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IES J.L. CASTILLO PUCHE José A.

Mellado
2º Bachillerato.- Historia de España

TEMA 7.- LA CONSTRUCCIÓN DEL ESTADO LIBERAL Y EL SEXENIO REVOLUCIONARIO (1833-


1874)

EBAU 9.- REVOLUCIÓN LIBERAL EN EL REINADO DE ISABEL II. CARLISMO Y GUERRA CIVIL.
CONSTRUCCIÓN Y EVOLUCIÓN DEL ESTADO LIBERAL.

INTRODUCCIÓN
En 1833 se inició un proceso de cambio y revolución, en un contexto de guerra civil,
que supuso la implantación definitiva del Estado liberal. Moderados, progresistas, unionistas
y demócratas pugnaron entre ellos por imponer su propio modelo, pero fueron los moderados
quienes consiguieron un mayor protagonismo durante el reinado de Isabel II.

DESARROLLO
1. LA PRIMERA GUERRA CARLISTA (1833-1840).
En 1833, tras la muerte de Fernando VII, los partidarios de Carlos María Isidro,
hermano del difunto rey, los carlistas, iniciaron una insurrección armada que derivó en una
larga guerra civil.
El enfrentamiento entre Carlos María Isidro y María Cristina (madre de la reina Isabel)
es una cuestión dinástica pero con un claro trasfondo político: los carlistas son defensores del
absolutismo y el Antiguo Régimen (apoyados por campesinos, bajo clero y nobleza rural),
mientras que los que apoyan la causa isabelina son la alta nobleza, jerarquía eclesiástica y los
liberales, que ofrecerán su apoyo a María Cristina si ésta accedía a implantar el sistema liberal.
El carlismo es una ideología conservadora que se caracteriza por: la defensa de los
fueros vascos y navarros; el tradicionalismo; el ruralismo (exaltación de la vida campesina
frente a las ciudades); la defensa de la Iglesia católica. Su lema es Dios, Patria y Rey. Su ámbito
geográfico era principalmente el País Vasco y Navarra, debido a su defensa de los fueros, y las
zonas montañosas de Cataluña, Valencia y Aragón.
La guerra ocasionó unos 200.000 muertos. Al principio salieron vencedores los
carlistas, gracias a la eficacia y rapidez de su general en jefe Zumalacárregui. Después de la
muerte de Zumalacárregui en el asedio de Bilbao (1835), los liberales tomaron la iniciativa de
la contienda, dirigidos por el general Espartero.
El bando carlista se dividió entre partidarios de negociar una paz honrosa
(encabezados por el general Maroto) y los que querían continuar una guerra que era imposible
ganar (el general Cabrera y el propio pretendiente don Carlos). Finalmente en agosto de 1839
tuvo lugar en Vergara la firma oficial del tratado de paz entre el general carlista Maroto y el
liberal Espartero: “Abrazo de Vergara”. Por este tratado los carlistas aceptaban a Isabel II
como reina, lo que suponía la aceptación de su derrota; a cambio los isabelinos se
comprometían a respetar los fueros vascos y navarros, al tiempo que permitían la
incorporación de los militares carlistas al ejército español. Pero el acuerdo fue considerado
como una traición por el sector más radical del carlismo, que, encabezado por el general
Cabrera, continuó su lucha en las comarcas montañosas de Aragón y Castellón (el Maestrazgo).

2. ISABEL II: CONSTRUCCIÓN DEL ESTADO LIBERAL (1833-1868).


El reinado de Isabel II está marcado por los dos principales partidos liberales:
 Moderados: defienden los intereses de nobleza, clero y alta burguesía; partidarios del
centralismo político; soberanía compartida entre las Cortes y el rey; sufragio censitario muy
restringido; Cortes bicamerales; defensa de la Iglesia Católica; proteccionismo. Sus líderes
fueron Martínez de la Rosa, Bravo Murillo y sobre todo el general Narváez.
 Progresistas: defienden los intereses de las clases medias urbanas; partidarios de la
soberanía nacional; Cortes unicamerales; sufragio censitario más amplio; libertad de
prensa; descentralización del Estado; libertad de culto; desamortización eclesiástica;
librecambismo. Líderes: Mendizábal, Madoz, Espartero y Prim.

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2.1. Las regencias de María Cristina y Espartero (1833-1843):


María Cristina, madre de Isabel, actuó como regente entre 1833 y 1840. En 1834, el
liberal moderado Martínez de la Rosa propuso la promulgación del Estatuto Real: era una
carta otorgada que proponía unas Cortes sin poder legislativo ni soberanía, subordinadas al
monarca. El descontento popular por el desarrollo de la guerra llevó al asalto y quema de
conventos en algunas ciudades (1835). La regente nombró un nuevo gobierno encabezado por
el liberal progresista Juan Mendizábal.
Mendizábal emprendió una necesaria reforma agraria con la aprobación de decretos
de desamortización de tierras eclesiásticas. María Cristina destituyó a Mendizábal pero un
motín de sargentos en el Palacio de La Granja (1836), obligó a la regente a aceptar la
Constitución de 1812. El progresista Calatrava formó gobierno, con Mendizábal como ministro
de Hacienda.
El nuevo gobierno progresista convocó elecciones a Cortes y una vez constituidas, se
aprobó la Constitución de 1837, que tenía estas características:
- Soberanía compartida entre las Cortes y el rey (la Corona puede hacer y vetar leyes)
- Amplia declaración de derechos de los ciudadanos
- Confesionalidad católica del Estado
- Cortes bicamerales y sufragio censitario (2,4% población)
Fue un paso atrás respecto a la de 1812 pero el objetivo era que fuese aceptada por
los liberales moderados.
Aprobada la Constitución, se convocaron nuevas elecciones en 1837, que ganaron los
moderados. Los moderados gobernaron de forma autoritaria mediante decretos. Frenaron la
desamortización eclesiástica e impulsaron la Ley de Ayuntamientos (1840), que otorgaba a la
Corona la facultad de nombrar a los alcaldes de capitales de provincia. Los progresistas
recurrieron a la insurrección militar para parar esta ley, y María Cristina renunció a la regencia
en 1840.
El general Espartero se convirtió en el nuevo regente (1840-1843) pero su mandato
derivó en el autoritarismo y perdió el apoyo popular. Aprobó un arancel librecambista que
perjudicaba a la industria textil catalana y se produjo un levantamiento en Barcelona (1842).
Espartero bombardeó la ciudad. En 1843, un nuevo levantamiento militar forzó el cese de
Espartero y se marchó al exilio. Las Cortes adelantaron la mayoría de edad de Isabel II y la
proclamaron reina a los trece años.

