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En estas fechas el líder indiscutible del partido popular era Mario, que estaba en
su sexto consulado. Mario se había visto obligado a reclutar un ejército de
voluntarios para enfrentarse a Yugurta, y luego los había conducido contra los
cimbrios y los teutones. Ahora necesitaba recompensarlos con tierras, y para ello
necesitaba hacer expropiaciones. El instrumento adecuado eran las leyes de los
Gracos. Sin embargo, la política romana requería en la época un talento que
Mario no tenía. Era un buen militar, pero un mal político. Pronto acabó dominado
por el tribuno Lucio Apuleyo Saturnino, que unos años antes había sido cesado
de un cargo por el Senado, y desde entonces se volvió un demócrata radical. Hizo
aprobar las leyes que quería Mario, para lo cual tuvo que intimidar a muchos
senadores mediante disturbios y movilizaciones de muchedumbres violentas.
Llegó a obligar al Senado a jurar que cumplirían las leyes aprobadas en un plazo
de cinco días. El único que se negó a jurar fue Quinto Cecilio Metelo, hijo y
tocayo del general que había participado en la Guerra de Yugurta. Metelo optó
por el exilio voluntario.
Sin embargo, Saturnino defendió, como Cayo Graco, que los italianos recibieran
la ciudadanía romana, y los conservadores aprovecharon una vez más este punto
para excitar el egoísmo del proletariado. Organizó al populacho y los tribunos se
vieron obligados a declararse en rebelión abierta. Entonces el Senado exigió a
Mario, en calidad de cónsul, que sofocase la revuelta. Mario consideró que,
ciertamente, ése era su deber y, en una batalla campal librada en el foro,
Saturnino y sus partidarios fueron obligados a rendirse, tras lo cual fueron
asesinados por una multitud violenta. Todo esto sucedió en el año 100. Como
consecuencia de su intento de nadar y guardar la ropa, Mario perdió el apoyo de
los populares sin ganar por ello el de los conservadores, así que tuvo que retirarse
de la política.
En 94 dos de los hermanos del difunto Seleuco VI lograron hacerse con el poder
de la parte de Siria que había pertenecido a su padre y se proclamaron reyes,
pasando a ser conocidos como Antíoco XI y Filipo I, pero esto no puso fin a la
guerra contra Antíoco X. Poco después murió ahogado en un río Antíoco XI, y su
hermano Filipo I compartió el reino con otro hermano, Demetrio III. Ese mismo
año murió el rey Nicomedes III de Bitinia, y fue sucedido por su hijo Nicomedes
IV.
Para los italianos, ésta fue la gota que colmó el vaso. En los últimos años habían
visto con desazón cómo fracasaban todos los intentos de concederles la
ciudadanía. El argumento principal de los senadores era el temor de que los
italianos terminaran gobernando Roma, pero esto era impensable, porque la ley
establecía que para votar era imprescindible trasladarse a la ciudad. En cambio, la
ciudadanía habría aportado a los italianos la exención de impuestos, cosa que
Roma se podía permitir holgadamente. Los samnitas proclamaron una República
Italiana con capital en Corfinio, unos 130 kilómetros al este de Roma. La
rebelión se estuvo fraguando durante mucho tiempo, por lo que una Roma
desprevenida tuvo que enfrentarse de repente a una secesión bien organizada. Se
inició así la llamada Guerra Social, del latín socius (aliado).
Los dos hermanos, Demetrio III y Filipo I habían logrado arrebatar a Antíoco X
la mayor parte de sus posesiones, pero tras repartirse los territorios conquistados
pelearon entre sí. En 88 Demetrio III fue capturado por el rey parto Mitrídates II
y su fragmento de trono sirio fue reclamado por su hermano Dionisio, que pasó a
llamarse Antíoco XII. A su vez, Mitrídates II no tardó en morir, y el Imperio
Parto se vio envuelto en querellas internas, pues su estructura era feudal, y había
muchos señores poderosos que se veían con posibilidades de hacerse con el
trono. Esto permitió al rey Tigranes I de Armenia librarse del yugo parto y selló
una alianza con Mitrídates VI del Ponto.
En Italia Sila puso fin a la Guerra Social. Las medidas que tomó Roma en los
años siguientes para garantizar la lealtad de Italia incluyeron, entre otras cosas, la
eliminación paulatina de las lenguas italianas diferentes del latín, especialmente
el osco, la lengua de los samnitas. Poco tiempo después el latín era la única
lengua de Italia.
