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DAVID LODGE, "El arte de la Ficción". Ed. Península, Barcelona. 1998.


;'
9 a la hora del desayuno, una mañana en que ella había sali­
do a la terraza, Peter Walsh. Regresaría de la India cual­
EL FLUJO DE CONCIENCIA quiera de estos dias, en junio ojulio) Claríssa Dallo71.Jay lo
habia olvidado debido a lo abU1Tidas que eran sus cartas: lb
que una recordaba eran sus dic!Jos, sus ojos, su cortaplumas,
su sonrisa, sus malos humores, y, cttando millones de cosas se
habían desvanecido totalmente -¡qué extraño era!-, unas
Clumtasfrases COUto é!;ta 1"cfe"ente a las verdU7'as.
~

1,
VIRGINIA WOOLF, Mrs. Dalloway (1925).
La señora Dalloway dijo que ella mism,a se encargaría de I
Traducción de Andrés Bosch.
comprar las flores. Sí, ya que Lucy tendría trabajo más que
suficiente. Había que desm,ontar las puertas; acudirían los
operarios de Rumpelmayer. Y entonces Clat'issa Dalloway «El flujo de concienCia» (stream of consciousness) fue
pensó: qué mañana diáfana, cual regalada a unos niños en 1
una expresión acuñada por Wtlliam James, el psicólo­
la playa.
¡Qué fiesta! ¡Qué aventura! Siempre tuvo esta impre­
sión cuando) con un leve gemido de las bisagras, que ahora le
pa1~eció oir, abría de par en par el balcón, en Bourton, y sa­
I
¡¡
go -y hermano del novelista, Henry- para caracterÍ­
zar el continuo flujo de pensamientos y sensaciones en
la mente humana. Más tarde se la apropiaron los críti­
cos literaríos para describir un tipo particular de fic­
lía al aire libre. ¡Qué fresco, qué calmo, más sílencioso que ción moderna que intentaba imitar ese proceso, ejem­
éste, desde luego, era el aire a primera hora de la maña­ plíficado, entre otros autores, por James J oyce, Dorothy
na ... !; como el golpe de una ola; como el beso de una ola;fres­ Richardson y Virginia Woolf.
co y penetrante, y sin embargo (para una muchacha de die­ Naturalmente, la presentación interiorizada de la
ciocho años, que eran los que entonces contaba) solemne, C011 experiencia siempre ha sido uno de los principales ras­
la sensación que la embargaba, mientras estaba en píe ante gos de la novela. Cogito, ergo Sllm (<<Pienso, luego exis­
el balcón abierto, de que algo h01,oroso estaba a punto de to») podría ser su divisa, aunque el cogito del novelista
ocurr'Í1~; mirando las flores, mirando los á1~boles con el humo incluye no sólo razonamÍentos sino también emocio­
que sínuoso surgía de ellos, y las c01"nejas alzándose y descen­ nes, sensaciones, recuerdos y fantasías. Los autobió­
diendo; y lo contempló, en pie, hasta que Peter WaLfh dijo: grafos que nos presenta Defoe en sus novelas y los per­
<'<¿Med;tando entre vegetales?» -¿fue esol-. «Prefiero los sonajes que escriben cartas en las de Richardson, en
hombres a las coliflores» -¿fue eso?-. Seguramente lo dijo los albores del desarrollo de la novela como forma li­