2.2. La Década Moderada (1844-1854):


En las elecciones de 1844, los moderados ganaron y el general Narváez formó nuevo
gobierno. Destacamos como medidas importantes durante esta etapa:
1. Aprobación de la Constitución de 1845: de carácter moderado, establecía una soberanía
compartida entre el rey y las Cortes; reforzamiento del poder real; sistema bicameral (Senado
no electivo; Congreso de Diputados); sufragio censitario restringido al 1% de la población;
confesionalidad católica del Estado; control de los ayuntamientos por el gobierno central.
2. Concordato con la Santa Sede (1851): el Estado se comprometía al sostenimiento de la
Iglesia y le otorgaba competencias en educación. El Papa reconocía a Isabel II y aceptaba las
desamortizaciones eclesiásticas emprendidas por Mendizábal.
3. Ley Mon (1845): reforma fiscal para aumentar los ingresos del Estado. Establecía la
contribución directa sobre la propiedad y creaba el impuesto sobre el consumo.
4. Se aprobaron el Código Penal (1848) y el Código Civil (1850).
5. Reforma de la administración provincial y municipal: los gobernadores civiles elegirían a los
alcaldes de municipios con menos de 2000 habitantes, y el resto, la Corona (excepto en País
Vasco y Navarra para evitar un levantamiento carlista).
6. Se crea la Guardia Civil (1844) para mantener el orden público en las zonas rurales.

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7. Se impuso el servicio militar obligatorio a través de un sistema de quintas por sorteo que
era redimible, es decir, a cambio de un pago en dinero, un joven podía liberarse del servicio
militar y pagar a un sustituto.

2.3. El Bienio Progresista (1854-1856):


En el verano de 1854 se produjo un pronunciamiento del general O’Donnell, un
moderado descontento, apoyado por progresistas, demócratas y republicanos. Es conocido
como la Vicalvarada (por iniciarse en Vicálvaro, Madrid). Enseguida fue publicado el
Manifiesto de Manzanares, donde los progresistas exigían reformas inmediatas. Isabel II se vio
obligada a aceptar un gobierno presidido por Espartero y una convocatoria de elecciones a
Cortes constituyentes, a la que se presentó un nuevo partido, la Unión Liberal de O’Donnell,
de tendencia centrista. Las nuevas Cortes redactaron una Constitución (1856) de marcado
carácter progresista pero que no llegó a promulgarse.
El gobierno progresista impulsó importantes reformas que dieron lugar a una etapa de
desarrollo económico hasta 1866, que son:
1. Ley de Desamortización Civil (1855), de Pascual Madoz, que afectó a bienes del Estado, la
Iglesia, órdenes militares y ayuntamientos.
2. Ley de Ferrocarriles (1855), para incentivar la construcción de líneas ferroviarias. Atrajo a
inversores extranjeros, sobre todo franceses y británicos.
Pero los problemas sociales (revueltas campesinas por hambrunas, motines populares
con asaltos e incendios de fábricas, huelgas obreras) hicieron caer al gobierno progresista. En
julio de 1856, el general O’Donnell, con apoyo de la reina y parte del ejército, cerró las Cortes,
suprimió la Milicia y anuló la libertad de prensa.

2.4. La crisis de la monarquía isabelina (1856-1868):


O’Donnell restableció la Constitución de 1845 y mantuvo las leyes desamortizadoras,
pero perdió la confianza de la reina y ésta nombró nuevo presidente al moderado Narváez.
Narváez suspendió la desamortización, restringió derechos y libertades y convocó
elecciones que ganaron ampliamente los moderados. Lo más importante de su gobierno fue la
publicación de la Ley Moyano (1857), la primera gran ley de educación en España, destinada a
acabar con el analfabetismo. Entre 1858 y 1863 volvió a presidir el gobierno el general
O’Donnell. Su etapa destaca por proseguir con la expansión del ferrocarril, reanudar la
desamortización civil y aumentar la inversión en obras públicas.
Los crecientes ingresos de la Hacienda se gastaron en una política exterior muy activa,
con operaciones militares costosas e inútiles para rehacer la imagen de España como potencia
colonial y estimular el patriotismo. Se llevaron a cabo tres campañas: expedición a Cochinchina
junto a Francia; intervención en México para exigir el pago de la deuda atrasada; campaña de
Marruecos (1859-1860), con el pretexto de un ataque a Ceuta. Esta se saldó con varias
victorias y un prestigio para el militar progresista Juan Prim. España ocupó Ifni y amplió Ceuta.
En 1866 se desató una fuerte crisis económica (las empresas ferroviarias se hundieron
en la Bolsa; aumento del precio del trigo; cierre de empresas textiles). Narváez, ante la
revuelta popular, disolvió las Cortes.
Progresistas y demócratas firmaron el Pacto de Ostende (1866) para acabar con la
monarquía de Isabel II, formar un gobierno provisional y convocar Cortes Constituyentes por
medio del sufragio universal masculino.

