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distintos sistemas lingüísticos. Desde los primeros tiempos, ya fuera por necesidades prácticas o
bien por atractivos culturales, hablar otra lengua, además de la propia, no resultaba extraño.
Esto no significa que el bilingüismo se haya considerado siempre en términos favorables. En el
siglo XIX, sin ir más lejos, con la identificación entre lengua y nación, se entendía que podía
desdibujar la personalidad del individuo. Los debates sobre el carácter positivo o pernicioso del
manejo de varias lenguas por parte de la misma persona se han sucedido hasta el presente. Pero
lo cierto es que si, como resulta habitual hoy, se considera el bilingüismo desde una perspectiva
minimalista, que entiende que es bilingüe todo aquel que posea alguna habilidad en más de una
lengua, se constata que el monolingüismo es la excepción y no la regla. En un marco más
amplio, se puede afirmar que todas las lenguas conocen, en un grado u otro, el contacto con
otras variedades, desde un extremo constituido por lenguas muy aisladas hasta el otro que
abona la formación de lenguas mixtas y criollas, pasando por toda una serie de posibilidades
intermedias.
Dentro del orbe hispánico, el contacto lingüístico se manifiesta de mil maneras. Dejando aparte
el influjo del inglés, que es general, hallamos infinitas situaciones de contacto directo de
variedades. España es un país plurilingüe, en el que la lengua más hablada, el español, convive
con otras en distintos territorios. El tantas veces citado artículo 3 de la Constitución de 1978 se
concreta en los siguientes puntos:
1. El castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen el
deber de conocerla y el derecho a usarla.
2. Las demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas Comunidades
Autónomas de acuerdo con sus Estatutos.
En el texto legal llama la atención la pirueta “el castellano es la lengua española […]”, y el
recurso, nuevamente, a la expresión “lenguas españolas”. Esto plantea, por un lado, la debatida
cuestión de los nombres de la lengua (castellano / español), a menudo impregnada de tintes
ideológicos y, por otro, la inconveniencia de referirse a lenguas españolas en lugar de lenguas de
España, puesto que lengua española es una lexía. Nunca se habla, por ejemplo, de lenguas
francesas para aludir a las lenguas usadas en Francia, y sí, en cambio, de la lengua francesa o el
francés.
Ocurre, además, que las fronteras administrativas no coinciden con las lingüísticas, por lo que
una misma lengua puede hablarse en más de una Comunidad Autónoma y en más de un Estado,
y no siempre con el mismo estatus legal. El gallego es oficial en Galicia, pero no en la región
occidental de Asturias y de Castilla y León. El catalán es oficial en Cataluña, en Baleares y en la
Comunidad Valenciana (aquí con el nombre de valenciano, aunque no es lengua autóctona de
todo el territorio), pero no en la franja oriental de Aragón ni en el enclave del Carxe (Murcia). El
eusquera es oficial en el País Vasco (Euskadi) y Navarra, pero existen muchas zonas
castellanohablantes en las dos Comunidades. El aranés (una variedad de occitano o gascón) es
oficial en el Valle de Arán (Cataluña), que constituye un curioso ejemplo de trilingüismo con
cooficialidad de esa lengua, el catalán y el español. Por otro lado, así como el catalán y el
eusquera se hablan también en otros países (el primero en Andorra y partes de Francia e Italia, y
el segundo en Francia), el portugués penetra en distintos enclaves españoles de frontera en
Castilla y León y en Extremadura (Alamedilla, Herrera de Alcántara, Cedillo, Valencia de
Alcántara, la Codosera, Olivenza), aunque sin reconocimiento oficial.