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¡f

teraria, eran obsesivamente introspectivos. La novela de prejuicios de Clarissa Dalloway y su lnarido, pre­
clásica del siglo XIX, de Jane Austen a George Eliot, sentados como miembros esnobs y reaccionaríos de la
'j'
combinaba la presentaCión de sus personajes como 1:
1,
~I~
clase alta británica. Aquí, por ejelnplo, está Mrs. Da­
criaturas sociales con un sutil y agudo análisis de sus lloway en su anterior encarnación preparándose para
vidas interiores, emocionales y morales. Hacia finales ser presentada a un erudito llamado Ambrose y su es­
del siglo, sin embargo (se puede observar el proceso en posa:
Henry James), la realidad estaba cada vez más situada
en la conciencia privada, subjetiva, de seres indivi­ .Mrs. Dallowa)', inclinando un poco la cabeza a un lado, se
duales, incapaces de conlunicar la plenitud de su expe­ esforzó en recordar a Ambrose -¿era tUl apellido?~ pero
riencia a otros. Se ha dicho que la novela basada en el 1I fracasó. Lo que había oído la había puesto ligeramente in­
flujo de conciencia es la expresión literaria del solipsis­ cómoda. Sabía que los eruditos se casaban con cualquiera,
muchachas a las que conocían en granjas, en sesiones de lec­
mo, la doctrina filosófica según la cual nada es con
tura; o mujercitas del extrarradio que decían en un tono de­
toda certeza real excepto la propia existencia; pero po­ ¡I,
sagradable: «Por supuesto, ya sé que con quíen quiere ha­
dríamos igualmente argumentar que nos ofrece cierto l: blar es con mi marido, no conmigo». Pero en ese momento
11
alivio respecto a esa desoladora hipótesis, dándonos ~: llegó Helen, y Mrs. Dalloway vio con alivio que aunque li­
;¡¡
acceso a las vidas interiores de otros seres humanos, l11 geramente excéntrica en apariencia, no iba desaseada, tenía
aunque sean ficticios. ¡:
modales, y su voz denotaba cierta reserva, lo que para ella
No cabe duda de que este tipo de novela tiende a I! qm:ría decir que se trataba de una señora.
provocar simpatía hacia los personajes cuyo ser in­ I
terior está expuesto a la vista, por más vanidosos, egoís­ Se nos muestra lo que Mrs. Dalloway está pensando,
tas o innobles que puedan ser ocasionalmente sus pen­ pero el estilo en el que se reproducen sus pensamien­
samientos; o, para decirlo de otra manera, la inmersión tos los coloca, y la coloca a ella misma, a una distancia
continua en la mente de un personaje totalmente an­ irónica, que supone de hecho emitir un juicio silencio­
tipático sería intolerable tanto par~ el escritor como so sobre ambos. Hay pruebas de que cuando Virginia
para el lector. Mrs. Dalloway es un caso particular­ Woolf eIupezó a escribir de nuevo sobre ese persona­
mente interesante a este respecto, ya que su heroína je, era en un principio con la lnisma intención casi sa­
tanlbién aparecía como un personaje secundario en la tírica; pero en esa época había elnpezado a practicar la
primera novela de Virginia Woolf, Fin de viaje (I~;)l5). novela del flujo de conciencia, y el método la enlpujó
En ella se usa un método narrativo autorial, más tra­ inevitablemente a trazar un retrato nlucho lnás COln­
dicional, para darnos un retrato lnuy satírico y lleno prensivo de Clarissa Dalloway.

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:¡III"
~1:

~! t
'j-,
Hay dos técnicas básicas para presentar la concien­ riendo una acotación propia del autor íntrusivo como
cia en la ficción en prosa. Una es el monólogo interior, sería «se dijo Mrs. Dalloway»; además, se refiere a la 1
)
en el que el sujeto granlaticaI del discurso es un yo, y doncella con familíaridad, mediante su nombre de pila,
nosotros, por así decirlo, oímos a hurtadillas al perso­ como lo haría la misma Mrs. Dalloway, y no por su fun­
naje verbalizando sus pensamientos a medida que se ción; y usa una expresión informal, coloquial, «tendría
producen. Analizaré ese método en la sección siguien­ trabajo más que suficiente», que pertenece a la manera
te. El otro, llaInado estilo indirecto libre, se remonta de hablar de la propia Mrs. Dalloway. La tercera frase
por lo n1cnos a J ane Austen, pero fue elupleado con tiene la misma forma. La enarta retrocede lígeramente
creciente alcance y virtuosismo por novelistas moder­ hacia un método autoríal para informarnos del nombre
nos como Woolf. Reproduce el pensamiento del per­ Jfi
completo de la protagonista y del placer que le produce
sonaje en estilo indirecto (en tercera persona yen pre­ la hermosa mañana veraniega: «y entonces Clarissa
"-,
térito) pero respeta el tipo de vocabulario propio del li
Dalloway pensó: qué mañana diáfana, cual regalada a
personaje, y suprime algunas de las acotaciones, tales unos niños en la playa».
como «pensó», «se preguntó», etc., que requeriría un Las exclamaciones «¡Qué fiesta! ¡Qué aventura!»
estilo narrativo más tradicionaL Eso produce la ilusión siguientes presentan superficialmente la apariencia del
de un acceso íntimo a la mente de un personaje, pero monólogo interior, pero no son la reacción de la pro­
sin renunciar completamente a la participación auto­ tagonista, ya entrada en allOS, ante la belleza de la ma­
rial en el discurso. ñana al salir de su casa en Westminster para ir a com­
«La señora Dalloway dijo que ella misma se encar­ prar flores. Está recordándose a sí misma a la edad de
garía de comprar las flores» es la prímera frase de la no­ dieciocho años recordándose a sí misma cuando era
vela: una afinnacÍón hecha por un narrador autoríal, niña. 0, para decirlo de otro modo, la imagen «cual
pero impersonal e inescrutable, que no explica quién es regalada a unos niños en una playa», que le evoca esa
Mrs. Dalloway o por qué necesitaba comprar flores. Esa mañana, le hace pensar en cómo parecidas metáforas,
abrupta zambullida del lector en medio de una vida en de niños «retozando» en el mar, le venían a la mente
marcha (gradualmente vaInas atando cabos hasta re­ cuando se «zambullÍa»* en el aire fresco, tranquilo de
construír la biograña de la protagonista) tipifica la pre­ una mañana de verano, «como el golpe de una ola,
sentacÍón de la conciencia como un «flujo». La siguierr­ conlO el beso de una ola», en Bourton (una casa de ve­
te frase, «Sí, ya que Lucy tendría trabajo más que
suficiente», desplaza el foco de la narración a la mente * Stream ('flujo') significa 'corriente, río o riachuelo', de ahi
del personaje al adoptar el estilo indirecto libre, omi­ que el autor hable de «zambullirse» (plllnging). (N de la t.)
!
Il
78 79
,,~1
I

t
raneo, suponemos), donde veía a alguien llamado Pe­ Los monólogos interiores de la novela posterior de
ter Walsh (la pámera alusión a una posible historia). Virginia Woolf, Las olas, adolecen de senlejante arti­
Lo real y lo metafórico, el presente y el pasado, se en­ ficiosídad, a mi modo de ver. James Joyce fue lnejor
tretejen y se influyen entre sí en las largas frases ser­ exponente de esa manera de captar el flujo de con­
penteantes; cada pens3tuiento o recuerdo desencadena ciencia.
el siguiente. Siendo realista, Clarissa Dallowayno siem­ ,~,
pre puede confiar en su memoria: «¿Meditando entre
,Il'
vegetales? --¿fue eso?-. Prefiero los hombres a las
coliflores -¿fue eso?>->.
Puede que las frases sean serpenteantes, pero,
aparte de la licencia del estilo indirecto libre, son fra­
ses bien formadas y de elegante cadencia. Virginia
Woolfha colado de rondón algo de su propia elocuen­
cia lírica en el flujo de conciencia de Mrs. Dalloway sin
que se note demasiado. Si pusiéramos esas frases en
primera persona, sonarían denlasiado literarias y estu­
diadas para resultar convincentes como transcripción
de los pensamientos desordenados de alguien. Sonarían
a escritura, en un estilo bastante preciosista de remi­
niscencia autobiográfica;

¡Qué fiesta! ¡Qué aventura! Siempre tuve esta impresión


cuando} con wlleve gemido de las bisagras, que ahora me pa­
rece oír, abría de par en par el balcón, en Bourton, y salía al
aire libre. ¡Qué fresco, qué calmo, más silencioso que éste,
desde luego, era el aire a primera hora de la mañana... !; como
el golpe de una ola; como el beso de una ola; fresco y pene­
trante, y sin embargo (para una muchacha de dieciocho píos,
que eran los que entonces contaba) solemne, con la sensa­
ción que me embargaba, mientras estaba en pie ante el balcón
abierto, de que algo horroroso estaba a punto de ocurrir...