El ejército de Sila le esperaba en Nápoles, Sila tuvo que escapar de Roma para
unirse a él, pero no partió hacia oriente, sino que marchó sobre Roma. Así
empezó la Primera Guerra Civil, del latín ciuis (ciudadano), en la que un general
romano se enfrentaba a otro. Sila logró expulsar de Roma a Mario y a Rufo. El
segundo fue capturado y asesinado a poca distancia, mientras que Mario fue
detenido algo después, escapó milagrosamente de la muerte y finalmente pudo
abrirse camino hasta la costa, donde embarcó hacia África. Halló refugio en una
isla situada frente a la costa cartaginesa, donde se puso al frente de un grupo de
proscritos.
La situación del país era crítica. La política intervencionista de los Han había
dificultado la vida de gran parte de la población. Además los hunos habían
logrado recientemente algunas victorias en el norte. Se habían producido
revueltas que fueron sofocadas con dificultad y con la muerte del emperador el
funcionariado logró cierta independencia de la corte, más preocupada de las
intrigas palaciegas que de gobernar la nación.
Mientras tanto moría en el cautiverio el rey seléucida Demetrio III. Sila partió
finalmente hacia Grecia y no tardó en ocupar Tesalia y Beocia. Los populares
reaccionaron en Roma eligiendo cónsul a Lucio Cornelio Cinna, que había
tratado inútilmente de detener la expedición de Sila. Luego trató de aplicar una
ley que convertiría en ciudadanos a aquellos italianos que no habían podido
obtener la ciudadanía al final de la Guerra Servil. El otro cónsul se opuso y Cinna
fue expulsado de Roma. Entonces pidió el apoyo de los italianos y logró que
Mario volviera a Italia. Juntos marcharon contra Roma y la tomaron. Mario se
tomó venganza de todas las ofensas que a su juicio le había infligido el Senado.
Mató a todos los que consideró sus enemigos, entre los cuales se encontraban
numerosos senadores. En toda la historia de Roma el Senado nunca había sufrido
una afrenta como ésta, y nunca se recuperó de ella. Su autoridad dejó de ser
considerada indiscutible, y en el futuro fueron muchos los generales que no
dudaron en pasar por encima del Senado cuando lo estimaron conveniente.
En 86 Mario obligó al Senado a que le nombrara cónsul, pero murió pocos días
después, de modo que la ciudad quedó bajo el dominio de Cinna. Mientras tanto
Sila sitiaba Atenas, que no tardó en caer y fue sometida al pillaje. Después Sila se
enfrentó a Mitrídates VI en Queronea. Mitrídates fue derrotado y tuvo que huir a
Asia. Los romanos le siguieron. El rey Tigranes I de Armenia empezó a expandir
su reino a costa del revuelto Imperio Parto y así se hizo con el control del norte
de Mesopotamia.
Tras tres años de asedio, la ciudad de Tebas sucumbió ante los ejércitos de
Ptolomeo IX. El rey la saqueó tan brutalmente que la antigua capital faraónica ya
no se recuperó jamás.
En 84 murió Cinna en un motín, pero Sila tuvo que enfrentarse a los samnitas y a
las tropas leales a los seguidores de Mario, entre los que se encontraba su
sobrino Cayo Mario el Joven. A su lado tenía a Metelo, que dejó su exilio para
unirse a él, así como un joven de 22 años llamado Cneo Pompeyo. Era de
familia plebeya. Su padre había destacado en la Guerra Social y había procurado
mantenerse neutral en la lucha entre Mario y Sila, pero el hijo simpatizaba con
los aristócratas. Mientras Mario dominó Roma, Pompeyo trató de pasar
inadvertido, pero cuando oyó que Sila volvía de Asia se apresuró a reunir un
ejército por su cuenta para unirse a él.
También murió el rey seléucida Antíoco XII, en una expedición contra los
árabes. Sus descendientes no pudieron ocupar el trono, pues en 83 Tigranes I de
Armenia, tras apoderarse de Cilicia (la costa meridional de Asia Menor), ocupó
la parte de Siria que había gobernado Antíoco XII. Ese año murió también
Antíoco X, luchando contra los partos, y Tigranes I se hizo con toda Siria.
Construyó una nueva capital, Tigranocerta, al norte de Mesopotamia, cerca de la
frontera con Asia Menor. Se hizo llamar Tigranes el Grande y Rey de Reyes.
