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MARIO Y SILA

Al inicio del siglo I, había tres grandes potencias en el mundo: El Imperio Chino,


el Imperio Parto y Roma. Hacía relativamente poco tiempo que China había
descubierto la existencia de la civilización occidental, y no tardó en aprovecharla
diseñando una política comercial adecuada. Cada año partían hasta diez
caravanas hacia Occidente. China dominaba el pasillo asiático por el que la
llamada ruta de la seda llegaba hasta Farganá, desde donde se bifurcaba en dos
ramas, una hacia el norte, hacia Maracanda (la actual Samarcanda) y otra hacia el
sur, hacia Pamir. Las exportaciones chinas terminaban mayoritariamente en
manos de los partos, que a su vez las vendían a los reinos helenísticos y a Roma.
China convirtió la fabricación de la seda en un secreto nacional. De hecho, la
procedencia de la seda era un misterio para los occidentales. La conjetura más
aceptada era que el hilo de seda se debía de extraer de un árbol, pero, fuera cual
fuera su origen, lo cierto es que Roma llegaba a pagar un kilo de oro por cada
kilo de seda. En esta época vivió Sima Qian, autor de la primera obra histórica
de la literatura china: las Memorias Históricas (Shiji) en ciento treinta volúmenes
que abarcan la dinastía Qin y el principio de la dinastía Han. En ella alternan
anales imperiales, monografías sobre los pueblos de Asia y biografías. Constituye
una de las cinco obras que los chinos consideran clásicas. Otras dos son
el Shijing (una antología de trescientos once poemas chinos cuya selección se
atribuye a Confucio, aunque abarca obras compuestas entre los siglos VI y II) y
el Shujing (El Libro de la Historia, que primitivamente estuvo formado por una
selección de textos históricos y políticos escogidos por Confucio, pero que se
perdió cuando Qin Shi Huang Di ordenó la destrucción de libros y fue
reconstruida también por esta época). Los cinco clásicos se completan con
el Chunqiu de Confucio y el Yijing (el Libro de las Mutaciones), el más antiguo
de los cinco, que describe un sistema de adivinación. A los cinco clásicos se
añade a menudo los Cuatro Libros, redactados por los discípulos de Confucio,
que son el Lunyu, el Zhongyong, el Daxue y el Mengzi. El conocimiento de los
clásicos daba acceso a las carreras administrativas y confería la calidad de
letrado.

Mientras los tokarios se instalaban en Bactriana, hordas de escitas y partos


destruyeron los reinos indogriegos fundados por los bactrianos y en su lugar
crearon nuevas monarquías que pronto absorbieron la cultura india.

Roma acababa de entrar en un periodo de calma: Yugurta había muerto, las


incursiones de cimbrios y teutones habían sido neutralizadas, la insurrección de
los esclavos de Sicilia estaba sofocada. En estos momentos, el peor enemigo de
Roma era la propia Roma. La política romana degeneraba cada vez más. Estaba
dividida en dos facciones: el partido popular o demócrata y el partido
conservador o senatorial, pero estos nombres significaban cada vez menos.
Simplemente eran las dos alternativas que tenía un político para satisfacer sus
propios intereses: ganarse el apoyo de las clases humildes o el de la aristocracia.
Las clases humildes de Roma se habían convertido en un proletariado cada vez
menos interesado en lograr tierras o un buen trabajo, y más bien preocupado en
apoyar a los políticos que más les dieran a cambio.

En estas fechas el líder indiscutible del partido popular era Mario, que estaba en
su sexto consulado. Mario se había visto obligado a reclutar un ejército de
voluntarios para enfrentarse a Yugurta, y luego los había conducido contra los
cimbrios y los teutones. Ahora necesitaba recompensarlos con tierras, y para ello
necesitaba hacer expropiaciones. El instrumento adecuado eran las leyes de los
Gracos. Sin embargo, la política romana requería en la época un talento que
Mario no tenía. Era un buen militar, pero un mal político. Pronto acabó dominado
por el tribuno Lucio Apuleyo Saturnino, que unos años antes había sido cesado
de un cargo por el Senado, y desde entonces se volvió un demócrata radical. Hizo
aprobar las leyes que quería Mario, para lo cual tuvo que intimidar a muchos
senadores mediante disturbios y movilizaciones de muchedumbres violentas.
Llegó a obligar al Senado a jurar que cumplirían las leyes aprobadas en un plazo
de cinco días. El único que se negó a jurar fue Quinto Cecilio Metelo, hijo y
tocayo del general que había participado en la Guerra de Yugurta. Metelo optó
por el exilio voluntario.

