á esas islas
qu'on vendange en passant aux réalités brèves, etc. de oro, celebremos l a blancura de las velas de seda,
el vuelo de los remos, el marfil del timón, la proa
Lo cual se encuentra más ó menos en uno de los dorada, curva como un brazo de lira, el agua azul,
admirables poemas en prosa de Baudelaire. y la eterna corona de diamantes de la Reina Poe-
Todo hay. en fin, en esas islas de oro: maravi- sía!
jgatt jVlorgas

El retrato que el holandés Byvanck hizo de Mo-


reas en un libro publicado no ha mucho tiempo,
no es de una completa exactitud. Moreas no está
contento con la imagen pintada por el Teniers
filólogo, como llama Anatole France al profesor de
Hilversum. Ha llegado hasta calificar á éste, en
el calor de la conversación, sencillamente de «im-
bécil.» Palabra que no osé contradecir, aunque me
pareció harto d u r a é injusta, y de todo punto in-
aplicable para el excelente villonista, para el «sa-
bio pensativo» para quien, según el mismo France,
con todo y ser filólogo, se interesa por el movi-
miento intelectual...
Cierto es que en su libro, á vuelta de justos
elogios y de una admiración que demuestra in-
dudablemente su sinceridad, nos ha dado un Mo-
reas caricatural, un Moreas inadmisible para los
que tenemos el gusto de conocerle. Y no puede ser
excusa salvadora, el que las anécdotas bufas refe-
rentes al poeta estén en la narración de Byvanck
puestas en los labios de antiguos amigos del hoy
jefe de la escuela romana. ¡Todo lo contrario! Bien
sabe el pensador de Holanda que del «cher con-
frere» y tí el «cher maítre» gustan mucho los clientes bia y orgullosa, á propósito de la cual, un perio-
literarios en todas partes del mundo... Un mordis- dista risueño, ha dicho que Moreas es semejante
co al «querido compañero», un arañazo al «queri- á una cacatúa.
do maestro», no hay nada mejor, principalmente
¿Qué misteriosa razón hará que ese apéndice
cuando ello va acompañado con la salsa del ri-
facial llame tanto la atención de la crítica? La na-
dículo! Es un don especial del lobo humano VI
riz de Moreas es, vuelvo á repetirlo, mía soberbia
lobo h u m a n o parece que el arte le pusiese en el
y orgullosa nariz, ni atrozmente aumentada con un
hígado una extraña y áspera bilis. Hasta hoy no se
garbanzo, como la de Cicerón, ni tan desarrollada
h a visto smo muy raras veces una amistad pro-
como la de Cornéille, ni fea hasta la provocación
funda, verdadera, desinteresada, y dulcemente fran-
y el insulto, como la de Cyrano de Bergerac. E n
ca, entre dos hombres de letras. ¡Y los poetas
resumen, nuestro poeta tiene un gallardo tipo de
esos amables y luminosos pájaros de alas azules?
caballero.
Los triunfos de Moreas, enconaron á muchos de
sus colegas. El banquete que se dio, cuando la apa- Con ropilla y sombrero emplumado, se podría
rición del primer «Pelerin Passionné» fué causa de afirmar: «Velazquez pinxit.» Como Ronsard y co-
bastantes rencores. No impunemente se logra una mo Chenier tienen en las venas sangre de Grecia.
victoria. Su familia es originaria del Epiro y su apellido
es ilustre: Diamanto; precedido de la palabra Pa-
Moreas, si es que era tal como aparece retra- pa, y seguido de la terminación «poulos», lo pri-
tado en el libro de Byvanck, ha cambiado en dos mero para indicar que hay entre los miembros que
anos m u y mucho. Cierto es que hay algo en él del ilustran la casa ; un gerarca de la iglesia, y lo se-
espadachín idealizado en sus hermosos versos: gundo, que es en griego equivalente al «off», al
vitch» ó al «ski» slavos. A principios del sigilo,
La raain de noir gantée á la hauehe campée, esa familia de nombre inmenso, «Papadiamanto-
avec sa toque á plume, avec sa longue epée, poulos», emigró al Peloponeso, á la Morea; y de
íl passe sous les hauts balcons indolemment. aquí el nuevo nombre, el nombre adoptivo hoy
en uso. El poeta es de raza de héroes. Su abuelo
fué un gran luchador por la libertad de la Grecia.
Por lo demás, si usa siempre el «monocle», no Su padre había quedado en la capital y era digna-
chce «Pmdaro y yo», ni se admira de tener las tario de la corte del rey bávaro Othon, impuesto
manos blancas y finas. La «toque á plume» es un por las potencias. «Y aquí,—decía Moreas á By-
flamante sombrero de copa; su traje es correcto, vanck,—y aquí comienza la historia de mi rebelión.
de intachable corte. Alta y serena frente; cabello Mis padres habían concebido una alta idea de mi
de klepto; porque, como en París se sabe, Moreas porvenir y querían enviarme á Alemania, donde re-
es griego de Galia. cibiría u n a buena educación. Hay q u e recordar que
«No es un pachá, es un klepto de negra cabelle- la influencia alemana prevalecía en la corte. Ha-
ra.» Cuerpo fuerte y bien erguido, manos aristocrá- bía aprendido á u n tiempo griego y francés, y 110
ticas, el aire mi si es no es altivo y sonrientemente separaba ambas lenguas. Quería ver la Francia;
desdeñoso; gestos de gran señor de raza; bigotes niño aun, ya tenía la nostalgia de París. Creyeron
bien cuidados. Y entre todo esto, una nariz sober-
forzar mi resistencia, enviándome á Alemania, y que se alaba pontifical v descaradamente, delante
me volví dos veces. En fin, m e fui á Marsella y de de un concurso asombrado ó burlón. Después de
allí á París. Era que el destino m e señalaba mi todo, la mala voluntad ha quedado vencida. No hay
r u t a ; pues yo era aún muy joven para darme cuen- sino que reconocer en el autor del «Pelerin Passion-
ta de mis acciones. He sufrido horriblemente; pero né», á un egregio poeta. «El único,—dice el escri-
no me he dejado abatir y h e mantenido alta la ca- tor holandés,—que en todo el mundo civilizado pue-
beza. Mi familia me reprochaba ini pereza,—según de hablar de su Lira y de su Musa, sin caer en ri-
sus palabras,—y hacía espejear ante mis ojos el alto dículo.» Moreas ha tomado muchos rumbos antes
empleo que hubiera podido obtener en Atenas. de seguir la senda que hoy lleva. El apareció en
í'fi' Pero basta. Se siente uno herido en lo más vivo el campo de las letras, como revolucionario. Una
cuando las personas que ama no le comprenden, nueva escuela acababa de surgir, opuesta hasta
y aun le hieren. Yo nunca he hablado de esto con cierto punto á la corriente poderosa de Víctor
nadie...» Hugo y sus hijos los parnasianos; y en todo y p o r
Y he ahí que ha llegado en la terrible ciudad de todo, á la invasión creciente del naturalismo, cuyo
pontífice aparecía como un formidable segador de
la gloria á conquistarse un envidiado nombre. Des-
ideales. Los nuevos luchadores quisieron librar á
pués de brega y sufrimiento, el desconocido es ya los espíritus enamorados de lo bello, de la peste
«alguien.» Anatole Frailee,, á quien siempre habrá Rougon y de ia plaga Macquart Artistas, ante todo,
que citar, le llama «el poeta pindàrico de palabras eran, entusiastas y bravos, los voluntarios del Arte!
lapidarias.» Si Moreas no fuese tan descuidado de
su renombre, si tuviese el don de intriga y de aco- Tales fueron los decadentes, unidos en un princi-
modaticia humildad de muchos de los que fueron pio, y después separados por la más extraña de las
antaño sus compañeros, su gloria habría sido so- anarquías, en grupos, subgrupos, variados y cu-
noramente cantada por el clarín prostituido de la riosos cenáculos. Moreas, como queda dicho, fué
Fama fácil. Mas el joven «centauricida» está aco- uno de los primeros combatientes; él, como un de-
razado de orgullo, casqueado de desdén olímpico. cidido y convencido adalid, tuvo que sostener el
Alrededor de ese orgullo y ese desdén, se ha for- brillo de la flamante bandera, contra los innume-
mado más de una leyenda, que circula por los ca- rables ataques de los contrarios. Casi toda la pren-
fés estudiantiles y literarios del Barrio Latino. sa parisiense disparaba sus baterías sobre los re-
cién llegados. Paul Bourde se alzaba implacable
Ya es el Moreas hinchado de pretensiones, irres-
en su burla, desde las columnas del «Temps.» Lla-
petuoso con los genios, con los Santos Padres de maba á los decadentes con tono de reproche, hi-
las letras, que observa con su «monocle» á Pinda- jos de Baudelaire; dirigía sus más certeros proyec-
ro, que blasfema de Hugo y acepta con reservas tiles contra Mallarmé, Moreas, Laurent Tailhade,
á Leconte de Lisie; ya es el Narciso que se deleita Yignier y Charles Morice; y pintaba á los odiados
con su belleza en un espejo de cervecería; ya es reformadores, con colores chillones y extravagan-
el corifeo de las primeras armas, que entraba al tes perfiles. Todos ellos no eran sino una muche-
café seguido de una cohorte de acólitos papanatas; dumbre de histéricos, un club de chiflados. Las fan-
ya es el rival de Verlaine, que ve de reojo al fauno
maldito; ya el recitador de sus propios versos, Los raros—7
(asías escritas de Moreas, eran según el crítico,
critor. Moreas respondióle, en unas cuantas líneas,
sentidás y vividas. ¿El joven poeta quería ser Khan con caballeresca cortesía, manteniendo, buen pa-
de Tartaria, ó de no sé dónde, en un bello verso? ladín, sus ideas. De esto hace ya algunos años.
Pues eso e r a muestra de un innegable desorden Moreas desdeña hoy, mira con cierta reprocha-
intelectual. Moreas era un sujeto sospechoso, de ble falta de cariño, sus primeras producciones.
deseos crueles y bárbaros. Además, los decaden- ¿Por qué? Ellas marcan el sendero que debía seguir
tes eran enemigos de la salud, de la alegría, de la el talento del autor, son los vuelos en que se ensa-
vida en fin. Moreas contestó á Bourde tranquilo y yaban las alas, y p a r a el observador ó el biógrafo,
bizarramente. Le dijo al escritor del más grave de constituyen valiosísimos documentos. Nuestro poe-
los diarios que no había motivo para tanta alga- ta no habla nunca de sus trabajos en prosa. Como
r a d a ; que el distinguido señor Bourde se hacía eco lodo verdadero poeta, es un excelente prosador.
de fútiles anécdotas inventadas por alegres desocu- A pesar de las inexlrincables montañas simbóli-
pados; que ellos, los decadentes, gustaban del buen cas y de las raras brumas, amontonadas en el «The
vino, y eran poco afectos á las caricias de la diosa chez Miranda», ó en las «Demoiselles Goubert»,
Morfina; que preferían beber en vasos, como el co- ambas obras escritas en colaboración con Paul
mún de los mortales, y po en el cráneo de sus abue- Adam, esos dos trabajos primigenios son ya un an-
los; y que, p o r la noche, en vez de ir al sábado de gurio de poder y de victoria. Hay en ellos riqueza,
los diablos y de las brujas, trabajaban. Defendió derroche de intelectualidad y de pasión artística.
á la censurada Melancolía, de la Risa gala, su gor- Son revuelta y amontonada pedrería, joyas rega-
da y sana enemiga. «Esquilo, dijo, Dante, Shakes- das; lujo desbordado de la fantasía, locura de an-
peare, Bvron, Goethe, Lamartine, Hugo, los gran- sioso príncipe adolescente. ¿Qué hay distancia de
des poetas, no parece que hayan visto en la vida esos libros al último «Pelerin?» Claro está.
una loca kermesse de infladas alegrías.» Fué el «He crecido»,—dice Hugo en una célebre epísto-
campeón de las lágrimas. Después se ocupó de la la. El antiguo camarada de Moreas, el Paul Adam
exterioridad de la poesía decadente y expuso sus de estos momentos, que corona de gemas ilustres
cánones. Al poco tiempo apareció en el «Fígaro» la cabeza hierática de las princesas bizantinas, ¿no
un manifiesto de Moreas. Fué la declaratoria de empieza á mostrar los quilates de sus oros y dia-
la evolución, la anunciación «oficial» del simbolis- mantes allá, al principio, cuando los tanteos de su
mo. Los simbolistas eran para los románticos re- pluma delineaban los contornos de un estilo pres-
zagados y p a r a el naturalismo, lo que el romanti- tigioso y potente?
cismo p a r a los pelucas de 1830. ¿Pero no eran ellos El Moreas de «Les Syrtes», no es, en verdad, el
los de la joven falanje, nietos ele Víctor Hugo"? lírico capitolino y regio de los últimos poemas;
Ese célebre manifiesto en que aparecían decla- sin embargo, algunos preferirían muchos de esos
rados los principios del simbolismo, el organismo primeros versos á varias de las sinfonías verbales
de la naciente escuela, su ritual artístico, su teoría, recientemente escritas por el joven maestro. La
sus intentos y sus esperanzas, fué analizado y com- razón de esto quizá esté en que hay en la prima-
batido por Anatole France, con la manera magis- vera de su poesía más pasión y menos ciencia. Es
tral y la superior fuerza que distinguen á ese es- innegable que la orquestación exquisita del verso
libre, «la máquina del poema poliformo modernísi- de las musas, donde la virgen helénica, de flore-
mo», son esfuerzos que seducen; más es irresistible cientes senos, despertó el amor del adolescente
aquella magia, de los vuelos de palomas, de las poniendo el embriagador vino del primer beso so-
frescas rosas, bien rimadas en estrofas harmóni- bre sus labios secos de sed. Luego pasará la dama
cas ; la consonancia dulce de los labios, luciente de enigmática, encarnación del inmortal femenino Va
los ojos, ideal y celeste de las alas y el lenguaje en una barca mágica ó en una góndola amorosa
de la pasión y de la juventud. y a su paso hacen vibrar el aire los «pizzicatti» dé
Esto, volviendo á afirmar que el verso libre, las mandolinas. Es la m u j e r ideal del ensueño lar-
tal como hoy impera en la poética francesa, es en go tiempo acariciado, la dama que se yergue como
manos de una legión triunfante de rimadores, ins- una flor, con su falda de brocatel, cual pintado por
trumento precioso, teclado insigne y vasto de in- el viejo Tmtoreto. Eva y Helena, hermanas fatales
comparable polifonía. Mas volvamos á los prime- reinaran siempre, bajo apariencias distintas. Si un
ros versos de Moreas. «¡Syrtis inhóspita!» Clama rostro de niña rubia se asoma á la ventana, será
Ovidio. «Incerta Syrtis», dice Séneca. Aun no h a la pálida Margarita. En un paisaje duro y vieoroso
acabado la aurora de esperezarse, y ya la barca del al canto de las cascadas, brotará la forma de una
joven soñador ha padecido la rudeza de los esco- catalana, de pie pequeño y ojos brilladores; y en
llos. ¡El poeta empieza por el recuerdo! Ya hay i a n s , - s e g u r a m e n t e en un decorado de cámara pri-
un tiempo ido, al cual el alma vuelve los nostálgi- v a d a , - r í e la serpentina parisiense, bajo su som-
cos ojos. Quizá no es la culpa del soñador. El viene brero florido.
después del enfermo René y del triste Olimpio. Y es en ese instante, cuando el poeta casi siem-
Es el invierno. Arde en la chimenea pre casto pone el oído atento á la lección del en-
cendido Sátiro. Al vagar ideal, hará sus ramilletes
El tuero brillador que estalla en chispas, galantes en los parques ducales, cerca de los vie-
jos chambelanes que madrigalizan. Nos mostrará
como dice un poeta mi amigo á quien quiero mu- a esa misteriosa Otilia de labios de bacante v
cho. Fuera pasan los vientos de la fría estación. ojos de madona, cpie cruza semejante á la vao-a fi-
Dentro, el gato mayador se enarca y se estira lán- gura de un mito, en tanto que las harpas dejan es-
guidamente. Algo flota sobre la ramazón bordada capar un trémulo acorde en el salón de las arma-
de. los cortinajes. duras La oda irá, como una águila, á tocar con
Es el pasado; es el pasado, que clama lamentando sus alas la frente del vate recordándole las futuras
las ternuras acabadas y los amores difuntos. El apoteosis de la Gloria. Nuestros ojos se deten-
recuerdo vuela primero al divino país de Grecia. drán ante un retrato de mujer, esfíngico v encan-
Allá es donde «bajo los cielos áticos los crepúscu- tador, o veremos al enamorado dedicar, adorador
los radiosos tiñen de amatista los dioses esculpidos cíe unas blancas manos, perlas á los dedos liliales
en los frisos de los pórticos; donde en el follaje Querrá también, tentado como Parsifal, ofrecer sa-
argentado de los árboles de torsos flacos, crepi- crificios a la Venus carnal y matadora; pero pro-
tan las agrias cigarras, ebrias de las copas del Es- tegido por especial virtud, cual por un Graal San-
tío.» Es en la tierra de las olímpicas divinidades v io, volverá a flotar en el azul de la eterna ideali-
— 102 — - 103 -
3ad. E n el claro de la luna, un beso. El amor que Carméncita, la española, desfila, mas no como era
soñará será triste y sollozante, lleno de medita- de esperarse, en un paso de cachucha ó en mi giro
ciones y furtivas caricias. Canta su amargura de- de fandango; á esa hechicera meridional, canta el
lante d e la triunfal beldad, y, á pesar de la obsesión poeta u n lied del norte.
de los deseos clandestinos, y del soplo impulsivo Amores, intenciones de amor, ya en la basílica
de Mefislófeles, el alma flota en un delicado y mís- al brillo aurisolar de la custodia, ó en el aposento
tico ambiente. El sueña con la bella vida del amor tapizado de rosa y aromado de lilas; y como di-
¡'!;!; t¡ invencible. La canción invernal languidece en las vino pájaro de un alba inextinguible, se ve al ave
; cuerdas. La amada y el amado están cerca de las azul que resucita las esperanzas; pero la cual bus-
llamas de oro de la chimenea, y admiran un paisaje cará en vano el náufrago, pues volará hacia esas
I ! |;I jjw^ de desconocido pintor, donde en una fiesta de co- sirtes en que el propio piloto h a buscado el nau-
lores corre el agua de una fuente, bajo un toldo fragio. Hasta el final de este primer libro se siente
de h o j a s ; se alza á lo lejos, la montaña, y, en pri- el influjo del desencanto. Mas aun, la sombra de
mer término, bajo el sol del trópico, grandes bue- Baudelaire sugiere á ese joven ágil y pletórico,
que aprendió á amar y á cantar en Atenas, sugie-

íÉ
yes blancos,—como los del robusto Pierre Dupont,
re vagas ideas obscuras, relámpagos de satanismo.
—elevan hacia el cielo la doble curva de los firmes El se pregunta:
cuernos. La feliz pareja sólo soñará un instante,
. ,„,,. ;i 'í;| pues pronto llega la amarga onda á invadir los co-
j j|jj| i ¡¡' d razones. Los corazones sangran martirizados como Quel succube au pied bot m'a t-il done eRvouté?
en los versos de Heine; el invierno será tan sólo
nuncio de penas y de desilusiones; los besos han Sin saberse en qué momentos, han empezado á
. dtf 1P partido como pájaros en fuga; las rosas están mar- vegetar en el jardín del soñador, las plantas que
pi, J t m chitas, y los brazos deseosos, los brazos viudos, producen las flores del mal. Y sobre el suelo en
en vano buscarán la mística figura. Es un cuento (pie crecen esas plantas, bien pueden ya percibirse
de amor, un cuento otoñal, escuchado cuando el á la luz del claro sol, las huellas del pie hendido
de Yerlaine. Por allí ha pasado Pan, ó el demonio.
viento de la tarde pasa haciendo temblar las ramas
La pobre alma quiere librarse de las llamas liber-
de los árboles deshojados. Todo m u y confuso, di- tinas, de las larvas negras, de las salamandras in-
réis, m u y wagneriano. Muy bello. vasoras. Lamenta la pérdida de la alegría de su
De cuando en cuando convierte el triste los ojos corazón, la sequedad de su rosal espiritual, sobre
á una visión que presto desaparece. Son las ne- el que ha agitado las alas u n mal vampiro. El ten-
gras cabelleras, los talles, las caderas harmoniosas, derá sus brazos á la naturaleza y al Oriente divi-
las pupilas húmedas, de miradas profundas. ¡Y no. Pero todas sus quejas serán vanas; y aun más,
las m a n o s ! Esta deliciosa parte de la escultura incomprensibles. Ya Mallarmé se oye sonar; sus
femenil, atrae especialmente á Moreas. ¡Qué pre- trompetas cabalísticas auguran una desconocida
ciosos retratos nos haría este encantador, de Diana irrupción de rarezas, bellas, muy bellas y lumi-
encombando un arco, ó de Ana de Austria des- nosas, pero caóticas, como una puesta de sol en
hojando u n a rosa, ó vertiendo en una copa de pla-
ta mi poco de sangre moscatel! £ .1
nuestros cielos americanos, en que la confusión El «never more» fatídico del cuervo de Poe, es
es el mayor de los encantos. escuchado por el cantor nostálgico, á la luz del
La adolescencia es ida, y los años de las dulces gas de París.
cosas juveniles, cuando Julieta nos canta con su Preséntasenos también una legendaria escena
dulce voz vencedora de la de la alondra: «¡No te nocturna que ya habíamos visto, lector, acompa-
vaj'as todavía!» «Las Cantinelas» encierran el nue- ñada por blanda música, gracias al inmenso cor-
vo período. El traje del caballero es de un tono daje de la lira de Leconie de Lisie. Los Elfos del
más obscuro. La espada siempre pende al cinto; norte cantan coronados de hojas perfumadas y
se nota el triunfo de los terciopelos sobre los en- frescas, cuando el caballero de la balada viene en
cajes. Ha sufrido el joven caballero griego. No son su caballo negro, haciendo espejear su casco ar-
por cierto notas alegres las que primero escucha- gentino á la luz de la luna. Es osado, y sus armas
mos. Los sonetos, que vienen como heraldos, traen no han conocido nunca la vergüenza de las derro-
vestiduras de duelo. La pena del placer perdido tas Su corcel va como si fuese alado, á las punza-
hace demandar las voces arrulladoras y los aromas das de las espuelas de oro. El caballero muere ven-
embriagantes; el jardín de Fletcher decorado por cido en las «Odas bárbaras.»
la musa sonámbula de Poe, solloza en sus fuen- El personaje de Moreas, cuya figura no se alcan-
tes; hay una admósfera de duelo, de llanto, casi za á ver y cuyo caballo apenas se oye galopar,
de histerismo, y mía luz espectral sirve de sol, ó no es aprisionado por el encanto. E n el instante
mejor dicho de luna. del nacimiento de la aurora, lo que alcanza a divi-
sarse en la selva es la silueta del emperador Bar-
Queje cucille la grappe, et la feuitle de myrte barroja, que medita, apoyada la frente en las ma-
qui tombe, et que je sois á l'abri de la syrte nos.
oú j'ai fait si souvent naufrage prés du port. Pero he aquí que nos ilumina el sol de Floren-
cia. Después de tanta niebla, halaga una visión de
Así canta el mal herido de desesperanzas. claros ríos v de puentes pintorescos.
Su voz se dirige á las hadas propicias, pero ellas El cielo es azul y entre dos rimas y dos acordes
110 llegan todavía. El va cerca de la mar, de la mar musicales, desfilan una marquesa enamorada y un
femeniría y maternal, á dejar en sus riberas lo que envuelto capuchino. Moreas es un exquisito gra-
queda de sus ensueños y hasta el último hilo de la bador de viñetas. Riega los madrigales y miniatu-
p ú r p u r a de su orgullo. Su alma está triste hasta ras, decora y viste sus personajes sin que una fal-
la muerte. E n el interludio parece que quisiera ta de tocado turbe la exactitud de ese conocedor
entregarse á la felicidad de una alegría ficticia. de todos los refinamientos.
Así el gaitero de Gijón de nuestro admirado y que- «Las Asonancias» son bosquejos de leyendas;
rido Campoamor, toca la gaita y rige las danzas pocas, pero admirables, cortas pero conmovedoras.
con el alma apuñalada de pena. Gestos, expresio- El klepto siente volver á su memoria las narra-
nes, impresiones fugaces, paisajes nocturnos en mía ciones de la infancia: Maryó tejiendo su lana, ven-
calle parisiense; y en las estrofas una mezcla de cedora en su fidelidad; y, tal como se sabe en las
vaguedad germánica y de color meridional. narraciones de la isla de Candía, la mala madre
— 106 — ~ 10? -

que oye hablar al corazón desde el plato y que de Beyruth, Meca de los wagneristas, ó como las
después sufre el castigo de sus crímenes. En esta excelencias delicadas del ai-te pictórico de los pri-
sección nos delQita el errante perfume de la fábu- mitivos, las poesías del autor del «Pelerin Passion-
la, las ingenuas repeticiones de versos y de pala- né» necesitan para ser apreciadas en su verdadero
bras de los poemas primitivos, los metros apro- valor, de cierto esfuerzo de intelecto, y de cierta
piados á la música de las danzas; y nuestro aso- iniciación estética. «Autant en emporte le vent» lue
nante español, aplicado en estrofas cortas, y en escrito de 1886 á 1887. Es en ese libnto donde se
argumentos donde aparece algún héroe de gesta encuentran las que se podrían llamar primeras
ó alguna princesa de tradición, en sangrientos su- manifestaciones quatrocentistas de Moreas, Made-
cesos de antiguos adulterios y de incestos inme- leine, Agnes, Enone, son encantadoras figuras del
moriales. Poesía de leyenda y de romancero; da- s i d o decimoquinto; sus facciones exigen la huma-
mas del tiempo de Amadis; armaduras que se en- n a sencillez y al propio üempo la mi agrosa ex-
trechocan en la sombra medioeval. presión de un Botticelli. La Edad Media es para
En cuanto el poeta dirige las riendas de Pegaso nuestro poeta como p a r a Dante Gabne Rossetti,
á la región de los conceptos puros, nos sentimos familiar v amada, y los sujetos que ella le sugiere,
envueltos en una sombra absolutamente alemana. son plausiblemente idealizados, sin una tacha ana-
Su metafísica adormece. Subimos á alturas inac- crónica. sin u n a falta ó debilidad en la idea intima
cesibles, rodeadas de obscuridad. Felizmente pron- ni en la ornamentación exterior. El espíritu vuela
to entramos al reino encantado de las ficciones á los tiempos de la caballería. Leyendo los poemas
portentosas. Raimondin, corre á nuestra vista, en medioevales de Moreas se comprende el valor del
su cabalgadura, y la celeste claridad le envuelve conocido verso de Verlaine:
en su sutil polvo de plata. Los castillos del tene-
broso encantamiento se deshacen y la Enteléquia, ... le Moyen age énorme et délicat...
desnuda, resplandece al a m o r de la luz del día. No
es sino en una fuga crepuscular donde se esfuma
la vieja de Berkelev, el enano Fidogolain, «que, El poeta vive la vida de los príncipes enamorados,
ni muy loco ni muy vulgar, sabía cantar baladas», de los guerreros galantes. Los lugares que se pre-
y la Muerte, la Thanalos cabalgante, que exige sentan á nuestra vista son los viejos castillos tra-
para el contorno de su esqueleto el lápiz visionario dicionales y poéticos; ó alguna decoración que apa-
de Alberto Durero. rece como p o r virtud de un ensalmo, o del movi-
Refiriéndose á la concepción que de la digni- miento de la mano de una hada. Las parejas Le-
dad de su arte han tenido dos ilustres prerafaeli- nas de amor, cortan flores en fantásticos parques.
tas ingleses—casi huelga nombrarlos: Rossetti y Tras un rosal se alcanza á ver de cuando en cuan-
Burile Jones—dice un escritor británico que la do va la joroba de un bufón, ya la cola irisada de
desventaja única de la elevación aristocrática de u n pavo real. «Agnes» es u n a deliciosa y extraña
su ideal es la de ser incomprensible excepto para sinfonía. Las estrofas están construidas de mano
unos pocos. Algo semejante puede afirmarse de maestra, y el alma atenta del artista se siente aca-
la obra de Moreas. Tal como los ritos musicales riciada por la repetición de un suave «leit-motive.»

La poética de Moréas está definida en estas cor-


tas palabras del maestro Mallarmé- nía; que por supuesto, no han dejado de produ-
«Una euphonie fragmentée, selon 1' assentiment cir escándalo en l a crítica oficial.
du lecteur intuitif, avec une ingénue et precíense La aparición del «Pelerin» fué saludada con un
justesse...» gran banquete que presidió Mallarmé y que fué
En resumen, Moreas posee un alma abierta á un resonante triunfo. Fué la exaltación de la obra
la Belleza como la primavera al sol. Su Musa se del joven luchador, que en aquellos instantes re-
adorna con galas de todos los tiempos, divina cos- presentaba el más bello de los sacerdocios; el del
mopolita é incomparable poliglota. La India v sus Arte. Eran ya conocidas esas creaciones y amables
mitos le atraen, Grecia y su teogonia y su cielo de resurrecciones que atraviesan por la senda del Pe-
uz y de marmol, y sobre todo la edad más poética regrino. Enone, la del claro rostro, que arrastra
a edad de los santos, de los misterios, de las jus- en el poema un rico manto constelado de rimas
tas de los hechos sobrenaturales, la edad terrible como piedras preciosas, en una gradería de estro-
y teologica; la edad de los pontífices omnipoten- fas de pórfido, y del más blanco pentélico; el ca-
tes y de los reyes de corona de hierro; la edad de ballero Joé, meditabundo, que en revista mental,
Merlm y de Viviana, de Arturo y sus caballeros: mira el coro de beldades que guarda en su memo-
la edad de la lira de Dante, la Edad Media. El ria, entre las cuales: Madame Emelos, la caste-
nombre del «Pelerin Passionné» está tomado de llana de Iliverdum que se llamaba Bertrán da, y
Shakespeare. La colección de versos amorosos de Sancha, que engañó al amante con tres capitanes.
Moreas no tiene con l a del poeta inglés ningún Doulce, á su vez, es una princesa de cuento azul.
punto de contacto, como no sea el pertenecer al En el «Pelerin» es donde florece de orgullo el
mismo genero, al erótico, y el empleo de variedad laurel heleno-galo. Sin temor á la edad contem-
de metros y de caprichos rítmicos. Shakespeare usa poránea, se proclama Moreas tal como se juzga.
desde el verso que equivale en inglés á nueslro en- Alaba el arte que inventa. Mantenedor del renom-
decasílabo español: bre griego, de la tradición latina, no vacila en lle-
var consigo, junto á la lira de Píndaro, la lanza
de Aquiles; y no hay sino inclinarse ante el orgu-
When my love swears that she is made of truth, llo de sus carteles y el esplendor de sus trofeos.
hasta los «trenos», imitados de los himnos latinos Sus alegorías pastorales son un escogido ramillete
cristianos : eclógico, con m á s de una perla que no sería in-
digna del joyero de la Antología. Y para concluir:
Beauty truth and varitv
si escuchamos un clamor de trompas, y percibimos
f r a c e in an simplicty una bandera agitada por un fuerte brazo, es que
ere enclosed in cinders lie. la campaña Romanista ha sido empezada. ¡ A otros
las nieblas hiperbóreas y los dioses de los bárba-
Y Moreas, siguiendo las huellas de Lafontaine, ros! El jefe que llega en nuestro bravo caballero;
la diosa de azules ojos que le cubre con su égida
de T h T , í d ° , 0 C O r , U n d ü á l a moderna el número es Minerva: la misma que protegerá al editor Ya-
0
nn, í v ' í ? 0 h a c e r d e s u s Poemas, con nier—según sus editados,—y le hará ganar tanto
.una técnica delicada y fina, maravillas de harmo-
- 110 -
dinero como Lemerre; y el abanderado, que viene
cerca del jefe, henchido de entusiasmo, es el ca-
ballero Mauricio Du Plessis, lugarteniente de la fa-
lange, y cuyo «Primer libro pastoral» es su me-
jor hoja de servicios.
Moreas confía en su completa victoria. Nuevo
Ronsard, tiene p o r Casandra una beldad galo gre-
ca. Y él confía en que gracias á sus ritos KachUde
Sur de nouvelles fleurs, les abeilles de Grèce Tous ceux qui aunent le rare
I' examinaient avec inquiétude.
Butineront un miel français. Maurice Barres.

Y con Racine esclama:

Je me suis applaudi, quand je me suis come...


Trato de una m u j e r entraña y escabrosa, de un
Así vive en París, indiferente á todo, desdeñan- espíritu único esfíngicámente solitario en este tiem-
do escribir en los diarios, enemigo del reporta- po finisecular; de un «caso» curiosísimo y turbador,
je; en una existencia independiente, gracias á su d é l a escritora que h a publicado todas sus obras con
familia, «reconciliada ya con las rimas», como di- este pseudónimo, Rachilde; satánica flor de deca-
ce Mendés; ignorando que existen Monsieur Car- dencia picantemente perfumada, misteriosa y he-
not, el sistema parlamentario y el socialismo. No chicera y mala como un pecado.
ha parido hembra humana un poeta más poeta... Hace algunos años publicóse en Bélgica una no-
vela que llamó la atención grandemente y que se-
gún se dijo había sido condenada p o r la justicia.
No se trataba de uno de esos libros hipoinánicos
que hicieron célebre al editor Ivistemaekers, en
los buenos tiempos del naturalismo; tampoco de
esas cajas de bombones afrodisíacos á lo Mendés,
llenas de cintas, aromas y flores de tocador. Se tra-
taba de un libro de demonómana, de un libro im-
pregnado de una desconocida ú olvidada lujuria,
libro cuyo fondo no había sido sospechado en los
manuales de los confesores: una obra complicada
y refinada, triple é insigne esencia de perversidad.
Libro sin antecedente^ pujes á su lado arden com-
pletamente aparte, los carbones encendidos y san-
grientos del «divino marqués , y forman grupo se-
- 110 -
dinero como Lemerre; y el abanderado, que viene
cerca del jefe, henchido de entusiasmo, es el ca-
ballero Mauricio Du Plessis, lugarteniente de la fa-
lange, y cuyo «Primer libro pastoral» es su me-
jor hoja de servicios.
Moreas confía en su completa victoria. Nuevo
Ronsard, tiene p o r Casandra una beldad galo gre-
ca. Y él confía en que gracias á sus ritos KachUde
Sur de nouvelles fleurs, les abeilles de Grèce Tous ceux qui aunent le rare
I' examinaient avec inquiétude.
Butineront un miel français. Maurice Barres.