80 81

I
10 mero uno balanceaba pesadamente su bolsa de comadrona,
la sombrilla de la otra pinchada en la playa. Desde el barrio
EL MONÓLOGO INTERIOR de· las Liberties, en su día libre. La señora PI01"ence MacCa­
be, sobreviviente al difunto Patrick MacCabe, profonaa­
mente lamentado, de la calle Bride. Una de las de su he1'­
mandad tiró de mí hacia la vida, chillando. Creación desde
la nada. ¿Qué tiene en la bolsa? Un feto malogrado con el
c01'dón umbilical a rastras, sofocado en !Juata 'rojiza. Los
cordones de todos se eslabonan hacia at:rás, cable de trenza­
En el umbral, se tocó el bolsillo de atrás buscando el llavín. dos hilos de toda carne. Por eso es por lo que los monjes mís­
Ahí no. En los pantalones que dejé. Tengo que buscada. La ticos. ¿ Queréis ser como dioses? Contemplaos el ombligo.
patata sí que la tengo. El armario cruje. No vale la pena Ató. Aquí Kinch. Póngame con Villa Edén. Aleph, alfa:
molestarla. Mucho sueño al darse vuelta, ahora mismo. cero, cero, uno.
Tiró muy silenciosamente de la puerta del1'ecibidor detrás ""
de si, más, hasta que la cubierta de la rendija de abajo cayó Sí p01'que él nunca había hecho tal cosa como pedir el desa­
suavemente sobre el umb1~al, fláccida tapa. Parecía celorada. yuno en la cama con un p(lr de huevos desde el Hotel City
Está muy bien hasta que vuelva, de todos modos. A17ns cuando solía hace1' que estaba malo en voz de enfermo
Cruzó al lado del sol, evitando la trampilla suelta del como un rey para hacerse el interesante con esa vieja bruja
sótano en el número setenta y cinco. El sol se acercaba al de la señora Riordan que él se imaginaba que la tenía en el
campana'f'io de la iglesia de San Jorge, Vil a ser un día ca­ bote y no nos dejó ni un ochavo todo en misas para ella sola y
luroso, me imagino. Especialmente con este traje new'o lo su alma grandísima tacaña como no se ha visto ott-a con mie­
noto más, El negro conduce, refleja (¿o refracta?) el calor. do a sacar cuatro peniques para su alcohol metílico contán­
Pero no podía ir con ese t1"aje cla'ro. Ni que fuera un pícnic. dome todos los achaques tenía demasiado que desembuchar
Los párpados se le bajarron suavemente muchas veces mien­ sobre política y terremotos )' elfin del mundo vamos a diver­
t1-as andaba en feliz tibieza . tirnos primero un poco Dios salve al mundo si todas las mu­
... jeres fueran así venga que si tt-ajes de baño y escotes claro
Bajaban prudentemente los escalones de Leahy:1' Terrace,' que nadie quería que ella se los pusiera imagino que e'ra de­
Frl11tenzimmer: y por la orilla en dedive abajo, blandamen­ vota porque ningún hombre la mh'arín dos veces
te, sus pies aplastados en la arena sedimentada. Como yo, JAMES JOYCE, Ulíses (1922).
como Algy, b~jando hacia nuestra poderosa mad1'e. La nú- Traducción de José l\1aría Valverde.

