Está en la página 1de 3

Arthur Rimbaud, bendito tú eres entre todos los poetas

clarin.com/revista-enie/literatura/arthur-rimbaud-bendito-poetas_0_zIwc2zq3U.html

Juan Arabia 24 de marzo de 2021

Retrato

A 130 años de su muerte, se editan textos y cartas de la hermana


del gran escritor precoz que terminó vendiendo armas en África.

El célebre retrato de Étienne Carjat.

Hace muy pocos meses comenzó una polémica respecto a la supuesta petición
de entrada de Paul Verlaine y Arthur Rimbaud al Panteón de París, lugar
donde reposan los grandes hombres y mujeres de la nación francesa. De
acuerdo a la información que circula, los escritores Jean-Luc Barré y Frédéric Martel
visitaron el cementerio de Charleville-Mézières y sintieron cierta decepción al ver allí
enterrado a un poeta que desde una muy temprana edad escapó una y otra vez de la
tranquila y silenciosa comuna a la que pertenece. La discusión tiene muchos matices,
desde lo sexual (Rimbaud y Verlaine fueron pareja en sus años poéticos más
productivos) a lo institucional.

Hace unos años, visité la tumba de Verlaine en Batignolles, un cementerio alejado del
centro parisino, por no decir casi por fuera de la ciudad: una lápida en forma de cajón
tristemente adornada con flores artificiales. A diferencia de esa decepción y nostalgia
que uno puede sentir por el poeta simbolista, llegar a Charleville es lo más parecido a
conocer a Rimbaud. El verde escenario de las Ardenas, los horizontes y antiguos

1/3
castillos, sin duda forjaron esas visiones pobladas de campos y ríos, flores y cielos: “Los
vestidos verdes y desteñidos de las muchachas/ son sauces, de los que saltan pájaros sin
riendas”.

Todos los habitantes de Charleville saben dónde está enterrado Rimbaud, de la misma
forma que conocen el nombre de todas las flores de la comuna. Es algo que sólo puede
entenderse recorriendo el lugar: Rimbaud, que incluye en sus poemas nombres de flores
desconocidas –como si se tratara de un saber botánico, específico– lo hace a partir de un
saber cotidiano. Porque es en Charleville donde nacen y mueren todas las especies de
flores que existen en el mundo.

Precisamente al lado de él, en el cementerio, está enterrada en una idéntica y blanca


lápida su hermana, Isabelle Rimbaud, que acompañó y asistió al poeta en sus últimos y
dolorosos días. En 1920 –tres años después de la muerte de Isabelle– se publicó en París
un texto muy breve, titulado Mi hermano Arthur, donde encontramos unas páginas
escritas de forma memorable.

Si algo ha construido Rimbaud, a lo largo del tiempo, fue el mito de un personaje de


múltiples vidas: infante erudito, poeta vidente y maldito, comerciante y explorador. La
mirada de Isabelle se distancia mucho de la mirada de Verlaine, así como de la de sus
biógrafos más connotados (Starkie) y los críticos que más han escrito sobre su obra
(Brunel, Murphy, etc.): “A menudo él me preguntaba por qué le había tocado a él, que
era tan bueno, tan generoso, tan recto, soportar dolores atroces”, escribe Isabelle en las
primeras páginas de este libro.

Esta imagen parece muy alejada a la de los años de bohemia parisinos, donde Rimbaud
destrozaba objetos valiosos en los hogares de los Fleurville (familia en la que vivía
Verlaine con su esposa) o regalaba golpes públicos de bastón a artistas y fotógrafos
reconocidos como Carjat. Por no recordar el arma con la que Verlaine le disparó en
Bruselas, tras una de sus tantas peleas conyugales (vendida hace muy pocos años por
434.000 euros).

Todo parece indicar que, más si seguimos incluso la tesis de Bonnefoy, la carrera poética
de Rimbaud estuvo sometida al dictamen de sus dos "Cartas del vidente": “Se trata de
llegar a lo desconocido mediante el desarreglo de todos los sentidos”. Opio, absenta,
homosexualidad: partes de un “desarreglo localizado”. Rimbaud deja su carrera literaria
los 19 años, y nunca más encontramos poesía ni por tanto desarreglo en él. Sólo viajes
interminables por Tadjoura, Shoa y Abisinia, lugares inexplorados por hombres blancos:
“¿Qué ángel malvado lo habrá llevado a esos lugares?”, escribe Isabelle.

Y luego nos queda la enfermedad, acumulación de oro, y un triste final: Rimbaud pierde
una pierna y muere tras un largo sufrimiento en Marsella a los 39 años: “Recorriste el
mundo sin encontrar el lugar que se correspondiera con tu ideal”. Isabelle siente una
extrema conexión con Rimbaud ya desde muy chica, tiene las mismas visiones en
ausencia de su hermano.

2/3
Aunque sólo él logra escapar de las garras de una madre que quiere controlarlo todo y en
ningún momento se acerca a despedir a Rimbaud en Marsella. Lejos de “la putain” de
París que lo dejó durmiendo en las calles, en los bancos de las afueras del Hôtel des
Étrangers, donde el cenáculo simbolista y zutista se emborrachaba: “Yo sostuve su
cuerpo tambaleante. Yo cargué en mis brazos ese cuerpo enfermo y desfalleciente (…).
Para los dos, al mismo tiempo, llegó, irrevocable, la hora de la Desgracia”.

Mi hermano Arthur, Isabelle Rimbaud. Trad. de Fernanda Trías. Los libros de la mujer
rota, 72 págs.

3/3

También podría gustarte