Y con Racine esclama:

Je me suis applaudi, quand je me suis come...


Trato de una m u j e r entraña y escabrosa, de un
Así vive en París, indiferente á todo, desdeñan- espíritu único esfíngicámente solitario en este tiem-
do escribir en los diarios, enemigo del reporta- po finisecular; de un «caso» curiosísimo y turbador,
je; en una existencia independiente, gracias á su d é l a escritora que h a publicado todas sus obras con
familia, «reconciliada ya con las rimas», como di- este pseudónimo, Rachilde; satánica flor de deca-
ce Mendés; ignorando que existen Monsieur Car- dencia picantemente perfumada, misteriosa y he-
not, el sistema parlamentario y el socialismo. No chicera y mala como un pecado.
ha parido hembra humana un poeta más poeta... Hace algunos años publicóse en Bélgica una no-
vela que llamó la atención grandemente y que se-
gún se dijo había sido condenada p o r la justicia.
No se trataba de uno de esos libros hipománicos
que hicieron célebre al editor Ivistemaekers, en
los buenos tiempos del naturalismo; tampoco de
esas cajas de bombones afrodisíacos á lo Mendés,
llenas de cintas, aromas y flores de tocador. Se tra-
taba de un libro de demonómana, de un libro im-
pregnado de una desconocida ú olvidada lujuria,
libro cuyo fondo no había sido sospechado en los
manuales de los confesores: una obra complicada
y refinada, triple é insigne esencia de perversidad.
Libro sin antecedente^ pujes á sxi lado arden com-
pletamente aparte, los carbones encendidos y san-
grientos del «divino marqués , y forman grupo se-
maciones y casos de teratolología psíquica que
parado las colecciones prisioneras y ocultas en el
nos presenta la primera inmoralista de todas las
«inferí» de las bibliotecas. Este libro se titulaba épocas.
«Monsieur Venus», el más conocido de una serie
Imagínaos el dulce y puro sueño de una virgen,
en que desfilan l a s creaciones más raras y equívo-
lleno de blancura, de delicadeza, de suavidad, una
cas de un cerebro malignamente femenino y pere- fiesta eucarística, una pascua de lirios y de cis-
grinamente infame. nes. Entonces un diablo,—Behemot quizá,—el mis-
Y era una m u j e r el autor de aquel libro, una mo de Tamar, el mismo de Halagabal, el mismo
dulce y adorable virgen, de diecinueve años, que de las posesas de Lodun, el mismo de Sade, el
apareció á los ojos de Jean Lorrain, que fué á mismo de las misas negras, aparece. Y en aquel
visitarla, como u n sér extraño y pálido, «pero de sueño casto y blanco hace brotar la roja flora
una palidez de colegiala estudiosa, una verdadera de las aberraciones sexuales, los extractos y aro-
«jeune filie», un poco delgada, un poco débil, de mas que atraen á Íncubos y sucubos, las visiones
manos inquietantes de pequenez, de perfil grave locas de incógnitos y desoladores vicios, los be-
de efebo griego, ó de joven francés enamorado... sos ponzoñosos y embrujados, el crepúsculo mis-
y ojos —¡oh los ojos!—grandes, grandes, cargados terioso en que se juntan y confunden el amor,
de pestañas inverosímiles, y de una claridad de el dolor y la muerte.
agua, ojos que ignoran todo, á punto de creer que La virgen tentada ó poseída por el Maligno, es-
Rachilde 110 ve con esos ojos, sino que tiene otros cribe las visiones de sus sueños. De ahí esos li-
detrás de la cabeza para buscar y descubrir los bros (pie deberían leer tan solamente los sacer-
pimientos rabiosos con que realza sus obras.» dotes, los médicos y los psicólogos.
Esa m u j e r , esa colegiala virginal, esa niña era la Maurice Barrés coloca «Monsieur Venus», por
sembradora de mandragoras, la cultivadora de ve- ejemplo, al lado de «Adolphc», de «Mlle. de Mau-
nenosas orquídeas, l a juglaresa decadente, aman- pin», de «Crime d' Amour», obras en que se han es-
sadora de víboras y encantadora de cantáridas, tudiado algunos fenómenos raros de la sensibilidad
la escritora ante cuyos libros, tiempos más tar- amorosa. Mas Rachilde no tiene, bien mirado, an-
de, se asombrarán, como en una increíble alu- tecesores,—á no ser la «Justina»,—ó ciertos libros
cinación, los buscadores de documentos que es- antiguos cuyos nombres apenas osan escribir los
criban la historia moral de nuestro siglo. Los pin- bibliófilos del amor, ó del Libido, como el inglés
tores potentes, dice Barbey d' Aurevilly, pueden que anima D' Aununzio en su «Piacere.» Apenas
pintarlo todo, y su pintura es siempre bastante podrían citarse á propósito de las obras de Ra-
moral cuando es trágica y da el horror de las childe, pero colocándolas bastante lejanamente, al-
cosas que manifiesta. No hay de inmoral sino los gunas pequeñas novelas de Balzac, la «Religiosa»
«Impasibles» y los «Mofadores.» de Diderot, y e n lo contemporáneo, «Zo llar» de
Rachilde no es impasible ¡qué iba á serlo ese Mendés. Un compañero tiene, sin embargo, Ra-
crujiente cordaje de nervios agitados por una con- childe, pero es un pintor, un aguafuertista, no
tinua y contagiosa vibración!—ni es mofadora,— un escritor: Felicien Rops. Los que conozcan la
no cabe ninguna risa en esas profundidades obs- Los raros—8
curas del Pecado, ni ante las lamentables defor-
obra secreta de Rops, tan bien estudiada por Huys-
raans, verán que es justa la afirmación. Los tipos de sus obras son todos excepcionales.
El mayor de los atractivos que tienen las obras Su libro «Sangrienta ironía», por ejemplo, pre-
de Rachilde, está basado en la curiosidad pato- senta, como todos los otros suyos, á un desequi-
lógica del lector, en que se ve la parte autobio- librado, un «détraqué.» Se trata de mi joven que
gráfica, en que se presenta al que observa, sin ha asesinado á su querida en un momento de
velos ni ambajes, el alma de una mujer, de una alucinación. Prisionero, cuenta y explica por qué
joven finisecular con todas las complicaciones que sucesión de causas ha llegado á cometer aquel
el «mal del siglo» ha puesto en ella. Barres se acto. La figura de Sylvain d' Hauterac, el desequi-
pregunta: ¿Por qué misterio Rachilde ha alzado librado, es una de las mejores creaciones de Ra-
delante de sí á Rauole de Vénerande y Jacques childe, pero la crítica le ha señalado como inve-
Silvert? ¿Cómo de esta niña de sana educación rosímil. Ello no quita que la obra sea de una vida
intensa, y de un análisis psicológico admirable.
han salido esas creaciones equívocas? Es en ver-
dad el problema atrayiente y curioso. No hay sino Ha escrito un drama simbolista titulado «Ma-
pensar en lejanas influencias, en la fuerza de on- dame la Mort.» La acción se circunscribe á una
das atávicas que han puesto en este delicado sér lucha desesperada del protagonista, entre la muer-
la perversidad de muchas generaciones; en el des- te y la vida. A propósito; ¡qué dibujo macabro el
pertamiento, descubrimiento ó invención de pe- de Paul Gauguin; dibujo que simboliza á Madama
cados antiguos, completamente olvidados y borra- la Muerte!
dos del haz de la tierra p o r las aguas y los fue- l ' n fantasma espectral, en un fondo obscuro de
gos de los cielos castigadores. tinieblas. Se advierte la anatomía de l a figura;
Exponiendo los títulos de sus obras, puede en- un gran cráneo; el espectro tiene una mano lle-
treverse algo de las infernales pedrerías de la an- vada á la frente, una mano larga, desproporcio-
ticristesa: «Monsieur de la Nouveauté», «La fem- nada, delgada, de esqueleto; se miran claramen-
te los huesos de las mandíbulas; los ojos están
m e du 199o», «Monsieur Venus», «Gueue de poi-
hundidos en las cuencas.
sson», «Histoires bétes», «Nonó», «La virginité de
Diane», «La voise du sang», «A mort», «La Mar- El artista visionario ha evocado las manifesta-
qúese de Sade», «Le tiroir de Mimi-Corail», «Ma- ciones de ciertas pesadillas, en que se contem-
dame Adonis», «LJ homme roux», «La sanglante plan cadáveres ambulantes, que se acercan á la
ironie», «Le Mordu», «L' animale»: parece que se víctima, l a tocan, la estrechan, y en el horrible
sueño, se siente como si se apretase una carne
miraran nudos de brillantes y coloreados áspides,
de cera, y se respirase el conocido y espantoso olor
frutos bellos, rojos y venenosos, confituras enlo- de la cadaverina...
quecedoras, ásperas pimientas, vedados genjibres.
Entrar en detalles no podría, á menos que lo hi- La novela «Monsieur Venus» es un producto in-
ciese en latín, y quizá m e j o r en griego, pues en cúbico. Jacques Silvert es el Sporus de la cruel-
latín habría demasiada transparencia, y los mis- mente apasionada cesarina; un Sporus vulgar de
terios eleusíacos, no eran p o r cierto para ser ex- ojos de cordero, bestia, sonriente, pasivo. Raoule
de Vénerande una especie de mademoiselle Des
puestos á la luz del sol.
Esseints, se enamora de ese primor porcino; se
enamora, aplicando á su manera el soneto de Sha-
kespeare: gún la moda pasada, recortado y cubriendo toda
la frente; la mirada, ¡qué mirada! mirada de ojos
A womans's face, with natures own que dicen todo, y que saben todo; la nariz deli-
hand painted... cada y ligeramente judía; la boca... ¡oh boca com-
pañera de los ojos! y en toda ella el enigma di-
vino y terrible de la m u j e r : «Misterium.» Sobre
Raoule de Vén eran de es de la familia de Nerón,
el pecho blanco, prendido con descuido, hay un
y de aquel legendario y terrible Gilles de Laval, ramillete de botones de rosas blancas.
sire de Rayes, que murió en la hoguera; según él
por causa de Suetonio. En cuanto al emasculado Sé de quien, estando en París, no quiso ser pre-
y detestable Jacques, ridículo Ganimedes de su sentado á Rachilde, por 110 perder una ilusión
amante vampirizada, es un curioso caso de clíni- más. Rachilde es hoy inadame Alfred Vallette; h a
ca, cliente de Krafft-Ebing, de Molle, de Gley. La engordado un poco; 110 es la subyugadora enig-
androginia del florista la explica Aristófanes en mática del retrato de 25 años, aquella adorable
y temible ahijada de Lilith.
el banquete de Platón. Krafft-Ebing le colocaría
entre los casos que llama de «eviratio, ó transmu- Casada con Alfred Vallette es hoy «mujer de
tatio sexus paranoia.» su casa» mas no deja de producir hijos intelec-
El Sar Peladán en su etopea lia abordado temas tuales. Hace novelas, cuentos, críticas.
peligrosos, con su irremediable tendencia á idea- Tiene Rachilde un vivo sentido crítico, descubre
lizar el androginismo. Barbey también penetró en en la obra que analiza, las faces más ocultas, con
algunos obscuros problemas; mas ni el autor de su hábil y rápida perspicacia de mujer. En la
revista que dirige Vallette, suele escribir ella ya
las «Diabólicas», ni el Mago y caballero Rosa Cruz,
un «compte rendu» teatral, ya una vibrante ex-
han logrado como Rachilde poseer el secreto de posición de un libro nuevo; critica con la firme-
la Serpiente. Ella dice á nuestros oídos: za de una ilustración maciza, y con la admirable
visión de su raro talento. Tiene palabras especia-
... des mots si specieux tout bas les que os descubren siempre algo ignorado y «so-
que notre âme depuis ce temps tremble et s'étonne. bre entendidos» de una sutileza y malicia que in-
quietan.
Una mujer, una joven delicada, intelectual, ce-
Es profundamente artista. Oid este grito: «¡Oh,
rebral, os descubre los secretos terribles: he ahí son necesarios, esos, los convencidos de nacimien-
el mayor de los halagos, el más tentador de los to, para que se enmiende ó reviente la Bestia Bur-
llamamientos. Y advertid que penetramos en un guesa, cuya grasa rezumante concluye por untar-
terreno dificilísimo y desconocido, antinatural, pro- nos á todos!
hibido, peligroso.
»Obra de odio y obra de amor deben unirse
Hay un retrato de Rachilde, á los 25 años. De delante del enemigo maldito: la humanidad indi-
perfil; desnudo el cuello, hasta el nacimiento del ferente.»
seno; el cabello enrollado hacia la nuca, como
Veamos algunas de sus ideas, al vuelo. «El ver-
una negra culebra; sobre la frente, recortado, se- so libre,—dice á propósito de un libro de su ami-
- na -
ga María Krysinska,—es un encantador «non sens»,
es un tartamudeo delicioso y barroco que con- ideas se suceden con una asombrosa rapidez sobre
viene maravillosamente á las mujeres poetas, cu- el sombrío horizonte!
ya pereza instintiva es á menudo sinónimo de ge- Así, ¿no tengo razón en llamar á Rachilde ma-
nio. No veo ningún inconveniente en que una mu- dama la Anlicristesa? Ella comprende, ella sabe,
y ella es también un Signo. ¡ Qué página escribiría
jer lleve la versificación hasta su última licencia!
el profético Rloy sobre las anunciaciones del Jui-
En el prólogo de su teatro, hállase esta franca cio!
declaración: «Moi, je ne connais pas mon école,
j e n' ais pas d' esthétique.» ¿Cómo dar una muestra de lo que escribe Ra-
childe, sin grave riesgo?... Felizmente encuentro
Según Charles Froment, en nuestra época no una paginita magistral, inocente y hasta santa, (pie
se tiene en absoluto la noción de lo bello. Rachil- escribió con el título: «Imagen de Piedad.»
de escribe su «Vendeur de Soleil», pieza dramá-
Es la que sigue:
tica que se ha presentado casi en toda Europa con
«Era de aquellos que no conocen ni el reposo,
éxito, para demostrar que los únicos que 110 han ni¿ as fiestas, el pobre buen hombre viejo. Lle-
visto el sol son los románticos. ¿Y si buscando vaba al dueño de su pequeño cortijo, la entrega
bien encontrásemos en la genealogía de Rachilde del mes de agosto: el medio saco de trigo molido,
sangre romántica...? Ella, ciertamente, ha empe- tres pares de pollos, cuyos huesos sobresalían ba-
zado conversando con «Joseph Delorme», y h a jo las plumas erizadas, y un poco de manteca.
bebido en el mismo vaso que Raudelaire, el Rau- Sus hijos, desembarazándose del servicio para ir*á
delaire de las poesías condenadas: «Le Léthe», «Les los oficios, le habían puesto la brida del asno en
métamorphosés du Vampirer», «Lesbos...> y que el puño, del viejo asno casi tan enfermo como él
escribió un día en sus «Fusées»: «Moi, je dis: y; «Hue! Papá! Conduisez droit notre Martin!...»
la volupté unique et suprême de 1' amour git dans En momentos en que él llegaba á la orilla, re-
la certitude de faire le mal. Et 1' homme et la cibió en plena frente como un deslumbramiento,
femme savent, de naissance, que dans le mal se una visión del paraíso, y permaneció allí estúpi-
trouve toute volupté.» damente plantado, en una admiración respetuosa;
En nuestros días, dice Rachilde, hay instigado- el asno, reculó, afirmándose sobre sus jarretes:
res de ideas,—como antes «moneurs de loups»,— era la procesión que se desenvolvía, con sus gran-
pues en nuestra época llamada moderna, mil ve- des muselinas talares, sus banderas llenas de re-
ces más siniestra que la sangrienta Edad Media, flejos, sus cordones floridos, con sus ángeles, ni-
son precisas apariciones mil veces más flagelantes; ños y niñas, «tout en neuf», inflando sus mejillas
y esos «meneurs», conduciendo sus ideas carnice- bajo sus coronas de rosas. Después el sacerdote,
ras á los asesinatos de las viejas teorías, de los vestido de un inmenso manto de oro, levantando
viejos principios, abriendo locamente los ojos del al buen Dios, pálido, á través de una custodia de
espíritu, son también los precursores del Angel! fuego...
¡ Rien locas las gentes que 110 comprenden que los Los jovencitos y las jovencitas se codearon y
tiempos están próximos, porque los azuzadores de querían reventar de risa; ciertamente, no se des-
arreglaría ese bello orden de cosas por un viejo
hombre acompañado de un asno viejo... Y toda cinante de una flecha de sol. Muy chico, antes
la procesión rozó á esos dos seres ridículos, con (¡oh! en la mañana de los tiempos), ha seguido
el extremo de sus suntuosas vestiduras de reina. al sacerdote con vestidos purpúreos, arrojando ho-
El viejo tuvo conciencia de su indignidad, se jas de rosa entre los humos del incienso, y había
puso de rodillas, se quitó su gran sombrero. El tenido gozos de orgullo; más grande, se había co-
asno bajó las orejas lamentablemente, sus orejas locado tras las mozas risueñas, intentando en veces
demasiado largas, roídas de úlceras y cubiertas distraerlas de su rosario; había tenido las mismas
de moscas. De la a l f o r j a de la izquierda, las ca- altiveces inexplicables, los mismos fuertes latidos
bezas asustadas de los volátiles, salieron abrien- de corazón, confundiendo el brillo de las piedras
do el pico, tendiendo la lengua puntiaguda, muer- preciosas, de las casullas, con la dulce cintilación
tos de sed, pues hacía un calor espantable, un pleno de los ojos de «Marión», su prometida... y después,
sol que devoraba el piadoso grupo con sus dien- no se acordaba mucho, los años corrían todos igua-
tes de brasa. El campesino se apoyaba en el ani- les, como las tocas blancas, como las alas pal-
mal y el animal en el campesino, sudando uno y pitantes de todas esas cabezas de mujeres piado-
otro, los flancos palpitantes, 110 osando ni uno sas, perdiéndose sobre las azules lejanías del cie-
ni otro, mirar esas magnificencias que caían del lo... No se acordaba más; seguía sin embargo, siem-
cielo con llamas. La procesión, con su paso lento, pre el último, el menos digno, tirando de su asno
ceremonioso, de gran dama, se acercaba al pró- con mano obstinada, olvidando hasta el objeto de
ximo altar de Corpus; eso no concima; siempre su viaje. Y «Martin» dócilmente, ritmaba su mar-
filas nuevas de m u j e r e s endomingadas, nuevas fi- cha con el coro del cántico; los pollos, fuera de
la alforja inclinaban la cresta, con aire de resig-
las de los señores notables; 110 volvería el viejo
narse, pues que se iba al paso...
de su asombro de haber visto una tan enorme mu-
chedumbre de cristianos bien puestos. En fin, lle- Había quienes se volvían á menudo entre la fila
gó el momento en que pasaron los cojos, los en- de fieles escandalizados. Se le enviaban mucha-
fermos, las madres llevando los niños de pecho, chos para decirle que se volviese... ó que dejase
los mal vestidos, la vergüenza de la parroquia: su asno. ¡Qué cola de procesión, la de Martín!
«Menoux», el de las muletas, que tomaba rapé cada Circulaban risas de muchachas, con susurros de
diez pasos: Ragotte, la bociosa, que tenía la manía abejones; y solamente, el señor cura, 110 quería
de plantar su enfermedad sobre un vestido de darse cuenta de nada, aparentando no entender
cachemir verde. lo que venía á m u r m u r a r l e su sacristán al pre-
Entonces, nuestro viejo se levantó, vacilante so- sentarle el incensario.
bre sus piernas adoloridas, conmovido; levantó al La procesión después de las paradas de uso, se
asno por la rienda, siguió... No sabía ya lo que entró bajo el pórtico de la iglesia. El viejo se
hacía, pero se sentía á su vez tirado como su encontró solo, en medio de una playa desierta.
asno, por una cuerda invisible, un hilo de oro sa- Entrar con «Martín» no era casi posible. Aban-
lido de los rayos de la custodia, que corría á lo donar á «Martín», los pollos, la manteca, la mon-
largo de las guirnaldas de flores y llegaba á su tura. ni pensarlo quería. Y no tendría él su par-
frente de viejo encaprichado, bajo' la forma lan- to de la gran bendición, de aquella que inclinada
a los fieles, cargados de pecados, sobre las bal-
dosas, como las espigas maduras bajo el vence-
dor relámpago de la hoz... Lanzando un profun-
do suspiro, el pobre viejo se signó, descubierta
su frente, una última vez, ante la ojiva sombría
del pórtico. Mas he aquí que, bruscamente, brota
de esa obscuridad temible una extraordinaria apa-
rición: del fondo de la iglesia, el cura le llevaba
la custodia; sí, el cura asombrando á sus feligre-
ses endomingados, el cura con su casulla lumi-
Ccorgc ti'SsparbIs
nosa, aureolado de estrellas, de cirios, nimbado
de las nubes del incienso... y el sacerdote, con
una mirada de extraña dulzura, pronuncia las pa-
labras sagradas, mientras que resplandece, más
fulgurante aun, la custodia de allá arriba, el sol,
sobre el humilde viejo que lloraba de alegría, so- Como el hecho 110 demuestra sino la oportunidad
bre el triste «Martín» cuyas orejas ulceradas, pen- de una ocurrencia de poeta, que en todo caso no
dían, ¡ay, tan lastimosamente...!» merece sino aplausos, y como m e fué narrado
delante de Jean Carrere, que aprobaba con su son-
risa, no creo ser indiscreto al comenzar estas lí-
Esa página de Rachilde da á conocer el fondo de • neas contando la historia de un telegrama de Ate-
amor y de dulzura q u e hay en el corazón de la nas, leído en el reciente banquete de Víctor Hugo
terrible Decadente. Rachilde, la Perversa, habría y firmado George D' Esparbés, telegrama que re-
sido disputada entre Dios y el diablo, según Luis produjo toda la prensa de París.
Dumur. ¿Qué casuista, qué teólogo podría demos- Jean Carrere, en unión de otros jóvenes brillantes
trarme la victoria de Satanás en este caso? Ra- y entusiastas, literatos, poetas, quisieron manifes-
childe se salvaría, siquiera fuese por la intercesión tar que no era cierta la fea calumnia levantada
del viejo campesino y por la apoteosis de «Mar-
contra la juventud literaria dé Francia, que ha
tin», el cual también rogaría por ella... ¿No se sal-
vó el Sultán del poema de Hugo, por la súplica sido tachada de irrespetuosa para con Víctor Hugo.
del cerdo? P a r a ello, y con motivo de la nueva publicación
de «Toute la" Lyre», organizaron un banquete que
tuvo la correspondiente resonancia; un banque-
te que pudiérase llamar de desagravio.
Fueron ágapes á que asistió gran parte del Pa-
rís literario—viejos románticos, parnasianos y es-
cuelas nuevas, y de las que brotó, maldita flor
de discordia,—á pistola, treinta pasos, sin resul-
tado,—un duelo entre Catulle Mendés y Jules Rois,
a los fieles, cargados de pecados, sobre las bal-
dosas, como las espigas maduras bajo el vence-
dor relámpago de la hoz... Lanzando un profun-
do suspiro, el pobre viejo se signó, descubierta
su frente, una última vez, ante la ojiva sombría
del pórtico. Mas lie aquí que, bruscamente, brota
de esa obscuridad temible una extraordinaria apa-
rición: del fondo de la iglesia, el cura le llevaba
la custodia; sí, el cura asombrando á sus feligre-
ses endomingados, el cura con su casulla lumi-
Ccorgc ti'SsparbIs
nosa, aureolado de estrellas, de cirios, nimbado
de las nubes del incienso... y el sacerdote, con
una mirada de extraña dulzura, pronuncia las pa-
labras sagradas, mientras que resplandece, más
fulgurante aun, la custodia de allá arriba, el sol,
sobre el humilde viejo que lloraba de alegría, so- Como «1 hecho 110 demuestra sino la oportunidad
bre el triste «Martín» cuyas orejas ulceradas, pen- de una ocurrencia de poeta, que en todo caso no
dían, ¡ay, tan lastimosamente...!» merece sino aplausos, y como m e fué narrado
delante de Jean Carrere, que aprobaba con su son-
risa, no creo ser indiscreto al comenzar estas lí-
Esa página de Racliilde da á conocer el fondo de • neas contando la historia de un telegrama de Ate-
amor y de dulzura q u e hay en el corazón de la nas, leído en el reciente banquete de Víctor Hugo
terrible Decadente. Rachilde, la Perversa, habría y firmado George D' Esparbés, telegrama que re-
sido disputada entre Dios y el diablo, según Luis produjo toda la prensa de París.
Dumur. ¿Qué casuista, qué teólogo podría demos- Jean Carrere, en unión de otros jóvenes brillantes
trarme la victoria de Satanás en este caso? Ra- y entusiastas, literatos, poetas, quisieron manifes-
childe se salvaría, siquiera fuese por la intercesión tar que no era cierta la fea calumnia levantada
del viejo campesino y por la apoteosis de «Mar- contra la juventud literaria dé Francia, que ha
tin», el cual también rogaría por ella... ¿No se sal- sido tachada de irrespetuosa para con Víctor Hugo.
vó el Sultán del poema de Hugo, por la súplica
del cerdo? P a r a ello, y con motivo de la nueva publicación
de «Toute la" Lyre», organizaron un banquete que
tuvo la correspondiente resonancia; un banque-
te que pudiérase llamar de desagravio.
Fueron ágapes á que asistió gran parte del Pa-
rís literario—viejos románticos, parnasianos y es-
cuelas nuevas, y de las que brotó, maldita flor
de discordia,—á pistola, treinta pasos, sin resul-
tado,—un duelo entre Catulle Mendés y Jules Bois,
quienes 110 hace mucho tiempo eran excelentes animado por su llama propia, en que el lirismo y
amigos. Fué la fiesta una deuda pagada, una cere- la más llana realidad se confunden.
monia cumplida con el dios, y la cual, con gran No hace falta el verso, pues en esta prosa mar-
pompa, y por contribución internacional, debería cial cada frase es un toque de música guerrera,
realizarse anualmente. E s t a es una idea poético- las palabras suenan sus fanfarrias de clarines, ha-
gastronómica que dejo á la disposición de los hu- cen rodar en el ambiente sus redobles de tambo-
gólatras. res, son á veces u n cántico, un trueno, un ¡ay! un
E n la mesa, cuando el espíritu lírico y el cham- omnisonante clamor de victoria.
paña hacían sentir en el ambiente un perfume de También el final es triste, al doble sonoro y do-
real mirra y de glorioso incienso, en medio de loroso de las campanas que tocan por la caída del
los vibrantes y ardientes discursos en honor de imperio. Napoleón 110 aparece aumentado, no es
aquél que ya no está, corporalmente, entre los un Napoleón mítico y de fantasía; antes bien al-
poetas, después de los brindis de los maestros, gunas veccs como que el poeta se complace en
y de los versos leídos p o r Carrere y Mendés, se achicar más su tan conocida pequeña estatura.
pronunció por allí el n o m b r e de George D" Espar- Pensaríase en ocasiones un joven Aquiles co-
bés. D' Esparbés no estaba en el banquete, él, que mandando n n ejército de cíclopes, guiando á la
ama la gloria del Padre, y que como él ha canta- campaña batallones de gigantes. Porque si emplea
do, en una prosa llena de soberbia y de harmonía, el lente épico D' Esparbés, es cuando pinta las
los hechos del «cabito», la epopeya de Napoleón. luchas, el decorado, el campamento, los soldados
Jean Carrere, el soberbio rimador, se levanta y imperiales. Los soldados crecen á nuestra vista,
ausenta por unos segundos. Luego, vuelve triun- aparecen enormes, sobrehumanos, como si fuesen
fante, mostrando en sus manos un despacho tele- engendrados en mujeres por arcángeles ó por de-
gráfico que acababa de recibir, un despacho fir- monios. Sus talantes se destacan orgullosa y he-
mado D' Esparbés. roicamente. Tienen formas homéricas, son verda-
deros androleones; llega á creerse que al caer uno
¿Pero dónde está ahora él? Nadie lo sabe. Está
de ellos herido, debe temblar alrededor la tierra,
en Atenas, dice Carrere. Y lee el telegrama, una
como en los hexámetros de la Iliada.
corona de flores griegas que desde el Acrópolis
Tal húsar es inmenso; tal granadero podría lla-
envía el fervoroso escritor á la mesa en que se
marse Arnico ó Polifemo, üil escuadrón de caba-
celebra el triunfo eterno de Hugo. Pocas pala-
llería podría entrar en el versículo de un profeta,
. bras, que son acogidas con una explosión de pal-
terrible y devastador como u n a «carga» de Isaías.
mas y vivas. Nadie estaba en el secreto. Cuando
Y en todo esto una sencillez serena y dominadora.
aparezca D' Esparbés no hay d u d a de que «reco-
Podría intercalarse en este libro, sin que se no-
nocerá» su telegrama.
tase diferencia en tono y fuerza, el episodio de
Y ahora hablemos de esa portentosa «Leyenda Hugo en que vemos á Marius asomarse á la ven-
del Aguila» napoleónica. tana y lanzar un ¡viva el emperador! al viento y
La «Leyenda del Aguila* es un poema, con la á la noche.
advertencia de que D' Esparbés canta en cuentos. JJ Esparbés ha elegido para su obra el cuento.
La epopeya es toda una, mas cada cuento está
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este género delicado y peligroso, que en los últi- lógica militar es que sus tres cabalgaduras, tam-
mos tiempos ha tomado todos los rumbos y todos bién hambrientas, entren á comer en los mismos
los vuelos. La prosa, animada hoy por los presti- platos de ellos, espantando á la criada, y hacien-
gios de un arte deslumbrador y exquisito, jun- do que el sacerdote medite, y vea el alma de esos
tando los secretos, las bizarrías artísticas de los hombres; y no se extrañe. Es uno de los mejores
maestros antiguos ó los virtuosísimos modernos, cuentos del poema. No resisto á citar una frase.
es para él un rico material con que pinta, esculpe, Los soldados comen como desesperados de ape-
suena y maravilla. Bataliista de primer orden, con- tito. El cura les contempla, meditabundo y sacer-
ciso, nervioso y sugestivo, supera en impresiones dotal. De cuando en cuando les hace preguntas,
y sensaciones de guerra á Stendahl y á Tolstoi, l i a tiempo que están en armas. Desde jóvenes han
y si existe actualmente quien puede igualarle— oído las trompetas de las campañas. No saben
alguno diría superarle—en campo semejante, es de nada más. Y sobre todo, Napoleón se alza de-
un escritor de España, Pérez Galdós, el Pérez Cal- lante de ellos semejante á una inmortal divinidad.
dos de los «Episodios Nacionales.» El cura dice á uno:
Desde que comienza el poema, con el cuento de «—Y vos, hijo mío, ¿.creéis en Dios padre todo-
tr|¡( los tres soldados; tres húsares altos como enci- poderoso ?»
nas, viene un potente soplo que posee, que arre- El soldado no comprende bien. Piensa: «Dios
bata la atención. Estamos enfrente de tres máquinas padre... Dios hijo... Dios...»
de carne de cañón, tres soldados, rudos y muscu- «—¡Y bien!—grita de repente:
losos como búfalos, tres grandes animales crina- «—¡Todo eso!... ¡eso es la familia del Empera-
dos del rebaño de leones del pastor Bonaparte. dor!»
Porque es de ver cómo esos sangrientos luchado- Después surge á nuestra vista un colosal tam-
res, esos fieros hombres del invencible ejército, bor mayor del ejército de Italia, alto como una to-
hablan del «emperadorcito», del pequeño y real r r e y tierno como un saco de pan.» Su nombre es
ídolo, como de un divino pastor, como de un Da- u n verdadero nombre de gigante, más hermoso y
vid. Así cuando se pronuncia su nombre, las fau- tremendo que el de Cristóbal ó el de Fierabrás, ó
ces bárbaras, los fulminantes ojazos, se suavizan el de Goliat; se llama Rougeot de Salandrouse.
con una dulce y cariñosa humedad. Son tres sol- Un gallardo bruto, que cuando reía, «il montrait
dados que después de la jornada de Jena, tienen, comine les bétes u n e épaisse gueule de chair rouge
lo que es muy natural en un soldado después de qui semblait saigner.»
una batalla, tienen hambre. Este bello monstruo que gustaba de las viejas
Ingenuamente y «necesariamente» feroces, esos historias de guerra y de las sublimes mitologías,
tres hombres degüellan á uno del enemigo, con amaba sobre todo la harmonía musical, las cor-
la mayor tranquilidad, pero sufren y se inquie- netas, los parches del combate. Bonaparte le nom-
tan cuando sus caballos no comen. bró subteniente, teniente y capitán; después de lo
Por eso cuando hallan un cura que les hospeda, do Areola, después de lo de Mantua, después de
en Saalfeld, del lado de Erfurth, y les da buena lo de Trebia. Pero el hijo de Apolo cifraba su am-
vianda y buen pan. lo que está conforme con la bición en las pompas radiantes, en los compases,
en el bastón que guiaba á los tambores: quería
ser tambor mayor. Lo fué después de mucho pe- sia; ó el águila del Imperio que sale, apretando
dirlo al emperador; y el titánico testarudo salu- el rayo con las garras, del vientre del caballo
dó con su admirable uniforme y sus vanidosos muerto; ó esta orden trágica, casi macabra, dada
en lo más duro de la batalla: «En avant, les cada-
gestos, el triunfal sol de Austcrlitz. Le vió Lannes
vres!... ó el capellán que parafrasea la Biblia al
desde su caballo, le vió Soult, le vió Bernadotte, ruido de las descargas; ó ese cuadro cuya senci-
le vió el insigne caballero Murat: y junto con Ber- lla magnificencia impone, asombra y encanta, cuan-
thier y Janot, le vió, sonriendo, el «petit caporal», do el Cabito tiene frío, y va* á la tienda de la guar-
príncipe y dueño del Aguila. Y cuando llega la dia inmortal, y duerme y se le hace lumbre con
áspera brega, en medio de los choques, de la con- millones de oro, con Murillos, con Goyas, con por-
fusión sangrienta y de la muerte, la figura de Sa- tentos de Velázquez, con encajes de marquesas y
landrouse, guiando sus tambores, adquiere pro- abanicos de manólas; ó el león de vida de gato
porciones legendarias. que creía ser inmortal si no se le mataba con su
Herido, soberbio, incomparable, hace que los par- sable; ó el abandono de los caballos, alas de los
M
. i» ches no cesen de tocar un son de victoria; y hay caballeros; ó el oficial que condecora y el empe-
que ir á arrancarle de su puesto, donde se yergue, rador que aprueba; ó el fantasma del «shakó» que
maravilloso como un dios, al canto ronco y sor- se alza para responder con bizarría y cae en la
do de los pellejos cribados. muerte; ó Duelos con sus charreteras, que conde-
El desdén de la muerte, el respeto de la consig- cora llorando á un viejo luchador, y cuando el em-
na, el amor á la vida militar y sobre todo, la ado- perador le pregunta: «Duelos, ¿conoces á ese hom-
ración por el que ellos miran como favorecido de bre?» le contesta: «¡Señor, es mi padre!» ó el águi-
la omnipotencia divina;—conquistador victorioso, la, el águila viva, que vuela y grita sobre el pabe-
señor del mundo, Napoleón,—forman el alma de llón que marcha al Austria; ó el fúnebre clamor
estos épicos relatos. del abismo; ó, en fin, los cañones que doblan cuan-
do ya el Grande ha caído, ¡ lúgubres y fatales cam-
Ya es el conde subteniente que sufre sin gemir,
panas del Imperio!
y muere oyendo leer, cual si fuese un santo bre-
viario, un libro de oro de la nobleza heroica; ¡Libro magistral; poema ardiente y magnífico!
ya es el grupo de bravos rústicos que no sabían La m u j e r no aparece sino raras veces, y en los
cargar los fusiles en medio de la más horrible recuerdos de los héroes: las madres, las abuelas
carnicería, y que luego fueron condecorados, ya llenas de canas, alguna esposa que está allá lejos!
son los rudos gascones que luchan como tigres Donde brota un grupo de ellas, como un coro de
y gritan como diablos; ya es la marcha que bale Esquilo, terribles, suplicantes, gemidoras como
un tamborcito casi femenil, para que desfilen ante mártires, coléricas como gorgonas, es en el capí-
los ojos aquilinos de Bonaparte ciento veinticinco tulo, en el cuento de las crines. A un gran número
hombres, resto de los treinta y ocho mil de Elkin- de las hijas de España, en su pueblo invadido, un
gen; ó la visión de los cascos coronados por pe- coronel fantasista, jovial y plúmbeo, hace cortar
nachos de cabellos de mujeres españolas; ó «Le las cabelleras para adornar los cascos de sus dra-
kenneck», valiente y fiel, delante del rey de Pru-
Los raros—9
gones. Y como una mujer, aullante de dolor como
Hécuba, se presenta con sus espesos cabellos ya
canosos, el coronel se los hace también cortar y
los pone sobre su cabeza marcial, donde los hará
agitarse el huracán de la guerra. Y otra m u j e r bri-
lla como una estrella de virtud y de grandeza, di-
vina suicida, augusta delante de la muerte. Sucum-
be con su niño en el m á s sublime de los sacrifi-
cios; pero también quedan emponzoñados, rígi-
dos y sin vida, en la casita pobre, ocho cosacos
Augusto de Armas
como ocho bestias fieras.
¿Qué otra figura femenil? Hay una, envuelta en
el misterio. Ella, la vaga, la anunciadora de las
desgracias, la que se pasea silenciosa por los vi-
vacs, haciendo malos signos; ella, solitaria como
la Tristeza, y triste como la Muerte. ¿Qué otra Hace algunos años un joven delicado, soñador,
más? La Victoria, de real y soberano perfil, de nervioso, que llevaba en su alma la irremediable
cuello robusto y erectas m a m a s ; creatriz de los y divina enfermedad de la poesía, llegó á París,
lauros y de los himnos. como quien llega á un Oriente encantado. Deja-
ba su tierra de Cuba en donde había nacido de
familia hidalga. Tenia por París esa pasión nos-
Este libro es una obra de bien. El es fruto de tálgica que tantos hemos sentido, en todos los cua-
un espíritu sano, de un poeta sanguíneo y fuerte; tro puntos del mundo; esa pasión que hizo dejar
y Francia, la adorada Francia, que ve brotar de á Heine su Alemania, á Moreas su Grecia, á Paro-
su suelo,—por causa de una decadencia tan lamen- di su Italia, á Stuart Merrill su Nueva York. Hijo
table como cierta, falta de fe y de entusiasmo, fal- espiritual de Francia y desde sus primeros años
la de ideales;—que ve b r o t a r tantas plantas en- dedicado al estudio de la lengua francesa, si llegó
fermas, tanta adelfa, tanto cáñamo indiano, tan- á escribir preciosos versos españoles, donde de-
ta adormidera, necesita de estos laureles verdes, bía encontrar la expresión de su exquisito talento
de estas erguidas palmas. Libros como el de D' Es- de artista, de su lirismo aristocrático y noble, fué
parbés recuerdan á los olvidadizos, á los flojos y en el teclado polífono y prestigioso de Banville.
á los epicúreos el camino de las altas empresas, ¡Banville! Pocos días antes de morir aquel maes-
la calle enguirnaldada de los triunfos. tro maravilloso y encantador, recibió un libro de
Y puesto que de Vogiíe ha visto el feliz anuncio versos en cuya portada se leía: Augusto de Armas
de un vuelo de cigüeñas, alce los ojos Francia y —Rimes Byzantines.» Leyó las rimas cinceladas
mire si ya también vuelve, sonora, lírica, inmensa, de Armas y entonces le escribió una carta llena de
el Aguila antigua de las garras de bronce! aliento y entusiasmo.
Theodore de Banville había escrito, á propósi-
to de Wagner, estas palabras: «Le vrai, le seul, duría, según se dice en España, dudo que se aco-
1" irremisible défaut de son armure c' est qu' il à modase á las exigencias de las musas de Galia;
fait des vers français. L' homme de génie, qui doit Longfellow dejó muy medianejos ensayos, como
tout savoir, doit savoir entre autres choses, que su juguete «Chez Agassiz», Swinburne, que como
nul étranger ne f e r a jamais un vers français qui Menendez Pelayo versifica admirablemente en len-
ait le sens c o m m u n . On t' en fricasse des filles guas sabias, en sus versos franceses va como es-
comme nous ! voilà ce que dit la Muse française á trechado y sin la libertad y potencia de sus poesías
quiconque n' est p a s de ce pays ci, et lorsqu' elle en su lengua nativa. Lo mismo Dante Gabriel Ros-
disait cela en se m e t t a n t les poings sur les hanches, setti.
Henri Heine, qui était un malin, 1' a bien enten- Heine lo que escribió en francés fué prosa; lo
du.» Ciertamente, le escribió el gran poeta á Au- propio Tourgueneff. Los casos que pueden citar-
gusto de A r m a s — h e dicho eso; pero huélgome de se, semejantes al de Augusto de Armas, son el
confesar que vos sois la excepción de lo que afirmé. de su paisano José María de Ileredia, que se ha
Basta leer una sola de las poesías del refinado colocado orgullo sámente entre el esplendor de sus
bizantino de Cuba, p a r a reconocer que fué con trofeos; el de Alejandro Parodi, que ha logrado
justicia armado caballero de la musa francesa al hasta el laurel de las victorias teatrales; el de
golpe de la espada de oro de Banville. ¿Quién ha Jean Moreas, gran maestro de poesía; el de Stuart
cantado en más ricos hemistiquios el oleaje sono- Merrill, que sólo puede ser yankee porque como
ro de los alejandrinos? Como Carducci que lleno Poe nació en ese país que Peladan tiene razón en
del fuego de su estro entona su cántico «¡Ave ó llamar de Calibanes; el de Eduardo Cornelio Price,
Rima... !» como Sainte Beuve que á manera de Ron- distinguido antillano, el de García Mansilla, poe-
sard celebra ese m i s m o encanto musical de la con- ta y diplomático argentino que escribe envuelto
en el perfume del jardín de Coppée. Pero José Ma-
sonancia, Augusto de Armas, con el más elevado
ría de Heredia llegó á París muy joven, y apenas
deleite, alaba la f o r m a del verso francés en que si tiene de americano el color y ía vida que en sus
se han escrito tantas obras maestras y tantos te- sonetos surgen, de nuestros ponientes sangrien-
soros literarios; alaba el instrumento que ha he- tos, nuestras fuertes savias y nuestros calores tó-
cho resonar desde el «Poema de Alejandro» hasta rridos. Heredia se ha educado en Francia; su lengua
las colosales h a r m o n í a s de «La Leyenda de los es la francesa más que la castellana. Parodi, por
siglos.» una prodigiosa asimilación, pertenece al Parnaso
Su libro es labrado cofrecillo bizantino, lleno francés; Moreas llegó de Atenas, histórica herma-
de joyas. Su verso es flor de Francia; su espíritu na de París; Stuart Merrill, como Poe, brota de
era completamente galo. Ha sido uno de los pocos una tierra férrea, en un medio de materialidad y
extranjeros que h a y a n podido sembrar sus rosas de cifra, y es un verdadero mirlo blanco; for-
en suelo francés, b a j o el inmensfo roble de Víctor mando Poe, el pintor misterioso, y él, la trinidad
Hugo. El abate Marchena no sé que haya hecho azul de la nación del honorable presidente Was-
en francés nada como su curiosidad latina del hington Price, no pasa de lo mediano; y García
falso Petronio; Menendez Pelayo, pasmo de sabi-
- 134 - » — 135 -
Mansilla, me figuro, que á pesar de sus preciosas generosos y llevaron á la cama del hospital en que
producciones, y con todo y creerle dominador de sufría el pálido bizantino de larga cabellera, el
la rima francesa y poeta y refinado artista, me consuelo material y la eficaz ayuda. Entre estos
figuro, digo, que debe de ser un cultivador elegan- diré dos nombres para que ellos sean estimados
te de la poesía, un trovero gran señor que ritma por la juventud de América: es el mío Domingo Es-
y rima para solaz de los salones, versos que deben trada, el brillante traductor de Poe. y el otro M. Au-
ser impresos en ediciones ricas, y celebrados por relio Soto, expresidente de la república de Hon-
lindas bocas en las bellas veladas de la diplomacia. duras.
Augusto de Armas representaba una de las gran-
des manifestaciones de la unidad y de la fuerza del
alma latina, cuyo centro y foco es hoy la lumino-
sa Francia. El, que había nacido animado por la
fiebre santa del arte, llevó al suelo francés la re-
presentación de nuestras energías espirituales, y
Banville pudo reconocer que el laurel francés, hon-
ra y gloria de nuestra gran raza, podía tener quien
regase su tronco con agua de fuente americana,
y que un americano de sangre latina podía ceñirse
una corona hecha de r a m a s cortadas en el divino
bosque de Ronsard.
¿Pero el soñador no sabía acaso que París que
es la cumbre, y el canto, y el lauro, y el triunfo
de la aurora, es también el maelstrom y la ge-
henna? ¿No sabía que semejante á la reina ar-
diente y cruel de la historia, da á gozar de su be-
lleza á sus amantes y en seguida los hace arrojar
en la sombra y en la muerte? ¡Pobre Augusto de
Armas! Delicado como u n a mujer, sensitivo, iluso,
vivía la vida parisiense de la lucha diaria, viendo
á cada paso el m i r a j e de la victoria y no abando-
nado nunca de la bondadosa esperanza. Entre los
grandes maestros, encontró consejos, cariño, amis-
tad. Dios pague á Sully Prudhomme, al venerable
Leconte de Lisie, á Mendés y á José María de
Heredia, los momentos dichosos que podían dar
al joven americano, alimentando su sueño, su no-
ble ilusión de poeta. Y también á los que fueron
üaurctit Tailhadc

