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Racionalismo

René Descartes rompió con la tradición escolástica, dando inicio a la


filosofía moderna en general y al racionalismo en particular.
El racionalismo es una corriente filosófica que acentúa el papel de
la razón en la adquisición del conocimiento. Contrasta con
el empirismo, que resalta el papel de la experiencia, sobre todo el
sentido de la percepción.
El racionalismo se desarrolló en Europa continental durante los siglos
XVII y XVIII. Tradicionalmente, se considera que comienza con René
Descartes y su expresión «pienso, por lo tanto existo». Descartes
decía que la geometría representaba el ideal de todas las ciencias y
también de la filosofía. Descartes aseguraba que solo por medio de la
razón se podían descubrir ciertas verdades universales, contrario en
su totalidad a la idea que manejaba el movimiento empirista. A partir
de aquellas verdades es posible deducir el resto de contenidos de la
filosofía y de las ciencias. Manifestaba que estas verdades evidentes
en sí eran innatas, no derivadas de la experiencia. Este tipo de
racionalismo fue desarrollado por otros filósofos europeos, como el
neerlandés Baruch Spinoza y el pensador y matemático
alemán Gottfried Wilhelm Leibniz. Se opusieron a ella los empiristas
británicos, como John Locke y David Hume, que creían que todas las
ideas procedían de los sentidos.
El racionalismo sostiene que la fuente de conocimiento es la razón
dada por Dios y rechaza la idea de los sentidos, ya que nos pueden
engañar; defiende las ciencias exactas, en concreto las matemáticas.
Descartes quería volver a la filosofía en un conocimiento científico, por
lo tanto, darle un método científico, por lo que se basó en las
matemáticas, que se consideraban como una ciencia segura, por ello
se dio a la tarea de describir el principio de la matematización, en su
libro Discurso del método, para realizar una investigación filosófica, el
método consiste de cuatro reglas:1

1. Evidencia: solo es verdadero todo aquello que no emite ninguna


duda al pensamiento.
2. Análisis: Reducir lo complejo a partes más simples para
entenderlo correctamente.
3. Deducción: Permitir a la operación racional deductiva el peso de
la investigación, para encontrar las verdades complejas a partir
de la deducción de las simples.
4. Comprobación: Comprobar si lo descubierto a partir de la razón
fue conseguido a través de estas reglas antes mencionadas.

El racionalismo nasistodológico ha sido aplicado a otros campos de la


investigación filosófica. El racionalismo en ética es la afirmación de
que ciertas ideas morales primarias son innatas en la especie humana
y que tales principios morales son evidentes en sí a la facultad
racional. El racionalismo en la filosofía de la religión afirma que los
principios fundamentales de la religión son innatos o evidentes en sí y
que la revelación no es necesaria, como en el deísmo. Desde finales
del siglo XIX, el racionalismo ha jugado un papel antirreligioso en la
teología.
El término racionalismo tiene un significado muy amplio: en general,
llamamos racionalista a toda posición filosófica que prima el uso de la
razón frente a otras instancias como la fe, la autoridad, lo irracional, la
experiencia empírica, etc. Es racionalista todo aquel que cree que el
fundamento, el principio supremo, es la razón. Junto con ello, cabe ser
racionalista en relación con un género de cuestiones y no serlo en
relación con otro. El término racionalismo se usa comúnmente en la
historia de la filosofía para designar una cierta forma de fundamentar
el conocimiento: cabe pensar que el conocimiento descansa en la
razón, valora más la razón que los sentidos, podemos llamar
racionalistas a Parménides, Platón y Descartes; y podemos decir
que Aristóteles, Santo Tomás y, por supuesto, Hume, tienden al
empirismo, dado el valor que dieron a la experiencia sensible o
percepción.
Algunos racionalistas influyentes fueron Christian Wolff, René
Descartes, Baruch Spinoza y Gottfried Leibniz.

https://es.wikipedia.org/wiki/Racionalismo

Contexto histórico
A principios del siglo XVII, la mayor parte de la filosofía estaba
dominada por la escolástica, escrita por teólogos y basada en los
escritos de Platón, Aristóteles y de escritos de la iglesia. Descartes
argumentó que muchas doctrinas metafísicas escolásticas
predominantes carecían de sentido o eran falsas. En definitiva,
propuso comenzar la filosofía desde cero. En su obra más
importante, Meditaciones metafísicas, intenta precisamente esto, a lo
largo de seis breves ensayos. Trata de deshacerse de todas sus
creencias para determinar qué es lo que sabe con certeza. Encuentra
que puede dudar de casi todo: la realidad de los objetos físicos, Dios,
sus recuerdos, la historia, la ciencia, incluso las matemáticas, pero no
puede dudar de que, de hecho, está dudando. Él sabe en qué está
pensando, incluso si lo que piensa respecto a contenido es falso, sabe
que algo debe existir para estar pensando en eso. A partir de esta
base vuelve a construir su conocimiento. Encuentra que algunas de
las ideas que tiene no podrían haberse originado solo en él, sino solo
en Dios; así, trata de probar que Dios existe. Luego, trata de probar
que Dios no le permitiría ser engañado sistemáticamente sobre todo;
en esencia, reivindica los métodos ordinarios de la ciencia y el
razonamiento, como falibles, pero no falsos.
El racionalismo es una corriente filosófica europea que posteriormente
fue subdividida por los historiadores, en dos bloques antagónicos:
racionalismo y empirismo. Comprende todo el XVII y es un largo e
intenso epílogo metafísico a los grandes progresos de la ciencia
del Renacimiento. En él, la filosofía adopta el paradigma matemático
de la geometría y el paradigma experimental de la física, oponiéndose
tanto al escepticismo pirrónico como al formalismo escolástico. Sus
características principales son:

 Confianza en el poder de la razón.