82 83

j

El título de Ulises, de Jalnes Joyce, es un indicio denadas ya sea por sensaciones físicas o por asociación
único que es itnposible pasar por alto en todo el tex­ de ideas. Joyce no fue el primer escritor en usar el mo­
to-- de que esa narración de un día nOrInal y corrien­ nólogo interior (él mismo atribuía su invención a un
te, el r6 de junio de 1904, en Dublín, reproduce, Ílni­ oscuro novelista francés de finales del XIX, Édouard
ta o caricaturiza la Odisea de Homero (cuyo héroe, Dujardin), ni será el último, pero lo llevó a una cima
Odisea, fue bautizado Ulises en latín). Leopold Bloom, de perfección tal, que otros exponentes del mislno,
un agente de publicidad judío de mediana edad, es el aparte de Faulk:ner y Beckett, resultan poco convin­
poco heroico héroe; su esposa ?vlolly se qued3. franca­ centes en comparación.
111ente por debajo de su lnodelo, Penélope, en lo que El monólogo interior es realmente una técnica
a fidelidad conyugal se refiere. Tras cruzar y volver a muy difícil de usar con éxíto: es demasiado proclive a
cruzar la ciudad de Dublín para hacer varios recados imponer a la narración un ritmo dolorosamente lento
no denlasiado trascendentes, de modo comparable a ya aburrir al lector con un montón de detalles trivia­
CÓlno Ulises se vio arrastrado de un lado a otro del les. Joyce evita esos escollos en parte gracias a su au­
Mediterráneo por vientos adversos cuando intentaba téntico genio con las palabras, capaz de convertir el in­
volver a casa tras la guerra de Troya, BloOlll se en­ cidente o el objeto más tópico en algo tan apasionante
cuentra con Stephen Dedalus y le protege paternal­ COlno si nunca hasta entonces lo hubiéramos contenl­
mente: sería el equivalente del Telémaco de la Odisea y pIado, pero también variando astutamente la esu-uctu­
un retrato del miSlno Joyce en su juventud: un aspi­ ra gramatical de su discurso, combinando el monólogo
rante a escritor, orgulloso y muerto de hambre, pelea­ interior con estilo indirecto libre y con la descripción
do con su padre. narrativa ortodoxa.
Ulises es una epopeya psicológica más que heroica. El primer extracto se refiere al luomento en que
Conocenlos a los principales personajes no por lo que Leopold Boom sale de su casa temprano por la maña­
se nos dice sobre ello~, sino porque nos metemos den­ na y se dirige a comprar un riñón de cerdo para el de­
tro de sus pensamientos lnás íntimos, representados sayuno. «En el umbral, se tocó el bolsillo de atrás bus­
como silenciosos, espontáneos, incesantes flujos de cando el llavín» describe la acción de Bloom desde su
conciencia. Para el lector, es algo así conlO ponerse punto de vista, pero gramaticalmente supone un narra­
unos auriculares conectados al cerebro de alguien, y dor, por más impersonal que sea. «Ahí no» es monólo­
escuchar una interminable grabación luagnetofónica go interior, una contracción de lo que BloOln piensa
de las impresiones, reflexíones, preguntas, recuerdos y sÍn pronunciarlo~ «Alú no está». La omisión del verbo
fantasías del sujeto, a lnedida que aparecen, desenca­ transmite el carácter instantáneo del descubrimiento,

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l'
y el leve sentimiento de pánico que implica. Recuerda modos», Ninguna de las frases de este extracto, aparte
que la llave está en otro par de pantalones que <-<dejó» de las narrativas, es gramaticalmente correcta o com­
porque ese día se ha puesto un traje negro para ir a un pleta, estrictamente hablando, porque no pensamos, o
funeraL «La patata sí que la tengo» desconcierta al hablamos siquiera -cuando lo hacemos espontánea­
lector que lee el texto por primera vez: a su debido !I~
mente- con frases bien formadas.
tiempo descubrimos que Bloom lleva consigo supers­ La segunda cita, que describe a Stephen Dedalus
ticiosamente una patata a modo de talisnlán. Semejan­ I
observando a dos mujéres mientras pasea por fa playa,
~,!
tes aJivin<1nzas añaden autenticidad al nlétodo, pues es exhibe la misma variedad de tipos de discurso. Pero
obvio que el flujo de conciencia de otra persona no I mientras que el flujo de pensamiento de Bloom es
i
puede resultarnos totalmente transparente. Bloom de­ práctico, sentimental y, de un modo no académico,
cide no volver a su dormitorio a buscar la llave porque científico (tantea las palabras buscando el término téc­
los crujidos del armario podrían despertar a su esposa, nico correcto para describir la reacción de una tela ne­
que todavía está en la cama, lo que nos indica el carác­ gra sometida al calor), la de Stephen es especulativa,
ter esencialmente amable y bondadoso de Leopold. Se ingeniosa, literaría .. , y mucho más difícil de seguir.
refiere a MolIy simplemente con el sufijo la (<<moles­
tarla») porque su esposa ocupa tanto lugar en su lnente
que cuando habla consigo mismo no necesita identi­
ficarla por su nombre -cosa que sí haría, natural­
I