Rarísimo. Es, ni más ni menos, mi poeta. Estas


palabras que se han dicho respecto á él 110 pue-
den ser más exactas: «Es un supremo refinado que
se entretiene con la vida como con un espectácu-
lo eternamente imprevisto., sin más amor que el
de la belleza, sin más odio que á lo vulgar y lo
mediocre.»
Como poeta, como escritor, no h a tenido la noto-
riedad que sólo dan los éxitos de librería, los cua-
les desprecia el olímpico Jean Moreas, supongo que,
fuera de la razón lírica, porque recibe una buena
pensión de su familia de Atenas. Como hombre,
raro es el que no conozca á Tailhade en el «quar-
tier.»
Y á propósito, ¿recuerdan los lectores lo que
aconteció á este otro poeta cuando el alboroto
de los estudiantes, años há? No le dieron sus ver-
sos, por cierto, la fama que los garrotazos y he-
ridas que recibió. Poco más ó menos sucede ahora
con Laurent Tailhade. Sus libros que antes sola-
mente circulaban entre un público escogido y en
ediciones de subscripción, es probable que tengan
hoy siquiera sea una pasajera boga; aunque su
refinamiento y su aristocracia artística no serán «Vitraux» es la primera parte de «Sur Champ
ni podrían ser para el gran público de los indu- D' Or.» La carátula está impresa á tres tintas,
dablemente ilustres Tales y Cuales. El cómo ve rojo, violeta y negroi, sobre un papel apergaminado.
la vida Laurent Tailhade lo explica mi carica- Y la dedicatoria que escribió ese admirador de
turista de esta manera: El poeta, vestido á la griega, Vaillant es la siguiente:
toca la lira admirando 1111 hermoso caballo salvaje.
Poseído del «deus», no advierte el peligro. Resul- A M adame
tando: Orfeo recibe un par de coces que le echan La Comtesse Diane de Beausaq
fuera de la boca toda la dentadura. L. T.
Y Castelar á su vez, hablando de la explosión
que tan maltrecho dejó al lírico: «Hallábase allí Laurent Tailhade dedica á esa dama aristocrática
entre tantos adoradores de la belleza divorciada sus versos, porque debe de ser bella, tiene un lin-
del bien, un escritor anarquista, el amado Tailha- do nombre y el blasón es siempre bello. Y pro-
de, quien dijo que importaba poco el crimen co- nunció la «boutade» sobre Vaillant porque, como
metido por Vaillant, ante la hermosura de su ac- Castelar, se imaginó que el dinamitero había lan-
titud y de su gesto al despedir la bomba, sólo com- zado la bomba con un bello gesto. En cuanto á
parables, añado yo, al gesto y actitud de Nerón, Nerón, era sencillamente otro poeta, muy inferior
cuando vestido de Apolo y llevando en las manos por cierto al raro de quien hoy escribo. Porque, no,
áurea cítara tañida por sus delicados dedos, cele- no haría ni con todas las lecciones de cien Séne-
braba el incendio de la sacra Ilion entre las lla- cas, el imperial rimador, versos á sus dioses, como
mas que consumían la Ciudad Eterna. Pues bien, estos burilados, miniados adorables versos que Tai-
el apologista de Vaillant y su crimen estaba en lhade ha escrito «Sur Champ D' Or» en homenaje
el comedor cuando estalló la nueva bomba ; y efec- á la religión católica... y á la m u j e r amada. Es
to del estallido, cayó casi deshecho en tierra, per- Tin homenaje sacrilegamente artístico, si queréis;
diendo un ojo arrancado á su rostro por los vi- son joyas profanas adornadas con los diamantes
drios ardientes. Al sentirse así, no dijo nada el de las custodias, labradas en el oro de los altares
cuitadísimo de gestos y actitudes, llevóse la mano y de los cálices. Cierto que en los tercetos á Nues-
á la herida y gritó: «¡Al asesino!» Hay providen- tra Señora, no se muestra el resplandor sagrado
cia.» de la fe; que vemos en la liturgia de Verlaine;
son obras inspiradas en la belleza del culto cris-
¡El «amado Tailhade», anarquista! tiano, del ritual católico.
El gusta de los buenos olores y de las cosas be-
llas y poéticas. No quiso ir al último banquete de Pero después de «Pauvre Lelian», que con Te pura
la Pluma, porque «olía á remedios.» ¿Será anar- y profunda y arte de insigne maestro, ha escrito
quista el que sabe como todos que, no digamos el prodigios de rimado amor místico, nadie ha igua-
anarquismo sino la misma democracia, huele mal? lado siquiera al Laurent Tailhade de los «Vitraux»,
Tengo á la rista sus «Vitraux.» Mi n ú m e r o es el en ninguna lengua, por l a gracia primitiva, el sa-
226 del tiraje único de quinientos ejemplares que grado vocabulario y el sentimiento de las hermo-
sobre rico papel de Holanda hizo el editor Vanier. suras y magnificencias del catolicismo. Es aquí
"ITT
— 140 —

demasiado profano, es cierto, v vierte en el agua «Emperière au bleu pennon,


bendita un frasco de opoponax... ¿Le perdonaremos Sur le sistre et le tympanon,
en gracia al «bello gesto?» Para escribir estos poe- Les cieux exaltent ton renom.
mas h a debido recorrer los viejos himnarios, las
prosas, los antiguos cantos de la iglesia; las se- ¡Toi de Jessé royal provin,
quencias de Notker, las de Ilildegarda, las de Go- Pain mistique, pain sans levain,
deschalk, y las poesías de aquel divino Hermanus Font scellé de 1 'Amour divin!
il Contractus que nos dejó la perla de la Salve Re-
¡i gina. ¡Toison dé Gédéon! ¡Cristal
Laurent Tailhade es buen latinista, y lia versi- Dont le soleil oriental
ficado imitando á Adam de Saint-Víctor. N' adombre pas le feu natal!...
Ejemplo :
La letanía continua magnífica y preciosamente
iSalve vincla! ¡fulge lémur! encadenada. Delicado, perfumado con mirra celes-
¡»¡¡i Amor nunc foveamur: te, su «Hortus Conclusus» resuena con el eco de
"»É Per te, virgo, virginemur. un himno en la fiesta de la purificación:
n. i.iii|j
fililí
Quia obsequentes oferunt
Sus »Vitraux» son comparables á los de las an- Ligustra et alba lilia.
tiguas catedrales. En ellos la Virgen conversa inge- Candor sed horum vincitur
nuamente con el encantador serafín: Candore casti pectoris.

Les calcédoines, les rubis Siempre la Reina Virgen, la < Mére Marie» de Ver-
Passementent ses longs habits
laine—¡y de todos los que sufren!—aparece ra-
De moire antique et de tabis.
diante, vestida de sol, la Hija del Príncipe que
cantó el Profeta. Todos los bálsamos de conso-
Ses cheveux souples d'ambre vert lación brotan de ella: todos los perfumes: el del
Glissent comme un rayon d'hiver olibán, el del cinamomo, el del nardo de la Espo-
Sur sa cotte de menu-vair. sa del Cantar de los Cantares.
Un soneto litúrgico hay, que no puedo menos
¡Oh! ¡ses doigts frêles et le pur que reproducir. P a r a él no habría traducción po-
Mystère de ses yeux d'azur sible en verso castellano.
Eblouis du pardon futur! Es este:

Tremblante elle reçoit l ' A v e . Dans le minbe ajouré des vierges byzantines.
Par qui le front sera lavé Sous P auréole et la chasuble de drap d ' o r
De 1' antique Adam réprouvé. Où a' irisent les clairs saphirs du Labrador,
Je veux emprisonner vos grâces enfantines.
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1 Vases myrrhins! ¡trépieds de Cumes ou d'Endor! á Rabelais en sus escasamente conocidas «Lettres
¡Maître-autel qu' ont fleuri les roses de matines! de mon Ermitage.» Después, su risa hiriente y
Coupe lustrale des ivresses libertines, sonora se ha derramado en una profusión de bala-
Vos yeux sont un ciel calme ou le désir s' endort. das que le han acarreado uu sinnúmero de enemi-
gos. En este terreno es una especie de León Bloy
¡Des lis! ¡des lis! ¡des lis! Oh pâleurs inhumaines! rimador y jovial. Quisiera citar algún fragmento
¡Lin des etoles, chœur des froids catéchumènes! de las cartas ó de las baladas; ¿pero cómo serán
¡Inviolable hostie oferte á nos espoirs! ellas cuando en las revistas que se han publicado
se ven llenas de lagunas y de puntos suspensivos?
Mon amour devant soi se prosterne et l'admire, Con u n tono antiguo y bufonesco, burla á sus con-
Et s' exhale, avec la vapeur des encensoirs, temporáneos, empleando en sus estrofas las pala-
Dans un parfum de nard, de cinname et de myrrhe. bras más brutales, obscenas ó escatológicas. Sus
baladas son el polo opuesto de sus «Yitraux.» Esas
baladas se conocieron en las noches literarias de la
Imagináos u n enamorado que fuese á las santas
«Plume» ú otras semejantes, y hoy pueden verse
basílicas á arrancar los mejores adornos para de- en un elegante volumen ilustrado por H. Paul.
corar con ellos la casa de su querida. Podría ci- Nombres de escritores, asuntos políticos y socia-
tar exquisitas muestras de este volumen admira- les, son el tema. Ya despelleja á Peladan,
ble: pero sería alargar mucho estas apuntaciones.
He de observar, sí, algo de su poética. Hay en
ella mezcla de Decadencia y de Parnaso. Algunas ... C' est Peladan-Tueur-de Mouches...
veces se pregunta u n o : ¿es esto Banville? Prueba: Quand Peladan coiffé de vermicelle...,

C est un jardin orné pour les métamorphoses ya pone en berlina á Loti, ó á Bonnetain, ó á
Oú Benserade apprend ses rondeaux aux Follets, Barres, ó á Jean Morcas; ya la emprende con el
Où Puck avec Trilby, près des lacs violets, senador Bérenger, de pudorosísima memoria; ya
Débitent des fadeurs, en adorables poses. toma como blanco al burgués y alaba la terrible
locura de Bavachol ó de Vaillant.
Y el «Menuet d" automne», es un espécimen de Allá en el fondo de su corazón de buen poeta,
la poética modernísima. Pero en todo, se reconoce hallaréis honrada nobleza, valor, bravura y un
la distinción, la aristocracia espiritual, y la mag- tesoro de compasión para el caído. Exactamente
nífica realeza de ese «anarquista.» lo mismo que en el fulminante Bloy.
Cierto es que es éste el anverso de la medalla: Como conferencista ha atraído un escogido pú-
la fa.z del inmortal Apolo. blico á la Bodiniére. Su figura es apropiada á
En el reverso nos encontramos con una cara la elocuencia, y sus gestos son bellos, en verdad.
conocida, ancha v risueña, con la cabeza de un Hay un retrato de «Dom Juniperien)—pseudó-
bonachón y picaro fraile que nos saluda con estas nimo' suyo, en el «Mercure —que le representa
palabras: «¡Buveurs très illustres, et vous, vero- sentado en una vieja silla monástica, veslido con
lés très précieux!...» Laurent Tailhade ha renovado su hábito de religioso, la capucha caída. La frente
asciende en una ebúrnea calva imponente; sobre
el cuello robusto se alza la cabeza firme y enér-
gica; los ojos escrutadores brillan b a j o el arco de
las cejas; la nariz recta y noble se asienta sobre
un bigote de sportman, cuyas guías aguzadas de-
nuncian la pomada húngara. De las obscuras man-
gas del hábito salen las manos blancas, cuidadísi-
mas, finas, regordetas, abaciales. fra pottienico Cavalca
Fué de los primeros iniciadores del simbolis-
mo. Vive en su sueño. Es raro, rarísimo. ¡Un poeta!

No tengo conocimiento de que se haya tradu-


cido á nuestra lengua ningún libro del «primiti-
vo» Fra Domenico Cavalca, en cuyas obras en pro-
sa y en verso brilla la luz sencilla y adorable,
la expresión milagrosa de las pinturas de un Bo-
tticelli. Al menos, Estelrich, que es, en lo moderno,
quien mejor se ha ocupado en su magnífica Anto-
logía, de las traducciones de obras italianas en
idioma español, no cita en las noticias bibliográ-
ficas de su obra el nombre del fraile Cavalca,
de cuyas producciones dice Manni, citado por Fran-
cisco Costero, hablando de las «Vite scelte dei san-
ti padri», que son merecedoras de todo encomio,
«non solamente pel fatto di nostra favella, ma
eziandio per la materia stessa di erudizione, di
buon costume, di ottimi esempli, di antichi riti e
di profonda, sovrana dottrina fornita e ripiena»:
Costero le coloca en el rango de primer prosista
de su tiempo, apoyado en Barretti, y en la mayor
parte de los críticos modernos.
Si la pintura «primitiva» h a dado vuelo á la ins-
piración de los prerrafaelitas, la poesía, la lite-
ratura trecentista y quatrocentista. resuena tam-
Los raros— i o
bien en el laúd d e D a n t e Gabriel Rossetti, en la
de la vida de un anacoreta, de un solitario, os
lira de Swinburne. E n Francia ha inspirado á más bordan los paisajes más ideales, las flores más
de un poeta de las escuelas nuevas. Yerlaine, Mo- poéticamente sencillas que podáis imaginar. La ca-
rcas, Vielle Griffin,—quien con su Oso y su Aba- ridad, la fe, la esperanza, iluminan, perfuman, ani-
desa ha escrito u n a obra maestra,—son muestra man las obras. Es el tiempo del imperio de Cristo.
de lo que afirmo. E s e mismo Laurent Tailliade, Para aquellos corazones únicos, para aquellas men-
ese mismo poeta de las baladas anárquicas, ha tes de excepción, la cruz se agiganta de tal mane-
escrito antes sus «Vitraux», en los cuales halla- r a que casi se llena todo el cielo. El Padre mismo
réis oro y azul d e misal viejo, sencillas pinceladas y la paloma blanca del Espíritu están en el res-
de F r a Angélico. H a y un tesoro inmenso de poesía plandor del Hijo. Y la Madre, la emperatriz María,
en la gloriosa y p u r a falange de los místicos an- pone con su sonrisa una aurora eterna en la ma-
tiguos. ravilla del Empíreo.
Cuando en n u e s t r a Bolsa el oro se cotiza dura- La hagiografía fué en aquellos siglos ocupación
mente, cuando 110 h a y día en que 110 tengamos no- de las mejores almas. F r a Domenico si dejó es-
ticia de una explosión de dinamita, de un escánda- critos religiosos y teológicos, y vulgarizó más de
lo financiero, ó de u n baldón político, bueno será una obra desconocida, si fué poeta en sus serven-
volar en espíritu á l o s tiempos pasados, á la Edad tesios y laudes, lo que le h a señalado un puesto
Media. único en la literatura mística universal, son las
«Vidas» ; aunque ellas no sean originales sino arre-
Le M o j e n Age énorme et délicat... glos y versiones. «Le Vite dei Santi Padri» furono
scritte parte de San Gerolamo, parte da Evagrio
l i e aquí á Cavalca, dulce y santo poeta que res- del Ponto e da Sant' Atanasio, e Fra Domenico
piraba el aroma paradisíaco del milagro, que vivía Cavalca le tradusse del latino», dice Costero. Pero
en la atmósfera del prodigio, que estaba poseído hay tal encanto, tal ingenua gracia y tal animación
del amor y de la fe en su Señor y rey Cristo. An- en ese italiano antiguo ; es tan nítido y suave el es-
tes que él, Fra Guittone d" Arezzo pedía en mi cé- tilo de F r a Domenico, que la o b r a pasa á ser suya
lebre soneto á l a Virgen, que le defendiese del propia. No conozco las otras traducciones suyas
amor terreno y le infundiese el divino; y el inmen- de obras diversas, como el «Pangilingua» ó «Su-
so Dante, en medio de sus agitaciones de comba- ma de Vicios», de Guillermo de Francia, ú otras
tiente, ascendía p o r las graderías de oro de sus de que habla Costero : Un diálogo y tina epístola de
tercetos, al a m o r divino, conducido por el amor San Gregorio, las «Ammonizione» de San Jeróni-
humano. mo á Santa Paula, un libro de F r a Simone de Cas-
cia, el «Libro de Ruth», y «Tratado de Virtudes y
E r a n los antiguos místicos prodigiosos de virtud; Vicios.»
sus grandes almas parece que hubiesen tenido co-
municación directa con lo sobrenatural; de modo La musa de Cavalca, dice De Sanctis, es el amor.
que el milagro es para ellos simple y verdadero Respira, en efecto, amor todo aquello que brota
como la eclosión de una rosa ó el amanecer del de su pluma: el absoluto amor de Dios. La ternu-
sol.Y ¡Y qué artistas, que iluminadores! en la tela ra rebosa en la vida de Santa Eugenia, que tanto
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entusiasmó á escritora como la Franceschi Ferruc- tioquía, al emperador, de lo cual casi todo el mun-
ci. E n la de San Pablo, primer ermitaño, flota un do puede dar testimonio.»
ambiente de deliciosa fantasía. No creo equivo- Pero nada como la odisea de los monjes Teófilo,
carme si digo que Anatole Frailee ha leído á nues- Sergio y Elquino, cuando se propusieron para edi-
tro autor para escribir imitaciones tan preciosas ficación de la gente n a r r a r y escribir las admira-
como la «Leyenda» y «Celestín» de su «Etui de na- bles cosas que Dios les había hecho ver, en su
cre. > Las creaciones del paganismo alternan con viaje en busca del Paraíso terrenal. Esto se ve en
las figuras ascéticas. Pinturas hay de F r a Dome- la vida de San Macario. Habiendo renunciado al
siglo, entraron á un monasterio de Mesopotamia de
nico que tienen toda la libertad de la inocencia,
Siria, del cual era abad y rector Asclepione. El
y que en boca de un autor moderno serían dema- monasterio eslaba situado entre el Eufrates y el
siado naturalistas. E n la vida de San Pablo es don- Tigris. Teófilo un día en medio de una mística con-
de se cuenta el caso de aquel mancebo que, tentado versación, propuso á sus dos nombrados hermanos
para pecar, por una «bellísima meretriz», sintién- en Cristo ir en peregrinación por el mundo, «has-
dose ya próximo á faltar á la pureza, se cortó la ta llegar al lugar en que se junta el cielo con la
lengua con los dientes y la a r r o j ó sangrienta á tierra.» Partieron todos juntos, y la primera ciu-
la cara de la tentadora. dad que encontraron después de muchos días de
El viaje de San Antonio en busca de su hermano caminar fué Jerusalém, en donde adoraron la santa
en Cristo, Pablo, que habitaba en el Yermo, es cruz y visitaron los lugares santos. Estuvieron en
página curiosísima. Belén, y en el monte de los Olivos. Después se diri-
Allí es donde vemos afirmada la existencia real gieron á Persia, el cual imperio recorrieron. Luego
de los hipocentauros y de los faunos. El santo pe- van á la India, y empiezan para ellos los encuentros
regrino encuentra á su paso un «mezzo uomo e raros, los peligros y las cosas extranaturales. Les
mezzo cavallo», que conversa con él y le da la di- rodean tres mil etiopes, en una casa deshabitada
rección que debe seguir para encontrar al eremita. en la cual habían entrado á o r a r ; les cercan de
Luego u n sátiro, un «uomo piccolo, col naso ritor- fuego, para quemarles vivos; oran ellos á Cristo;
to e lungo, e con corna in fronte, e piedi quasi Cristo les salva; les encierran para darles muerte
come di capra», le ofrece dátiles y le ruega que de hambre; Dios les saca libres y sanos. Pasan por
interceda por él y sus compañeros con el nuevo montes obscuros, llenos de víboras y fieras. Cami-
Dios, con el triunfante Cristo. nan días enteros y pierden el rumbo. Un bellísimo
ciervo llega de pronto y les sirve de guía. Vuelven
Para F r a Domenico, que e r a un digno poeta, la á encontrarse solos, en un lugar lleno de tinieblas
existencia de esos seres fabulosos es cosa indis- v de espantos: una paloma se les aparece y les
cutible, é indudable. Más aun, da en su apoyo citas conduce. Encuentran una tabla de mármol con una
históricas. «De estas cosas, dice, no hay q u e dudar, inscripción referente á Alejandro y á Darío. En
por creerlas increíbles ó vanas; porque en tiempo la cual tabla m i r a n escrita la dirección nueva que
del emperador Constantino, un semejante hombre deben tomar. Cuarenta días más de peregrinación
vivo fué llevado á Alejandría, y después, cuando y caen rendidos de cansancio. Llaman á Dios, y
murió su cuerpo fué conservado «(insalato)» para
que el calor 110 le descompusiese, y llevado á An-
adquieren nuevas fuerzas. Se levantan y ven un como de miel. Gozaban todos los sentidos sania-
grandísimo lago lleno de serpientes que parecían mente. Como en la b r u m a de un ensueño, vieron
a r r o j a r fuego, «y oímos voces, dice la narración, un templo de cristal, y u n altar en medio, del cual
salir estridentes de aquel lago, como de innumera- brotaba una agua blanca como la leche, y alrede-
bles pueblos que gimiesen y aullasen.» Una voz del dor hombres de aspecto santísimo que cantaban
cielo les dijo que allí estaban los que negaron á un canto celestial con admirable melodía. El tem-
Cristo. plo, en su parte del mediodía, parecía de piedras
Hallaron después á un hombre inmenso—una preciosas; en su parte austral era color de sangre;
especie de Prometeo,—encadenado á dos montes, y en la del occidente, blanco como la nieve. Arriba
martirizado por el fuego. Su clamop doloroso estrellas, más radiantes que las que vemos en el
«s' udiva bene quaranta miglia alia lunga...» Des- cielo:—sol, árboles, f r u t a s y flores y pájaros me-
pués en un lugar profundísimo, y horrible, y ro- jores que los nuestros; y este precioso detalle: «la
calloso y áspero—los adjetivos son del original,— térra medesima é dall' uno lato bianca come neve
vieron u n a fea mujer desnuda á la cual apretaba e dall' altro rosa.» No concluyen aquí las mara-
u n enorme dragón, y le mordía la lengua. Más ade- villas encontradas por estos divinos Marco Polos.
lante encuentran árboles semejantes á las higueras, Después de verse frente á frente con una tribu ex-
llenos de p á j a r o s que tenían voz humana y pedían trañísima á la cual ponen en fuga de muy curiosa
perdón á Dios por sus pecados. Quisieron nuestros manera, gritando,—Dios calma sus hambres y se-
monjes saber qué era aquello, mas mía voz celeste des con hierbas que brotan de la tierra como cayó
les reprendió: «Non ci conviene á voi conoscere li el maná bíblico del cielo.
segreti giudici di Dio; andate alia via vostra.» Con Todo cubierto de cabellos blancos, «come 1' uc-
esta franca indicación los buenos religiosos pro- cello delle penne», aparece ante ellos el ermitaño
siguieron su camino. Hallan en seguida cuatro an- San Macario. Si la blancura de sus cabellos ha sido
cianos, hermosos y venerables, con coronas de oro comparada con la de la nieve, no obsta para com-
y gemas, palmas de oro en las manos; ante ellos, pararla con la de la leche. El retrato del solitario:
fuego y espadas agudas. Temblaron los peregrinos; «Su faz parecía faz de ángel; y por la mucha vejez
pero fueron confortados: «Seguid vuestro cami- casi no se veían los ojos. Las uñas de los pies y de
no seguramente que nosotros estaremos en este las manos cubrían todo el cuerpo; su voz era tan
lugar, por Dios, hasta el día del juicio.» sutil y poca que apenas se oía, la piel del rostro
Anduvieron cuarenta días más, sin comer. Des- casi como una piel seca.»
pués viene la pintura de una visión semejante á Así León Bloy dibujaría una de sus viñetas ar-
las visiones, de los fuertes profetas—Ezequiel, caicas, á imitación de los viejos maestros alema-
Isaías,—pero en un lenguaje dulce y claro, de una nes. Macario conversa con los peregrinos, despues
transparencia cristalina. No es posible dar tradu- de reconocer en ellos á hijos y ministros de Dios,
cidas'las excelencias originales. Dicen que, en su y les aconseja no proseguir en su intento de lle-
camino, escucharon como cantar la voz de un pue- gar al Paraíso.
blo innumerable; y sintieron al mismo tiempo per- El mismo h a querido hacer el viaje: lo ha hecho:
fumes suavísimos, y una dulzura en el paladar ¡está tan cerca aquel lugar de delicias donde vi-
vieron Adán y Eva! veinte millas, no más. Pero
allá está el querubín con una espada de fuego en monios pueden venir en forma de ángeles lumino-
la mano, para guardar el árbol de la vida: sus sos, y parecer espíritus buenos. San Antonio cuenta
de cuantas maneras se le aparecieron: en forma de
pies parecen de hombre, su pecho de león, sus
caballeros armados, ó de fieras ó monstruos; de
manos de cristal. Macario recomienda sus hués- un gigante y de un santo monje. San Hilarión les
pedes á sus dos leones: «Hijitos míos, esos herma- oye llorar como niños, imigir como bueyes, ge-
nos vienen del siglo á nosotros: cuidado con ha- mir como mujeres, rugir como leones. San Abraham
cerles ningún mal.» Cenaron raíces y agua; dur- mira á Lucifer en su celda en medio de una mara-
mieron. Al siguiente día ruegan á Macario que les villosa luz, ó en forma de hombre furioso, de niño,
n a r r e su vida. Nuevos y mayores prodigios. de una agresiva multitud. A San Macario le tienta
Macario, nacido en Roma, cuenta cómo dejó el en figura de preciosa doncella, ricamente vestida.
lecho de sus nupcias, la propia noche de bodas, A San Patricio le arroja á un fuego demoníaco,
para consagrarse al servicio de Cristo. del cual se libra por la oración. Pero casi siempre
Guías sobrenaturales, milagrosos senderos, ha- es en forma de mujer, ó por medio de la m u j e r
llazgos portentosos; todo eso hay en la vida del que Satán incita, pues según dice con justicia Bo-
anciano. También él, perdido en el monte, tuvo din: «Satan par le moyen des femmes, attire les
por compañero á un onagro maravilloso, después honnnes á sa cordelle.» Y es probado.
de ser conducido por el arcángel Rafael; mués- Lo que se presenta con especial y primitiva gra-
trale el sendero que debe seguir luego un ciervo cia en las «Vite» son las adorables figuras de las
desmesurado; frente á frente con un dragón, el santas. Semejan imágenes de altar bizantino, de
dragón le llama por su n o m b r e y le conduce á su vidrieras medioevales; la virgen Eufrasia; Euge-
vez, más ya transformado en un bellísimo joven. nia, mártir; Eufrosina que vivió en un monasterio
Halló una gruta y en ella dos leones, que desde con hábito masculino, como murió Palagia; María
entonces fueron sus compañeros. Esos dos leones Egipciaca, dulce pecadora que va á Dios y resplan-
escoltaron como pajes, un buen trecho, á los pe- dece como una estrella en el cielo de la santidad;
regrinos, cuando se despidieron del santo eremita. Reparada, que cambia en agua fría el plomo de-
Al tratar de los demonios y sus costumbres, en rretido y jentra al horno ardiente y sale intacta.
las «Vidas», Fra Domenico es copioso en detalles. Al acabar de leer la obra de F r a Domenico Ca-
Deben haber consultado sus obras los Bodin, Go- valca siéntese la impresión de una blanda brisa
rres, Sinistrari, Lannes, Sprenger, Remigias, del llena de aromas paradisíacos y refrescantes. Hay
Río, para escribir sus tratados demonológicos. En algo de infantil que deleita y pone en los labios á
la vida de San Antonio Abad toma el Bajísimo for- veces una suave sonrisa.
mas diversas: ya es u n a m u j e r bellísima y provoca- Todas las literaturas europeas tienen esta clase
tiva: ó un mozo horrible!; ó surge el diablo en for- de escritores—hagiógrafos ó poetas,—por desgracia
ma de serpiente; y fieras, leones fantásticos, toros, hoy demasiado olvidados é ignorados.—Raro es
lobos, basiliscos, escorpiones, leopardos y osos, que un Rémy Gourmont que resucite y ponga en ma-
amenazan al solitario en u n a algarabía infernal. ravilloso marco las bellezas del latín místico de la
Después en otro capítulo, explícase cómo los de- Edad Media, por ejemplo. No son muchos—no digo
entre nosotros; eso es claro—los que conocen jo-
veles como las «Secuencias» de santa Hildegarda,
y otros tesoros de poesía mística antigua. Alema-
nia posee el «Barlaam» y «Josaphat», el cántico
de San Hannon, etc. Tieck intentó que la poesía
alemana de su tiempo se abrevase en las límpidas
aguas de Wackenroder y otros autores de su tiem-
po. Fué un precursor de Dante Gabriel Rossetti,
dei prerrafaelismo; y sufrió por sus intentos más gduardo jîubus
de una picadura de las abejas de Ileine.