Sin embargo, Saturnino defendió, como Cayo Graco, que los italianos recibieran
la ciudadanía romana, y los conservadores aprovecharon una vez más este punto
para excitar el egoísmo del proletariado. Organizó al populacho y los tribunos se
vieron obligados a declararse en rebelión abierta. Entonces el Senado exigió a
Mario, en calidad de cónsul, que sofocase la revuelta. Mario consideró que,
ciertamente, ése era su deber y, en una batalla campal librada en el foro,
Saturnino y sus partidarios fueron obligados a rendirse, tras lo cual fueron
asesinados por una multitud violenta. Todo esto sucedió en el año 100. Como
consecuencia de su intento de nadar y guardar la ropa, Mario perdió el apoyo de
los populares sin ganar por ello el de los conservadores, así que tuvo que retirarse
de la política.

En 98 el gobierno chino logró imponer un monopolio sobre el vino. En 97 Sila


fue elegido propretor para Cilicia. Cilicia era la región costera meridional de
Asia Menor, que en los últimos años se había convertido en refugio de piratas. En
su lucha contra los piratas Roma se había apoderado de algunas posesiones en la
región, y ahora Sila era el delegado del pretor de Asia en Cilicia, cuya misión era
enfrentarse a los piratas.
En 96 murió Ptolomeo Apión, el rey de Cirene, que legó su territorio a Roma,
como había hecho Atalo III de Pérgamo años atrás. En una revuelta palaciega
murió Antíoco VIII, rey de lo que ya es absurdo seguir llamando Imperio
Seléucida, pues sus dominios se reducían a una parte de Siria. Fue sucedido por
su hijo Seleuco VI, pero su tío Antíoco IX, que gobernaba Fenicia y parte de
Siria, trató de quedarse con todo el reino. En 95 Seleuco VI, con la ayuda de sus
hermanos, venció a Antíoco IX, que resultó muerto, pero su hijo Antíoco X logró
el control del reino de su padre y continuó la lucha con Seleuco VI, lo destronó y
lo condenó a la hoguera ese mismo año, pero sus hermanos continuaron la lucha
contra Antíoco X.

Sila contribuyó a que Capadocia se independizara del Ponto, instaurando al


rey Ariobarzanes I.

El rey parto Mitrídates II puso como rey de Armenia a un pariente suyo,


llamado Tigranes I. (Para algunos es Tigranes II, porque el nombre correspondía
a un legendario rey armenio que había gobernado siglos atrás.) Armenia pasó a
ser prácticamente una posesión parta, y el rey decidió hacerse llamar Mitrídates
el Grande.

En 94 dos de los hermanos del difunto Seleuco VI lograron hacerse con el poder
de la parte de Siria que había pertenecido a su padre y se proclamaron reyes,
pasando a ser conocidos como Antíoco XI y Filipo I, pero esto no puso fin a la
guerra contra Antíoco X. Poco después murió ahogado en un río Antíoco XI, y su
hermano Filipo I compartió el reino con otro hermano, Demetrio III. Ese mismo
año murió el rey Nicomedes III de Bitinia, y fue sucedido por su hijo Nicomedes
IV.

En 92 Sila firmó en nombre de Roma un tratado de amistad con el rey parto


Mitrídates II.

