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LA VISTA DE DOS MUNDOS, EN LA MIEL DE LA PALABRA

La descripción que nos hace Arguedas, puede resultarnos muy detallada y


sutil, pero se puede ligeramente sentir lo que quiere transmitir. Nos quiso dar a
conocer lo que él vivió, sintió y palo a través de su infancia. Lo que para
cualquier niño no sería justo presencia, pero él tuvo que hacerlo, pero lo trato
de suavizar a través de su obra “Los Ríos Profundos” y los consiguientes, con
un mensaje guardado en un cofre y que tardaría años en abrirlo.

José María Arguedas, nacido en el año 1911, fue un gran escritor que también
se desempañaba como etnólogo, un renovador de la literatura de inspiración
indigenista, lo que lo convirtió en unos de los narradores más destacados de la
literatura peruana en el siglo XX.

Tuvo un padre abogado cuzqueño, llamado Víctor Manuel Arguedas Arellano y


su madre Victoria Altamirano Navarro. El deceso de su madre llego muy rápido,
a penas cuando él tenía 4 años de edad, lo que yo cuestiono que su mente
habrá ignorado este sentimiento de pérdida con las frases de su padre. Aquella
infancia que pasó, lo considera difícil y atropellada, pues fue como un carrusel
de acontecimientos sin cesar, y que poco a poco, formó una bolsa de
recuerdos tristes y marcados, tan solo bastaba una aguja para hacerlo estallar
como.

Luego de 4 años del fallecimiento de su madre, se mudó junto a su papa que


ya había contraído matrimonio con otra mujer, se mudaron a San Juan de
Lucanas, y su padre lo dejó al cargo de su madrastra y hermanastro, y ellos lo
trataron como a un sirviente más. Fue tal trato que lo conllevó a escaparse de
la casa con su hermano en 1921, y fue ahí en esos 2 años que se quedaron en
la hacienda Viseca, donde Arguedas entraría en contacto con algo desconocido
y fantasioso, la relación entre los indios, donde aprendieron su idioma y sus
costumbres, quizá fue eso lo que lo marco con la diversidad de origines y
cultura, donde se sintió más acogido. No fue hasta el 1923 donde encontraría
el regreso de su padre, lo cual los llevaría en peregrinaje por diversos pueblos
y ciudades de la sierra, en donde acabaron finalmente estableciéndose en
Abancay.
Los estudios de Arguedas se desarrollaron en Ica, Huancayo y Lima, estudió
letras en la UNMSM; con una vida muy apresurada, sus recuerdos de aquellos
viajes lograron encontrarse y provocó en Arguedas una fuerte depresión, a
pesar de contar con un psicólogo que lo atendía en Chile y escribir con lápiz y
papel sus pensamientos, no fue suficiente, y un 2 de diciembre de 1969, José
María Arguedas se disparó un balazo en la sien y que ocasionaría su
fallecimiento después de 4 días agonizando.

Una de las muches obras de José María Arguedas, relata esa experiencia de
su vida, ya sea en relación con los indios, la conexión que forjo, las distintas
costumbres, la parte desierta del país y sus inexplicables injusticias que
acomplejaban a Arguedas. La obra que voy a expresar mi opinión, se basa en
“Los Ríos Profundos “, (Publicada en 1958), nos quiere proponer su
perspectiva

autobiográfica en la posición de interpretación de la formación del protagonista


que nos presenta “Ernesto”, la vida en su colegio, relación con los indios, la
ciudad de su padre y más.

La obra comienza con el primer capítulo, titulado “El viejo”, un capítulo donde la
curiosidad y la sorpresa están presente, pues el padre de Ernesto regresa a su
pueblo natal para encontrarse con el “Viejo”, un pariente lejano, para ser más
exactos, el tío de Ernesto. La relación entre el padre y el viejo no se podría
decir que era cordial, pienso que talvez alguno de los dos guardaba rencor al
otro y esperaba esa visita para hacerlo sentir incómodo. Ernesto cuando llega a
la haciendo del Viejo, los reciben en la parte de la cocina, donde vivían los
mestizos e indios, con cuales se sintió más acogido. Tras descansar un día,
Ernesto y su padre se embarcan para viajar a Apurímac, pero antes de eso
Ernesto había recorrido parte de la plaza de Cuzco, donde aprecio con más
detenimiento el rostro marcado del “Viejo”.

