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Aníbal Barca se había criado en España desde los nueve años. Su padre había
sido un magnífico estratega y le había enseñado cuanto sabía, a la vez que le
había inculcado un odio visceral a los romanos. Cuando se puso al frente de las
tropas cartaginesas en España, los soldados lo aclamaron, pues había crecido
entre ellos, todos le querían y conocían sus cualidades. Asdrúbal le había
preparado un magnífico ejército. Contaba con una firme infantería íbera, con
jinetes númidas, con honderos de las islas Baleares, capaces de arrojar piedras o
bolas de plomo con más precisión que los arqueros, y también contaba con
algunos elefantes norteafricanos. No eran los grandes elefantes centroafricanos,
sino otros más pequeños, poco mayores que un caballo. En estas condiciones,
Aníbal se propuso realizar el sueño de su padre: derrotar a Roma. El mayor
inconveniente al que tenía que enfrentarse era Cartago. Los gobernantes de
Cartago no querían ni pensar en un enfrentamiento con Roma. Eran comerciantes
y lo que querían era comerciar. Pero Aníbal supo cómo tratar a Cartago.
Éstas no fueron muy ágiles, porque al mismo tiempo Roma había iniciado una
segunda campaña contra la piratería iliria, bajo la dirección del cónsul Lucio
Emilio Paulo (el pequeño). En su primera campaña, Roma había dejado parte de
Iliria bajo el gobierno de Demetrio de Faros, pero éste consintió que los piratas
siguieran dominando el Adriático. Aprovechando la llegada de los romanos la
reina Teuta atacó a Demetrio, pero finalmente Paulo arrasó Faros y Demetrio se
vio obligado a huir a Macedonia. La campaña de Paulo puso fin definitivamente
a la piratería iliria.
Una disputa entre la Liga Aquea y la Liga Etolia indujo a Filipo V de Macedonia
a enfrentarse a los etolios. El rey demostró ser un excelente general y la campaña
le valió para imponer una monarquía absoluta sobre Macedonia.
En 218, tras ocho meses de asedio, Sagunto cayó, y se produjeron los habituales
saqueos, que Aníbal no trató de frenar para encolerizar a los romanos. Confiscó
el tesoro de la ciudad y lo envió a Cartago. El caso fue que cuando Roma planteó
el ultimátum: guerra o paz, los cartagineses, enardecidos por la victoria de Aníbal
y satisfechos con el oro, respondieron a los romanos que eligieran ellos. La
elección fue la guerra, y así comenzó la Segunda Guerra Púnica.
Aníbal tardó quince días en cruzar los Alpes. Tuvo que librar dos batallas contra
los galos y ganó ambas, aunque con muchas pérdidas. Se acercaba el invierno y
sus hombres tuvieron que soportar el frío y la nieve. Cuando llegó al norte de
Italia, sus tropas se habían reducido a unos 26.000 hombres. Carecía de bases,
líneas de comunicación o de reservas. Su empresa parecía un suicidio. Escipión
le estaba esperando junto al río Tesino. Allí se produjo un enfrentamiento entre
las caballerías en el que los romanos resultaron derrotados. El mismo Escipión
fue herido y al parecer habría muerto si su hijo no le hubiera salvado la vida.
Escipión logró retirar su ejército al otro lado del Po y se replegó al este del
río Trebia. Allí esperó la llegada del otro cónsul, Tiberio Sempronio Longo (el
largo), que traía su propio ejército. Aníbal no estaba dispuesto a mantener otra
pequeña escaramuza con los romanos. Quería un combate en serio, así que esperó
al oeste del Trebia y no trató de impedir que los dos ejércitos se unieran. Escipión
comprendió que Aníbal era peligroso, y fue partidario de retirarse, pero
Sempronio no estaba dispuesto a aceptar tal deshonra. Aníbal envió un
destacamento de caballería al otro lado del río, los romanos atacaron y, tras una
breve resistencia, los cartagineses huyeron. Los romanos los siguieron de cerca y
su infantería se lanzó tras ellos a través del río. Era invierno y el agua estaba
helada. Los romanos llegaron a la otra orilla ateridos de frío, mientras allí les
esperaba un ejército seco y en plenas condiciones. Las legiones romanas lucharon
con su profesionalidad y lograron abrirse paso entre las líneas de Aníbal, pero no
pudo resistir la carga de la caballería y los elefantes. Además Aníbal había
ocultado dos mil hombres al mando de su hermano menor, Magón, que atacaron
a los romanos por la retaguardia en el momento oportuno. Parte del ejército
romano pudo salvarse, pero a costa de grandes pérdidas. Roma conservó dos
guarniciones en la Galia Cisalpina, pero tuvo que abandonar el resto, ya que los
galos, recientemente sometidos, se unieron con júbilo a los cartagineses, con lo
que Aníbal compensó con creces las pérdidas que había sufrido al cruzar los
Alpes.
