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El Estado de Derecho Social o de Bienestar

El Estado de derecho social se gesta a fines del siglo XIX, se consolida en las décadas de 1920 y 1930 y se expande luego de la Segunda
Guerra Mundial. A diferencia del Estado liberal, el Estado de bienestar interviene en la sociedad con una función distributiva para
garantizar los derechos sociales o económicos de los ciudadanos, compromiso que adquiere por disposición constitucional.

Introducción

Etapas del Estado de derecho social

Supuestos político-ideológicos

Supuestos económicos

Referencias
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Introducción

El Estado de bienestar, Estado de derecho social o Estado benefactor (welfare state) es el producto de una evolución
histórica, política, social y económica en la que confluyeron determinados acontecimientos, como la
implementación del sufragio universal bajo la presión creciente del movimiento obrero, que erosionó las bases de un
Estado liberal fundado en el sufragio de las clases poseedoras; las consecuencias económico-políticas de la Primera
Guerra Mundial; la crisis capitalista de 1929 con sus problemáticos efectos, como el extenso paro obrero y la
agudización de la lucha de clases. Estos sucesos influyeron en las etapas de experimentación y consolidación del
Estado social, pero la extensión de esta modalidad política se produce luego de la Segunda Guerra Mundial, al
momento de afrontar la reconstrucción del orden político y jurídico, devastados por los totalitarismos fascista y
nacionalsocialista.

Esta acumulación de factores tornó inviable la estructura del Estado liberal, legitimado por la función de garantizar
exclusivamente derechos individuales civiles y económicos, la justicia formal, la protección exterior e interior y la
provisión de obras públicas indispensables. Desde el punto de vista liberal, cualquier otra atribución estatal
constituía un abuso de poder y una cuestionable injerencia sobre la sociedad civil, pero ese Estado “gendarme”,
fortalecido militarmente como consecuencia de su expansión económica, resultó gravemente afectado en su
legitimidad al no poder mantener la paz ni lograr hacer frente a la grave situación socioeconómica generada por la
Gran Guerra. Más aún, comenzó a ser señalado como el causante del desastre económico y social. En su lugar, se
establecerá el Estado de derecho social, que durante 30 años alcanzaría un crecimiento económico sin precedentes,
y garantizaría como nunca antes un nivel de vida alto para toda la ciudadanía, basado en el pleno empleo, la
educación y el acceso universal a servicios sociales básicos, mediante programas políticos legitimados por el
consenso de las distintas fuerzas sociales.

En esta lectura, nos guiaremos por los siguientes interrogantes: 

¿Qué distingue a la estructura organizacional del Estado de bienestar del anterior Estado de derecho
liberal? ¿Cuáles fueron sus fortalezas y cuáles las debilidades que condujeron a su crisis? ¿Qué
respuestas teórico-prácticas hicieron posible la superación de la crisis?

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Etapas del Estado de derecho social

Se pueden distinguir tres etapas históricas en la construcción del Estado de bienestar:

1 La fase de experimentación (1870-1925). Aquí   comienza a producirse la interrelación entre seguridad social y democracia, mientras,
paulatinamente, el concepto liberal de “seguridad” (según el cual el Estado solo debía garantizar la protección de la vida y de la propiedad,
mientras el individuo debía hacerse cargo de las necesidades sociales) es reemplazado por el de “seguridad socioeconómica”, que implica
acciones positivas de las instituciones públicas. El reconocimiento de los “derechos sociales” y las primeras leyes de protección social surgen
al ritmo del proceso de expansión del sufragio masculino, primero, y, luego, femenino, mientras se consolida la democracia política.
Ejemplifican esta primera etapa las leyes de Bismarck en Prusia y la experiencia de la República de Weimar (1919-1933), que otorgó rango
constitucional a los derechos sociales. Se pueden citar en este último sentido las constituciones de México (1917), de Weimar (1919) y
Austria (1920).

2 La fase de consolidación (desde 1930 hasta finales de la Segunda Guerra Mundial). En esta etapa, se produce una reestructuración de las
relaciones entre Estado y economía, debido a la nueva función estatal de intervención. Luego de la crisis de 1929, comienza a redefinirse el
papel activo del Estado frente al desempleo masivo, y se destinan fondos públicos a la prestación de servicios sociales que aseguren el
bienestar que el mercado no puede brindar. El compromiso asumido por el Estado en la organización de la sociedad produce cambios
importantes en su estructura, amplía su capacidad de gasto y aumenta la cantidad de agentes públicos o personal administrativo. Para
ejemplificar este período, puede señalarse el New Deal estadounidense y el llamado “compromiso histórico sueco”.