 Postulación de las ideas innatas
 Utilización del método lógico-matemático para explicar los
razonamientos del empírico y confirmarlos cuando ello es posible.2
Leibniz

Leibniz aportó ideas diferentes a Descartes y Spinoza. Le tocó vivir


varias décadas después de esos filósofos, y mucha agua había corrido
ya bajo el puente. Y, además, las matemáticas y las ciencias de su
época ya no eran las mismas de antes.

Leibniz, estampilla.

Leibniz no asumió el típico desdén de la Escolástica que caracterizó a


los pensadores del Renacimiento y aún se conservó, al menos
externamente, en los primeros racionalistas. Usó las ideas aristotélicas,
se dedicó intensamente a la matemática y a la nueva ciencia natural, e
hizo progresar las matemáticas de un modo extraordinario. Leibniz fue
uno de los fundadores de la nueva matemática, que emerge con el
cálculo diferencial e integral. Como usted sabe, su notación resultó más
útil que la que Newton desarrolló.

Leibniz partió de la situación filosófica que dejaron Descartes y Spinoza.


Leibniz fue tal vez el primer idealista en sentido estricto; en Descartes,
el idealismo estaba aún impregnado de realismo y de ideas
escolásticas, y Spinoza no era propiamente idealista, aunque sí lo sea
el marco teórico de su tiempo.

Para Descartes, como hemos visto, el mundo físico era extensión, y, por
eso, algo quieto. La idea de fuerza le era ajena, pues le parecía confusa
y oscura e incapaz de traducirse en conceptos geométricos. Descartes
creía que la cantidad de movimiento permanece
constante. Leibniz afirma que la constante es la fuerza viva, le parece
absurda esa física estática, geométrica. Un movimiento para él, no es
un simple cambio de posición, sino algo real, producido por una fuerza.
Este concepto de la fuerza es lo fundamental de la física y de la
metafísica de Leibniz. La idea de la naturaleza estática e inerte de
Descartes se sustituye por una idea dinámica. Frente a la física de la
extensión, se establece una física de la energía. Leibniz tiene que llegar
a una nueva idea de la sustancia. La sustancia metafísica del mundo es
para Leibniz la de las mónadas. Las mónadas son sustancias simples,
sin partes, que entran a formar los compuestos. Son los elementos de
las cosas. La mónada es fuerza, o mejor, fuerza de representación.
Cada mónada representa o refleja el universo entero activamente.

Leibniz afirmaba, como buen racionalista, el pensamiento contra la


percepción de "los ingleses'' y, frente al ser sensible, lo pensado como
la esencia de la verdad.

El sistema monadológico presenta la percepción de las cosas como una


categoría ontológica, pues hace referencia a los estados transitorios del
proceso de "autodespliegue de la mónada'', y no al resultado de recoger
y elaborar los datos proporcionados por los sentidos.

Dos principios

Leibniz quería construir un sistema absolutamente racional, es decir, un


sistema que lógicamente debe hacer imposible la aparición de las
paradojas o contradicciones propias de la filosofía clásica.

En esa dirección, Leibniz distingue dos grandes principios en los que se


fundamentan todos nuestros razonamientos: el de "contradicción'' y el
de "razón suficiente.''

El primero es aquel

" en virtud del cual juzgamos falso lo que encierra contradicción, y


verdadero lo que es opuesto a, o contradictorio con, lo falso.'' [Leibniz,
G.: Monadología, p. 31.]

Este primer principio de contradicción, también es llamado de identidad.


Señala que toda proposición idéntica, es decir, aquella en la que la
noción del predicado está contenida en el sujeto, es verdadera, y su
contradictoria falsa. Por ejemplo, la proposición: "A es A'' es una
proposición necesariamente verdadera; además, es verdadera en todos
los mundos posibles, puesto que negarla supone caer en contradicción.
No es posible que A sea y no sea a la vez.
El principio de contradicción permite, entonces, juzgar como falso lo que
encierra contradicción. Gracias a este principio podemos reconocer si
una proposición es falsa o es verdadera; esto es importante: nunca
podrá ser las dos cosas al mismo tiempo.

El segundo principio:

"... en virtud del cual consideramos que no puede encontrarse ningún


hecho verdadero o existente, ni ninguna enunciación verdadera sin que
haya una razón suficiente para que sea así y no de otro modo. A pesar
de que esas razones muy a menudo no pueden ser conocidas por
nosotros.'' [Leibniz, G.: Monadología, p. 32]

El principio de razón suficiente es complementario al de contradicción.