«Los violines también se callan, los violines que


tocaban tan vigorosamente para la danza, para
la danza de las pasiones; los violines se callan tam-
bién.» Estas palabras de la «Angélica» de Heine,
escucháis al entrar al parque solitario en donde
la fiesta tuvo sus luces y sus cantos.
Eduardo D u b u s es u n raro poeta, poeta que en-
guirnalda con rosas marchitas el simulacro de la
Melancolía.
Vamos allá al recinto abandonado... ya pasó la
hora de la partida; ya las barcas van lejos; ya las
marquesas, los caballeros galantes, los abales ro-
sados van lejos. Callaron los violines y partieron,
con su dulce alma harmoniosa... Los violines, si-
lenciosos, van y a lejos...

En mes rêves, oú regne une Magicienne,


Cent violons mignons, d' une grâce ancienne,
Vêtus de bleu, de rose, et de noir plus souvent
Vienent jouer parfois, ou dirait pour le vent,
Des musiques de la couleur de leur coutume,
Mais on pleurent de folles notes d'amertune,
Que la Fée, une fleur an lèvres, sans émoi,
Ecoute longuement se prolonger en moi,
entre nosotros; eso es claro—los que conocen jo-
veles como las «Secuencias» de santa Hildegarda,
y otros tesoros de poesía mística antigua. Alema-
nia posee el «Barlaam» y «Josaphat», el cántico
de San Hannon, etc. Tieck intentó que la poesía
alemana de su tiempo se abrevase en las límpidas
aguas de Wackenroder y otros autores de su tiem-
po. Fué un precursor de Dante Gabriel Rossetti,
dei prerrafaelismo; y sufrió por sus intentos más gduardo jîubus
de una picadura de las abejas de Ileine.

«Los violines también se callan, los violines que


tocaban tan vigorosamente para la danza, para
la danza de las pasiones; los violines se callan tam-
bién.» Estas palabras de la «Angélica» de Heine,
escucháis al entrar al parque solitario en donde
la fiesta tuvo sus luces y sus cantos.
Eduardo Dubus es u n raro poeta, poeta que en-
guirnalda con rosas marchitas el simulacro de la
Melancolía.
Vamos allá al recinto abandonado... ya pasó la
hora de la partida; ya las barcas van lejos; ya las
marquesas, los caballeros galantes, los abales ro-
sados van lejos. Callaron los violines y partieron,
con su dulce alma harmoniosa... Los violines, si-
lenciosos, van y a lejos...

En mes rêves, oú regne une Magicienne,


Cent violons mignons, d' une grâce ancienne,
Vêtus de bleu, de rose, et de noir plus souvent
Vienent jouer parfois, ou dirait pour le vent,
Des musiques de la couleur de leur coutume,
Mais on pleurent de folles notes d'amertune,
Que la Fée, une fleur an lèvres, sans émoi,
Ecoute longuement se prolonger en moi,
J

Et dont je garde souvenir, pour lui complaire.


Et maint joyau voilé d ' o m b r e crépusculaire, Son âme, une eau limpide et calme de fontaine:
Qu' orfèvre symbolique et pieuse sortis Sous le grand nonchaloir des ramures funèbres,
A sa gloire, Reflète indolement la rêverie hautaine
Quand les violons sont partis. Des lis épanouis dans les demi tenebres.

Une angelique Main, qui lui montre la Voie,


Si vuestra alma pone el oído atento, en las fiestas Seule dans sa pensée eut la gloire d'écrire,
de ensueños del poeta, oiréis los maravillosos so- Et le ciel, d ' u n e paix divine lui renvoie
nes de los violines: los azules cantan la melodía L' echo perpétuel de son chaste sourire...
de las dichas soñadas, los alcázares de ilusión, las
babilonias de pálido oro que vemos á través de
las brumas de los vagos anhelos; los rosados di- Es una misteriosa y p u r a figura de primitivo:
cen las albas de las adolescencias, la luz adora- su paso es casi un imperceptible vuelo; su delica-
ble del orto del amor, la primera sutil y encantada deza virginal tiene el resplandor albísimo de una
iniciación del beso, las palomas, las liras; los ne- celeste nieve... Etcétera...
gros, ¡oh los negros! son los reveladores de las Y así podría seguir, violineando poema en pro-
tristezas, los que plañen los desengaños, los que sa, para encanto de los snobs de nuestra Améri-
sollozan líricos de profundis, los que riman la ca ¡que también los tenemos! si no debiese pre-
historia de los adioses, en una enternecedora len- sentar como se lo merece, en la serie de los Ra-
gua crepuscular. Todos ellos mezclan á sus sones ros, á este poeta Dubus, que es ciertamente ad-
divinos la nota melancólica; todos, á su «gracia mirable, y en el mismo París, como no sea en
antigua», agregan como ima visión de desesperan- ciertos cenáculos literarios, muy escasamente co-
za: así escucha el Hada, u n a flor en los labios... nocido.
León Deschamps compara la cara de Dubus á
La aparición de Ella, es semejante á una de las «la máscara de Baudelaire joven», lo cual quiere
deliciosas visiones de Gâchons, ese discípulo, pres- decir que era de un hermoso tipo, si recordáis la
tigioso de Grasset, rosa suave, violeta suave, un impresión de Gautier; era joven y vigoroso, «un
poniente melancólico; la Mujer surge intangible; grand enfant rêveur, pervers pas mal et fantasque
no es la Mujer, es la Apariencia; sus ojos son ado- joliment.» Del retratito pintado con humor y ca-
radores de los sueños, enemigos de las fuertes v riño por su amigo el jefe de «La Plume», se ve que
furiosas luces; aman las neblinas fantásticas; bus- había en el lírico envainado un fantasista, y en el
can las lejanías en donde crece el sublime lirio soñador un terrible, que quería á toda costa es-
de lo Imposible. Luego la contemplamos en un pantar á los burgueses. No hay que olvidar que
jardín hesperidino: los peores enemigos de las «gentes» se han hallado
siempre entre los hombres jóvenes y cabelludos
Parmi les fleurs pâles, aux senteurs ingénues. que besan m e j o r que nadie las mejillas, muerden
Qui n' ont jamais vibré sous les soleils torrides, las uvas á plenos dientes y acarician á las musas,
Elle va le regard éperdu vers les nues. como á celestiales amadas y ardientes queridas.
Era así Dubus.
— 158 — — 159 —
No se adivinaría tras su faz, al melancólico que les violons sont partis»,—libro especial, defendi-
deslíe los pálidos colores de sus ensueños, en los do de los hipopótamos callejeros porque era de
versos exquisitos que rimaba, cuando los violines subscripción y no se vendía en las librerías,—los
habían ya p a r t i d o - pocos, los que le comprendieron, le saludaron co-
Quería tener fama en «Francisco I en el Vachc- mo á uno de los más ricos y brillantes poetas de
tte, en todo el barrio de ser morfinómano y 110 la nueva generación.
había visto nunca, dicen sus íntimos, una Pra- Ni descoyuntó el verso francés; ¡y era revolu-
vaz; de ser pornógrafo y era casto, tan casto en cionario y simbolista! ni mimó á Mallarmé; ¡y e r a
sus versos, como un lirio de poesía; de mal suje- decadente!... ni ostentó la escuadra de plata y la
to», y era un excelente muchacho. Su Maga le pro- cuchara de oro de los impecables albañiles del Par-
tegía; su Maga le enseñaba la m á s dulce magia; naso; ¡y era parnasiano! Lo único que le denun-
su Maga le enseñaba los melodiosos versos, las ciaba su filiación era un cierto perfume de Bau-
músicas de sus enigmáticos violines... delaire; pero un Baudelaire tan sereno y melan-
Henri Degron—otro perfecto desconocido—nos cólico...
h a contado de él cómo apenas tenía diez años de Al comenzar vimos cómo era el alma del poeta,
vida artística; que comenzó en el «Scapin» de Va- es decir, la mujer, la inspiración. Simboliza Du-
llette con Denise, Samain, Dumur, Stuart Merrill; bus en ella á la reina de un soñado país que sq
que luego juntando dos cosas horriblemente an- desvanece, de un reino hechizado que se borra,
tagónicas, poesía y política fué conferencista re- que se esfuma:
volucionario en la sala Jussieu; y se batió en due-
lo; periodista clamoroso y aullante en el «Cri du Elle pairait ainsi bien Reine pour ces temps
. Peuple», en la «Jeiuie Republique» y en la escan- Enveloppés de leur linceul de décadetice,
dalosa «Cocarde» de boulangística memoria; poe- On tante joie est travestie de Mort qui danse,
ta en el «Chat Noir», con Tincliant y Crossj, y com- Et 1' Amour en vieillard, dont les doigts mécontents,
pañero constante de la parvada mantenedora de Brodent, sans foi, sur une trame de mensonge
las «revistas jóvenes», entre las cuales brotaron Des griffons prisonniers dan des palais de songe.
dos que hoy son lujo intelectual del alma nueva
de Francia, y á las que no nombro por ser muy E n ella, como en un altar, se verifican todos los
conocidas de los «nuevos.» sacrificios, se queman todos los inciensos. Se mi-
ran, como á través de una gasa diamantina, ó más
Hízose luego Dubus pontífice ó cosa así de una
bien, de clara luz lunar, los jardines de su vida,
de esas religiones de moda m á s ó menos indias ó su primavera, en u n estremecimiento de oro; ó
egipcias; budhista, kabalista, ó lo que fuese, lo es ya su perfil, el perfil de una emperatriz bizan-
que buscaba su espíritu era huir de la banalidad tina—algo como la Ana Commeno que pinta Paul
ambiente, hallar algo en que refugiarse, sediento Adam—sus deseos y sus ensueños, bajeles-cisnes
de ensueños y de fábulas, enemigo del bulevar, que parten á desconocidos países de amor, en bus-
de Coquelin y de la «Revue de Deux Mondes», uno ca de nuevos ardores, de nuevos fuegos: y mirad
de tantos «des Esseintes», en fin. la transformación: cómo la m u j e r intangible mai - -
Cuando la publicación de su libro-bijou, «Quaiul
chita ahora con sólo su aliento las corolas frescas; Luego las pequeñas cosas divinas del amor, en
cómo estremece de asombrado espanto los blanco- medio de los perfumes del gran bosque misterio-
res liliales con sólo la visión de sus crueles é im- so, las dos almas olvidadas de la tierra; vuelos de
periales labios de púrpura, la roja violadora de mariposa, sombras propicias...
lises.
¿Quelle serait la fin de 1' aventure?
La segunda parte del libro está precedida de un
¿Un madrigal accueilli d ' a i r s moqueurs?
son de siringa de Verlaine; ¿Nous fumes tant les dupes de nos coeurs?
¿Quelle serait la fin de 1' aventure?
Caeurs tendres, mais affranchis du serment.

E n toda obra de poeta joven actual se ve necesa- Abates de corte, marquesas, ecos de las Fiestas
riamente pasar la sombra del Caprípede. galantes. Como en éstas, la expresión de un inde-
Es el que ha enseñado el secreto de las vagas cible «régret», y el refugio de la desolación en el
melodías sugestivas, de aquellas palabras ensueño.
E n ritmos de Malasia continúan las lentas y va-
si especieux, tout bas,
gorosas prosas de las ilusiones fugitivas, de las
«revenes» crepusculares, de las laxitudes que de-
j a n los apasionados besos idos; se oyen en el »pan-
que hacen que nuestro corazón «tiemble v se ex- tum» como las quejas de un viejo clavicordio, que
trañe...» primero con la proclamación del imperio hubiese sido testigo de las horas de pasión, en
musical—de la «musique avant loute chose»—y las la primavera en que florecieron las ilusiones, y
maravillas del matiz, en una poética encantadora que hoy rememora ¡ tan tristemente ! las albas amo-
y sabia; después con la sapientísima gracia de una rosas que pasaron. ¿Hay algo más melancólico que
sencillez más difícil que todas las manifestacio- el rostro de viuda de esa musa entristecida que
nes que parecieron al principio tan abstrusas. tiene por nombre Antes?
Dubus canta su romanza teniendo la visión de E n «Les Jeux fermés» las reminiscencias de Ver-
aquel parque verleniano en que iban las bellas, laine aparecen más claras que en ninguna. Si me
prendidas del brazo de los jóvenes amantes, so- favoreciese la memoria, recordaría el pasaje ori-
ñadoras; y en donde los tacones luchaban con las ginal del maestro. Pero los pocos lectores para
faldas... quienes escribo estas líneas, podrán hacer la con-
J' amerais bien vous égarer un soir frontación :
Au fond du parc desert, dans une allée
Impénétrable á la nuit etoilée:
J' aimerais bien vous égarer un soir. Toute blanche, comme une aubepine fleurie,
Voici la Belle-au-bois-dormant: on la marie,
Je ne verrais que vos longs yeux féeriques, Ce soir, au bien-aimé'qu' elle atendit cent ans.
Et nous vivons, lèvres closes, rêvant
A la chanson languisante du vent; Los raros— 11
Je ne verrais que vos longs yeux féeriques.
Cendrillon passe au bras de 1' Adroite-Princesse...
Et les songes épars des contes, vont sans cesse iluminado por las arañas y los candelabros? Los
Souriant aux petits enfants jusqu' au reveil. rostros cansados, las ojeras, las fatigas del cuerpo
y una vaga fatiga del alma.

La parte siguiente la preside Mallarmé; un Ma-


llarmé que viene desde las lejanías del Eclesiastes: La musique a des sous bien étranges;
On dirait un remords qui pérore.
¡La chair est triste hélas! et j ' a i lu touts les livres!
Mourants ou morts déjà les sourires mièvres.
¿Los violines, los dos violines de la cuadrilla, llo- Les madrigaux sont morts sur tous les lèvres.
ran, ó ríen? Es el fin del baile. La respuesta qui-
zá la encontraríamos en «La Nuit perdue», bajo
los tilos radiosos de girándulas, en donde la or- Dans la salle de bal nue et vide
Reste seul un bouquet qui se fane,
questa da al aire alegres y frivolos motivos.
Pour mourir du même jour livide
Aquel mismo parque lleno de adorables visiones, Que 1* espoir des danseurs de pavane.
y de ruidos de músicas suaves y de besos, es el
lugar de la nueva escena. Al claro de la luna se L' éclat falot de la bougie agonise
inicia un amorío deleitoso y loco. Pero el éxtasis A l'infini, dans les glaces de Venise...
es rápido. No quedará muy en breve sino la lán-
guida atonía del recuerdo.
«La Mensonge d' Autunne» está escrita con la Después una canción jovial cuyo final nos lleva-
manera suntuosa y hermética de Mallarmé: ape- rá al ineludible páramo de los desengaños; una
«feerie» — para Rachilde —que sería maravillosa-
nas entrevistas apariencias, enigmáticas evocacio-
mente á propósito para ser interpretada por Odi-
nes, músicas sutiles y penetrantes, despertadoras lon Redon.
de sensaciones que un momento antes ignoraba
uno dentro de sí mismo. Y en los «bailes», son las alegres danzantes, las
amadas, las adoradas—¡ ah, crueles gatas nietzs-
Aurora. Ha pasado la noche de la fiesta. «El oro chianas!—las alegres danzantes que danzan al son
rosado de la aurora incendia los «vitraux» del pa- de los violines y de las flautas.
lacio en donde se danza u n a lenta pavana desfa-
Entre aromas y sonrisas y músicas, helas allí
lleciente, á los perfumes enervantes del aire puro.» del brazo de los caballeros, de los pobres enamo-
Un detalle: rados caballeros.
—Bellas nuestras ¿queréis colocar en el lugar de
L' éclat falot de la bougie agonise las rosas, sobre vuestro corazón los corazones nues-
A 1* infini, dans les glaces de Venise. tros?
¡Ah! ellas dicen que sí, toman los corazones, se
¿Habéis visto un final de fiesta, cuando el alba los prenden al corpiño, y ríen. Los pobres caba-
empieza y la luz del sol va inundando el salón
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lleros p a r t i r á n y han de ver cómo las bellas dan- El Eterno Femenino alza al cielo u n cáliz enguir-
zan en la sala del baile, y cómo se desprenden los naldado de locas flores de voluptuosidad:
corazones de los corpiños, y cómo ellas siguen dan-
zando, La haute coupe, d ' u n metal diamanté
Où se profilent de lascives silhouettes,
A 1' attirance d ' u n miroir aux alonettes,
... et leurs petits souliers
Et nos divins désirs, qu'elle éblouit un jour,
Glissent éclaboussés de gouttes purpurines. Viennent, 1' aile ivre, éperdument voler autour,
Criant la g r a n d e soif qui nous brûle la bouche,
Otra noche de fiesta. Los pájaros azules han vo- Jusqu' á 1' heure de la communión farouche
lado desde el amanecer del día, pero vuelven como Ou chacun boit dans le metal diamanté
heridos, con un incierto vuelo. Las rosas del ca- La Science: qu' il n'est au monde volupté
mino están más pálidas y son más raras que nunca. Hormis les fleurs dont s' enguirnalde le calice,
Pour que s' immortalice un merveilleux supplice.
I as flores están desoladas bajo un cielo ahogador.
Casi concluye esta parle con una sensación de pe-
sadilla. ,, , Las letanías que siguen tienen su clarísimo origen
Ciertamente, el poeta sabia ya como la carne es en Baudelaire; pero tanto Dubus, como Hannon,
triste- y había leído todos los libros... como todos los que han querido renovar las ad-
En la otra parte, cuyo epígrafe es este verso de mirables de Satán, no han alcanzado la señalada
Gerard de Nerval: altura. No se puede decir lo mismo respecto á la
«Sangre de las rosas», en donde el autor se revela
Crains dans le mur un regard qui t'epie, exquisito artista del verso y poeta encantador.
Después oímos el canto que rememora el naii-
es u n a sucesión de cuadros fastuosos, en donde fragio de los que atraídos por las fascinantes si-
predomina siempre la bruma de una tristeza irre- renas hallaron la muerte bajo la tempestad, «cerca
mediable. Es el reino del desencanto. de los archipiélagos cuyos bosques exhalan vagas
\ s í en u n soneto invernal, como en el «pantun» sinfonías y perfumes cargados de languideces infi-
del Fuego, dedicado á Saint Pol Roux El Magní- nitas.»
fico- como en el palacio monumental que alza en
una'Babilonia de ensueño; como en la canción C' était le chant suave et mortel des sirenes.
Qui avançaient, avec d'ineffables lenteurs,
< para la que llegó demasiado tarde»; como en Epa-
Les bras en lyre et les regards fascinateurs,
ves donde los galeones cargados de esperanzas se
Dans les râles du vent divinement sereines.
hunden en un océano de olvido, antes de llegar á
la España soñada: como en el jardín muerto, un
Algo soberbio es «El Idolo», poema fabricado la-
iardín á 1° P o e > e n donde reina la Desolación.
pidariamente, cuyo símbolo supremo irradia una
La parte siguiente presídenla dos corifeos de la majestad solemne y grandiosa.
D e c a d e n c i a (¡habrá que llamarla así!): Villiers de
Seguidamente viene la última parte, en la cual
1' Isle Adam y Charles Morice.
vuelve á oirse el paso del Pie de chivo, y su flauta
de carrizos:

¿Te souvient-il de notre extase ancienne?

Llama á la Besignación, con una cordura comple-


tamente verleniana; Don Juan se q u e j a en dísticos.
Es ya un piano viejo y roto, demasiado usado. Ha
cantado muchos amores y muchas delicias. Las
1 IÎJ mujeres han aporreado sus teclas con aires infa- ... M. Théodre Hannon, un poète
mes, y «traderiderá y laitou», do talent, sombré, sans excuse de
misère, à Bruxelles, dans la cloaque
îles revues de lin d' année et les
¡Tant et tout! que les trémolos nauseéeuses ratatouilles de la basse
presse.»
Eussent la gaité des sanglots. Y. K. Huysmam.

En el parque antiguo yace la estatua de Eros,


caída; las canciones ha tiempo que se han callado:
el solitario desterrado halla apenas un refugio:
el orgullo de los recuerdos: «Superbia.» /U finali- ¿Arthur Symons?... no estoy seguro; pero es en
zar hay un clamor de resurrección. libro de escritor inglés donde he visto primera-
mente la observación de que la mayor parte de
Pour devenir enfin celui que tu recèles, los poetas y escritores «fin de siglo» de París, de-
Et qui pourrait périr avant d'avoir été cadentes, simbolistas, etc., han sido extranjeros y,
Sous le poids d ' u n e trop charnelle humanité, sobre todo, belgas.
¡0 mon âme! il est temps en fin d'avoir des ailes. Escribo hoy sobre Tlieodore Hannon, quien si
no tiene el renombre de otros como Maeterlink,
Concluye el libro con u n inmemoriamj á la adora- es porque se ha quedado en Bruselas, de revistero
da que un tiempo sacrificó el corazón del pobre de fin de año y periodista, cosa que á Des Essein-
poeta; á la adorada reina, amante de la sangre del tes provoca náuseas.
sacrificio, cruel como todas las adoradas,—Hero- ¡Baro poeta, este Theodore Hannon! Apareció
dias. entre la pacotilla pornográfica que hizo ganar al
Los violines se han callado, los violines han par- editor Kistemackers, propagador de todas las can-
tido. Y el poeta h a partido también, camino del táridas é hipomanes de la literatura. Fueron los
cielo de los p o b r e s poetas, camino de su hospital. tiempos de las nuevas ediciones de antiguos libros
Los violines negros deben haber iniciado un mis- obscenos; de la reimpresión del «En 18....» de los
Goncourt, con las parles que la censura francesa
terioso «De profundis», los violines negros que le
había cercenado. Paul Bonnetain daba á luz su
acompañaron en sus desesperanzas y en sus dolo- «Charlot s' amuse», Flor O' squarr su «Cristiana»,
res, cuando la vida l e fué dura, la gloria huraña que le valdría unos cuantos golpes del knut de León
y la mujer engañosa y felina.
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Bloy, Poetevin, Nizet, Caze... la falange escandalosa un pintor caprichoso: el reinado de lo postizo.
se llamaba en verdad legión. Entonces surgió Han- El poeta de lo artificial se deleita con los vuelos
non con su «Manneken-pis», anunciado como «cu- de las cigüeñas de los paisajes chinos, los arro-
riosísimo y originalísimo volumen.» Amédée Ly- zales, los' boscajes ocultos y misteriosos impreg-
nen le había ilustrado con dibujos «ingenuos.» No nados de vagos almizcles. Estrofas inauditas como
siendo suficiente esa campanada, dió á luz el «Mir- esta:
liton.» El diablo de las ediciones Kistemacker, no
podía estar más satisfecho, rabudo y en cuclillas, La chinoise aux lueurs des bronzes
s ó b r e l a s carátulas «Las Rimas de Gozo» nos mues- En allume ses ongles d ' o r
tran ya un Theodore Hannon, si no menos tentado Et sa gorge citrine ou dort
por el demonio de todas las concupiscencias, sua- Le désir insensé des bonzes.
vizado por los ungüentos y perfumes de una poe- La japonaise en ses rançons
sía exquisita. Depravada, enferma, sabática si que- Se sert de tes acres salives.
réis, pero exquisita.
He ahí primero ese condenado suicidio del he-
rrero, que dió tema á Felicien Rops para abraca- Luego se dirigirá á Marión, la adorada que ado-
dabrante aguafuerte, que no aconsejo ver á ningu- ra el opoponax. (El amor en la obra de Hannon
na persona nerviosa propensa á las pesadillas ma- no existe sino á condición de ser epidérmico).
cabras. Esos versos del ahorcado, parécenme la P a r a adular á la m u j e r de su elección le canta,
m á s amarga y corrosiva sátira que se ha podido le arrulla, lo diré con la palabra que mejor lo
escribir contra la literatura afrodisíaca. No ten- expresa, le maulla letanías de sensualidad, colla-
dría Theodore Hannon esas intenciones; pero es el res de epítetos acariciadores, comparaciones pi-
caso que le resultaron así. mentadas, frases mordientes y melifluas... Es el
Discípulo de Baudelaire «su alma flota sobre gato de Baudelaire, en una noche de celo, sobre
los perfumes», como la del maestro. Busca las sen- el tejado de la Decadencia. El opoponax es su tin-
saciones extrañas, los países raros, las mujeres tura de valeriana.
raras, los nombres exóticos y expresivos. Me ima- Como paisajista es sorprendente. Nada de Lo-
gino el enfermizo gozo de Des Esseintes al leer las rot; para hallar su procedimiento es preciso bus-
estrofas al Opoponax: «¡Opoponax! nom tres bi- carlo entre los últimos impresionistas. Tal pinta
zarre,—et parfuin plus bizarro encore!» Tráele el una tarde obscura de tempestad y nubarrones;
perfume de apelación exótica, visiones galantes, mar brava, negros oleajes, vuelo de pájaros ma-
tentadores cuadros, maravillosos conciertos orgiás- rinos; ó un florecimiento de nieve, los acuosos
ticos; la nota de ese aroma poderoso sobrepasa á vidrios del hielo, la blancura de las nevadas; sin-
las de los demás, en un efluvio victorioso. fonías en blanco, inmensos y húmedos armiños.
Pero de todo brota siempre el relente de la ten-
Gusta del opoponax porque viene de lejanas re-
tación, el soplo del tercer enemigo del hombre,
giones, donde la naturaleza parece artificial á nues- más formidable que todos juntos: la carne.
tras miradas; cielos de laca, flores de porcelana,
pájaros desconocidos, mariposas como pintadas por Solamente en S w i n b u m e puede hallarse, entre
los poderosos, esta poética y terrible obsesión Más los moldes en que su poesía pudiese formar este
en el inglés reina la antigua y clásica furia amo- ó aquel verso de oro en honor de la pasión espiri-
rosa, el Libido formidable cpie azotaba con tirsos tual y p u r a ; fleta un barco para Cíteres, y arro-
de rosas y ortigas á la melodiosa y candente Safo ja al paso ramos de rosas á las mujeres de Lesbos.
llieodore Hannon es un perverso, elegante y re- La vendedora de amor será glorificada por él y
tinado; en sus poemas tiembla la «histeria men- corre hacia el abismo de las delicias en una espe-
tal» de la ciencia, y la. «delectación morosa» de cie de fatal é ineludible demencia. Va como si le
ios teologos. E s un satánico, u n poseído. Más el hubiese aguijoneado los ríñones una abeja del jar-
Satán que le tienta, 110 creáis que es el chivo im- dín de Petronio.
puro y sucio, de horrible recuerdo, ó el dragón Hele allí bajando á la bodega de los abuelos,
encendido y aterrorizador, ni siquiera el Arcángel á buscar el buen vino viejo que le pondrá sol y
maldito, ó la Serpentina de la Biblia, ó el diablo sangre en las venas; ó en el tren expreso que va
que llegó á la gruta del santo Antonio, ó el de á llevarle á saborear los labios deseados; ó ad-
Ilugo, de grandes alas de murciélago, ó el labra- mirando en una íntima noche de diciembre, la
do por Antokolsky, sobre un picacho, en la som- estatua viviente de las voluptuosidades felinas. De
bra. El diablo q u e h a poseído á Hannon es el que pronto un efecto de luna en un m a r de duelo,
ha pintado Rops, diablo de f r a c y «monocle», mo- en un fondo negro de tinieblas. El «odor di fem-
derno, civilizado, refinado, morfinómano, sadista mina» se encuentra en una serie de versos, como
maldito, más diablo que nunca. esos perfumes concentrados en los «sachets» de
Si Gorres escribiese hoy su «Mística diabólica», las damas. A veces creyérase en una vuelta á la
110 pintaría al Enemigo, «alto, negro, con voz inar- naturaleza, á las frescas primaveras, pues brilla
ticulada, cascada, pero sonora y terrible... cabe- sobre la harmonía de una estrofa, la sonrisa de
llos erizados, b a r b a de chivo...» antes bien: buen mayo. Es una nueva forma de la tentación, y si
mozo, elegante, p e r f u m a d o con aromas exóticos, oís el canto de un mirlo será u n a invitación pica-
piel de seda y rosa, bebedor de ajenjo, sportman^ resca. Como su maestro de una malabaresa, Han-
y, si literato, poeta decadente. Este es el de Tlieo- non se prenda de una funámbula, para la cual
decora un interior á su capricho, y á la que ofre-
dore Hannon, el q u e le hace rimar preciosidades
ce la sonata más amorosamente extravagante del
infernales y cultivar sus flores de fiebre, esas flo- h a r p a loca de sus nervios. Todo, para este sen-
res luciferinas que tienen el atractivo de un aro- sual, es color, sonido, perfume; línea, materia. Bau-
ma divino que diera la eterna muerte. delaire hubiera sonreído al leer este terceto:
Hannon pagó tributo á la chinofilia y tejió se-
dosos encajes rimados en alabanza del Imperio
Celeste y del Japón... Allá le llevó el amor acre Le sandrigham, 1' Ylang-Ylang, la violette
y nuevo de la m u j e r amarilla y el opio sublime De ma pile Beautó font une cassolette
y poderoso, según la expresión de Quincey. Tam- Vivante sur laquelle errent mes sens rodeurs.
bién, como al a u t o r de las «Flores del Mal», le per-
sigue el spleen. Luego, lanza en esas horas cansa- Si hay celos son celos del mar, que envuelve en
das y plúmbeas, su desdén al a m o r ideal. Rompe un, beso inmenso el cuerpo amado. He visto cua-
«Iros, muchos, que representen sugerentes escenas tinos son obras maestras de «degeneración.» To-
de baños de m a r ; pero ningún pintor ha llegado, mando por modelo las letanías infernales de Bau-
á mi juicio, á donde este maldito belga que hasta delaire, escribe las del Ajenjo, que á decir ver-
en el agua inmensa y azul vierte filtros amatorios, dad, le resultaron más que medianas. Su histeris-
como un brujo. En ocasiones es banal, emplea sí- mo estalla al cantar l a Histeria; su «Mer enrhu-
miles prosaicos, como ferroviarios y geográficos. mée» es una extravagancia. Canta á unos ojos ne-
Pero cuando canta las medias, esas cosas prosai- gros y diabólicos que le queman el alma; canta
cas, os juro que no hay nada m á s original que el Pecado. Nos presenta un cuadro de «toilette»
esa poesía audaz y fugitiva; sobre una alfombra de que es adorable de arte y abominable de vicio;
seda é hilos de Escocia, danza la musa Serpentina en sus versos se sienten todos los perfumes, y
uno de sus pasos más prodigiosos. Cuando llega se miran todos los afeites y menjurjes de un to-
mayo, madrigaliza el poeta tristemente. No es r a r o : cador femenino, desde el eoldeream diáfano, la
«Omnia animal post...» etc. leche de Iris, la Crema Ninon, el blanco Empera-
A Louise Abbema dedica una linda copia rít- triz, el polvo divino, el polvo vegetal, hasta la azu-
mica de su cuadro «Lilas blancas»; ¡suave des- rina, el carmín, Ixor, new-mownhay, frangipane,
canso! Pero es para, en seguida, abortar una es- steplanolis... ¡qué sé yo! todo en los más crista-
túpida y vulgar blasfemia. ¿Hannon h a querido linos, diamantinos, tallados, cincelados, admirables
imitar ciertos versos de Baudelaire? Baudelaire frascos. ¡Raro poeta este Theodore Hannon!
era profunda y dolorosamente católico, y si es-
cribió algunas de sus poesías «pour épater les
bourgeois», no osó nunca á Dios. Pasa Theo-
dore Hannon con sus bebedoras de fósforo: esas
son las musas y las mujeres que le llevan la ale-
gría de sus rimas; dedica ciertos limones á Cheret,
y el pintor de los joviales «affiches» gustará de
esas limonadas ;> quema lo que él llama «incienso
femenino», en una copa de Venus con carbones
del Infierno; pinta mares de espumosas ondas les-
bianas y celebra á su amada de figura andrógi-
n a ; es bohemio y errabundo, soñador y noctám-
bulo ; prefiere las flores artificiales á las flores de
la primavera; labra joyas, verdaderas joyas poé-
ticas, para modistas y perdularias; dice sus desen-
gaños prematuros; nos describe á Jane, una dia-
blesa; nos lleva á un taller de pintor en donde un
pobre viejo modelo sufre su martirio; los «Sone-
tos sinceros» son tres canciones del amor moder-
no, llenas de rosas y de besos, y sus iconos bizan-
SI conde de faiMatttotit

