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En los últimos años del siglo VI surgieron pensadores notables en los puntos más
distantes del mundo civilizado. Desde los principios del siglo, en la India habían
surgido corrientes divergentes respecto de la religión brahmánicat oficial. Éstas
se interesaron por los aspectos más filosóficos del brahmanismo: la relación entre
el cuerpo y el alma, la reencarnación, etc., relegando a segundo plano los rituales,
a los que a menudo dieron una interpretación alegórica. Una de estas corrientes
fue desarrollada por un grupo de místicos que se retiraron a los bosques y
compilaron una serie de abstrusos tratados conocidos como los Upanisads (que
significa algo así como "sentarse junto al maestro"). La filosofía de los Upanisads
es monista, en el sentido de que considera a la materia una ilusión y concibe el
Universo como una unidad espiritual, en contraste con la filosofía dualista
conocida como Samkhya, atribuida a Kapila (que tal vez vivió en el siglo
precedente), según la cual existen dos realidades eternas: una es la materia, o
mundo de las apariencias, y la otra la componen un número infinito de almas
individuales. Cada alma es prisionera de su cuerpo, al que se cree ligada, y sólo
consigue la salvación cuando comprende su naturaleza distinta, y asimila que es
sólo un espectador, no un actor, en el mundo, y se libera de los deseos,
procedentes del cuerpo.
Confucio atribuye una naturaleza divina al principio de orden universal, pero por
lo demás adopta una postura agnóstica, y no acepta los mitos y rituales religiosos.
En contra de lo que podría pensarse, este agnosticismo racionalista fue bien
recibido por el pueblo. Mientras los judíos podían atribuir sus vicisitudes a un
castigo divino por sus pecados, los chinos cumplían escrupulosamente con los
ritos religiosos, y ello no impedía que de tanto en tanto se produjeran
inundaciones o periodos de sequía, sin que los dioses parecieran responder a los
debidos sacrificios. Así se empezó a dudar de que realmente los dioses se
ocuparan del mundo y que tuviera algún sentido tratar de relacionarse con ellos.
A esto hay que añadir que la religión oficial estaba en manos de los hechiceros
Wu, al servicio del Rey, y por aquel entonces estaban muy desprestigiados. Se
contaban historias de un rey que ordenó a un Wu que disparara flechas contra
muñecos representando a los nobles que no acudían cuando eran convocados a
palacio, o de otro que se sirvió de un Wu para encontrar posibles conspiradores,
con lo que la población estaba tan atemorizada que apenas se comunicaban por
señas. Evidentemente esto son exageraciones, pero muestran que la religión Wu
incomodaba al pueblo.
Allí fundó una institución muy peculiar. Podían ingresar tanto hombres como
mujeres, pero tenían que hacer voto de castidad y comprometerse a no tomar
nunca vino, huevos ni habas (nunca se sabrá por qué). Debían vestir sencilla y
decentemente, la risa estaba prohibida, y al final de cada curso los alumnos
debían hacer una autocrítica en público, confesando toda infracción de las reglas
que hubieran cometido. Los alumnos se dividían en externos e internos. Los
últimos eran los que vivían en la propia institución. Sólo éstos podían ver al
maestro, y ello tras cuatro años de iniciación. Hasta entonces les mandaba las
lecciones por escrito, firmadas con authos epha (lo ha dicho él), indicando que
no había lugar a discusión.
Si Tales fue el primer científico, podríamos decir que Pitágoras fue el primer
universitario. Timón de Atenas, que le admiraba intelectualmente, decía que era
solemne hasta la pedantería, que había conseguido importancia a copia de dársela
él mismo. Se llamaba a sí mismo filósofo (amigo del saber), término que con el
tiempo se aplicaría a todos los pensadores griegos. En sus descubrimientos había
poco de original. La mayor parte de ellos eran cosas que había aprendido en
Egipto y Babilonia. Sus enseñanzas versaban sobre los números, la geometría, la
música y la astronomía, siempre desprovistas de cualquier posible (a la vez que
despreciable) aplicación práctica. Parece ser que Pitágoras fue el primero que
afirmó que la Tierra es una esfera que gira sobre sí misma. A estos hechos
realmente prometedores, unía supersticiones tontas (tal vez tomadas del
hinduismo), como que, tras la muerte, el alma abandona el cuerpo y, tras una
estancia en el Hades (el infierno griego), vuelve a encarnarse en un recién nacido.
Él mismo recordaba haber sido en otra vida una famosa cortesana, y luego un
destacado héroe de la guerra de Troya.
La gran cultura sirve de poco. Si bastase para formar genios, lo serían hasta
Hesíodo y Pitágoras. La sabiduría no consiste en aprender muchas cosas, sino
en descubrir aquella sola que las regula todas en todas las ocasiones.
Con esta forma de pensar, Heráclito decidió abandonarlo todo e irse a vivir a una
montaña. Pasó toda su vida meditando. Reunió sus conclusiones en un libro
llamado Sobre la Naturaleza, poco menos que incomprensible, pues al parecer no
quería que los hombres mediocres le entendieran, y con ello se ganó el apelativo
de Heráclito el oscuro. La base de su filosofía consistía en que la realidad es un
continuo cambio: todo fluye, nada permanece. Toda la realidad es el cambio
incesante de un único principio: el fuego. De él surgen los gases, que luego se
condensan en líquidos y de sus residuos al evaporarse surgen los sólidos. El
universo es fuego en distintos estados. No hay dioses. ¿Cómo iba a existir un dios
eterno e inmutable, si ya ha quedado claro que todo es cambiante? A lo único a lo
que en cierto sentido podríamos llamar "dios" es al fuego, pero teniendo bien
claro que el fuego no es bueno ni malo, ni distingue entre el bien y el mal.
Llamamos "bien" a lo que nos conviene llamar "bien", pero nuestro juicio no está
avalado por el de ningún dios antropomorfo. La existencia de algo conlleva
necesariamente la posibilidad de cambiar a su contrario. No puede haber día sin
noche, riqueza sin pobreza, vida sin muerte. El cambio de algo en su contrario es
una necesidad inevitable. El sabio debe comprender la necesidad de que existan
los opuestos, y resignarse ante el dolor, la pobreza o la enfermedad como
complementos necesarios del placer, la riqueza o la salud.
Buda aceptó algunas ideas del hinduismo, como la reencarnación de las almas, si
bien la concebía en un sentido más débil: el alma es un agregado de cinco
elementos: