El Imperio Austro-Húngaro fue una de las mayores y más importantes potencias
mundiales de su época; su fin llego a raíz de la Primera Guerra Mundial tal como sucedió con otros imperios como el Imperio Alemán o el Imperio Ruso. Para bien o para mal, la caída del Imperio Austro-Húngaro en particular fue uno de los eventos más importantes de su época (toda la Primera Guerra Mundial en general obviamente también lo fue) habiendo cambiado la historia de todos los diferentes pueblos que componían al imperio y que en el muy especial caso del Imperio Austro-Húngaro fue la consecuencia más importante dado que estaba compuesto por docenas de diferentes grupos étnicos, cada uno con diferentes intereses y objetivos. Fue en este contexto que el último emperador de esta nación reino como Carlos I de Habsburgo. Carlos I llego al poder casi por accidente cuando los dos herederos de la corona anteriores murieron de manera inesperada: uno que cometió suicidio cuando no pudo casarse con el amor de su vida debido a las estrictas leyes monárquicas existentes y el siguiente cuando fue asesinado en Sarajevo junto a su esposa lo que por cierto desencadeno la Primera Guerra Mundial. De esta forma, cuando su predecesor murió, Carlos I tomo el cargo como dirigente de un imperio cuya desintegración ya había comenzado hace mucho: el nacionalismo de cada uno de los grupos étnicos estaba en su auge y los llevaba a exigir autonomía e independencia, sobre todo Hungría con quien Austria compartía el poder. Peor aún fue el hecho de que la guerra mundial ya había comenzado y el imperio estaba teniendo un desempeño abismal lo cual había llevado al jefe del estado mayor alemán, el General Erich von Ludendorff, a describir la alianza entre el Imperio Alemán y el Imperio Austro-Húngaro diciendo que Alemania estaba “encadenada a un cadáver”. Carlos I sabía muy bien que esta era la situación y trato desesperadamente de detener la guerra y obtener los mejores términos posibles de rendición de la Entente, que incluyeran la supervivencia de la monarquía de los Habsburgo. Pero los alemanes se enteraron de estos intentos de paz que Carlos I había llevado en secreto con sus enemigos y los países de la Entente como Gran Bretaña o Francia se negaron rotundamente a permitir la estadía de los Habsburgo en el poder. Debido a todo esto, la evaluación histórica de Carlos I se ha visto dividida en dos campos de los cuales uno lo considera como un líder inepto mientras que el segundo lo elogia como un líder honorable que hizo lo que pudo por salvar una situación que ya era insostenible mucho antes de que llegara al poder. Sea cual sea la conclusión correcta, cuando menos se le puede elogiar el haber intentado detener la guerra (sin importar cuales hayan sido sus razones que tal vez fueron egoístas y para salvar su corona) por lo cual fue beatificado por la Iglesia Católica a la cual pertenecían todos los emperadores de Austria-Hungría. Sea cual haya sido la realidad histórica, lo que también es cierto es que Carlos I si cometió errores: por ejemplo, buscar la paz era la idea correcta pero no haberlo logrado fue su peor fracaso y costo la existencia del imperio y de su corona así como millones de muertes; una mejor alternativa para Carlos I hubiera sido iniciar negociaciones con todos los países de la Entente por separado para dividirlos, pedir como única condición que su monarquía pudiese sobrevivir aunque el imperio en sí dejase de existir, ofrecer unirse a la Entente de inmediato y después declarar la guerra al Imperio Alemán y al Imperio Otomano y hacerlo aun cuando la Entente se hubieran negado a la paz, esto le hubiera otorgado mucha buena voluntad política al Imperio Austro-Húngaro entre la Entente cuyos públicos hubieran mejorado sus opiniones sobre el imperio. Estas opciones hubieran podido potencialmente mejorado las posibilidades del Imperio Austro-Húngaro y de la corona de los Habsburgo de sobrevivir.