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Dinero sucio y guantes blancos, de Ponzi y Madoff a

Cositorto
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Osvaldo Aguirre 3 de marzo de 2023

El delito suele estar asociado a la violencia. Crímenes, robos y abusos concentran


cada día la atención del público y de los medios y definen las preocupaciones por los
temas de seguridad. Por más que sean frecuentes y escandalosos, los fraudes parecen
inscribirse en otro orden de acontecimientos como si fueran menos lesivos para las
víctimas.

Bernard Madoff quedó detenido desde diciembre de


2008.
Es necesario “expulsar de nuestra conciencia la impresión
de que para ser delito tiene que correr sangre”,
advierte el criminólogo Juan Pegoraro, para
comprender la dimensión de un fenómeno que resulta tan
habitual como los arrebatos callejeros y el narcotráfico y
es todavía más perjudicial.

Madoff: el monstruo de Wall Street, la serie documental disponible en Netflix,


reconstruye un caso paradigmático del llamado delito de cuello blanco. La historia ya
fue llevada al cine en El mago de las mentiras (Barry Levinson, 2017), con , y podría
integrar una especie de subgénero dedicado a las estafas financieras con otras
producciones recientes. Pero en su nuevo avatar se vuelve reveladora tanto por el alcance
como por las limitaciones del enfoque.

La serie combina recreaciones actorales más bien defectuosas, imágenes de archivo,


entrevistas realizadas a colaboradores de Madoff, investigadores del FBI, brokers,
periodistas de negocios y víctimas de la estafa e interrogatorios al propio Madoff en
la cárcel, donde murió el 14 de abril de 2021.

Su pregunta básica es cómo el engaño pudo mantenerse durante tanto tiempo no ya


entre los ahorristas comunes sino en el mismo ambiente de los mercados y entre
empresarios y ejecutivos conocedores de “la industria”, el eufemismo para mencionar la
especulación financiera.

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Diana B. Henriques, autora del libro The Wizard of Lies sobre el que se basó la película,
señala que desde un principio Madoff desplegó la estructura celular que dio forma a su
carrera: un negocio legal dedicado a compra y venta de acciones y otro ilegal como
consultor de inversiones.

Incluso el crecimiento inicial de su firma, Bernard Madoff Investment Securities, se


vinculó con operaciones en una zona gris entre lo legal y lo ilegal. El fraude no fue
entonces el desvío ulterior de una carrera bien encaminada.

Los médicos forenses retiran el cadáver de Mark Madoff,


hijo del financiero caído en desgracia Bernard Madoff,
después de que se ahorcara en su apartamento de Nueva
York el 11 de diciembre de 2010. AFP PHOTO/Emmanuel
Dunand
En mayo de 1962, como efecto de una de las crisis cíclicas
de la Bolsa neoyorquina, Madoff perdió el dinero que
había recibido de sus primeros clientes. Pidió entonces
un préstamo y devolvió los fondos. La maniobra fue
el punto de partida de su reputación como un estratega capaz de anticiparse a los
movimientos del mercado, una figura funcional para sus estafas.

El fantasma del crack de 1929 retornó el 19 de octubre de 1987 con una corrida
impulsada por el pánico en la Bolsa de Nueva York. Madoff fue uno de los pocos
operadores que compró acciones ese día, por lo que obtuvo el reconocimiento de la
Comisión de Bolsa y de Valores e ingresó al directorio de la National Association of
Securities Delaers (NASD), la entidad privada encargada de regular la actividad entre
corredores de bolsa y el público inversor.

Su reputación como un hombre de palabra, confiable y leal cobró nuevo impulso y


lo hizo insospechable de cualquier irregularidad.

El contexto histórico que destaca la serie apunta a la presidencia de Ronald Reagan,


cuando “el gobierno era el problema” según la fórmula del político republicano y entonces
se trataba de desregular la economía y de sustituir el control de las instituciones del
Estado por el de los grandes actores financieros. Otro aspecto crucial del negocio, como el
de los fondos que Madoff habría recibido del narcotráfico y de fuga de
capitales y su relación con paraísos fiscales, apenas es mencionado.

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Leonardo Cositorto, el estafador argentino detenido en
una cárcel de Córdoba. Fotografia Javier Cortéz.

El creador del modelo


Mientras fue tres veces elegido presidente del consejo del Nasdaq, la bolsa en que cotizan
las grandes empresas tecnológicas, Madoff recibió dinero de inversores con la propuesta
de realizar una nueva inversión y devolver el monto inicial con un rendimiento que
superaba al de cualquier otro gestor.

Atrajo tanto a millonarios y a fondos de inversión libre como a pequeños


ahorristas que soñaban con compartir los beneficios de los poderosos y cuyos
testimonios pueden verse en el documental de Netflix.

Un axioma del estafador callejero afirma que quien busca dinero está dispuesto a
concederlo. Madoff construyó un clásico esquema Ponzi que se expandió a escala
global e incluso cobró impulso cada vez que fue objeto de investigación, hasta su
derrumbe en diciembre de 2008. “Todos ellos, como todos en la industria, eran
codiciosos. (…). Uno de mis problemas fue querer complacer a todo el mundo”, dijo en su
descargo.

Carlo Ponzi (Lugo, Italia, 1882 - Río de Janeiro, 1949), el estafador que dio nombre al
sistema, pareció un empresario ejemplar a la sociedad norteamericana de su época hasta
que no pudo devolver el dinero que había recibido en principio de inmigrantes
italianos y fue condenado a prisión en 1920.