3 La fase de expansión (desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial hasta su apogeo entre 1950-1970). Al terminar la guerra, la
sensación generalizada era que la intervención estatal se tornaba imprescindible para el crecimiento económico en el marco del capitalismo y
para la generación del bienestar social necesario, a fin de garantizar la paz y la democracia. El Estado debía adquirir una nueva estructura
jurídico-política capaz de articular un orden social y económico diferentes.

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Supuestos político-ideológicos

El origen del Estado de bienestar puede remontarse a la oleada revolucionaria que se extendió desde 1848 por gran
parte de Europa. Francia, Austria, Alemania, Suiza, entre otros Estados, constituyeron escenarios en los que la clase
trabajadora emergió políticamente a través de protestas y motines, junto a la pequeña burguesía liberal, contra los
intereses de la alta burguesía que acaparaba los resortes del poder. Sus demandas se centraron en una ampliación
de los derechos y libertades conquistados durante la Convención Nacional francesa de 1793. Los trabajadores
exigían sufragio universal, democracia, asistencia social a los desfavorecidos, derecho al trabajo, a la huelga, a la
libre sindicación, entre otros. 

Se destacan como antecedentes en el siglo XIX las propuestas doctrinarias de Louis Blanc que conjugaba la
intervención del Estado, del derecho y la vía pacífica para alcanzar las demandas de la clase trabajadora en aras de
su emancipación. En el siglo XX, se pueden citar las obras de Eduard Bernstein (1850-1932), Postulados del
socialismo (1899), de Jean Jaurès (1859-1914), Estudios socialistas, y de Léon Blum (1872-1950), A la medida del
hombre (1941).

Hermann Heller (1891-1933), por su parte, formuló la concepción de “Estado social de derecho”, a partir del
reconocimiento de que tanto el Estado de derecho como el sistema democrático mismo estaban en crisis por su
incapacidad para oponerse a los dos frentes de irracionalidad imperantes: el del sistema capitalista con sus
consecuencias económicas, sociales y políticas negativas, y el peligro de la irracionalidad fascista. Para Heller, la
solución residía no en abandonar el Estado de derecho, sino en otorgarle contenido económico y social mediante la
incorporación de un nuevo orden de trabajo y distribución de bienes. 

Sin embargo, el núcleo teórico-doctrinario del Estado de bienestar se apoya más en las propuestas programáticas
de socialdemócratas, laboristas y reformistas social cristianos que en textos de importantes autores. Los ejes
doctrinarios comunes a esos programas sociales pueden encontrarse ya enunciados en el Report Beveridge (1942) y
en la política económica keynesiana, que constituyeron las dos principales respuestas sociales y económicas a la
crisis de posguerra.

El informe Beveridge (1942)

William Henry Beveridge fue un economista y reformador social de origen inglés (1879-1963). Su principal aporte fue
el informe que realizó por encargo del Ministro de Trabajo británico. Este proyecto entendía la seguridad social sin
límites de ningún tipo —es decir, como “universal”— y fundada en una legislación social vinculante. Su verdadera
innovación fue considerar que la ayuda social no era un mero parche para los desperfectos de la economía ni un
servicio de “caridad estatal”, sino que, por el contrario, el bienestar de la sociedad era una “responsabilidad del
Estado”. 

El informe sostiene que cada ciudadano en edad laboral debe pagar determinadas tasas sociales semanales para
cubrir prestaciones destinadas, entre otras, a enfermedad, paro y jubilación. Tal sistema estaba destinado a
asegurar un nivel de vida mínimo, por debajo del cual nadie debería caer. En 1944, Beveridge publicó una segunda
obra donde sostuvo que la puesta en marcha de un sistema de protección social eficaz exige una situación de pleno
empleo. En este punto, sus ideas progresistas convergieron con las de otro economista británico, John Maynard
Keynes (1883-1946). Al terminar la guerra, el Partido Laborista ganó las elecciones contra el conservador Winston
Churchill. El nuevo primer ministro, Clement Attlee, anunció, entonces, la puesta en marcha del Estado del bienestar,
tal y como había sido definido en el primer informe Beveridge. 