Aparte de la complejidad lingüística presentada hasta aquí, deben tenerse en cuenta los
cambios sociales que ha experimentado España en los últimos tiempos. El que más interesa
resaltar es que, desde los años ochenta, ha pasado de ser un país de emigrantes a convertirse en
destino de inmigrantes extranjeros. De hecho, algunas zonas ya superan la media europea de
población venida de otros países, y el fenómeno aumenta aceleradamente, propiciado por la
baja natalidad de los españoles. Los inmigrantes proceden de muy diferentes lugares. Gran
número de ellos es de origen latinoamericano (Ecuador, Colombia, Argentina, etc.) y, por ello, la
integración lingüística no supone un escollo. Otros son hablantes de una lengua románica, como
los rumanos, pero muchos de los que llegan proceden de países con tradiciones culturales y
lingüísticas muy diferentes de la española: Marruecos, Pakistán, China, etc. A esto se une el
elevado número de personas de Alemania, Gran Bretaña, Francia, etc., que adquieren
propiedades en España y se instalan en el país (puede servir de ilustración la colonia alemana en
Mallorca), o bien lo tienen como lugar de destino turístico (especialmente la zona
mediterránea).
En la ciudad de Barcelona los inmigrantes representan ya el 12.8% de la población total (202.489
inmigrantes empadronados el 1 de enero de 2004, según cifras del Observatorio de la
Inmigración, en las que no se contabiliza a los que carecen de papeles), y el 20.4% de los
nacimientos que se producen en esta ciudad son de madres inmigrantes. Los extranjeros que
residen en Barcelona proceden de 154 países; el 52% viene de Latinoamérica, pero también son
numerosos los hablantes de árabe, de urdu o de chino, entre otras muchas lenguas.
La imbricación entre términos patrimoniales y términos amerindios se sigue del hecho de que
los propios escritores de Indias muestran a veces su desconocimiento sobre el origen de las
voces que recogen, y en sus textos aparecen “falsos indigenismos”, esto es, palabras de génesis
hispánica que los cronistas consideran indígenas: tal es el caso de alcatraz en Agustín de Zárate
o de chapetón en José de Acosta. Incluso hoy se sigue discutiendo la procedencia indígena o
patrimonial de voces como baquiano o coco. Por otro lado, numerosos referentes americanos
reciben denominaciones sinonímicas, de origen patrimonial e indígena, en convivencia, a veces
en el mismo lugar, a veces con difusión en zonas distintas, como ocurre con gallinazo / zopilote,
níspero / chicozapote y pájaro mosca / colibrí.
Sin embargo, las consecuencias del contacto entre el español y las lenguas indígenas de América
van más allá del nivel léxico-semántico, ya desde los inicios de la colonia. Una muestra evidente
del fenómeno se localiza en la formación de una variedad de castellano andino fuertemente
interferida por el quechua, conocida como motoso o, en términos más lingüísticos, la media
lengua. Esta variedad híbrida, mezclada, de español y de quechua, ha seguido un proceso de
relexificación, esto es, de sustitución del vocabulario del quechua por el del español, sin que se
altere la estructura gramatical de la lengua indígena. Asimismo, la influencia del español sobre el
guaraní en Paraguay ha permitido acuñar el término guarañol, que evoca la realidad de ese
contacto.
Otro escenario es el que dibujan las mezclas de población provocadas por los movimientos
migratorios hacia América Latina con origen en Europa. Uno de los casos más conocidos es el de
la afluencia de italianos a la Argentina, que propició el surgimiento de una variedad lingüística
de mezcla entre el español de la zona y distintas variedades dialectales de italiano, denominada
cocoliche. Al detenerse la llegada de población desde Italia, el cocoliche se fue diluyendo en la
norma lingüística general. Procesos análogos de sustitución lingüística de las lenguas inmigradas,
que en ciertos casos aún no se han consumado, tienen que ver con hablantes de alemán o de
catalán en diferentes zonas americanas.
Los territorios de frontera lingüística favorecen la formación de variedades mixtas por la relación
a menudo inexcusable, natural, de los hablantes de una y otra lengua. No es de extrañar que en
los límites entre Uruguay y Brasil se haya gestado el fronterizo, también denominado portuñol,
expresión de una identidad especial que no es uruguaya ni brasileña, sino la suma de las dos. El
paralelismo entre esta situación y la que define el Tex-Mex de la frontera entre México y
Estados Unidos es incuestionable.