CONCLUSIÓN
Los gobiernos autoritarios, la marginación de la oposición (progresistas, demócratas y
republicanos), la crisis económica y el descontento popular, provocaron el fin de la monarquía
isabelina. Los partidos opositores protagonizaron la revolución de septiembre de 1868 para
iniciar un giro radical a la política española. Isabel II, falta de apoyos políticos, se vio obligada
a exiliarse. Así comenzó el Sexenio Revolucionario que va de 1868 a 1874.

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EBAU 10.- TRANSFORMACIONES ECONÓMICAS DEL SIGLO XIX: LAS DESAMORTIZACIONES.

INTRODUCCIÓN
Desde el punto de vista económico el reinado de Isabel II está marcado por la
progresiva aparición de unas estructuras capitalistas, de forma que el antiguo sistema agrario
de tipo señorial o feudal va dando paso muy lentamente a otro distinto caracterizado por los
cambios en el sistema de propiedad de la tierra (desamortizaciones de Mendizábal y Madoz).

DESARROLLO

1. DOBLE DESAMORTIZACIÓN ECLESIÁSTICA Y CIVIL


A lo largo del siglo XIX la agricultura siguió siendo el sector económico más importante
de España. Los cambios más importantes en el sector agrícola afectaron a la estructura de la
propiedad de la tierra. En cambio, la productividad siguió siendo baja debido al uso de técnicas
arcaicas. Por eso periódicamente se siguieron produciendo crisis de subsistencia, que
afectaban al conjunto de la economía española.
El elemento clave en la reestructuración de la propiedad agraria fue la
desamortización, proceso jurídico-político que consiste en sacar al mercado libre bienes que
durante el Antiguo Régimen eran inalienables, tanto nobiliarios sometidos a la ley del
mayorazgo, como de los ayuntamientos (tierras comunales y de propios) y de la Iglesia (bienes
de “manos muertas”).
En un principio el objetivo fundamental de las desamortizaciones sería crear un
campesinado libre que explotaría las tierras compradas con mentalidad capitalista de
obtención del máximo beneficio económico. Pero la realidad no fue así: los compradores de las
tierras desamortizadas fueron los banqueros, comerciantes, industriales y nobles, es decir los
únicos sectores poseedores de dinero en efectivo. En consecuencia, no fue posible constituir
en España una clase de campesinos de propiedades medianas, como sí había sucedido en
Francia durante la Revolución. Por el contrario, el latifundismo de baja productividad se
acentuó.
Para comprender el proceso de desamortización también es muy importante tener en
cuenta las grandes dificultades de la Hacienda Pública española (deuda pública acumulada y
déficit presupuestario crónico), lo que se debe tanto a las guerras que se amontonan en las
cuatro primeras décadas del siglo XIX como a la necesidad de financiación de un estado
moderno con un creciente número de funcionarios y, en consecuencia, generador de un mayor
gasto. Para Jordi Nadal (en su libro El fracaso de la Revolución Industrial en España; Barcelona,
Ariel Historia, 1975), la Hacienda española no tuvo más remedio para financiarse que acudir a
la apropiación y posterior venta de las riquezas naturales del suelo y del subsuelo. Por tanto la
agricultura y la minería fueron los sectores afectados. Es decir, el estado expropia los bienes de
manos muertas y posteriormente los pone en venta mediante pública subasta.
Fueron los progresistas los que promulgaron las leyes de desvinculación y
desamortización. El Partido Moderado (y por supuesto los carlistas) estuvo en contra de dichos
procesos, aunque algunos de sus seguidores se beneficiaron del lucrativo negocio.
La desvinculación de los bienes nobiliarios se hizo mediante un doble paso: en primer
lugar se abolieron los señoríos feudales, con lo que los antiguos señores se convertían en
propietarios libres y perdían los derechos jurisdiccionales sobre sus antiguos siervos (1812); en
un segundo momento, se suprimió la ley del mayorazgo (1820), ley castellana de origen
medieval por la que el hijo primogénito de un noble recibía en herencia todos los bienes
familiares, con la obligación de no venderlos, puesto que debía legarlos íntegros a la siguiente
generación. Aunque Fernando VII restableció los mayorazgos tras recuperar sus poderes
absolutos en 1823, serían definitivamente suprimidos por otra ley de 1836.

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Ya a finales del XVIII y principios del XIX se habían llevado a cabo ciertas medidas
desamortizadoras (Godoy en 1798, José I Bonaparte desde 1808, Cortes de Cádiz entre 1810 y
1814, Trienio Liberal desde 1820). Pero las dos principales desamortizaciones tuvieron lugar ya
en el segundo tercio del XIX.

1.1. LA DESAMORTIZACIÓN DE MENDIZÁBAL (1836-37):


En plena guerra carlista, el ministro de Hacienda Juan Álvarez Mendizábal, del Partido
Progresista, disolvió las órdenes religiosas (excepto las dedicadas a la enseñanza y a la
asistencia hospitalaria) y organizó por decreto del 16 de febrero de 1836 la incautación y
posterior subasta de los bienes de las órdenes regulares. Otra ley del 29 de julio de 1837
amplió ese proceso a los bienes del clero secular. Jordi Nadal señala que al comenzar la Década
Moderada, que puso freno a la desamortización, cerca de las tres cuartas partes de las tierras
de la Iglesia habían sido expropiadas y subastadas y, por tanto, pertenecían ahora a dueños
particulares.
La finalidad de estas leyes de desamortización fue múltiple:
 Obtener fondos para sufragar los gastos de la guerra carlista.
 Eliminar la deuda pública (los compradores podían pagar con títulos de la deuda). El
saneamiento de la Hacienda Pública permitía al estado obtener nuevos préstamos.
 “Castigar” a la Iglesia por su adscripción mayoritaria al bando carlista. Las leyes de
desamortización provocaron la ruptura de las relaciones diplomáticas de la España
liberal con Roma. En compensación por los perjuicios ocasionados, el estado se
comprometió a subvencionar el culto y a pagar a los sacerdotes.
 Atraer a las filas liberales del gobierno a la nueva clase de burgueses que adquieren los
bienes desamortizados, ampliando así la base social del régimen isabelino. También
fueron favorecidos muchos nobles por la compra de tierras a muy bajo precio. Nobles
y burgueses eran los únicos sectores sociales que tenían el dinero necesario para
efectuar las compras.