Se aplica preferentemente a los enunciados de hecho, que se refieren
a los entes existentes, sean posibles o actuales.

Este principio de razón suficiente fundamenta toda verdad porque nos


permite establecer cual es la condición (razón) de verdad de una
proposición. Pero, ya en sentido estricto, el principio de razón se aplica
a las proposiciones contingentes, es decir, a las que no excluyen la
posibilidad de sus contrarios y enuncian hechos, posibles o actuales (se
puede atribuir predicados opuestos al sujeto). La simple atribución de
un predicado al sujeto de la proposición contingente no la hace ni
verdadera ni falsa; se requiere, entonces de una razón suficiente para
que sea de una forma u otra.

Todos nuestros razonamientos, según Leibniz, se basan en estos dos


principios: la matemática en el principio de no-contradicción; por el otro,
la física en el principio de razón suficiente.

Verdades

Con relación a las proposiciones verdaderas, Leibniz hace una


distinción entre verdades: razonamiento y verdades de hecho.

Las verdades de razón (razonamientos) son las necesarias y su verdad


se fundamenta en el principio de contradicción.

Las verdades de hecho son las contingentes (empíricas) y su verdad se


fundamenta en el principio de razón suficiente.
"Hay dos clases de verdades: las de razonamiento y las de hecho. Las
verdades de razonamiento son necesarias y su opuesto es imposible, y
las de hecho son contingentes y su opuesto es posible.'' [Leibniz,
G.: Monadología, p. 21]

La verdad de una proposición de razonamiento puede establecerse por


análisis (es verdadera si no es contradictoria); es decir, puede
establecerse a priori, pero la verdad de una proposición de hecho exige
un análisis infinito de causas. Podemos conocer la verdad de una
proposición de hecho solamente a posteriori. Las verdades necesarias
o son evidentes o pueden reducirse por análisis a otras que lo son. En
un sistema deductivo, analizar es demostrar y esto consistiría en
verificar una proposición mediante su reducción a otra ya verificada del
sistema a que pertenece. ¿Las matemáticas? Por supuesto.

"Cuando una verdad es necesaria, se puede encontrar su razón por


medio del análisis, resolviéndola en ideas y verdades más simples hasta
que se llega a las primitivas.

Así es como, entre los matemáticos, los teoremas de especulación y los


cánones de práctica son reducidos mediante el análisis a las
definiciones, axiomas y postulados.

Por último, hay ideas simples de las que no es posible dar definición;
también hay axiomas y postulados o, en una palabra, principios
primitivos que no podrían ser probados y no tienen necesidad de ello; y
estos son las enunciaciones idénticas, cuyo opuesto contiene una
contradicción expresa.'' [Leibniz, G.: Monadología, p. 32]

Las definiciones, los axiomas y los postulados son los principios


primitivos de un sistema deductivo. Los principios primitivos serían
entonces proposiciones evidentes por sí mismas, y como tales se
conocen por simple intuición (son indemostrables). La evidencia de los
axiomas se fundamenta en la comprensión de sus términos, solo las
proposiciones idénticas pueden ser llamadas propiamente axiomas
pues serían intuitivas (indemostrables).

Leibniz distingue entre axiomas universales y axiomas particulares. Los


primeros son axiomas de identidad, es decir, se basan en el principio de
contradicción y los segundos son los axiomas reducidos a identidad, es
decir, deben ser demostrados. Otra vez las matemáticas.
Para Leibniz, el proceso de conocimiento racional parte de las ideas, de
las verdades innatas, es decir, de aquellos principios que pueden ser
derivados de la mente a partir de ella misma.

Se opone a la idea de la mente como una tábula rasa, en blanco, que


se llena solo a partir de la experiencia. Para Leibniz, el espíritu humano
contiene ideas innatas necesarias eternas (como las de la Aritmética y
la Geometría) principios innatos ontológicos (como, precisamente, los
principios de contradicción y razón suficiente). Las verdades innatas son
para él, entonces, aquellas que la mente obtiene de sí misma porque
las contiene en sí misma (así por ejemplo las proposiciones lógicas o
matemáticas).

En Descartes y Leibniz los criterios de verdad descansan en el


tratamiento de las ideas de una forma que encuentra origen en el
método de las matemáticas, y no en la contrastación empírica. La razón,
usada "apropiadamente'', es la que da valor a las proposiciones del
conocimiento. La reducción axiomática exige darle verdad a principios
y a los axiomas, esto es lo que obliga a la intervención de la metafísica
y, en mitad de un mundo todavía escolástico, a la acción divina.
Filosóficamente, Spinoza y Leibniz apuntalan el Racionalismo, y la
sobreestimación del papel de la razón en el conocimiento.

Sobre las matemáticas

Epistemológicamente, las proposiciones de la matemática son verdades


porque son "verdades de razón'', lo que quiere decir, que su negación
es lógicamente imposible. Las verdades de la matemática no se refieren
al mundo, en donde se exige una relación práctica "material'' con lo real
independiente a la conciencia subjetiva, no son "verdades de hecho.''

