Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Primer Parcial
Contenidos
1
LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA ha reivindicado para el derecho de propiedad individual
el carácter de derecho natural primario. Sin embargo, no deja de advertir que hay un destino
común de los bienes, conforme al cual “Dios ha destinado la tierra y todo lo que en ella se contiene
para uso de todos los hombres y de todos los pueblos, de modo que los bienes creados deben
llegar a todos en forma justa, según la regla de la justicia inseparable de la caridad” a tenor de la
declaración del Concilio Vaticano II. Afirmar que los bienes están destinados a la utilidad de todos
los hombres, sin exclusión de ninguno, significa acoger el principio dikelógico que, sostenido por
Legaz y Lacambra, señala que todo hombre debe tener propiedad, o lo que es lo mismo, que la
posibilidad de acceso a una cierta propiedad necesaria para vivir dignamente es debida por
exigencia del deber ser ideal de la justicia.
marxismo, los anarquismos, el corporativismo, etc.), reclamaban un nuevo orden no individualista.
Hasta el propio liberalismo termina por aceptar la necesidad de una reformulación sistemática: el
neoliberalismo. Elabora, de tal modo, la noción de "economía social de mercado".
CONCRECIONES. Tiene varias especificaciones, tal como lo veremos a continuación.
a) EL CONSTITUCIONALISMO NEOLIBERAL-SOCIAL. Despuntó con la revolución de febrero de
1848 en Francia, y dictó la Constitución del mismo año. Posteriormente se concreta en las
revoluciones mejicana de 1910 (que sanciona la Const. de Querétaro de 1917) y alemana de 1918
(con la posterior Const. de Weimar de 1919), consideradas como modelos paradigmáticos del
nuevo "constitucionalismo social". Este constitucionalismo neoliberal-social es policlasista,
habitualmente
pluripartidocrático y, en cuanto a la cuota de poder conferida al Estado, moderado.
b) EL CONSTITUCIONALISMO MARXISTA. Se inició con la revolución comunista rusa de octubre
de 1917, y la posterior Constitución de la República Socialista Federativa de los Soviets dé Rusia
(1918). Postuló inicialmente un Estado uniclasista, unipartidocrático y autoritario, erigido como
"dictadura del proletariado". En concreto, postula una nueva idea: la de "legalidad socialista", como
expresión jurídica de la democracia marxista. Tal legalidad impone tres consecuencias: 1)
cumplimiento de las leyes que expresan la voluntad de los trabajadores; 2) aplicación de esta
exigencia a todos los funcionarios, y 3) riguroso control de su cumplimiento.
c) EL CONSTITUCIONALISMO CORPORATIVO. Especialmente encarnado en los gobiernos de
Mussolini en Italia (1922), Oliveira Salazar en Portugal (1932) y Franco en España (1939), del que
emergen documentos constitucionales inorgánicos o dispersos (Italia: leyes del 24 de diciembre de
1925 y 17 de mayo de 1928; Carta del Lavoro de 1927, etc.), u orgánicos (Portugal, Constitución
de 1933). Auspicia un Estado pluriclasista, generalmente unipartidocrático y autoritario.
BASES IDEOLÓGICAS. Enumeraremos, resumidamente, las bases siguientes.
a) CONCEPTO POSITIVO DE LIBERTAD. Aquí se trata de ver a la libertad como una facultad o
potencia: alguien es libre en la medida en que realmente pueda optar entre hacer o no hacer algo.
b) CONCEPTO SUSTANCIAL DE LA IGUALDAD. El constitucionalismo social, reclama asimismo
una relativa igualdad de hecho entre los seres humanos (en particular, igualdad de oportunidades).
c) PARTICIPACIÓN POLÍTICA. A la tesis de la "democracia representativa", según la cual el
pueblo no gobierna por sí, sino que elige a los representantes, el constitucionalismo social añade la
idea de democracia participativa: un régimen donde la comunidad interviene también en la
adopción de ciertas decisiones políticas y económicas.
d) DIGNIFICACIÓN ÉTICA Y POLÍTICA DEL TRABAJO Y DE LOS TRABAJADORES. El
constitucionalismo social, en lugar de devaluar a los asalariados, procura valorizarlos. Por eso se
declara al trabajo derecho-deber, o función social, y se afirma el principio del sufragio universal.
Algunos Estados sociales se proclaman basados en el trabajo, o se titulan Estados de
trabajadores. Es usual también darles a éstos, y a los empresarios, papeles legisferantes (en el
Parlamento,
o en la elaboración de los convenios colectivos de trabajo, que tienen fuerza de ley).
e) FUNCIÓN SOCIAL DE LA PROPIEDAD. Concepto que involucra los siguientes elementos: la
propiedad -en particular la que no cumple usos o fines exclusivamente personales- no tiene que ser
manejada caprichosamente por su titular, sino que debe atender necesidades sociales; dicha
propiedad no puede, correlativamente, ser empleada con fines antisociales.
f) LA DIGNIDAD DE VIDA COMO META GUBERNATIVA. El Estado social promete brindar a todos
un nivel decoroso de vida. Intenta, pues, resolver ciertas necesidades mínimas, como salud,
vivienda
y educación. Del "Estado-gendarme" individualista se pasa así al "Estado de bienestar" (well-fare
state).
g) LA SOLIDARIDAD COMO DEBER JURÍDICO. Al respecto, se entiende que el goce y
satisfacción de una serie de apetitos y necesidades personales deben posponerse a la previa
solución de una serie de carencias grupales elementales que ya hemos citado: vivienda, salud y
educación.
h) JUSTICIA SOCIAL. La justicia social opera como una justicia protectora de los carecientes y
débiles. De hecho, es una justicia en buena medida niveladora; de ningún modo ciega a las
desigualdades irritantes o ilegítimas.
i) INTERVENCIONISMO ESTATAL. Naturalmente, para cumplimentar todos los roles que le asigna
el constitucionalismo social, el Estado debe asumir un rol protagónico en la vida económica y
social: legisla más, regula más, interviene como empresario, etcétera.
ENUNCIADOS NORMATIVOS. Detallamos los distintos postulados del Estado Social.
a) Tiene por meta, igual que el constitucionalismo de la primera etapa, establecer un orden
económico distinto. Es usual, a esos fines, que los Estados se definan como sociales (así, Francia,
1958, art. 2°; Perú, 1979, art. 79); o que reconozcan a la justicia social (España, Fuero del Trabajo,
Preámbulo; Polonia, Const. De 1952, art. 5°, inc. 5°; la Argentina, Const. de 1949, Preámbulo,
etcétera). Para lograr esos fines, resulta frecuente que el Estado social asuma la promoción de las
clases trabajadoras. El célebre art. 3° de la Consto italiana de 1947 indica, por ejemplo, que
"incumbe a la República remover los obstáculos de orden económico y social, que limitando de
hecho la libertad personal y la igualdad de los ciudadanos, impidan el pleno desarrollo de la
persona humana y la efectiva participación de todos los trabajadores en la organización política,
económica y social del país".
En ese marco, el trabajo es dignificado: Por ejemplo, en Italia, Const. De 1947, art. 1°, se define
como "una república democrática fundada en el trabajo", mientras que China, en la Const. de 1954,
lo reputa como "actividad honrosa para todos los ciudadanos". Habitualmente se conceptúa al
trabajo, además, como un deber y función social (Const. de Weimar, art. 163; de España de 1931,
art. 46; Japón, art. 27). Consecuentemente, hay una protección constitucional del trabajo y del
trabajador, incluyendo remuneraciones justas, igual salario por igual tarea, sueldos mínimos,
asignaciones familiares, jornadas limitadas, descansos y vacaciones, seguridad e higiene en el
lugar de trabajo, previsión social, etc. (la Argentina, art. 14 bis; el Perú, art. 42 y ss.), con más el
derecho a sindicalizarse, a la tutela de los representantes gremiales (p.ej., Guatemala, art. 101 y
ss.); el derecho a la huelga (Italia, 1947, art. 40).
Paralelamente, la función social de la propiedad es un principio divulgado (p.ej., Const. de Weimar,
art. 153; Irlanda de 1937, art. 45; Italia de 1947, art. 42; Portugal de 1933). La dignidad de la vida,
como objetivo del Estado (que debe asegurar lo necesario para una subsistencia y demás
necesidades básicas), es una meta común que aparece en constituciones del más variado signo
ideológico: Irlanda, art. 45, inc. 2°; Italia, art. 29 y ss., con relación a la familia, maternidad, infancia
y juventud; a la seguridad social, salud, vivienda, ambiente y calidad de vida: art. 63 y siguientes.
La intervención estatal en la vida económica se refleja en el tratamiento constitucional de las
relaciones económicas (donde se regula la actividad empresarial pública y privada, los fines
estatales en la economía y las normas protectoras de los trabajadores). Por último, el listado de
deberes personales en el ámbito económico y social incluye, por ejemplo, la obligación de
contribuir al afianzamiento de la solidaridad y del humanitarismo entre los hombres (Yugoslavia,
Const. de 1974, Preámbulo, IX; Grecia, art. 25).
b) También postula el constitucionalismo social un nuevo orden político, con dos variables
principales: o el cuarto estado (proletariado) se suma al tercer estado (burguesía) en una
coexistencia programada, pluriclasista (sistemas neoliberal-social y corporativo); o el cuarto estado
procura extinguir al tercer estado y formar una sociedad política uniclasista (constitucionalismo
marxista).
RESULTADOS y REPLANTEO CRÍTICO DEL CONSTITUCIONALlSMO NEOLlBERAL-SOCIAL.
Interesa averiguar el grado de concreción del constitucionalismo social en la realidad
contemporánea. En el constitucionalismo neoliberal-social, la situación es bien distinta, según se
trate de naciones desarrolladas o subdesarrolladas. Con relación a las primeras (países del "primer
mundo"), el constitucionalismo social puede exhibir logros muy positivos, tanto en lo económico
como en lo político. La cuestión social que motivó su aparición puede reputarse resuelta en buena
medida.
Es verdad que no todos los sectores sociales han alcanzado un estándar de vida aceptable, como
que el principio de igualdad de oportunidades resulta todavía una meta teórica, ya que las
desigualdades de hecho subsisten, y en ciertos casos son enormes. La participación ciudadana en
la vida pública es también relativa, y de vez en cuando se ve entorpecida por un subproducto del
sistema político, la partidocracia.
En las naciones subdesarrolladas, esto es, en los países con bajos ingresos per cápita (países del
tercer mundo), el constitucionalismo neoliberal-social resulta vulnerable. La objeción principal que
se formula es la ficción constitucional que significa la proclamación pomposa, en la ley suprema, de
un inagotable listado de fines, principios, postulados, derechos personales y sociales, mientras una
cruda realidad muestra situaciones de desigualdades irritantes, como explotación, analfabetismo,
desnutrición, pobreza, desatención médica y déficit habitacional, salarios indignos y jubilaciones
ínfimas.
Ese desajuste entre la norma y la realidad constitucionales, más acentuado en las áreas
económico-sociales, genera en varios países del tercer mundo un constitucionalismo neoliberal-
social "de derecho", utópico algunas veces (porque promete lo inalcanzable, con conciencia o no
de su irrealidad), gatopardista en otras (ya que las promesas constitucionales simulan un cambio
que en definitiva sólo se opera en las palabras) y ocasionalmente farisaico (en los casos donde la
constitución, impecable catálogo de ilusiones, sólo tiene por objeto ser exhibida hipócritamente en
la vitrina del derecho público comparado: caso de la constitución for export, es decir, inapta para el
consumo local). El momento actual exhibe, pues, el pase "del Estado de bienestar al Estado de
malestar" (García Cotarelo), o el nacimiento de un Estado post social (Porra Nadales), aunque para
otros la crisis del Estado social de derecho no es terminal, sino transitoria y generadora de un
Estado social corregido y mejorado (Pedro Planas), apto para purgarse de sus vicios y
exageraciones.
CONSTITUCIONALISMO MARXISTA. - Las objeciones al constitucionalismo marxista han sido de
dos órdenes.
a) En primer término, y en cuanto a la vigencia de los derechos personales, se objeta también su
fariseísmo, en particular ante la presencia de un "poder pesado", de corte totalitario, y de "reglas no
escritas", paralelas o superiores a la constitución formal, que de hecho instrumentan prácticas
oficiales de coerción y sanción a disidentes y contestatarios del sistema, a cargo del aparato
represivo del Estado. En lo económico, aun desde la misma filosofía marxista, se ha reprochado al
constitucionalismo oficial imponer una suerte de "capitalismo de Estado".
b) Por último, también desde sectores marxistas se ha apuntado la aparición de una nueva clase,
una "dictadura del partido", y no "del proletariado", nueva clase formada a la luz de las
disposiciones
constitucionales que, como el art. 6° de la Const. de la Unión Soviética de 1977, atribuían al Partido
Comunista la condición de "fuerza dirigente y orientadora de la sociedad", "núcleo de su sistema
político", definidor "de la orientación general del desarrollo de la sociedad". A lo expuesto se suma
el vaciamiento ideológico actual del marxismo, especialmente a partir del proceso de perestroika
iniciado en la Unión Soviética en 1985, transformación que ha repercutido profundamente en las
constituciones otrora marxistas de Checoslovaquia, Hungría, Polonia, Bulgaria, Rumania, e incluso
dentro de la misma Unión Soviética, hoy fragmentada en diversos Estados. Nos encontramos,
pues, ante un constitucionalismo marxista casi extinguido, abroquelado sólo en poquísimos países
(p.ej.; China, Vietnam, Cuba, Corea del Norte).
CONSTITUCIONALISMO CORPORATIVO - La crisis de este subtipo de constitucionalismo social
ha sido intensa, ya que prácticamente ningún Estado conserva sus bases esenciales, aunque sí
existan representaciones con ingredientes profesionales en algunos países de conformación
neoliberal-social (así, p.ej., el Tribunal de Garantías Constitucionales del Ecuador, según el art. 140
de su Constitución; o el Senado irlandés, a tenor del art. 18 de su Const. de 1937). De todos
modos, la estrecha vinculación del constitucionalismo orgánico o corporativista a fórmulas y
experiencias autoritarias y unipartidistas (no disimuladas, por lo demás, en esta variable) lo ha
deslegitimado en buena medida, aunque, desde luego, es posible programar una democracia
orgánica con auténticos derechos personales. Esta alternativa, sin embargo, exigiría una
demostración acabada de su real viabilidad y de la presencia de un fuerte consenso que la avale.
2
DERECHO INTERNACIONAL. Como el derecho constitucional trata la organización fundamental
del Estado, se ocupa en parte de su actuación internacional (así, p.ej., cuando disciplina cómo se
aprueban los tratados, su jerarquía, y cuando la Constitución se ocupa de su contenido: arts. 27 y
75, inc. 22, Consto nacional). Paralelamente, el derecho internacional público también condiciona
hoy al derecho constitucional. Así, por ejemplo, un instrumento como el Pacto de San José de
Costa Rica (Convención Interamericana de Derechos Humanos) impide, en tanto no sea
denunciado, que el Estado signatario desconozca en su constitución (o en el resto, del derecho
interno) los derechos que proclama dicho Pacto.
3
OMBUDSMAN. Institución jurídica de origen escandinavo que ejerce una función relacionada con
los poderes del estado. Su traducción aproximada es la de comisionado parlamentario (aunque en
otros países, como España, se lo llama defensor del pueblo; en Francia, mediador; en Portugal,
procurador de justicia). Su objetivo inicial fue fiscalizar la gestión de la Administración pública, por
parte del Poder Legislativo, de quien depende y a quien debe rendir cuenta de su gestión. Es,
también, en sus orígenes, un mecanismo propio de sistemas parlamentarios. Posteriormente, el
ombudsman ha tenido otras inserciones institucionales: como parte del Ministerio Público,
entendido éste como órgano extrapoder (art. 250/1, Const. Del Perú), o aun dentro de la órbita del
Poder Ejecutivo (p.ej., los executive ombudsman de ciertos Estados norteamericanos o el
mediador francés). Entre sus fines se ha incluido (en Latinoamérica) la "promoción, el ejercicio y la
defensa de los derechos humanos" (caso del art. 282, Const. de Colombia).
