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Fascismo y Nacionalsocialismo

Al finalizar la Primera Guerra Mundial (1914-1918), surgen en Italia y Alemania dos


ideologías alternativas al comunismo y al liberalismo: el fascismo y el
nacionalsocialismo. En la crisis de posguerra, confluyen una serie de situaciones
críticas que afecta a la democracia liberal, al Estado de derecho y a la economía
capitalista. Benito Mussolini (1883-1945) y Adolf Hitler (1889-1945), con sus
liderazgos carismáticos, logran el apoyo de las masas para llegar al gobierno
mediante los mecanismos democráticos institucionalizados. Sin embargo, una vez
en el poder, los dejan sin efecto y sientan las bases para el funcionamiento de un
Estado totalitario bajo el gobierno de una dictadura de partido único. El totalitarismo
de Estado en ambos países suspende el Estado de derecho y los conduce a la
Segunda Guerra Mundial (1939-1945).

Introducción

Los fascismos

Diferencias con el nacionalismo autoritario

Referencias
Lección 1 de 4

Introducción

En el contexto de posguerra, durante la década de 1920, surge y asciende al


poder en Italia el fascismo, como ideología y movimiento político bajo la
conducción de su líder Benito Mussolini. Por otro lado, en Alemania, en 1922,
Adolf Hitler se convierte en el conductor del Partido Nacionalsocialista Obrero
Alemán, con el que arribará al gobierno como canciller imperial en 1933, para
convertirse en Führer de Alemania en 1934. Fascismo y nacionalsocialismo
obtienen sus fundamentos filosóficos de la corriente de pensamiento
irracionalista gestada en el siglo XIX. Este punto de partida nos permitirá
comprender las semejanzas entre ambas ideologías. Sin embargo,
encontraremos una diferencia significativa en el rol que atribuyen al Estado.

En esta Lectura, nos guiaremos por los siguientes interrogantes: 

¿Cuáles fueron los fundamentos filosófico-ideológicos del fascismo


y el nacionalsocialismo? ¿Qué papel cumplió el mito político en la
definición del rol del Estado?
C O NT I NU A R
Lección 2 de 4

Los fascismos

El contexto creado por la Primera Guerra Mundial dio lugar a una época de
revoluciones y conflictos políticos intensos, protagonizados, por un lado, por
el comunismo ruso, que tomó el poder con la Revolución bolchevique en
1917, y, por el otro, por el fascismo italiano, que puede ser considerado un
producto directo de la guerra. Mientras el comunismo se circunscribió a
Rusia, el fascismo italiano, fundado en 1919, fue imitado por movimientos
similares en muchos otros países europeos. Un decenio después de que el
fascismo conquistara el poder en Italia (1922), haría lo suyo el
nacionalsocialismo alemán. También surgirían con impulso fuerzas similares
en Europa centro-oriental y en la España de 1930. 

Fascismo italiano y nacionalsocialismo alemán capitalizaron políticamente el


descontento antisistema al aparecer ante la opinión pública más
conservadora como la solución al caos existente y prometieron neutralizar el
movimiento obrero organizado, regenerar la patria y superar las dificultades
económicas del pueblo.

El fascismo se erige como una tercera posición frente a las decadentes


democracias liberales y frente al comunismo que persigue la disolución del
Estado nacional. En la Segunda Guerra Mundial, el fascismo incluye a las
naciones del Eje, Alemania y Japón, así como a sus aliados. Claro que unir a
todas estas experiencias bajo la denominación “fascistas” no es tarea
sencilla. Los mismos fascistas italianos tuvieron problemas con la definición,
puesto que no fue hasta 1929 que Mussolini dispuso la creación de la
doctrina del partido y encomendó esta tarea a Giovanni Gentile (1875-1944),
promotor de un pseudohegelianismo. 