Las leyes de la matemática y la naturaleza poseen una armonía


preestablecida por designio divino. Para Leibniz existía también la
conexión divina.

Él pensaba que el conocimiento era innato.

Se colocó, también, en el marco del modelo aristotélico pero no sólo no


tomó en consideración un objeto real o la experiencia, sino que tampoco
la intuición cartesiana. El postulado de la deductibilidad y la axiomática
era lo decisivo.
En la matemática, entonces, de lo que se trata es de la reducción a
axiomas "primitivos'' o "idénticos'':

"Por lo demás, hace ya mucho tiempo que he dicho pública y


particularmente que tendría importancia demostrar todos nuestros
axiomas secundarios, de los que nos valemos ordinariamente,
reduciéndolos a axiomas primitivos, o inmediatos e indemostrables, que
son aquellos a los que últimamente y en otros lugares he llamado
idénticos.'' [Leibniz, G. citado por Beth. E. W. en el libro: Piaget, Jean y
Beth, E.W.: Epistemología matemática y psicología, p. 51.]

Leibniz estableció con gran precisión el plan general de su proyecto. El


programa de Leibniz lo reseña Beth así:

"1) La construcción de una teoría (a la que llamaremos lógica pura) que


comprende el conjunto de todas las identidades lógicas; en esta
construcción se observarían estrictamente los preceptos de la
metodología aristotélica.

2) La definición de los conceptos específicamente matemáticos por


medio de los conceptos de la lógica pura.

3) La demostración de los axiomas específicamente matemáticos a


partir del conjunto de las identidades lógicas y de las definiciones de los
distintos conceptos específicamente matemáticos. La necesidad de
alcanzar un nivel especialmente elevado de rigor y de lucidez lleva
consigo otro paso previo más, también previsto por Leibniz, que es el
siguiente:

4) La construcción de un lenguaje formalizado capaz de servir de medio


de expresión para la lógica pura.'' [Beth. E. W. en: Piaget, Jean y Beth,
E.W.: Epistemología matemática y psicología, p. 53]

Leibniz funde la lógica con la matemática de un plumazo: las reglas


lógicas de la no-contradicción, las leyes de la identidad y del tercero
excluido..., son las que dan la base de la epistemología matemática
leibniziana.

Leibniz proporciona una teoría de la verdad matemática capaz de ser


funcional.
Para Leibniz, es, además, necesario buscar una simbolización de los
pensamientos; lenguaje que permita luego a través de un cálculo
mecánico resolver las discusiones entre los hombres.

Leibniz, por eso, a diferencia de Descartes y Pascal, va a proporcionar


un avance a la lógica formal, ayudándola a salir del estrecho marco en
la que la había sumergido la escolástica. La construcción de
un "Calculus ratiocinator'' fue un proyecto que intentó por lo menos en
tres ocasiones, en búsqueda de dar una forma más algebraica a la
lógica aristotélica. Señala Bourbaki:

"... unas veces conserva la notación

http://www.centroedumatematica.com/aruiz/libros/Historia%20y%20Fil
osofia/Parte7/Cap24/Parte04_24.htm

Leibniz: verdades de razón y verdades de hecho


Nuestros razonamientos se fundan en dos grandes principios. Uno es
el de contradicción, en virtud del cual juzgamos falso lo que encierra
contradicción, y verdadero lo que es opuesto a, o contradictorio con, lo
falso. El otro es el de razón suficiente, en virtud del cual consideramos
que no puede hallarse ningún hecho verdadero o existente ni ninguna
enunciación verdadera sin que exista una razón suficiente para que
sea así y no de otro modo, aun cuando esas razones nos puedan
resultar, en la mayoría de los casos, desconocidas. Hay dos clases de
verdades: las de razón y las de hecho. Las verdades de razón son
necesarias y su opuesto es imposible; y las de hecho son contingentes
y su opuesto es posible. Cuando una verdad es necesaria, se puede
hallar su razón por medio del análisis, resolviéndola en ideas y
verdades más simples hasta llegar a las primitivas. Es de este modo
como, entre los matemáticos, los teoremas [...] son reducidos por
medio del análisis a las definiciones, axiomas y postulados.
https://encyclopaedia.herdereditorial.com/wiki/Recurso:Leibniz:_verdad
es_de_raz%C3%B3n_y_verdades_de_hecho
Leibniz
Expresiones debidas a Leibniz con las que distingue dos tipos
de enunciados verdaderos. Las verdades de razón (vérités de raison)
son necesarias, por cuanto su contradictorio -o su negación- es
lógicamente imposible. Las verdades de hecho (vérités de fait)
son contingentes, puesto que su contradictorio -o su negación- es
lógicamente posible (ver texto). Las primeras fundan su necesidad en
el principio de contradicción, o de identidad, y las segundas en
el principio de razón suficiente (o causalidad).«Untriángulo tiene tres
ángulos internos» es una verdad de razón necesaria basada en el
principio de contradicción; su opuesta «algún triángulo no tiene tres
ángulos internos»eslógicamente imposible. En cambio, «César pasó el
Rubicón» es una verdad de hecho, contingente, puesto que su
opuesto es lógicamente posible («César no pasó el Rubicón»), sólo
fundamentada en el principio de razón suficiente, o de causalidad.
Esta división de Leibniz es paralela a la que
hizo Hume entre relaciones de ideas y cuestiones de hecho, y a la
de Kant, entre juicios analíticos y juicios sintéticos, y a la habitual
entre a priori y a posteriori. Una de las diferencias fundamentales entre
estos autores consiste en que, según Leibniz, las verdades de
hecho también son verdades de razón para una mente infinita.
https://encyclopaedia.herdereditorial.com/wiki/Verdades_de_raz%C3%
B3n_/_verdades_de_hecho
Génesis de la verdad
https://www.redalyc.org/jatsRepo/356/35655222002/html/index.html