En 91 Roma eligió un nuevo tribuno reformista: Marco Livio Druso. Su padre


había sido tribuno junto a Cayo Graco, y se había opuesto a las reformas, pero el
hijo resultó ser un demócrata convencido, tal vez uno de los pocos idealistas que
quedaban en Roma. Su preocupación principal fue el sistema judicial. Cayo
Graco había tratado de quitar poder al Senado a costa de concedérselo a la clase
media (los equites). Sin embargo, los "caballeros" no tardaron en mostrarse tan
corruptos como los senadores. Tenían a su cargo la recaudación de impuestos,
que era subastada al mejor postor, de modo que quien recibía la contrata tenía
manos libres para recaudar lo necesario para proporcionar al estado la suma
pactada y obtener un margen de beneficios. Los senadores miraban con desprecio
a los equites, pero a menudo pactaban con ellos. Los gobernadores de las
provincias eran normalmente de la clase senatorial, y recibían considerables
sumas de dinero de los equites a cambio de consentir que los impuestos
recaudados excedieran con creces lo teóricamente aprobado por Roma. Cayo
Graco había logrado que los jurados de los tribunales estuviesen formados
igualmente por senadores y equites, lo cual benefició sin duda a éstos últimos,
pero no a la justicia, pues lo que sucedió es que unos y otros se encubrían
mutuamente sus escándalos y aceptaban sobornos por igual.

Druso trató de ganarse a los equites proponiendo que pudieran ser jueces además


de jurados, pero a cambio proponía también que se nombraran comisiones
especiales para juzgar los casos de corrupción. Su plan era lograr que una clase
vigilara a la otra y que, en definitiva, ambas se vieran obligadas a ser honestas.
Para ganarse al pueblo presentó el programa habitual de reforma agraria, pero no
dejó de incluir la funesta idea de conceder la ciudadanía a todos los italianos.
Nada de esto fue adelante, porque Druso fue asesinado. Nunca se supo quién fue
el asesino.

Para los italianos, ésta fue la gota que colmó el vaso. En los últimos años habían
visto con desazón cómo fracasaban todos los intentos de concederles la
ciudadanía. El argumento principal de los senadores era el temor de que los
italianos terminaran gobernando Roma, pero esto era impensable, porque la ley
establecía que para votar era imprescindible trasladarse a la ciudad. En cambio, la
ciudadanía habría aportado a los italianos la exención de impuestos, cosa que
Roma se podía permitir holgadamente. Los samnitas proclamaron una República
Italiana con capital en Corfinio, unos 130 kilómetros al este de Roma. La
rebelión se estuvo fraguando durante mucho tiempo, por lo que una Roma
desprevenida tuvo que enfrentarse de repente a una secesión bien organizada. Se
inició así la llamada Guerra Social, del latín socius (aliado).

Roma reunió apresuradamente un ejército, que se puso bajo el mando del


cónsul Lucio Julio César. Tras sufrir varias derrotas en el Samnio, César decretó
en 90 que se otorgaría la ciudadanía a los italianos que permanecieran fieles a
Roma. Mario acababa de regresar de una gira por el este, y el Senado se vio
obligado a recordar que, al fin y al cabo, era un buen general, así que se le pidió
que aceptara el mando de un ejército. Mario aceptó con renuencia. Él había
estado en su día a favor de conceder la ciudadanía a los italianos, y ahora se veía
obligado a luchar contra ellos por pedir algo que él estimaba justo. Aceptó, pero
en todo momento trató de que los combates fueran poco sangrientos para ambas
partes.

Mientras tanto el rey Mitrídates VI del Ponto invadió Bitinia y derrocó a


Nicomedes IV. Éste pidió ayuda a Roma que, pese a sus problemas internos,
envió una embajada exigiendo a Mitrídates VI que abandonara Bitinia. Aunque
Roma no estaba en su mejor momento, es posible que su fama hiciera vacilar a
Mitrídates VI, que optó por acatar la orden y así Nicomedes IV recuperó su
trono.

En 89 murió César, y el Senado confió el mando supremo a Sila, el cual,


desprovisto de los reparos de Mario, no tuvo dificultad en barrer a los rebeldes en
todas partes. El Senado anunció que concedería la ciudadanía a todos los
italianos que la pidieran en un plazo de sesenta días, lo cual hizo abandonar la
lucha a la mayoría de los italianos, pero los samnitas continuaron hasta el fin.