Además, la mayoría de los movimientos políticos que podríamos asimilar al


fascismo no se autodenominaban de esa manera; de allí, la necesidad de
establecer algunas características específicas de esa ideología. La utilización
del término “fascista” para denominarlos no es meramente convencional,
sino que responde a que el movimiento político italiano fue la primera fuerza
en exhibir estas características y en adquirir una fuerza considerable que lo
convirtió en referente ideológico. 

En línea con Stanley Payne (1982), realizaremos una descripción tipológica


del fascismo a fin de sintetizar las siguientes características comunes de
estos movimientos:

a) un nuevo conjunto de negaciones compartidas;

 b) un núcleo de ideología y objetivos en común; 

c) un nuevo estilo formal, con formas nuevas de organización.

Las negaciones fascistas


Estos nuevos movimientos, a los que se denomina “fascismos”, abrieron un
espacio político e ideológico a través de su hostilidad hacia las grandes
corrientes establecidas tanto del liberalismo político como de la izquierda
socialista. Al surgir en países con sistemas parlamentarios en crisis y
apoyarse en gran medida en las clases medias, los fascismos se alejaron
tanto de los liberales como de los marxistas leninistas. Sin embargo, y dada
la necesidad de hacerse de aliados políticos, muchas veces establecieron
alianzas tácticas con la derecha, como es el caso de la fusión del fascismo
italiano con uno de los movimientos de la derecha autoritaria europea más
radicales: la Asociación Nacionalista Italiana. 

Pese a estas alianzas y dado el componente pluralista de partidos con los


que Mussolini y Hitler llegaron al poder, el fascismo trascendió al
conservadurismo derechista. En cuanto a la relación con el marxismo, el
fascismo es su contrapunto en todos los sentidos, pues alienta a combatir su
pretensión de abolir las clases y jerarquías sociales “naturales”, su voluntad
igualitaria, su antimilitarismo, su materialismo, su internacionalismo, su
desprecio por lo tradicional, etcétera. Para el fascismo, el marxismo
representaba la cuña destructora y corrosiva en el seno de la nación, que
debe ser extirpada. 

El antiliberalismo del fascismo, por su parte, se enlaza con la antilustración y


contrarrevolución en Europa. Se trata de un antiliberalismo filosófico, cultural
y político, que rechaza el constitucionalismo, la pluralidad política, el
consenso racional, la tolerancia de las minorías y sus derechos, etcétera; sin
embargo, no se trata de un antiliberalismo económico. Al contrario, el
liberalismo económico es admitido, pues se acepta que el capitalismo es un
sistema muy eficaz para la creación de riqueza, así como para la
demostración de las ideas del darwinismo social sobre la lucha por la vida y
la supervivencia del más fuerte. 

El nacionalsocialismo alemán no tomó ninguna medida económica que


pudiera afectar a los grupos sociales poderosos, como por ejemplo reformas
agrarias, impuestos especiales a grandes almacenes, etcétera. Alemania
puso en práctica una doctrina fascista en su forma más radical. Las
aspiraciones generales fascistas, tanto en Italia como en Alemania, incluían
la creación de un nuevo Estado secular, radical, ultranacionalista y autoritario.

Un núcleo de ideología y objetivos en común

El ultranacionalismo se convirtió en el factor justificativo y legitimador de la


teoría y práctica fascista. Se pretendía regenerar la patria para recuperar la
voluntad decidida del pueblo y las tradiciones auténticas, dos aspectos que
se consideraban aletargados por la democracia y el parlamentarismo. Sin
embargo, ese ultranacionalismo dio lugar al totalitarismo. 

Los rasgos que diferencian al totalitarismo de Estado de otras opciones


políticas como, por ejemplo, dictaduras autoritarias conservadoras, son los
siguientes: el monopartidismo; la identificación del Estado con el partido; la
suspensión de la democracia representativa con división de poderes, así
como de las garantías constitucionales de los derechos individuales; la
movilización político-ideológica de la sociedad; la disolución de la lucha de
clases en una unidad nacional orgánica y mística; la eliminación de los límites
entre esfera pública y esfera privada; y el uso sistemático de la violencia
planificada. 