Génesis del realismo y el idealismo


Gustavo D. Perednik

Un posible rastreo de la contraposición entre el realismo y el idealismo

Muchos interrogantes de la filosofía seguirán fertilizando en torno


de las grandes paradojas, ya sea clásicas como la de Teseo o bien
modernas como la de Newcomb. Más perseverantes todavía son las
grandes cuestiones del pensamiento: la dicotomía mente-cuerpo o la
posibilidad de los universales.

Con todo, si hubiera que señalar uno entre todos los debates
filosóficos, uno que pervive fértil e ineludible, el mejor candidato a ser el
debate fundamental es el del idealismo frente al realismo, es decir: los
argumentos a favor y en contra de que los entes físicos tengan una
existencia independiente de quienes los perciben y conocen.
La centralidad de ese debate tuvo en el siglo XX grandes
exponentes en la filosofía y en las letras, ejemplificados
respectivamente por el inglés Michael Dummett y el argentino Jorge
Luis Borges.
Dummett, muerto hace dos años, muestra en su
ensayo Realismo (1963) que la discusión entre la escuela realista y
todas las demás escuelas (englobadas en lo que él denominó «anti-
realistas») es primordial, y además, que podría reducirse a definir el
concepto de «verdad».
Por su lado, una parte notable de la obra de Borges gira en torno de
la medida en que el universo puede ser entendido como un inmenso
pensamiento. Verbigracia, su cuento Tlön, Uqbar, Orbis Tertius (1940)
describe un planeta cuyos habitantes son idealistas cabales, cuyo
lenguaje ni siquiera tiene sustantivos, ya que éstos designan seres con
existencia propia. Para aquella extraña gente, cada ser del universo es
parte de una divinidad indivisible.

Lo cierto es que pocos asuntos han motivado tanto la mente


humana, como la necesidad de determinar los límites entre nuestra
percepción y lo que la trasciende. En buena medida, la rivalidad entre
realismo e idealismo se plasmó en el quiebre entre la filosofía moderna
y sus predecesoras.

La importancia del tema ha provocado una busca de linajes para


ese debate. Para datar sus raíces, suele recurrirse a los comienzos del
Siglo de las Luces, habitualmente al período en el que George Berkeley
formulaba el argumento de esse est percipi aut percipere.
A fines de ese siglo, Emanuel Kant elevó el problema a su momento
climácico, y se acercó bastante a resolverlo. Kant, para diseñar su
idealismo trascendental, descartó dos idealismos incorrectos que lo
precedieron. Uno: el que postula que la existencia de las cosas del
espacio, fuera de nosotros, es dudosa (el cartesiano, al que Kant
denominara idealismo «problemático»); y otro, más rechazado aún, que
considera que la existencia de dichas cosas es falsa (el «idealismo
dogmático» de Berkeley).
Kant viene a superar ambos idealismos en Analítica de los
Principios (la segunda parte de la Analítica trascendental en de
la Crítica de la Razón Pura, 1781).
Rastrear el linaje de la disputa a épocas más tempranas no resulta
convincente. Por ejemplo, no cabe ubicarlo medio siglo antes de
Berkeley, en el sistema de Leibniz, porque en éste no hay una toma de
posición con respecto al debate.

Menos apropiado aún es retrotraer la cuestión a veinte siglos antes


y ubicarla en Platón, puesto que, pese a su lenguaje equívoco, el griego
no puede ser encuadrado como idealista.

Otra dirección para el rastreo fue inspirada en Arthur


Schopenhauer y su legitimación del budismo y las religiones orientales
como si fueran parte de la lid filosófica.

Así, Fritjof Capra sostiene que la dicotomía realismo/idealismo tiene


raíces milenarias en las Vedas hindúes. Sin embargo, incluso si se
estirara de ese modo la cronología, no recogeríamos en la antigua India
una contraposición como la mencionada, sino solamente la presencia
de ciertos conceptos de tono idealista en los textos poéticos o litúrgicos
de referencia.

