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Abuso sexual y de autoridad. Relaciones con sectas. Diálogo y trabajo con otras religiones.

Unidad
en medio de la diversidad: por ejemplo la Iglesia de USA y la de Alemania. Religiosos y su carisma
quizás olvidado. Formación de los seminaristas. Ordenación de casados o los ministerios de
mujeres.

Subsisten dos tendencias respecto a la teología del sacerdocio. Una -que se opone a la doctrina de
la vida religiosa como modelo de toda santidad cristiana- se esfuerza en dar al clero diocesano una
espiritualidad propia. Otra, que se va abriendo camino, estudia la naturaleza misma del ministerio
sacerdotal en su característica esencial. Las diversas tentativas convergen significativamente hacia
una misma conclusión: el sacerdote, por la naturaleza misma de su cargo, está al servicio de la
dimensión trascendente de salvación, que nos es dada en Cristo, tanto a través de su ministerio
cultual y apostólico, como de su vida personal. Este modo de considerar las cosas, sin confundir
sacerdotes y religiosos, les acerca singularmente en lo esencial de su espiritualidad.

Mirar cara a cara, discernir, buscar caminos para seguir realizando en esta historia el proyecto de
Jesús. Seguir repensando nuestros modos de respuestas eclesiales, como lo han señalado nuestros
pastores en Aparecida (2007): «La Iglesia está llamada a repensar profundamente y relanzar con
fidelidad y audacia su misión en las nuevas circunstancias latinoamericanas y mundiales. No puede
replegarse frente a quienes sólo ven confusión, peligros y amenazas, o de quienes pretenden
cubrir la variedad y complejidad de situaciones con una capa de ideologismos gastados o de
agresiones irresponsables. Se trata de confirmar, renovar y revitalizar la novedad del Evangelio
arraigada en nuestra historia, desde un encuentro personal y comunitario con Jesucristo, que
suscite discípulos y misioneros. Ello no depende tanto de grandes programas y estructuras, sino de
hombres y mujeres nuevos que encarnen dicha tradición y novedad, como discípulos de Jesucristo
y misioneros de su Reino, protagonistas de vida nueva para una América Latina que quiere
reconocerse con la luz y la fuerza del Espíritu»

La GS, que «pretende exponer la actitud de la Iglesia ante el mundo y los hombres
contemporáneos», nos describe a la Iglesia como una comunidad que se siente verdadera e
íntimamente solidaria con la humanidad y con su historia (GS 1), esta Iglesia no quiere sino,
ofrecer «al género humano la sincera cooperación para instituir la fraternidad universal» (GS 3).
Para llevar adelante dicha misión, los padres han subrayado que la Iglesia «no se mueve por
ninguna ambición terrena» sino que «sólo pretende una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu
Paráclito, la obra del mismo Cristo, que vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para
salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido» (GS 3; 40, 43, 44, etc.). Aquí se puede
apreciar el contenido de lo que se puede llamar una eclesiología “diaconal” o de servicio, o sea, la
Iglesia en su dimensión más ad extra en diálogo con los hombres y la historia.

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