En relación con la organización económica del totalitarismo, podría ser


incorrecto asimilar el fascismo con el corporativismo sin más, en el sentido
en que lo entiende el socialismo, pues solo una minoría de los fascistas
italianos eran partidarios del corporativismo, y la mayoría, al igual que el
nacionalsocialismo alemán, rechazaba el corporativismo formal. Lo que sí
une a los movimientos fascistas es el objetivo de crear una nueva estructura
para el sistema social y económico a partir de una nueva relación de
producción comunitaria o recíproca. 

Se busca crear una estructura económica nacional integrada por todas las
corporaciones, fuertemente regulada y pluriclasista. En todo caso, el
corporativismo, de origen socialista y democrático, fue aplicado de manera
autoritaria. Las asociaciones obreras, como sindicatos y gremios, fueron
disueltos y luego rearmados bajo la jefatura de partido, con dirigentes
fascistas que no surgían de la libre elección de las bases, las cuales eran
obligadas a afiliarse para lograr la mayor integración posible de los individuos
en la nación como unidad orgánica. 

Se ha señalado que el fascismo es imperialista por definición. Si bien la


mayoría de los movimientos fascistas eran imperialistas, la verdad es que
otros tipos de movimientos y sistemas políticos, no fascistas, también han
llevado adelante políticas imperialistas. Más bien, debería señalarse como
característica fundamental de estos fascismos su aspiración a lograr un
nuevo orden en las relaciones exteriores, un cambio radical en la relación o
alianzas con los demás Estados y fuerzas contemporáneas, y a un
posicionamiento nuevo de la nación en Europa y en el mundo. Sin embargo,
si tenemos en cuenta que el objetivo final del fascismo era la supremacía de
la patria −el Nuevo Imperio romano, según Mussolini, y el Imperio racial ario,
según Hitler−, su correlato natural es el imperialismo, como demostración
palpable del éxito de la Nación frente a otras naciones o razas más débiles. 

Otros de los aspectos más importantes para la comprensión del fascismo


son la ideología y cultura fascistas. Es que, como bien señalan Sternhell,
Sznajder y Asher (1994 citado en Mellon, 1998), el fascismo, antes de
convertirse en una fuerza política, fue un amplio fenómeno cultural. En
términos filosóficos, el fascismo es esencialmente antimaterialista, vitalista
(Bergson) e idealista. Su cultura era secular, pero se basaba en el idealismo y
en el rechazo del determinismo económico, sostenido tanto por liberales
como por marxistas desde perspectivas opuestas. El fascismo, en su
idealismo y vitalismo, aboga por la creación de un hombre nuevo, un nuevo
estilo de cultura orientada por la excelencia tanto física como artística. 

La búsqueda de superación se basa en el ideal de autodeterminación del


hombre que, libre y natural, puede por su sola fuerza de voluntad ir más allá
de sí mismo. Se establece, así, un culto a los ideales heroicos, la
espiritualidad trascendente y el irracionalismo de los instintos vitales, para
trascender la crisis de valores que el mundo liberal-burgués había producido.
De este modo, se opone al materialismo del siglo XIX, aunque no representa
por eso un retorno a los valores morales y espirituales tradicionales del
mundo occidental antes del siglo XVIII. Ambas ideologías se inspiran en la
corriente filosófica del irracionalismo del siglo XIX, cuyos principales
exponentes son Schopenhauer y Nietzsche, en su oposición crítica al
idealismo absoluto de la Ilustración, así como al igualitarismo democrático y
economicista.

En la base de estas ideologías totalitarias, encontramos como elemento


central el mito político. Mussolini se ve influido por las ideas de G. Sorel
(1847-1923), en sus Reflexiones sobre la violencia (1908), donde sostiene que
una filosofía política no es una guía racional, sino un llamado a la decisión
fanática y a la devoción ciega, pues se construye sobre un mito, es decir,
sobre una cosmovisión creada como símbolo para unificar e inspirar a los
trabajadores, el cual, para el sindicalismo revolucionario en el cual militó il
Duce, era la huelga general.