La desamortización de Mendizábal decepcionó a quienes confiaban en que serviría


para realizar un reparto de las tierras expropiadas entre los campesinos. Pero el estado dio a
los compradores pocas facilidades de pago y se decidió por adjudicar cada puja al mejor
postor, que casi siempre era un aristócrata o un empresario burgués. El objetivo principal del
gobierno progresista está claro que no era la puesta en marcha de una reforma agraria, sino el
de aumentar los ingresos del estado.

1.2. LA DESAMORTIZACIÓN DE MADOZ (1855).


Tras el parón que sufrió la desamortización con la llegada al poder de los moderados
(Década Moderada, 1844-54), la vuelta de los progresistas en 1854 supuso un nuevo impulso.
Promovida la nueva ley desamortizadora por el ministro Pascual Madoz, salieron a la venta los
bienes eclesiásticos no vendidos anteriormente, los del estado, los de las Órdenes Militares y
los bienes de propios (pertenecientes a los ayuntamientos, cuyas rentas por su alquiler se
destinaban al mantenimiento de los mismos) y de comunes (también propiedad de los
ayuntamientos, pero cuyo disfrute correspondía libremente a todos los vecinos del municipio).
Es decir, fueron privatizadas todas las tierras que hasta entonces eran de propiedad colectiva.
El valor total de los bienes desamortizados por Madoz (11.300 millones de reales) duplicó el de
la desamortización de Mendizábal.
Aunque el procedimiento desamortizador de 1855 fue similar al anterior (es decir,
primero la expropiación y después la venta de los bienes mediante subasta pública), el dinero
obtenido tuvo un fin distinto: pagar intereses de deuda pública comprada por los
ayuntamientos al Estado y construcción del tendido del ferrocarril principalmente.

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CONCLUSIÓN
Balance de las desamortizaciones: Los objetivos de las leyes desamortizadoras sólo se
cumplieron en pequeña medida por diversas razones:
 Muy pocos campesinos sin tierra pudieron acceder a la propiedad de las fincas
desamortizadas, pues no se les ofrecieron suficientes facilidades de pago. La propiedad
agraria en el centro y sur del país continuó concentrada, incluso más que antes, en
unos pocos latifundistas.
 La burguesía compradora a veces siguió imitando el tradicional modelo de explotación
de la tierra de la nobleza, por lo que la productividad de las tierras no mejoró
sustancialmente.
 Se agravó la situación de más de tres millones de campesinos no propietarios, que
resultaron muy perjudicados por la privatización de las tierras municipales, lo que
desembocó en situaciones de violencia (sobre todo en el Sur) y en una emigración
masiva hacia las ciudades y el extranjero.
 Aunque las desamortizaciones aliviaron los problemas de la Hacienda Pública, el
dinero obtenido por el estado fue muy inferior al valor real de las fincas.
 Se perdieron muchos tesoros artísticos al desaparecer los templos y monasterios
afectados por la desamortización.

EBAU 11.- EL SEXENIO REVOLUCIONARIO (1868-1874).

INTRODUCCIÓN
En 1868 tuvo lugar una revolución conocida como La Gloriosa, que inició una etapa de
libertades que se plasmaría en la Constitución de 1869 y en la Primera República. Sin embargo,
las reformas introducidas provocaron un fuerte rechazo en las fuerzas conservadoras y no
llegaron a satisfacer las aspiraciones populares. La fuerte conflictividad social acabó frustrando
la experiencia republicana.

DESARROLLO
1. LA REVOLUCIÓN “GLORIOSA” Y EL GOBIERNO PROVISIONAL (1868-1870)
1.1. La Revolución de septiembre de 1868 (la “Gloriosa”).
El 19 de septiembre de 1868 el almirante Topete se sublevaba en Cádiz contra el
gobierno de Madrid, un golpe de estado en el que también participaron activamente los
prestigiosos generales Serrano y Prim. La sublevación se extendió a otras ciudades, como
Cartagena, Valencia o Barcelona, y se resolvió en la batalla de Alcolea (Córdoba), donde las
tropas fieles a Isabel II fueron derrotadas. Isabel II, que estaba en San Sebastián, se exilió a
Francia.
Este pronunciamiento era el fruto de una alianza entre progresistas y unionistas para
acabar con el régimen de Isabel II, apoyados también por los demócratas. Las motivaciones de
los partidos políticos que participaron en el golpe eran sin embargo bien distintas: para los
demócratas había que implantar el sufragio universal masculino, suprimir el impuesto de
consumos y las quintas (sistema de reclutamiento del ejército que permitía pagar al Estado
para librarse del servicio militar); para progresistas y unionistas, más partidarios del orden y la
prudencia, se trataba de solucionar la grave crisis económica que sufría España evitando un
protagonismo excesivo de las juntas revolucionarias que se formaron en muchas ciudades. Por
ejemplo, la Junta Revolucionaria de Madrid pedía un programa revolucionario: supresión de
quintas y rebaja de aranceles, libertades políticas y civiles (abolición de pena de muerte y

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esclavitud, educación gratuita), secularización del Estado, reforma de la Hacienda, rechazo de


la dinastía Borbónica.