4
DERECHOS COLECTIVOS (O DE INCIDENCIA COLECTIVA). Actualmente, aparecen (por un
lado), los denominados derechos de la tercera generación (a la paz, a la comunicación, al
desarrollo, etc.) y (por el otro) los intereses colectivos, difusos, o de pertenencia difusa. La reforma
constitucional de 1994 les ha brindado reconocimiento a estos cuando, al regular la acción de
amparo, usa la expresión “derechos de incidencia colectiva en general”. Si, por ej., el derecho a un
ambiente sano y equilibrado ha recibido el nombre de “derecho” en el art. 41, que también emplea
el art. 42 para mencionar el plexo que se refiere a los consumidores y usuarios, parece que ya no
cabe discutir la categoría en la que incluimos esos “derechos” (si en la tradicional de derecho
subjetivo, o en la de derechos de la tercera generación, o en la de derechos de incidencia
colectiva, o en la de intereses difusos).Es sobradamente suficiente registrarlos en el texto
constitucional para prestarles recepción en cuanto situaciones jurídicas subjetivas a todos los
efectos, especialmente para deparar las garantías necesarias a su defensa. Ello tanto cuando la
violación se ha consumado como cuando haya menaza o riesgo de daño.
días", y sostiene el principio de la intransigencia ética (art. 8°). Sólo es permitido el ejercicio de
ciertos cultos (art. 13), y las leyes deben respetar, junto con la Constitución, las reglas del Corán
(art. 98), para lo cual existe un órgano de control de constitucionalidad llamado "consejo de los
custodios".
i) Algunos autores hablan incluso de neocontitucionalismo, al que se adcribirán Dworkin, Ferrajoli,
Zagrebelsky, entre otros, ya como teoría jurídica, ideológica o método, surgido a partir de la
segunda posguerra. Aun cuando no se encuentra esta concepción perfectamente delineada (más
bien, es heterogénea), pueden señalarse como rasgos principales, por ejemplo, una concepción
"invasora" u "omnipresente" de la Constitución, en el sentido que ella debe iluminar todo análisis
jurídico en cualquier rama del derecho; la visualización de la misma como un conjunto de normas,
pero sobre todo, de principios, y que debe procurar, más que la limitación del poder estatal, la
tutela de derechos fundamentales de la persona. Se atribuye a esta posición propiciar la
"ponderación" de derechos y bienes, para definir respuestas constitucionales; y propiciar una
"interpretación moral" de la Constitución (Comanducci). Para Prieto Sanchis, en un enfoque crítico,
el neoconstitucionalismo deriva hacia la "omnipotencia judicial", con un sensible arrinconamiento
del Poder Legislativo, dado que la indeterminación de los vocablos empleados en los documentos
constitucionales, más la exaltación de los principios sobre las normas, conduce a que sean los
jueces quienes delimiten en definitiva la esencia de la constitución y vigilen a los otros Poderes del
Estado.
PODER CONSTITUYENTE PROVINCIAL, REGIONAL Y MUNICIPAL. En los Estados federales es
usual que la constitución federal reconozca facultades constituyentes a las provincias, cantones,
Estados o como se denominen las partes integrantes de la federación. El derecho de una provincia
a dictar una constitución es, pues, un poder constituyente derivado de la constitución federal, de
tipo secundario, y debe ejercerse según las pautas y condicionamientos de ésta.
El poder constituyente derivado provincial también está sometido a las reglas internacionales
pactadas por el Estado federal o por la misma provincia (cuando está autorizada para actuar en el
ámbito internacional) y, asimismo, a las reglas constitucionales y legales provinciales preexistentes.
Ciertas constituciones admiten una fuerte autonomía municipal, concretada en la sanción por parte
de los municipios de cartas orgánicas que significan, para algunos, el ejercicio de un cierto poder
constituyente municipal.
El proceso constitucional argentino. La historia constitucional argentina tiene tres períodos bien
definidos:
a) el primero corre desde la Revolución de mayo hasta el fracaso de la Constitución de 1826 y la
caída del gobierno de Rivadavia; está caracterizado por la existencia de un sin número de
esfuerzos estériles por imponer una Constitución ideal en un país que no estaba preparado para
recibirla.
b) El segundo corre a lo largo del gobierno de Rosas y finaliza con el Acuerdo de San Nicolás de
los Arroyos principal antecedentes de la Constitución de 1853; es el escenario del gobierno
personal de Rosas de los caudillos provinciales, de la firma del Pacto Federal de 1831, y del
florecimiento intelectual de la Generación de 1837. Finaliza con el Pronunciamiento de Urquiza, la
derrota de Rosas en Caseros y el Acuerdo de San Nicolás. Sobre el final de este período brilla la
figura de Alberdi como oráculo principal del movimiento constitucional al servicio de la causa de
Urquiza.
c) El tercero arranca con la sanción de la Constitución de 1853 y se extiende hasta la primera
presidencia de Julio A. Roca.
En cuanto a las influencias que recibió el movimiento constitucional argentino a lo largo de estos
setenta años es preciso destacar que antes de la sanción de la Constitución de 1853 los diversos
esfuerzos constitucionales tuvieron orígenes intelectuales muy diferentes. Es innegable que hay en
esta primera etapa una miscelánea integrada por la influencia de la Revolución Francesa, la
Constitución de Cádiz de 1812 y por algunos elementos del constitucionalismo de los Estados
Unidos representado por el proyecto de Constitución de Mariano Moreno que están tomado casi
literalmente de la Constitución norteamericana. Sobre el final de la segunda etapa es clave la figura
de Alberdi y su proyecto de Constitución que finalmente no fue seguido por el Congreso
Constituyente de 1853, el que a impulsos de la influencia de Gorostiaga se volcó decididamente
por el modelo norteamericano lo que generó la célebre polémica entre Alberdi y Sarmiento,
también fogoso admirador éste último de aquel país.
Unidad 2: La Constitución
La constitución como límite del poder. La Constitución como pauta de organización del
poder. La constitución no es solamente un documento jurídico básico, sino también un instrumento
de gobierno que prescribe de manera concreta cual es la finalidad de la organización política y
cuáles son los caminos que se deberán seguir para alcanzarla. Con este significado, en la
constitución están expresados jurídicamente los grandes fines políticos de la sociedad y los
procedimientos articulados para su concreción. Una constitución real y efectiva se dicta; con la
finalidad de ordenar jurídicamente la convivencia social, proyectando al ámbito normativo la idea
política dominante en la sociedad que determino su creación. Para ello, prevé los instrumentos que
permitirán forjar las políticas globales y su ejecución concreta, requiriendo, tanto de gobernantes
como de gobernados, el fiel acatamiento de sus disposiciones y espíritu. En este significado
político, la constitución es un auténtico plan o programa de gobierno, al cual deberá ceñirse el
comportamiento social para realizar los objetivos determinantes de la creación de una organización
política global. La constitución refleja el cómo y el para qué fue establecida esa organización,
indicando el curso de acción que deberán seguir los detentadores del poder y los mecanismos
que habrán de aplicar para el logro de la finalidad constitutiva de la sociedad.
Fuentes del derecho Constitucional. Las fuentes formales y materiales La palabra “fuentes”
del derecho es multívoca. Muchos distinguen las fuentes de “las normas” (o del orden normativo) y
las fuentes “materiales”. Nosotros abordaremos la dualidad (fuentes del orden normativo, y fuentes
del derecho constitucional material).
a) Fuentes de las normas puede significar:
La “manifestación” o “constancia” de la norma, por la que sabemos que en el orden
normativo “hay” una norma; en este sentido, la fuente parece ser la misma norma;
El “acto de creación” o de establecimiento de la norma;
El conjunto de ideas, valoraciones, normas, realidades, etc., que sirve de inspiración para
el contenido de la norma;
b) Fuentes del derecho constitucional material, en cambio, alude a todo canal o carril por el cual
ingresa y se incorpora —o emigra un contenido en la constitución material; todo cuanto en ella
encontramos proviene de una fuente que engendra un derecho vigente en la dimensión sociológica
(no una norma sin aplicación ni eficacia). Con este enfoque es fácil admitir que el derecho
constitucional material recibe, o puede recibir, contenidos reales de diversas fuentes: de la misma
constitución formal, cuando ella funciona y se cumple; de leyes con contenido constitucional en
igual caso; de tratados internacionales en las mismas condiciones; del derecho no escrito
(consuetudinario y espontáneo); del derecho judicial, etc.; el derecho internacional no contractual
(es decir, surgido de la costumbre, y no de tratados y convenciones) funciona también como fuente
del derecho constitucional material.
Las fuentes del derecho constitucional argentino. Aplicando el esquema hasta aquí elaborado
al derecho constitucional argentino, observamos que nuestro estado tiene una constitución formal:
la de 1853 con sus ulteriores reformas de 1860, 1866, 1898, 1957 y 1994. Por consiguiente,
decimos que en el orden de las fuentes formales o de constancia, la primera fuente es la propia
constitución formal. A ella añadimos:
a) Normas escritas dispersas, como lo son las leyes dictadas por el congreso (ordinarias en cuanto
a origen y forma) que regulan materia constitucional; a título de ejemplo, señalamos la ley de
acefalía, la de ministerios, la de partidos políticos, la electoral, la de amparo, la de expropiación, la
de ciudadanía, etc. Las llamamos “leyes constitucionales” (por su materia o contenido). La reforma
de 1994, que ha dado a la constitución una textura muy abierta, derivó expresamente al congreso
la competencia para dictar numerosas leyes de complementación, determinación o reglamentación
de normas constitucionales.
b) Tratados internacionales, como los que versan sobre derechos humanos, sobre la integración a
organizaciones supraestatales, el Acuerdo de 1966 con la Santa Sede, la Convención de Viena
sobre derecho de los tratados, etcétera. La reforma constitucional de 1994 ha introducido una
importante modificación en este ámbito, cuando el art.75 inc. 22 reconoce a determinados tratados
de derechos humanos la misma jerarquía de la constitución.
El derecho espontáneo. Al derecho no escrito lo venimos llamando hasta ahora, para conservar
la denominación tradicional, derecho consuetudinario. Esta terminología proviene de atribuir a la
costumbre carácter de fuente material. Trabajado el tema en el derecho privado, se ha exigido para
el reconocimiento del derecho consuetudinario una serie de condiciones: a) muchos casos
análogos; b) repetición o frecuencia de conductas análogas en casos similares durante mucho
tiempo; c) el “animus” o convicción de su obligatoriedad. En el derecho constitucional material nos
topamos a veces con un derecho no escrito que responde a esa tipología consuetudinaria. No sería
difícil admitir que buena parte de la constitución no escrita o dispersa de Gran Bretaña es
consuetudinaria.
El derecho judicial. El derecho judicial funciona como fuente a través de un proceso similar al del
derecho espontáneo. La diferencia radica en que la conducta es cumplida por uno o varios
hombres que administran justicia—o sea, que en el orden de normas visualizamos como órganos
del poder judicial (jueces). Esa conducta es la que lleva acabo el juez al resolver una causa. La
norma individual que describe el reparto del caso es la sentencia.
Las fuentes en relación con la validez y la vigencia. Validez. La validez como cualidad posible
del derecho positivo proviene de su ajuste o conformidad a los valores jurídicos puros,
especialmente al valor justicia. El derecho positivo justo goza de validez, en tanto el derecho
positivo injusto (que sigue siendo derecho), es inválido, o carece de validez, aunque tenga vigencia
sociológica. Cuando la constitución es justa, la validez del derecho infraconstitucional se tiene por
cierta si se adecua a la constitución, pues a través de ésta viene a realizar el valor justicia.
Vigencia. A la vigencia la podemos desdoblar para hablar de: a) una vigencia normológica; b) una
vigencia sociológica. Normalmente, cuando se emplea el término vigencia sin calificativo alguno, se
suele aludir a la vigencia sociológica.
a) La vigencia normológica es la de las normas (u orden normativo), y consiste en que una
norma sea “puesta” en el mundo jurídico, y permanezca en él sin un acto formal de derogación,
abrogación, eliminación o supresión.
b) La vigencia sociológica se da en la dimensión sociológica del mundo jurídico, y requiere la
conducta ejemplarizada y la norma descriptiva (escrita o no escrita) con funcionamiento y eficacia.
Poder Constituyente. Este tema es arduamente disputado por la teoría constitucional, pues su
objeto se encuentra en el quid de la antinomia ser-deber ser. ¿A cuál de los dos campos
pertenece, o es que en él se da la síntesis? ¿El poder constituyente es realidad social o idealidad
normativa, proceso o producto? Como consecuencia de ello, se discute dónde se lo debe ubicar
dentro de los campos objetivos clasificados por la ciencia: ¿forma parte del derecho o está fuera
del mismo?, ¿es un objeto metafísico o es empírico?, ¿hay distintas clases de poder constituyente
o es uno e invariable? Pero no sólo la ubicación es discutida, también hay polémica acerca de si el
poder constituyente tiene límites o si es absoluto, y si es equivalente al concepto de soberanía y
competencia constitucional. Para nosotros, el poder constituyente es una relación social de mando
y obediencia a través de la cual la sociedad establece la distribución y el modo del ejercicio
monopólico de la fuerza. Para entender la relación social “poder constituyente” debemos analizar
sus elementos:
Relación social: es la clase de acción social que se caracteriza por tener su sentido (orientación
de la acción) recíprocamente referido entre los sujetos que intervienen en ella: cada sujeto de la
relación orienta la acción hacia el o los otros sujetos, ello en forma recíproca.
Poder: es la relación social de mando y obediencia. Sólo hay poder cuando el mandato de un
sujeto A es obedecido por un sujeto B (cualquiera sea la motivación de la obediencia): si no hay
obediencia no hay poder. La obediencia integra el poder, tanto como la capacidad de mando.
Constituyente: es el poder que, sin estar constituido, constituye, o que estando constituido cambia
la constitución. Constituir significa dar forma y, cuando del derecho se trata, equivale a determinar
(formar) el sentido objetivo de lo jurídico (porque en la sociedad hay otros sentidos objetivos: el
moral, el religioso, el usual). Vale decir, a establecer las reglas de funcionamiento y distribución
(competencias) del monopolio de la fuerza. De este modo resulta que el poder constituyente es un
ser social y no un deber ser; es proceso político y no producto jurídico; es un dato verificable
empíricamente y no un objeto captable metafísicamente. Por ello, en rigor, integra el campo de
estudio de la sociología política.
Poder constituyente originario y derivado: es clásica la distinción de la teoría constitucional
entre poder constituyente originario (también llamado revolucionario, fundacional o en la etapa de
primigeniedad) y poder constituyente derivado (constituido, reformador o en la etapa de
continuidad). Nosotros seguimos la distinción propuesta por Vanossi (3). Poder constituyente
originario es aquel que funda un Estado (fundacional) o que cambia su constitución por un medio
no previsto en ella (revolucionario). El racionalismo ha sostenido que habrá revolución cuando no
se respete el procedimiento previsto por la constitución para que ella sea reformada (a eso se le
llama ruptura de la lógica de los antecedentes normativos). En cambio, el decisionismo entiende
que habrá revolución sólo cuando se cambie la decisión fundamental sobre el modo y forma de
gobierno de un pueblo (no importa si la decisión tomada es buena o mala) y no cuando se reforme
una parte de la constitución que no afecte alguna decisión fundamental. Sus características son:
- Supremo: no hay otro poder por encima de él.
- Extraordinario: sólo se ejerce en casos de excepción.
- Ilimitado: no tiene restricciones jurídicas en sus posibilidades de acción. Sin embargo, este
aspecto ha sido controvertido.
