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El descrédito del régimen de Isabel II alcanzó su clímax en 1866, con una aguda
crisis -económica y política a la vez-, que acentuó el descontento social y abrió el camino a
la Revolución de 1868.
Crisis económica. Empieza por ser una crisis financiera, al hundirse las
acciones ferroviarias y después toda la Bolsa. También fue una crisis industrial,
ya que la industria textil catalana tiene serios problemas relacionados con la
guerra de Secesión de los Estados Unidos, tras el corte de sus exportaciones de
algodón a Cataluña, conocido como el "hambre de algodón". A todo esto se
añade la crisis agraria con dos años de malas cosechas en 1867 y 1868.
Escaso apoyo de los partidos políticos. Amadeo I contó desde el principio con
la oposición de los moderados, que continuaban fieles a los Borbones, y
conscientes de la dificultad de reponer en el trono a Isabel II, empezaron,
liderados por Cánovas, a organizar la restauración borbónica en la persona
del hijo de la reina, el príncipe Alfonso. Los unionistas, con Serrano, siempre
se habían mostrado partidarios del duque de Montpensier. Los carlistas se
oponían por razones obvias: ni un Saboya ni monarquía democrática.
Tampoco, como es natural, podía contar con el respaldo de los republicanos,
que protagonizaron constantes levantamientos y protestas. Solo contaba con
el apoyo de los progresistas y demócratas.
Agitación y escaso apoyo sociales . La agitación social aumenta,
estrechamente ligada al desarrollo del movimiento obrero y de las ideas
marxistas y anarquistas, que soñaban con la revolución social y el fin del
capitalismo. La alta burguesía industrial y financiera y la oligarquía
terrateniente pensaban que la democracia desembocaría en el socialismo y
que sus propiedades corrían peligro. Sus componentes se empezaron a
alinear con el partido alfonsino.
La Iglesia era contraria a la libertad de cultos y a la separación Iglesia-Estado,
defendidos por la monarquía democrática de Amadeo I. Además, echaba
pestes contra un monarca sacrílego, cuyo padre, el rey Víctor Manuel, había
usurpado los Estados Pontificios al unificar Italia. La Iglesia, en general, se
inclinó pronto por el partido alfonsino liderado por Cánovas.
La Guerra de Cuba (1868-1878), llamada la Guerra de los Diez Años, que
pretendía la independencia de la isla, era un escenario exterior de conflicto
permanente, que había estallado con el Gobierno provisional.
El desencadenamiento de la 3ª Guerra Carlista (1872-1876), que se inició a
mediados del reinado.
El elemento fundamental que condujo a la crisis final del reinado de Amadeo
de Saboya fue la división de la coalición gubernamental de unionistas,
progresistas y demócratas, que dejó al monarca sin el apoyo necesario para
hacer frente a los graves problemas del país. Así, la inestabilidad política era
permanente: en dos años de reinado se convocaron tres elecciones
generales y se sucedieron seis gobiernos diferentes. La rivalidad dentro del
Partido Progresista en encarnó en los dos herederos de Prim: por un lado,
Por todos estos motivos, después de dos años, Amadeo, aprovechando un pretexto
de no mucha importancia, abdicó el día 10 de febrero de 1873 y se marchó de España. Ese
mismo día, el Congreso y el Senado, en sesión conjunta, asumieron los poderes y
proclamaron la República por 258 votos a favor y tan solo 32 en contra.
El nuevo régimen nació débil y con menos apoyos aún que la monarquía amedeísta.
No procedía de unas elecciones ni de una revolución, sino de un pacto político coyuntural
entre los radicales monárquicos y los republicanos para llenar el vacío de poder dejado por
la monarquía y poder salvar el ideario democrático de la Revolución de 1868. La 1ª
República se enfrentaba a dos guerras heredadas de la etapa anterior, la cubana y la
carlista, además de a la oposición frontal de la derecha política, de la Iglesia y de la mayoría
de los Estados europeos que veían al nuevo régimen demasiado revolucionario, sólo
Estados Unidos y Suiza la reconocen. A estas dificultades se sumó la división interna entre
los republicanos:
Los republicanos unitarios, eran el sector más moderado, partidarios del orden
y de una república centralista (un único gobierno para todo el país). Sus
líderes más destacados fueron Castelar y Salmerón.
Los republicanos federales, era el núcleo intelectual y más numeroso,
partidarios de una república federal (dividida en estados autónomos que se
ponen de acuerdo para crear un Estado de rango superior, como los Estados
Unidos). Su teórico más importante era Pi y Margall.
Los republicanos intransigentes, eran el sector extremista, dispuestos al uso
de la violencia para consolidar el nuevo régimen y con un programa de
reivindicaciones sociales que le da el apoyo de la calle. Su líder era José Mª
Orense.
Ante la desintegración del país, Pi y Margall los desautoriza, pero está en contra de
utilizar la violencia. La situación política es insostenible y, en julio, Pi y Margall dimite.
No obstante, Salmerón dimitió para no tener que firmar la sentencia de muerte contra
unos soldados que habían sido juzgados por colaborar con los cantonalistas, porque era
absolutamente contrario a la pena de muerte.
CASTELAR (septiembre 1873 a enero 1874). Republicano unitario, era el jefe del
ala derecha republicana. Para poder restablecer el orden público, solicitó a las Cortes -y
éstas se lo concedieron- poderes para gobernar de forma autoritaria durante tres meses,
disolviéndolas incluso. Cuando las Cortes se volvieron a reunir (en enero), Castelar fue
sometido a una moción de censura (voto de confianza) y la perdió. Ante el peligro de un
nuevo triunfo de los republicanos federales intransigentes, el general Pavía invadió el
hemiciclo del Congreso con fuerzas de la Guardia Civil y da un golpe de Estado
antirrepublicano (3 de enero).
Desde 1874, los alfonsinos contaban con un amplio apoyo social: burguesía
catalana, aristocracia madrileña, y los círculos conservadores ultramarinos (Cuba); asimismo
el alfonsinismo había penetrado en la joven oficialidad del ejército. Además supo
presentarse ante la sociedad española con el convencimiento de que la Restauración era
cuestión de tiempo y ofreciendo la posibilidad de que hubiera una izquierda dinástica en la
futura monarquía de Alfonso XII. El príncipe Alfonso firma el Manifiesto de Sandhurst (1 de
diciembre de 1874), en la Academia militar inglesa del mismo nombre, en el cual sintetizaba
el programa de la nueva monarquía.