A partir de esa experiencia, puede afirmarse que el Estado de bienestar se concibe como la síntesis de dos
principios hasta entonces excluyentes: la libertad y la igualdad. No niega los valores básicos del Estado liberal
(libertad, propiedad privada, seguridad jurídica), sino que pretende hacerlos efectivos dándoles una base y un
contenido material. Se considera imposible el ejercicio de la libertad si no está acompañada de ciertas condiciones
de existencia que la posibiliten. La participación política debe perfeccionarse con una participación en el producto
nacional a través de un sistema de prestaciones sociales, así como mediante la participación en la democracia
interna de las organizaciones y empresas, vía cogestión y autogestión. 

Pasa a concebirse como una obligación del Estado realizar acciones que le garanticen al ser humano aquellas
condiciones de existencia que no pueda asegurarse por sí mismo, de modo que la satisfacción de esas condiciones
y su mejoría constante se convierten en la base de la legitimidad del sistema. Asimismo, es la base del consenso y
de la disminución de la intensidad de la lucha de clases, así como de la energía revolucionaria de los partidos
obreros. El sentido reformista de este nuevo Estado respecto del Estado liberal es manifiesto en las siguiente
transformaciones:

a) paso de la asignación de derechos sin mención de contenido, propia del Estado liberal, a la distribución de bienes jurídicos de contenido
material;

b) paso de la ciudadanía política a la ciudadanía social; y

c) paso de un Estado reducido, cuya expansión constituía un peligro, a un nuevo modelo en el que la acción del Estado es la garantía de la
vigencia de los valores sociales.

Estas prestaciones mínimas garantizadas son:

1 La fijación de un salario vital mínimo con independencia de la ocupación, actualizado periódicamente


2 La procura de un puesto de trabajo para todo ciudadano útil, para lo cual ha de desarrollarse una política de pleno empleo.

3 La atención de los que estén incapacitados para el trabajo temporal o permanente.

4 El acrecentamiento de las posibilidades vitales de la población, especialmente, de las masas de empleados y obreros, acrecentamiento que se
actualiza mediante lo siguiente: 

a) una justa distribución de ingresos a todos los niveles de acuerdo con la coyuntura económica, 

b) el creciente acceso a los bienes culturales, lo que, por otra parte, es un requisito para la reproducción de un
sistema sustentado sobre la innovación o al menos sobre la posesión de los conocimientos tecnológicos; 

c) la expansión y el perfeccionamiento de los servicios sociales a través, principalmente, de sistemas de


seguros. (García Pelayo, 1991, p. 13)

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Supuestos económicos

Las ideas de Keynes tuvieron una influencia fundamental en el modelo económico del Estado de
derecho social. Su teoría pretendía paliar los efectos de la depresión mediante la actuación del Estado
sobre la demanda, para asegurar un alto nivel de actividad económica y pleno empleo. El
neocapitalismo se basa en el supuesto keynesiano de que, para incrementar la producción, no es
necesario disminuir el consumo de las masas trabajadoras, sino, por el contrario, acrecerlo, pues la
producción está determinada por la demanda efectiva y esta, a su vez, por la cuantía de las personas
empleadas, por el nivel de los salarios y por la expansión de las prestaciones sociales (García Pelayo,
1991, p. 39).

La expansión del nivel de salarios y prestaciones sociales impacta sobre gran cantidad de trabajadores que, al
conformar la demanda efectiva, acrecientan la producción. Es en este marco que los programas de bienestar
implementados por el Estado se justificaban, no solo porque cubrían las necesidades básicas de la población, sino
porque constituían políticas para reavivar el consumo. De allí que la reformulación keynesiana se caracterizará por
el crecimiento constante de la producción, ligada al crecimiento constante del consumo.

Cabe destacar que la propuesta de Keynes surge en un contexto histórico en el que ya empezaban a aplicarse
medidas de política económica que serían características y habituales en el Estado de bienestar. Se puede observar
la semejanza de las ideas keynesianas con el Nuevo Pacto sueco y el New Deal de Roosevelt, todas ideas
generadas en un mismo contexto histórico. La coincidencia entre el keynesianismo y el nuevo auge del Estado tras
la Segunda Guerra Mundial dio lugar a lo siguiente:

Una expansión estatal sin precedentes en la gestión pública de la economía.

La redistribución de la renta mediante un plan general.

La conformación de un poderoso sector público de la economía (nacionalizaciones, particularmente, en materia de servicios públicos). 

La planificación de la economía estatal, mediante la ley y el control parlamentario con carácter indicativo, pero no imperativo como en el caso
soviético.

