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Claude Hagège y la muerte de las lenguas

El lingüicidio
 
Por Eduardo Berti
 
Página 30, Buenos Aires, julio de 2001

        Una anciana de 94 años murió en 1987, en Pala, California. Era la última persona que sabía
hablar cupeño, una antiquísima lengua norteamericana. Lo mismo ha ocurrido en los últimos
tiempos con el matipú, el amapá y el banahr, con el yima, el sikiana y el yugh. Cada año mueren
unos 25 idiomas en el mundo. Existen hoy alrededor de 5 mil lenguas, frente a las casi 10 mil
que había hace unos cinco siglos; de continuar esta tendencia, a finales del siglo XXI quedarán
exactamente la mitad, es decir, unas 2 500, o incluso menos si se confirma la aceleración del
ritmo de las desapariciones. Las cifras acaban de ser reveladas por el lingüista franco-
tunesino Claude Hagège en su nuevo libro, Halte à la mort des langues (Alto a la muerte de las
lenguas), publicado en París por la editorial Odile Jacob. "Por supuesto, las lenguas son
mortales como las civilizaciones", admite Hagège, inventor e impulsor del concepto de
lingüicidio. "Pero no es por mera manía profesional que me preocupa su desaparición. Los
idiomas son un reflejo de la inmensidad de las costumbres y las formas de vida que constituyen
el mundo, son como ventanas a través de las cuales las poblaciones humanas ponen el universo
en palabras. La pérdida de una lengua significa, por lo tanto, la pérdida de una visión del
mundo: un empobrecimiento y un empequeñecimiento de la inteligencia humana". El caso
de las lenguas africanas que clasifican y dividen los objetos del mundo según criterios
impensados para un europeo (objetos largos, redondos, comestibles, no comestibles) es apenas
uno de los ejemplos a los que recurre Hagège para ilustrar la riqueza amenazada. Frente al verbo
"correr" que se emplea en español, el pomo central, lengua aún hablada por unos pocos
ancianos que viven en reservas indígenas de los Estados Unidos, 160 kilómetros al norte de San
Francisco, propone cinco verbos diferentes: uno denota que quien corre es una sola persona;
otro que son varias personas; el tercero que quien corre es un animal de cuatro patas (o incluso,
metafóricamente, un anciano); el cuarto que corren numerosas criaturas de cuatro patas; el
quinto, por último, se refiere a un grupo de personas que van en automóvil. Hagège
considera "alarmante" que, de aquí a un siglo, la humanidad pueda perder "la mitad de su
patrimonio lingüistico" y compara la situación con el peligroso detrimento que se viene
registrando últimamente en materia de especies naturales: según un estudio publicado en marzo
de 2000 por el diario Le Monde, el ritmo de desaparición de las especies vivas es de mil a 10 mil
veces superior al registrado en los periodos geológicos de extinción. Un 8 por ciento de las
especies mamíferas corren un serio riesgo, lo mismo que un 3 por ciento de las aves. "Si la
progresión continúa a este ritmo, la mitad de las especies animales podrá haber desaparecido
para el año 2100", indica Hagège. "El número es llamativamente parecido al de las lenguas
amenazadas". Resulta revelador, por otra parte, que el 90 % de las lenguas hoy existentes (las
más desconocidas) sean habladas por apenas el 5 por ciento de la población mundial. Dicho de
otra manera: de los 5 000 idiomas que se estiman hoy en práctica, solamente unos 600 son
hablados por más de 100 mil personas, mientras que 500 no llegan a poseer 100 locutores. La
mayoría de los 170 estados que se suelen considerar como soberanos y políticamente
independientes poseen como lengua oficial, única o no, alguno de los idiomas más divulgados
en la actualidad: inglés, español, chino, árabe, francés, portugués. Un grupo de 22 países se
destaca especialmente por la cantidad de lenguas que se hablaban en ellos a comienzos de los
90, momento de los últimos censos de importancia. Nueve de esos países poseen, cada uno, más
de 200 lenguas: en Nueva Guinea se hablan unos 850 idiomas; en Indonesia unos 670; luego
vienen Nigeria (410), la India (380), Camerún (270), México (240), la República del Congo
(210), Brasil y Australia, estos dos últimos con unas 200 lenguas cada uno. "Australia es,
sin duda, el lugar donde han sido mayores y más violentos los daños provocados a las lenguas y
a los hombres", dice Hagège. "Hace unos doscientos años vivían allí, aproximadamente, uno o
dos millones de aborígenes que hablaban unas 250 lenguas. Más de cincuenta lenguas han
desaparecido tras la llegada de los europeos, y ciento cincuenta están moribundas. De las
cincuenta restantes, más de la mitad no son comprendidas ni habladas por los niños menores de
15 años".