Los dos hermanos, Demetrio III y Filipo I habían logrado arrebatar a Antíoco X
la mayor parte de sus posesiones, pero tras repartirse los territorios conquistados
pelearon entre sí. En 88 Demetrio III fue capturado por el rey parto Mitrídates II
y su fragmento de trono sirio fue reclamado por su hermano Dionisio, que pasó a
llamarse Antíoco XII. A su vez, Mitrídates II no tardó en morir, y el Imperio
Parto se vio envuelto en querellas internas, pues su estructura era feudal, y había
muchos señores poderosos que se veían con posibilidades de hacerse con el
trono. Esto permitió al rey Tigranes I de Armenia librarse del yugo parto y selló
una alianza con Mitrídates VI del Ponto.

También murió el rey Gauda de Numidia, y fue sucedido por su hijo Hiempsal


II.

El rey de Egipto Ptolomeo X se había ganado la enemistad de su corte al profanar


la tumba de Alejandro. Además se había destacado por su protección hacia los
judíos de Alejandría, que cada vez se llevaban peor con los griegos. Todo esto
permitió a su hermano Ptolomeo  IX volver a Egipto y recuperar el trono.
Ptolomeo X tuvo que huir y murió en una batalla naval cerca de Chipre. La
ciudad de Tebas se rebeló y Ptolomeo IX tuvo que enviar un ejército para
asediarla.

En Italia Sila puso fin a la Guerra Social. Las medidas que tomó Roma en los
años siguientes para garantizar la lealtad de Italia incluyeron, entre otras cosas, la
eliminación paulatina de las lenguas italianas diferentes del latín, especialmente
el osco, la lengua de los samnitas. Poco tiempo después el latín era la única
lengua de Italia.

En realidad Roma hubiera podido derrotar a los italianos sin necesidad de


concederles la ciudadanía, pero para ello habría necesitado algo más de tiempo, y
todo hacía prever que el rey Mitrídates VI del Ponto podía atacar los intereses
romanos en Asia de un momento a otro (más que nada porque Roma había estado
estimulando a Nicomedes IV de Bitinia para que invadiera el Ponto en venganza
por la invasión que éste había sufrido dos años antes.) En efecto, Mitrídades VI
se enfureció y sus ejércitos invadieron de nuevo Bitinia, Galacia, Capadocia y
ocuparon también la provincia de Asia. El rey ordenó matar a todo comerciante
italiano que se hallase en Asia Menor, y se dice que el número de víctimas fue de
unas 80.000, aunque la cifra puede ser exagerada. Luego pasó a las islas griegas
y finalmente invadió la propia Grecia. Los griegos celebraron encontrar a alguien
capaz de resistir a Roma y se unieron a Mitrídates VI.

La reacción de Roma se vio entorpecida porque había dos generales adecuados


para la misión y cada uno de ellos tenía el apoyo de uno de los partidos, y
ninguno de los dos estaba dispuesto a permitir que el candidato del partido
contrario volviera triunfante a Roma. Los generales eran, naturalmente, Mario y
Sila. El Senado nombró rápidamente a Sila como general en jefe, amparándose
en que era él quien había puesto fin a la Guerra Social. Mario abordó al
tribuno Publio Sulpicio Rufo, que estaba ahogado por unas deudas, y le
prometió pagarlas con los beneficios de la guerra. Rufo no tardó en descubrir su
vocación demócrata, e hizo aprobar una ley que aumentaba el peso de los votos
de los ciudadanos italianos. A continuación se encargó de transportar a la capital
el número oportuno de votantes y logró que Mario fuera elegido como general en
jefe. El resultado fue que ni Mario ni Sila podían partir hasta que se decidiera
quién tenía realmente el mando. Más exactamente, lo que sucedía es que ninguno
estaba dispuesto a abandonar Roma dejando a su rival en la ciudad con un
ejército a sus órdenes.

El ejército de Sila le esperaba en Nápoles, Sila tuvo que escapar de Roma para
unirse a él, pero no partió hacia oriente, sino que marchó sobre Roma. Así
empezó la Primera Guerra Civil, del latín ciuis (ciudadano), en la que un general
romano se enfrentaba a otro. Sila logró expulsar de Roma a Mario y a Rufo. El
segundo fue capturado y asesinado a poca distancia, mientras que Mario fue
detenido algo después, escapó milagrosamente de la muerte y finalmente pudo
abrirse camino hasta la costa, donde embarcó hacia África. Halló refugio en una
isla situada frente a la costa cartaginesa, donde se puso al frente de un grupo de
proscritos.

