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Naturalmente, los sumerios trajeron consigo sus propios dioses, que pronto se
combinaron con los de los pueblos conquistados. El panteón resultante tenía tres
dioses destacados: Anu era el dios del cielo, y tenía su santuario más importante
en la ciudad de Uruk, Enlil era el dios de la tierra y su santuario principal estaba
en Nippur, mientras que Ea era el dios de los ríos y era especialmente adorado
en Eridu. Probablemente los dos últimos eran dioses previos a la invasión, pues
la tierra y los ríos son preocupaciones típicas de los agricultores, mientras que
Anu sería el dios principal que trajeron los sumerios, un dios de pastores. Por
supuesto, cada ciudad adoraba también a otros dioses menores.
Como cabía imaginar, el dios más importante resultó ser Anu. Esto queda
reflejado en el mito de la creación: al principio de los tiempos, el mundo era un
caos dominado por Tiamat, diosa del mar (el mar era signo de caos y destrucción
para un pueblo que no tenía ningún conocimiento de navegación). Fue Anu quien
la derrotó y con su cuerpo creó el Universo. Esta victoria era la que le otorgaba la
preeminencia sobre los otros dioses.
La forma habitual que tienen los pastores de contentar a sus dioses celestes es
quemar animales sacrificados, haciéndoles llegar así el agradable humo
perfumado. Tal vez los sumerios sintieron que al mudarse de las montañas al
valle se habían alejado de sus dioses, por lo que solían escoger lugares elevados
para hacer sus sacrificios y erigir sus templos. No obstante, las principales
capitales sumerias estaban en lugares bajos, de modo que se originó la costumbre
de crear grandes plataformas elevadas sobre las cuales realizar los sacrificios,
para que éstos pudieran ser mejor contemplados por los dioses. Con el tiempo se
fueron construyendo plataformas menores sobre otras mayores y así en el último
cuarto del milenio los sumerios llegaron a construir imponentes pirámides
escalonadas llamadas Zigurats. Hoy en día no se conserva ninguno íntegro
debido a que estaban hechos de ladrillos de barro. La religión sumeria fue
sofisticándose en concordancia con su nueva cultura agrícola, pero nunca perdió
su orientación hacia el cielo. Los sacerdotes sumerios se convirtieron en los
primeros astrónomos. Desde los Zigurats observaban las estrellas y las llegaron
a conocer bien. Descubrieron cómo el Sol se desplaza durante el año por la
banda del zodíaco. Fueron ellos quienes dividieron esta banda en doce partes y
crearon mitos alrededor de cada signo zodiacal.
El número doce no es casual: los sumerios (y tal vez también sus antecesores)
contaban señalando con el pulgar las doce falanges de los otros cuatro dedos de
la mano, y marcaban los múltiplos de doce con los cinco dedos de la otra, de
modo que el mayor número que podían contar con los dedos era 60. Por ello
dividieron el zodíaco en 12 signos, y el año en 12 meses y el día en dos grupos de
12 horas, y cada hora en 60 minutos.
Posiblemente, los egipcios fueron el primer pueblo que desarrolló una teoría
sofisticada sobre la vida después de la muerte. La supervivencia a la muerte no
era automática, sino que dependía de ciertos ritos que controlaban los sacerdotes.
Es probable que estas creencias fueran expresamente desarrolladas por los
sacerdotes para conseguir la sumisión del pueblo a su autoridad. Y en verdad que
no pudieron tener más éxito. La supervivencia a la muerte debió de ser durante
cientos de años casi una obsesión para los egipcios de todas las clases sociales,
que nunca en su historia abandonaron una incondicional sumisión a la autoridad
religiosa.
Por aquel entonces los reinos egipcios del delta del Nilo (el Bajo Egipto) se
unificaron bajo la monarquía de Buto, cuyos reyes ostentaban la corona
roja, mientras que el resto del territorio (el Alto Egipto) estaba gobernado por
los reyes de Hieracómpolis, que ostentaban la corona blanca. No parece que
estas unificaciones se produjeran violentamente, sino más bien por medios
políticos. Egipto nunca había sufrido amenazas externas, por lo que carecía de
ejércitos.
Bajo la primera dinastía los egipcios construyeron canales con que regar las
zonas del valle más alejadas del Nilo. Surgieron trabajadores especializados, se
idearon barcas con que transportar materiales por el río, se fomentó la agricultura
y la ganadería, etc. Indudablemente todo esto es una clara huella de la influencia
cananea-mesopotámica.