Lengua muerta  

¿Qué es una lengua muerta? En su libro, Hagège traza una distinción entre "lenguas
muertas" y "lenguas amenzadas de muerte". Una lengua amenazada es aquella que ya no es
hablada más que por los locutores más ancianos. O que no es hablada sino en estado parcial,
más y más empobrecido. En tal sentido, algunos casos citados por Hagège son sorprendentes ya
que "la pérdida del uso cotidiano de una lengua, tanto en la vida pública como en la privada,
implica un proceso de erosión". Un ejemplo: "El kiwai, lengua papú, fue perdiendo las
diferencias que tradicionalmente había entre un singular, el dual, un trial y un plural, y ya no
presenta más que un presente, un pasado y un futuro, cuando llegó a tener dos pasados y tres
futuros". En cuanto a una lengua muerta "es aquella que ha perdido sus hablantes; que ha
perdido, por así decirlo, el uso de la palabra", indica Hagège, aunque con esto no quiere decir
que en todos los casos se haya dejado de practicar, ni de estudiar su gramática o su vocabulario,
como lo demuestran numerosos ejemplos de lenguas muertas de prestigio, entre ellas el latín, el
griego antiguo, el copto (aún utilizado en ritos religiosos cristianos en Egipto) o el "chino
arcaico tardío", gracias al cual es posible leer a Confucio en versión original. A diferencia de
estas lenguas muertas de las cuales se conserva su conocimiento, están todas aquellas de las que
no hay sino huellas insuficientes: lenguas de "documentación fragmentaria". Y, por último,
están los "estados anteriores" de las lenguas actuales; aunque al respecto dice Hagège que no se
pueden considerar como lenguas muertas, en un sentido estricto, al francés medieval, ni al viejo
ruso, ni al alemán clásico ni al viejo japonés, dado que las lenguas modernas son "los estados
actuales de todos esos idiomas del pasado, de los que provienen según una linea diacrónica
continua". Un capítulo de Halte à la mort des langues se dedica a examinar las causas de la
muerte de los idiomas, estableciendo tres grupos: causas físicas, económico-sociales o políticas.
Entre las causas físicas (catóstrofes naturales, genocidios, epidemias, migraciones) se destacan
los etnocidios, como el que los mongoles de Gengis Khan infligieran en 1226 a los Xixia, una
población tibeto-birmana del oeste de China que, escribe Hagège, "había llegado a desarrollar
una cultura floresciente y hasta había inventado una escritura ideográfica sumamente original".
Escritura, lengua y civilización fueron exterminadas en simultáneo. Las causas económico-
sociales incluyen, entre otras, la presión de una economía más poderosa, la decandencia de la
vida rural, el abandono de las actividades tradicionales o la creación de una clase social
superior. Ejemplo de este último caso: el proceso que ha llevado al abandono del galés en el
país de Gales. En la época de los Tudor, en la segunda mitad del siglo XVIII, la élite
políticamente dominante empezó a emplear el inglés y el efecto fue propagándose, a paso firme,
en las clases inferiores. Entre las causas políticas, Hagège analiza los instrumentos de
aniquilación que un Estado es capaz de poner en acción. La escuela puede ser uno de esos
instrumentos. "La política llevada a cabo por los gobiernos federales de Canadá y de los Estados
Unidos consistió, desde fines del siglo XIX, en integrar por intermedio de las escuelas a las
comunidades indígenas. Se sostenía que el único modo de 'civilizar' a los niños indígenas
pasaba por sustraerlos de toda la influencia 'bárbara' de su ámbito natal, transfiriéndolos a
pensionados alejados de sus pueblos". En el resto de América, entre tanto, "durante la
colonización las lenguas indígenas fueron diabolizadas por misioneros que enseñaban que Dios
no amaba esos idiomas". Reconocido combatiente de la hegemonía del inglés, promotor del
bilingüismo (por no decir del plurililgüismo), Hagège se niega a hablar de lenguas asesinas,
como atendible contrafigura de las muertas; propone más bien la noción de "lenguas
predadoras" y, al mismo tiempo, no reduce todo el análisis al indiscutible "imperialismo del
inglés". "Contrariamente a lo que suele creerse, el peligro de las lenguas regionales y tribales
del África no proviene hoy del inglés, ni de otros idiomas europeos, a diferencia del caso de
Asia septentrional con el ruso, de América central y del Sur (español), de los Estados Unidos
(inglés) o Australia (ingles). En África, si bien las lenguas europeas ejercieron una gran presión
en tiempos coloniales, su uso se limita actualmente a las clases privilegiadas. El verdadero
peligro proviene mayormente de las lenguas africanas más masivas y prestigiosas, cuya
promoción suele coincidir con la de las estructuras del Estado". La creciente importancia del
swahili como lengua oficial en varias naciones africanas (lengua promovida, precisamente,
como cimento para la unidad nacional), va en desmedro de muchas lenguas minoritarias que,
para sobrevivir, suelen teñirse de numerosos neologismos procedentes del swahili. Lo mismo
ocurre con el peul en Africa central, con el haoussa en Nigeria y Camerún, con el oulof en
Senegal. Estas lenguas nacionales son peligrosamente predadoras, según Hagège, porque aun
cuando tienen iguales efectos que una lengua extranjera, "no despiertan la misma
desconfianza". 