En relación con los latinos, considero muy acertada la imagen que brinda Beatriz Pastor (1999-
2004) en la que concentra los factores que definen estos grupos; factores que componen el
síndrome de “flor de tierra”: “La flor de tierra es la que crece en el desierto, es decir en
condiciones particularmente duras. Por ello desarrolla un sistema de raíces extenso y superficial,
que le permite absorber lo que necesita para sobrevivir con la mayor rapidez posible. Pero ese
sistema la hace a la vez particularmente vulnerable a los embates del viento, que la arrastra
fácilmente, y de la erosión violenta, que la desarraiga”. Vida entre dos culturas, en la frontera.
La vuelta atrás es imposible. Lo expresa a la perfección en un poema Lourdes Casal (1981), que
identifica Nueva York como su casa y La Habana como su cuna, y por ello ya nunca dejará de ser
una extranjera en cualquier parte: “Cargo esta marginalidad inmune a todos los retornos, /
demasiado habanera para ser neoyorkina, / demasiado neoyorkina para ser, / —aun volver a ser
— / cualquier otra cosa”. Este sentido de impertenencia, o de doble pertenencia, se traslada
también al terreno lingüístico, y no es de extrañar que la conformación de una nueva identidad
vaya acompañada por marcas en la variedad de lengua utilizada.
Por otro lado, el español en Estados Unidos obedece a un trasvase poblacional y lingüístico a ese
país desde diferentes territorios latinoamericanos. A lo largo del siglo XX, y por diferentes
motivos, ya fueran económicos, ya políticos, ya de otra naturaleza, sucesivas oleadas de
emigrantes han cruzado la frontera norte y han “rehispanizado” algunas zonas donde el español
antes había tenido presencia, a la vez que han “hispanizado” otras. Los Ángeles tiene acento
mexicano; Nueva York o Miami, acento fundamentalmente caribeño. Pero los acentos, los
dialectos, las lenguas, se mezclan en una realidad poliédrica. Este español en Estados Unidos
carece del arraigo del español histórico pero, en cambio, es el que ha experimentado un auge
espectacular. Si no hubiera habido inmigración latina hacia Estados Unidos, probablemente
hablaríamos del español de este país como de una reliquia considerada apéndice de las
variedades “nucleares” de la lengua. Sin embargo, por ser Estados Unidos el principal referente
mundial en muchos campos, y por la ininterrumpida instilación de hispanohablantes en su suelo,
aparte de la elevada tasa de natalidad de estos, así como por las repercusiones mediáticas del
fenómeno (el “boom” latino), ya desde hace décadas diversos especialistas en distintas áreas
han dirigido su mirada hacia el país norteamericano.
Estados Unidos funciona, de acuerdo con algunos investigadores, como una especie de
laboratorio de lo que a la larga, en una u otra medida, puede acabar sucediendo en
Latinoamérica y, tal vez, en España. Los latinos son transmisores de modas a la sociedad
estadounidense, pero también receptores de formas de comportamiento, de tradiciones, de
gustos, y fácilmente los trasladan a sus “hermanos” del sur. Por consiguiente, los hábitos y
actuaciones de los latinos no quedan recluidos a su espacio particular, sino que gozan de una
enorme capacidad de influencia. Ello también afecta a lo lingüístico. Pero este terreno es
inseparable de lo sociológico y de lo cultural. La realidad hispanoestadounidense constituye un
ejemplo particularmente ilustrativo de campo de estudio interdisciplinar, y el utillaje conceptual
y metodológico que se use para analizarla no puede soslayar su incesante cambio.