Su nombre verdadero se ignora. El conde de Lau-


tréamont es pseudónimo. El se dice montevidea-
n o ; pero ¿quién sabe nada de la verdad de esa
vida sombría, pesadilla tal vez de algún triste án-
gel á quien martiriza en el empíreo el recuerdo
del celeste Lucifer? Vivió desventurado y murió
loco. Escribió un libro que sería único si no exis-
tiesen las prosas de Rimbaud; un libro diabóli-
co y extraño, burlón y aullante, cruel y penoso;
un libro en que se oyen á un tiempo mismo los
gemidos del Dolor y los siniestros cascabeles de
la Locura.
León Eloy fué el verdadero descubridor del con-
de de Lautréamont. El furioso San Juan de Dios
hizo ver como llenas de luz las llagas del alma
del Job blasfemo. "Mas hoy mismo, en Francia y
Bélgica, fuera de un reducidísimo grupo de inicia-
dos, nadie conoce ese poema que se llama Can-
tos de Maldoror», en el cual está vaciada la pavo-
rosa angustia del infeliz y sublime montevideano,
cuya obra me tocó hacer conocer á América en
Montevideo. No aconsejaré yo á la juventud que
se abreve en esas negras aguas, por más que en
ellas se refleje la maravilla de las constelaciones.
No sería prudente á los espíritus jóvenes conver- mujer, según lo que se me ha dicho. Eso me ex-
sar mucho con ese hombre espectral, siquiera fue- traña. ¡Creía ser más!»
se por bizarría literaria, ó gusto de un m a n j a r Con quien tiene puntos de contacto es con Ed-
nuevo. Hay un juicioso consejo de la Iíabala: «No gar Poe.
hay que jugar al espectro, porque se llega á ser- Ambos tuvieron la visión de lo extranatural, am-
lo» : y si existe autor peligroso á este respecto, bos fueron perseguidos por los terribles espíritus
es el conde de Lautréainont. ¿Qué infernal can- enemigos, «horlás» funestas que arrastran al al-
cerbero rabioso mordió á esa alma, allá en la re- cohol, á la locura, ó á la muerte; ambos experi-
gión del misterio, antes de que viniese á encarnar- mentaron la atracción de las matemáticas, que son,
se en este mundo? Los clamores del teófobo po- con l a teología y la poesía, los tres lados por don-
nen espanto en quien los escucha. Si yo llevase á de puede ascenderse á lo infinito. Mas, Poe fué
mi musa cerca del lugar en donde el loco está celeste, y Lautréamont infernal.
enjaulado vociferando al viento, le taparía los oí- Escuchad estos amargos fragmentos:
dos. «Soñé que había entrado en el cuerpo de un puer-
Como á Job le quebrantan los sueños v le tur- co, que no me era fácil salir, y que enlodaba mis
ban las visiones; como Job puede exclamar: «Mi cerdas en los pantanos m á s fangosos. ¿ E r a ello
alma es cortada en mi vida; yo soltaré mi queja como una recompensa? Objeto de mis deseos: ¡no
sobre mi y hablaré con amargura de mi alma.» pertenecía más á la humanidad! Así interpretaba
Pero Job significa «el que llora»; Job lloraba v yo, experimentando una más que profunda ale-
el pobre Lautréamont no llora. Su libro es un gría. Sin embargo, rebuscaba activamente qué acto
breviario satánico, impregnado de melancolía y de de virtud había realizado, para merecer de parte
tristeza. «El espíritu maligno, dice Quevedo^ en de la Providencia este insigne favor...
su «Introducción á la vida devota», se deleita en «¿Más quién conoce sus necesidades íntimas, ó
la tristeza y melancolía por cuanto es triste y me- la causa de sus goces pestilenciales? La metamor-
lancólico, y lo será eternamente.» Más aun: quien fosis no pareció jamás á mis ojos sino como la
ha escrito los «Cantos de Maldoror» puede muy alta y magnífica repercusión de una felicidad per-
bien haber sido un poseso. Recordaremos que cier- fecta que esperaba desde hacía largo tiempo. ¡ Por
tos casos de locura que hoy la ciencia clasifica fin había llegado el día en que yo me convirtiese
con nombres técnicos en el catálogo de las enfer- en un puerco! Ensayaba mis dientes sobre la cor-
medades nerviosas, eran y son vistos por la Santa teza de los árboles; mi hocico, lo contemplaba con
Madre Iglesia como casos de posesión para los delicia. «No quedaba en mí la menor partícula
cuales se hace preciso el exorcismo. «¡Alma en de divinidad»: supe elevar mi alma hasta la exce-
ruinas !»-exclamaría Bloy con palabras húmedas
siva altura de esta voluptuosidad inefable.»
de compasión.
León Bloy que en asuntos teológicos tiene la
Job:—«El hombre nacido de mujer, corto de ciencia de un doctor, explica y excusa en parte
días y harto de desabrimiento...» la tendencia blasfematoria del lúgubre alienado,
Lautréamont.—«Soy hijo del hombre y de la suponiendo que no fué sino un blasfemo por amor.
Los raros— j 2
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«Después de todo, este odio rabioso para el Crea- contra las rocas de la ribera; contra los fuegos
dor, para el Eterno, para el Todopoderoso, tal como que fingen mástiles de navios invisibles; contra el
se expresa, es demasiado vago en su objeto, pues- ruido sordo de las olas; contra los grandes peces
to que no toca nunca los Símbolos», dice. que nadan mostrando su negro lomo y se hunden
Oid la voz macabra del raro visionario. Se refie- en el abismo;—y contra el h o m b r e que les escla-
re á los perros nocturnos, en este pequeño poema viza...
en prosa, que hace daño á los nervios. Los perros «Un día, con ojos vidriosos, me dijo mi madre:
aullan «sea como un niño que grita de hambre, —Cuando estés en tu lecho, y oigas los aullidos de
sea como un gato herido en el vientre, bajo un los perros en la campaña, ocúltate en tus sábanas,
techo; sea como u n a m u j e r que pare; sea como un no rías de lo que ellos hacen, ellos tienen una sed
moribundo atacado de la peste, en el hospital; sea insaciable de lo infinito, como yo, como el resto
como una joven q u e canta un aire sublime;—con- de los humanos, á la «figure palé et longue...» «Yo,
tra l a s estrellas al norte, contra las estrellas al —sigue él,—como los perros sufro la necesidad de
este, contra las estrellas al sur, contra las estre- lo infinito. ¡ No puedo, no puedo llenar esa necesi-
llas al oeste; contra la luna; contra las montañas; dad!» Es ello insensato, delirante; «mas hay algo
semejantes, á lo lejos;, á rocas gigantes, yacentes en en el fondo que á los reflexivos hace temblar.»
la obscuridad;—contra el aire frío que ellos aspi- Se trata de un loco, ciertamente. Pero recordad
r a n á plenos pulmones, que vuelve lo interior de que el «deus» enloquecía á las pitonisas, y que la
sus narices rojo y quemante; contra el silencio de fiebre divina de los profetas producía cosas seme-
la noche; contrallas lechuzas, cuyo vuelo oblicuo jantes: y que el autor «vivió» eso, y que no se
les roza los labios y las narices, y que llevan un trata de una «obra literaria», sino del grito, del
ratón ó una rana en el pico, alimento vivo, dulce aullido de un sér sublime martirizado por Satanás.
para l a cría; contra las liebres que desaparecen en El cómo se burla de la belleza,—como de Psiquis,
un parpadear; contra el ladrón que huye, el galo- por odio á Dios,—lo veréis en las siguientes com-
pe de su caballo, después de haber cometido un paraciones, tomadas de otros pequeños poemas:
crimen; contra las serpientes agitadoras de hierbas, «...El gran duque de Virginia, era bello, bello
que les ponen temblor en sus pellejos y les hacen como una memoria sobre la curva que describe
chocar los dientes;—contra sus propios ladridos, un perro que corre tras de su amo...» «El vautour
que á ellos mismos dan miedo; contra los sapos, des agneaux, bello como la ley de la detención del
á los que revientan de un solo apretón de mandí- desarrollo del pecho en los adultos cuya propensión
bulas, (¿para qué se alejaron del charco?) contra al crecimiento no está en relación con la cantidad
los árboles, cuyas hojas muellemente mecidas son de moléculas que su organismo se asimila...» El
otros tantos misterios que no comprenden, y quie- escarabajo, «bello como el temblor de las manos
ren descubrir con sus ojos fijos inteligentes;—con- en el alcoholismo...»
tra las arañas suspendidas entre las largas patas, El adolescente, «bello como la retractibilidad de
que suben á los árboles para salvarse; contra los las garras de las aves de rapiña», ó aun «como la
cuervos que no han encontrado que comer duran- poca seguridad de los movimientos musculares en
te el día y que vuelven al nido, el ala fatigada; las llagas de las partes blandas de la región cervj-
cal posterior», ó, todavía, «como esa t r a m p a per-
petua para ratones, «toujours retendu p a r 1' ani- Y Bloy: «El signo incontestable del gran poeta
mal pris, qui peut p r e n d r e seul des rongeurs in- es la «inconsciencia» profética, la turbadora fa-
définiment, et fonctionner même caché sous la pai- cultad de proferir sobre los hombres y el tiempo,
lle», y sobre todo, bello «como el encuentro for- palabras inauditas cuyo contenido ignora él mis-
tuito "sobre una mesa dé disección, de una máqui- mo. Esa es la misteriosa estampilla del Espíritu
na de coser y un paraguas...» Santo sobre las frentes sagradas ó profanas. Por
En verdad', oh espíritus serenos y felices, que ridículo que pueda ser, hoy, descubrir un gran
eso es de un «humor» hiriente y abominable. poeta y descubrirle en una casa de locos, debo
¡Y el final del primer canto! E s un agradable declarar en conciencia, que estoy cierto de haber
cumplimiento para el lector el que Baudelaire le realizado el hallazgo.»
dedica en las «Flores del Mal», al lado de esta El poema de Lautréamont se publicó hace dieci-
despedida: «Adieu, viellard, et pense á moi, si tu siete años en Bélgica. De la vida de su autor nada
m' as lu. Toi, jeune homme, ne te désespere point; se sabe. Los «modernos» grandes artistas de la
car tu as un ami dans le vampire, malgré ton opi- lengua francesa, se hablan del libro como de un
nion contraire. E n comptant 1' acarus sarcopte devocionario simbólico, raro, inencontrable.
qui produit la gale, tu auras deux amis.»
El no pensó jamás en la gloria literaria. No es-
cribió sino para sí mismo. Nació con la suprema
llama genial, y esa misma le consumió.
El Bajísiinole poseyó, penetrando en su sér p o r
la tristeza. Se dejó caer. Aborreció al h o m b r e y
detestó á Dios. E n las seis partes de su obra sem-
bró una Flora enferma, leprosa, envenenada. Sus
animales son aquellos que hacen pensar en las crea-
ciones del Diablo; el sapo, el buho, la víbora, la
araña. La desesperación es el vino que le embria-
ga. La Prostitución, es para él, el misterioso sím-
bolo apocalíptico, entrevisto por excepcionales es-
píritus en su verdadera transcendencia: «Yo he
hecho un pacto con la Prostitución, á fin de sem-
brar el desorden en las familias... ¡ay! ¡ay!... gri-
ta la bella m u j e r desnuda: los hombres algún día
serán justos. No digo más. Déjame partir, para i r
á ocultar en el fondo del m a r mi tristeza infinita.
No hay sino tú y los monstruos odiosos que bu-
llen en esos negros abismos, que no me despre-
cien.»
Paul Adam

De cuando en cuando, la primera página del


«Journal» viene como pesada. Dos, tres, cuatro
columnas nutridas, negras, casi de una sola pieza,
hacen ya adivinar la firma. Y el lector avisado se
prepara, alista bien su cabeza, limpia los cristales
del entendimiento, y recibe el regalo con placer y
confianza. Es el artículo de Paul Adam. Y es como
salir al campo, ó á la orilla del mar. Hay, pues,
algo más que el aposento perfumado, los senos lu-
juriosos, los chismes de la condesa, los cancanes
de la política, las piernas de las bailarinas y las
evoluciones del protocolo. La sensación es de ex-
trañeza al propio tiempo que de satisfacción. Sa-
lir de la perpetua casa de cita, del perpetuo bar,
de los perpetuos bastidores, del perpetuo salón
«oú 1' on flirte»; dejar la compañía de lechugui-
nos canijos y de vírgenes locas de su cuerpo, por
la de u n hombre fuerte, sano, honesto, franco y
noble que os señala con un hermoso gesto im.
gran espectáculo histórico, un vasto campo mo-
ral, un alba estética, es ciertamente consolador y
vigorizante. Los politiqueros de la patriotería dan
vueltas cada mañana al mismo cantar. Rochefort
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redobla cuotidianamente en su viejo tambor, fu- organizador, este lógico, este filósofo de combate,
rioso; Drumont destaza su semita de costumbre; no inspira completa confianza. Por otra parte, la
Coppée, inválido lírico metido á sacristán, se pone media intelectualidad halla la selva demasiado tu-
á la par del ridículo Dérouléde; los escritores de pida, y la pereza es enemiga del hacha, encuentra
la literatura, explotan sus distintos lenocinios. el mar muy peligroso, y cree más agradable fumar,
M. Jean Lorrain cuenta sus historias viciosas de sentada en una piedra de la orilla, por donde los
siempre; Mendos, cuya pornografía de color de rosa ensueños pasan y se cogen con la mano.
no está ya de moda, hace la crítica teatral, gene- Hablando recientemente con el poeta Moreas,
ralmente plástica; Fouquier, el maestro periodista, cuyos olímpicos juicios son conocidos y sonreí-
d a lecciones útiles y generosas;—entre todos, más dos, preguntéle, su opinión sobre su antiguo cola-
alto, más joven, más enérgico, más vigoroso, P a u l borador y amigo. Con las condiciones que él sue-
Adam aparece,—al lado de Mirbeau;—llega con su le establecer, el amable descontentadizo me conce-
misión, obligatoria y dignificadora, y ara en la dió: «Mais il est tres fort, tout de méme!» Sabido
prensa, en el campo malsano de esta prensa, con es que M. Paul Adam comenzó en el grupo de los
su deber, firme arado. que en un tiempo ya lejano se llamaron simbo-
Yo admiro profundamente á M. Paul Adam. No- listas y decadentes, y que escribió en unión de
ble por familia y origen, se h a consagrado á una Moreas «Les demoiselles Goubert» y «Le thé chez
tarea de solidaridad h u m a n a cuyos frutos se vier- Miranda», con un estilo ultra exquisito, jeroglífi-
ten para los de abajo. Dueño de una voluntad, co casi y quintaesenciado, obras en que se llevaba
propietario de un carácter, fecundo de ideas, ple- al extremo un propósito intelectual, para dejar
tórico de conocimientos, archimillonario de pala- mejor asentadas las doctrinas entonces flamantes
bras, ha desdeñado la parada de un Barrés, que que producirían en lo futuro muchos fracasados,
le hubiera conducido á una diputación, ha recha- pero algunos nombres que ilustran la prosa y la
zado los flonflones de la literatura fácil, la «glo- poesía francesas contemporáneas, y que, reco-
rióle» de los éxitos azucarados; h a podado su an- rriendo el mundo, causarían en todos los países
tiguo estilo de ramas superfluas; ha puesto su cuño y lenguas civilizados, movimientos provechosos.
de pensamientos circulantes en pleno sol, en plena ¿Quién reconocería al pintor extraño de aquellas
claridad; se ha ido á vivir fuera de París, para decoraciones y al tejedor de aquellas sutiles telas
trabajar m e j o r ; y diciendo la verdad, clamando al de araña, en el musculoso manejador de mazas
porvenir, recorriendo lo pasado, estudiando lo pre- dialécticas, fundidor de ideas regeneradoras y tra-
sente, sacudiendo la historia, escarbando naciones, bajador triptolémico de ahora?
da, periódicamente, su ración de bien para quien Amontona en la balanza del pensamiento francés,
sepa aprovecharla. libro sobre libro, y ya su obra pesa como la car-
No haya vacilación en creer que éstos son pocos. ga de cien graneros. Esta transformación la h a
Para l o s de abajo la elevación mental, la frase sim- operado la voluntad guiadora de la labor; la labor
plificada y amacizada de M. Paul Adam no es fá- ordenada que lleva su propósito, y la conciencia
cilmente accesible; para los p u r o s ideólogos, este que hace cumplir con la tarea que se creó una obli-
gación, una obligación para con su propia persona- en pro de los trabajadores; lleva su utopia por
lidad, que se difunde en el bien de su patria, la el sendero en que se suele encontrar el casi impo-
Francia, y p o r lo tanto en favor de toda la estirpe sible sueño de la supresión de la miseria y del des-
humana. aparecimiento de los ejércitos guerreros. Un críti-
Desde «Soi», hasta sus novelas de alta psicología co sutil y penetrante, M. Camille Mauclair, concen-
histórica, u n a obra enorme atestigua la potencia de tra en estas palabras la sociología de M. Paul Adam:
ese singular entendimiento. Sus reconstrucciones «Para él no hay m á s que un asunto en los libros
bizantinas son de un encanto dominador, y junto y en la vida, la lucha de la fuerza y del espíritu.
á lo concreto de la época, brilla el lujo de im teso- El opone la fuerza creadora á la destrucción, la
ro verbal único, de un decir que no admite com- fecundidad activa al nihilismo de la guerra, el in-
plementos, total. Balallista, arregla, táctico del es- ternacionalismo al «chauvinismo», los conflictos de
tilo, sus escenas y su decoración, con una magis- clases á los conflictos de naciones, el intelectua-
tralidad soberbia y matemática. Y, conciso en lo lismo al militarismo, Lucifer y Prometeo á Júpi-
abundoso, rico de perspectivas, de líneas y colo- ter y á Jehová, dioses de la fuerza brutal.»
res, con dos ó tres pincelazos planta su cuadro á M. Paul Adam es u n intelectual, en el único sen-
la vista, neto, definitivo. En sus estudios del alma tido que debía tener esta p a l a b r a El pone en el
de las muchedumbres, como en sus análisis de ti- intelecto la fuente del perfeccionamiento, y da á
pos psíquicos, su fino espíritu ahonda y aclara, la idea, su valor de multiplicación vital, y de repar-
en súbitos golpes de luz, los más hondos recodos. tidora de bienes en la muchedumbre humana.
Y jamás el soplo nórdico, la cosa germana, ó la Si M. Paul Adam, guiado por su voluntad de siem-
cosa escandinava, ó la cosa rusa, le han pertur- pre quisiese un día ir á la acción política, á la lu-
bado ó fascinado en su camino. M. Paul Adam per- cha directa, sería u n gran conductor de pueblos,
manece francés, nada más que francés, y lleno del pero me temo mucho que tuviese la suerte de un
soplo de su época, cumple con su deber actual, héroe ibseniano. E n las muchedumbres no tienen
pone su contingente en la labor de ahora, y hace éxito los cerebrales; el sentimentalismo priva en
lo que puede p o r ver si no es imposible la regene- seres casi instintivos. El pueblo oye y entiende con
ración, la consecución de un ideal de grandeza fu- mayor placer y facilidad las tiradas tricolores de
tura, humano, seguro y positivo. un Coppée, que las altas palabras de quien se des-
No creáis que porque su amor á la justicia y su interesa de las b a j a s aventuras presentes, y desea
pasión de belleza y de verdad le conduzcan á la formar caracteres, hacer vibrar noblemente las con-
exaltación de las ocultas fuerzas populares, haya ciencias y asentar y rehacer y solidificar la patria.
en él ni un solo momento, un adulador de muche- Una de las fases más simpáticas y sobresalientes
dumbres, ni un político de oportunidades, ni un de M. Paul Adam, es su faz de periodista. El
cantor de marsellesas y carmañolas. Moralmente, «Triomphe des mediocres» es una obra maestra en
es un aristócrata, y no confundirá jamás su alma su género. Sin la escandalosa escatología pátmica
superior, en el mismo rango ó en la misma oleada de León Bloy, sin las farsas, ó compadrerías de
que la de los rebaños pseudosocialistas. El obra un Drumont, ó de un Bochefort, ha blandido las
hombres de la campaña, que mientras la ciudad
más bien templadas ideas, lia herido mucho y bien danza y se prostituye, siembran sus campos, tran-
en esas carnes sociales, ha flagelado costumbres, quilos v laboriosos, y llenan, llenan sus trojes;
se ha burlado duramente de los carnavales políti- y cuando l a peste llega y llega el h a m b r e a la
cos, de las paradas monarquistas, de la caridad ciudad, dan la limosna de sus graneros, abren sus
falsa, de la ciencia abotonada y de palmarás; h a depósitos, brindan sus almacenes.
denunciado á inicuos, á sinvergüenzas y merca- Y quizá muy pronto tenga hambre Francia.
deres de patriotismo, falsos socialistas, aristocrá-
ticas fantochesas, cepilladores de moral y remen-
dones de la virginidad literaria.
¡ Y qué hermosa prosa, de u n lirismo sofrenado,
que va latigueando á ¡un lado y otro, sin desbocarse,
sin sobresaltos, sin caídas, que dice lo que hay
que decir, y nada más; que tiene el adverbio justo,
el verbo propio, y que clava el adjetivo como un
rejón, de manera que queda vibrante, arraigado y
seguro! No hay duda de que M. Paul Adam es uno
de los maestros de la prosa contemporánea, en ese
maridaje estupendo de la claridad con la energía,
la vivacidad con la fiereza, y el ímpetu con la pon-
deración.
Y este vigoroso que tiene la médula de un sabio
y las alas de un artista, llena su misión con la ma-
yor serenidad y tranquilidad, no lejos del sonoro
y ronco maelstrom de París. Uno de los mayores
bienes que su personalidad esparce, es ese conti-
nuo ejemplo de actividad, esa incesante campaña,
esa inextinguible ansia de trabajar,, y de t r a b a j a r
bien. «La lucha por el pan, por el oficio de escri-
tor y de periodista, salva á los fuertes de la abs-
tracción estéril», dice M. Mauclair. Y dice bien. A
pesar de su alejamiento de centros y camarillas,
ó por esto mismo, creo que se le respeta y se le
reconoce como el más potente y el más noble. Al
verle así, en su aislada residencia, sin mezclarse
en las locuras y chismes y revueltas parisienses,
cultivando su vasto talento con tanta voluntad y
tanto tino, me suelo imaginar á uno de esos gentiles
jViax Jtordatt