¿Puede el poder constituyente originario sujetarse a una regulación normativa?
¿Corresponde afirmar que se ejerce como consecuencia de una competencia jurídica? Para
nosotros el poder constituyente no puede derivar de lo que crea porque el efecto no puede originar
la causa (dicho en lenguaje no causalista: lo condicionado no puede engendrar la condición); pero
ello no impide que el poder constituyente originario cumpla, por libre determinación, con reglas que
él, en un tiempo anterior, se hubiera fijado. Esto es inevitable, la acción humana no se produce en
un caos, fuera de toda regularidad; la sociedad, cuando se constituye, actúa conforme a reglas de
convivencia que pueden ser espontáneas o premeditadas, pero que orientan esa actividad. Esto no
implica que esas reglas de actuación del poder constituyente sean el fundamento de validez de la
constitución del Estado, porque una cosa es actuar conforme a reglas -lo que no puede dejar
lie ocurrir pues, de lo contrario, la acción del poder constituyente carecería de sentido y no podría
ser comprendida- y otra cosa muy distinta es actuar por imperio de una regla con competencia
otorgada o facultada por ella.
En síntesis, el poder constituyente originario puede estar normado, pero ello no quiere decir que él
actúe en virtud de una competencia otorgada desde afuera, pues dicha normación ha sido
engendrada por el propio poder constituyente por razones prácticas (para evitar el caos o procurar
consenso) y puede ser modificada por él en cualquier momento. Con estos alcances, entendemos
que se puede hablar de poder constituyente originario, frente al criterio de G. Carrió de que ello
implica siempre darle un pretendido sentido jurídico normativo con violación de los límites de ese
lenguaje carente de significado.
Poder constituyente derivado (reformador). es aquel cuyo ejercicio está regulado y limitado por
el poder constituyente originario a través de la constitución: para reformar el texto de la constitución
se debe cumplir con el procedimiento y respetar los límites que ella misma establece. En cambio,
cuando la modificación no se traduce en la letra de la constitución estamos en presencia de una
mutación constitucional. El racionalismo acepta la reforma total o parcial del texto de la
constitución, si se cumple con los recaudos normativos. En oposición, el decisionismo sostiene que
por esta vía no se puede cambiar la constitución: sólo cabe modificar las normas que no afecten a
las decisiones fundamentales. A su vez, el iusnaturalismo entiende que no se pueden modificar
aquellas partes de la constitución que sirven de sustento a su estructura ideológico- valorativa. Por
su parte, según lo entiende tradicionalmente la teoría, actúa de acuerdo con el procedimiento que
le ha establecido el originario y con las limitaciones establecidas en el marco de competencia
constitucional. Para nosotros, esto significa lo siguiente:
- Si el llamado poder constituyente derivado se sujeta a normas y limitaciones cuando reforma la
constitución, lo hará porque le resulta conveniente o porque por razones de oportunidad política no
juzga beneficioso apartarse de ellas, pero no porque la constitución se lo imponga, pues, si fuera
así, los desvíos del constituyente derivado deberían ser declarados inconstitucionales por otro
poder que pasaría a ser, automáticamente, el poder constituyente.
- En consecuencia, no hay para nosotros diferencia entre el poder constituyente originario y el
derivado, en el sentido de que uno sea supremo y el otro no. Más allá de cualquier valoración, la
diferencia sólo existe de hecho: si el poder constituyente cumple con las disposiciones
constitucionales que regulan su acción, se lo denomina derivado (procesalmente); si no lo hace, se
lo denomina originario. Pero el derivado puede, cumpliendo con las prescripciones de la
constitución, modificar en el todo o en cualquiera de sus partes a la constitución; en tal sentido el
poder constituyente derivado puede hacer una revolución como la puede hacer el originario,
siempre dependiendo de su efectividad. El tema de la revolución y de la reforma constitucional
precisa un tratamiento por separado que efectuamos más adelante. En suma, para nosotros el
poder constituyente es único e indivisible, porque -se ejerza como se ejerza- es el mismo poder
constituyente; no cabe distinguir entre poder constituyente originario y derivado.
Orden constituyente y orden constitucional: El orden constituyente es el conjunto de reglas que
regulan el nacimiento o formación del poder constituyente, sea que dichas reglas surjan
espontáneamente (como reglas de previsión de la normalidad) o premeditadamente (como
normatividad). Es decir, que el orden constituyente regula la actividad del poder constituyente,
incluso con normas que pueden ser jurídicas (debidas), pero no respecto a la formación de la
constitución, sino respecto a la formación del poder constituyente. El orden constitucional, creado
por decisión fundamental del poder constituyente, no deriva de ninguna normación jurídica superior
que le dé validez: él es producto de aquella decisión fundamental. Luego de creado, el orden
constitucional funciona a través de un proceso dinámico de aplicación-creación normativa,
cumplido en cada grado de este: el legislador aplica la constitución y crea la ley; el administrador
aplica la ley y crea el reglamento; el juez aplica la ley y el reglamento y crea la sentencia.
Finalmente, el órgano de aplicación de la sentencia (agente de policía u oficial de justicia) la
ejecuta sin crear norma alguna. Este tema es abordado en el principio de supremacía.
Límites al poder constituyente: la teoría constitucional sostiene la existencia de límites en el
ejercicio del poder constituyente. Esto puede ser una verdad de Perogrullo en la medida en que
este poder es una relación social y sabemos que toda relación humana está condicionada.
El proceso político condiciona al poder constituyente sea que éste se ejerza como normatividad o
como normalidad; precisamente en dicha confrontación está el límite recíproco entre los dos planos
que constituyen la constitución total del Estado. Analizaremos las limitaciones que la teoría
constitucional propone respecto del poder constituyente (Jellinek y Vanossi, 3).
Límites extrajurídicos: son absolutos pues no se pueden dejar de lado:
- Ideológicos: el conjunto de valores o postulados emanados de la ideología predominante cuando
actúa el poder constituyente (es la superestructura de normas no jurídicas formada por los valores
vigentes en la sociedad).
- Materiales: el conjunto de condiciones que determinan la infraestructura social (lucha de clases o
sistema de producción, situación geográfica o desarrollo económico).
Límites jurídicos: para nosotros el derecho no puede limitar al poder constituyente; sólo lo puede
formar u orientar en su acción. Según la teoría, dichos límites son:
- Procesales: conjunto de reglas que establecen el procedimiento de actuación del poder
constituyente; trámite para la reforma o plazos de prohibición para reformar; siempre son expresos.
- Sustantivos: conjunto de directivas que aspiran a orientar la labor del poder constituyente que, a
su vez, pueden ser:
I. Expresos: Cláusulas pétreas o inmodificables (que para nosotros no tienen otro carácter que el
de una pretensión ideológica de quienes las colocaron para preservarlas); o directivas dirigidas al
constituyente por quien lo convoca (serán cumplidas por razones de conveniencia política).
II. Tácitos: contenidos pétreos que surgen del espíritu intangible emanado de la tradición (para
nosotros, de existir estos contenidos, sólo los puede reconocer el poder constituyente).
- Pactos preconstituyentes: son ordenaciones (procesales o sustanciales) dirigidas a constituir el
poder constituyente; sus determinaciones no lo limitan, pues son producidas por él mismo
autónomamente (ej., nuestro Acuerdo de San Nicolás de 1852).
- Tratados internacionales: Son ordenaciones (procesales o sustanciales) que no limitan el poder
constituyente pues han emanado, en forma autónoma, del mismo. Si no fuera así se habría
formado un listado de superior nivel cuyo poder constituyente sería supremo: en el caso de
formación de un Estado federal por vía de tratado, el poder constituyente de los Estados miembros
se convertiría en una suerte de poder constituido; en el caso del establecimiento de un
protectorado o una intervención sobre otro Estado por un tratado, implica la supresión del poder
constituyente del Estado que ha entrado en dependencia (Vanossi, 1), como el caso de Cuba
durante 1903/1933 bajo el control de los EE. UU. (la conocida “Enmienda Platt”).
Titularidad y ejercicio del poder constituyente: en la teoría constitucional es clásica esta
distinción. Se dice que el titular de este poder (el pueblo, la nación, el Estado llano, Dios, según las
distintas concepciones) tiene dicho poder en “potencia”, y que sólo lo ejerce a través de “actos”
realizados por sus representantes (que ponen en presencia al ausente que no puede estar
presente).
- Esta diferenciación entre titularidad y ejercicio del poder constituyente no es válida para la
sociología política como ciencia que describe a dicha relación social. La distinción encuentra
fundamento en consideraciones metafísicas o ideológicas. Es metafísica la distinción entre
potencia y acto del poder constituyente (de neto corte aristotélico), la sociología no puede verificar
potencias sino actos efectivos. Es ideológica dicha distinción pues tiene como misión la
legitimación o justificación del ejercicio del poder constituyente por parte de quienes representan al
titular de este. En suma, la sociología política no puede admitir la distinción entre titularidad y
ejercicio del poder constituyente ya que la descripción del poder constituyente nos lo muestra
solamente como ejercicio electivo dirigido a organizar el monopolio de la fuerza en la sociedad.
- Dicho ejercicio puede ser efectuado a través de actos que otorgan o imponen la constitución a
quienes deben obedecerla; en este caso, se dice que el poder constituyente se ha ejercido
autocráticamente, porque quienes deben obedecerla no han intervenido en el acto de otorgamiento
(o ejercicio heterónomo del poder constituyente, destacándose el carácter impuesto de la
constitución). En cambio, cuando el ejercicio del poder constituyente se efectúa con intervención de
los que deben obedecer a la constitución, se dice que dicho ejercicio es democrático (o ejercicio
autónomo del poder constituyente pues los destinatarios de la constitución concurren a crearla).
Validez de la constitución: es el criterio para determinar la pertenencia de una constitución dentro
de un sistema u ordenamiento jurídico. Cuando decimos que una constitución es válida es porque
afirmamos que ella pertenece (existe) a un determinado ordenamiento. Hay tantos criterios de
validez constitucional como teorías constitucionales, según ya vimos al abordar la tipología de
conceptos de constitución:
- Para el historicismo la validez de una constitución depende de su correspondencia con el pasado
o devenir histórico, según sus distintas tendencias.
- Para el normativismo iusnaturalista la validez de una constitución depende de su concordancia
con los principios axiológicos que postula la escuela, en especial con la Justicia.
- Para el normativista iuspositivista la validez de una constitución depende de que haya sido
dictada de acuerdo con los procedimientos normativos previstos; pero no da respuesta sobre la
validez de la primera constitución, cuestión que pretende ser solucionada dentro de la tendencia
por la teoría pura del derecho. Para ésta, la validez de una constitución está dada por una norma
supuesta (no puesta) o hipotética (la norma fundamental) que tiene este enunciado: si A manda y B
obedece generalmente, entonces debe ser que A mande y B obedezca.
- Para el sociologismo la validez de una constitución equivale a la efectividad de esta con los
factores reales y efectivos de poder.
- Para el decisionismo la validez de una constitución radica en que respete las decisiones
fundamentales del pueblo sobre su modo y forma de gobierno.
- Vigencia de la constitución: es el grado de probabilidad de que ella sea aplicada por los órganos
públicos en el futuro, sobre la base de su eficacia en el pasado hasta el presente.
- Efectividad de la constitución: es la obediencia y acatamiento a la constitución por parte de todos
los destinatarios de esta (órganos públicos y particulares).
Revolución, reforma y evolución: Los términos del acápite suelen ser la piedra de toque de
posiciones ideológicas encontradas y objeto de enconadas disputas en el terreno de la teoría. Sin
embargo, las entidades significativas mencionadas en los conceptos revolución, reforma y
evolución tienen entre sí zonas grises que dificultan su diferenciación. Los tres conceptos apuntan
al cambio o modificación en la estructura de la constitución.
- Su diferenciación no puede salir de una alternativa cuantitativa o cualitativa. Si se elige una
opción cuantitativa la revolución será un cambio más rápido, y la evolución un cambio lento; la
revolución modificará muchos aspectos de la vida social, en cambio, la evolución y la reforma,
menos. Si se opta por el criterio cualitativo, la revolución cambiará la substancia (lo esencial), la
reforma lo accesorio (lo no esencial) y la evolución, aunque modifique lo principal, conservará
mucho de ello.
- Además, muchas veces no se podrá negar que, aunque el cambio sea brusco y substancial
(revolución), ello se ha producido luego de la culminación de un proceso (evolución): tal el caso de
las revoluciones francesa de 1789, rusa de 1917 o cubana de 1959. Todo esto muestra la
relatividad de los términos y lo difícil que resulta hacer precisiones al respecto.
- El estudio de la temática de la reforma constitucional en la Argentina lo abordamos al desarrollar
el principio de estabilidad. Por otra parte, se vuelve sobre la noción de revolución para diferenciarla
de los golpes de Estado que engendran los denominados gobiernos de facto, al estudiar estos
últimos en el Libro Tercero de esta obra.
El artículo 30 de la Constitución Nacional. Con respecto al tema de la Reforma Constitucional, el
artículo 30 de la Constitución argentina establece: La Constitución puede reformarse en el todo o
en cualquiera de sus partes. La necesidad de reforma debe ser declarada por el Congreso con el
voto de dos terceras partes, al menos, de sus miembros; pero no se efectuará sino por una
Convención convocada al efecto. Es una constitución que podría clasificarse, en un principio, como
rígida, ya que este artículo 30 dispone un procedimiento más dificultoso que el utilizado para dictar
la legislación ordinaria y la intervención de un órgano extraordinario como es la citada Convención.
- Sin embargo, luego de la reforma de 1994, nuestra Constitución ha dejado de ser totalmente
rígida a partir de la novedosa semirrigidez normativa prevista para dotar de jerarquía constitucional
a aquellos tratados de derechos humanos que no la tienen por el texto constitucional por la
intervención del Congreso con una mayoría muy agravada como lo dispone el artículo 75, inciso
22, párrafo 3° CN, que nosotros denominamos función semiconstituyente del P. L. (este tema se
desarrolla en principio de supremacía al abordar la problemática de los tratados de derechos
humanos luego de la reforma de 1994). Asimismo, el Congreso con igual mayoría agravada y el P.
E. N. pueden denunciar algunos de los tratados que ostentan jerarquía constitucional según lo
dispone el artículo 75, inciso 22, párrafo 2° in fine, CN (ver procedimiento de celebración de
tratados en atribuciones exclusivas del gobierno federal).
- El citado artículo 30 de la Constitución Nacional también establece que la Constitución puede ser
reformada el todo o en cualquiera de sus partes, por lo que se podría decir que no es pétrea ni
tampoco contiene cláusulas pétreas.
Las reformas constitucionales en la Argentina: reseñamos sucesivamente el trámite y,
especialmente, el contenido de las reformas a la Constitución Nacional de 1853, salvo la de 1994
que, por ser estudiada en sus diversos aspectos en esta obra, solo mencionaremos aquí sus
antecedentes inmediatos y aspectos procedimentales. Obviamente dejamos de lado las
modificaciones producidas en 1966 y 1976 por los gobiernos militares que condicionaron y/o
suspendieron parcialmente la vigencia de la Constitución. Sin embargo, se incluyen las reformas de
1957 y 1972 por haber perdurado en su vigencia durante gobiernos de iure.
Reforma de 1860: En esta ocasión, la Constitución de 1853 no ordeno la actividad del poder
constituyente, pues no se respetó lo dispuesto por los originarios artículos 30 y 51 (se prescindió
de la prohibición de reformar la Constitución antes de los diez años de su jura y no se cumplió la
exigencia de que fuera el Senado el que iniciara la reforma). Fue el Pacto de San José de Flores
del 11 de noviembre de 1859 el que permitió la incorporación de Buenos Aires, la que propuso el
plan de reformas (formulado por una Convención provincial) luego aprobado por la Convención
Nacional ad hoc.