  Casos extraordinarios   

"En algunas partes de Australia, cada vez que un miembro de una tribu muere, la
palabra que está en la base de su apellido pasa a ser proscrita y se reemplaza su uso con una
palabra tomada de alguna lengua vecina. De esta forma, en una tribu que vive en la confluencia
de los ríos Murray y Darling, la palabra que significa agua llegó a ser reemplazada nueve veces
en cinco años, ya que durante ese periodo murieron ocho hombres cuyo nombre encerraba dicha
palabra".  La anédcota es apenas una de las tantas que recoge Hagège en su libro, repleto de
hechos sorprendentes, como el de una lengua abandonada por consenso comunitario: fue el caso
de los Yaaku, población del norte de Kenia que vivía pobremente de la caza y de la pesca, y que
dependía económicamente de su población vecina (los Masai), cuya cultura ejercía sobre sus
costumbres una influencia cada vez mayor. Los Yaaku fueron abandonando su endogamia; los
casamientos entre ambas etnias se volvieron cada vez más frecuentes; los Yaaku cambiaron su
modo de vida, adquiriendo una economía pastoral. El proceso llegó a una cumbre cuando un
consejo de notables Yaaku resolvió, cerca de 1930, abandonar su lengua para adoptar la de sus
vecinos, más pretigiante y conveniente.  "Una lengua nutre a quien la habla, así como el aire
permite respirar", dice Hagège. Y hay casos, incluso, en los que una lengua "provee talismanes
para sobrevivir". Es lo que ocurre incluso hoy en Angmassalik, una población esquimal del
sudoeste de Groenlandia, en la que ciertos ancianos, al advertir que la muerte anda rondándoles,
resuelven cambiar de nombre. "De esta forma esperan que la muerte no los reconozca, al no
poder identificarlos por su nombre acostumbrado. Disimularse a través de un seudónimo, cosa
que les permite le lengua, equivale para ellos a prolongar la vida". 