Normalmente cuando comienzas a leer una obra literaria, se puede notar una
pequeña introducción y contexto para situarnos en nuestra imaginación
construida, pero hay algunos que van de frente al momento en donde el autor
ha decidido escoger, como es en el caso de Arguedas. Cuando lo leí,
arrancaba describiendo las características del “Viejo”, pero la descripción, yo la
interpreté hacia a otra dirección cuyo libro decía otra, pero seguí aferrándome a
la esencia de la literatura peruana. Un capítulo donde nos dan a conocer que
está pasando, la perspectiva de un niño, que podríamos ser cualquiera de
nosotros, acompañado de su padre, en busca de ese pariente lejano y con el
encuentro de una cultura desenterrada para el baúl de los recuerdos de
Ernesto. En este parte, me gustó el comienzo, y cada vez leía una palabra,
comenzaba a brotar de mí, una sustanciosa semilla de curiosidad con el afán
de navegar, y así, comenzar a adentrarnos en este maravillosa y recóndita
historia de Ernesto.

“(…) Cuando los detalles del pueblo empezaban a formar parte de la memoria.”
Me quedé con ese momento que nos dio a conocer Arguedas, pues si
seguimos leyendo la obra, en el segundo capítulo nos muestra los viajes que
realizó, y que a pesar de que su padre era un abogado titulado, no tenían una
hacienda establecida, fue así que ambos iban pueblo tras pueblo, buscando un
hogar donde puedan descansar, pero Ernesto yo lo vi como queriendo conocer
más acerca de cada pueblo, ya sea las costumbres o hechos fortuitos.
Huancayo, Yauyos, Huancapi, Cangallo, Huamanga fueron muchos de los
lugares en donde Ernesto tuvo la oportunidad de conocer, pero no dejando
como muchos de buen agrado, pero si comenzaban a formar parte de la
memoria. Es algo muy presuroso los recorridos que tuvieron, las amenazas de
Huancayo que no permitía hospedar a los forasteros, intentando no morir de
hambre, Ernesto tratando de conseguir comida hurtando maíz, imitando
canciones en quechua que no se entendía, (que yo de pequeño también lo
hacía), encontrándose con indios morochucos y cuatreros descendientes de
almagristas que luchaban por el control del Imperio Inca, sin duda, unos relatos
imprescindibles para adentrarnos más en la obra.

Siempre para mí, en los primeros tres capítulos de una obra, y más como el de
Arguedas, se puede edificar un mundo imaginario, trazado con relatos y
sutilezas de descripciones, centrarnos en la historia, en lo que poco a poco se
va convirtiendo en nuestro navío singular, es por eso, que, en el tercer capítulo,
me llegó una conmoción desconocida. Ernesto y su padre, luego de
enrumbarse a Abancay, se encontraron son sonidos de campanas a lo lejos,
cuando llegaron al punto de origen, se encontraron con hombres y mujeres
arrodillados y rezando, “(…) están operando en el Colegio al padre Linares,
santo predicador de Abancay y director del Colegio”, entonces nos arrodillamos
y rezamos también”, fue lo que les contaron, y que muy pronto, ese colegio se
convertiría en el internado de Ernesto tras la despedida de su padre. Pero, ¿por
qué la despedida de su padre? ¿Cómo podría dejar a Ernesto en un internado
tras esas experiencias y delicados recuerdos que vivió?, esas y más. Ernesto
se hospedó con su padre en una tienda de la calle tras salir de la casa de un ex
notario, amigo del padre de Ernesto, la cual pensaron que estaban
incomodando. No tardó demasiado Ernesto para comprender y sentir que su
padre le daba pistas de que pronto se iba a ir, pues su padre estaba en medio
de un pleito con un forastero de Chalhuanca, después él se recostó en la mesa
y su puso a llorar, y que Ernesto, extrañamente para mí, lo tomo con alegría,
pero si estaba triste por la separación de su padre. “La despedida”, un capítulo
reflexivo para mí, en muchas ocasiones, porque separarse de un ser querido,
es que se corten por sorpresa una vida formada, un tallo buscando seguir
creciendo con la ayuda de los rayos del sol, así lo tomé yo, dejando un
mezquino sentimiento de angustia en mi mente.