Mi distinguido colega en «La Nación», Dr. Scliim-


per, se ocupó el año pasado del primer volumen
de «Entartung» de Max Nordau. Ha poco apareci-
do el segundo: la obra está ya completa. Una en-
diablada y extraña Lucrecia Borgia, doctora en
medicina, dice en alemán, para mayor autoridad,
con clara y tranquila voz, á todos los convidados
al banquete del arte moderno: «Tengo que anun-
ciaros una noticia, señores míos, y es que lodos
estáis locos.» En verdad Max Nordau no deja un
solo nombre, entre todos los escritores y artistas
contemporáneos, de la aristocracia intelectual, al
lado del cual no escriba la correspondiente clasi-
ficación diagnóstica: «imbécil», «idiota!», «degene-
rado». «loco peligrosos». Becuerdo que una vez al
acabar de leer uno de los libros de Lombroso, que-
dé con la obsesión de la idea de una locura poco
menos que universal. A cada persona de mi conoci-
miento le aplicaba la observación del doctor ita-
liano y resultábame que, unos por fas, otros por
nefas, todos mis prójimos eran candidatos al mani-
comio. Becientemente una obra nacional digna de
elogio, «Pasiones», de Ayarragaray, llamó mi aten-
ción h a c í a l a psicología de nuestro siglo, y presentó
á mi vista el tipo del médico moderno que penetra
en lo m á s íntimo del sér humano. Cuando la lite- En nuestro siglo, la última gran campaña literaria,
r a t u r a h a hecho suyo el campo de la fisiología, el movimiento naturalista dirigido por Zola, tiene
la medicina ha tendido sus brazos á la región obs- por padre á un médico, Claudio Bernard. En tanto
cura del misterio. que la literatura investiga y se deja arrastrar por
Allá á lo lejos vense á Molière y Lesage atacar á el impulso científico, la medicina penetra al reino
jeringazos á los esculapios. Había cierta inquina de las letras; se escriben libros de clínica tan ame-
de los h o m b r e s de pluma contra los médicos, y el nos como una noveela. La psiquiatría pone su lente
epigrama y la sátira teatral no desperdiciaban mo- práctico en regiones donde solamente antes había
mento oportuno para caer sobre los hijos de Gale- visto claro la pupila ideal de la poesía. Ante el pro-
no. Sangredo había nacido, y no todo él del cerebro fesor de ¡la Salpetriére, junto con los estudiantes
de su creador, pues sabemos por Max Simón que han ido los literatos. Y en el terreno crítico cierta
Sangredo vivió en carne y hueso en la personali- crítica tiene por base estudios recientes sobre el
dad del médico Hccquet. El mismo Max Simón hace genio y la locura: Lombroso y sus seguidores.
notar la acrimonia especial con que el más ilustre
de los poetas cómicos y el más grande de los no- Guyau, el admirable y joven sabio, sacrificó en
velistas de su época atacaron á los médicos. En las aras de los nuevos ídolos científicos. El com-
uno y otro, dice, se nota un verdadero desprecio probó, como un profesor que toma el pulso, el es-
p o r el arte que profesan aquellos á quienes ata- tado patológico de su edad, el progreso de fiebre
can. Moliere, irónico y fuerte. Lesage injurioso y moral siempre en crecimiento. El juntó en un capí-
despreciativo, están siempre listos con sus alja- tulo de un célebre libro á los neurópatas y delin-
bas. Monsieur Purgón, formalista, aparatoso y ciego cuentes, como invasores, como conquistadores vic-
de intelecto, y los dos Tomases Diafoirus apare- toriosos en el reino de la literatura. «Et s'y font
cieron como encarnaciones de una ciencia tan apa- une place tous les jours plus grande,»—decía de
ratosa como falsa. Sangredo fué, según Waltter ellos. Como principal síntoma del mal del siglo, se-
Scott, el mismo Helvecio. En resumen, los ataques ñala la manifestación de un hondo sufrimiento, el
literarios se dirigían contra los 'doctores de sangría impulso al dolor, que en ciertos espíritus puede
y agua tibia. Son los tiempos en que Ilecquet publi- llegar hasta el pesimismo. El tipo que el filósofo
ca «Le Brigandage de la Medicine,» en el cual están presenta es aquel infeliz Imbert Galloix, cuya pá-
en su base los principios de Gil Blas, y en el que lida figura pasará al porvenir iluminada en su do-
eran más que comunes diálogos á la manera del lorosa expresión por un ravo piadoso de la gloria
que en una obra del gran cómico sostienen Desfo- de Víctor Hugo. ¡Y bien! si la desgracia es desequi-
nandrés v Tomes. librio. bien está señalado Imbert Galloix. Ese gran
talento gemía bajo la más amarga de las desven-
Si los médicos del siglo XVII se enconaron con turas. Sentirse poseedor del sagrado fuego y 110 po-
las bromas de Molière, los del siglo XVIII no fue- der acercarse al a r a ; luchar con la pobreza, estar
ron tan quisquillosos con las sátiras de Lesage (1). lleno de bellas ambiciones y encontrarse solo, aban-
donado á sus propias fuerzas en un campo donde
|[(i) Max Simón
Los raros—13
la fortuna es la que decide, es cosa áspera y dura. ler» á Víctor Hugo, había tenido cuidado de acom-
A propósito de un joven cubano poeta muerto re- pañar cada una de sus citas de una notita que
cientemente en París—Augusto de Armas uno de hacía conocer el título de la obra de que se había
tantos Imbertos Galloix!—dice con gran razón el extraído la cita, con todas sus indicaciones acce-
brillante Aniceto Valdivia: «Sólo un temperamento sorias, lugar y año de publicación, número de la
de toro, como el de Balzac, puede soportar sin edición, cifra de la página cuyo era el verso ci-
rajarse, el peso de ese mundo de desdenes, de olvi- tado, etc. Y se tenía inmediatamente el sentimien-
dos, de negaciones, de injustos silencios bajo el to de que si en verdad se hallaba en tal página de
cual h a caído el adorable poeta de «Rimes Byzan- tal libro, el mal verso que se acaba de leer en la
tines.» La autopsia espiritual que del desgraciado « revista, Víctor Hugo era, realmente, un poeta las-
joven ginebrino hace el sereno analizador soció- timoso. Me decidí temblando á llevar á cabo esta
logo, me parece de una impasible crueldad. verificación, y encontré q u e cada vez que el pi-
Aquí de las comparaciones que ofrece la nueva caro verso estaba en realidad en el libro indicado,
ciencia penal, entre los desequilibrados, locos y descubría también al mismo tiempo que al laclo
criminales. Porque un cierto Cimmino, bandido de ese había diez, cien ó mil versos que eran de
napolitano, se ha hecho tatuar en el pecho una una completa belleza.» Tiene razón Jean Thorel.
frase de desconsuelo, quedan condenados á la Max Nordau condena el poema entero por un verso
comparación más curiosamente atroz todos los cojo ó luxado; y al arte entero, por uno que otro
admirables melancólicos que representan la tris- caso de morbosismo mental. Para estimar la obra
teza en la literatura. El nombre de Leopardi, de los escritores á quienes ataca, pues principal-
por ejemplo, aparecerá en la más infame pro- mente por los frutos declara él la enefrmedad del
miscuidad con el de cualquier número de peniten- árbol, parte de las observaciones de los alienis-
ciaria ó de presidio, p o r o b r a de tal razonamiento tas en sus casos de los manicomios. Al tratar Guyau
de Lacassagne ó de tal opinión de Lombroso. En de los desequilibrados, hablaba de «esas literatu-
las especializaciones de Max Nordau la falta de ras de decadencia que parecen haber tomado por
justicia se hace notar, agravándose con una de las modelos y por maestros á los locos y los delin-
más extrañas inquinas que pueden caber en crítico cuentes.» Nordau no se contenta con dirigir su
nacido. Bien trae á cuento Jean Tliorel un caso escalpelo hacia Verlaine, el gran poeta desventu-
gracioso que aquí citaré con las mismas palabras rado ó á uno que otro extravagante de los últimos
del escritor: «Recuerdo haber leído una vez en cenáculos de las letras parisienses. El sentencia
una revista inglesa u n largo estudio, m u y concien- á decadentes y estetas, á parnasianos y diabó-
zudo. de argumentación apretada é. irrefutable, que licos. á ibsenistas y neomísticos, á prerrafaelistas
probaba—que no se contentaba con afirmar, sino v tolstoistas, wagnerianos y cultivadores del yo;
que probaba con n u m e r o s o s ejemplos—que Víctor y si no lleva su análisis implacable con mayor
Hugo era un escritor sin talento y un execrable fuerza hacia Zola y los suyos, no es p o r falta* de
poeta. Para m e j o r convencer á sus lectores, el bríos y deseos, sino porque el naturalismo yace
crítico que se había señalado la tarea de «demo-
de l'e. Tampoco el arte podrá ser destruido. Los
divinos semi-locos «necesarios para el progreso,»
enterrado bajo el árbol genealógico de los Rou- vivirán siempre en su celeste manicomio conso-
gon-Macquart. , , lando á la tierra de sus sequedades y durezas con
U n a de las cosas que señala en los moderaos una armoniosa lluvia d e esplendores y una ma-
artistas como signo inequívoco de neuropatía, es ravillosa riqueza de ensueños y de esperanzas.
Por de pronto, en «Degeneración,» los números
la tendencia á formar escuelas y agrupaciones.
de hospital, entre otros, son los siguientes: Tols-
Sería deliciosamente peregrino que por ese solo
toi,—puesto que lleno de una santa pasión por el
hecho todas las escuelas antiguas, todos los cena- mujick, por el pobre campesino de su Rusia, se
culos, desde el de Sócrates hasta el de N S. Jesu- enciende en religiosa caridad y alivia el sufrimien-
cristo y desde el de Ronsard hasta el ele Víctor to humano, queda señalado. Queda señalado tam-
Hugo, mereciesen la calificación inapelable de la bién Zola, ese búfalo. Dante Gabriel Rossetti tiene
nueva crítica científica. . su pareja en tal casa de orates, en tal lesionado
Otras causas de condenación: amor apasionado que padece de alalia. Esto á causa de los motivos
del color: fecundidad: fraternidad artística entre musicales de algunos de sus poemas que se repiten
dos- esta afirmación que nos dejará estupefactos, con frecuencia. Deben acompañar lógicamente en
gracias á la autoridad del sabio Sollier: es una par- su desliaucio, al exquisito prerrafaelita, los bucó-
ticularidad de los idiotas y de los imbéciles tener licos griegos, los autores de himnos medioevales,
wusto por la música. Thorel señala una contradic- los romancistas españoles y los innumerables can-
ción del crítico alemán que aparece harto clara. cioneros que han repetido por gala rítmica una
I a música, dice este, 110 tiene otro objeto que des- frase dada en el medio ó en el fin de sus estrofas.
pertar emociones; por tanto, los que se entregan El admirado umversalmente por su alta crítica
á ella son ó están próximos á ser degenerados, por artística, Ruskin, queda condenado: es la causa
razón de que la parte del sistema nervioso que esta de su condenación el defender á Burne Jones y á (la
dotada de la facultad de emotividad, es anterior escuela prerrafaelita. En el proceso del libro, des-
atávicamente á la substancia gris del cerebro, que filan los simbolistas y decadentes. El ilustre jefe,
es la encargada de la representación y juicio da el extraño y cabalístico Mallarmé con el pasaporte
las cosas: v el progreso de la raza consiste en la de su música encantadora y de sus brumas hermé-
superioridad que adquiere esta parte sobre la pri- ticas, no necesita más para el dignóstico. Charles
mera. Entretanto Nordau coloca entre los grandes Morice, de larga cabellera y de grandes ideas, al
artistas de su devoción á un gran músico: Beetho- manicomio. Lo mismo Regnier, el orgulloso ejecu-
ven De más está decir que las ideas que Max Nor- tante en el teclado del verso; Julio Laforgue, que
dau profesa sobre el arte son de una estética en con la introducción del verso falso ha hecho tan-
extremo singular y utilitaria. El carro de hierro, tas exquisiteces; Paul Adam, que ya curado de
la ciencia, ha destruido según él los ideales reli- ciertas exageraciones de juventud, escribe sus
giosos No va ese carro tirado, ciertamente, por una «Princesas Bizantinas.;» Stuard Merril, prestigioso
cuadriga de caballos de Atila. Y hoy mismo, en el
campo de humanidad, después del paso del mons-
truo científico, renacen árboles, llenos de flores
rimador y antee-francés j Laurent Tailhade, que re- Así también á los que, sin ver el gran peligro de
sucita á Rabelais después de cincelar sus joyas mís- las posesiones satánicas que en el vocabulario de
ticas. No hay que negarle mucha razón á Nordau la ciencia atea tienen también su nombre—pene-
cuando trata de Yerlaine con quien—en cuanto al tran en las obscuridades escabrosas del ocultismo
poeta,—es justo. Mas el que conozca la vida de y de la magia, cuando no en las abominables farsas
Verlaine y lea sus obras, tendrá que confesar que de la misa negra. No hay duda de que muchos de
hay en ese potente cerebro, no el grano de locura .los magos, teósofos y hermetistas están predestina-
necesario, sino la lesión terrible que ha causado dos para una verdadera alineación.
la desgracia de ese «poeta maldito.» E n cuanto Todos los médicos pueden testificar que el es-
á Rimbaud—á quien un talento tan claro como el piritismo h a dado m u c h o s habitantes á las celdas
de Jorge Yanor coloca entre los genios. Tan orate de los manicomios.
como él, aunque menos confuso, y á Tristan Cor-
Por la puerta del egoísmo entran los parnasianos
biere, á quien sus versos marinos salvan... Des-
y diabólicos, los decadentes y estetas, los ibsenis-
pués René Ghil y su tentativa de instrumentación,
tas, y un hombre ilustre que, desgraciadamente,
Gustavo Khan y su apreciación del valor tonal de
se volvió loco: Federico Nietzsche. ¿El egoísmo
las palabras son más bien—á mi ver—excéntricos
es un producto de este siglo? Un estudio de la his-
literarios llevados por una concepción del arte,
toria del espíritu humano, demostrará que 110.
en verdad abstrusa y difícil. Y por lo que toca
á Moréas, cuyo talento es sólido é innegable, y No ha habido mejor defensor del egoísmo bien
á quien por buena amistad personal conozco ínti- entendido, en este fin de siglo, que Mauricio Barrés.
mamente, puedo afirmar que lo que menos-tiene Ya Saint-Simón, en la a u r o r a de estos cien años,
dañado es el seso. Risueño, poeta, conocedor de su combatía el patriotismo en nombre del egoísmo.
París, h a sabido cortarle la cola á su perro, y Y en el estado actual de la sociedad humana ¿quién
nada más. podrá extrañar el aislamiento de ciertas almas esti-
litas, de pie sobre su columna moral, que tienen
Los wagnerianos van en montón, con el olímpico sobre sí la mirada del ojo de los bárbaros?
maestro á la cabeza. No oye el médico de piedra Entre los parnasianos, si no cita á todos los clien-
el eco soberbio de la floresta de armonías. Mien- tes de Lemerre, que con el oro de la rima le reple-
tras Max Nordau escribe su diagnóstico, van en tarán su caja de editor millonario, señala al so-
fuga visionaria Sigfrido y Rrunhilda, Venus desnu- berbio Theo, que va á su celda, agitando la cabe-
da, guerreros y sirenas, W o t a n formidable, el ma- llera absalónica y junto con él Banville, el mejor
rino del barco-fantasma; y, llevado por el blanco tocador de lira de los anfiones de Francia. ¿Y
cisne, alada góndola de viva nieve, rubio como un Mendés?
Dios de la Walhalla, el bello caballero Lohengrin.
Pláceme la dureza del clínico para con el grupo
On y rencontre aussi Mendés
de falsos místicos que trastruecan con extrava-
A qui nul rvthrae ne resiste,
gantes parodias los vuelos de la fe y las obras de Qu' il chante 1' Olimpe ou 1' Ades.
religión pura.
T a m b i é n se encuentra allí Mendés, entre los de- ü. Receta: prohibición de la lectura de ciertos
generados, á causa de sus versos diamantinos y de libros, y, respecto á los escritores «peligrosos,»
sus f l o r i d a s priapeas. Y al paso de los estetas y que se les aleje de los centros sociales, ni más ni
decadentes, lleva la insignia de capitán de los pri- menos como á los lazarinos y coléricos. Y «¡liorres-
meros Oscar Wilde. Sí, Dorian Gray es loco rema- co referens!» que de no tomar tal medida, se les
tado, y allá va Dorian Gray á su celda. No puede trate exactamente como á los perros hidrófobos.
escribirse con la masa cerebral completamente sana Este seráfico sabio trae á la memoria al autor de
el libro «Intentions...» Y lo que son los decadentes, la Modesta proposición para impedir que los niños
—¡ N o r d a u como todos los que de ello tratan, des- pobres sean una carga para sus padres y su país,
barra en la clasificación!—van representados por y medio de hacerles útiles para el público.» Ya
Villiers de U Isle-Adam, el hermano menor de Poe, se sabe cuál era ese medio que Swift proponía
por el católico Barbey d'Aureville... por el turanio «with tlie tread and gaiety of an ogre,» que dice
Richepin, p o r Huyssmans, en fin, lleno de múscu- Thackeray: comerse á los chicos. Mas cuando Max
los y de fuerzas de estilo, que personificara en Des Nordau habla del arte con el mismo tono con que
Esseintes el tipo finisecular del cerebral y del hablaría de la fiebre amarilla ó del tifus, cuando
quientesenciado, del manojo de vivos nervios que habla de los artistas y de los poetas como de
vive e n f e r m o por obra de la prosa de su tiempo. «casos,» y aplica la thanathoterapia, quien le son-
Si sois partidarios de Ibsen, sabed que el autor de ríe fraternalmente es el perilustre Dr. Tribulat
«Heda C-abler» está declarado imbécil. No citaré Bonhomet, «profesor de diagnosis,» que gozaba vo-
más n o m b r e s de la larga lista. luptuosamente apretándoles el pescuezo á los cis-
Después de la diagnosis, la prognosis; después de nes de los estanques. El, antes de la indicación del
la prognosis la terapia. Dada la enfermedad, el pro- autor de «Enlartung» había hecho la célebre «Mo-
ceso de ella; luego, la manera de curarla. La pri- ción respecto á la utilización de los terremotos.»
mera indicación terapéutica es el alejamiento de El odiaba científicamente á «ciertas gentes tole-
aquellas ideas que son causa de la enfermedad. Para radas en nuestros grandes centros, á título de ar-
los que piensan hondamente en el misterio de la tistas.» «esos viles alineadores de palabras, que
vida, p a r a los que se entregan á toda especulación son una peste para el cuerpo social.» «Es preciso
que tenga p o r objeto lo desconocido, «no pensar matarlos horriblemente.» decía. Y para ello pro-
en ello.» Cuando Ayarragaray entre nosotros se- ponía que se construyese en lugares donde fuesen
ñala el campo, la quietud, el retiro, «Cantaclaro» frecuentes los temblores de tierra, grandes edifi-
protesta. Nordau pasando sobre el hegelianismo y cios de techos de granito; y «allí imitaremos para
el idealismo transcendental de Ficht en persecu- que se establezca á toda la inspirada «ribambelle
ción del «egoísmo morboso,» explica etiológicamen- de ees pretendus Reveurs,» que Platón quería, in-
le la degeneración como un resultado de la debili- dulgentemente coronar de rosas y arrojarlos de
dad de los centros de percepción ó de los nervios su República.» Ya instalados los poetas, los «soña-
sensitivos; cuando trata de la curación debe per- dores.» un terremoto vendría, y el efecto sería el
mitir que sus lectores abran la boca en forma de
que caracterizaba Bonhomel con esta inquietante
onomatopeya:

¡ ¡ ¡ Krrraaaak!!!

Pero el viejo Tribulat no era tan cruel, pues


ofrecía dar á sus condenados á aplastamiento,
horizontes bellos, aires suaves, músicas armonio- 3i$cn
sas. Por tanto, yo, que adoro al amable coro de
las musas, y el azul de los sueños, preferiría antes
que ponerme en manos de Max Nordau, ir á casa
del médico de Clara Lenoir, quien m e enviaría al
edificio de granito, en donde esperaría la h o r a de
morir saludando á la primavera y al amor, cantan- No hace mucho tiempo han comenzado las explo-
do las rosas y las liras, y besando en sus rojos la- raciones intelectuales al Polo. Ya Leconte de Lisie
bios á Cloe, Calatea ó Cidalisa! había ido á contemplar la naturaleza y aprender
el canto de las r u n o y a s ; Mendés á ver el sol de
media noche y á hacer dialogar á Snorr y Snorra,
en un poema de sangre y de hielo. Después los
Nordenskjóld del pensamiento descubrieron en las
lejanas regiones boreales, seres extraños é inaudi-
tos: poetas inmensos, pensadores cósmicos. Entre
todos, hallaron uno, en la Noruega; era un hombre
fuerte y raro, de cabellos blancos, de sonrisa peno-
sa, de miradas profundas, de obras profundas. ¿Es-
taba acaso en él el genio ártico? Acaso estaba en
él el genio ártico. Parecería que fuese alto como
un pino. Es chico de cuerpo. Nació en su país mis-
terioso ; el alma de la tierra en sus más enigmáticas
manifestaciones, se le reveló en su infancia. Hoy
es ya anciano; ha nevado mucho sobre él; la glo-
ria le ha aureolado, como una magnifícente aurora
boreal. Vive allá, lejos, en su tierra de fjords y
lluvias y brumas, bajo un cielo de luz caprichosa
y esquiva. El mundo le mira como á un legenda-
rio habitante del reino polar. Quienes, le creen un
extravagante generoso, que grita á los hombres
que caracterizaba Bonhomet con esta inquietante
onomatopeya:

¡ ¡ ¡ Krrraaaak!!!