Reforma de 1866: Se ajusto al artículo 30 CN con la característica de que la ley declarativa se
aprobó con los dos tercios de los miembros efectivos de las Cámaras.
Reforma de 1898: Se cumplió con el procedimiento del articulo 30 CN: la ley declarativa se aprobó
con los dos tercios de la totalidad de los miembros, y la Convención se negó a tratar iniciativas
sobre temas no incluidos por aquella; a su vez, no hizo lugar a algunas reformas propuestas.
Reforma de 1949: Con frecuencia la doctrina (rata esta reforma como un cambio de Constitución;
sin embargo, no se modificó la estructura básica constitucional (no se alteraron la forma de
gobierno ni la consagración de los derechos individuales). Introdujo los derechos sociales, la
función social de la propiedad y la regulación de las fuentes de energía, inspirado ello por el
constitucionalista Arturo E. Sampay. Desde el punto de vista formal, se destaca que la ley
declarativa se sanciono con la mayoría especial computada sobre los miembros presentes de cada
Cámara; además, no se fijaron temas especiales para su debate y resolución por la Convención.
Reforma de 1957: El poder constituyente no ordeno su actividad por el articulo 30 CN: la
declaración de la necesidad de la reforma y la convocatoria a la Convención reformadora las
produjo el gobierno de facto establecido a partir del golpe de Estado de 1955, luego de declarar,
invocando sus “poderes revolucionarios”, vigente la Constitución de 1853 con las reformas de
1860, 1866 y 1898, y la exclusión de la de 1949, y dejando sin efecto las constituciones
provinciales sancionadas durante el gobierno depuesto (Proclama del 27-4-56). La Convención
reformadora fue elegida por el pueblo, con la proscripción del partido político despojado del
gobierno; una vez reunida, y habiendo aprobado escasas modificaciones, abruptamente se queda
sin quorum justamente cuando correspondía tratar normas similares al famoso artículo 40 de la
Constitución de 1949, y la Convención se disuelve en un santiamén (Sampay, 3); así expiro su
plazo de funcionamiento sin haber considerado la mayoría de la gran cantidad de temas
propuestos.
Reforma de 1972: Tampoco en este caso se cumplió con la regulación del articulo 30 CN, pues el
poder constituyente fue ejercido (sin convocatoria a una Convención Constituyente) por la Junta de
Comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas que ocupaban el poder desde 1966, a cuyo fin
ordeno su tarea por medio de la “Ley Declarativa Fundamental”, sancionada en ejercicio de
“poderes revolucionarios” (ley de facto 19.608). En cumplimiento de ello, la Junta dicto el “Estatuto
Fundamental” que introdujo reformas transitorias a la Constitución Nacional. Estaba prevista su
vigencia hasta el 24 de mayo de 1977. Si una Convención Constituyente no decidiera acerca de su
incorporación definitiva al texto constitucional, o su derogación total o parcial, antes del 25 de
agosto de 1976, su vigencia quedaría prorrogada hasta el 24 de mayo de 1981. El golpe de Estado
de 1976 le hizo perder total vigencia.
Reforma de 1994: Se arribo a esta reforma con momentos de tensión y repudios políticos a partir
de la iniciativa del oficialismo de obtener la habilitación constitucional para la reelección
presidencial, lo que, originariamente, se plasmó en un proyecto de ley declarativa presentado a
mediados de 1993 ante la Cámara de Senadores.
- Frente a la imposibilidad de obtener la mayoría exigida por el articulo 30 CN en esa Cámara, el
gobierno cambio rápidamente su propio proyecto por otro del senador por San Juan (L. Bravo),
sustancialmente distinto, pero que incluía la reelección inmediata. Este proyecto si fue aprobado
por el Senado en octubre de 1993; al pasar a Diputados para su revisión, ante la resistencia de la
oposición en dicha Cámara, el P. E. N. convoco a una consulta popular voluntaria y no vinculante
sobre la necesidad y oportunidad de la eventual reforma, que se realizaría en noviembre de 1993
(dec. 2181/93 y dec. 2258/93).
- En esas circunstancias se llega al sorpresivo e inédito acuerdo entre los presidentes del Partido
Justicialista y de la Unión Cívica Radical (Menem-Alfonsín), conocido como “Pacto de Olivos” (14-
11-93, perfeccionado el 13-12-93), cuyo contenido acordaba las pautas reformistas (que y como se
debía modificar). Este acuerdo fue duramente objetado por su origen (de carácter cerrado, sin
participación de las fuerzas políticas del país) y por su contenido (introducir, con todo detalle,
clausulas constitucionales ya redactadas que la futura Convención Constituyente solo podría
aprobar o no en bloque, sin modificación alguna).
- El “Pacto de Olivos” determino, por una parte, que se dejaran de lado tanto la media sanción del
Senado del proyecto Bravo como la consulta popular (suspendida por dec. 2839/93), y, por otra
parte, condujo rápidamente a la sanción de la Ley 24.309 (diciembre ’93) que reprodujo el citado
acuerdo.
La división de poderes. Ejecutivo, Legislativo y Judicial. La Constitución nacional enuncia una
serie de atribuciones para cada poder que ella estructura. Tales competencias son las explícitas o
expresas. En tal sentido, se pueden consultar, por ejemplo, los arts. 75 y 99, referidos a los
poderes Legislativo y Ejecutivo, respectivamente, y el art. 116, concerniente al Poder Judicial. El
ejercicio de esas competencias se analizará en oportunidad de estudiarse cada una de las áreas
asignadas al Gobierno federal. Pero los poderes del Estado tienen también facultades implícitas
(también llamadas "incidentales" o "instrumentales genéricas"), tal como lo veremos seguidamente.
Como pautas generales de la doctrina de los poderes "implícitos" e "inherentes" o "esenciales" a
los órganos del Estado, nuestra Corte Suprema ha dicho que son los necesarios para el ejercicio
de los expresamente conferidos por la Constitución ("Lino de la Torre", Fallos, 19:231); que varían
con el tiempo, en función del contexto de vida; que mediante ellos, un poder no puede válidamente
arrogarse competencias de otro o lesionar derechos de los particulares; que los poderes implícitos
son auxiliares y subordinados a los expresos; y que deben compatibilizarse con el diseño
dogmático y orgánico de la Constitución ("Peláez", ED, 166-91). También puede reputarse poder
implícito de un órgano del Gobierno nacional, admitir que se encuentra autorizado a elegir los
medios que a su juicio fuesen los más conducentes para el mejor desempeño de los poderes
expresos, siempre que esos medios no fuesen incompatibles con alguna de las limitaciones
impuestas por la misma Constitución ("Molinas", Fallos, 314:1091).
A) Poder legislativo. El art. 75, inc. 32, de la Const. Nacional establece (después de enumerar las
competencias del Congreso) que le corresponde: "Hacer todas las leyes y reglamentos que sean
convenientes para poner en ejercicio los poderes antecedentes, y todos los otros concedidos por la
presente Constitución al Gobierno de la Nación Argentina". En concreto, este inciso habilitó al
Congreso para programar los medios e instrumentos convenientes (no sólo los indispensable) para
efectivizar las atribuciones enumeradas en los treinta y un incisos anteriores del art. 75. La Corte
Suprema ha advertido que esa actividad debe ejercerse respetando las demás cláusulas de la
Constitución ("Jefatura de Policía de Concordia" Fallos 139:259 y "F. C. de Sud", Fallos, 183I: 190)
y que, en definitiva, no "crea", atribuciones de fondo, sino operativas: la de elegir las 'vías y medios
para cumplir con aquéllas ("Suárez", Fallos, 121:205).
B) Poder ejecutivo. También se entiende que el presidente cuenta con los medios e instrumentos
para ejercer sus competencias constitucionales, y las emergentes de la ley. La Corte Suprema ha
dicho que, en la práctica de esos poderes, necesarios para que el Poder Ejecutivo cumpla con sus
cometidos, no hay usurpación de autoridad ("Roca", Fallos, 277:380, y "Santoro", Fallos, 272:231).
En "Bianchi" (Fallos, 248:398), habló de "facultades implícitas que son inherentes a todo poder
estatal"; y en "Orfila", que "para poner en ejercicio un poder conferido por la Constitución a
cualquiera de los órganos de Gobierno nacional, es indispensable admitir que éste se encuentra
autorizado a elegir los medios que, a su juicio, fuesen los más conducentes para el mejor
desempeño de aquellos, siempre que no fuesen incompatibles con alguna de las limitaciones
impuestas por la misma Constitución" (Fallos, 154:200).
C) Poder judicial. La Corte Suprema ha manifestado que, como órgano superior y cabeza de uno
de los poderes del Estado, tiene facultades implícitas, connaturales e irrenunciables para
salvaguardar el libre ejercicio y la eficiencia de la función específica que deben desempeñar los
jueces; por ejemplo, para obligar al Poder Ejecutivo a respetar lo indicado por un magistrado sobre
el lugar de detención de un preso ("Berrueta", Fallos, 301 :205), o conferir operatividad a la
garantía de la intangibilidad de las remuneraciones judiciales ("Bonorino Peró", Fallos, 307:2174), o
para hacer ejecutar sus decisiones ("Sosa", Fallos, 325:2723).
C) Poder constituyente. Hemos visto también que la asamblea o Convención Constituyente tiene
poderes inherentes a su condición de cuerpo del Estado, bien que ellos están recortados por las
prescripciones de la ley de convocatoria.
Importancia y subfunciones del sistema de relaciones y controles. política de equilibrio.
como directriz general puede puntualizarse, al decir de la Corte Suprema, que, dentro del sistema
republicano patrocinado por la Constitución, el accionar de los poderes del Estado debe ser
armónico y coordinado, y que, aun cuando ellos tengan atribuciones exclusivas, deben asistirse,
complementarse y controlarse entre sí. Caso contrario, se descompensaría el sistema
constitucional ("Lona", Fallos, 327:46).
- El sistema de relaciones y controles puede ser intraórgano, cuando se plantea en el interior de un
órgano del Estado, o extraórgano (Loewenstein), cuando un órgano vigila a otro. Asimismo, dicho
sistema origina subfunciones que se presentan dentro de un régimen de control extraórgano, tales
como las siguientes:
A) Subfunción electiva. Cuando un órgano interviene en la integración de otro.
B) Subfunción cognoscitiva e inspectiva. Tiene lugar si un órgano averigua y fiscaliza la gestión de
otro.
C) Subfunción integrativa. Cuando la voluntad de un órgano es necesaria, junto con la de otro, para
adoptar una decisión (acto complejo).
D) Subfunción reguladora. Se lleva a cabo si un órgano influye en las resoluciones que otro debe
tomar.
E) Subfunción sancionadora. prevista para el caso de que un órgano pueda castigar a otro, ante la
comisión de ciertas infracciones. en definitiva, la constitución nacional programa una política de
"equilibrio de poderes" ("pérez", fallos, 310:1090, y "peyrú", fallos, 310:1402, y sus citas).
- Relaciones y controles del poder constituyente. Este poder está autocontrolado por el reglamento
que él mismo se dicte, mientras que el control extraorgánico está principalmente a cargo del
congreso, cuando ejercita el poder preconstituyente mediante la ley de convocatoria. el poder
judicial puede igualmente controlarlo cuando declara la inconstitucionalidad de una reforma
constitucional (csjn, "fayt", fallos, 322:1616). A su turno, el poder constituyente puede controlar a
los otros poderes del estado, verbigracia, reduciendo el mandato del presidente o el de los
legisladores, en tanto la ley de convocatoria lo haya habilitado.
- Relaciones y controles del poder electoral. Se encuentra controlado por el congreso, por ejemplo,
cuando dicta el código nacional electoral y establece los regímenes de representación; por el
presidente, mediante los decretos de convocatoria a elecciones, y por el poder judicial, mediante la
aprobación de boletas y candidaturas. por su parte, el poder electoral influye en el congreso y en el
presidente con papeles integrativos, al cubrir en los comicios las vacantes respectivas.
- Relaciones y controles del congreso. se presentan estas situaciones.
A) Como sujeto controlado. el control intraorgánico verbigracia, cuando una sala del Congreso
revisa los proyectos aprobados por la otra, o cuando una cámara castiga a uno de sus miembros
(arts. 66 y 70, Const. nacional). El extraorgánico se presenta, por ejemplo, si el presidente convoca
al Congreso a sesiones extraordinarias o de prórroga, o si el Poder Judicial declara inconstitucional
a una ley.
B) Como sujeto controlador. Teóricamente el Poder Legislativo debería ser el "gran controlador".
Así, disciplina al poder constituyente mediante su poder de convocatoria, Y al poder electoral,
según apuntamos ya, mediante la sanción del código respectivo y la legislación reguladora de la
representación política, además de ser juez de las elecciones, derechos y títulos de los
legisladores (art. 64, Const. nacional).
Estado federal. El Estado federal es una especie descentralizada de la organización
política global, en la cual coexisten varios centros de poder autónomo —Estado local, provincia,
lander, cantón— y un foco aglutinante de poder soberano. A diferencia de lo que acontece con la
confederación, el poder soberano no es compartido en cuanto a su titularidad. Cabe arribar a tal
conclusión tras analizar las cuatro posturas que han sido expuestas sobre la sede del poder
soberano. Conforme a la primera, la titularidad del poder reside en el poder constituyente cuyo
ejercicio origina al Estado, y al cual quedan sujetos en el ejercicio del poder tanto el gobierno
central como los gobiernos provinciales.
- Entendemos que, mediante el ejercicio del poder constituyente originario se gesta el surgimiento
de un Estado por entidades dotadas, hasta ese momento, de poder soberano. Pero, una vez
constituido el Estado, la titularidad del poder reside en la organización global porque, en definitiva,
el poder constituyente es una simple expresión del poder de esa organización. En la segunda de
las posturas, y admitiendo la indivisibilidad del poder político, se afirma que su titularidad reside en
los Estados locales. Si así fuera, la pluralidad de poderes soberanos coexistentes determinaría que
no existiera diferencia fundamental alguna con la confederación. El Estado federal sería una forma
bajo la cual podría exteriorizarse una confederación, con lo cual el Estado federal no podría ser
considerado como una forma especial de la sociedad política global.
- En la tercera se afirma que el poder soberano reside tanto en las provincias como en la nación
organizada políticamente. Entre el Estado federal y las provincias se distribuyen áreas de
competencias exclusivas en las cuales, cada una de esas entidades, ejerce su poder soberano.
Esta hipótesis presenta un inconveniente similar a la anterior. Si cada Estado local conservara su
poder soberano, podría ejercer los derechos de nulificación y secesión propios de una
confederación y no de un Estado federal. Aunque las provincias decidieran, en el acuerdo de unión,
limitar el ejercicio de esos y otros derechos, la circunstancia de que conserven su poder soberano
significa que no habría una transferencia de este sino solamente una delegación
sobre materias determinadas y, la delegación, es esencialmente revocable.
- La cuarta postura, que compartimos, indica que la titularidad del poder soberano reside
únicamente en la entidad nacional y su ejercicio se reserva al gobierno nacional. La unión
constitutiva de la federación implica una transferencia de los poderes soberanos de las provincias
al Estado federal. Se trata de una transferencia total, absoluta, definitiva e irrevocable.
En cuanto a las atribuciones que constitucionalmente se reservan los Estados locales, no son
expresiones de un poder soberano sino de un poder autónomo que está subordinado a la potestad
política suprema atribuida a la entidad global.
- La característica básica del Estado federal consiste en presuponer la preexistencia de
organizaciones globales con poder soberano que, en virtud del acuerdo documentado en la
Constitución que se sanciona, transfieren ese poder a la nueva estructura política creada por ellas.
Aquellas organizaciones globales, quedan desprovistas de su poder soberano y conservan,
solamente, las atribuciones propias de las entidades autónomas. Al ceder su poder soberano en
forma definitiva y sin límites, las entidades que constituyen la federación pierden su independencia
originaria y la personalidad jurídica internacional que tuvieron hasta ese momento. Ambos atributos
se concentran en el Estado federal.