Tras la batalla, Aníbal acampó para pasar el invierno, y los romanos lo dejaron
tranquilo mientras reconstruían sus legiones. Cneo Cornelio Escipión fue enviado
a Emporion (Ampurias) para atacar la base de abastecimientos de Aníbal y
evitar así que pudiera recibir refuerzos. Descendió por la costa y se encontró con
los cartagineses en Cissa (Tarragona). Allí, el general Hannón se había aliado
con Indíbil, caudillo de los ilergetes, que poblaban la actual Lérida, pero fue
derrotado por Escipión.
Antíoco III había sofocado algunas rebeliones propias del cambio de rey, y luego
declaró la guerra a Ptolomeo IV. Así se inició la Cuarta Guerra Siria. Al
principio tuvo una cierta ventaja, pero en 217 se enfrentó al grueso del ejército
egipcio encabezado por el propio Ptolomeo IV. El combate tuvo lugar
en Rafia, junto a la frontera egipcia. Los elefantes asiáticos de Antíoco III se
enfrentaron a los africanos de Ptolomeo IV. Los africanos eran más grandes, pero
menos dóciles. Hasta entonces, los ejércitos ptolemaicos habían estado formados
únicamente por griegos, pero, ante la amenaza seléucida, Ptolomeo IV había
formado una falange de 20.000 egipcios nativos. También contaba con un buen
número de mercenarios gálatas y tracios. Con estos efectivos, Ptolomeo IV ganó
la batalla.
Junto al lago Trasimeno, Aníbal observó un estrecho sendero que corría por el
margen de una colina. Colocó a todos sus hombres tras la colina y esperó. El
ejército romano llegó a la mañana siguiente a lo largo del camino. Aníbal lanzó
sus tropas colina abajo, pilló completamente desprevenidos a los romanos,
desparramados en una larga, débil y delgada línea, y el resultado fue una
matanza.
Sin embargo, pese a la victoria, Aníbal sufrió un fuerte revés. Su esperanza era
levantar a toda Italia en contra de Roma. Ciertamente, los galos del norte se le
habían unido en cuanto hubo derrotado a Escipión, pero los etruscos no hicieron
lo mismo tras la segunda victoria. Permanecieron fieles a Roma, aunque Aníbal
decidió liberar a todos los prisioneros italianos. Aníbal debió de pensar que
necesitaba otra victoria más.
La victoria de Cannas dio algunos frutos, aunque tal vez menos de los que Aníbal
hubiera esperado. La ciudad de Capua, en la Campania, decidió apoyar a Aníbal,
y a ella le siguieron algunas más, pero pocas. Por otra parte, Filipo V de
Macedonia firmó una alianza con Aníbal.
Hasta ahora, Aníbal le había costado a Roma unas cien mil vidas, pero los
romanos no quisieron mencionar siquiera la palabra rendición. Se prohibió toda
señal de luto por los muertos en Cannas y se volvió a la política de desgaste
propugnada por Fabio. Lo esencial era evitar que a Aníbal le llegaran refuerzos.
Escipión se mantuvo en España con su hermano luchando con Asdrúbal. No tuvo
mucho éxito, pero mantuvo a Asdrúbal ocupado. La flota romana fue conducida
al Adriático para impedir que Filipo V de Macedonia enviara refuerzos. El
cónsul Marco Claudio Marcelo (Marquito), que había destacado junto a
Flaminio en la conquista de la Galia Cisalpina, obtuvo un pequeño éxito al evitar
que Aníbal capturara la ciudad de Nola, cerca de Nápoles, lo cual no era gran
cosa, pero sirvió para levantar los ánimos de los romanos.