Cositorto declara en Corrientes en una causa por estafas y


asociación ilícita.
Su aporte a la historia criminal consiste en principio en la
arquitectura del fraude: el dinero de los que ingresan
a la pirámide es transferido a los primeros participantes
con la promesa de recibir una devolución con altos
intereses (en su caso llegó a ofrecer el 100% en 90 días).

Ponzi prefiguró también al estafador de la


modernidad. Se presentaba como experto en inversiones que conocía el camino hacia la
riqueza fácil, pero era un hombre afable, campechano, completamente distinto del

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empresario agresivo. Ganaba la confianza de las víctimas por su simpatía y por la sencillez
con que traducía el mundo impersonal de las finanzas al de los pequeños y medianos
propietarios y los trabajadores que le confiaron su dinero.

Y así como Jordan Belfort y otros criminales de las altas finanzas buscan redimirse a
través de charlas motivacionales en las que el mea culpa no excluye las
justificaciones, escribió una laudatoria autobiografía, The rise of Mr. Ponzi.

La creación de Madoff fue una estafa de afiliación, ya que los inversores estaban
vinculados por lazos familiares, étnicos y religiosos. El secreto y la reserva de la
información eran la regla de oro: la consultoría no estaba registrada para evitar
inspecciones y los clientes no tenían acceso electrónico a las cuentas.

Madoff los disuadía cuando querían retirar su dinero o bien fraguaba con un software
propio estados de cuenta, informes y certificaciones de transacciones.

Madoff fue así el “dios de las finanzas”. Ofrecía porcentajes de ganancias sostenido y
sin pérdidas y compraba y vendía acciones invariablemente en el momento conveniente.
Nada de eso existió.

En su defensa, según los interrogatorios que presenta el documental, se remitió a lo que


consideraba el abecé del capitalismo: “El concepto básico de Wall Street, que a veces los
reguladores y los académicos no entienden, es que es una empresa con fines de lucro. Al
beneficiar a una persona, se perjudica a otra”. El fraude no sería una alteridad
sino en todo caso una distorsión del sistema.

Corredores de bolsa mientras en la Bolsa de Chicago,


Illinois (Estados Unidos), el 15 de septiembre de 2008,
diez años después de que el banco de inversiones
estadounidense Lehman Brothers entró en bancarrota.
EFE/ Kamil Krzaczynski

El monstruo en su laberinto
La crisis de 2008 provocó el desenlace, después de la quiebra fraudulenta de
Lehman Brothers. Madoff se presentó como único responsable de su estafa, que
alcanzó a los 64 mil millones de dólares, y en particular trató de exculpar a sus hijos.

Al presentarlo como “monstruo”, “mago” y hasta “asesino en serie de las


finanzas”, la serie de Netflix reproduce su punto de vista aunque también aporta
referencias para advertir un compromiso más amplio del sistema financiero

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norteamericano.

La cuenta Ponzi de Madoff estaba radicada en el JP Morgan, el principal banco


norteamericano, que dio curso a transferencias millonarias sin reportar operaciones
sospechosas. Las sospechas de complicidad afectaron a directivos de fondos de inversión
libre y hubo un grupo de cuatro grandes inversores que fueron beneficiados por la estafa y
sostuvieron el esquema en momentos críticos.

Pero las condenas de la Justicia alcanzaron apenas a algunos colaboradores inmediatos de


Madoff y pequeños inversores que habían recibido beneficios fueron obligados a devolver
el dinero.

La palabra fraude proviene del latín fraus, que designa una acción de mala fe, contraria a
la verdad y causa de perjuicios. El dinero, en pocas palabras, otra serie documental de
Netflix, afirma que los procedimientos de las estafas son básicamente los
mismos desde que en 1821 un aventurero escocés vendió a sus compatriotas tierras de
un país centroamericano que no existía.

Sin embargo, el significado del delito económico cambia históricamente y en la


actualidad “es una necesidad del capitalismo neoliberal”, según plantea Pegoraro en “El
modelo delictivo en el capitalismo neoliberal financiero”, estudio publicado en la revista
Delito y Sociedad.

El fraude de Madoff está lejos de ser el único a escala global: entre otras empresas,
Enron se declaró en quiebra fraudulenta por 56.000 millones de euros
mediante el uso de balances falsos en 2011 y la financiera MFGlobal realizó un fraude
por 36.000 millones de euros con transferencias y préstamos ilícitos y fue a la
bancarrota en el mismo año.

El logotipo del banco de inversiones estadounidense


Lehman Brothers en la sede mundial de la compañía en
Nueva York (Estados Unidos), el 15 de septiembre de
2008. EFE/ Peter Foley
Tampoco expone procedimientos extraños para el mundo
financiero: las maniobras bursátiles, los balances
falsos, la evasión y fuga de capitales y los múltiples
recursos para la evasión fiscal, con otras maniobras
corrientes, conforman al capitalismo neoliberal como “un
modelo de acumulación dineraria privada por medios delictivos”, agrega Pegoraro, autor
de Corrupción, Impunidad y Sistema Penal (2005) y La sociedad moderna y los lazos
sociales de la ilegalidad (2008), entre otros libros, y referente de la sociología del delito
en la Argentina.

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Pegoraro destaca por otra parte que “el espacio académico no ha incorporado
suficientemente en sus reflexiones el fenómeno del delito económico y su presencia
omnisciente en las relaciones económico-sociales”.

Desconocido como objeto de estudio, libre o relativamente alcanzado por el control penal
e invisibilizado ante la opinión pública por el espectáculo de la violencia, el delito de
cuello blanco encuentra sus condiciones de reproducción.

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