Latino es un concepto general y abstracto que encubre mucha diversidad. Una pregunta como
qué significa ser latino proporciona respuestas variadas, que a veces no van más allá de un
tímido “es como un duende que se lleva dentro”. Desde luego, no es un término lingüístico,
puesto que es sabido que muchos latinos no hablan español. A veces, en el manejo de algunas
cifras sobre números de hablantes de esta lengua, se identifica con demasiada facilidad el
número estimado de latinos en Estados Unidos con el de hispanohablantes. Carmen Silva-
Corvalán y otros investigadores han explorado las pautas de desplazamiento lingüístico del
español hacia el inglés que se da en el curso de varias generaciones de latinos, y solo desde esta
perspectiva puede entenderse que se planteen propuestas de política lingüística para el español
en Estados Unidos que tengan como principal objetivo que los habitantes de origen
hispanohablante sean al mismo tiempo hablantes de español. Joaquín Garrido (2000) concreta
estos objetivos de política lingüística en tres principios, que son el de difusión interna (conseguir
que la población latina hable la lengua de sus orígenes), el de difusión externa (dirigido al resto
de población estadounidense para que aprenda español), y el de difusión internacional (que
trataría de fomentar en el español el carácter de lengua de América). Estos principios son
acordes con los de promoción del español en el mundo a través del Instituto Cervantes y otros
organismos, de la misma manera que sucede en otras lenguas.
Con la lingüística ocurre que, a diferencia de otras disciplinas, los límites entre lo científico y lo
popular a menudo se quiebran. Como la lengua es un hecho social compartido por todos, en
todos despierta interés y suscita reflexión y debate. Este debate se desarrolla tanto entre los
propios especialistas como entre quienes no tienen una formación específica en ese terreno. A
veces las posturas de unos y otros pueden ser de signo contrario, como por ejemplo en lo que
respecta a la unidad lingüística del catalán, aceptada unánimemente por la comunidad científica
pero puesta en duda por ciertos hablantes de esta lengua. En otros casos, no obstante, los
propios especialistas discrepan sobre una cuestión, como escribí antes en torno al carácter de
lengua o dialecto de determinadas variedades (asturiano, leonés, etc.). Sin duda, la combinación
del español y del inglés que se da en Estados Unidos suscita una profunda controversia tanto
entre lingüistas como a gran escala.
En primer lugar nos topamos con las diferentes designaciones populares que recibe el
fenómeno, y que lo estigmatizan, un poco a la manera del chapurreado y sus variantes que se
utilizan para designar hablas híbridas en la Península Ibérica, o a la manera del catañol.
Spanglish es el término más generalizado, que también aparece como spanglish, Espanglish,
espanglis, y hay quien distingue entre Spanglish y espanglés. Además se conocen las formas
Slanglish, casteyanqui, ingleñol, Bilingo, Tex-Mex, pocho, caló pachuco, papiamento gringo,
español bastardo, español mixtureado, etc. Ilán Stavans da el título de “La jerga loca” a la
introducción de su libro Spanglish: The Making of a New American Language (2003). Sea como
sea, Spanglish —como latino— es una abstracción, y muchos latinos optan por un término más
específico, como Cubonics, Dominicanish, Chicano Spanish, etc.
También se habla de Spanglish para aludir al empleo de préstamos del inglés en el español, que
pueden estar más o menos integrados, como yarda (<yard) ‘jardín’ o marqueta (<market)
‘mercado’, y para hacer referencia a los calcos, ya sean de una palabra (carpeta, de carpet
‘alfombra’), complejos (máquina lavadora, de washing machine ‘lavadora de ropa’) o léxico-
sintácticos (tuve un buen tiempo, de I had a good time ‘lo pasé bien’). Muchos estudiosos
identifican el Spanglish con la “mezcla de códigos” (code mixing) y el “cambio” o “alternancia de
códigos” (code switching). En el primer caso, el bilingüe incorpora elementos de una lengua en
la otra, sin separar completamente los dos códigos; en el segundo caso, el hablante puede pasar
rápidamente y sin esfuerzo de un código al otro. A veces se habla de “mezcla de códigos” en
referencia a los cambios intraoracionales, y de “cambio de códigos” en alusión a los
interoracionales. Por otra parte, se plantea el problema metodológico de cuál es la distinción
entre un préstamo y una alternancia intraoracional de una sola palabra.