Ahora fue Sila el que "depuró" Roma con el mismo rigor que Mario había
empleado unos años antes. Más aún, Sila no sólo hizo ejecutar a sus adversarios
políticos, incluidos algunos senadores, sino que incluyó en su lista ciudadanos
con propiedades valiosas. La ley establecía que las propiedades de un condenado
por traición pasaban a disposición del gobierno y debían ser subastadas. Como
nadie se atrevía a pujar contra Sila y sus amigos, éstos terminaron con sus
haciendas sensiblemente engrosadas. Se calcula que unas tres mil personas
fueron víctimas de la persecución.
Tal vez el más beneficiado por las expropiaciones de Sila fue Marco Licinio
Craso. Su padre y su hermano habían muerto durante el gobierno de Mario, y él
pudo salvarse huyendo al sur de España y luego a África, pero se unió a Sila
junto con Pompeyo cuando éste volvió a Italia. Craso ya era rico, pero ahora se
había convertido en el hombre más rico de Roma y era conocido como Crassus
Diues (Craso el rico). Se cuenta que montó una especie de cuerpo de bomberos,
de modo que cuando se incendiaba una de las muchas casas míseras de madera
que había en la ciudad, sus hombres se presentaban al instante y negociaban con
el propietario para comprarla a un precio ínfimo, tras lo cual apagaban el fuego.
A menudo los vecinos vendían también sus casas a bajo precio, pues de lo
contrario los "bomberos" no impedían que el fuego se extendiera. Así Craso se
hizo con una buena parte de las propiedades urbanas de Roma.
Desde Roma, Sila no tuvo dificultad en hacerse con el control de toda Italia. De
hecho hizo desaparecer los últimos vestigios de las culturas etrusca y samnita.
En 81 envió a Pompeyo a Sicilia, donde Papirio Carbón resistía todavía. Allí
obtuvo victorias arrolladoras, tras las cuales pasó a África, donde Mario había
dejado seguidores. Antes de que acabara el año había vuelto a Roma cubierto de
gloria. Sus soldados le dieron el sobrenombre de Pompeyo Magno (el grande).
Tal era su fama que Sila decidió concederle un triunfo (una entrada solemne en
Roma aclamado por el pueblo), pese a que no reunía los requisitos establecidos:
no era un funcionario gubernamental y no tenía la edad suficiente.
A partir de este año Sila se dedicó a reformar las instituciones romanas. Debilitó
a los equites, que le eran hostiles, retirándoles la recaudación de impuestos en
Asia y el poder judicial, que devolvió a los senadores. Los tribunos perdieron el
derecho de veto, el derecho de convocar al Senado y el derecho de iniciativa en
materia legislativa, ya que sus proposiciones de plebiscitos no podían ser
sometidas al pueblo sin la aprobación del Senado. También prohibió a los
tribunos de la plebe acceder a las magistraturas. La composición del Senado pasó
de 300 a 600 miembros, de los cuales 500 eran elegidos por Sila, si bien 300 de
ellos debían pertenecer al orden ecuestre. Disminuyó la autoridad de los cónsules
y separó la administración civil de la militar. Ahora los cónsules y los pretores
eran gobernadores civiles, mientras que los procónsules y los propretores dirigían
los ejércitos.
En materia jurídica clarificó el derecho penal, agravó las penas, reforzó las
medidas represivas contra la inmoralidad y el lujo. Agilizó la justicia separando
los tribunales criminales. También trató de apaciguar a las masas con medidas
sociales: baja obligatoria de los precios, disminución de las deudas, llevó a cabo
obras públicas en Italia y fundó colonias militares para 120.000 veteranos en las
tierras incautadas a sus adversarios.
Sila se paseaba por la ciudad acompañado por veinticuatro lictores, como los
antiguos reyes de Roma y protegido por una guardia de corps al estilo oriental.
Llegó a acuñar monedas con su efigie, con lo que, a todos los efectos, se había
convertido en rey de Roma.
Este mismo año murió Ptolomeo IX. Había recuperado Cirene para Egipto,
territorio que Ptolomeo Apión había legado a los romanos pero del que Roma
nunca llegó a tomar posesión. El rey murió sin descendencia, y el único miembro
de la familia real que podía ocupar el trono legítimamente era un hijo de
Ptolomeo X que se había educado en el Ponto, pero que ahora estaba en Roma.
En 80 llegó a Egipto, donde fue reconocido como Ptolomeo XI y se casó con la
reina Cleopatra Berenice, pero luego la mandó matar y los alejandrinos le
mataron a él antes de que terminara el año. En su testamento legó Egipto a Roma.
Tras la muerte del rey Bocco I de Mauritania, el trono fue ocupado por su
hijo Bocco II.
La guerra de Yugurta Índice