En 1922, Mussolini afirma que el fascismo ha creado su propio mito, como


una fe, una pasión, una esperanza, y que ese mito es la grandeza de la
nación. El mito fascista construido por Alfredo Rocco (1875-1935) era Italia
como heredera espiritual del Imperio romano, el “espíritu latino” encarnado
en el Estado nacional italiano. Hitler, por su parte, con el modelo de Mussolini,
se refiere en Mein Kampf (1925) a una weltanschauung, una visión del mundo
cuyo fundamento está dado por la sangre o raza pura y la tierra. La política
es entendida como una batalla a muerte entre las diferentes visiones del
mundo.

Si tenemos en cuenta los respectivos mitos políticos que nutrían el fascismo


y el nacionalsocialismo, podemos señalar una diferencia central entre ambas
ideologías. Para la primera, el Estado es un fin en sí mismo. El lema del
fascismo italiano era “Todo para el Estado, nada contra el Estado, nada fuera
del Estado”. Mussolini concibe el fascismo como una religión del Estado, una
estadolatría. Para la segunda, en cambio, el Estado es un medio para el
imperialismo y la dominación de la raza pura sobre las demás razas y
Estados. Se trata de un racismo de Estado.

Un nuevo estilo formal y estructuras de organización

El fascismo impuso un ambiente novedoso a sus organizaciones, a las


reuniones políticas masivas, a la propaganda, etcétera. Tuvieron una
importancia central las reuniones, las marchas, los símbolos visuales y los
rituales ceremoniales. Se les otorgaba una función que iba más allá de lo que
ocurría en los movimientos de masas revolucionarios de izquierda. Mediante
esta coreografía política, se buscaba envolver al participante en una mística y
en una comunidad de ritual pseudoreligioso. 

Las múltiples contradicciones sociales, económicas y políticas de los


regímenes fascistas, que no podían ser resueltas, hacían imprescindible el
uso de la propaganda para difundir su ideología. Este medio fue fundamental
para lograr consenso político y cohesión entre los sectores dirigentes. Pese a
que con ello buscaron movilizar a las masas, en un intento de trascender a
las camarillas elitistas propias de los liberalismos parlamentarios o el
exclusivismo de la derecha autoritaria, los movimientos fascistas no lograron
hacerlo verdaderamente. Mellón (1998), desde otro punto de vista, sostiene
que el fascismo es ultraelitista por su reivindicación de la desigualdad
biológica y su utilización para legitimar una estructura de poder piramidal.

Junto a la campaña de movilización de las masas, se destaca otro de los


rasgos característicos: su tentativa de militarizar las relaciones y el estilo
políticos, para lo cual se conformaban grupos de milicias que jugaban un rol
central en la organización. La utilización de insignias y terminología militares
reforzaban el sentimiento patrio y de combate constante. La violencia estaba
presente no solo en la acción, sino fundamentalmente a través de una
evaluación teórica que le asignaba un valor positivo y terapéutico en sí
misma y por sí misma. 

Se consideraba que una cierta cantidad de combate violento constante, en el


sentido del darwinismo social, era necesaria para la buena salud de la
sociedad nacional. Encontramos, entonces, sentido a otro de sus rasgos: el
“chauvinismo masculino”, que conjuga la pretendida superioridad de la patria
con la del varón y la extrema insistencia en exagerar el principio masculino
en todos los aspectos de su actividad. Los fascistas transformaron en fetiche
perpetuo la “virilidad” de su movimiento, programa y estilo. Pese a que
adhería a una concepción orgánica de la sociedad, la dominación del varón
era absoluta, y se relegaba a la mujer a la función de la procreación para el
engrandecimiento de la patria.

Asimismo, se exaltaba la juventud para captar adeptos jóvenes y se la


enaltecía por encima de las demás generaciones. Esto constituye una
novedad, ya que las fuerzas establecidas tradicionales e incluso gran parte
de la izquierda se identificaban con dirigentes y miembros de la generación
mayor de preguerra. Nuevamente, nos encontramos aquí con un concepto
orgánico de la Nación, que otorga a la juventud el papel de nueva fuerza vital
y destaca su predominio en la lucha y la militarización, en detrimento de los
individuos más viejos, prudentes o materialistas. La osadía y voluntad de los
jóvenes eran ideales del partido. 