En 215 murió el rey Hierón de Siracusa, que fue hasta su muerte un fiel aliado de
Roma, pero su hijo Hierónimo decidió ponerse de parte de Cartago. No era
descabellado: si Aníbal vencía, Roma tendría que ceder Sicilia a Cartago, y los
cartagineses habrían sido implacables con una Siracusa prorromana. Puesto que
Marcelo había sido pretor en Sicilia, fue enviado a la isla, derrotó a un ejército
cartaginés y puso sitio a Siracusa. Respecto a Macedonia, Roma estableció una
alianza con la Liga Etolia y con Esparta y envió un reducido número de tropas,
con lo que empezó la Primera Guerra Macedónica. Mientras tanto Aníbal llevó
su ejército a Capua, donde pasó una temporada recobrando fuerzas. Los romanos
rodearon la ciudad. En España, Asdrúbal trató de avanzar hacia el norte para
reunirse con su hermano, pero los Escipiones le derrotaron en Hibera (cerca de
Tortosa) y le obligaron a retroceder.
Ese mismo año murió Demetrio de Faros en una batalla, y en 213 murió Arato, el
que había dirigido la Liga Aquea hasta que tuvo que ceder ante Macedonia.
Filipo V consiguió reforzar ligeramente su dominio sobre Grecia.
Mientras tanto el emperador Qin Shi Huang Di (o, mejor dicho, su ministro
Li Si) seguía imponiendo la autoridad imperial en China. Evidentemente, el
nuevo régimen tenía muchos detractores, y este año se tomó una decisión
drástica: se ordenó la quema de los libros subversivos y se condenó a la pena de
muerte a todo aquel que los conservara. La orden se extendía a los textos clásicos
del confucianismo, a las notas de las escuelas filosóficas y a todas las obras
históricas excepto la Crónica de Qin. No eran subversivos los libros de medicina,
agricultura, etc. Incluso se aceptaban los libros sobre adivinación. En cambio, se
prohibió expresamente "criticar el presente evocando la antigüedad". Esto hacía
alusión a los confucianos, que ponían como modelo de sus teorías políticas a los
míticos reinos antiguos.
Por otra parte, las fronteras del Imperio continuaron expandiéndose hacia el sur.
En el norte aumentó la presión de los bárbaros. Ahora dominaban los Hsiung-
nu, aunque ya llevaban más de un siglo hostigando a China. Habitualmente se les
conoce como los hunos, aunque es difícil saber si estaban emparentados con el
pueblo del mismo nombre que apareció en Europa siglos más tarde. Las murallas
defensivas que habían construido los reinos del norte fueron unidas en una
monumental Gran Muralla de 6.000 kilómetros de longitud. Por el contrario, las
murallas interiores que marcaban límites entre distintos reinos, así como las
fortificaciones, fueron destruidas. El emperador potenció grandes obras públicas:
además de la Gran Muralla, construyó un sistema radial de carreteras que unía la
capital con los territorios fronterizos, así como canales de riego y muchos
palacios.
Aníbal había marchado de Capua hacia el sur, buscando unos aliados que no
encontraba. La ciudad de Tarento se puso de su lado y, con ayuda de los propios
tarentinos, expulsó a la guarnición romana de la ciudad. Mientras tanto los
romanos asediaron Capua, con la que estaban particularmente enojados, por su
pronta rendición. Aníbal dejó Tarento y acudió en ayuda de Capua, pero los
romanos desaparecieron. Cuando volvió a Tarento, los romanos volvieron a
Capua. La situación era frustrante para Aníbal. En 211 se dirigió a la misma
Roma. En realidad no disponía de los elementos necesarios para asediar la ciudad
y no estaba en condiciones de recibir suministros. Los romanos no se inmutaron.
Ni siquiera llamaron a sus tropas de Capua, que terminaron tomando la ciudad.
Simplemente se dispusieron a soportar un asedio que no podía durar. Aníbal lo
sabía. Se cuenta que llegó a sus oídos que el propietario del terreno sobre el que
había acampado lo había puesto en venta, y que había sido adquirido en todo su
valor. También se dice que Aníbal se acercó a la muralla y arrojó una lanza
dentro de la ciudad.