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Este periodo supone la instauración definitiva de la monarquía parlamentaria liberal en España y el final del Antiguo Régimen. Al morir Fernando
VII en 1833 se crea en España un conflicto sucesorio entre dos candidatos con derechos legítimos. El hermano del rey Carlos María Isidro Borbón,
que defiende la vigencia de la Ley Sálica y un modelo de estado autoritario. Por otra parte los partidarios de Isabel, que defienden un modelo
de estado liberal y defienden la no vigencia de la Ley Sálica conforme a la ratificación de la Pragmática Sanción.
En 1833 Isabel es reconocida como heredera y su madre María Cristina asume la regencia hasta la mayoría de edad de Isabel. Los carlistas no
lo aceptaron y desencadenaron una guerra civil. El 1 de octubre Carlos María se autoproclama rey de España en el Manifiesto de Abrantes. El
carlismo era un movimiento político que no aceptaba los cambios que se habían producido en España tras la entrada de las ideas ilustradas.
Pretendían volver al Antiguo Régimen. En el fondo del conflicto encontramos la cuestión de los fueros en Aragón y Cataluña, que habían perdido
con la llegada de los Borbones y los Decretos de Nueva Planta, y Navarra y País Vasco, que quieren mantener los suyos. El carlismo arraiga en
estos territorios con la pretensión de recuperar o mantener los derechos forales. El carlismo tiene base rural, las ciudades son de mayoría liberal.
se desarrolló principalmente en el norte. El gobierno no fue capaz de enviar efectivos con rapidez. El retraso del envío de tropas permitió al
dirigente carlista Zumalacárregui adiestrar un ejército de 20.000 voluntarios. En 1835 el carlismo controlaba la mayor parte de País Vasco.
Animado por esos éxitos y la necesidad de apoyo, don Carlos le ordena tomar Bilbao (1835). La operación comenzó exitosa contra el general
liberal Espartero, pero poco después Zumalacárregui fue alcanzado por una bala y murió días después. Durante los dos años siguientes la
situación fue de equilibrio y desgaste entre los dos bandos. Para salir de ella, don Carlos decidió emprender una gran expedición que fracasó. El
ejército carlista cruzó toda Cataluña y Valencia llegando a las proximidades de Madrid, pero carecían del apoyo esperado. En 1838 los liberales
recibieron los recursos necesarios para iniciar una nueva campaña en el Norte. Mientras, en el bando carlista se sucedieron los enfrentamientos
entre sus dirigentes, que acabaron en traiciones entre don Carlos y su general Maroto, que inició las negociaciones de paz con Espartero. El 29
de agosto de 1839, Maroto firmó el Convenio de Vergara que reconocía a Isabel como reina y respetaba los fueros y los cargos de los oficiales
en el ejército. Don Carlos lo calificó de traición y cruzó la frontera francesa mientras su general Cabrera seguía la lucha en la zona del Maestrazgo.
El carlismo siguió conservando alguna fuerza en las provincias vascas y Navarra, y sólo en algunos momentos de crisis volverá a resurgir en la
segunda y tercera guerras carlistas. La segunda sucede en 1846, al fracasar el proyecto de unión matrimonial de Isabel con el heredero de don
Carlos, y la tercera sucedió la revolución del 68 y la salida de España de Isabel II, que terminó con el regreso de Alfonso XII en 1875, sin embargo,
el carlismo siguió vivo en dichos territorios. Estas guerras tuvieron importantes consecuencias políticas, además de los elevados costes humanos:
a) El elevado número de muertos y pérdidas propias de toda guerra.
b) El protagonismo político de los militares.
c) Los enormes gastos de guerra situaron a la monarquía en serios apuros fiscales y condicionaron ciertas reformas como la desamortización
de Mendizábal.
La minoría de edad de Isabel abarcará dos regencias, María Cristina (1833-1840) y el general Espartero hasta 1843.
Durante el reinado de Isabel II se aprobaron tres constituciones, reflejo de la inestabilidad política del momento.
a) ESTATUTO REAL DE 1834, elaborado por el gobierno del moderado Martínez de la Rosa. Era una carta otorgada. Establecía una
soberanía compartida entre rey y cortes. Se centraba en la reforma de las Cortes, que pasaron a ser bicamerales. Ambas cámaras
tenían una función consultiva pues eran convocadas, suspendidas y disueltas por el rey, y sólo podían deliberar sobre asuntos
planteados por el mismo, y el sufragio restringido abarcaba al 0,15 de la población. No se reconocían derechos individuales.
b) LA CONSTITUCIÓN DE 1837. Ésta presenta semejanzas con la de Cádiz, aunque para atraerse el apoyo de los moderados recogía
algunos aspectos del Estatuto Real. Se reconoce la soberanía nacional, numerosos derechos individuales (expresión, imprenta igualdad
jurídica, etc), si bien no recogía la libertad religiosa y el Estado se comprometía a financiar el clero.
El poder ejecutivo recaía en la Corona, que lo ejercía por delegación a través del presidente (al que podía nombrar y cesar libremente)
y sus ministros. Además, el Rey sancionaba las leyes y convocaba y disolvía las Cortes.
Las Cortes eran bicamerales y los alcaldes se elegían democráticamente.
c) LA CONSTITUCIÓN DE 1845, en la que la Soberanía nacional es sustituida por la soberanía compartida y se otorgan más poderes a la
Corona, como el nombramiento de ministros, la designación de los miembros del Senado, y la disolución de las Cortes y se recortaban
los del Parlamento. Las Cortes siguieron siendo bicamerales (Congreso y Senado) y los diputados del Congreso seguían siendo elegidos
por sufragio censitario restringido que no llegaba al 1% de la población.
Hay un reconocimiento amplio de derechos individuales, aunque las Corts podían limitar su contenido por Ley. El estado era
confesional, se financiaba el culto y los alcaldes eran elegidos por el Gobierno.