- La unión concertada que genera una federación es permanente y definitiva. De manera que las
entidades que forman la federación no pueden ejercer los derechos de nulificación y secesión
propios de una estructura confederada y que es consecuencia de la expresión de un poder
soberano. La organización del Estado federal, que se establece en la Constitución en cuanto a la
vinculación existente entre la estructura central y las locales atinentes al ejercicio del poder, se
concretan mediante una distribución de competencias entre el Estado federal y los centros de
poder autónomo.
- La distribución de competencias se traduce en una serie de relaciones de subordinación,
participación y coordinación. Las relaciones de subordinación se extienden a las áreas propias del
Estado federal determinando la supremacía de este sobre las provincias. Las relaciones de
participación se traducen en la potestad reconocida a los centros de poder autónomo para
intervenir en la adopción de ciertas decisiones que se imputan al Estado federal y que son
adoptadas por el gobierno nacional. Las relaciones de coordinación son las que armonizan la
manifestación simultanea y complementaria de un poder soberano y una pluralidad de poderes
autónomos evitando superposiciones y conflictos.
- Con referencia a la función constituyente, si la titularidad del poder político soberano reside en el
Estado federal, el poder constituyente primario solo puede manifestarse en su seno y no en las
entidades autónomas. Estas carecen de un poder constituyente propiamente dicho, de carácter
primario, y solamente conservan en la materia una potestad de segundo grado que está
subordinada a los imperativos constitucionales de la relación de mando y obediencia generados
por el Estado federal. Se les reconoce un poder constituyente derivado de la Constitución nacional.
- Así lo establece el art. 50 de la Constitución nacional que, además de imponer a las provincias la
obligación de sancionar una Constitución local, dispone que ella debe respetar el sistema
representativo republicano de acuerdo con las reglas contenidas en la Constitución nacional, y
prever su administración de justicia, su régimen municipal y asegurar la educación primaria. El
cumplimiento de tales obligaciones es condición para que el Gobierno federal garantice a las
provincias el funcionamiento de sus instituciones locales. Las modalidades que presentan las
organizaciones políticas globales son esencialmente dinámicas. También lo son las
correspondientes al Estado federal que, como especie de aquella categoría, se concretó
especialmente en el curso del siglo XIX como formula política satisfactoria para colmar los
imperativos de la idea política dominante en ciertas comunidades nacionales.
- Sin embargo, y a diferencia de lo que acontece con otras especies de organizaciones políticas
globales, el Estado federal presupone un particular equilibrio entre las fuerzas centrípetas y
centrifugas que se exteriorizan en el proceso político interno. Si el equilibrio se altera por el
predominio de la centralización, el Estado federal se transformará en un Estado unitario, aunque
pueda conservar nominalmente la estructura de una federación. Si la alteración es gestada por el
predominio de la descentralización, el Estado federal podrá ser sustituido por una pluralidad de
Estados dotados de poder soberano o por una confederación. Sin llegar a una transformación en
un Estado unitario, el Estado federal también puede ser absorbido parcialmente por una entidad
supraestatal, aunque razonablemente el proceso evolutivo indica que, normalmente, aquella
transformación precede a la absorción.
- En efecto, si analizamos el desarrollo histórico de las organizaciones políticas globales,
advertimos una tendencia general hacia la centralización. Alianzas, uniones, confederaciones,
Estados federales y unitarios determinan una paulatina concentración del poder. Centralización
cuya máxima expresión en el inicio del siglo XXI es la constitución de una entidad supraestatal, ya
sea bajo la forma de una confederación o federación de Estados.
Estado unitario. El Estado unitario es la especie de la organización política global que presenta
mayor grado de centralización, tanto política como administrativa. En principio, todas las
atribuciones gubernamentales, ya sean legislativas, ejecutivas o judiciales, están concentradas en
un gobierno central y único, sin perjuicio de su eventual delegación parcial en ciertas autoridades
administrativas locales sujetas, en orden a su funcionamiento, al control permanente del gobierno
central.
- Tanto el poder soberano, como la potestad autónoma se consolidan, en su totalidad, en el
gobierno central sin que existan subdivisiones políticas originarias o preexistentes como acontece
en el Estado federal. Toda autoridad y todo poder están concentrados en un centro único y de
manera originaria. La existencia de un centro único de poder soberano y autónomo determina que
las normas jurídicas emanadas del gobierno puedan recaer sobre cualquier materia, y que su
aplicación se extienda a todo el territorio del Estado.
- El Estado unitario puede presentar cierto grado de descentralización para dotar de mayor eficacia
a la actividad gubernamental, o por razones de conveniencia cultural, económica o histórica. Esa
descentralización puede ser meramente administrativa o también política. La descentralización
administrativa importa la delegación de ciertas potestades ejecutivas en los órganos locales y la de
hacer cumplir las decisiones del gobierno central. La descentralización política, que abarca a la
anterior, presupone la existencia de órganos con poder autónomo de segundo grado que es
conferido por el gobierno central. Pero ese poder autónomo no es originario como el reconocido a
las provincias en un Estado federal.
- La descentralización política en el Estado unitario acarrea la constitución de regiones dotadas de
una autonomía derivada, corno las previstas por las constituciones de Italia de 1947 y la española
de 1978. En ambos casos, se autoriza el establecimiento de regiones y gobiernos regionales en el
marco de un sistema que configura una etapa intermedia entre el Estado federal y el Estado
unitario centralizado.
Regionalismo. las regiones son divisiones territoriales de un estado unitario dotadas de autonomía
derivada. son creadas por decisión del gobierno central, el cual dicta o aprueba el estatuto
aplicable en una región que está subordinado tanto a la constitución del estado como a las leyes
que sancione el gobierno central. a diferencia de las provincias de un estado federal, las regiones
no tienen un poder constituyente de segundo grado ni autonomía originaria. solamente disfrutan de
una autonomía derivada que les permite sancionar normas jurídicas cuya validez, en cualquier
materia, está supeditada a las leyes del gobierno central.
- La Constitución italiana de 1947 contempla la posibilidad de crear regiones autárquicas con
potestades normativas generadas por una autonomía derivada o de segundo grado. Cada región
tiene un estatuto cuyo contenido debe adecuarse a la Constitución y a las leyes nacionales. Ese
estatuto es aprobado por el gobierno regional, pero su entrada en vigor está condicionada a su
sanción mediante una ley del parlamento. La Constitución enuncia las potestades legislativas que
pueden ser conferidas a la región, tales como ferias y mercados, asistencia sanitaria y hospitalaria,
museos y bibliotecas, urbanismo, turismo, obras públicas de interés regional, caza y pesca,
agricultura y bosques, y otras de naturaleza similar. Las normas regionales que regulen tales
materias no pueden contradecir a las leyes nacionales, ni ser opuestas a los intereses del Estado o
a los intereses de otras regiones.
- Por su parte, la Constitución de España de 1978 dispone que las provincias con características
históricas, culturales y económicas comunes, los territorios insulares y aquellas que tienen entidad
regional histórica pueden convertirse en Comunidades Autónomas, La creación de las regiones
debe ser hecha por las Cortes Generales mediante la sanción de una ley orgánica,
correspondiendo también a ese órgano del gobierno central la aprobación del estatuto de la región.
Organizaciones supraestatales. El factor históricamente determinante para la aproximación,
integración y eventual unión en entidades supraestatales de las naciones ha sido la actividad
comercial. La progresiva expansión del comercio internacional y el desarrollo de novedosas
tecnologías en la economía y comunicación social generan una creciente interdependencia entre
los Estados. La aproximación de los Estados, forjada por razones económicas, puede desembocar
en uniones solidas de carácter político cuando comienza a concretarse la fusión de las
comunidades nacionales que, sin perder su fisonomía propia, encuentran nuevos factores de unión
que superan a los de carácter económico.
- Un claro ejemplo contemporáneo de este fenómeno es la Unión Europea. Su desenvolvimiento se
inició en 1948 con la creación de la Organización Europea de Cooperación Económica y, en 1951,
con el surgimiento de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero. Sobre la base de esta última
se conformó, en 1958 la Comunidad Económica Europea a la cual, paulatinamente, se
incorporaron la casi totalidad de los Estados del viejo continente. Es evidente que esta agrupación
respondió, originariamente, a razones económicas. Pero su paulatina consolidación la está
proyectando a otras áreas de convivencia política. Así, las referencias a la Comunidad Económica
Europea fueron sustituidas por la simple mención de la Comunidad Europea reflejando un lazo de
unión de mayor amplitud y consistencia. Este eslabón del proceso evolutivo, desemboco en la
organización de la Unión Europea en 1992 y la constitución de organismos competentes para
adoptar decisiones de política económica y normas para su ejecución. así se creó el Consejo
Europeo, la Comisión Europea y el Parlamento Europeo, cuyos miembros son elegidos por sufragio
popular y directo, en proporción a la cantidad de habitantes que registre cada Estado. A ellos, que
ejercen funciones ejecutivas y legislativas, se añade el Tribunal de Justicia de la Comunidad
Europea al cual corresponde resolver los planteas basados sobre la aplicación e interpretación del
derecho comunitario.
Separación y control de las funciones del poder. La llamada doctrina de la división de los
poderes consiste en distribuir las funciones del poder estatal, a los fines de su ejercicio, entre
varios órganos gubernamentales independientes que están relacionados mediante mecanismos de
control reciproco. La realidad política revela que, cuando el ejercicio del poder se concentra, ya sea
institucionalmente o de manera dominante, en una persona o un órgano del gobierno, su
manifestación es necesariamente discrecional. No existen, en tal caso, cauces institucionales para
controlar el ejercicio del poder. Los, únicos factores de control son extragubernamentales y, su
actuación, suele desbordar el orden jurídico provocando, en mayor o menor grado, el debilitamiento
o la ruptura del sistema. Asimismo, esa ruptura se limita a desencadenar una sustitución de la
persona u órgano que ejerce el poder, lo cual acarrea la consolidación del sistema hasta tanto
cobren nuevamente fuerza los factores de control extra gubernamentales. Esa discrecionalidad,
con sus vaivenes cíclicos, se traduce en un ejercicio arbitrario y despótico del poder propio de los
sistemas transpersonalistas. La libertad y dignidad del ser humano quedan sometidas a la voluntad
discrecional del gobernante de turno, sin que existan recursos institucionales para prevenir y
remediar los abusos del poder. Ante esa realidad, la distribución de las funciones del poder entre
varios órganos independientes fue uno de los aportes más importantes provenientes del
movimiento constitucionalista. Se trata de una técnica que, sin mengua de la eficacia del poder,
procura evitar su ejercicio abusivo en salvaguarda de la libertad y dignidad, como objetivo
fundamental y único del sistema político personalista.
Concepto de Derecho. Sistema de normas que rige las relaciones entre los individuos. Las
normas del Derecho son obligatorias y coercitivas (se pueden aplicar a la fuerza). La Coacción
(actúa por medio de la psicología) es la presión psicológica que el Derecho ejerce sobre la
persona. Etimológicamente, hay distintos significados del vocablo: La palabra derecho deriva de
"directum" que significa "lo que está conforme a la regla, a la ley, a la norma"; "lo que no se desvía
ni a un lado ni otro", esta palabra "directum" suplanta a la antigua latina "ius", determinando la
formación de la palabra en las lenguas romances: diritto, en italiano; direito, en portugués; dreptu,
en rumano; droit, en francés; a su vez, right, en inglés; recht en alemán y en neerlandés, donde
han conservado su significación primigenia de "recto" o "rectitud.
Derechos de los extranjeros. Concepto y estado legal. En nuestro sistema constitucional,
extranjero equivale a no argentino (sea este nativo, por opción o por naturalización). Algunos
autores han puntualizado que la Constitución impone reconocer, además de las personas físicas
extranjeras, a las personas jurídicas o ideales extranjeras (constituidas o con domicilio en el
exterior). No nos parece que ella obligue a ese reconocimiento, sin perjuicio de que sí lo haga (o
no) la legislación infraconstitucional.
Ingreso de extranjeros. La ley 25.871 -con sus modificatorias- reglamenta esta materia, y
organiza la Dirección Nacional de Migraciones. Reconoce como obligatorios los compromisos
internacionales de la República en esta materia (art. 3°). En principio, es constitucional para la
Corte Suprema regular el derecho de admisión de extranjeros a la República, por razones de bien
común ("Cuesta Urrutia", Fallos, 200:107, y "Grunblatt", Fallos, 205:632), como cualquier otro
derecho constitucional.
* Un caso particular de ingresos es el de asilo político. La Constitución no dice nada al respecto,
pero sí el Pacto de San José de Costa Rica (que tiene rango constitucional: art. 75, inc. 22), en el
art. 22, inc. 7: "Toda persona tiene el derecho de buscar y recibir asilo en territorio extranjero en
caso de persecución por delitos políticos o comunes conexos con los políticos y de acuerdo con la
legislación de cada Estado y los convenios internacionales".
Reingreso. la Corte Suprema ha dicho que un extranjero residente en la Argentina, que desea
retornar al país, puede hacerlo como cualquier habitante argentino, sin restricciones, gozando del
derecho de entrar y salir libremente que confiere el art. 14 de la Const. nacional ("Bertone", Fallos,
164:290, y "Rodríguez", Fallos, 197:332).
Residencia. La legislación sub constitucional diferencia a los extranjeros que están legalmente en
el país, en tres categorías de residentes: permanentes, temporarios y transitorios. El art. 20 de la
ley 25.871 se refiere a otra subespecie: la residencia precaria, otorgable a quienes gestionan la
regularización de su residencia.
Derechos del extranjero. Ha resuelto la corte suprema que los residentes no nacionales pueden
reputarse habitantes a los fines del art. 14 de la const. nacional ("Bunge", fallos, 186:421, y
"Shepherd", fallos, 212:493), siempre que hubiesen ingresado legalmente ("carrizo coito", fallos,
302:604).
* En el art. 20, la constitución enuncia una serie de derechos específicos para los extranjeros, sin
perjuicio de gozar también de "todos los derechos civiles del ciudadano"; pueden ejercer su
industria, comercio y profesión; poseer bienes raíces, comprarlos y enajenarlos; navegar los ríos y
costas; ejercer libremente su culto; testar y casarse conforme a las leyes.
* Además, los extranjeros tienen derechos negativos, como no ser obligados a convertirse en
ciudadanos argentinos, pagar contribuciones forzosas o extraordinarias (art. 20, Const. nacional),
no prestar el servicio militar, si éste fuere obligatorio, durante los diez años posteriores al día en
que hubiesen obtenido su carta de ciudadanía, si la han requerido (art. 21, Const. nacional).
* Un interrogante constitucional frecuente gira sobre la diferenciación de derechos civiles entre
nacionales y extranjeros, establecida por ciertas normas que requieren la condición de argentino
para desempeñar algunas funciones. En la misma Constitución figuran algunos casos, como la
condición de argentino para ser presidente, vicepresidente, senador o diputado o miembro de la
Corte Suprema (arts. 48, 55, 89 Y 111).
* Respecto de la exigencia de ciudadanía argentina dispuesta por leyes o decretos, la Corte ha
dicho reiteradamente que es un recaudo compatible con la Constitución, "para el desempeño de
funciones vinculadas con la soberanía y seguridad de la Nación, en tanto no infrinjan los límites de
la razonabilidad o no se concreten propósitos persecutorios o de hostilidad" ("Radulescu", Fallos,
290:83); como si se exigiera la condición de argentino para ejercer la profesión de práctico de
puerto, o para ejercer la docencia con carácter titular o suplente en la actividad privada ("Repetto",
Fallos, 311:2272).