Desde los años setenta se ha venido estudiando con detalle el fenómeno de la mezcla y de la
alternancia de códigos, en un principio con el análisis de un notable número de casos concretos,
que mostraban la combinación del español y del inglés en hablantes mexicanos y
puertorriqueños. Con los años ochenta llegará una perspectiva teórica amplia. Shana Poplack
(1980) formuló el principio de las restricciones de equivalencia. Asimismo, se han investigado las
funciones que cumple la alternancia de lenguas, que René Appel y Pieter Muysken ([1987] 1996:
177-180) presentan de la siguiente forma: 1. Función referencial: resulta útil para adecuarse al
tema tratado (por ejemplo, noticias en la radio o en la televisión en la lengua de una comunidad
inmigrante; en esa lengua pueden incluirse palabras de la lengua del territorio en el que se
encuentra dicha comunidad); 2. Función directiva: tiene que ver con los participantes en la
interacción (se puede cambiar de lengua para incorporar a un nuevo participante que habla otra
lengua o, contrariamente, para excluir a alguien de la conversación); 3. Función expresiva: la
alternancia es una manifestación de la identidad mixta (esto encaja muy bien con los latinos
bilingües español / inglés); 4. Función fática: la alternancia ocurre por un cambio de tono en la
conversación (por ejemplo, al contar un chiste que incluye formas en otra variedad); 5. Función
metalingüística: la alternancia sirve para comentar las lenguas implicadas (por ejemplo, alguien
que muestra sus habilidades lingüísticas); 6. Función poética: aparece en juegos de palabras,
chistes, etc.
Constituye un discurso planificado, que muestra un equilibrio del catalán y del español,
construido desde una clara conciencia del destinatario de cada fragmento.
Pero volvamos al Spanglish. Hemos visto diferentes acepciones del término, y hemos constatado
la dificultad que entraña su definición. Consciente de ello, Ilán Stavans equipara este fenómeno
al jazz: en ambos casos no es tarea sencilla explicar de qué se trata, pero tanto uno como otro se
reconocen fácilmente. Y además brinda su propia definición de Spanglish: “The verbal encounter
between Anglo and Hispano civilizations” (Stavans 2003: 5). Esta variedad está dejando atrás las
fronteras tanto económicas como geográficas y se está “globalizando”. Su enorme alcance lo
convierte en un caso muy especial de contacto de lenguas.
A este respecto, ¿debe concebirse como una nueva lengua? ¿Es un dialecto? Si es así, ¿de qué
lengua: del español o del inglés? ¿Debemos considerar bilingüe a un hablante de español, o de
inglés, y de Spanglish? Ya sabemos que la lengua es un ideal, un abstracción, pero, de la misma
manera que los especialistas proponen criterios de distinción entre lengua y dialecto, también
los proponen para determinar si una variedad lingüística surgida de otras dos constituye un
nuevo idioma o no. Se dice que es necesario que esa variedad presente unas características
estructurales manifiestamente diferentes de las propias de las lenguas que le dan origen;
asimismo, se considera un requisito que haya llegado a una cierta estabilidad formal, y que
ocupe todas las funciones sociales, no únicamente las del ámbito familiar y coloquial; en alguna
medida, debe tenerse en cuenta además la opinión de los hablantes sobre el estatus de su
variedad. ¿De qué manera encajan los criterios anteriores con el Spanglish? ¿Es realmente tan
importante poner una etiqueta a unos hechos lingüísticos? ¿No pueden los membretes, en
ocasiones, convertirse en una especie de trampa?