Pero el viejo Tribulat no era tan cruel, pues


ofrecía dar á sus condenados á aplastamiento,
horizontes bellos, aires suaves, músicas armonio- 3i$cn
sas. Por tanto, yo, que adoro al amable coro de
las musas, y el azul de los sueños, preferiría antes
que ponerme en manos de Max Nordau, ir á casa
del médico de Clara Lenoir, quien m e enviaría al
edificio de granito, en donde esperaría la h o r a de
morir saludando á la primavera y al amor, cantan- No hace mucho tiempo han comenzado las explo-
do las rosas y las liras, y besando en sus rojos la- raciones intelectuales al Polo. Ya Leconte de Lisie
bios á Cloe, Calatea ó Cidalisa! había ido á contemplar la naturaleza y aprender
el canto de las runoyas; Mendés á ver el sol de
media noche y á hacer dialogar á Snorr y Snorra,
en un poema de sangre y de hielo. Después los
Nordenskjóld del pensamiento descubrieron en las
lejanas regiones boreales, seres extraños é inaudi-
tos: poetas inmensos, pensadores cósmicos. Entre
todos, hallaron uno, en la Noruega; era un hombre
fuerte y raro, de cabellos blancos, de sonrisa peno-
sa, de miradas profundas, de obras profundas. ¿Es-
taba acaso en él el genio ártico? Acaso estaba en
él el genio ártico. Parecería que fuese alto como
un pino. Es chico de cuerpo. Nació en su país mis-
terioso ; el alma de la tierra en sus más enigmáticas
manifestaciones, se le reveló en su infancia. Hoy
es ya anciano; ha nevado mucho sobre él; la glo-
ria le ha aureolado, como una magnifícente aurora
boreal. Vive allá, lejos, en su tierra de fjords y
lluvias y brumas, bajo un cielo de luz caprichosa
y esquiva. El mundo le mira como á un legenda-
rio habitante del reino polar. Quienes, le creen un
extravagante generoso, que grita á los hombres
la palabra de su sueño, desde su frío retiro; quie-
nes, un apostol huraño, quienes, un loco. Enorme Pues todo h o m b r e tiene un mundo interior y los
visionario de la nieve! Sus ojos han contemplado varones superiores Üénenlo en grado supremo, el
las largas noches y el sol rojo que ensangrienta gran escandinavo halló su tesoro en su propio
la obscuridad invernal: luego miró la noche de mundo. «Todo lo h e buscado en mi mismo, todo
la vida, lo obscuro de la humanidad. Su alma es-
tará amargada hasta la muerte. ha salido de m i corazón.»
Es en sí propio donde encontró el mejor venero
Man rice Bigeon, que le lia conocido íntimamente,
p a ; a estudiar el principio humano. Hizo la propia
nos le pinta: «La nariz es fuerte, los pómulos rojos vivisección Puso el oído á su propia voz \ los
y salientes, la barbilla vigorosamente marcada, sus ledos al propio pulso. Y todo salió de su corazon.
grandes anteojos de oro, su barba espesa y blanca
donde se hunde lo bajo del rostro, le dan «l'air ' ^El°corazón de u n sensitivo y de un nervioso.
brave honimé,» la apariencia de un magistrado Palpitaba por el mundo. Estaba enfermo de hu-
de provincia, envejecido en el cargo. Toda la poe-
sía del alma, todo el esplendor de la inteligencia, m
Su d o a r d gani Z ación vibradora y predispuesta á los
se han refugiado, aparecen en los labios finos y
choques de lo desconocido, se templo mas en el
largos, un tanto sensuales, que forman en las co-
medio de la naturaleza fantasmal, de la atmosfera
misuras una mueca de altiva ironía; en la mira-
extraña de la patria nativa. Una mano invisible
da, velada y como abierta hacia adentro, ya dulce
y melancólica, ya ágil y agresiva, mirada de mís- le asió, en las tinieblas.
tico y luchador, mirada turbadora, inquietante, Ecos misteriosos le llamaron en la bruimt Su
atormentada, bajo la cual se tiembla, y que parece niñez fué una flor de tristeza. Estaba ansioso de
escrutar las conciencias. Y la frente, sobre todo, ensueños, había nacido con la ^ m e ^ Yo m e
es magnífica, cuadrada, sólida, de potentes con- lo imagino, niño silencioso y pálido de larga _ca
tornos. frente heroica y genial, vasta como el mun- bellera en su pueblo de Skien, de calles solitarias
do de pensamientos que abriga. Y, dominando el de días nebulosos. Me lo imagino en los primeros
conjunto, acentuando todavía más esta impresión estremecimientos producidos por el espíritu que
de animalidad ideal que se desprende de su fiso- debía poseerle, en un tiempo perpetuamente^cre-
nomía toda, una crinada cabellera blanca, fogosa, puscular. ó en el silencio frío de la noche n o r u e
indomable... ga. Su pequeña alma infantil apretada en un ho-
gar ingrato; los primeros golpes mora es en esa
...Un hombre, en resumen, de esencia especial, pequeña alma f r á d l y c r i s t a l i n a ; l a s p r i m e r a s . m -
de tipo extraño, que inquieta y subyuga, cuyo igual presiones que le hacen comprender la maldad de
es inencontrable,—un hombre, que no se podría la tierra v lo áspero del camino Por recorrer.
olvidar aunque se viviesen cien años.» Después en los años de la juventud, nuevas a*-
perezas. El comienzo de la lucha por la vida, y
la visión reveladora de la miseria social , Ah, el
comprendió el duro mecanismo: y el p e l e r o de
tanta rueda dentada; y el error ele ia n n t u
Un ataúd, un ataúd cerca del de mi hijo.» Des-
de «le m á q u i n a ; y la perfidia de los capataces y pués «Los Guerreros de Ilelgeland» esa r a r a obra
la universal degradación de la especie. Y su alma
se hizo su t o r r e de nieve. Apareció en él el lucha- de visionario. Recordad:
dor, el combatiente. Acorazado, casqueado, arma- «Hjordis.-El lobo, allí está, ¿lo ves? allí. No me
uo, apareció el poeta. Oyó la voz de los pueblos. deia nunca; me tiene clavados sus ojos rojos, in-
Su espíritu salió de su restringido círculo nacio- candescentes. ¡Ah, Sigurd, es un presagio! Tres
nal; cantó las luchas extranjeras; llamó á la unión veces se me ha aparecido, y seguramente eso quiere
de las naciones del norte; su palabra, que apenas decir que moriré esta noche.
se oía en su pueblo, fué callada p o r el desencan- Sigurd.—¡Hjordis! ¡Hjordis!
to; sus compatriotas no le conocieron; hubo para Hjordis.—Acaba de desaparecer alia, en el suelo.
el, eso; sí, piedras, sátira, envidia, egoísmo, estu- Ahora, ya lo sé. ,
pidez: su patria, como todas las patrias, fué una Sigurd.—¡Oh, Hjordis, ven, estas enfermo! v i -
espesa c o m a d r e que dió de escobazos á su pro- vamos á casa.
feta. De Skien á Grimstad, á Cristiania. De la mano Hjordis.—No: esperaré aquí. Tengo muy poco
de Welhaven su espíritu penetra en el mundo cíe tiempo de vida.
una nueva filosofía. Después del desencanto, halla Sigurd.—¿Pero qué tienes?
otra vez su joven musa cantos de entusiasmo, de H j o r d i s . - ¿ Q u é tengo? No sé. Pero ya lo ves, tu
vida, de amor. En los tiempos de las primeras lu- has dicho la verdad hoy. Gunuar y Daquy están
chas p o r la vida había sido farmacéutico. Fué allí, entre nosotros. Dejémosles. Dejemos esta vicia;
periodista después. Luego, director de una erran- así podemos vivir juntos.
te compañía dramática. Viaja, vive. De Dinamarca Sigurd.-¿Podemos? ¿Tú lo crees?
vuelve á la capital de su país, v se ocupa también Hjordis.—Desde el día en que has tomado oirá
en cosas de teatro. En su trato con los cómicos, mujer, vo estoy sin patria en este mundo», etc.
tal Guillermo Shakespeare—comienza á entrever «Los 'pretendientes á la corona,» donde hay el
el mundo de su obra teatral. Está pobre; no le admirable diálogo, entre el Poeta y el Rey, y el cual
i m p o r t a ; ama.—Se enloquece de a m o r : tanto se tiene que haber influido muy directamente en la
enloquece q u e se casa. Una dulce hija de pastor forma dialogal característica de Maeterlink, en sus
protestante, fué su mujer. Imaginóme que la buena dramas simbólicos, seguida en parte por Eugenio de
I)ae Th o res en debe de haber tenido los cabellos Castro en su suntuoso «Belkiss.» Véase:
del más lindo oro, y los ojos divinamente azules. El rev S k u l e . - M e hablarás de eso dentro de poco.
Pero diine, Skalda, que has errado tanto por países
extranjeros, ¿has visto una mujer que ame al hijo
Después de su «Catilina», simple ensayo juvenil, de otra? Y cuando digo amar, entiendo amar no con
el autor dramático surge. La antigua patria renace un sentimiento pasajero, sino amar con todas las
en «La Castellana de Ostroett». los que conocéis la ternuras del alma.
obra ibseniana, oiréis siempre el grito final de El poeta Jatgeir.—Eso no acontece sino a las mu-
Dame Ingegerd, agonizante: «¿Lo que vo q u i e r o ' jeres que no tienen hijos.
El poeta.—He recibido el don del sufrimiento y
El rey.—¿A ellas solamente?
El poeta.—Sobre todo á las que son estériles. así he llegado á ser poeta.
El rey.—¿Sobre todo á las que son estériles? El rey.—Así pues, ¿el don del sufrimiento es nece-
¿Aman entonces á los hijos de otra, con tocias las sario al poeta?
ternuras de su alma? El poeta.—Para mí fué necesario; pero hay otros
El poeta.—Sí, á menudo. á quienes ha sido concedida la alegría, la fe ó la
El rey.—Y, ¿no es cierto? Sucede que esas muje- duda.
res estériles matan á los hijos de otra, despecha- El rey.— ¿Aun la duda?
das de no h a b e r tenido ellas. El poeta.—Sí; pero es preciso que sea la duda de
El poeta. — Sí. Pero eso no es obrar prudente- la fuerza y de la salud.
mente. El r e y _ ¿ Y cuál es la duda que no sea la de la
El rey.—¿Prudentemente? fuerza y de la salud?
El poeta.—No, no es obrar prudentemente, por- El poeta.—Es la duda que duda aún de su duda.
que dan; áfaquellos cuyos hijos matan, el clon del su- El rey.—Paréccme cjue eso debe ser la muerte.
frimiento. El poeta.—Es más horrible que la muerte misma:
El rey.—Pero ¿crees tú que el don del sufrimien- son las tinieblas profundas,» etc.
to sea u n a buena cosa? La «Comedia del Amor» marca el h u m o r fino que
El poeta.—Sí, señor. hay también en Ibsen, siempre á propósito de erro-
El rey.—Islandés, hay como dos hombres en tí. res sociales; y es una puerta de libertad, abierta
Estás entre la muchedumbre, en algún alegre fes- al santo instinto humano de amor.
tín. y pones un manto sobre tus pensamientos. Se Con la hostilidad de los cómicos cuya dirección
está á solas contigo, y te asemejas á los raros á tenía, y el clamor de odio y de villanía que contra
quienes voluntariamente se escogería por amigos. él alzaron unos cuantos periodistas, tuvo que mos-
¿ P o r qué es así? trar hombros de hierro, cabeza resistente, puños
firmes. Su tierra le desconocía, le desdeñaba, le
El poeta.—Señor, cuando os queréis bañar en el
odiaba, le calumniaba. Entonces, sacudió el polvo
río, no os desvestís cerca de donde pasan los que
de sus zapatos. Se va. mordiendo versos contra el
van' á la iglesia, sino que buscáis un lugar solitario...
rebaño de tontos; se va, desterrado por la fosiliza-
El rey.—Naturalmente. da familia de retardatarios y de puritanos.Así. más
El poeta.—¡Y bien ! yo también tengo el pudor del se ahonda en su corazón el sentimiento de la re-
alma y p o r eso es que no me desvisto cuando hay dención social.
tanta gente en la sala.
El rey.—¿Eh? Cuéntame. Jatgeir. cómo has llega- El revolucionario fué á ver el sol de oro de las
do á ser poeta y quién te ha enseñado la poesía. naciones latinas.
Después de este baño solar nacieron las otras
El poeta.—Señor, la poesía no se aprende.
obras que debían darle el imperio del drama mo-
El rey. — ¡La poesía no se aprende! Entonces,
derno. y colocarle al laclo de Wagncr, en la altura
¿cómo h a s hecho?
Los raros—14
del arte y del pensamiento contemporáneo. El ha-
bía sido el escultor en carne viva, en su propia car- traerá en su pico el ramo precursor? Lo veremos.
ne. Animó después sus extraños personajes simbó- Por lo que á mí toca, hasta ese día, permaneceré en
licos por cuyos labios saldría la denuncia del mal mi habitáculo enguatado de Suecia, celoso de la
inveterado, en la nueva doctrina. Los pobres ten- soledad, ordenando ritmos distinguidos. La multi-
drán en él un gran defensor. Es nn propósito de tud vagabunda se enojará sin duda alguna, y m e
redención el que le impulsa. Es un gigantesco ar- tratará de renegado; pero esa muchedumbre me
quitecto que desea erigir su construcción monu- espanta, no quiero que el lodo me salpique; y de-
mental, para salvar las almas p o r la plegaria en la seo, en traje de himeneo, sin mancha, aguardar
altura, de cara á Dios. la aurora que ha de venir.» ¡Ali, la pobre humani-
El hombre de las visiones, el hombre del país de dad perdida! ese -extraño redentor quiere salvarla,
los kobolds, encuentra que h a y mayores misterios encontrar para ella el remedio del mal y la senda
en lo común de la vida, que en el reino de la fanta- que conduce al verdadero bien. Pero cada instan-
sía: el mayor enigma está e n el propio hombre. te que pasa le da muerte á una ilusión. Los hom-
Y su sueño es ver la vida m e j o r , el hombre rejuve- bres están originalmente viciados. Su mismo or-
necido, la actual máquina social despedazada. Nace ganimo es un foco infectivo; su alma está sujeta al
en él el socialista; es una especie de nuevo re- error y al pecado. Se va sobre lodazales ó sobre
dentor. cambroneras. La existencia es el campo de la men-
tira y el dolor. Los malos son los que logran co-
Así surgen «El pato salvaje», «Nora», «Los apare- nocer el rostro de la felicidad, en tanto que el in-
cidos», «El enemigo del pueblot», «Rosmersholmp, menso montón de los desgraciados se agita bajo la
«Hedda Gabler». Escribía p a r a la muchedumbre, tabla de plomo de una fatal miseria. Y el redentor
para la salvación de la muchedumbre. La máquina padece con la pena de la muchedumbre. Su grito
recibía rudos golpes de su e n o r m e martillo de dios no se escucha, su torre no tiene el deseado coro-
escandinavo. Su martilleo se oye por todo el orbe. namiento. Por eso su agitado corazón está de luto,
La aristocracia intelectual está con él. Se le saluda por e-so brotan de los labios de sus nuevos perso-
como á uno de los grandes héroes. Pero su obra najes palabras terribles, condenaciones fulminan-
no pruduce lo que él desea. Y su esfuerzo se vela de tes, ásperas y flagelantes verdades. Es pesimista
una sombra de pesimismo. por obra de la fuerza contraria. El ha entrevisto
Fué á ver el soi de las naciones latinas. el Sdeal, como un miraje. Ha caminado tras él,
ha despedazado sus pies en las piedras del cami-
no. no ha logrado sino cosechas de decepciones,
Y en las naciones latinas encuentra luchas y ho- su fata-morgana se ha convertido en nada.
rrores, desastres y tristezas: su alma padece por la
amargura de Francia. Llega u n momento en que Y su progenie simbólica está animada de u n a
juzga muerta el alma de la raza. Mas no se va del vida maravillosa y elocuente. Sus personajes son
todo la esperanza ele su corazón. Cree en la resu- seres que viven y se mueven y obran sobre la tie-
rrección f u t u r a : «Quién s a b e cuándo la paloma rra. en medio de la sociedad actual. Tienen la
realidad de la existencia nuestra. Son nuestros ve-
sador tiene la estatura de los arcángeles. Se siente,
cinos, nuestros h e r m a n o s . A veces nos sorprende en lo obscuro vecino, u n a brisa que sopla de lo
oir 'salir de sus bocas nuestros propios íntimos infinito, cuyo sordo oleaje oímos de tanto en tanto.
pensamientos. Y es q u e Ibsen es el hermano de Su lenguaje está construido de lógica y animado
Shakespeare. El proceso shakespeareano de León de misterio. Es Ibsen, uno de los que m á s honda-
Daudet tendría m e j o r aplicación si se tratase del mente han escrutado el enigma de la psique huma-
gran escandinavo. L o s tipos son observados, to- na. Se remonta á Dios. Parte la fuente de su pensar
mados de la vida común. La misma particularidad de la montaña de las ideas primordiales. Es el hé-
nacional, el escenario de la Noruega, le sirve para roe moral. ¡Potente solitario! Sale de su torre de
acentuar mejor los rasgos universales. Después, hielo para hacer su oficio de domador de razas, de
él. creador ha exprimido su corazón: ha sondeado regenerador de naciones, de salvador humano, su
su océano mental; h a penetrado en su obscura sel- oficio, ay, ímprobo, porque cree que no será él
va interior; es el buzo de la conciencia general, quien verá el día de la transfiguración ansiada.
en lo profundo de su propia conciencia. Y había
habido un día en que desde el vientre materno su Xo os extrañéis de que sobre su obra titánica
alma se llenara de la virtud del arte. Su dolencia floten brumas misteriosas. Como en todos los es-
debía de ser la sublime dolencia del genio; de un píritus soberanos, como en todos los jerarcas del
genio peregrino, en que se juntarían las ocultas pensamiento, su verbo se vela de humareda cual
energías psíquicas de países remotos en los cuales las fisuras de las solfataras y los cráteres de los
parece que se encontrase, en ciertas manifestacio- .volcanes.
nes. la realidad del Ensueño. Y ese «aristo», ese Consagrado á su obra como á un sacerdocio, es
excelente, ese héroe, ese casi superhombre, había el ejemplo más admirable que puede darse en la
de hacer de su vida un holocausto; había de ser historia de la idea humana, de la unidad de la ac-
el apóstol y el mártir de la verdad inconquista- ción y del pensamiento.
ble, un inmenso trueno en el desierto, un prodi- Es el misionero formidable de una ideal religión,
gioso relámpago en un mundo de ciegas pupi- que predica con inaudito valor las verdades de su
las. Y buscó los ejemplos del mal por ser el am- evangelio delante de las civilizadas flechas de los
biente del mal el que satura el mundo. Desde Job bárbaros blancos.
á nuestros días jamás el diálogo h a sentido en su Si Ibsen no f u e r a un sublevado titán, sería u n
carne verbal los sacudimientos del espíritu que santo, puesto que la santidad es el genio en el ca-
en las obras de Ibsen. Habla todo, los cuerpos y rácter, el genio moral. Y h a sentido sobre su faz
las almas. La enfermedad, el ensueño, la locura, el soplo de lo desconocido, de lo arcano ; á ese so-
la muerte, toman la palabra; sus discursos vienen plo h a obedecido su autoinvestigación en las ti-
impregnados de más-allá. Hay seres ibsenianos en nieblas del propio abismo. Y va p o r la tierra en
que corre la esencia de los sislos. Nos hallamos medio de los dolores de los h o m b r e s siendo el eco
á muchos miles de leguas distantes de la literatura, de todas las quejas. Los versos al cisne recorda-
esa agradable y alta rama de las Bellas Artes. dos p o r Bigeon cantan así: «Cisne càndido, siem-
Es un mundo distinto y misterioso, en que el pen- pre mudo, en calma siempre! Ni el dolor ni la ale-
gría pueden turbar la serenidad de tu indiferencia; amoldadas á usos viciados, injusticias de la ley y
protector majestuoso del Elfo que se aduerme, tú leyes de la injusticia; todo el viejo conjunto del
te has deslizado sobre las aguas sin jamás produ- organismo ciudadano, todo el aparato de cultura
cir u n murmullo, sin jamás lanzar un cántico. y de progreso de la colectividad moderna, toda
Todo lo que j u n t a m o s en nuestros pasos, jura- la grande y monstruosa Jericó, oye sonar el des-
mentos de amor, m i r a d a s angustiosas, hipocresías, usado clarín del luminoso enemigo, pero sus muros
mentiras ¡ qué te i m p o r t a b a n ! ¿ Qué te importaban? no se conmueven, sus fábricas 110 caen. Por las
Y sin embargo, la m a ñ a n a de tu muerto suspi- ventanas y almenas adviértese cómo las caras ro-
raste tu agonía, m u r m u r a s t e tu dolor... sadas de las m u j e r e s que habitan la ciudad ríen
¡Y eras un cisne!» y los hombres se encogen de hombros. Y el clarín
El olímpico p á j a r o de nieve cantado tan melan- enemigo suena contra los engaños sociales; contra
cólicamente p o r el Poeta ártico—y que en su ciclo los contrarios del ideal; contra ios fariseos de la
surgiera de manera t a n mágica y armoniosa por cosa pública; contra la burguesía, cuyo principal
obra del dios Wagner—es para Ibsen nuncio del representante será siempre Pilatos; contra los jue-
ultraterrestre Enigma. ces de la falsa justicia, los sacerdotes de los falsos
He ahí que la inviolada Desconocida aparecerá sacerdocios; contra el capital cuyas monedas, si se
siempre envuelta en su impenetrable nube, fuerte rompiesen, como la hostia del cuento, derramarían
y silenciosa; su fuerza, el fin de todas las fuer- sangre h u m a n a ; contra la explotación de la mise-
zas, y su silencio, la aleación de todas las armo- ria; contra los errores del estado; contra las ligas
nías. arraigadas desde siglos de ignominia para mal del
¿Cuál sería el p o e t a q u e apoyado en el muro hombre y aun en daño de la misma naturaleza;
kantiano ordenase Con m a y o r soberanía el himno contra la imbécil canalla apedreadora de profe-
de la Voluntad? ¿Quién diría la voluntad del Mun- tas y adoradora de abominables becerros; contra
do y el mundo de la Voluntad? Necesitaríase un lo que ha deformado y empequeñecido el cerebro
Pitágoras moral. El Noruego h a comprendido esa de la m u j e r logrando convertirla en el transcurso
armonía y sus c a n t o s h a n sido seres vivos. Ha de mi inmemorial tiempo de oprobio, en ser infe-
sido un intérprete de esa representación de Dios. rior y pasivo; contra las mordazas y grillos de los
Ha sido un incansable minador de prejuicios y ha sexos; contra el comercio infame, la política fan-
ido á perseguir el m a l en sus dos principales ba- gosa y el pensamiento prostituido: así en «Los apa-
luartes, la carne y el espíritu. La carne, que en su recidos», así en «Hedda Gabler», así en «El enemi-
infierno contiene los indomables apetitos y las tor- go del pueblo», así en «Solness!», así en «Las co-
mentosas consecuciones del placer, y el espíritu, lumnas de la sociedad», así en «Los pretendientes á
que presa de vacilaciones ó esclavo de la menti- la corona», así en «La Unión de los jóvenes», así
r a ó arrebatado del p e c a d o luciferino, cae también en «El pequeño Eyolf».
en su infierno. El arcángel de la guarda del enorme Escandina-
Autoridad, constitución social, convenciones de vo tiene por n o m b r e Sinceridad. Otros hay que le
los hombres engañados ó perversos, religiones escoltan y se llaman Verdad, Nobleza, Bondad,
Virtud Suele también acompañarle el querubín
Eircmeia Al f i n a l de las «Columnas de la sociedad»,
Lona proclama la grandeza de la Libertad y de la
Sinceridad. Camille Mauclair decía al finalizar su
conferencia s o b r e «Solness», cuando Lugne-Poe ha-
cía ú París el servicio que acaba de hacer á Buenos
Aires Alfredo D e Sanctis: «Seamos sinceros delan-
te de nosotros mismos, cuidémonos del demonio
tonto » ¡Cuan elevado y provechoso consejo inte- W Martí
lectual! Y L a u r e n t Tailhade al predicar á su vez
las excelencias de «El enemigo del pueblo», decía:
«Si algo puede hacer perdonar al público de las
primeras representaciones^ mundanos x bolsistas,
pilares de c l u b y foliculários, bobos y snobs de
lodo pelaje, la asombrosa impericia que le distin- El fúnebre cortejo de Wagner exigiría los true-
gue, el apetito monstruoso que muestra comunmen- nos solemnes del «Tannhauser;» para acompañar
te p a r a toda especie de chaturas, es la acogida que á su sepulcro á (ün dulce poeta bucólico, irían, como
lia hecho desde hace tres años á los dos genios, en los bajos relieves, flauüstas que hiciesen la-
c u y a amargura parece caber menos en lo que se mentarse á sus melodiosas dobles flautas; p a r a los
llama tan justamente «el gnsto francés»; me refie- instantes en que se quemase el cuerpo de Melesí-
ro á Ricardo "NVagner y á Henrik Ibsen.» Si esto genes, vibrantes coros de liras; para acompañar
h a sido aplicado á París, pongan oído atento los —¡oh! permitid que diga su nombre delante de la
centros pensantes de otras naciones. Surjan las gran Sombra épica; de todos modos, malignas son-
excelencias del gusto nacional y asciéndase á las risas que podáis aparecer, ya está muerto!... para
a l t a s cimas de l a Idea y del Arte; ecúchese la doc- acompañar, americanos todos que habláis idioma
t r i n a de los señalados maestros conductores, exor- español, el entierro de José Martí, necesitariase
cícese con ideal agua bendita al tonto demonio. su propia lengua, su órgano prodigioso lleno de
innumerables registros, sus potentes coros verba-
I b s e n no cree en el triunfo de su causa. Por eso les, sus trompas de oro, sus cuerdas quejosas, sus
la ironía le h a cincelado su especial sonrisa. ¿Pero oboes sollozantes, sus flautas, sus tímpanos sus
q u i é n podría afirmar que no pueden llegar todavía liras, sus sistros. Sí, americanos, hay que decir
á s,er dorados por el fulgor de la esperada aurora, quien fué aquel grande que ha caído! Quien escri-
los. cabellos blancos é indomables de ese sober- be estas líneas que salen atropelladas de corazon
b i o y hecatonquero Precursor del Porvenir? y cerebro, no es de los que creen en las riquezas
existentes de América... Somos muy pobres... l a n
pobres, que nuestros espíritus, si no viniese el
alimento extranjero, se morirían de hambre. De-
Virtud Suele también acompañarle el querubín
Eircmeia Al f i n a l de las «Columnas de la sociedad»,
Lona proclama la grandeza de la Libertad y de la
Sinceridad. Camille Mauclair decía al finalizar su
conferencia s o b r e «Solness», cuando Lugne-Poe ha-
cía ú París el servicio que acaba de hacer á Buenos
Aires Alfredo D e Sanctis: «Seamos sinceros delan-
te de nosotros mismos, cuidémonos del demonio
tonto » ¡Cuan elevado y provechoso consejo inte- W Martí
lectual! Y L a u r e n t Tailhade al predicar á su vez
las excelencias de «El enemigo del pueblo», decía:
«Si algo puede hacer perdonar al público de las
primeras representaciones^ mundanos x bolsistas,
pilares de c l u b y foliculários, bobos y snobs de
lodo pelaje, la asombrosa impericia que le distin- El fúnebre cortejo de Wagner exigiría los true-
gue, el apetito monstruoso que muestra comunmen- nos solemnes del «Tannhauser;» para acompañar
te p a r a toda especie de chaturas, es la acogida que á su sepulcro á (ün dulce poeta bucólico, irían, como
lia hecho desde hace tres años á los dos genios, en los bajos relieves, flauüstas que hiciesen la-
c u y a amargura parece caber menos en lo que se mentarse á sus melodiosas dobles flautas; p a r a los
llama tan justamente «el gnsto francés»; me refie- instantes en que se quemase el cuerpo de Melesí-
ro á Ricardo "NVagner y á Henrik Ibsen.» Si esto genes, vibrantes coros de liras; para acompañar
h a sido aplicado á París, pongan oído atento los —¡oh! permitid que diga su nombre delante de la
centros pensantes de otras naciones. Surjan las gran Sombra épica; de todos modos, malignas son-
excelencias del gusto nacional y asciéndase á las risas que podáis aparecer, ya está muerto!... para
a l t a s cimas de l a Idea y del Arte; ecúchese la doc- acompañar, americanos todos que habláis idioma
t r i n a de los señalados maestros conductores, exor- español, el entierro de José Martí, necesitariase
cícese con ideal agua bendita al tonto demonio. su propia lengua, su órgano prodigioso lleno de
innumerables registros, sus potentes coros verba-
I b s e n no cree en el triunfo de su causa. Por eso les, sus trompas de oro, sus cuerdas quejosas, sus
la ironía le h a cincelado su especial sonrisa. ¿Pero oboes sollozantes, sus flautas, sus tímpanos sus
q u i é n podría afirmar que no pueden llegar todavía liras, sus sistros. Sí, americanos, hay que decir
á s,er dorados por el fulgor de la esperada aurora, quien fué aquel grande que ha caído! Quien escri-
los. cabellos blancos é indomables de ese sober- be estas líneas que salen atropelladas de corazon
b i o y hecatonquero Precursor del Porvenir? y cerebro, no es de los que creen en las riquezas
existentes de América... Somos muy pobres... l a n
pobres, que nuestros espíritus, si no viniese el
alimento extranjero, se morirían de hambre. De-
bemos llorar mucho por eslo al que ha caído! cho columbino, que pudiendo desjarretar, aplastar,
Quien murió allá en Cuba, e r a de lo mejor, de lo herir, morder, desgarrar, fué siempre seda y miel
poco que tenemos nosotros los pobres; era millo- hasta con sus enemigos. Y estaba en comunión con
nario y dadivoso: vaciaba su riqueza á cada ins- Dios, habiendo ascendido hasta él p o r la más fir-
tante, y como por la magia del cuento, siempre me y segura de las escalas, la escala del Dolor. La
quedaba rico: hay entre los enormes volúmenes piedad tenía en su sér un templo; por ella diríase
de la colección de «La Nación», tanto de su metal que siguió su alma los cuatro ríos de que habla
fino y piedras preciosas, que podría sacarse de Rusbrock el Admirable; el río que asciende, que
allí la mejor y más rica estatua. Antes que nadie, conduce á la divina altura; el que lleva á la com-
Martí hizo admirar el secreto de las fuentes lumi- pasión por las almas cautivas, los otros dos que
nosas. Nunca la lengua nuestra tuvo mejores tin- envuelven todas las miserias y pesadumbres del
tas, caprichos y bizarrías. Sobre el Niágara cas- herido y perdido rebaño humano. Subió á Dios,
tela ri ano, milagrosos iris de América. ¡ Y qué gra- por la compasión y por eí dolor. ¡Padeció mucho
cia tan ágil, y qué fuerza natural tan sostenida Martí!—desde las túnicas consumidoras, del tem-
y magnífica! peramento y de la enfermedad, hasta la inmensa
Otra verdad aun, aunque pese más al asombro pena del señalado que se siente desconocido entre
sonriente: eso que se llama el genio, fruto tan so- la general estolidez ambiente; y por último, desbor-
lamente de árboles centenarios—ese majestuoso fe- dante de amor y de patriótica locura, consagróse
nómeno del intelecto elevado á su mayor potencia, á seguir una triste estrella, la estrella solitaria
alta maravilla creadora, el Genio, en fin, que no de la Isla, estrella engañosa que llevó á ese des-
ha tenido aún nacimiento en nuestras repúblicas, venturado rey mago á caer de pronto en la más
ha intentado aparecer dos veces en América; la negra muerte!
primera en un h o m b r e ilustre de esta tierra, la Los tambores de la mediocridad, los clarines
segunda en José Martí. Y no era Martí, como pu- del patrioterismo tocarán dianas celebrando la glo-
diera creerse, de los semi-genios de que habla ria política del Apolo armado de espada y pisto-
Mendes, incapaces de comunicar con los hombres las que ha caído, dando su vida, preciosa para la
porque sus alas les levantan sobre la cabeza de humanidad y para el Arte y para el verdadero
éstos, é incapaces de subir hasta los dioses, por- triunfo futuro de América, combatiendo entre el
que el vigor no les alcanza y aun tiene fuerza la negro Guillermón y el general Martínez Campos!
tierra para atraerles. El cubano era «un hombre.» foil Cuba! eres muy bella, ciertamente, y hacen
Más aun; era como debería ser el verdadero su- gloriosa obra los hijos tuyos que luchan porque
per-hombre, grande y viril; poseído del secreto de te quieren liebre; y bien hace el español de no
su excelencia, en comunión con Dios y con la na- dar paz á la mano por temor de perderte, Cuba
naturaleza. admirable y rica y cien veces bendecida por mi
En comunión con Dios vivía el h o m b r e de co- lengua; mas la sangre de Martí no te pertenecía;
razón suave é inmenso; aquel h o m b r e que abo- pertenecía á toda una raza, á todo un continente;
rreció el mal y el dolor, aquel amable león de pe- pertenecía á una briosa juventud que pierde en
él quizá al primero de sus maestros; pertenecía
al p o r v e n i r ! rra es garra y se impone, ya padeciendo las con-
secuencias de su antagonismo con la imbecilidad
humana; periodista, profesor, orador; gastando el
cuerpo y sangrando el alma; derrochando las es-
Cuando Cuba se desangró en la primera guerra,
plendideces de su interior en lugares en donde
la g u e r r a de Céspedes, cuando el esfuerzo de los
jamás se podría saber el valor del altísimo inge-
deseosos de libertad no tuvo más fruto que muer-
nio y se le infligiría además el baldón del elogio
tes é incendios y carnicerías, gran parte de la in-
de los ignorantes;—tuvo en cambio grandes gozos:
telectualidad cubana partió al destierro. Muchos
la compresión de su vuelo por los raros que le
de los mejores se expatriaron, discípulos de don
conocían hondamente; el satisfactorio aborreci-
José de la Luz, poetas, pensadores, educacionistas.
miento de los tontos, la acogida que «1' élite» de
Aquel destierro todavía dura para algunos que 110
la prensa americana—en Buenos Aires y Méjico,—
h a n dejado sus huesos en patria ajena, ó no han
tuvo p a r a sus correspondencias y artículos de cola-
vuelto ahora á la manigua. José Joaquín Palma,
boración.
que salió á la edad de Lohengrin con u n a barba
rubia como la de él, y gallardo como sobre el cisne Anduvo, pues, de país en país, y por fin, des-
de su poesía, después de arrullar sus décimas «á pués de una permanencia en Centro América, par-
la estrella solitaria» de república en república, vió tió á radicarse á Nueva York.
nevar en su barba de oro, siempre con ansias de Allá, á aquella ciclópea ciudad, fué aquel caba-
volver á su Bayamo, de donde salió al campo á pe- llero del pensamiento á trabajar y á bregar más
lear después de quemar su casa. Tomás Estrada que nunca. Desalentado, él tan grande y tan fuer-
Palma, pariente del poeta, varón probo, discreto te, ¡Dios mío! desalentado en sus ensueños de
y lleno de luces, y hoy elegido presidente por los Arte, remachó con triples clavos dentro de su crá-
revolucionarios, vivió de maestro de escuela en la neo la imagen de su estrella solitaria y dando tiem-
lejana Honduras; Antonio Zambrana. orador de po al tiempo, se puso á f o r j a r armas para la
f a m a justa en las repúblicas del norte que á punto guerra, á golpe de palabra y á fuego de idea. Pa-
estuvo de ir á las Cortes, en donde habría honrado ciencia, la tenía; esperaba y veía como una vaga
á los americanos, se refugió en Costa Rica, y allí fatamorgana, su soñada Cuba libre. Trabajaba de
abrió su estudio de abogado; Eizaguirre fué á Gua- casa en casa, en los muchos hogares de gentes de
temala; el poeta Sellén, el celebrado traductor de Cuba que en Nueva York existen; no desdeñaba
Heine, y su hermano, otro poeta, fueron á Nueva al humilde: al humilde le hablaba como un buen
York, á hacer almanaques para las pildoras de hermano mayor, aquel sereno é indomable carác-
L a m m a n y Kemp, si no mienten los decires; Martí, ter, aquel luchador que hubiera hablado como El-
el gran Martí andaba de tierra en tierra, aquí en ciis, los cuatro días seguidos, delante del podero-
tristezas, allá en los abominables cuidados de las so Otón rodeado de reyes.
pequeñas miserias de la falta de oro en suelo ex- Su labor aumentaba de instante en instante, como
t r a n j e r o ; ya triunfando, porque á la postre la ga- si activase m á s la savia de su energía aquel inmen-
so hervor metropolitano. Y visitando al doctor de
— 222 — — 223 —

la Quinta Avenida, al corredor de la Bolsa, y al sioux que hablaban en lengua de Martí como si
periodista y al alto empleado de La Equitativa, Manitu mismo les inspirase: unas nevadas que da-
y al cigarrero y al negro marinero, á todos los cu- ban frío verdadero, y un Walt Wliitman patriarcal,
banos neoyorkinos, para no dejar apagar el fuego, prestigioso, líricamente augusto, antes, mucho an-
p a r a mantener el deseo de guerra, luchando aún tes de que Francia conociera por Sarrazin al bíbli-
con m á s ó menos claras rivalidades, pero, es lo co autor de las «Hojas de hierba.»
cierto, querido y admirado de todos los suyos, te- Y cuando el famoso congreso pan-americano,
nia que vivir, tenía que trabajar, entonces eran sus cartas fueron sencillamente un libro. En aque-
aquellas cascadas literarias que á estas columnas llas correspondencias hablaba de los peligros del
venían y otras que iban á diarios de Méjico y Ve- yankee, de los ojos cuidadosos que debía tener
nezuela. No hay d u d a de que ese tiempo f u é el más la América latina respecto á la Hermana mayor;
hermoso tiempo de José Martí. Entonces f u é cuan- y del fondo de aquella frase que una boca argen-
do se mostró su personalidad intelectual m á s bella- tina opuso á la frase de Monroe.
mente. En aquellas kilométricas epístolas, si apar-
táis una que otra rara ramazón sin flor ó fruto,
hallaréis en el fondo, en lo macizo del terreno Era Martí de temperamento nervioso, delgado,
regentes y ko-hinoores. de ojos vivaces y bondadosos. Su palabra suave y
delicada en el trato familiar, cambiaba su raso y
Allí aparecía Martí pensador, Martí filósofo, Mar-
blandura en la tribuna, por los violentos cobres ora-
tí pintor, Martí músico, Martí poeta siempre. Con
torios. Era orador, y orador de grande influencia.
una magia incomparable hacía ver u n o s Estados
Arrastraba muchedumbres. Su vida fué un combate.
Unidos vivos y palpitantes, con su sol y sus al-
Era blandílocuo y cortesísiino con las damas; las
mas. Aquella «Nación» colosal, la «sábana» de an-
cubanas de Nueva York teníanle en justo aprecio
taño, presentaba en sus columnas, á cada correo
y cariño, y una sociedad femenina había, que lle-
de Nueva York, espesas inundaciones de tinta. Los
vaba su nombre.
Estados Unidos de Bourget deleitan y divierten:
los Estados Unidos de Groussac hacen p e n s a r : los Su cultura era proverbial, su honra intacta y
Estados Unidos de Martí son estupendo y encan- crristalina; quien se acercó á él se retiró querién-
tador diorama que casi se diría a u m e n t a d color dole.
de la visión real. Mi m e m o r i a se pierde en aque- Y era poeta; y hacía versos.
lla montaña de imágenes, pero bien recuerdo un Sí, aquel prosista que siempre fiel á la Casta-
Grant marcial y un S h e r m a n heroico que no he lia clásica se abrevó en ella todos los días, al pro-
visto más bellos en otra p a r t e : u n a llegada de hé- pio tiempo que por su constante comunión con
roes del Polo: un puente de Brooklin literario igual todo lo moderno y su saber universal y poliglota
al de hierro: una hercúlea descripción de u n a ex- formaba su manera especial y peculiarísima, mez-
posición agrícola, vasta como los establos de Au- clando en su estilo á Saavedra Fajardo con Gau-
gías; u n a s primaveras floridas y unos veranos, tier, con Goncourt,—con el que gustéis, pues de
¡oh. sí! mejores que los naturales; unos indios todo tiene; usando á la continua del hipérbaton
inglés, lanzando á escape sus cuadrigas de metá-
foras, retorciendo sus espirales de figuras; pintan- Y se oyó un beso, otro beso,
do ya con minucia de pre-rafaelita las más peque- Y no se oyó nada más.
ñas hojas del paisaje, ya á manchas, á pinceladas
súbitas, á golpes de espátula, dando vida á las Una h o r a en el bosque estuvo
figuras': aquel fuerte cazador, hacía versos, y casi Salió al fin sin su galán:
siempre versos pequeñitos, versos sencillos—¿no Se oyó un sollozo; un sollozo,
se llamaba así un librito de ellos?—versos de tris- Yr después no se oyó más.
tezas patrióticas, de duelos de amor, ricos de rima
ó armonizados siempre con tacto; u n a primera III
y r a r a colección está dedicada á un hijo á quien
adoró y á quien perdió por siempre: «Ismaelillo.» E n la falda del Turquino
La esmeralda del camino
Los «Versos» sencillos, publicados en Nueva Los incita á descansar:
York, en linda edición, en forma de eucologio, tie- El amante campesino
nen verdaderas joyas. Otros versos hay, y entre E n la falda del Turquino
los más bellos «Los zapaticos de Rosa.» Creo que Canta bien y sabe amar.
como Ranville la palabra «lira» y Leconte de Lisie
la palabra «negro», Martí la que más h a emplea-
do es «rosa.» Guajirilla ruborosa,
Recordemos algunas rimas del infortunado: La mejilla tinta en rosa
Eien pudiera denunciar,
Que en la plática sabrosa
I Guajirilla ruborosa,
Callar fué m e j o r que hablar.
¡Olí. mi vida que en la cumbre
Del Ajusco hogar buscó, IV
Y tan fría se moría
Que en la cumbre halló calor! Allá en la sombría,
¡Oh los ojos de la virgen Solemne Alameda,
Que me vieron una vez, Un ruido que pasa,
Y mi vida estremecida Una h o j a que rueda,
En la cumbre volvió á arder! Parece al malvado
Gigante que alzado
El brazo l e estruja,
II
La m a n o le oprime,
Entró la niña en el bosque Y el cuello le estrecha,
Del brazo de su galán. Y" el alma le pide,—
Los raros
Y es ruido que pasa Casi, casi en el umbral,
Y es h o j a que r u e d a ; Un rosal de rosas blancas
Allá en la sombría, Y de rojas un rosal.
Callada, vacía,
Solemne Alameda... Una hermana tiene Rosa
Que tres años besó abril,
Y le piden rojas flores
V
Y la niña va al pensil,
—¡Un beso! Y al rosal de rosas blancas
—¡ E s p e r a ! Blancas rosas va á pedir.
Aquel día
Y esta hermana caprichosa
Al despedirse se amaron.
Que á las rosas nunca va,
Cuando Rosa juega y vuelve
—¡ Un beso! En el juego el delantal,
—Toma. Si ve el blanco abraza á Rosa.
Aquel día Si ve el rojo da en llorar.
Al despedirse lloraron.
Y si pasa caprichosa
Por delante del rosal
VI Flores blancas pone á Rosa
En el blanco delantal.
La del pañuelo de rosa,
La de los o j o s muy negros, Un libro, la Obra escogida del ilustre escritor,
No hay negro como tus ojos debe ser idea de sus amigos y discípulos.
Ni rosa cual tu pañuelo. Nadie podría iniciar la práctica de tal pensamien-
to. como el que fué no solamente discípulo queri-
La de p r o m e s a vendida, do. sino amigo del alma, el paje, ó más bien «el
La de los ojos tan negros, hijo» de Martí: Gonzalo de Quesada, el que le
Más negras son que tus ojos. acompañó siempre leal y cariñoso, en trabajos y
Las p r o m e s a s de tu pecho. propagandas, allá en Nueva York y Cayo Ilueso
v Tampa. ¡ Pero quién sabe si el pobre Gonzalo de
Y este primoroso juguete: Quesada, alma viril y ardorosa, no ha acompaña-
do al jefe también en la muerte!
De tela blanca y rosada Los niños de América tuvieron en el corazón de
Tiene Rosa un delantal, Martí predilección y amor.
Y á la m a r g e n de la puerta Queda un periódico único en su género,— los
pocos n ú m e r o s de un periódico que redactó espe-
cialmente para los niños. Hay en mío de ellos
u n retrato de San Martín, que es obra maestra.
Quedan también la colección de «Patria» y varias
obras vertidas del inglés, pero eso todo es lo me-
n o r de la obra literaria que servirá en lo futuro.
Y ahora, maestro y autor y amigo; perdona que
te guardemos rencor los que te amábamos y ad- gugctiio de (astro
mirábamos, por haber ido á exponer y á perder
el tesoro de tu talento. Y'a sabrá el mundo lo que
tú eras, pues la juslicia de Dios es infinita y se-
ñala á cada cual su legítima gloria. Martínez Cam-
pos q u e h a ordenado exponer tu cadáver, sigue
leyendo sus dos autores preferidos: «Cervantes...», ( C o n f e r e n c i a leída en el Ateneo de Buenos Aires)
y «Ohnet.» Cuba quizá tarde en cumplir contigo
como debe. La juventud americana te saluda y te Señor presidente, señoras, señores: Os saludo al
llora, pero ¡oh Maestro, qué has hecho!... comenzar esta conferencia sobre el poeta Euge-
Y paréceme que con aquella voz suya, amable nio de Castro y la literatura portuguesa. Es el
y bondadosa, m e reprende, adorador como fué asunto para mi gratísimo. Mi deseo es que al aca-
hasta la m u e r t e del ídolo luminoso y terrible de bar de escuchar mis palabras llevéis con vosotros
la Patria; y me habla del sueño en que viera á los el encanto de un nuevo y peregrino conocimiento:
héroes: las manos de piedra, los ojos de piedra, el del joven ilustre que hoy representa una de
los labios de piedra, las barbas de piedra, la es- las m á s brillantes fases del renacimiento latino, y
pada de piedra... que, como su hermano de Italia—el Ermete mara-
Y que repite luego el voto del verso: villoso—se mantiene en la consagración de su ideal
«en ; la sede del arte severo y del silencio,» allá
Yo quiero cuando me muera, en la noble y docta ciudad de Coimbra. Este nom-
Sin patria, pero sin amo, b r e os despierta desde luego el recuerdo de una
Tener en mi losa un ramo antigua vida escolar, los estudiantes tradicionales,
De flores y una bandera! la Fuente de los Amores, el Mondego, celebrado
en los versos, y la figura dulce y trágica de aque-
lla adorable señora que tuvo el mismo apellido
que nuestro poeta: Inés de Castro, tan bella cuan-
to sin ventura. Es en aquella ciudad universitaria
en donde h a surgido el admirable lírico que ha-
bía de representar, el primero, á la raza ibérica,
en el movimiento intelectual contemporáneo, que

*
pocos n ú m e r o s de un periódico que redactó espe-
cialmente para los niños. Hay en mío de ellos
u n retrato de San Martín, que es obra maestra.
Quedan también la colección de «Patria» y varias
obras vertidas del inglés, pero eso todo es lo me-
n o r de la obra literaria que servirá en lo futuro.
Y ahora, maestro y autor y amigo; perdona que
te guardemos rencor los que te amábamos y ad- gugctiio de (astro
mirábamos, por haber ido á exponer y á perder
el tesoro de tu talento. Ya sabrá el mundo lo que
tú eras, pues la juslicia de Dios es infinita y se-
ñala á cada cual su legítima gloria. Martínez Cam-
pos q u e h a ordenado exponer tu cadáver, sigue
leyendo sus dos autores preferidos: «Cervantes...», ( C o n f e r e n c i a leída en el Ateneo de Buenos Aires)
y «Ohnet.» Cuba quizá tarde en cumplir contigo
como debe. La juventud americana te saluda y te Señor presidente, señoras, señores: Os saludo al
llora, pero ¡oh Maestro, qué has hecho!... comenzar esta conferencia sobre el poeta Euge-
Y paréceme que con aquella voz suya, amable nio de Castro y la literatura portuguesa. Es el
y bondadosa, m e reprende, adorador como fué asunto para mí gratísimo. Mi deseo es que al aca-
hasta la m u e r t e del ídolo luminoso y terrible de bar de escuchar mis palabras llevéis con vosotros
la Patria; y me habla del sueño en que viera á los el encanto de un nuevo y peregrino conocimiento:
héroes: las manos de piedra, los ojos de piedra, el del joven ilustre que hoy representa una de
los labios de piedra, las barbas de piedra, la es- las m á s brillantes fases del renacimiento latino, y
pada de piedra... que, como su hermano de Italia—el Ermete mara-
Y que repite luego el voto del verso: villoso—se mantiene en la consagración de su ideal
«en ; la sede del arte severo y del silencio,» allá
Yo quiero cuando me muera, en la noble y docta ciudad de Coimbra. Este nom-
Sin patria, pero sin amo, b r e os despierta desde luego el recuerdo de una
Tener en mi losa un ramo antigua vida escolar, los estudiantes tradicionales,
De flores y una bandera! la Fuente de los Amores, el Mondego, celebrado
en los versos, y la figura dulce y trágica de aque-
lla adorable señora que tuvo el mismo apellido
que nuestro poeta: Inés de Castro, tan bella cuan-
to sin ventura. Es en aquella ciudad universitaria
en donde h a surgido el admirable lírico que ha-
bía de representar, el primero, á la raza ibérica,
en el movimiento intelectual contemporáneo, que