Hay otro texto clásico y antiquísimo, empero, más apropiado para


ofrecer un arquetipo realismo/idealismo. En efecto, no se ha prestado la
suficiente atención al hecho de que el paradigma aparece nada menos
que en el libro del Génesis, un pilar de la cultura Occidental. A los
efectos de señalarlo, cabe un introito acerca de los dos primeros
capítulos bíblicos en general.

Los dos Adanes

En los dos primeros capítulos de la Biblia se reseña la creación del


ser humano, y saltan a la vista las diferencias entre ellos. En otras
palabras, el Génesis 1 (26-31) y el Génesis 2 (4, 7-8, 15-22) narran
historias muy distintas del nacimiento de la especie.

Por lo menos una docena de divergencias resultan de comparar los


textos. Enumeremos algunas de ellas:

 En el primer capítulo se menciona un plan previo («Hagamos al


hombre») mientras que en el segundo no.
 El molde del primer capítulo es «a imagen y semejanza», y el
del segundo «polvo de la tierra».
 En el primer capítulo hay simultaneidad en la creación de «varón
y hembra»; en el segundo el hombre es creado solo, y
posteriormente la mujer.
 El primer capítulo prescribe «sojuzgar y dominar» la Tierra; el
segundo requiere «preservar y cultivar».

En suma, el Adán del primer capítulo es un hombre planificado,


social, exitoso, poseedor y dominante, y el del segundo es un ser
espontáneo, humilde, solitario, protector y con un dilema moral.

Establecidas las diferencias, cabe agregar que en general las


contradicciones internas de la Biblia fueron interpretadas básicamente
de dos modos:

 el de la Crítica Bíblica, desarrollada eminentemente durante el


siglo XIX, que deduce de dichas diferencias fuentes disímiles y
variadas, y
 el método de la Exégesis que deduce, de las diferencias,
enseñanzas morales o filosóficas.

Para aplicar ambos métodos al contraste entre Adán 1 y Adán 2,


digamos, en primer lugar, que Jean Astruc, se transformó hacia 1753
en un precursor de la Crítica Bíblica, al plantear que las mentadas
diferencias evidenciaban una multiplicidad de autorías del Pentateuco.

Del lado de la Exégesis, señalemos que los grandes maestros


talmúdicos eran conscientes del contraste. Por ejemplo el Rabí Abáhu
se detiene en la cuestión en el tratado de Bendiciones 61ª, y los rabíes
Leví y Asi debaten si hubo una o dos creaciones del hombre, en el
tratado de Actas Nupciales 8a.

También aluden al tema los grandes pensadores judeoespañoles


del Medioevo, como Najmánides y Yehuda Haleví.

En términos generales, la Exégesis considera que la contradicción


entre Adán 1 y Adán 2 conlleva un mensaje acerca de la dualidad
humana. En ella se basa un ensayo del rabino Joseph Dov Soloveitchik,
que constituye un tratado acerca de la naturaleza del hombre.

Soloveitchik (1903-1993) es considerado el portavoz de la síntesis


entre la erudición tradicional judaica y la sabiduría académica
Occidental. Su doctorado fue acerca de la epistemología de Hermann
Cohen (1932).
Uno de sus textos más conocidos es La soledad del hombre de
fe (1965), está enteramente dedicado a desmenuzar el contraste entre
Adán 1 («el hombre majestuoso») y Adán 2 («el hombre
comprometido»).

Las escasas diferencias que analiza Soloveichik son:


social/individual, dominador/sumiso, pragmático/dogmático,
tecnológico/espiritual.

A los efectos de nuestro artículo, hay una diferencia fundamental


entre Adán 1 y Adán 2, que no es mencionada.

El primero es creado después de los reinos vegetal y animal, cuando


se ha constatado de que todo «estaba bien», y es una especie de
coronación de la creación (Génesis 1:25-27).

El segundo, por su parte, es creado antes que «todos los animales


del campo y a todas las aves del cielo» (Génesis 2:18-19), a tal punto
que éstos reciben sus nombres según las formas en las que Adán 2
decide llamarlos. Adán 1 domina; Adán 2 nomina.

Es decir que en el primer capítulo prevalece la realidad física en


cuyo contexto hace aparición la figura humana, y en el segundo
capítulo, a partir del hombre y de su percepción, van moldeándose el
resto de los seres, que son definidos a partir del lenguaje humano. Es
notable que una de las primeras acciones del hombre, en el caso de
Adán 2, consista en aplicar el lenguaje para generar su realidad.

Teniendo en cuenta que el texto analizado es uno de los máximos


de la civilización, puede bien servir de prototipo para la máxima de las
discusiones de la filosofía.
https://www.nodulo.org/ec/2013/n131p05.htm

Percepción y apetición El alma.


No hay muerte; sólo hay transformación. Lo que ocurre es
que no podemos percibir las mutaciones de las almas ni
tampoco de los cuerpos, puesto que estas adquiern de
nuevo y mediante una involución, la forma y el aspecto que
tenían antes de "aparecer" bajo su aspecto conocido.

El animal siempre ha estado animado y organizado, y no


puede perder ese estado, a no ser por aniquilación divina.
No hay nada inerte en la naturaleza; todo posee un
principio energético y formal.