Sila era ahora un indiscutido procónsul. En principio un procónsul era alguien en


el que un cónsul delegaba parte de sus funciones, pero ahora quería decir
simplemente que ejercía de cónsul aunque no había sido elegido como tal. Hizo
aprobar unas leyes constitucionales por las que el Senado tenía únicamente la
potestad de dictar leyes (pero no, por ejemplo, la de destituirlo a él).
En 87 murió el emperador chino Wudi. No se había designado ningún heredero,
y las familias de las emperatrices compitieron por que el nuevo emperador saliera
de su seno. Como no se llegaba a ninguna salida, se acordó designar como
heredero a un hijo de ocho años del difundo emperador que no estaba ligado a
ninguno de los grandes clanes que competían entre sí, al tiempo que se
establecían tres regentes, el más influyente de los cuales era Huo Guang. El
nuevo emperador recibió el nombre de Zhaodi.

La situación del país era crítica. La política intervencionista de los Han había
dificultado la vida de gran parte de la población. Además los hunos habían
logrado recientemente algunas victorias en el norte. Se habían producido
revueltas que fueron sofocadas con dificultad y con la muerte del emperador el
funcionariado logró cierta independencia de la corte, más preocupada de las
intrigas palaciegas que de gobernar la nación.

Mientras tanto moría en el cautiverio el rey seléucida Demetrio III. Sila partió
finalmente hacia Grecia y no tardó en ocupar Tesalia y Beocia. Los populares
reaccionaron en Roma eligiendo cónsul a Lucio Cornelio Cinna, que había
tratado inútilmente de detener la expedición de Sila. Luego trató de aplicar una
ley que convertiría en ciudadanos a aquellos italianos que no habían podido
obtener la ciudadanía al final de la Guerra Servil. El otro cónsul se opuso y Cinna
fue expulsado de Roma. Entonces pidió el apoyo de los italianos y logró que
Mario volviera a Italia. Juntos marcharon contra Roma y la tomaron. Mario se
tomó venganza de todas las ofensas que a su juicio le había infligido el Senado.
Mató a todos los que consideró sus enemigos, entre los cuales se encontraban
numerosos senadores. En toda la historia de Roma el Senado nunca había sufrido
una afrenta como ésta, y nunca se recuperó de ella. Su autoridad dejó de ser
considerada indiscutible, y en el futuro fueron muchos los generales que no
dudaron en pasar por encima del Senado cuando lo estimaron conveniente.

En 86 Mario obligó al Senado a que le nombrara cónsul, pero murió pocos días
después, de modo que la ciudad quedó bajo el dominio de Cinna. Mientras tanto
Sila sitiaba Atenas, que no tardó en caer y fue sometida al pillaje. Después Sila se
enfrentó a Mitrídates VI en Queronea. Mitrídates fue derrotado y tuvo que huir a
Asia. Los romanos le siguieron. El rey Tigranes I de Armenia empezó a expandir
su reino a costa del revuelto Imperio Parto y así se hizo con el control del norte
de Mesopotamia.

Cinna envió con un ejército a Asia Menor a un general de simpatías democráticas


con la orden de reemplazar a Sila, pero el nuevo ejército se unió al de Sila y el
enviado se suicidó. Sila derrotó nuevamente a Mitrídates VI, que en 85 tuvo que
firmar una paz en la que se comprometía a devolver la provincia de Asia, liberar
Bitinia y Capadocia (con lo que Nicomedes IV y Ariobarzanes I recuperaron sus
coronas), ceder a Roma una flota de setenta navíos y pagar una pesada
indemnización. Pasó el invierno en Éfeso, desde donde reorganizó la provincia
de Asia, recompensó a las ciudades que habían permanecido fieles a Roma y
castigó a las que se habían unido a Mitrídates VI, luego volvió a Grecia, dejó dos
legiones en Asia Menor y volvió a Italia con sus tropas más leales.