¡I;
Alg;)' es una referencia coloquial' al poeta Algernon
Swinburne, que calificó el mar de «gran madre dulce>:>
y lourdily ('pesadamente') es o bien un arcaísmo litera­
rio o un neologismo influido por la estancia bohemia
mente, un narrador, consciente de la presencia del de Stephen en París (lourd significa 'pesado' en fran­
lector. cés). La llamada de Mrs. MacCabe suscita en la imagi­
La siguiente frase, brillantemente mimética, que nación de Stephen, propia de un escritor, la visión de
describe cómo Bloom cierra despacio la puerta de la su propio nacimiento con una sobrecogedora preci­
casa, vuelve al modo narrativo, pero mantiene el pun­ sión: «Una de las de su hermandad tiró de mí hacia la
to de vista de Bloom y respeta los límites de su propio vida, chillando», otra frase milagrosamente mimética
vocabulario, de modo que un fragmento del monólo­ que le hace a uno sentir el cuerpo resbaladizo del re­
go interior, <-<nlás», puede incorporarse sin que resulte cién nacido en las manos de la comadrona. La fantasía
discordante. El uso del pretérito en la frase siguiente,. ligeralnente morbosa de que Mrs. MacCabe lleva en la
«Parecía cerrada», denota el estilo indirecto libre y su­ bolsa un feto malogrado desvía el flujo de conciencia
ministra una fluida transición de vuelta al monólogo de Stephen hacia un ensueño complejo y fantasioso en
interior: «Está nluy bien hasta que vuelva, de todos el que el cordón umbilical es comparado a un cable

86 87

1/'
que ata a todos los seres hunlanos a su pritnera nladre, consecuencia del trauflla provocado por la nluerte de
Eva, lo que explicaría por qué los monjes orientales se su hijo recién nacido, pero pennanecen unidos uno a
contemplan el ombligo... aunque Stephen no com­ otro por la familiaridad, por una especie de afecto
pleta su pensamiento, pues su mente salta a otro concep­ exasperado e incluso por los celos. Bloom ha sentido
to metafórico, comparando el cordón umbilical común durante todo el día la sombra de la cita de Molly con
de la hUlnanidad con un cable telefónico, mediante el su aIllante, y el monólogo de Molly, lnuy largo y casi
cual Stephen (apodado Kinch por su amigo Buck Mu­ completamente desprovisto de puntuación, empieza
lligan) se ilIlagina caprichosaruente a si .mi::>lIlo telefo­ con la hipótesís de que Bloom debe de haber tenido al­
neando al jardín del Edén. guna aventtlra erótica, pues, cosa rara en él, ha afirma­
Joyce no escribió todo el Ulises en forma de flujo
de condencia. Habiendo llevado el realislno psicológi­
co hasta sus últirnas consecuencias, en posteriores ca­
pítulos de la novela recurrió a varios tipos de estiliza­
I