Lo cierto es que, más allá del planteamiento de “qué es” el Spanglish, existe una gran
controversia en torno a su “legitimidad”, a su carácter nocivo o inocuo (¿para el español? ¿para
el inglés?). Muchas perspectivas se cruzan en las opiniones vertidas sobre este asunto. La lengua
puede ser entendida, en general, como un sistema más o menos encorsetado, o bien como un
ente adaptable a las nuevas necesidades y posibilidades de comunicación. Un planteamiento u
otro lleva a un determinado tipo de política lingüística (o a su ausencia). A veces existe acuerdo
en aceptar los préstamos léxicos que suponen una adición al sistema, esto es, constituyen
elementos que aluden a un nuevo concepto, pero cuando el préstamo supone una sustitución
de una voz que hace referencia a un concepto ya existente, no se ve de la misma manera. En
ocasiones se opone la configuración secular de una lengua como el español, en donde los
cambios ocurrían de forma natural, sin presiones externas —se afirma—, al cambio operado en
los últimos tiempos, donde, en cierto modo, los hablantes no son dueños de su instrumento de
expresión lingüística, puesto que las modas les vienen impuestas súbitamente y no son ellos
realmente los que pautan la evolución de la lengua, sino unos medios de comunicación de
masas que acechan por doquier. De ahí que —se indica— no podamos sustraernos a las
alteraciones de los cromosomas de nuestra lengua porque nos vienen impuestas, y quien las
impone no está legitimado para hacerlo; por tanto, son ilegítimas.
Algunos lingüistas entienden que los cambios producidos en el español de Estados Unidos por
influencia del inglés suponen un ataque a aquella lengua. Manuel Alvar (1995: 233) ha señalado
al respecto: “Suponer que pueda crearse una especie de lingua franca hispano-inglesa, me
parece tener ganas de soñar y, por supuesto, de no favorecer en nada a los hablantes que se
encuentran en trance de adquirir una lengua y abandonar la otra. Porque no hay que hacerse
ilusiones: la comunicación que se logra con ese instrumento es pobre y sacrifica infinidad de
posibilidades de cuantas poseen las lenguas enfrentadas. Pensar que con esos sistemas
empobrecidos se puede ir muy lejos es no tener idea de la realidad. Si el español está tan
debilitado que padece corrosión en todos sus motivos y sólo quedan unos elementos informes
que sobrenadan de un naufragio, no cabe duda que esa lengua acabará perdiéndose”. Roberto
González Echevarría entiende, asimismo, que el Spanglish es la expresión de un desequilibrio a
favor del inglés, y que representa una capitulación para el español.
Para Francisco Marcos Marín, el Spanglish constituye un problema ficticio, dado que es una
variedad de ida, de transición hacia el inglés, y por lo tanto sus consecuencias afectan a esta
lengua y no al español. Según él, “[q]uien habla espanglish lo que quiere es hablar inglés, se ha
decidido ya por una evolución hacia el inglés y trata de abandonar el español para expresarse en
una nueva lengua que todavía no domina”. Consecuentemente, no debemos tratar de recuperar
a esos hablantes para el español, puesto que ya se sitúan del lado del inglés, y “[s]i la lengua
futura de los Estados Unidos fuera el espanglish, la lengua sustituida no sería el español, sino el
inglés” (Marcos Marín 2001: 76). Como se observa, el autor describe la situación sin ningún
apasionamiento y ve el Spanglish como un proceso transitorio que, se supone, no dejará huellas
profundas y, por consiguiente, nos podemos desentender de él, por decirlo así.
En otro sentido, el escritor y académico español Antonio Muñoz Molina, que ha trabajado en
Nueva York y ha visitado la ciudad de manera intermitente (acaba de publicar Ventanas de
Manhattan), expresaba en un artículo de 1998 el atractivo que tenía para él la mezcla de
idiomas en la gran urbe, con gentes que “saltan del español al inglés y del inglés al español con
una agilidad deslumbrante, sembrando cada uno con palabras del otro, contagiándole su música
con una desenvoltura y un descaro que resaltan la belleza de los dos idiomas”. Muñoz Molina,
que titula su reflexión “Una provincia del idioma”, en referencia al español europeo, expresa su
convencimiento de que este idioma es “más vivo, tal vez, cuanto más fronterizo, cuanto más
alejado de secas ortodoxias, de retóricas triunfales”. Entiendo que es relevante el hecho de que
en cualquier lugar, en cualquier país, en cualquier institución, existe diversidad de pareceres en
torno a una cuestión tan candente como la del Spanglish.