Tras tres años de asedio, la ciudad de Tebas sucumbió ante los ejércitos de
Ptolomeo IX. El rey la saqueó tan brutalmente que la antigua capital faraónica ya
no se recuperó jamás.

En 84 murió Cinna en un motín, pero Sila tuvo que enfrentarse a los samnitas y a
las tropas leales a los seguidores de Mario, entre los que se encontraba su
sobrino Cayo Mario el Joven. A su lado tenía a Metelo, que dejó su exilio para
unirse a él, así como un joven de 22 años llamado Cneo Pompeyo. Era de
familia plebeya. Su padre había destacado en la Guerra Social y había procurado
mantenerse neutral en la lucha entre Mario y Sila, pero el hijo simpatizaba con
los aristócratas. Mientras Mario dominó Roma, Pompeyo trató de pasar
inadvertido, pero cuando oyó que Sila volvía de Asia se apresuró a reunir un
ejército por su cuenta para unirse a él.

También murió el rey seléucida Antíoco XII, en una expedición contra los
árabes. Sus descendientes no pudieron ocupar el trono, pues en 83 Tigranes I de
Armenia, tras apoderarse de Cilicia (la costa meridional de Asia Menor), ocupó
la parte de Siria que había gobernado Antíoco XII. Ese año murió también
Antíoco X, luchando contra los partos, y Tigranes I se hizo con toda Siria.
Construyó una nueva capital, Tigranocerta, al norte de Mesopotamia, cerca de la
frontera con Asia Menor. Se hizo llamar Tigranes el Grande y Rey de Reyes.

En 82 Sila estaba en condiciones de entrar en Roma. Tuvo que enfrentarse a los


ejércitos conducidos por los cónsules Cneo Papirio Carbón y Cayo Mario el
Joven. Tras una batalla ante la Puerta Colina de Roma (la misma puerta a la que
se acercó Aníbal en su día), entró en la ciudad. Los cónsules lograron escapar,
pero Mario fue derrotado en las proximidades y se suicidó para no caer en manos
de Sila. Por su parte, Papirio Carbón logró huir hasta Sicilia.

Ahora fue Sila el que "depuró" Roma con el mismo rigor que Mario había
empleado unos años antes. Más aún, Sila no sólo hizo ejecutar a sus adversarios
políticos, incluidos algunos senadores, sino que incluyó en su lista ciudadanos
con propiedades valiosas. La ley establecía que las propiedades de un condenado
por traición pasaban a disposición del gobierno y debían ser subastadas. Como
nadie se atrevía a pujar contra Sila y sus amigos, éstos terminaron con sus
haciendas sensiblemente engrosadas. Se calcula que unas tres mil personas
fueron víctimas de la persecución.

Tal vez el más beneficiado por las expropiaciones de Sila fue Marco Licinio
Craso. Su padre y su hermano habían muerto durante el gobierno de Mario, y él
pudo salvarse huyendo al sur de España y luego a África, pero se unió a Sila
junto con Pompeyo cuando éste volvió a Italia. Craso ya era rico, pero ahora se
había convertido en el hombre más rico de Roma y era conocido como Crassus
Diues (Craso el rico). Se cuenta que montó una especie de cuerpo de bomberos,
de modo que cuando se incendiaba una de las muchas casas míseras de madera
que había en la ciudad, sus hombres se presentaban al instante y negociaban con
el propietario para comprarla a un precio ínfimo, tras lo cual apagaban el fuego.
A menudo los vecinos vendían también sus casas a bajo precio, pues de lo
contrario los "bomberos" no impedían que el fuego se extendiera. Así Craso se
hizo con una buena parte de las propiedades urbanas de Roma.