1.2. El Gobierno Provisional (1868-1869).


Se formó un Gobierno Provisional presidido por el general Prim con 5 ministros
progresistas y 4 unionistas (los demócratas no entraron en el gobierno). Serrano se convirtió
en el nuevo regente. Las primeras medidas de este Gobierno fueron claramente
conservadoras, pues rápidamente se disolvieron las Juntas revolucionarias, se reorganizó la
Milicia Nacional y se restituyó la disciplina del Ejército. Para contentar las peticiones populares
se suprimió el impuesto de consumos, se declaró la emancipación de los hijos de esclavos y se
declaró la libertad de enseñanza e imprenta. El sistema de quintas no se suprimió por el
estallido de la insurrección en Cuba.
Además, se afrontó la desamortización del subsuelo con la Ley de Minas (1868), que
puso a la venta o dio en concesión los principales yacimientos mineros a compañías
extranjeras (inglesas y francesas); se creó una nueva moneda nacional, la peseta (1869); y el
ministro Figuerola estableció un arancel librecambista que perjudicó gravemente a los
industriales algodoneros catalanes y a los productores de cereales.
Además, tras muchos años sin poder hacerse, se celebraron elecciones municipales
que fueron ganadas en muchas ciudades por los partidos republicanos.
El gobierno convocó elecciones a Cortes Constituyentes, celebradas en enero de 1869,
con sufragio universal masculino para mayores de 25 años. El resultado sería una mayoría
progresista y unionista, aunque también carlistas y republicanos entraron en las Cortes. Su
labor principal sería redactar una nueva constitución democrática que sustituyera a la de 1845,
claramente conservadora.

1.3. La Constitución de 1869.


La nueva constitución fue redactada y aprobada en cinco meses. Contiene 112
artículos y está influenciada por la constitución de EEUU de 1787 y la de Bélgica de 1831. Es
claramente demócrata en su espíritu: soberanía nacional; disminución de poder del ejecutivo
(el gobierno) en favor del legislativo (las Cortes) para evitar el autoritarismo; monarquía
parlamentaria (“el rey reina, pero no gobierna”, es decir, no tiene derecho a veto), lo que
ocasionó la protesta de los grupos republicanos, que habían colaborado en la revolución y que
esperaban la proclamación de la República; independencia efectiva del poder judicial; sufragio
universal masculino; amplio capítulo de derechos civiles (las libertades de imprenta, asociación
y enseñanza); libertad de culto; Cortes bicamerales (Congreso y Senado); responsabilidad
política del Gobierno ante las Cortes. Esta constitución democratizaba la vida política, pero
decepcionó a los que defendían también un cambio económico y social en favor de las clases
trabajadoras y campesinas. Ello explica la frustración de éstas y su evolución hacia las
tendencias revolucionarias.

1.4. La Regencia de Serrano (1869-1870).


Una vez promulgada la Constitución, al haber establecido la Monarquía como forma de
gobierno, las Cortes nombraron el 18 de junio como regente al general Serrano mientras que
el general Prim se convertía en el primer Presidente del Gobierno.
El siguiente objetivo era encontrar en Europa un rey partidario de la democracia, labor
a la que se dedicó Prim en medio de graves problemas: sublevación independentista cubana
(1868), la oposición de los carlistas, de los monárquicos alfonsinos (liderados por Cánovas del
Castillo) y de los republicanos, junto con graves desórdenes sociales tanto en el campo (sobre
todo en Andalucía, Valencia y Cataluña) como en las ciudades, promovidos por los
republicanos y anarquistas. Prim respondió con una dura Ley de Fugas: aquellos que eran
detenidos podían ser disparados por la espalda si se daban a la fuga. En realidad se simulaba la
evasión del preso.

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Tras descartar varios candidatos (entre ellos a Fernando de Sajonia, Leopoldo de


Hohenzollern y el general Espartero), Prim propuso a Amadeo de Saboya, hijo del rey de Italia
Víctor Manuel II, siendo aceptado por las Cortes en noviembre de 1870.

2. EL REINADO DE AMADEO DE SABOYA (enero 1871-febrero 1873).


La muerte en atentado de Prim, quien era su principal valedor, coincidió con la llegada
del joven rey a España. El 2 de enero fue proclamado rey. Amadeo, a pesar de sus buenas
intenciones, encontró escasos apoyos en la sociedad española y sí en cambio la enemistad
declarada de la Iglesia, de los republicanos, de la nobleza y la alta burguesía (partidaria de la
restauración de los Borbones) y del incipiente movimiento obrero (anarquistas y socialistas).
Además en 1872 estalla una nueva sublevación de los carlistas que pretendían entronizar a
“Carlos VII” (tercera guerra carlista, 1872-1876).
Mientras, continuaba la guerra en Cuba (1868-78). Los empresarios españoles con
intereses en Cuba exigían del gobierno una acción militar fuerte y decidida contra los rebeldes
independentistas. Criticado ferozmente por la prensa, que hizo uso de la libertad de imprenta
que consagraba la constitución de 1869, y falto de apoyo popular, Amadeo dimitió y volvió a
Italia. El vacío de poder fue aprovechado por los republicanos para proclamar la República (la
votación de las Cortes dio un resultado de 258 votos contra 32).