Uno de los estudiantes que he tenido, al que aquí llamaré Miguel, ha crecido en California en el
seno de una familia mexicana. “Desde mi niñez —escribe— escuché español en mi familia, pero
cuando fui a la escuela o cuando estuve con amigos, hablé en inglés. Muchos de mis amigos
estuvieron en la misma situación que yo, por eso fue muy fácil hablar en inglés y de vez en
cuando mezclar palabras de inglés y español y todavía entender lo que queríamos decir”. Miguel
piensa que el Spanglish va a seguir creciendo, y afirma que es el código preferido por él mismo
en ciertas ocasiones. No obstante, no lo sitúa al mismo nivel que el español y el inglés: “Inglés y
español son idiomas muy grandes y más formal que spanglish, que es más hablado entre amigos
y familia y es extraoficialmente una lengua de la calle […]. Aunque confeso en hablar spanglish y
tomar gusto en hablarlo, agradezco más el uso de inglés y español correcto”.
Otro alumno estadounidense, al que me referiré como Kyle, no tiene familia latina pero vive en
California y está en contacto con el Spanglish. Desde su punto de vista, “no hay una manera de
comunicar que tiene razón. No hay el método perfecto. La clave de comunicación es la
expresión personal, en que forma es mejor. Es muy estúpido intentar limitar algo que no puede
limitar, porque viene de la necesidad, y la limitación solo puede retardar el progreso humano.
Creamos cosas cuando tenemos un problema expresando algo, y necesitamos solucionarlo. El
Spanglish es una solución al problema de expresión por mucha gente que hablan el español y el
inglés”. Para él, la clave es la comunicación, y todo lo que lleve a dificultarla, todo lo que tienda
a dividir y a establecer fronteras, merece soslayarse.
Es evidente que existen muchas formas de ser bilingüe, y muchas formas de vivir el propio
bilingüismo, desde quienes lo entienden como un equilibrio hasta aquellos para los cuales
supone una fuente de inestabilidad. El comportamiento lingüístico de una persona se ve influido
por condicionantes personales, psicológicos, y por condicionantes colectivos, sociológicos.
Ambos factores están estrechamente vinculados, y hacen que, por un lado, nos situemos en un
contexto social específico y que, por otro, se abra camino una parcela de libertad para que el
hablante utilice de forma creativa las variedades lingüísticas presentes en el lugar.
Sin duda, existen muchos factores que permiten explicar por qué en unas determinadas
circunstancias, pero no en otras, la interacción de hablantes de lenguas distintas lleva a una
mayor o menor mezcla de códigos. Esta cuestión tiene mucho que ver con las diferencias
notables que se producen en el uso de español e inglés en Estados Unidos, y de catalán y
español en Cataluña. De entrada, en el Estado español, Rafael Lluís Ninyoles, como he indicado
páginas atrás, interpretó las situaciones de lenguas en contacto como conflictos nacionales,
mientras que la sociología estadounidense prefiere referirse a conflictos étnicos, que tienen que
ver con la estructura social. Miquel Siguan (2001) describe la actual situación lingüística de
Cataluña (al igual que la del País Vasco o la del Canadá francófono) como de diglosia cruzada,
pues el esfuerzo de recuperación de la lengua en posición de desventaja es tan intenso que
conduce a que en determinadas circunstancias una de las lenguas sea la más prestigiosa y la que
lleve asociadas actitudes de reivindicación por parte de sus hablantes, mientras que en otros
contextos sea la otra lengua la más prestigiosa y la que dé lugar a esas actitudes reivindicativas.
De esta forma, entre hablantes de catalán y de español se puede establecer un pacto implícito
para el uso común de una de las dos lenguas, o bien puede hablar cada uno en la suya, esto es,
puede darse un bilingüismo pasivo. Las actitudes ante la lengua, con un extremo definido por la
lealtad lingüística (Weinreich), y el otro por el autoodio (Ninyoles), contribuyen a perfilar
muchos comportamientos.