1I
do su autoridad exigiendo que ella le lleve el desayuno
a la cama a la mañana siguiente, cosa que no había he­
cho desde la época remota en que fingía estar enfermo
para iInpresionar a una viuda llamada Mrs. Riordan
ción, pastiche y parodia: es una epopeya lingüístíca, II (una tía de Stephen Dedalus, por cierto; es Ulla de las
tanto conlO psicológica. Pero ternlinó con ellnonólo­ ¡ numerosas pequeñas coincidencias que entretejen los
go interior más famoso de todos, el de Molly Bloom. acontecimientos aparentenlente desconectados entre
En el últinlo «episodio» (así se llaman los capítulos sí de Ulises) de la qu'e esperaba recibir un legado, aun­
de Uliscs), la mujer de Leopold Bloom, Molly, que has­ que a la hora de la verdad no les dejó nada, sino que
ta ese momento ha sido objeto de los pensamientos, destinó toda su herencia a pagar misas por el reposo de
observaciones y recuerdos de BloOlll y de otros perso­ su alma... (Al parafrasear el soliloquio de Molly uno
najes, se vuelve sujeto, centro de conciencia. Durante tiende a caer en su propio y desenfadado estilo.)
1I
Mientras que los flujos de conciencia de Stephen y
la tarde ha sido infiel a Leopold con un promotor de
conciertos llamado Blazes Boylan (ella es cantante se­
I

1 Molly reciben el estímulo de las impresiones de los


miprofesional). Ahora es de madrugada. Bloom acaba
de meterse en la canla, despertando a Molly, y ella está
echada a su lado, medio despierta, recordando, en un
i;1
sentidos, que les hacen calnbíar de curso, Molly, en
plena oscuridad, sin más distracción que algún que
otro ruido procedente de la calle, se guía sólo por sus
duermevela, los acontecÍlnientos del día y de su pasa­
I recuerdos: de uno sale otro, por algún tipo de asocia­
do, especialmente sus experiencias con su marido y di­
versos amantes. El matrimonio Bloom de hecho lleva
I
ción. Y mientras que la asociación en la conciencia de
Stephen tiende a ser metafórica (una cosa evoca otra
varios años sin tener relaciones sexuales nonnales, a !:
por similitud, una similitud a menudo secreta o capri­

88 89

~~r\
'11,
",'
,l~ 1 ;
chosa) y en Bloom metonímica (una cosa hace pensar ; 1 1

en otra por una relación de causa a efecto, o por con­


tigüidad en el espacio o en el tiempo), la asociación en LA DESFAMILIARIZACIÓN

la conciencia de Mol1y es simplemente literal: un desa­


yuno en la cama le recuerda otro desayuno en la cama,
del mismo modo que un hombre en su vida le hace
II¡
pensar en otro hombre. Como la imagen de Bloom le ,.1
Beva a evocar a otros amantes que ha tenido, no siem­
pre es fácil saber a quién se refiere el pronombre él.
Esa tela, digo, parecía considerarse a sí misma como la rei­
na de la exposición.
Representaba una mujc1' de tamaño bastante mayor. que
el real, según pude ver. Calculé que aquella dama, metida
en un embalaje de los que se usan para tra.nsp011:a'r muebles,
y pesada luego, a17'c1aría una cifra -de catorce o dieciséis
arrobas. Era en verdad una buena moza, extraordinaria­
mente bien alimentada: mucha carne -por no dech' nada
del pan, las verduras y la fruta- debfa de haber consumido
pa'ro alcanzar aquel peso y aquella talla, tal riqueza de
músculos y tal abundancia de carne. Iácía medio reclinada
en un diván, imposible cone'retar por qué. La luz del dfa ar­
día a su alreded01: Parecía disfrutar de una excelente salud
y ser lo bastante fuerte para realizar el trabajo de dos coci­
ne'ras. No le era posible alegar ninguna enfermedad en la
columna vertebral, de modo que habría debido de estar de

I pie o, por lo menos, sentada. No tenía motivos aparentes


para haraganear por la mañana en un diván. Habría debi­
do vestirse decentemente, cubrirse con una bata; ¡pero nada

I de eso, sino todo lo contrll1'"io! Se las arreglaba para no poder


cubrirse con lo en01711e abundancia de tetas -unas veillti­


i 91

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