La infancia babelizada   

Candidato a la Academie Française, profesor en el Collège de France, Claude Hagège es


uno de los lingüistas más reputados y famosos de la actualidad en Francia. Su obra más popular,
la que emplean casi todos los estudiantes universitarios interesados en la materia, es L'homme
de paroles (cuyo subtítulo puede traducirse como: Contribución lingüistica a las ciencias
humanas), libro coronado con los premios de la Academia y de la Société des Gens de Lettres
en 1986.  Al margen, Hagège ha publicado un libro sobre la lengua palau de Micronesia (1986),
un estudio sobre el comox laamen de Colombia (1981), otro sobre la lengua mbum de Nganha,
Camerún (1970) y un Profil d'un parler arabe en Tchad (1973). Sus últimos libros, ambos best-
sellers, fueron L'Enfant aux deux langues, apasionada defensa del bilingüismo precoz, y Le
Français et les siècles.  Hagège cree que su infancia en Túnez determinó su pasión por las
lenguas. "Me crié en el antiguo Cártago, en un gran puerto mediterráneo, un lugar babelizado en
el que se mezclaban el francés, el italiano y el árabe en sus múltiples formas. A la edad de cinco
años, en el momento en que empezaba a leer, vi en una vidriera un libro cuya tapa traía unos
signos maravillosos y enigmáticos. En cuanto me explicaron que se trataba de otra clase de
escritura, quedé aún más fascinado. En efecto, eran caracteres chinos. Mis padres, viendo mi
fascinación, me obsequiaron el libro: La lengua y la escritura china".  Mientras los otros niños
de su edad jugaban a los soldados o a la pelota, el futuro lingüista se divertía yendo al puerto a
oír hablar, en boca de los marineros recién desembarcados, idiomas nuevos. "Mis padres
terminaron admitiendo que se trataba de una especie de monomanía".  La historia recuerda la de
otros pensadores obsesionados con las lenguas, como por ejemplo Elías Canetti, quien siendo
aún niño descubrió azorado que sus padres hablaban entre sí un idioma diferente al que
empleaban para comunicarse con el resto de la gente, incluidos sus hijos.  Alguien le preguntó
alguna vez a Hagège cuántos idiomas habla. "Una veintena, creo", respondió. "No las cuento
porque, además, algunas las domino realmente y otras de manera parcial. Pero algo es cierto: si
escucho hablar un idioma, es casi seguro que puede identificar de cuál se trata sin equivocarme.
Y si esto no ocurre, siento una frustración fuera de lo común".