Estructura del Estado de bienestar


Surge una nueva relación entre el Estado y la sociedad civil, pues el Estado de bienestar, concebido como regulador
decisivo de la sociedad, rompe con el viejo orden político liberal de distinción-oposición para generar otro en el que
estos dos sistemas están fuertemente interrelacionados. La política estatal lleva a cabo una acción estructuradora
de la sociedad al asegurar a la población, por ejemplo, el acceso a bienes materiales e inmateriales mediante el
aumento de servicios sociales (salud, educación, empleo, etc.), acción que responde a la presión coercitiva de una
sociedad incapaz de resolver por sí sola sus conflictos.

Ahora bien, si el Estado reestructura la sociedad y afecta con su acción intereses concretos, los afectados estarán
motivados a influir en el Estado por sus propios intereses. Esto da lugar a que el Estado se exponga a los grupos de
interés más influyentes. Se advierte que la sociedad que coexiste con el Estado de bienestar cuenta con un nivel
muy elevado de articulación organizacional (asociaciones, agrupaciones, grupos de presión, gremios, etc.), todos los
cuales pretenden influir en el proceso de decisión de los poderes públicos. De este modo, dicho pluralismo
organizado termina configurándose como causa y efecto de las políticas benefactoras.

Una sociedad industrial e integrada 

El Estado de bienestar organiza una sociedad industrial avanzada, caracterizada por una tasa de ingreso muy
elevada, que contribuye a reducir la conflictividad, a generar mayor integración y a incrementar las expectativas de
movilidad social, con abundancia de tiempo libre para los ciudadanos. Si bien la integración nacional alcanzada no
logró la supresión de la lucha de clases, sí consiguió controlar conflictos de nivel nacional o de carácter radical y los
redujo a problemas parciales, resolubles mediante la vía judicial o la del consenso.

Un sistema político democrático pluralista 

En el sistema político del Estado de bienestar, encontramos una sociedad que no participa pasivamente como
receptora de los bienes y servicios, sino que toma parte activa en la formación de la voluntad general, la formulación
de políticas distributivas y otras prestaciones, a través de múltiples organizaciones como partidos políticos, pero
también gremios, asociaciones civiles, estructuras empresariales, etc., que articulan y canalizan sus demandas. Es
decir, al supuesto de la democracia política se le agrega la tendencia a la democracia social cuyas expresiones son
la democracia económica y la democracia empresarial; se amplía la participación a la toma de decisiones sobre las
grandes líneas de política económica y al proceso de gestión y producción empresariales. La democracia se torna
más compleja porque es capaz de abarcar problemas mayores en términos cuantitativos y cualitativos.

Nuevas funciones del Estado 


Estas reformulaciones produjeron una transformación del Estado, que adoptaría nuevas funciones. El Estado de
bienestar es distribuidor y manager. Como Estado distribuidor, se distingue por la implementación de políticas cuyo
fin es la más justa distribución y redistribución del producto social, posible por una extensa potestad fiscal cuya
actualización afecta a toda la economía, todas las políticas y todos los estratos sociales. Como Estado manager, se
caracteriza por su poder de disposición para la dirección general del proceso económico a fin de cumplir con su
responsabilidad distributiva. Esta función de manager se asocia a la legitimidad de la funcionalidad y la eficacia en la
gestión, siempre subordinada a la legitimidad democrática. 

Las nuevas funciones implican la transformación de un Estado predominantemente legislativo en un Estado


administrativo o de prestaciones. Se trata, no obstante, de un Estado de derecho, es decir, que está sometido a la
norma que él mismo genera, y su base de legitimidad son los derechos sociales y económicos. No obstante, la ley
deja de ser una normativa abstracta como en el Estado liberal para convertirse en un instrumento en la ejecución de
decisiones administrativas. La gran masa de legislación para el bienestar social se origina en los departamentos
ministeriales. Surgen así nuevos tipos de ley, como las leyes marco, los planes trienales y quinquenales, entre otros.

La formulación de las políticas estatales depende de la racionalidad política, administrativa y económico-social, y su


ejecución requiere del consenso o asentimiento de los afectados. La planificación de tales políticas se realiza
mediante el asesoramiento tecno-burocrático integrado a la Administración pública en sus diversos órganos
(ministerios, secretarías, etc.), que aporta el conocimiento cierto de demandas y posibilidades de los actores
económico-sociales. El poder se desplaza desde el Legislativo, que conserva la potestad de refrendo final, hacia los
Ministerios. La Administración pública tiende a crecer en reparticiones, miembros y expertos, y, por ende, también
demanda un mayor gasto público.