3. LA PRIMERA REPÚBLICA (febrero de 1873-diciembre de 1874).


La República nació en un momento de gran inestabilidad debido a la guerra carlista en
el norte y la guerra colonial en Cuba. Además los republicanos, escasos en número, estaban
divididos entre unitarios (partidarios de una república centralista, liderados por Emilio
Castelar) y federales (defensores de una república descentralizada con poder para las
regiones, liderados por Francesc Pi i Margall y Estanislao Figueras). Mientras, los monárquicos
alfonsinos (en 1870 la ex-reina Isabel II desde el exilio había abdicado en su hijo Alfonso XII)
aprovecharon la situación crítica para ganar partidarios.
Al mismo tiempo, se produjeron graves y numerosos disturbios causados por la
decepción de los campesinos y obreros hacia la política, puesto que aspiraban a lograr una
mejora económica y unos derechos sociales que ni los gobiernos democráticos ni las clases
propietarias estaban dispuestos a ceder. La gran difusión en España de las doctrinas
anarquistas tiene su origen en el descrédito hacia la política de amplios sectores de la clase
obrera.
En sólo 11 meses hubo cuatro presidentes de la República (Figueras, Pi i Margall,
Salmerón y Castelar) y numerosísimos gobiernos. Durante la presidencia de Francesc Pi y
Margall se proyectó una Constitución federal en julio de 1873, que no llegaría a aprobarse por
la sublevación cantonal, y que tenía estas características:
- Soberanía popular con sufragio universal masculino
- Libertad de culto y separación de Iglesia y Estado (prohibiendo la subvención a
cualquier religión).
- División del territorio en 17 estados o regiones, entre ellos Cuba y Puerto Rico.
Cada estado tendría su propia constitución y autonomía económico-
administrativa.

El conflicto carlista se agravó puesto que se extendió por parte de Cataluña y se


consolidó en las provincias vascas y en el Maestrazgo (noroeste de Castellón). La guerra en
Cuba continuaba extendiéndose y la República fue incapaz de frenarla, aunque intentaron dar
solución al problema con el proyecto federal del Estado.
Para complicar la situación, en julio de 1873 estalló una sublevación cantonal en
diversas ciudades del sur y sureste de España, siendo los disturbios particularmente graves en
Cartagena, que se autoproclamó estado independiente dentro de la República de España. Se
trataba de una rebelión política que reivindicaba el regionalismo radical, pero al mismo tiempo

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tenía un fuerte contenido social, cercano ideológicamente al anarquismo. El cantonalismo era


una radicalización del federalismo y pretendía la creación de pequeños núcleos territoriales
de gobierno autónomo (construir una federación de cantones desde abajo).
Pi i Margall no quiso enviar al ejército y dimitió. Con la presidencia de Salmerón,
republicano unitario, comienza la represión contra los rebeldes, que continúa su sucesor
Castelar. Éste se vio desbordado por el desorden interior y por las guerras carlista y cubana
iniciadas anteriormente. Finalmente el general Pavía dio un golpe de estado, mandando a la
Guardia Civil para disolver las Cortes (3 de enero de 1874). Con el golpe de Pavía ha terminado
la República parlamentaria y comienza otra etapa en la que, aunque formalmente el régimen
sigue siendo republicano, en la práctica se trata de una dictadura militar. El general Serrano
dio al régimen un giro autoritario hacia la derecha. El 12 de enero el cantón de Cartagena se
rinde al general López Domínguez. Meses después otro general, Martínez Campos, se
pronunciaba declarando a Alfonso XII rey de España, lo que significaba la definitiva
desaparición de la I República y la vuelta a la monarquía borbónica (diciembre de 1874). El
joven rey llegaría del exilio el 14 de enero de 1875, dándose así inicio a una nueva etapa
política: la Restauración.

CONCLUSIÓN
La revolución de 1868 abrió una etapa de desarrollo democrático en España, que tuvo
su referencia en las constituciones de 1869 (monárquica) y 1873 (republicana). Pero las
dificultades para estabilizar ambos sistemas constitucionales resultaron insuperables. Las
clases populares se sintieron decepcionadas por las escasas reformas sociales y los sectores
acomodados pretendían la vuelta de los Borbones. La insurrección independentista cubana, la
guerra contra los carlistas y el cantonalismo, dificultaron aún más la estabilización del nuevo
sistema político.

4. REVOLUCIÓN INDUSTRIAL. MODERNIZACIÓN DE LAS INFRAESTRUCTURAS: EL IMPACTO


DEL FERROCARRIL.

INTRODUCCIÓN
Durante el primer tercio del siglo XIX la situación económica de España era catastrófica
debido a las continuas guerras, la pérdida de los mercados americanos tras la emancipación de
nuestras colonias y la incertidumbre política. No obstante, superada esta etapa inicial, durante
el resto del siglo XIX la economía española entró en un periodo de lenta expansión y de
cambios tendentes a la creación y consolidación de un sistema capitalista.

DESARROLLO
A partir del segundo tercio del siglo XIX tuvo lugar el despegue de la Revolución
Industrial. La incorporación española al proceso industrializador resultó tardía, incompleta y
desequilibrada, debido a la existencia de una serie de obstáculos.
Fue tardía por las circunstancias negativas que concurren en las primeras décadas del siglo
(continuas guerras, pérdida de las colonias americanas, crisis política fernandina con
frecuentes vaivenes políticos).
Fue incompleta porque existían factores negativos para su desarrollo:
 Reducida capacidad adquisitiva del campesinado provoca un mercado interior débil.
 Escaso grado de integración geográfica (red viaria anticuada).
 Proteccionismo arancelario.
 Falta de algunas materias primas y de la principal fuente de energía, el carbón.
 Atraso tecnológico.
 Escasez de capitales nacionales, imprescindibles para el “despegue” industrial.