Sin embargo, las substancias, aun existiendo todas desde


siempre, no son todas iguales. El elemento diferenciador
de las substancias va a ser la percepción. Cada mónada
tiene percepciones distintas, es decir, representaciones del
"mundo externo" que son cualitativamente diferentes y
tienen distintos grados de claridad o confusión. Además de
esto, lo que diferencia a unas mónadas de otras es
la apetición, que todas poseen:

"Una mónada, en sí misma y en el momento, no puede


ser discernida de otra sino sólo por las cualidades y
acciones internas, las cuales no pueden ser otra cosa
que sus percepciones - es decir, las representaciones
de lo compuesto o lo que está fuera, en lo simple - y
sus apeticiones - es decir, tendencias de una
precepción a otra - que son los principios del cambio
Porque la simplicidad de la substancia no es obstáculo
a la multiplicidad de las modificaciones, que deben
hallarse juntas en la misma substancia simple y deben
consistir en la variedad de las relaciones con las cosas
que está fuera." (LEIBNIZ. Principios de la naturaleza y
de la gracia. Op. Cit. 1, pg. 405)
La unidad real simple de la mónada consiste en un unificar
que descansa en sí mismo: es un unificar que produce la
propia multiplicidad. La unidad, como unificación que pliega
y despliega su propia multiplicidad heterogénea tiene el
caracter de una representación: algo que se impone al
sujeto desde dentro de sí mismo y para sí mismo.

La multiplicidad generada en y para cada mónada es algo


finito y no es nunca del todo ente, por eso, todo estado de
una mónada implica el tránsito al estado siguiente. Las
percepciones son pasajeras, por lo que la apetición es
necesaria.

"La acción del principio interno, que verifica el cambio


o tránsito de una percepción a otra, puede llamarse
apetición" (Monadología,. Op. Cit. 15 )

Ahora bien; no todas las percepciones son apercepciones,


o lo que es lo mismo, no todas van acompañadas de
autoconciencia. La percepción es sólo el devenir de una
multiplicidad en una unidad. Lo uno o lo simple unifica
consigo lo múltiple, produciéndolo para sí. Por este motivo,
la multiplicidad que entra en una mónada tiene que estar
determinada desde el interior de la misma mónada. De lo
contrario, su unidad sería la de un puro agregado.

"Podría darse el nombre de entelequia a todas las


substancias simples o mónadas creadas, pues tienen
en sí mismas cierta perfección y hay en ellas una
suficiencia que las hace fuente de sus acciones
internas y, por decirlo así, autómatas incorpóreos."
(Monadología,. Op. Cit. 18, pg. 391)

El nombre "alma" va a quedar reservado sólo para aquellas


mónadas que además de tener percepciones y apetitos,
tengan también memoria. Los animaletambién serán
portadores de un ámbito antes sólo reservado al género
humano. Pero ello no elimina las diferencias. Si bien
animales y hombres hacen uso de un alma con memoria,
sólo el hombre puede ser autoconsciente y reflexionar
sobre lo memorizado. La razón sigue siendo privilegio
humano:

"Hay en las percepciones de los animales cierto enlace


que remeda la razón; pero se funda sólo en la memoria
de los hechos, y de ningún modo en el conocimiento
de las causas.(...) Pero el verdader conocimiento
depende de las verdades necesarias o eternas, como
son las de la lógica, los números, la geometría, que
constituyen la conexión indubitable de las ideas y las
consecuencias infalibles. Los animales en los cuales
no se advierten estas consecuencias, llámanse
bestias; pero los que conocen esas verdades
necesarias son propiamente los llamados animales
racionales, y sus almas llevan el nombre de espíritus."
(Principios de la naturaleza y de la Gracia,. Op. Cit. 5,
pg. 406)

Son las almas racionales las que pueden reflexionar sobre


las verdades y las cosas inmateriales, y por ello son más
perfectas y tienen un orden de importancia mayor que las
otras.

Hay una tendencia finalista en el universo, considerado


éste como un todo. El conjunto de sus elementos tiende a
la percepción y este tender está él mismo implícito en la
estructura del universo. El mundo se desarrolla él mismo y
por sí mismo hasta alcanzar la perfección, así como para
que las almas también la alcancen.

Dios ha creado un mundo que se basta por sí mismo


aunque esto no lo asemeja, ni mucho menos, a una
máquina artificial. El mundo es como un gran organismo
vivo que se regula a sí mismo y que perdura en su
identidad a través de sus múltiples cambios.

El universo es indestructible e indivisible, y abarca en sí a


la pluralidad de los entes, de las substancias,
constituyéndose en una unidad total y absoluta preformada
por Dios.

El universo es una unidad de unidades, un todo de partes


ellas mismas indivisibles, independientes y cerradas.

El sistema leibniziano se asemeja a esos dibujos en los


que hay representada una ventana que, a su vez, se abre a
otra ventana y a través de la cual vemos otra ventana más
y así, ad infinitum.