En Barcelona, por ejemplo, los niños crecen en contacto con las dos lenguas mayoritarias, el
catalán y el español, pero a pesar de ese contacto, las manifestaciones de mezcla de códigos en
la ciudad son mucho más reducidas que las que se registran entre los latinos de Estados Unidos.
¿Por qué? Seguramente, porque los hablantes del catalán consideran su lengua un signo de
identidad, de autonomía política y cultural, y a esa identidad definida debe corresponder un
código perfectamente delimitado. Hablar la lengua “correctamente”, evitar las interferencias, se
considera un valor. El catalán, además, se relaciona con un poder político que persigue la
difusión social de la lengua y, en concreto, de una lengua sin interferencias, sin castellanismos. A
título de ilustración personal, quiero señalar que en mi caso esta política lingüística ha
conseguido que, sin ser del todo consciente del proceso, haya sustituido términos del español
incorporados a mi catalán habitual en momentos pasados, como busón (< buzón), sellu (< sello)
o hasta en expresiones como hasta demà (< hasta mañana), por los correspondientes del
catalán normativo (bústia, segell y fins demà, respectivamente).
Por el contrario, entre los latinos de Estados Unidos, procedentes de países diversos e
interesados por integrarse en la nueva sociedad, no existe un proyecto político común que los
aglutine, y se atiende más a las necesidades inmediatas de comunicación, a la pragmática del
lenguaje, que a una teórica corrección en el manejo del español. El Spanglish no procede
únicamente, entiendo, de una actitud individual, sino del entorno familiar en el que crecen los
latinos y, a la vez, del contexto social en el que están inmersos. Por otro lado, este código
híbrido, de orígenes populares, tiene mucho de actitud contracultural, de desapego a las
“normas de conducta”. Y lo destacable es que estas manifestaciones expresivas se documentan,
se recogen, ya sea en pintadas, en letras de canciones, en películas, en la prensa, en la literatura,
o también en estudios y recopilaciones de interesados y especialistas en el tema. En este
sentido, Ilán Stavans (2003) ha proporcionado una herramienta insustituible con su extenso
diccionario de Spanglish.
Comparable en alguna medida con este reflejo documental son los numerosos diccionarios de
argot que se han elaborado, los inventarios en los que se recoge el “lenguaje pasota”, o las
investigaciones sobre el parlache de Medellín o la coba boliviana. En todos los casos, la
creatividad del español se manifiesta ampliamente.
En definitiva, el Spanglish constituye un fenómeno natural que ha surgido, como tantas otras
variedades de contacto, por el encuentro de dos culturas. Es una realidad innegable y, como tal,
no debería ser objeto de tantas polémicas. Habrá que ver si desarrolla un proceso de
gramaticalización y de expansión en sus dominios de uso que lo lleve a convertirse propiamente
en una lengua, pero ese futuro debe corresponder sobre todo a quienes lo hablan. Por el
momento, el Spanglish puede entenderse como una variedad, que se comporta a menudo como
un registro, cuya utilización no tiene por qué significar el desconocimiento del inglés y del
español. Ser multilingüe y multidialectal es, a veces, una necesidad, y siempre una virtud.
Como escribe Miquel Siguan (2001), con el avance de los modernos medios de comunicación
vamos camino de una mayor preocupación por la instantaneidad, en detrimento del pasado, y
por un menor peso de la norma a favor de la flexibilidad lingüística, capaz de aceptar cambios e
innovaciones. Se observa que la lengua usada en los correos electrónicos y en los chats se
aproxima al uso oral y soslaya el modelo culto de referencia. Quizá esta pérdida de prestigio de
la norma escrita a favor de la comunicación oral lleve a que lo que actualmente, en general, se
valora y se pretende en un bilingüe, que es la separación de las lenguas que maneja, pase a
quedar en segundo plano frente a la capacidad de comunicación en situaciones en las que estén
presentes varias lenguas y que, de este modo, nos estemos dirigiendo hacia una lengua común
universal.
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