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Fue desequilibrada porque no afectó a todo el territorio español, sino sólo a una
pequeña parte. El resultado sería un profundo contraste o desequilibrio entre un interior
atrasado y una periferia más dinámica: Cataluña, País Vasco y Asturias.
Cuando los liberales moderados se instalan en el poder (1844) la relativa estabilidad política y
la ausencia de guerras moviliza el ahorro nacional y afluye en abundancia el capital extranjero,
aunque éste se invierte en sectores de ganancias rápidas (ferrocarriles, minas y deuda pública),
y no en industrias básicas rentables.

1. LA INDUSTRIA TEXTIL: Su desarrollo fue posible gracias a la acumulación de capital


mercantil y agrícola del XVIII y a la repatriación de capitales tras la pérdida de las colonias
americanas en 1824. Las medidas proteccionistas puestas en práctica desde finales del siglo
XVIII propiciaron la obtención de beneficios que se reinvertían en la industria textil,
convirtiéndose el sector algodonero catalán en el sector líder.
La introducción de la máquina de vapor (la primera en 1835) y la creación de fábricas
modernas trajo consigo un aumento de la producción que equiparó a Cataluña con otros
centros textiles europeos. De hecho, España se convirtió en el cuarto productor mundial de
tejidos. La primacía en este sector de Cataluña se debe a la tradición artesanal y a la existencia
allí de una burguesía de mentalidad emprendedora de la que carecía el resto del país.
Destacaron dos dinastías familiares catalanas que durante generaciones se mantuvieron a la
cabeza de la producción algodonera española: los Güell y los Muntadas. Sin embargo, la
mayoría de las fábricas eran de pequeño o mediano tamaño. Superada la crisis de importación
de algodón por la Guerra de Secesión norteamericana (1861-1865), el momento de mayor
esplendor fue en las décadas de 1870 y 1880.
Dos amenazas condicionaron constantemente la expansión de la industria textil
catalana. Por un lado, los años de malas cosechas significaban inexorablemente una drástica
disminución de la demanda de tejidos, por lo que muchas fábricas se veían forzadas a cerrar.
Lo mismo sucedía cuando el gobierno de Madrid, aplicando una política comercial
librecambista, decidía suprimir o disminuir los aranceles aplicados a los productos textiles
extranjeros, por lo que el mercado español quedaba inundado de artículos foráneos (sobre
todo ingleses), más baratos y de mejor calidad. Ello explica el apoyo decidido de los
fabricantes catalanes hacia el Partido Moderado, que en los periodos que estuvo gobernando
aplicó una política comercial proteccionista, que les defendía de la competencia exterior. Por
el contrario, los progresistas eran partidarios del librecambio, para lo cual contaban con el
aplauso de los empresarios españoles exportadores (por ejemplo los vinateros jerezanos y los
empresarios mineros). La opción librecambista minimiza la intervención reguladora del estado
en los mercados, argumentando que la protección estatal hacia ciertos sectores económicos
provocaría a largo plazo el atraso tecnológico.
Otro importante enclave industrial algodonero y lanero es Alcoy (Alicante), donde
estaba la Real Fábrica de Paños. Otros sectores textiles importantes fueron el sector lanero
(Sabadell, Tarrasa), y en menor medida, el sedero (la producción de seda valenciana se
manufacturaba en Barcelona, hasta que los industriales franceses de Lyon comenzaron a
comprar la producción de seda española en bruto).

2. LA INDUSTRIA SIDERÚRGICA: La demanda de hierro fue creciendo a lo largo del siglo XIX,
pues era necesario para la fabricación de máquinas, utillaje agrícola, ferrocarriles y barcos.
Para el desarrollo de esta industria eran indispensables el carbón (para la fundición) y el
mineral de hierro.
Hubo tres centros siderúrgicos importantes:
1. Andalucía (Marbella, Málaga y Sevilla): se desarrolla durante los años 30 pero terminó
fracasando por la dependencia total de carbón foráneo, por lo que el proyecto no tenía

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rentabilidad ni futuro. Como ejemplo se puede señalar que el carbón mineral era cuatro veces
más caro en Málaga que en Asturias.
2. Asturias: en los años 60 se intentó en las cuencas asturianas (Mieres y La Felguera), aunque
resultaron inviables los altos hornos de hulla por falta de hierro y la mejor calidad y precio más
barato del carbón británico, en concreto el procedente de Gales.
3. P. Vasco: al final, la ría de Bilbao se convirtió en el gran centro siderúrgico español,
aprovechando el hierro vizcaíno (minas de Somorrostro) y el capital obtenido por la venta de
gran parte de esta materia prima a Inglaterra, de donde llegaba carbón, más barato y de mejor
calidad (por su mayor pureza y potencia calorífica) que el asturiano, en el flete de retorno. Esto
sucedió a partir de 1880. En 1882 fue introducido en Bilbao el convertidor de Bessemer, para
fabricar acero. En 1902 nació la empresa líder del sector: Altos Hornos de Vizcaya. El dinero
generado por el sector siderúrgico originó la creación de una importante banca en el País
Vasco (Bancos de Vizcaya y de Bilbao). Los industriales vascos se hicieron proteccionistas a
partir de 1890, debido al aumento de la competencia por los mercados internacionales.

3. LA INDUSTRIA VITIVINÍCOLA. Estaba repartida por casi toda la geografía peninsular, aunque
algunas zonas se especializaron en el comercio de exportación: Andalucía y Cataluña. Así se
exportaban licores y aguardientes a América y grandes cantidades de vino a Francia para el
coupage, mezcla de vinos de alta gradación con los suaves franceses para lograr la
combinación de cuerpo y aroma deseados. Los vinos de Málaga y Jerez se exportaban hacia
Inglaterra principalmente, así, el capital extranjero vino a instalarse en España para organizar
la exportación. Eso lo atestiguan nombres como: Terry, Garvey, Sandeman, Byass, Osborne, o
Domecq (éste último apellido francés, los otros británicos). El problema más grave fue la plaga
de la filoxera que afectó en el último tercio del siglo XIX (aparece por primera vez en 1877 en
Girona y Málaga). La crisis se superó con la introducción de viña americana, más resistente a
las plagas, y en la actualidad con injertos de las cepas europeas en troncos norteamericanos.
La filoxera llegó en 1911 a las vides de Jumilla y Yecla. Sin embargo, los efectos negativos
fueron escasos.