Dentro del sistema global de las substancias, el alma


ocupa un lugar privilegiado gracias a su capacidad
unificadora o "atractiva". En el caso de los hombres,
proporciona su "yo". Dentro del compuesto, en el
aggregatum , se halla un núcleo simple, el alma, cuya
actividad fundamental es la fusión del compuesto a través
de un principio vital y perceptivo sin el cual las partes del
agregado, "de la muchedumbre", dejarían de existir
manteniendo su individualidad.

La unidad es la forma de organizarse y ajustarse los


miembros en lo compuesto, formando un ente indisoluble.

http://cibernous.com/autores/leibniz/teoria/apeticion.html

Mónada
(Del griego: “monós”, unidad). Mónada es un término filosófico que
sirve para expresar la unidad indivisible más simple. En la filosofía
griega, el término “mónada” es empleado como uno de los principios
del ser; en la filosofía moderna el término desempeña un papel
importantísimo en el sistema de Leibnitz (ver). Según éste las
mónadas son la base de todo lo existente, constituyendo sustancias
espirituales autónomas dotadas de automovimiento. Su conexión
mutua constituye la armonía divina preestablecida. En la teoría de
Leibnitz sobre las mónadas había también elementos valiosísimos,
como la tentativa de establecer la conexión de todos los fenómenos de
la Naturaleza (a través de las mónadas) y la indicación sobre el
automovimiento interno de las mónadas.
Diccionario filosófico marxista · 1946:223
Mónada
(del griego, μόνας: unidad). Término filosófico premarxista que
designa la unidad indivisible más simple. En la filosofía griega
significaba la singularidad considerada como uno de los principios del
ser. En el sistema de Leibniz (ver), las mónadas, substancias
espirituales independientes, capaces de movimientos espontáneos,
constituyen el fundamento de todo lo que existe. Su vinculación
expresa la armonía divina preestablecida. La doctrina idealista de las
mónadas de Leibniz contenía elementos de dialéctica.
Diccionario filosófico abreviado · 1959:364
Mónada
(del griego μόνας: unidad). Término filosófico con el que se designa
la unidad estructural, sustancial, del ser. Se interpreta de manera
distinta en diversos sistemas filosóficos. Para los pitagóricos, por
ejemplo, la mónada (unidad matemática) es el fundamento del mundo.
Para Bruno (De la mónada, del número y de la figura, 1591), la
mónada es el principio uno del ser, que es la materia espiritualizada
(Panteísmo). En este principio, según Bruno, coinciden las
contradicciones entre lo finito y lo infinito, lo par y lo impar, &c. La
mónada constituye uno de los conceptos básicos de la filosofía de
Leibniz (Monadología, 1714). Leibniz considera la mónada como
sustancia simple, cerrada y variable. Las mónadas dotadas de una
clara capacidad de percepción se denominan almas. En cambio, el
alma racional del hombre, según Leibniz, es la mónada-espíritu.
Después de llamar la atención sobre la idea de Leibniz en el sentido
de que en la mónada se refleja todo el mundo, de que la mónada,
como individualidad, contiene como en germen lo infinito, Lenin
escribió: “Existe aquí una especie de dialéctica muy profunda a pesar
del idealismo y del clericalismo” (tomo XXXVIII, pág. 381). En
Lomonósov se encuentra el término de “mónada física”, con el que el
gran sabio designaba la partícula (el corpúsculo) de la materia. La
mónada como principio espiritual desempeña cierto papel en
el Hilozoísmo de Goethe. El concepto de mónada se emplea en
sistemas idealistas modernos como el pluralismo y el personalismo.
Diccionario filosófico · 1965:323

Mónada
(gr. monas: unidad) Término filosófico que significa la unidad
estructural, substancial del ser. Se interpreta de diferente manera en los
distintos sistemas filosóficos. Para los pitagóricos, por ejemplo, la
mónada (unidad matemática) es el fundamento del mundo.
En Bruno (De la mónada, del número y de la figura, 1591, &c.), la
mónada es el principio único del ser, que es la materia espiritualizada
(Panteísmo). Según Bruno, en este principio coinciden los contrarios
finito e infinito, par e impar, &c. La mónada es uno de los conceptos
fundamentales de la filosofía de Leibniz (Monadología, 1714). Este
considera que la mónada es una substancia espiritual mutable. Las
mónadas provistas de la capacidad de percepción precisa se
denominan almas. El alma razonable del hombre, según Leibniz, es la
mónada –espíritu. Después de hacer constar las ideas de Leibniz de
que en la mónada se refleja todo el mundo y que ella encierra en forma
de individualidad, como en germen, lo infinito, Lenin dice: “He aquí un
tipo de dialéctica, y muy profunda a pesar del idealismo y el clericalismo”
(t. 29, p. 70). Lomonósov usa el término “mónada física” para designar
la partícula (corpúsculo) de la materia. Goethe habla de la mónada
(llamándola entelequia) como del principio espiritual activo que es
propio de la materia y contribuye a individualizar los objetos. En una u
otra forma, el concepto de mónada se emplea en los sistemas religioso-
idealistas modernos del pluralismo y del personalismo.

https://www.filosofia.org/enc/ros/mona.htm

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