La crisis del Estado de bienestar 

A partir de los años setenta, empieza a debilitarse la confianza hasta entonces indiscutida en el Estado de bienestar,
sus ventajas y su expansión futura. Este proceso de quiebre se evidencia con la crisis económica de 1973/1974, con
la llamada “crisis del petróleo”, que significó un duro golpe al funcionamiento del sistema económico basado en el
gasto público y el crédito de organismos financieros internacionales. Las naciones productoras elevaron el precio
del petróleo y produjeron una crisis energética −el denominado shock de la OPEP− en los Estados europeos cuya
industria dependía de los derivados del crudo. Esta crisis viene a enlazarse a la decisión de EE. UU. de no mantener
la convertibilidad de su moneda en oro, dada la cantidad de moneda norteamericana en manos de otros países.

Dentro del modelo keynesiano, el crecimiento del gasto público se dio, luego de las guerras, en empresas estatales
y servicios de infraestructura que promovieron el desarrollo industrial y el crecimiento económico. En décadas
posteriores, se destinó a políticas sociales, pero el poder central se burocratizó y el funcionamiento del gasto público
se hizo más complejo, pues cada área orientada a intereses específicos se resistió a su reducción. Los sectores
privilegiados de la economía resistieron, por su parte, todo intento de adscribirles mayor carga impositiva. Se abrían,
entonces, dos alternativas:

a) reducir el gasto a pesar de las demandas sociales y bajo riesgo de estancamiento; y

b) sostener o aumentar el gasto a costa del endeudamiento. Se decidió tomar la segunda opción, que se tornaría destructiva para el modelo
social de Estado.

Las demandas constantes de crédito condicionaron el poder del Estado de controlar las tasas de interés en el
mercado internacional financiero, surgido en la década del 50, conjuntamente con el Banco Mundial y el FMI. En la
década del 60, las empresas norteamericanas y europeas recurrieron a la inmigración para contener las presiones
salariales e incorporaron trabajadores extranjeros por una paga menor. En la década del 80, esos trabajadores
constituían el 20 % de la fuerza de trabajo europea. Otro recurso implementado por las empresas fue exportar
capital destinado a producir bienes de mano de obra barata, desde EE. UU., Europa y Japón hacia Taiwán, Corea del
Sur, Singapur, Hong Kong, entre otros países.

Por otra parte, nació la tendencia a la apertura en las economías nacionales que buscan colocar sus productos en el
mercado mundial, utilizando convenios y acuerdos internacionales que dificultan la regulación del mercado nacional
debido a los costos y precios de otros mercados. El déficit en las cuentas públicas, con un gasto mayor a los
ingresos, y la reacción contra la presión fiscal en una situación de estancamiento y de inflación (con amenaza
constante de hiperinflación) mostraron que el Estado no podría seguir afrontando los gastos sociales.

De este modo, las profundas dificultades que enfrentaron las economías desarrolladas occidentales sentaron las
condiciones materiales para que se cuestionara seriamente la eficacia del Estado en su tarea de garantizar el
bienestar de la población. La interconexión entre el gasto público excesivo, el déficit fiscal, la inflación, la
disminución de los salarios y beneficios sociales y la pérdida de control sobre la tasa de interés limitaron la
capacidad para intervenir sobre la economía nacional y, con ello, la operatividad del modelo keynesiano y las
justificaciones del Estado de bienestar. En otras palabras, la crisis económica trajo aparejada una crisis de confianza
con respecto a la eficiencia y operatividad del Estado de bienestar, lo que se tradujo en la subsiguiente derrota
electoral de los partidos socialdemócratas, socialcristianos y similares.

Las respuestas a la crisis del Estado de bienestar

La respuesta neoconservadora o liberal: los neoconservadores impulsaron el desmantelamiento del bienestar


social, apoyándose en el sector privado y en las fuerzas del mercado para lograr el crecimiento económico y la
provisión de servicios. Culparon al Estado de bienestar por las tasas decrecientes de ganancia y por los males de la
economía capitalista. En este sentido, afirmaron que el Estado de bienestar exacerbaba el conflicto y bloqueaba el
progreso debido a lo siguiente:
Las pesadas cargas fiscales y normativas sobre el sector productivo que operaban como un desincentivo para la inversión.

El reconocimiento y garantía de las conquistas de los sindicatos de trabajadores, con lo que se desincentivaba el trabajo.