A través de esta obra, puede exprimir esa miel de cada palabra, sujetar los
sentimientos encontrados junto a Ernesto, que después de la despedida, volvió
a reunirse con su padre, que era un viajero perseguido, a detallarnos con una
gran apreciación los internados con quienes convivió, los indios e indias, el
padre, el hermano, los mestizos, los militares, etc. Es sin duda un gran detalle,
y que a pesar que hay nombres en quechua, el quechua transmite recuerdos,
generaciones e historia, nos describía los diferentes abusos que existían dentro
del internado, las distintas huelgas, cuando los militares arribaron al pueblo,
donde las jovencitas se morían literalmente por ellos, y que cuando se fueron,
lloraron desconsoladamente, lo que causó en Ernesto un sufrimiento
sustancial, no puedo negar que yo también lo sentí hace unos años atrás.
Quiero abrir un paréntesis para contar una experiencia algo común relacionado
con Ernesto, yo también he ido de viaje, pero no de la forma que hizo él,
descubrí pueblos llenos de riqueza en cultura, y mi yo de niño no conocía esa
importancia que para los pobladores tanto lo acomplejaban, veía a los niños
jugar con piedritas, mezclando barro con agua, convirtiéndose en unos
ingenieros del entretenimiento, porque todo tenía un fin, divertirse con lo que te
daba tu querido pueblo, y pude presenciar las carencias que había cuando
forme un grupo de amigos del pueblo “María Parado de Bellido” situado en
Ayacucho.

Arguedas nos dio a conocer las distintas sangres que conformaban un Perú
pluricultural y que cabe resaltar que no son las únicas, las dos caras de los dos
mundos que él lo arribó estando en su infancia y en el transcurso de la obra.
Ernesto fue un personaje con quien pudo despejar todos esos recuerdos y
sentimientos guardados en una cajita, volverlos a ver en la complejidad de
nuestra mente, aquella que nada se le escapa, pudo también buscar transmitir
la visión de esas diferencias, los valores espirituales, los caminos estrechos
bajo tierra donde habitan los seres mágicos y elocuentes.

Pero el final de Arguedas no fue aquel final feliz para un gran escritor, de una
manera, no pudo superar los traumas vividos a lo largo de su vida, algunos
fuertes que lo dejaron marcado, y es que así es, nuestra mente es un baúl de
grandes recuerdos y decisiones que influyen en nosotros.

Concluyo que no doy su final como trágico, pues nos dejó grandes
enseñanzas, combinado con esas razas buscando la igualdad, y que también
como profesor buscó dejar el preciado mensaje a sus queridos alumnos. Todo
maestro es respetado y honrado, para mí, Arguedas lo fue, gracias por
compartirnos tus vivencias, tristezas, alegrías y carencias, pudiste darnos
mucho más, pero dejaste una gran muestra a través de poco.

Aquí mi despido y muchas gracias para la persona que se tomó el tiempo de


leer mis jóvenes opiniones y apreciaciones, espero volver a comentar algunas
más de sus maravillosas obras, porque pienso que la literatura peruana es
extraordinaria, siempre nos va dejar algo nuevo, y solo busco saciar mi vida
con esos conocimientos maravillosos que nos brinda la vida.

Bibliografía: (“Los ríos profundos” (1958) José María Arguedas) (Biografía:


https://www.biografiasyvidas.com/biografia/a/arguedas.htm)
Diego Cahuana

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