Renacimiento 

A raíz de algunas críticas que han tildado de pesimista su libro, Claude Hagège afirma
que, a pesar de las terribles estadísticas, sigue sintiéndose "optimista" sobre el futuro de las
lenguas. "Yo digo todo lo que digo en mi libro pero pienso realmente que se puede modificar la
tendencia y revertir el lingüicidio". Es que así como las lenguas nacen y mueren, también
pueden renacer. No abundan los casos, admite Hagège, pero los hay: por ejemplo el hebreo que
es, por supuesto, el caso más conocido y el más "espectacular".   "Cuando el hebreo volvió a
hablarse en 1920-25, llevaba muerto unos 2 500 años. De hecho, la diáspora hablaba tanto
yiddish o judeo-alemán como judesmo o judeo-español, y el hebreo sólo se conservaba como
lengua litúrgica. Fue gracias a Ben Yehuda, un joven judío ruso, que se volvió a utilizarlo. Pero
eso fue posible, sobre todo, porque existía una voluntad enorme y porque se disponía de una
muy amplia literatura, incluida la Biblia".   La historia del hebreo ilustra, según Hagège, que
"cuando la humanidad desea resucitar una lengua es capaz de hacerlo". Ahora bien, ¿cómo
puede propiciarse dicho renacimiento? Hagège cree en la ayuda que, en tal sentido, podrían
brindar lingüistas, educadores y gobiernos. "Lamentablemente", ha dicho en una reciente
entrevista, "casi todas las lenguas desaparecidas o en peligro de hacerlo pertenecen a sociedades
tribales de tradición oral. Entre estas lenguas existen muchas de tradición tónica, es decir,
idiomas en los que una palabra cambia de significado según su altura musical o si melodía.
Entrevistar ya mismo a los últimos hablantes de estas lenguas es la tarea de los lingüistas, para
confeccionar antes de que sea tarde una gramática y un diccionario".   El renacimiento del maorí
es un fenómeno a tener en cuenta, piensa Hagège. En 1867 el gobierno neozelandés lanzó un
programa de educación que sólo tenía en cuenta la enseñanza de un idioma: el inglés. Cien años
más tarde, el maorí podía estimarse herido de muerte ya que de los 300 mil miembros de dicha
nación sólo una cuarta parte empleaba la lengua y se trataba, en su mayoría, de los más
ancianos. Los maoríes, no obstante, exigieron oficialmente la creación de escuelas en las que se
enseñara exclusivamente su idioma. El gobierno los oyó y creó seis escuelas primarias y
secundarias, a fines de los años ochenta. "Claro que las circunstancias políticas son favorables",
sostiene Hagège. A diferencia del plurilingüismo que se observa en Australia o en Nueva
Guinea, "el maorí es la única lengua indígena existente en Nueva Zelandia".  Hagège es
consciente de un hecho paradójico: que los nacionalismos pueden, en diversas ocasiones,
contribuir a la salvación de las lenguas. "Casi todos los casos de nacionalismo político van de la
mano de un nacionalismo lingüístico", declaró Hagège en un reciente reportaje publicado por la
revista francesa L'Express. "Después de la Segunda Guerra Mundial, luego de la división de la
India y la creación de Pakistán, la gente llegó a combatir de manera sangrienta para distinguir
las dos variantes de una misma lengua: el ourdou, la variante musulmana, y el hindi, la variante
bramánica, que hoy están convirtiéndose en dos lenguas diferentes. Tomemos el ejemplo de la
gente de Croacia: su sueño consiste en construir un croata diferente del serbio, tomando como
referencia dialectos como el de Dubrovnik. Creo, no obstante, que existe un 'buen
nacionalismo', un renacimiento del sentimiento de identidad local o regional, que sirve para la
preservación de las lenguas. Pero la condición principal para salvar las lenguas en peligro, en
especial para los países de Europa, es la construcción de una verdadera potencia económica. El
anglo-americano es invasor porque es la lengua de los países más poderosos. En la actualidad,
ya no es mas la violencia militar o la evangelización lo que amenaza las lenguas, sino la
violencia económica. Por lo tanto, La verdadera respuesta a la cuestión lingüística pasa por
cuestiones más bien financieras".  En cuanto a los pronósitos de los apocalípticos para quienes
en un siglo no se hablará otro idioma que el inglés, Hagège mantiene una posición cautelosa.
"La situación hegemónica del inglés no es un fenómeno novedoso. Hace dos mil años, el latín
condujo a la muerte de numerosas lenguas. como el galo, el tracio, el ilirio, el dacio o el
celtíbero. Tras la victoria de César, la aristocracia gala se romanizó muy velozmente,
abandonando su lengua. Hoy el inglés americano cumple el mismo rol que el latín. Son
numerosas las familia de diferentes países del mundo que han adoptado el inglés como lengua
de prestigio. Pero incluso si el inglés llegara a imponerse de manera absoluta, esto no quiere
decir que terminaríamos todos hablando de igual modo una misma lengua. No debemos olvidar
que el latín engendró el español, el italiano, el portugués o el francés. ¿Por qué no suponer que
puede ocurrir lo mismo con el inglés?"

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