Hubo un joven de veinte años que se libró de milagro de la muerte. Se


llamaba Cayo Julio César, y era hijo del general Lucio Julio César (muerto dos
años antes) que había intervenido no muy airosamente en la Guerra Social.
Aunque su familia era de origen aristocrático, ninguno de sus miembros había
desempeñado ningún cargo político relevante. La familia había tratado de
conservar su prestigio mediante matrimonios, cosa bastante habitual en la época.
Así, Julia, la hermana de Lucio Julio se había casado con Mario, y su hijo Cayo
se había casado a su vez con Cornelia, hija de Cinna. Estos parentescos hicieron
que Cayo estuviera mejor relacionado con los populares que con los
conservadores. Sila le ordenó que se divorciara, pero él tuvo el valor de negarse.
Las súplicas de su familia convencieron a Sila para dejarle con vida, pero dicen
que dijo: "Vigiladlo. En ese joven hay muchos Marios." De todos modos, Cayo
no tardó en abandonar Roma, instalándose en la provincia de Asia.

Sila se hizo nombrar dictador, pero no como en tiempos de Cincinato o de Fabio


Máximo, cuando el cargo tenía una duración de seis meses y se recurría a él por
una situación extrema. La dictadura de Sila tenía duración ilimitada, lo que le
convertía en un monarca absoluto o un dictador en el sentido moderno de la
palabra.

Desde Roma, Sila no tuvo dificultad en hacerse con el control de toda Italia. De
hecho hizo desaparecer los últimos vestigios de las culturas etrusca y samnita.
En 81 envió a Pompeyo a Sicilia, donde Papirio Carbón resistía todavía. Allí
obtuvo victorias arrolladoras, tras las cuales pasó a África, donde Mario había
dejado seguidores. Antes de que acabara el año había vuelto a Roma cubierto de
gloria. Sus soldados le dieron el sobrenombre de Pompeyo Magno (el grande).
Tal era su fama que Sila decidió concederle un triunfo (una entrada solemne en
Roma aclamado por el pueblo), pese a que no reunía los requisitos establecidos:
no era un funcionario gubernamental y no tenía la edad suficiente.

A partir de este año Sila se dedicó a reformar las instituciones romanas. Debilitó
a los equites, que le eran hostiles, retirándoles la recaudación de impuestos en
Asia y el poder judicial, que devolvió a los senadores. Los tribunos perdieron el
derecho de veto, el derecho de convocar al Senado y el derecho de iniciativa en
materia legislativa, ya que sus proposiciones de plebiscitos no podían ser
sometidas al pueblo sin la aprobación del Senado. También prohibió a los
tribunos de la plebe acceder a las magistraturas. La composición del Senado pasó
de 300 a 600 miembros, de los cuales 500 eran elegidos por Sila, si bien 300 de
ellos debían pertenecer al orden ecuestre. Disminuyó la autoridad de los cónsules
y separó la administración civil de la militar. Ahora los cónsules y los pretores
eran gobernadores civiles, mientras que los procónsules y los propretores dirigían
los ejércitos.

En materia jurídica clarificó el derecho penal, agravó las penas, reforzó las
medidas represivas contra la inmoralidad y el lujo. Agilizó la justicia separando
los tribunales criminales. También trató de apaciguar a las masas con medidas
sociales: baja obligatoria de los precios, disminución de las deudas, llevó a cabo
obras públicas en Italia y fundó colonias militares para 120.000 veteranos en las
tierras incautadas a sus adversarios.

Sila se paseaba por la ciudad acompañado por veinticuatro lictores, como los
antiguos reyes de Roma y protegido por una guardia de corps al estilo oriental.
Llegó a acuñar monedas con su efigie, con lo que, a todos los efectos, se había
convertido en rey de Roma.

Este mismo año murió Ptolomeo IX. Había recuperado Cirene para Egipto,
territorio que Ptolomeo Apión había legado a los romanos pero del que Roma
nunca llegó a tomar posesión. El rey murió sin descendencia, y el único miembro
de la familia real que podía ocupar el trono legítimamente era un hijo de
Ptolomeo X que se había educado en el Ponto, pero que ahora estaba en Roma.
En 80 llegó a Egipto, donde fue reconocido como Ptolomeo XI y se casó con la
reina Cleopatra Berenice, pero luego la mandó matar y los alejandrinos le
mataron a él antes de que terminara el año. En su testamento legó Egipto a Roma.

Tras la muerte del rey Bocco I de Mauritania, el trono fue ocupado por su
hijo Bocco II.
La guerra de Yugurta Índice

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