Una sobrecarga de demandas económicas (inflación) y una sobrecarga de demandas políticas (ingobernabilidad), producto de la combinación
de estos.

La desmesurada participación y politización de temas que provocaba una frustración entre el volumen de demandas y la capacidad de
respuesta del Estado, con la consecuente crisis de representación.

Para enfrentar esta situación, propusieron reconducir las demandas sociales hacia el mercado mediante
privatizaciones, flexibilización laboral y desregulación, promocionando valores como la moderación, la disciplina y el
esfuerzo individual. El Estado postsocial o neoliberal vino a reemplazar al Estado de bienestar en una diversidad de
países, desde finales de los 70 e inicios de los 80. La liberación de los mercados y el retorno al Estado mínimo, no
interventor, fueron sus marcas distintivas.

Sin embargo, si bien el neoconservadurismo estatal logró durante un tiempo prolongado presentarse como la salida
inevitable a la crisis, debe decirse que tales políticas de ajuste y privatizaciones produjeron graves consecuencias
sociales. Vale recordar los ajustes económicos de los gobiernos de Margaret Thatcher, primera ministra del Reino
Unido desde 1979 hasta 1990, y de Ronald Reagan, presidente de EE. UU. entre 1981 y 1989, con un incremento
exponencial durante esa década del desempleo, la pobreza y el delito, en dos de las economías más desarrolladas
del mundo.

La respuesta marxista

Aunque parte de un punto de vista radicalmente diferente, coincide con el neoconservadurismo en cuanto a las contradicciones y disfunciones del Estado de bienestar. Crítico de
sus fundamentos, el marxismo sostiene que el Estado de bienestar tiene las siguientes características: 

Es ineficaz: porque no elimina las causas de las necesidades, sino que interviene tardíamente sin modificar las prerrogativas del mercado y sus protagonistas de privilegio
(directivos, inversionistas, etc.). Además, sostiene que la crisis fiscal del Estado afecta las posibilidades de la planificación y servicios sociales, de modo que atenta contra su
continuidad, o alimenta, en caso de que no faltase el dinero, la propia burocracia. 

Es represivo: porque, para acceder a sus servicios, el ciudadano debe adherir a las normas económicas, políticas y culturales dominantes de la sociedad. 

Condiciona un entendimiento de la realidad que es falso, al crear la imagen de dos esferas separadas en la vida del trabajador: Una es la del trabajo, la economía, la
producción y la distribución del ingreso, y la otra es la esfera de la ciudadanía, el Estado, la reproducción. Impide, así, la conformación de un entendimiento político que asuma
la sociedad como un todo por cambiar. 

La respuesta socialdemócrata

Se niega a abandonar los objetivos del capitalismo de bienestar, particularmente, los del pleno empleo, crecimiento económico, estabilidad de precios y bienestar social. No
propone privatizaciones ni desrregulación del mercado, sino, por el contrario, afirma la responsabilidad pública en la provisión del bienestar económico de todos los ciudadanos.
Esta propuesta, cuyos ejemplos más notorios son los de Suecia y Austria, incorpora objetivos de política social en las medidas de política económica, a través de mecanismos
para la cooperación y consentimiento de las partes involucradas. Estos se manifestaron como mecanismos centralizados de negociación salarial, acuerdos neocorporativos,
pactos sociales, consejos económico-políticos y sociales, etcétera. Se incorporaron, también, subsidios a empresas privadas estratégicas. Esta política parece haber funcionado
bien sin necesidad de desmantelar los servicios sociales básicos, al mantener la calidad de vida y sin los índices de acrecentamiento de la pobreza que generaron las respuestas
neoliberales.

Actividad de repaso

El Estado de bienestar se diferencia del Estado de derecho liberal en lo siguiente:

El Estado de bienestar persigue una finalidad política más compleja porque busca asegurar no solo la
democracia política, sino también la democracia social.

El Estado de bienestar persigue una finalidad política más compleja porque busca garantizar los derechos
individuales.

El Estado de bienestar persigue una finalidad política más compleja porque busca asegurar la división de
poderes.

El Estado de bienestar persigue una finalidad política más compleja porque busca garantizar el sufragio
censitario.

El Estado de bienestar persigue una finalidad política más compleja porque busca asegurar los principios del
constitucionalismo clásico.

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Referencias

García Pelayo, M. (1991). Obras Completas. Madrid, España: Centro de estudios.

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