4. COMERCIO EXTERIOR: hay que indicar que en la segunda mitad del siglo XIX España
importaba fundamentalmente algodón, productos siderúrgicos, tejidos, maquinaria, carbón,
madera y cereales. Las exportaciones principales eran vinos y derivados, diversos minerales
(plomo, plata, cobre, hierro, mercurio), lana, aceite y corcho. El comercio ilegal (contrabando)
fue también importante y esto centrado en el tabaco norteamericano y los tejidos británicos.

5. SECTOR FINANCIERO: Durante el siglo XIX el estado tuvo que afrontar dos problemas
financieros graves: el de la enorme deuda exterior (que se remonta a los reinados de Carlos IV
y Fernando VII y que se incrementó con los gastos derivados de la guerra carlista) y la reforma
tributaria, consistente en suprimir multitud de impuestos de origen feudal para reducirlos a
unos pocos, pero extendidos a toda la población (es decir, desaparecen los privilegios fiscales
tradicionales del clero y la nobleza).
En este periodo se crearon como instituciones u órganos de acción económica el Código de
Comercio (1829), la Bolsa de Valores de Madrid (1831) y un sistema de Cajas de Ahorros (la de
Madrid se creó en 1838; la de Barcelona en 1844). En 1856 se crea el Banco de España, que
estaría presidido por un gobernador nombrado por la corona.

6. INFRAESTRUCTURA VIARIA. El viejo sistema de comunicaciones borbónico del XVIII


resultaba insuficiente a finales del siglo. Carreteras empedradas, ferrocarriles y canales se
hacen necesarios con la Revolución Industrial, en la que los transportes constituyen un
elemento clave.
La Ley General de Carreteras data de 1857. Con el ministro Bravo Murillo se diseñaron
las seis carreteras radiales que enlazan Madrid con la periferia y el extranjero. Construidas por

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el estado, en 1867 se cifraba en 20.000 kilómetros la red viaria española, crecimiento que
favoreció el comercio interior. Otros elementos importantes en el capítulo de transportes y
comunicaciones fueron el dragado y ampliación de los puertos, la introducción de la red
telegráfica, la renovación de los servicios postales, la aplicación del vapor a los barcos y la
construcción de pantanos y canales de agua para el abastecimiento de la población y para
riego. Pero la novedad de mayor trascendencia fue la llegada del ferrocarril.
Los ferrocarriles: La primera solicitud de concesión de una línea férrea es de 1829 (cuyo fin era
la salida al mar de los vinos de Jerez), pero el primer ferrocarril no funcionará hasta 1837 (en la
isla de Cuba, que por entonces seguía siendo española) y en 1848 (la primera línea en la
península: Barcelona-Mataró). A éstas le sigue la de Madrid-Aranjuez en 1851. Dos graves
errores se cometieron en el trazado de las vías: el diseño radial de la red (igual que las
carreteras) y el ancho de vía mayor que el europeo, lo que nos aísla del continente. Hay una
diferencia esencial entre la construcción de vías férreas y la de carreteras: mientras que éstas
las realiza el estado, la de las líneas de ferrocarril se adjudicaban a compañías privadas, con
frecuencia de capital extranjero, mediante el sistema de subasta. En 1868 se disponía de 5.000
kilómetros de vía férrea. En la adjudicación de las subastas hubo muchos casos de corrupción,
con escándalos que llegaron a salpicar seriamente a la Corona.

7. MINERÍA: A partir del segundo tercio del siglo XIX España se convirtió en el mayor
exportador europeo de minerales. En concreto era el primer productor mundial de plomo y
mercurio, el segundo en cobre y uno de los primeros en hierro. Pero esta riqueza, mal
explotada, no se tradujo para nuestro país en una industrialización sobre bases firmes. A ello
se une también la escasez de carbón de calidad, cuya falta fue decisiva teniendo en cuenta
que el carbón era la fuente de energía de las máquinas de vapor y el combustible empleado en
los altos hornos.
En 1849 y 1859 entraron en vigor nuevas leyes mineras que nacionalizaban todas las
explotaciones, pero es con la Ley de Minas (1868) cuando se produce una auténtica
desamortización del subsuelo, de forma que las explotaciones fueron adjudicadas por el
estado al mejor postor, en régimen de concesión. De esta forma se pretendía afrontar el
eterno problema de la deuda pública. Dado que en España no había capital suficiente ni
compañías mineras especializadas, fueron empresas extranjeras (inglesas, belgas, francesas)
las que, atraídas por la baratura tanto de la mano de obra como del precio de las subastas, se
hicieron con muchas de las principales “concesiones” (auténticas “propiedades”, puesto que la
concesión del derecho de explotación se hacía a perpetuidad). Fue a fines del siglo XIX y en las
dos primeras décadas del XX cuando nuestra minería alcanzó su etapa de esplendor. Algunas
de las minas más importantes se encontraban en el Sureste peninsular: las sierras de
Cartagena, Almagrera, Alquife, etc. Otras que también tuvieron gran importancia fueron las de
Riotinto (Huelva), Peñarroya y Bélmez (Córdoba), Almadén (Ciudad Real), Linares y La Carolina
(Jaén), Mieres y Langreo (Asturias), y Somorrostro (Vizcaya).

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