* En "Gottschau", la Corte Suprema, siguiendo pautas de "Hooft" (Fallos, 327 :5118), entendió que
toda exigencia de nacionalidad argentina para desempeñar ciertos empleos tiene una presunción
de inconstitucionalidad, que justifica un escrutinio riguroso por la Corte, a fin de evaluar la
razonabilidad y la efectiva necesidad de lo así requerido, respecto de funciones básicas del Estado
(JA, 2006-IV-596).
* Lo que sí resulta incompatible con el art. 20 de la Const. Nacional es la diferencia de precios y
tarifas para extranjeros, más gravosas que para los nacionales, con relación, por ejemplo, a
hoteles, excursiones, pasajes o aranceles educativos, que últimamente han proliferado de manera
lamentable en la Argentina.
* En cuanto a los derechos políticos, la Constitución no se los otorga a los extranjeros (art. 20).
Nada impide, sin embargo, que la legislación infraconstitucional los conceda (así, en varias
provincias se les otorga la posibilidad de votar en las elecciones municipales).
Los derechos del Extranjero están consagrados en el Artículo 20 de la Constitución
Nacional: Los extranjeros gozan en el territorio de la Nación de todos los derechos civiles del
ciudadano; pueden ejercer su industria, comercio y profesión; poseer bienes raíces, comprarlos y
enajenarlos; navegar los ríos y costas; ejercer libremente su culto; testar y casarse conforme a las
leyes. No están obligados a admitir la ciudadanía, ni a pagar contribuciones forzosas
extraordinarias. Obtienen nacionalización residiendo dos años continuos en la Nación; pero la
autoridad puede acortar este término a favor del que lo solicite, alegando y probando servicios a la
República.
Derechos implícitos. Están consagrados en el artículo 33 de la Constitución Nacional: Las
declaraciones, derechos y garantías que enumera la Constitución, no serán entendidos como
negación de otros derechos y garantías no enumerados; pero que nacen del principio de la
soberanía del pueblo y de la forma republicana de gobierno.
* La norma constitucional que consagra los derechos implícitos (art. 33, CN) no es una remisión a
derecho natural alguno, sino una formulación de derecho positivo según la cual, dentro del marco
normativo expresado como “la forma republicana de gobierno” y la “soberanía del pueblo”, los
poderes encargados de aplicar la Constitución (los tres poderes según lo tiene resuelto la Corte
Suprema) deben optar por las alternativas jurídicas que les propone una realidad social dinámica.
En este sentido, la importancia de esta norma constitucional es permanente.
* El artículo 33 de la CN fue incorporado en 1860 y tuvo como fuente la Enmienda IX de la
Constitución de los EE. UU. Recordemos que esa Constitución originariamente no contenía
declaración derechos por considerarla superflua al estar reconocidos por los Estados miembros,
criterio abandonado al incorporarse las diez primeras enmiendas en 1791 y reforzado por la
inclusión de la IX que dice: “La enumeración en esta Constitución de ciertos derechos no podrá
alegarse para negar o desvirtuar otros retenidos por el pueblo”. A diferencia de la fuente, en
nuestra cláusula constitucional también se menciona a las “garantías” y a la “soberanía del pueblo”
y a la “forma republicana de gobierno”, todo lo cual enriquece su posibilidad interpretativa.
* La categoría de los derechos implícitos es dinámica, ha servido y sirve para extender todas las
clases de derechos que se analizaron (personalísimos, civiles, políticos, sociales y de incidencia
colectiva). Respecto a estos últimos, hay que recordar que la arenga de B. Mitre en la Convención
bonaerense de 1860, al postular la incorporación del artículo 33 de la CN, señaló que también se
refería a los derechos de la sociedad como “ente moral o colectivo”, antecedente de los derechos
de incidencia colectiva consagrados por la reforma de 1994.
* La reforma de 1994 al consagrar nuevos derechos y garantías -ya sea en el Capítulo Segundo de
la Primera Parte (arts. 36/43) como en otras partes de la Constitución (ej. art. 75, inc. 17 respecto a
los pueblos indígenas o art. 75, inc. 19, párr. 3o relativo a la educación)- no ha hecho más que
hacer explícito lo que antes se encontraba implícito. Algo similar ocurrió con la reforma de 1957 al
incorporar expresamente los derechos sociales en el artículo 14 nuevo CN.
* Asimismo, a partir de 1994 la cláusula que otorga jerarquía constitucional a ciertos instrumentos
internacionales de derechos humanos (art. 75, inc. 22, párr. 2o, CN) determina que algunos
derechos que continúan no enumerados en el texto constitucional sí aparecen numerados en las
normas internacionales (ej. derechos de reunión y expresión). De esta forma, aunque el artículo 33
CN se refiere a todos los derechos y garantías no enumerados en la norma suprema interna,
podemos distinguir entre los derechos implícitos recién mencionados (que llamamos impropios) y
los que siguen sin aparecer en la letra de la Constitución ni en los tratados internacionales con esa
misma jerarquía (los que llamamos implícitos propiamente dichos).
* A su vez, los tres pactos con jerarquía constitucional utilizan una técnica similar a nuestro artículo
33 CN para reconocer otros derechos además de los que ellos enumeran explícitamente: artículo
29.c, C. A. D. H.; artículo 5.2, Pactos gemelos de Naciones Unidas.
* De una u otra forma, los derechos implícitos que han sido reconocidos por los órganos
jurisdiccionales o que son propuestos por las formulaciones doctrinarias tienen -generalmente-
apoyo normativo en otro derecho explícito que lo supone: el de reunión está supuesto en el de
asociación, el de información en el de peticionar a las autoridades, el de asilo en el de entrar en el
territorio de la República, etcétera.
Derecho de reunión. Es la facultad de congregarse, durante un período limitado de tiempo, que
tienen dos o más personas para intercambiar o escuchar opiniones y/o acordar una acción común.
Una reunión permanente, sin limitación temporal, se convertiría, de alguna manera, en una
asociación. Opera como derecho cívico o como derecho civil según que su finalidad sea política o
no; en ambos casos está supuesto en el derecho de asociación (no podría darse una asociación si
no hubiera reunión de personas).
* A pesar de que las constituciones locales lo consagran explícitamente, a nivel federal la Corte lo
ha considerado como típico derecho implícito desde época temprana (caso “Francioni” -1907-, F.
110:391). A su vez, en el caso “Arjones” de 1941 (F. 191:197) sostuvo que no se concibe cómo
podrían ejercerse los derechos de asociación, de enseñar y aprender, de propagar las ideas, de
peticionar a las autoridades y de orientar a la opinión pública, sin la libertad de reunión.
Algunos derechos implícitos o “no enumerados”:
Derecho de expresión. Tradicionalmente denominado como “libertad”, es la facultad de
exteriorizar a los demás, cualquiera fuera el medio utilizado, ideas, opiniones, pensamientos,
informaciones (en todos los casos, de toda índole). Obviamente, supone la faz negativa, esto es, la
posibilidad de no expresarse, lo que fulmina cualquier exigencia en sentido contrario. Su alcance y
extensión es amplísimo, aunque una de sus modalidades principales es la estudiada dentro del
derecho a la información como derecho de los informadores; tanto es así que la C. A. D. H., luego
de referirse a la libertad de pensamiento y expresión (art. 13.1), en los cuatro restantes incisos se
ocupa del derecho a la información. Cuando la expresión versa sobre materias políticas, juega
como derecho cívico (remitimos a su análisis dentro de los derechos políticos).
* Al igual que el derecho de reunión, tiene plena recepción en los instrumentos internacionales con
jerarquía constitucional. La D. A. D. D. H. trata este derecho juntamente con la libertad de opinión y
de difusión del pensamiento por cualquier medio (art. IV), que en rigor son especies suyas. La D.
U. D. H. también lo prevé con la libertad de opinión (art. 19) e incluye la necesaria consecuencia de
la faz positiva de la expresión: el no ser molestado a causa de ello; además, su Preámbulo
proclama como deseable objetivo que todos los seres humanos “disfruten de la libertad de palabra”
(párr. 2°). Por su parte, el P. I. D. C. P. lo recepciona en términos similares a la anterior (art. 19) y
agrega otra de sus especies: la libertad de manifestar las creencias religiosas (art. 18.1). Por
último, la C. D. N. extiende la “libertad de opinión” a todos los asuntos que afectan a aquéllos (art.
12.1).
Derecho de contratar. Consiste tanto en la facultad de elegir la persona con la cual celebrar un
acuerdo (cualquiera fuera su objeto) y reglar el contenido de este (las prestaciones recíprocas o no,
sus modalidades, etc.) como el no celebrar ninguno. No es casual que la Constitución histórica
nada dijera sobre la libertad de contratación, a pesar de ser un verdadero presupuesto del
liberalismo económico decimonónico, ya que encontraba suficiente protección como derivación
necesaria de los derechos civiles de contenido patrimonial consagrados expresamente en el
artículo 14 CN: de “comerciar” y de “disponer de su propiedad”.
Derecho de asilo político. Sin reconocimiento expreso en el texto constitucional, su base es el
artículo 33 CN. Es un supuesto especial del derecho a entrar y permanecer en nuestro territorio
otorgado al extranjero no habitante que sufre en su país de origen o donde residiese persecución
penal por delitos políticos o conexos con éstos (se excluye el amparo por delitos comunes). Por
ello, la exacta denominación de este derecho incluye el adjetivo de “político”. Al asegurar la entrada
y permanencia por todo el tiempo necesario, obtura el extrañamiento (no podrá ser expulsado ni
extraditado por esa razón) del extranjero perseguido políticamente sin importar que su ingreso a la
jurisdicción argentina haya sido subrepticio o irregular. Según sea el recinto en que se realiza, se
distinguen dos tipos de asilo político: territorial (traspasando las fronteras del Estado del cual el
extranjero es fugitivo), o diplomático (en las legaciones del Estado asilante).
Derecho a la participación política a través de mecanismos no previstos. Recordamos que la
reforma de 1994 al incluir expresamente la iniciativa popular legislativa y la consulta popular (arts.
39/40, CN) concluyó con la vieja polémica acerca de la compatibilidad de estos mecanismos con el
sistema representativo (arts. Io y 22, CN), como se mencionara al abordar los derechos electorales
como derechos políticos. Sin embargo, queda pendiente referirse a otras posibilidades de
participación ciudadana con base en la “soberanía del pueblo” consignada en el artículo 33 CN.
Ante la frondosa variedad de mecanismos que no tienen otro límite que la imaginación política (ej.
veto o revisión populares de sentencias), aquí nos ocupamos sólo de dos de ellos:
1) Consulta popular extraorgánica: No hay duda de que los ciudadanos pueden presentar un
proyecto de ley (conf. art. 39, CN y su ley reglamentaria), cuyo objetivo sea que el Congreso
disponga una consulta popular vinculante (art. 40, párr. 1°, CN) o no vinculante (art. 40, párr. 2o,
CN). En esos supuestos -que dependen de la decisión favorable del Poder Legislativo-, en
definitiva, quien convoca es el órgano representativo (forma expresa de participación). Situación
distinta es si los ciudadanos pueden promover directamente (sin la mediación del Congreso) una
consulta popular, es decir, si el electorado puede autoconvocarse con prescindencia de la voluntad
de cualquiera de los órganos políticos representativos (forma implícita de participación, que
denominamos extraorgánica).
2) Revocatoria popular de mandatos: Es un mecanismo de control popular para exigir
responsabilidad política inmediata a los representantes electivos, antes de que concluya el
mandato otorgado por tiempo determinado. Si se observa la facultad de destituir como contracara
de la función de elegir, este derecho político no enumerado sería un complemento necesario del
sufragio como forma de elección, además de constituir otra forma de decidir (en el caso, la
destitución popular).
Derecho a la revolución. Es una modalidad extrema del derecho de resistencia a la opresión que
supone el cambio absoluto del sistema político vigente por vías no previstas en el ordenamiento
jurídico. Así visualizado, este atípico derecho se vincula, por un lado, con la temática del poder
constituyente revolucionario, y, por otro lado, con la problemática del control ideológico sobre los
partidos políticos, a cuyos respectivos tratamientos reenviamos.
* Aunque en rigor aparece como una contradicción en sus términos desde el punto de vista jurídico
(sólo puede ser considerado desde una perspectiva extrajurídica), lo incluimos como extremo y
último recurso de la soberanía del pueblo (art. 33, CN), por aquello de que más allá de lo que
disponga la propia Constitución, cuando el pueblo se vea compelido por los hechos a ejercerlo la
norma no podrá impedirlo, negarlo o destruirlo.
Derechos explícitos. Los derechos explícitos están consagradas en la constitución nacional en su
artículo 14: Todos los habitantes de la Nación gozan de los siguientes derechos conforme a las
leyes que reglamenten su ejercicio; a saber: de trabajar y ejercer toda industria lícita; de navegar y
comerciar; de peticionar a las autoridades; de entrar, permanecer, transitar y salir del territorio
argentino; de publicar sus ideas por la prensa sin censura previa; de usar y disponer de su
propiedad; de asociarse con fines útiles; de profesar libremente su culto; de enseñar y aprender.
* En función del modo en que el derecho constitucional puede describir derechos, caben las
siguientes posibilidades: Derechos explícitos, Derechos implícitos (no enumerados) y Derechos
imputados. La positivización de los derechos constitucionales (es decir su enunciado en una
constitución formal) se produce habitualmente mediante normas expresas (así, en la Argentina,
dice el art. 14: Todos los habitantes de la Nación gozan de los siguientes derechos conforme a las
leyes que reglamenten su ejercicio; a saber: de trabajar y ejercer toda industria lícita; de navegar y
comerciar). Son los derechos constitucionales explícitos (o expresos).
* En otros casos, los derechos constitucionales pueden ser inferidos de valores y principios
superiores del orden constitucional (Pérez Luño). Así, de los postulados del Preámbulo de afianzar
la justicia" y de "asegurar los beneficios de la libertad”, es posible desprender el derecho de los
habitantes de Impugnar como inconstitucional a las leyes irrazonables o injustas, como a las
restricciones infundadas a la libertad.
Derechos humanos. Con el rótulo de "derechos humanos" se comprende una serie de atributos y
facultades del individuo como tal, esenciales para su vida y desarrollo. El tema ha tomado tal auge
que se ha internacionalizado. La tutela de esos derechos humanos es parte del bien común
internacional, y se refleja en numerosos instrumentos supranacionales o interestatales (piénsese
en la Convención Americana sobre Derechos Humanos, o Pacto de San José de Costa Rica; en la
Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, etcétera). Ha generado,
también, disciplinas nuevas, como la "teoría de los derechos humanos" (García Bauer), o
"derechos humanos y garantías" (así denominada en la Facultad de Derecho de la Universidad de
Buenos Aires). Generalmente, los derechos constitucionales coinciden con los derechos humanos,
pero también hay diferencias. Por ejemplo, el derecho de un argentino naturalizado a no prestar
servicio militar durante los diez años posteriores a su carta de ciudadanía (art. 21, Const. nacional);
o de un trabajador a participar en las ganancias de su empresa (art. 14 bis), son derechos
"constitucionales" en la Argentina, pero no específicamente llamados "derechos humanos", en
sentido estricto, por la doctrina contemporánea.
* También es factible que una constitución no contenga uno o más de los denominados derechos
humanos, o que una constitución rechace uno de los derechos humanos. La Corte Suprema de los
Estados Unidos de América, por ejemplo, reputa inconstitucional el derecho de réplica (caso
"Miami Herald v. Pat Tornillo"). Finalmente, puede ocurrir que una constitución constitucionalice los
derechos humanos. Así, el art. 105 de la Const. del Perú, de 1979 expresaba: "Los preceptos
contenidos en los tratados relativos a derechos humanos, tienen jerarquía constitucional".
Derechos constitucionales y garantías constitucionales. La Constitución nacional parece
diferenciar los derechos de las garantías, ya que utiliza ambas palabras en algunas ocasiones (así,
como título del Capítulo Único de la Parte Primera, o en el art. 33), y no cabe presumir que la
Constitución sea redundante.