*
lia dado al arle espacios nuevos, fuerzas nuevas de una suerte enemiga, encerrada en la muralla
y nuevas glorias. Vogüe, que antes mirara el vue- de su tradición, aislada por su propio carácter,
lo simbólico de las cigüeñas anunciaba, no hace sin q u e penetre hasta ella la oleada de la evolu-
mucho tiempo, á propósito de la obra de Gabriele ción mental de estos últimos tiempos, el vecino
D' Annunzio, una resurrección del espíritu latino. reino f r a t e r n a l manifiesta una súbita energía, el
Las h a r p a s y las flautas sonaban del lado de Ita- alma portuguesa llama la atención del mundo, la
lia. Hoy la armonía se oye del lado de Iberia. patria portuguesa encuentra en el extranjero len-
Ya es un conjunto de músicas orientales; ya un guas que la celebran y la levantan, la sangre de
son melodioso de siringa, semejante á los que la Lusitania florece en harmoniosas flores de arte
muerte ha venido á suspender en los labios del y de vida: nosotros, latinos, hispanoamericanos,
divino Paiiida de Francia, Paúl Yerlaine; ya un debemos m i r a r con orgullo las manifestaciones vi-
heráldico trueno de trompetas de plata, que avisa tales de ese pueblo y sentir como propias las vic-
el paso de una caravana salomónica. ¿Conocéis torias q u e consigue en honor de nuestra raza.
al prestigioso Gama que corona Camóens de esplen- Es digno de todas nuestras simpatías ese bello
dorosas gemas poéticas en los triunfos de sus «Lu- y glorioso país de guerreros, de descubridores y
siadas? Es el viajero casi mitológico que vuelve de poetas. Una de las más gratas impresiones de
de los países recónditos á donde su valor y su sed m i vida h a sido la que produjo esa tierra en que
de cosas desconocidas le han llevado. A semejan- florecen los naranjos. Lisboa, hermosa y real, fren-
za de aquellos antiguos atrevidos navegantes por- te á su soberbia bahía, un cielo generoso de luz.
tugueses que iban á las playas distantes de las tie- u n a tierra p e r f u m a d a de jardines, una delicia na-
r r a s asiáticas y africanas en busca de tesoros pro- tural esparcida en el ambiente, una fascinación
digiosos y volvían con las perlas arábigas, los dia- a m o r o s a q u e invita á la vida, altivez nativa, nobleza
mantes de Golconda, las resinas y aromas y ám- ingénita en sus caballeros, y en sus damas una
bares recogidos en los misteriosos continentes y distinción gentilicia como corona de la belleza.
en los hechiceros archipiélagos, trayendo al pro- Y consideraba al hollar aquella tierra, las proezas
pio tiempo la impresión de sus visiones en la rea- de tantos hijos suyos famosos, Magallanes cuyo
lidad de las leyendas, en las visitas á islas raras n o m b r e quedó pava los siglos en el extremo sur
y penínsulas de encantamiento, Eugenio de Cas- argentino. Albuquerque, el que fué á la lejana
tro, bizarro y mágico Vasco de Gama de la lira, Goa, Bartolomé Díaz y la figura dominante, aureo-
vuelve de sus incursiones á un Oriente de ensue- lada de fuegos épicos, del gran Vasco.
ño, de sus expediciones á los fantásticos imperios, Y evocaba la obra de la lira, los ingenuos balbu-
á países del pasado, lleno de riquezas, dueño de ceos en la corte de Alfonso Ilenriquez, en donde
raras piedras preciosas, conquistador y argonauta, la linda Doña Violante, antojábaseme harto cruel,
vestido de suntuosos paramentos é impregnado de con el p o b r e Egas Moniz. agonizante de amor, por
exóticos perfumes. aquel «corpo d'oiro;» los trovadores, formando sus
ramilletes de serranillas; Don Diniz, el rey poeta
Señores: Mientras nuestra amada y desgraciada v sapiente, semejante á Alfonso de España, y á
madre patria. España, parece sufrir la hostilidad
quien Camoéns comparara con ci grande Alejan- No había liegado aún á mis oídos el nombre de
dro :
Eugenio de Castro, ni á m i mente el resplandor de
su arte aristocrático. La literatura portuguesa ha
Ei despois vera Diniz, que bem parece sido hasta hace poco tiempo escasamente conocida.
Do bravo Affonso, estirpe nolbe é dina; Existe cerca de nosotros un gran país, hijo de
Con quen a fama grande se escurece Portugal, cuyas manifestaciones espirituales son en
Da liberalidade Alexandrina: ei resto del continente completamente ignoradas;
Com este o reino próspero florece y hay, señores, en Portugal, y hay en el Brasil
(Alcancada já á paz á u r e a divina) una literatura digna de la universal atención y
En constituicoes, leis e costumes, del estudio de los hombres de pensamiento y de
Xa Ierra já tranquilla claros lunies. arte. En nuestra América española, el conocimien-
to de l a l i t e r a t u r a de lengua portuguesa se re-
Fez primeiro era Coimbra exercitar-se duce al escaso número de los que han leído á Ca-
O valeroso officio de Minerva; moéns, la "mayor parte en malas traducciones y
E de IIencona as Musas fez passar-se vaya por lo antiguo. E n cuanto á lo moderno,
A pizar do Mondego a fértil herva. se sabe que ha existido un Ilerculano gracias á
Quanto pode de Alhenas desejar-se los versos de Nuñez de Arce, y un E$a de Queiroz,
Tudo o soberbo Apollo aqui reserva: por un «Primo-Basilio,» que h a esparcido á los
Aqni as capellas dá tecidas de ouro, cuatro vientos, en castellano, una feroz casa editora
Do bacharo e do sempre verde louro. peninsular.
No era poco el triste asombro del eminente Pin-
Y después viene Dionisio, que bien parece del heiro Chagas, cuando en Madrid en la hospitala-
bravo Alfonso estirpe noble y digna; p o r quien ria casa del conde de Peralta oía de mis labios
la fama grande se obscurece de la liberalidad Ale- la lamentación de semejante indiferencia. ¡Pero
jandrina: Con éste el reino próspero florece (ya qué mucho, si en España misma, á pesar del es-
alcanzada la áurea paz divina) en constituciones, fuerzo de propagandistas como la Pardo Bazán
leyes y costumbres, é iluminan claras luces la ya y Sánchez Moguel, el alma lusitana es tanto ó m á s
tranquila tierra. Hizo primero en Coimbra que se desconocida que entre nosotros! Y de Gil Vicente
ejercitase el valeroso oficio de Minerva; y las musas á nuestros días, hay un teatro vario y rico. De
del Helicón por él fueron á pisar la fértil hierba Sa de Miranda y Camoéns, á Joao de Deus, el ca-
del Mondego. Cuanto puede de Atenas desearse, mino lírico está lleno de arcos triunfales. De Du-
todo el soberbio Apolo aquí reserva: Aquí da las hartc Galvao á Alejandro Herculano la historia
coronas tejidas de oro y de siempre verde laurel;» levanta monumentales y fuertes construcciones; la
Y luego los romanceros, el «Amadís» que despierta filosofía, la filología y la erudición están repre-
el «Quijote.;» Mascías que m u e r e p o r el amor, y sentadas p o r más de un nombre ilustre en los
tanto porta-lira que en tiempos propicios á las anales de la civilización h u m a n a ; su lengua, que
Musas las glorificaron en el suelo lusitano. ha pasado por evoluciones distintas, ha llegado
- 234 - — 235 —
á ser en manos de Eugenio de Castro y de sus se- nitivamente la renovación. El sentimentalismo de
guidores, el armonioso instrumento que nos da los románticos y las caballerescas aventuras están
esas puras joyas del arte moderno, como «Sagra- de triunfo. Doña Branca está en el castillo morisco
mor» y «Belkiss.» con u n a hada y Adozinda, pura como un lirio de
Este siglo tuvo mal comienzo para el pensamien- nieve, es perseguida, cual la memorable italiana,
to portugués. Sus alas 110 se abrieron en el aire por el incestuoso fuego paternal. Almeida Garret,
angustioso que esparciera la tempestad napoleó- —sin que intente defender la perfección de su obra,
nica. ¿Qué figuras vemos aparecer en esa agita- —ha quedado como uno de los grandes románticos,
da época? Una especie de Quintana, José Agustín que á comienzos de esta centuria han iniciado una
de Macedo, que sopla su hueca trompa; una espe- revolución en formas é ideas en el arte de escri-
cie de Ponsard, Aguiar Leitao, que se pavonea en- bir. Antonio Feliciano de Castilho se presenta, «en-
tre la pobreza y sequedad de sus tragedias; y el fant sublime», con su áulico «Epicedioq». á los quin-
curioso y desjuicido José Daniel, que á falta de ce a ñ o s ; su obra posterior, si es de un romántico
Terencio y Planto, se iba solo, por una senda poco declarado, como que procede inmediatamente de
envidiable. Manuel de Nascimiento, arrojado por Nascimiento, arranca en su fondo de antiguas fuen-
una tormenta política, estaba en París. El obispo tes clásicas, á punto de que se haya nombrado
Lobo, á quien se ha comparado con De Maistre, á p r o p ó s i t o de su «Primavera,» á Safo, Anacreon-
señala el principio de una nueva era. Almeida te y Ovidio. Y se yergue luego, altiva y majestuosa,
Garret, que como Nascimiento había ido á París la talla de quien, cuando cayó en la tumba, hizo
y había sido ungido por Hugo, llevó á su país la b r o t a r de la más bien templada lira castellana un
iniciación romántica. Eugenio de Castro reconoce célebre canto fúnebre: comprenderéis que me re-
en uno de sus escritos, cómo el fondo del alma fiero á Alejandro Herculano. El gran historiador
portuguesa está impregnado de melancolía. Cier- fué asimismo aficionado á las musas. Cuando va-
tamente, ese pueblo viril siente de modo hondo y yáis p o r su jardín lírico, no dejéis de observar
particular el soplo de la tristeza. Los portugueses que p o r ahí ha pasado el Lamartine de las «Medi-
tienen esa palabra que indica una enfermiza y es- taciones.» Pero era un vigoroso, era un fuerte, y
pecial nostalgia, 1111 sentimiento único, lleno de la en la piedra fina y duradera de su prosa, supo
más melancólica dulzura: saudade.» Tal sentimien- construir más de un soberbio monumento. Si sus
to forma gran parte del espíritu de la poesía de novelas y los que podíamos llamar con Galdós,
Almeida Garret, que había llevado su barca sobre episodios nacionales, son de notable valer, su fama
las mansas y sonoras olas del lago lamarliniano. se asienta sobre el pedestal de su obra histórica,
El es uno de los precursores del nuevo movimien- al cual su violento liberalismo no alcanzó á pro-
to. El marca un nuevo rumbo á la generación lite- ducir r a j a alguna. Castello Branco dejó una pro-
raria. afianzando en un sólido fundamento clásico, ducción copiosísima en donde se pueden encontrar
pero con largas vistas hacia el futuro. El prefacio algunos granos de oro. Nos hallamos en pleno pe-
de «Doña Branca,» que Loiseau parangona con el ríodo contemporáneo. La voz de Pinheiro Chagas
de «Cronwell.» fué 1111 manifiesto que señaló defi- resuena. Magalhaes Lima va agitar á París la ban-
dera portuguesa; brillan los nombres de Casal Ri- el terceto camonianos, con un tinte de gracia de
beiro, Machado, Oliveira Martins, y tantos otros, los modismos populares. E n la fábula de la «Ca-
entre los cuales despide excepcional luz el del no- bra» ó «Carneiro e o Cebado,» resolvió magistral-
ble y egregio Teófilo Braga Conocemos algunas mente el problema presentido por los llamados
poesías de Antero de Quental. Doña Emilia nos in- nephelibatas, de la remodelación de la estructura
forma desde Madrid, de cuando en cuando, que del verso; encontró que el verso puede quebrarse en
existen tales ó cuales liras lusitanas. los hemistiquios más caprichosos, y aun sin síla-
Leopoldo Díaz, hábil husmeador de elegantes bas definidas, pero siempre cayendo dentro de la
novedades, nos traduce una que otra poesía por- armonía fundamental y orgánica del verso tal
tuguesa; nos comienzan á llegar los ecos de un como el oído romántico lo estableció. La perfec-
renacimiento en las letras brasileras y en notables ción de la forma no bastaba p a r a que Joáo de Deus
revistas jóvenes; y de pronto un clamor doloroso ejerciese un influjo inmediato; sería admirado co-
nos anuncia al mismo tiempo que la m u e r t e de mo artista pero no tendría el invencible poder de
Yerlaine, la del gran poeta Joáo de Deus. sugestión en los espíritus. Además de esa perfec-
El viejo Joáo de Deus, «el poeta del amor,» á ción parnasista, sus versos expresan estados de
quien Louis Pítate de Brinn Gaubast 110 h a vaci- alma, la pasión íntima, vaga y casi timorata de
lado en llamar «un Yerlaine—con la pureza de un los antiguos trovadores; aspiraciones indefinidas,
Lamartine,» fué también un precursor de los ar- como las de los neoplatónicos ó petrarquistas del
tistas exquisitos que hoy han colocado á tan gran Renacimiento: la unción mística, como la de los
altura las letras portuguesas. Como en España, versos de los poetas extáticos españoles: y, final-
como entre nosotros, la exageración romántica, el mente, la sátira mordiente, como la de los «go-
lacrimoso, falso y grotesco lirismo personal que liardos» y estudiantes de la tuna de las univer-
tuvo la fecundidad de una epidemia, halló en Por- sidades medioevales, cuyo espíritu se advierte en
tugal su falange en los seguidores de Palmeirim las estrofas de «Dinheiro,» la «Lata» y la «Mar-
y Joáo de Lemos. melada.» La impresión que produjo cuando la poe-
Contra esos se opuso Joao de Deus, ayudado por sía caía desacreditada p o r las exageraciones ultra-
el triste y malogrado Soares de Passos, que ini- románticas, fué grande, se hizo sentir en una rá-
ciaron algo semejante á la labor parnasiana de pida transformación de gusto y esmero en los nue-
Francia, pero poniendo en el fondo del vaso buen vos poetas. Con verdad y justicia, Joáo de Deus fué
vino de emoción. La obra de Joao de Deus, condén- proclamado el maestro de todos nosotros.»
sala en pocas p a l a b r a s Teófilo Braga: «volvió á Muerto ese maestro ilustre, á quien con tanto
la elocución m á s ideal por la naturalidad; dió al amor celebra Teófilo Braga, y cuyos despojos se
verso la armonía indefectible p o r la concordan- habían cubierto de blancas rosas frescas y de lau-
cia de los acentos métricos con la acentuación de reles, un joven le despide con un saludo glorioso,
las palabras; hizo de la rima una sorpresa y al como se saluda á un pabellón, en el instituto de
mismo tiempo u n colorido vivo; combinó nuevas Coimbra. Ese joven era el mismo que enviara al
formas estróficas, renovando también el soneto y féretro del consagrado cantor de amores, una co-
— 238 - - — 239 —
roña de viólelas y crisantemos, con esta leyenda: bajo distintos cielos van guiados por una misma
«A Joao de Deus, Eugenio de Castro.» Le despide estrella á la inorada de su ideal; que trabajan
con nobleza y orgullo principales, salvando la esen- mudos y alentados p o r una misma misteriosa y po-
cia lírica del maestro. Su ofrenda fué la presen- tente voz, en lenguas distintas, con un impulso
tación verdadera de la obra de Joao de Deus, libre único. ¿Simbolistas? ¿Decadentes? Oh, ya ha pasa-
de las tachas y aglomeraciones perturbadoras que do el tiempo, felizmente, de la lucha "por sutiles
impone la crítica indocta y fácil en la incompeten- clasificaciones. Artistas, nada más, artistas á quie-
cia de sus admiraciones. Lamentó con una honda nes distingue principalmente, la consagración ex-
voz de artista puro, la belleza poluta por la bruta- clusiva á su religión mental, y el padecer la perse-
lidad de la moderna vida, por las bajas conquistas cución de los Domicianos del utilitarismo; la aristo-
de interés y de la utilidad. «El americanismo rei- cracia de su obra, que aleja á los espíritus super-
na absolutamente: destruye las catedrales para le- ficiales, ó esclavos de límites y reglamentos fijos.
vantar almacenes: derrumba palacios para alzar E n t r e las acusaciones que han padecido, ha sido
chimeneas, no siendo de extrañar que transforme la de la obscuridad. Se les adjudicó el imperio de
brevemente el monasterio de Batalha en fábrica las tinieblas. Las gentes que se nutren en los pe-
de c o n s e n a s ó tejidos, y los Jerónimos en depó- riódicos les declararon incomprensibles. En los
sito de carbón de piedra ó en club democrático, países de sol, se dijo: «son cosas de los países del
como ya transformó en cuartel el monumental con- Norte. Esos h o m b r e s trabajan en las nieblas; siga-
vento de Mafra. Las multitudes triunfantes acla- mos nuestras tradiciones de claridad.» Y resulta
man al progreso; Edison es el nuevo Mesías; las p o r fin, que la luz también pertenece á esos hom-
Bolsas son los nuevos templos. El humo de las fá- bres, y que los palacios sospechosos de encanta-
bricas ya obscurece el aire; en breve dejaremos miento que se divisaban entre las brumas de Es-
de ver el cielo!» Tal es la queja; es la misma de candinavia y en tierras donde sueñan seres de ca-
Huysman en Francia, la queja de todos los artistas, bellos dorados y ojos azules, alzan también sus
amigos del alma; y considerad si se podría lanzar cúpulas entre las fragancias y esplendores del me-
con justicia ese Clamor de Coimbra, en este gran diodía, y en tierras en qne los divinos sueños y las
Buenos Aires que con los ojos fijos en los Esta- prodigiosas visiones penetran también por las pu-
dos Unidos, al llegar á igualar á Nueva York, podrá pilas negras.
levantar un gigantesco Sarmiento de bronce, como
E n los tiempos que corren, dice de Castro, el
la libertad de Bartholdi, la frente vuelta hacia
diletantismo literario, esf joyero de piedras falsas,
el país de los ferrocarriles.
dejó de ser un monopolio de los burgueses, ha
Ese artista que de tal manera exclama «en breve pasado hasta las m á s bajas clases populares. Cuan-
dejaremos de ver el cielo!» es uno de los más ex- do las otras ocupaciones intelectuales, la filosofía
quisitos con que hoy cuenta la moderna literatura y el derecho, las matemáticas y la química, p o r
europea, ó mejor dicho, la moderna literatura cos- ejemplo, son respetadas por el vulgo, no hav por
mopolita. Pues existe hoy ese grupo de pensadores ahí «boni frate» q u e no se juzgue con derecho de
y de hombrres de arte que en distintos climas y invadir el campo literario, exponiendo opiniones,
- 240 - -
OID:
distribuyendo diplomas de valer ó de mediocridad.
Lo cierto es, sin embargo, que la literatura es «Tu frialdad acrece mi deseo: cierro los ojos para
sólo para los literatos, como las matemáticas son olvidarte y cuanto más procuro no verte, cuanto
sólo para los matemáticos y la química para los más cieiTO los ojos, más te veo.
químicos. Así como en religión sólo valen las fes Humildemente tras de tí sigo, humildemente, sin
puras, en arte sólo valen las opiniones de concien- convencerte, cuanto siento por mí crecer el gélido
cia, y para tener una concienzuda opinión artísti- cortejo de tus desdenes.
necesano un artista. Sé que jamás te poseeré, sé que «otro» feliz ven-
¿Ha tenido que luchar Eugenio de Castro? Indu- turoso como un rey abrazará tu virginal cuerpo
dablemente, sí. No conozco los detalles de su cam- en flor.
paña intelectual, pero no impunemente se llega Mi corazón entretanto no se detiene: aman á me-
á tan justa gloria á su edad, ni se producen tan dias los que aman con esperanza;—amar sin espe-
admirables poemas. La gloria suya, la que debe ranza es el verdadero amor.»
satisfacer su alma de excepción, no es por cierto
la ciega y panúrgica fama popular, tan lisonjera
Ya en «Horas» el tono cambia.
con las medianías; es la gloria de ser comprendido
por aquellos que pueden comprenderle, es la glo-
«No perpetuemos el dolor, seamos castos de una
ria en la comunidad de los «aristos.» Su nombre
castidad elevada. Tú como Inés, la santa de los tu-
no resuena sino desde hace poco tiempo en el mun-
pidos cabellos, yo como el purísimo San Luis Gon-
do de los nuevos. Su «Oaristos» apareció hace ape-
zaga.
nas seis años. Después se sucedieron «Horas,»
«Sylva.» «Interlunios.» No h e leído sus obras sino La Pureza conviene á almas como las nuestras,
después que conocía al poeta por la crítica de Ita- las mucosas tientan solamente á las almas vulgares,
lia y Francia. Abonado por Renny de Gourmont y la sonrisa con que me encantas sea rosa mística!
Vittorio Pica, encontró abiertas de par en par las y sean las miradas tuyas el argentino «pax tecum.»
puertas de mi espíritu. Leí sus versos. Desde el No son ya tus gráciles gracias de doncella las que
primer momento reconocí su iniciación en el nuevo me cautivan. Del Arcángel la espada reluciente de-
sacerdocio estético, y la influencia de maestros capitó á la Lujuria que hiere y que hiela: lo que
como Verlaine. Y en veces su voz era tan semejante adoro es tu corazón.»
á la voz verleniana, que junté en mi imaginación
el recuerdo de de Castro, al del amado y malogra-
do Julián del Casal, un cubano que era por cierto
el hijo espiritual de «Pauvre Lelian.» E r a n ver- Después llegó á mis manos, en el «Mercure de
sos de la carne y versos del alma, versos caldeados France,» un poema simbólico y extraño, de un sen-
de pasión, ó de fe; ya reflejos de la r o j a hoguera timiento profundamente pagano, hondo y audaz.
swinborniana ó de los incensarios y cirios de «Sa- «Sagramor» y «Belkiss» me hechizaron luego.
gesse.» Los raros—16
— 213 —
«Sagramor» comienza en prosa, en la prosa musi-
cal y artística de de Castro. Sagramor es un pas- Segunda voz
tor al principio. Luego, caballero, recorrerá todas
He aquí oro', llénate de oro, toma, no llores...
las cimas d é l a vida, en busca de la felicidad. Goza
Con los ducados de este tesoro, tendrás palacios,
del amor, de las grandezas mundanas, de la varie-
gemas y flores... Mira, ve cuán rubio es el oro
dad de paisajes y cielos, de las victorias de la f a m a :
y cómo resplandece...
Como un eco del Eclesiastes debía repetirle á cada
instante la vanidad de las cosas humanas. ¿Qué le
consolará de la desesperanza, cuando h a hallado Sagramor
polvo y ceniza? Ni la ciencia, ni la luz del creyen-
te, ni la voz de la triste Naturaleza. Hay u n a vir- ¿Oro?... ¿y para qué? La Felicidad no la vende
gen fiel que podría salvarle y acogerle: la Muerte; nadie.
pero la Muerte no le a b r e sus brazos. A través de
soberbios episodios, en mágicos versos, desfila una Tercera voz
sucesión de visiones y de símbolos que va á pa-
r a r al obscuro reino de la invencible Desilusión, ¿ P o r qué lanzas tan lamentables quejas, con tan
á la fatal miseria del Tedio. En lo más amargo del tétrico y angustioso tono? ¡Viajemos! gozaremos

i
desencanto, Sagramor quiere consolarse con el re- bellos días... pjl
cuerdo de su primera y dulce pasión, Cecilia, que
apenas surge un instante, «creatura bella bianco Sagramor
vestita,» y desaparece. Oid las voces que llegan de
tanto en tanto, á invitarle al goce de la existencia:
El mundo es pequeño. Lo he recorrido ya todo.

P r i m e r a voz Cuarta voz

O viandante que estáis llorando, ¿por qué lloras? Soy la Gloria, alegre genio de un radioso país
Ven conmigo; reiremos cantando las horas. Ven, solar... ¡Tú serás el mayor poeta del mundo!
no tardes; yo soy el A m o r ; quiero dar alas á tus
deseos! De lindas bocas, copas en flor, beberás Sagramor
dulces, suaves besos!
Dicen que el mundo está p a r a concluir...
Sagramor
*
Quinta voz
¿Besos?... Los besos, h o j a s vertiginosas, son ve-
nenos. Deshojan rosas sobre las bocas, pero abren Serás un sabio: desde mi albergue verás pronto
llagas en el corazón.,. aclarado todo.
- 244 -
Sagramor de Montesquiou-Fezensac,—otro exquisito de Fran-
cia. Os traduciré fielmente esos preciosos versos.
Si hubiera conservado mi ignorancia, no me ha-
bría sentido tan desventurado...
De los argentinos plátanos á la sombra
La linda m o n j a , que antes fuera princesa,
Sexta voz
Deja vagar sus ojos por el paisaje...
Yo soy la muerte victoriosa, madre del misterio, Vese el monasterio, á lo lejos, entre las hojas...
madre del secreto...
Allá, en un balcón que domina las aguas.
Sagramor Las otras m o n j a s ríen, contemplando
El polífono m a r , tan agitado,
¡Oh, no me toques! ¡Vete! ¡Tengo miedo de tí! Que de las olas los límpidos aljófares
Sobre la tela de los hábitos cintilan.
Séptima voz Dando á aquellas pobrecillas el aspecto
De reinas que se divierten en una boda.
¡Yo soy la Vida! Ya que el morir te da miedo, te
daré mil años. La princesa real, que se hizo monja,
Que una corona trocó p o r cilicios,
Sagramor Y las fiestas p o r la dulce paz del claustro,
Lejos de las compañeras sonrientes
¡No, Dios mío! ¡No he sufrido yo tantos atroces Jamás á las diversiones de ellas se junta.
desengaños! Cuando no d u e r m e ó reza, su vida
Es vagar por el encierro,
Muchas voces Tan ajena á sí misma, tan suspensa
Cual si las nieblas de un sueño atravesase...
¿Quieres los más raros, los más dulces placeres?
¿Quieres ser estrella, quieres ser rey? Responde, La monja piensa...
¿Qué quieres?
Un día, siendo novicia,
Sagramor Al despertar, sus claros ojos vieron
Cerca de sí u n ruiseñor dulcísimo
No sé... No sé... Que le dijo:

Un delicado poema suyo:—«La Monja y el Rui- «Soy yo, el alma tuya,


Que esta f o r m a tomé, para, volando,
señor», que dedicó á su amigo el conde Robert
Recorrer distantes, luminosos países,
Cuyos prodigios mil y rail encantos Sin que la monja en su curso reparase,
Vendré á contarte en las serenas noches...» Toda abstraída al oir el divino canto...
¡Y el canto no termina! Y la luna blanca
Entonces, el ruiseñor batió las alas; De nuevo surge en el aire, de nuevo expira,
Pero nunca más volvió á su dueña Nuevamente el sol brilla y palidece,
Que por volverle á ver se desespera, Y siempre el canto encanta á la monja.
Sufriendo tanto que, llorosa juzga
Haber tenido quizá dos almas, El canto celestial la va llevando
Porque, huyendo la una, no sentiría Por divinos jardines maravillosos
Tales penas, si no le quedase otra. Donde los pálidos ángeles sonrientes,
Con aéreos vestidos de perfumes,
Apágase el día... Andan curando heridas mariposas.

He aquí que al nacer la luna Llévala el canto por la vía láctea,


Entre las aves que vuelven á sus nidos Donde hay floresta, blancas, todas blancas,
A la esbelta monja se acerca un ruiseñor Yr donde en lagos de leche pasan cisnes
Mirándola y remirándola, hasta que rompe Arrastrando de los serafines extáticos
En un argentino cantar: Las barcas de cristal llenas de lirios...

«¿No m e conoces? ¡Yr el ruiseñor no cesa! Cuenta, cuenta


Soy yo, tu alma... ten paciencia Maravillas, prodigios, esplendores...
Si de ti me he apartado p o r tanto tiempo. Y la l i n d a monja, al oirlo, sueña, sueña...
¡Ah! Pero tú no calculas, amiga mía, Sin comer ni dormir, días y días...
Cuán lindas cosas he visto, qué lindas cosas Muere por fin el otoño, llega el invierno,
Traigo que contarte...» Cae nieve, el frío corta, mas la m o n j a
Sólo oye al ruiseñor... y nada siente...
L a paz de la noche
Se aterciopela por los tranquilos prados; Muere el invierno, llega la prim&vera,
Y entonces l a monja que en transporte lánguido Retorna el verano y pasan meses,
Parece oir allí celestes coros, Pasan años, ciclones, tempestades,
A la linda monja cuyos ojos mansos ¡Y el ruiseñor no cesa! cuenta... canta...
Se van cerrando en mística voluptuosidad, Yr la linda m o n j a al oirlo, sueña, sueña...
El airoso ruiseñor cuenta los viajes ¡Oh qué delicia aquella! ¡Qué delicia!
Que hizo p o r las estrellas diamantinas...
De sus compañeras queda apenas
¡Oh! ¡qué dulce cantar! Cantar tan lindo El frío polvo en las frías sepulturas,
Que el sol nació, subió y en fin, hundióse, Y el fuego destruyó todo el convento
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—Y sin embargo, la m o n j a no sabe nada! universa quae habebat in corde suo.» Y más adelan-
Oyendo al ruiseñor 110 vió el incendio te: «Rex a u t e m Salomon, dedit reginse Saba omnia
Ni los dobles oyó que anunciaran quse voluit et petivit ab eo; exceptis his, quee ultro
De las otras monjas la distante muerte... obtulerat ei numere regio. Quae reserva est, et abiit
in terram s u a m cum servís suis.» Es esa reina de
Nuevos años se extinguen... Saba, la Makheda de la Etiopía de cuya descenden-
Una guerra cia se gloria el negus Menelik, la Belkiss arábiga.
Tuvo lugar allí, muy cerca de ella, Al solo n o m b r a r á la reina de Saba sentiréis como
Que nada oyó ni vió, escuchando el canto: un soplo p e r f u m a d o de ungüentos bíblicos, miraréis
Ni el funesto estridor de las granadas, en vuestra imaginación u n espectáculo suntuoso
Ni los suspiros vanos de los moribundos, de poderío oriental; tiendas regias, camellos enjae-
Ni la sangre que á sus pies iba corriendo... zados de oro, desnudas negras adolescentes con
flabeles d e plumas de pavos-reales; piedras precio-
¡U11 día, al fin, el ruiseñor se calló! sas y telas de incomparable riqueza. ¡Y bien! Eu-
De los argentinos plátanos á la sombra genio de Castro ha evocado mágicamente la mis-
La m o n j a despertó, suavemente teriosa y bella persona. La reina de Saba de Axum
Y murió, como niño que se duerme, y del H y m i a r se anima, llena de una vida ardien-
Mientras el ruiseñor volaba, ledo, te, en fabulosas decoraciones, imperiosa de amor,
P a r a el país que tanto le deslumhrara... simbólica víctima de una fatalidad irreductible.
Es un p o e m a dialogado, en prosa martillada por
El ruiseñor había cantado trescientos años... un F l a u b e r t nervioso y soñador, y en donde la
Si no habéis podido juzgar de la melodía original reminiscencia de Maeterlink queda inundada en un
del verso, de seguro os habrá complacido esa deli- torbellino de luz milagrosa, y en una harmonía
ciosa fábula. Si os fijáis bien, podréis encontrar musical, cálida y vibrante. Lo pintoresco, las aco-
que ese ruiseñor es hermano de aquel que oyó el taciones, en su elegancia arqueológica nos llevan
m o n j e de la leyenda; pero confesaréis que ambos á r e c o r d a r ciertas páginas, de «Herodias» ó de
p á j a r o s paradisiacos cantan unánimes con igual la «Tentación de San Antonio.» Belkiss en sus sun-
divina gracia. tuosos triunfos, habrá de padecer después el ine-
Y he aquí que llegamos á la obra principal de ludible dolor. Para que David nazca ella pasará
Eugenio de Castro, «Belkiss», traducida ya á varios sobre l a experiencia y sabiduría de Jophesamin,
idiomas y celebrada como una verdadera obra su m e n t o r ó ayo; y sentirá primero la tempes-
maestra. tad de a m o r en su sexo y en su corazón; y h a r á
Léese en el «Libro de los Reyes,» en la parte del el viaje á Jerusalén, entre prodigios y misterios,
reinado de Salomón: «Et ingressa Jerusalem multo y sentirá p o r fin el beso del adorado rey, y tem-
ciim comitatu, et divitiis, camelis portantibus aro- blará cuando contemple bajo sus pies las azuce-
mata, et aurum infinitum nimis, et gemmas pretio- nas sangrientas.
sas. venit ad regem Salomonen, et locuta est ei Una sucesión de escenas fastuosas se desarrolla
al eco de una wagneriana orquestación verbal. Pue-
de asegurarse sin temor á equivocación, que los tes drogas de cierta refinada y excepcional lite-
primeros «músicos,» en 'el sentido pitagórico y en r a t u r a modernísima.»
el sentido wagneriano, del arte de la palabra, son Se trata, pues, de u n «raro.» Y será asombro
hoy Gabriel D' Annunzio y Eugenio de Castro. curioso el de aquellos que lean á Eugenio de Castro
Quisiera daros una idea de ese poema—que ha con la preocupación de moda de los que creen
rendido la indiferencia oficial en Portugal,—donde que toda obra simbolista es u n pozo de sombra.
á los 27 años ha sido su autor elegido miembro de «Belkiss», está lleno de luz.
la Real academia de Lisboa, y que ha arrancado Señores: He concluido esta conferencia sobre el
aplausos fraternales en todos los puntos del globo poeta Eugenio de Castro y la literatura portuguesa.
en que existen cultivadores del arte puro. Mas ten-
dría que ser demasiado profuso, y prefiero aconse-
jaros, como quien recomienda una especie r a r a
de flor, ó un delicioso licor exótico, que leáis
Belkiss, en la versión de Picca, en italiano, que es
de todo punto admirable, ó, en el bello librito
arcaico impreso en Coimbra p o r Francisco Franca
Amado. Y tened presente que hay que acercarse á
nuestro autor con deseo, sinceridad y nobleza esté-
ticas. Os repetiré las palabras del crítico italiano:
«Ciertamente, la poesía de Eugenio de Castro es
FIN
poesía aristocrática, es poesía decadente, y p o r lo
tanto. 110 puede gustar sino á un público restricto
y selecto, que, en los refinamientos de las ideas y
de las sensaciones, en la variedad sabia y musical
de i o s ritmos, halla una singular voluptuosidad
del espíritu. El común de los lectores, acostum-
brados á los azucarados jarabes de los poetitas
sentimentales, ó solamente de gusto austero y que
no aprecian sino la leche y el vino vigoroso de los
autores clásicos, vale más que no acerquen los la-
bios á las ánforas curiosamente arabescadas y pom-
posamente gemadas de los cantos ya amorosos, ya
místicos, ya desesperados del poeta de Coimbra; ya
que en ellos está contenido un violento licor que
quema y disgusta á quien no está hecho á las fuer-
INDICE

Páginas

Prólogo 5
El arte en silencio 7
Edgar Alian Poe 13
Leconte de Lisie 27
Paul Verlaine 45
El conde Matias Augusto de Villiersde L'Isle Adam. 53
León Bloy 67
Jean Richepin 81
Jean Moreas 93
Rachilde 111
George d' Esparbés 123
Augusto de Armas 131
Laurent Tailhade 137
F r a Domenico Cavalca 145
Eduardo Dubus 155
Teodoro Hannon 167
El conde de Lautréamont 175
Paul Adam 183
Max Nordau 191
Ibsen 203
José Marti 217
Eugenio de Castro 229
Obras del autor
Primeras notas Verso.
Azul Prosa y verso.
Abrojos Verso.
Prosas profanas . . . . Id.
España Contemporánea. . Prosa.
Los Raros Id.
Peregrinaciones . . . . Id.
La Caravana pasa . . . Id.
Tierras solares Id.

EN P R E P A R A C I Ó N

Los Cisnes y otros poemas. Verso.


Opiniones Prosa.
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