Por último, los fascismos llevaron al extremo la idea de una jefatura fuerte y
autoritaria, así como el culto a la personalidad del jefe. Hitler en Alemania y
Mussolini en Italia son exponentes más que contundentes de un estilo de
mando personal, autoritario y carismático. Esta exaltación de la función de la
jefatura, la jerarquía y la subordinación, lleva a los fascismos a confiar más
en la función creadora del jefe que en una ideología o una línea política del
partido.

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Lección 3 de 4

Diferencias con el nacionalismo autoritario

Para no caer en confusiones comunes, es preciso diferenciar a los fascismos


de otras formas más conservadoras y derechistas de nacionalismo
autoritario. A pesar de que movimientos fascistas y grupos nacionalistas
autoritarios coincidieron en su apogeo, en vísperas de la Segunda Guerra
Mundial, y de que ambos eran expresiones nacionalistas, es incorrecto
equipararlos. Estos últimos asumieron formas muy variadas y se
diferenciaban del fascismo en aspectos fundamentales. Aquí expondremos
solo los más notables:

Tabla 1. Similitudes entre el fascismo y la derecha autoritaria no fascista 


Fuente: elaboración propia

Diversas interpretaciones sobre el fascismo

Los estudios sobre el fascismo, realizados desde las más diversas disciplinas
y perspectivas, han dado lugar a diferentes interpretaciones. Aquí
enumeramos algunas de las más conocidas:

El fascismo como agente violento y dictatorial del capitalismo burgués.


El fascismo como forma de “bonapartismo” del siglo XX. 

El fascismo como expresión de un radicalismo exclusivo de las clases medias.

El fascismo como la consecuencia de historias nacionales excepcionales.

El fascismo como producto de un derrumbamiento cultural o moral.

El fascismo como fenómeno metapolítico excepcional. 

El fascismo como resultado de impulsos psicosociales patológicos.

El fascismo como producto de la ascensión política de masas amorfas.

El fascismo como manifestación típica del totalitarismo del siglo XX.

El fascismo como resistencia a la modernización. 

El fascismo como consecuencia de una fase determinada del crecimiento socioeconómico o


una fase en la secuencia del desarrollo. (Payne, 1982)

Varias de las características del fascismo del siglo XX han vuelto a aparecer
en movimientos radicales y en regímenes autoritarios nacionales
contemporáneos. En este sentido, puede ser oportuno resumir las principales
características de los fascismos clásicos del siglo XX:

1 autoritarismo nacionalista permanente de partido único;

2 jefatura carismática; 

3 ideología etnicista o racista; 


4 antiliberalismo político y anticomunismo; 

5 sistema estatal totalitario, con suspensión de las garantías constitucionales y la división de


poderes;

6 economía política de corporativismo o sindicalismo no democrático, pero más limitada y


pluralista que el modelo comunista; y

7 principio filosófico de activismo voluntarista, no limitado por ningún determinismo.

Actividad de repaso

El fascismo del siglo XX fue una ideología totalitaria que se presenta como una
tercera vía entre liberalismo y comunismo. Se opone al primero por su
_______________ perjudicial para la unidad nacional y su racionalismo
iusnaturalista, que pone en cuestión el orden jerárquico natural entre quienes
son aptos para conducir y quienes deben obedecer. Combate al segundo por su
exacerbación de la lucha de clases que divide a la Nación y su meta de
disolución del Estado.

Comunismo

Individualismo

Racionalismo
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Lección 4 de 4

Referencias

Mellón, J. A. (Ed.). (1998). Ideologías y Movimientos políticos


contemporáneos. Madrid, España: Tecnos. 

Payne, S. (1982). El fascismo. Madrid, España: Alianza.

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