* Una distinción teórica puede ser la siguiente: mientras los derechos importan facultades o
atribuciones, las garantías significan herramientas o medios para efectivizar los derechos. Por
ejemplo, tengo el derecho a transitar libremente por el territorio argentino (art. 14), y la garantía del
hábeas corpus si me violan tal derecho (inferida del art. 18, Consto nacional); "el derecho es lo
protegido, la garantía es la protectora" (Lazzarini). Sin embargo, la diferenciación entre derechos y
garantías no siempre es nítida.
Las garantías y los derechos humanos. El sistema de derechos exige reciprocidad en el sistema
garantista. De poco o nada vale un buen sistema de derechos si el sistema garantista no ofrece
disponibilidad para que quien cree que debe defender un derecho suyo cuente con las vías idóneas
para acceder a la justicia. Y todavía más, es indispensable que también se le depare la “llave” para
ese acceso, que es la legitimación procesal que le permite articular su pretensión y participar en el
proceso para luego obtener decisión justa en la sentencia.
Delimitación de esta expresión y denominaciones similares. Peces-Barba intenta una
definición posible de lo que llama "derechos subjetivos fundamentales" como "conjunción de la
filosofía de los derechos humanos con su plasmación en un derecho positivo vigente", y la
presenta así: “Facultad que la norma atribuye de protección a la persona en lo referente a su vida,
a su libertad, a la igualdad, a su participación política o social, o a cualquier otro aspecto
fundamental que afecte: a su desarrollo integral como persona, en una comunidad de hombres
libres, exigiendo el respeto de los demás hombres, de los grupos sociales y del Estado, y con
posibilidad de poner en marcha el aparato coactivo del Estado en caso de infracción.”
* Pérez Luño, por su parte, divide la definición en, una, de los derechos humanos, y otra, de los
derechos fundamentales: los derechos humanos son un "conjunto de facultades e instituciones
que, en cada momento histórico, concretan las exigencias de la dignidad, la libertad y la igualdad
humanas. las cuales deben ser reconocidas positivamente por los ordenamientos jurídicos a nivel
nacional e internacional"; en cambio, los derechos fundamentales son "aquellos derechos humanos
garantizados por el ordenamiento jurídico positivo, en la mayor parte de los casos en su normativa
constitucional, y que suelen gozar de una tutela reforzada".
* Eusebio Fernández nos propone que "los derechos humanos son algo (ideales, exigencias,
derechos) que consideramos deseable, importante y bueno para el desarrollo de la vida humana".
Aquí, en esta definición, se puede visualizar un doble plano: uno, el de lo que la filosofía de los
derechos humanos define en la suprapositividad como lo que" debe ser" reconocido en la
positividad; y otro, el de lo que en la positividad ya "es", tal como el plano anterior prescribe o exige
que "debe ser". Al primer plano se le puede convencionalmente dar un nombre: derechos
humanos, por ejemplo; o para otros, derechos morales o derechos naturales; al segundo plano es
dable atribuirle otro nombre: derechos fundamentales. por ejemplo: o para otros, derechos
subjetivos jurídicos.
A cuáles derechos se aplican las definiciones. Las definiciones de derechos humanos, y la
aplicación que de ellas se haga a de terminados derechos para subsumirlos o dejarlos fuera de la
categoría, no debe marginar a los actualmente reconocidos como derechos económicos y sociales
(y también culturales) que han hallado cabida en el constitucionalismo social y en los tratados
internacionales, debiendo procurarse que ingresen asimismo los que van pergeñándose
ahora como derechos de la tercera generación.
* Eso sí, se ha de exigir la concurrencia de todo lo que ontológicamente hace a la esencia de los
derechos, como por ejemplo el emplazamiento frente a ellos de un sujeto pasivo en relación de
alteridad y gravado Con una obligación, aunque acaso se esfume un poco si es que sólo podemos
hablar de derechos por analogado o de una obligación activamente universal. De no tomarse esta
precaución, las definiciones de derechos humanos y las listas que se encasillan en ellas podrán
albergar" derechos imposibles" o incurrir en fantasías que desmerezcan la seriedad de la ciencia
de los derechos humanos.
Fundamento y características de los Derechos Humanos. Bobbio dice que no puede haber un
fundamento absoluto de derechos que son históricamente relativos. El problema que se nos
presenta (añade) no es filosófico, sino jurídico, y en sentido más amplio, político. Para Bobbio, no
se trata tanto de saber cuáles y cuántos son los derechos humanos, ni cuál es su naturaleza y
fundamento, o si son derechos naturales o históricos, absolutos o relativos, sino cuál es el modo
más seguro para garantizarlos, y para impedir que. a pesar de las declaraciones solemnes, sean
violados continuamente. Hay en esto mucho de verdad, pero no toda la verdad.
* ¿Por qué queremos que en el derecho positivo "haya" derechos del hombre? Seguramente,
porque los valoramos como importantes, y si así lo creemos, ha de haber un sustento que los
arraigue y les confiera dicha trascendencia. La lucha por los derechos humanos hace inevitable la
cuestión de su fundamento, diremos con Nicolás M. López Calera. Lo que tal vez deba lograrse,
para pacificar la inquietante discusión filosófica, sea una conciliación empírica: que desde una u
otra postura, con uno u otro fundamento, se coincida en que el hombre es sujeto de esos derechos
(¿se podría decir que el hombre es su fundamento?) y que el régimen político debe darles vigencia
sociológica en un Estado democrático. Aquí se centraría el acuerdo de base, sin que fuera
necesario arribar a él desde un mismo y común fundamento filosófico tan difícil de convocar
unanimidades.
* Aquí, se podría hacer un desdoblamiento: a) por un lado. lo que desde hace tiempo hemos
llamado la ideología "especulativa", o sea, la razón del porqué debe haber derechos humanos; y
aquí la búsqueda de esa razón complica un razonamiento o discurso racional que tiene que acudir
a la filosofía; en este plano. la pluralidad de fundamentaciones filosóficas puede crecer mucho.
aunque los "modelos" filosóficos admitan reagruparse en pocas categorías lineales; b) pero cuando
cada una de esas lineales grupales asume su propia filosofía de fundamentación de los derechos,
es viable -y la experiencia (sobre todo internacional) lo demuestra- que, cualquiera sea la ideología
especulativa. se coincida en una ideología "práctica" o empírica que, dentro de un Estado
democrático, sirva de fundamento político-constitucional a la vigencia de los derechos humanos; a
esta ideología práctica se puede llegar desde caminos diferentes, es decir, desde fundamentos
disímiles de razonamiento filosófico, y no porque éstos falten o sean inaccesibles a la
cognoscibilidad racional, sino porque su diversidad no empece a que los hombres aporten su
consenso para que, cada cual según su razón y su porqué, y todos en común, hagan realidad la
vigencia de los derechos humanos y compartan en torno de ellos una misma ideología práctica. Tal
fenómeno fue muy bien destacado por Jacques Maritain, y no debe malinterpretarse como una
apostasía filosófica.
Distintas versiones de esta fundamentación. Una primera fundamentación es propuesta
por todas las tendencias filosóficas que acuerdan reconocer que hay una naturaleza humana, y
que el hombre es hombre porque tiene esa naturaleza o esencia. Es cierto que el vocablo
naturaleza es ambiguo, y multiplica acepciones filosóficas. De todos modos, pueden resumirse en
la noción propuesta por Del Vecchio, cuando alude a la idea de que el ser humano tiene: "por su
naturaleza" ciertos derechos valederos. A tales derechos podrá llamárseles naturales, o
personales, o fundamentales, o individuales, o humanos, etcétera; y podrá asimismo predicárselos
como puramente morales, o como jurídicos; o decirse que "deben ser" positivizados para alcanzar
la juridicidad propia de la entidad" derechos"; o que son valores (y aquí. a su vez, que sólo son
valores éticos, o que a la vez son jurídicos), etcétera. Pero con una u otra postura, la base de
arraigo está dada por la naturaleza humana.
* Otro fundamento luce en lo que convencionalmente se denomina el derecho "ideal", que viene a
ser la "idea" racional de cómo debe ser el derecho positivo. Esta idea del derecho es vaporosa y
relativa, aun cuando guarda proximidades con la teoría de los valores, pero si la idea del derecho o
el ideal del derecho fuera acaso equivalente al valor justica, éste sería en ese caso, tanto como la
idea, relativo. No obstante, si la idea del derecho, o el derecho ideal, apuntan a la plenitud del
desarrollo humano, es posible admitir que sigue subsistente la fundamentación de los derechos en
la naturaleza del hombre.
* Cabe hablar también de un fundamento pragmático que, en riguroso sentido filosófico, se reputa
el único posible. Este fundamento exclusivamente pragmático ofrece dos caras; una nos muestra
que él radica en la necesidad preocupante de tutelar al hombre frente al Estado y a sus semejantes
para sacarlo de la indefensión y la amenaza; otra nos muestra que el sustento reside nada más
que en el consenso social en torno de los derechos. Las dos caras guardan parentesco y se
complementan. Procuran que la teoría de los derechos humanos así fundada no sea expresión de
una irracionalidad arbitraria, descartando las soluciones contingentes y perfectibles presentadas
por los filósofos que no podrían ofrecerse como razonables sino en la medida de su sometimiento a
la aprobación del auditorio universal, constituido por el conjunto de hombres normales competentes
para juzgar.
* Una nueva fundamentación (tal vez sin demasiada autonomía) ha sido propuesta alrededor de las
necesidades humanas. Según Eusebio Fernández, la introducción del concepto de necesidades
humanas aclara mucho las cosas: "los derechos humanos tienen su fundamento antropológico en
la idea de necesidades humanas". Es elocuente un párrafo de Liborio Hierro, en el que dice que
sólo podemos sostener como derechos aquellas necesidades humanas que exigen su satisfacción
en forma incondicional. cual, si se tratase de un fin en sí mismo, y sólo cuando existan
posibilidades de satisfacerlas, y cuando podamos imponer sobre otros los deberes correlativos
según sus posibilidades: y agrega: "tener un derecho es tener una necesidad cuya satisfacción hay
razones suficientes para exigir en todo caso"; tener una necesidad que el sistema jurídico exige
satisfacer en todo caso.
Delimitación de esta expresión. Una vez que con múltiple variedad de calificativos se hubo
acuñado la serie de locuciones simbólicas (derechos del hombre, derechos naturales del hombre,
derechos de la persona humana, etcétera) se los consideró innatos, o inherentes a la naturaleza
del hombre, o primarios, o fundamentales. Y de inmediato se dijo, para realizarlos aún más, que
son inmutables, eternos, supratemporales, universales. Es como si se hubiera querido a todo
trance asignarles una consistencia y una definitividad que los sustrajera de toda discusión futura, y
los resguardara para siempre, a favor de todos, en todas partes, y nada más que por la sencilla
(pero trascendente) razón de pertenecer al hombre. El hombre siempre fue, es, y será hombre.
persona. Y siempre le será debido el reconocimiento de los derechos que le son inherentes por ser
persona, por poseer una naturaleza humana.
* Del párrafo precedente se desprende que: a) en la doctrina de los derechos humanos subyace
una exigencia ideal; b) la formulación de los derechos humanos se postula como universalmente
válida; e) los derechos humanos son superiores y anteriores al Estado y, por eso mismo,
inalienables e imprescriptibles, y d) los derechos humanos significan una estimativa axiológica en
virtud del valor justicia que se impone al Estado y al derecho positivo.
Proceso histórico de reconocimiento de los derechos humanos. Cuando hace irrupción el
constitucionalismo moderno a fines del siglo XVIII con la primera codificación constitucional en
Estados Unidos, es de observar que su texto originario no contenía una declaración de derechos.
La tradición de las colonias inglesas, sin embargo, la daba por presupuesta e implícita. Poco
después las diez primeras enmiendas suplieron el vacío normativo.
* Hecho este recuerdo histórico, vale coincidir en que, a partir de entonces, lo medular de las
constituciones escritas tuvo expresión en la Declaración de Derechos, la que en esa hora primitiva
tradujo los derechos civiles, o libertades civiles, que ahora se dan en llamar derechos de la primera
generación, porque fueron los que primero nacieron escriturariamente en la inscripción
constitucional.
* En ese momento, fueron vistos como derechos del hombre frente al Estado, o sea, en una
relación de derecho público en la que el Estado se situó como sujeto pasivo, gravado con una
obligación de abstención u omisión, que consistía en dejar libre al titular en el ejercicio de su
derecho, en no crearle impedimentos, en no turbarlo.
* Dentro del clasicismo normativo, habrá entonces un "derecho objetivo" (de nivel constitucional)
que será la dimensión normativa objetivada en la Constitución escrita, que reconoce o declara los
derechos, y un "derecho subjetivo" que, a raíz del primero y por supuesto con idéntico nivel
constitucional, será atributo o facultad que titulariza el hombre de acuerdo con la Constitución.
La ideología histórica de la primera generación de derechos en el constitucionalismo
moderno. El liberalismo individualista que le presta base ideológica daba por axioma político -que
el constitucionalismo moderno recoge y plasma en sus constituciones- que los hombres y la
sociedad que ellos forman tienen que realizar por sí su propio destino mediante el despliegue de su
libertad y de su iniciativa privada; allí no corresponde intervención alguna del Estado, ni siquiera de
tipo supletorio o auxiliar: en consecuencia, ese Estado -que ya calificamos como abstencionista o
mínimo- tiene como lema el laissez faire, y como papel limitado cuidar, vigilar, y garantizar la libre
competencia y el juego armónico de los derechos, resguardando el orden y la seguridad. Esta idea
de armonía espontánea en la convivencia sociopolítica pone en íntima relación a la
constitucionalización de los derechos personales y a la estructura constitucional del poder; los
primeros representan -en la normativa constitucional- una de las más vigorosas garantías de
limitación y control del poder, dentro de un Estado que, para merecer el rótulo de Estado
“constitucional”, ha de diseñar su fisonomía jurídica con dos rasgos imprescindibles: la declaración
de derechos, y la división de poderes (al modo como lo enunciaba la Declaración Universal de los
Derechos del Hombre y del Ciudadano en la Revolución francesa de 1789)
* En esa etapa, los derechos del hombre -o las libertades del léxico francés- aparecían, según nos
comenta André Hauriou, sobre todo como posibilidades, como virtualidades, como rutas abiertas
ante la independencia y la iniciativa de los individuos.8 Por eso, la igualdad que era
correspondiente a la libertad no excedía de una estricta y formal igualdad de derecho, y para nada
asomaba en ella la idea (posterior, y actual) de una razonable igualdad de hecho, o de una
igualdad de oportunidades.
El origen de las declaraciones de derechos en la normativa constitucional. En 1895 Jellinek
publicó La Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano, cuya traducción al francés dio
lugar a la réplica de Boutmy y ésta, a su vez, a la recíproca de Jellinek. Las tesis contra puestas
han permitido a los estudiosos posteriores alinearse en un sentido o en otro. Pero quizás la
discrepancia entre el punto de vista de Jellinek y el de Boutmy provenga de que el primero se
refería a una cuestión estrictamente jurídica o constitucional -la de la "inscripción" de la declaración
de derechos- y el segundo a otra de filosofía sociopolítica -a la de la fuente inspiradora del
contenido de esa Declaración-.
La modernidad histórica de las declaraciones de derechos. Hubo un momento en el tiempo
histórico en que adquirió uso ese "hecho" u ocurrencia de inscribir los derechos en una
declaración. Antes de ese momento. tal uso no existía, y a partir del mismo momento cobró curso
progresivamente universal. Y entonces deberá admitir sin duda alguna que tal fenómeno ha sido
histórico, porque apareció históricamente en una fecha suficientemente precisa. Si la formalidad
escrituraria de los derechos en una declaración es netamente histórica y. dentro de esa
historicidad, es moderna (aquí moderna quiere decir contemporánea, y no propia de la "edad
moderna" que convencionalmente empieza en el siglo XV a tenor de las divisiones de nuestra era
histórica posterior a Cristo), también es histórico y moderno su contenido material.
La universalización de las declaraciones de derechos. La práctica de la inscripción de los
derechos en una declaración se vuelve contagiosa y se expande progresivamente. En lo cultural
habría que reconocer el hecho sociológico de una circulación de los modelos y el recíproco de
una ósmosis o permeabilidad para asimilarlos extraterritorialmente y para imitarlos. Pero esto ya
sale de nuestro campo. Jurídicamente, ese mismo dato sociocultural muestra fuentes foráneas que
influyen en el derecho de cada Estado. Si el espacio donde las primitivas declaraciones
funcionaron de esa manera fue limitado, los movimientos independentistas de los siglos XIX y XX
lo ampliaron tanto que, hoy, lo podemos extender a prácticamente todo el planeta Tierra. Y el
mimetismo se ha vuelto tan marcado -sobre todo después de creada la ONU- que para exhibir un
rostro atractivo todos los nuevos Estados se dan constituciones escritas en las que, a su modo,
incluyen una declaración de derechos. A veces -muchas- no es más que remedo o farsa, porque
no son democracias, pero al menos la ficción vale como testimonio de que en el contexto universal
hay un consenso generalizado a favor de los derechos humanos, y de que ningún Estado se atreve
a contradecirlo -al menos literariamente en los textos normativos bajo cuya máscara se incorpora a
la organización internacional-. La propia forma de declarar "sus" derechos constitucionalmente es
otra prueba más de la variabilidad histórica de las declaraciones en cuanto a forma y a contenido.
Basta leer la serie de las que en la actual Unión Soviética se han sucedido desde 1918 hasta la
Constitución de 1977.
El constitucionalismo social. Cumplido el ciclo originario del constitucionalismo moderno y
afianzadas sus conquistas. la racionalización del poder mediante el reconocimiento de los
derechos y la división tripartita del poder dejaba. en las valoraciones colectivas, un hueco o vacío
que debía ser llenado satisfactoriamente. La igualdad había sido ponderada normativamente en
conjunción con la libertad, pero como bien lo recuerda André Hauriou, “la igualdad de derecho se
queda, en gran medida. en teoría, porque la contradice la desigualdad de hecho”.
* El trayecto del constitucionalismo social respecto del clásico o moderno no altera ni desfigura en
nada a este último. Queremos decir con toda claridad que el constitucionalismo social suma, pero
no sustrae: añade. pero no destruye a la libertad; completa. pero no disminuye los derechos civiles.
La primera posguerra asiste al alumbramiento de un nuevo constitucionalismo, que se ha puesto
bajo el calificativo de social. Entran en la normativa constitucional los derechos de la segunda
generación, que se denominan sociales y económicos -hoy, además, el rubro de los culturales- y
progresivamente se elastizan los derechos políticos cuando el derecho de sufragio se universaliza
en amplitud y se extiende a la mujer.
La internalización de los derechos humanos.
* En primer lugar, La internacionalización puede y debe ser vista como una manifestación cultural -
en lo filosófico, en lo político y en lo jurídico- del consenso generalizado en torno de los derechos
del hombre.
* En segundo lugar, tanto las declaraciones internacionales de los mismos como los pactos,
tratados o convenciones merecen ser valorados como signo de la quiebra del positivismo
voluntarista. En efecto, declaraciones como la emitida en 1948 por Naciones Unidas prueban que
el fundamento de los derechos no radica en la voluntad estatal ni en las fuentes jurídicas estatales:
si a textos como el citado se les niega carácter jurídico-normativa más razón a nuestro favor,
porque careciendo de la vinculatoriedad de las normas jurídicas exhibirían con mayor patencia el
carácter indicativo y orientador -de lege ferenda- que liba fuera del derecho estatal su fundamento
último. Y si se les reconoce carácter jurídico-normativo, demuestran en conjunción con la normativa
internacional anidada en los tratados sobre derechos humanos que, si bien tal normativa oriunda
de fuente internacional penetra e ingresa en el derecho interno (estatal) para formar parte de él,
ingresa desde afuera, con lo que la voluntad del Estado (colaboradora indudable en esa recepción
del derecho internacional por el interno que se expresa en la ratificación internacional de los
tratados) no es el único ni último hontanar de los derechos humanos que se reconocen en el orden
normológico.
* En tercer término, la internacionalización da testimonio de otras dos cosas: a) que la comunidad
internacional organizada y el derecho internacional han asumido a los derechos humanos como un
contenido primordial del bien común internacional a su cargo, con lo que, por los mismos derechos
titularizados en virtud del derecho internacional, el hombre se convirtió en un sujeto del derecho
internacional antes ausente de su escenario, y los Estados en responsables internacionalmente
de sus políticas -internas y externas - en la materia; b) que la normatividad de los derechos
humanos ya no es exclusiva ni reservada de los Estados. sino simultáneamente propia del derecho
internacional y de sus órganos (hasta, a veces, con tribunales que ejercen jurisdicción supraestatal,
lo que proporciona dualidad de fuentes; y si Peces-Barba adhiere a lo que llama un sistema mixto
de fuentes, porque reparte la función de normar los derechos (por escrito) entre la Constitución y la
legislación (en lo interno), aquí esa dualidad aparece también por la fusión concertada de las
fuentes internas (Constitución y ley) y de las internacionales (tratados, pactos, convenciones y
jurisprudencia internacionales).
Positivización de los derechos humanos en los antecedentes constitucionales argentinos y
en el constitucionalismo del siglo XIX. La historia constitucional argentina en su etapa de
formación tiene tres períodos bien definidos:
A) El primero corre desde la Revolución de mayo hasta el fracaso de la Constitución de 1826 y la
caída del gobierno de Rivadavia; está caracterizado por la existencia de un sin número de
esfuerzos estériles por imponer una Constitución ideal en un país que no estaba preparado para
recibirla.
B) El segundo corre a lo largo del gobierno de Rosas y finaliza con el Acuerdo de San Nicolás de
los Arroyos principal antecedentes de la Constitución de 1853; es el escenario del gobierno
personal de Rosas de los caudillos provinciales, de la firma del Pacto Federal de 1831, y del
florecimiento intelectual de la Generación de 1837. Finaliza con el Pronunciamiento de Urquiza, la
derrota de Rosas en Caseros y el Acuerdo de San Nicolás. Sobre el final de este período brilla la
figura de Alberdi como oráculo principal del movimiento constitucional al servicio de la causa de
Urquiza.
C) El tercero arranca con la sanción de la Constitución de 1853 y se extiende como veremos hasta
la primera presidencia de Julio A. Roca.
* En cuanto a las influencias que recibió el movimiento constitucional argentino a lo largo de estos
setenta años es preciso destacar que antes de la sanción de la Constitución de 1853 los diversos
esfuerzos constitucionales tuvieron orígenes intelectuales muy diferentes. Es innegable que hay en
esta primera etapa una miscelánea integrada por la influencia de la Revolución Francesa, la
Constitución de Cádiz de 1812 y por algunos elementos del constitucionalismo de los Estados
Unidos representado por el proyecto de Constitución de Mariano Moreno que están tomado casi
literalmente de la Constitución norteamericana. Sobre el final de la segunda etapa es clave la figura
de Alberdi y su proyecto de Constitución que finalmente no fue seguido por el Congreso
Constituyente de 1853, el que a impulsos de la influencia de Gorostiaga se volcó decididamente
por el modelo norteamericano lo que generó la célebre polémica entre Alberdi y Sarmiento,
también fogoso admirador éste último de aquel país.
Los derechos sociales en la Argentina. Originariamente nuestra Constitución de 1853 no los
preveía expresamente. Esta nueva categoría de derechos impacta tardíamente en la Argentina
luego de la Segunda Guerra Mundial con la reforma de 1949, derogada por el gobierno de facto en
1956. Con posterioridad, sendas reformas constitucionales (1957 y 1994) se referirán a ellos. En
1957, con la incorporación del conocido como artículo 14 bis sin haberse seguido el procedimiento
previsto en la Constitución para su reforma. En 1994, además de ratificarse democráticamente la
cuestionada reforma de 1957, se amplían asistemáticamente ciertos derechos sociales por dos
vías: una por introducción de nuevas normas en el texto supremo, y la otra, al otorgar jerarquía
constitucional a ciertos tratados de derechos humanos.
* Respecto a lo primero, se dilató el contenido del artículo 14 bis al reconocer, en forma genérica,
para cierto grupo de personas derechos sociales: niños, mujeres, ancianos y discapacitados
(nuevo art. 75, inc. 23, CN). Además, al incluir pautas orientadoras como “justicia social',
“generación de empleo” y derecho de los trabajadores a su “formación profesional” (art. 75, inc. 19,
párr. 1°, CN).
* Respecto a lo segundo, el nuevo artículo 75, inciso 22, párrafo 2° CN reconoce entre los
instrumentos con jerarquía constitucional varias normas internacionales que se ocupan de estos
derechos: la C. A. D. H. en una solitaria norma (art. 26, Desarrollo progresivo) de carácter
marcadamente programático como lo destacamos al analizar la operatividad de sus cláusulas en
clasificación de normas, y el P. I. D. C. P. (arts. 6o a 12). En ambos casos rige la llamada “cláusula
del individuo más favorecido” (Newman y Vasak) que impide su invocación para retacear derechos
mejor amparados por el ordenamiento nacional o por otro instrumento internacional (art. 29.b, C. A.
D. H., y art. 5.2, P. I. D. C. P.).
La internalización de los derechos humanos después de la Segunda Guerra Mundial.
Termina la Segunda Guerra Mundial y creada la Organización de las Naciones Unidas, los
derechos y libertades del hombre tomaron un giro que, de algún modo, empalma con el de su
universalidad.
* La internacionalización de los derechos del hombre ya no va a significar una pretensión de
atribuirlos al hombre en todas partes y en cualquier tiempo, por sobre la historia, el lugar. la
circunstancia, etcétera, sino la acción práctica de declararlos y protegerlos en la esfera del derecho
internacional mediante pactos, tratados, o convenciones.
* Se puede medir la distancia que separa una Declaración (francesa) de los Derechos del Hombre
y del Ciudadano en plena revolución y en un lugar determinado (Francia), de una Declaración
Universal de los Derechos Humanos. emitida en -1948 por un organismo internacional con
representación de los Estados miembros del mismo. En un siglo y medio se pasa de una
dogmatización unilateral y abstracta de los derechos a un texto internacional que, más allá de la
discusión acerca de su carácter vincula torio (o normativo) para los Estados,58 tuvo el respaldo de
las Naciones Unidas y de los Estados que eran parte del organismo hace cuarenta años. Y si
vemos que a la Declaración de 1948 le siguieron pactos y tratados internacionales -unos de
naturaleza universal, otros regional- que a partir de las ratificaciones exigidas han alcanzado fuerza
obligatoria para los Estados adheridos a los respectivos compromisos. podemos afirmar que el
derecho internacional ha adicionado su cobertura tutelar a los derechos del hombre con relación a
la jurisdicción y al derecho interno de los Estados.
* El avance pone de relieve la progresiva plasmación de una concepción común y compartida en
torno de los derechos y libertades de la persona humana. Incluso la formulación de un complejo
normativo de carácter internacional en cada tratado o convención exhibe el logro de coincidencias
de base en torno de un texto que traduzca a derecho positivo cada uno de los derechos o algunos
de ellos, según el pacto abarque el plexo general de los mismos, o aspectos parciales. Pero es
precisamente aquí donde la internacionalización generalizadora de los derechos humanos alcanza
el punto de la historicidad de estos porque en cláusulas lo más abiertas y flexibles posibles (para
facilitar las adhesiones de cada Estado) se proclama el conjunto o una parte de él a tenor de los
acuerdos que se han podido conseguir mayoritariamente, y conforme a la estimativa axiológica
promedio en nuestra época. Si de la abstracción idealista, racionalizadora y dogmática se ha ido a
la concretación normativa, temporalizada. e histórica, también de la unilateral ambición francesa de
universalizar la Declaración de Derechos se ha transitado hasta un orden normativo de derecho
internacional con la vinculatoriedad propia del derecho positivo y, a veces, hasta las vías tutelares
de los derechos en sede internacional.
* La internacionalización de los derechos humanos no ha de ser reputada, por ende, como una
pura idealización -tal vez de iure condendo- para enunciarlos solemnemente con aspiración
universal, atemporal, inmutable. sino como un esfuerzo -y un logro- de aportar desde la jurisdicción
internacional un nuevo instrumento de refuerzo a los derechos humanos que, sin dejar de ser
derechos del hombre en cada Estado de pertenencia, merecen estimativa valiosa, normas y
amparo en y por el derecho internacional. La internacionalización está teñida, pese a la historicidad
de las circunstancias en que se lleva al cabo y de la formulación y las formas tutelares, de una
estimativa generalizada que traduce una concepción común (preferimos el adjetivo “común” al otro
más ambiguo de "universal") o una idea de derecho compartida en el ámbito internacional.
La vigencia efectiva de los derechos humanos. “La libertad será el concepto clave, dentro de la
filosofía de los derechos humanos, para explicar la necesidad de un ámbito de autonomía del
hombre en la sociedad y de un límite a los poderes externos a él. especialmente el poder del
Estado", dice Peces-Barba. Y añade: la libertad se convertirá en derecho subjetivo de la
personalidad jurídica.
* La filosofía de los derechos humanos, en cuanto prohíja la libertad y los derechos, esboza una
forma de organización política -o forma de Estado- que es la democracia. En su acepción más
lineal y simple, la esencia de la forma democrática de Estado, o democracia, consiste en una
organización jurídico-política (que desde ya conviene anticipar que es “constitucional”, porque
“constituye” al Estado con una “Constitución" en sentido material o real) basada en el
reconocimiento y respeto a la dignidad del hombre. a su libertad. y a sus derechos.
* Oriunda de la filosofía, la democracia vuelve a ser, como la ideología de los derechos humanos,
una idea de derecho -o ideología- que infunde al régimen político las pautas vertebrales de su
organización y de su funcionamiento, y que se realiza en él mediante las conductas humanas que
dan vigencia sociológica a los derechos personales (en concordancia -como lo diremos después-
con un poder limitado, distribuido y controlado).
* Parafraseando a Peces-Barba, añadiríamos que “para una vigencia efectiva de los derechos del
hombre en una sociedad concreta hay que partir de esa concepción y trasladar sus postulados al
derecho positivo vigente”: al régimen político o a la Constitución material, agregamos nosotros.
* Al recorrer otra vez la filosofía y la ideología de los derechos humanos, podemos proponer
etapas: la filosofía dará, en un primer paso, origen a la ideología de los derechos humanos en el
régimen político; y la última, sin perder su conexión con la primera, transitará a la
institucionalización de la democracia en el estadio de positivización -o vigencia sociológica- de lo
que damos como trinidad equivalente: libertad, derechos humanos, democracia como forma de
Estado, Y así ya queda en el horizonte el problema crucial, que es e! de la recepción de los
derechos humanos en el derecho positivo, que consiste en la vigencia sociológica de los mismos
(porque para nosotros, derecho positivo es igual a derecho vigente, actual y presente, pero
entendido que vigente quiere decir efectivo, eficaz, observado, y no meramente formulado en
normas escritas).
Los derechos humanos en la Doctrina social de la iglesia. Doctrina que promueve y justifica la
protección de los derechos humanos desde una óptica socialcristiana (perspectiva ideológica en la
que se compagina el cristianismo con la defensa de los derechos sociales). Tuvo sus orígenes a
finales del silgo XIX con la encíclica papal de León XIII Rerum novarum. En los años 1960, Juan
XXIII (con sus encíclicas papales Mater et registra y Pacem in terris) y el Concilio Vaticano II
terminaron de delinear sus principios.